Fuente: La Actualidad Española, Número 1.317, 28 de Marzo-3 de Abril de 1977, páginas 16 – 22.

Reproducción del documento (tomado de la Hemeroteca Municipal de Madrid): Entrevista J. A. Márquez de Prado (L.A.E., 1977).pdf



EXCLUSIVA: Primeras declaraciones tras salir de la cárcel

José Arturo Márquez de Prado, uno de los procesados, da su versión

“YO NO DISPARÉ EN MONTEJURRA”


El 9 de mayo de 1976, domingo, corrió la sangre en Montejurra. Aniano Jiménez Santos y Ricardo García Pellejero cayeron abatidos por las balas, en unas acciones que el Gobierno no pudo minimizar aunque las calificase de «querella entre carlistas». Un juez especial dictó en su día varios autos de procesamiento, y entre los encartados figuran el tristemente famoso «hombre de la gabardina» y José Arturo Márquez de Prado. Tras salir de la cárcel, en libertad provisional desde hace pocas semanas, rompe ahora su silencio de casi un año para relatar en exclusiva a LA ACTUALIDAD su versión de aquellos trágicos acontecimientos.

El sumario se ha cerrado. Las actuaciones judiciales pueden quedar archivadas como consecuencia de la amnistía, y es posible que jamás se pueda llegar al fondo de este negro asunto. Pero Montejurra ´77 corre el riesgo de ser escenario de un baño de sangre si, como aquí se revela, se consuma una disparatada reproducción a escala de la guerra civil de hace cuarenta años.

Márquez de Prado ha hablado durante horas con varios redactores y con Ramón Pi, redactor-jefe de esta revista. Este último ha redactado el resumen de sus declaraciones.



José Arturo Márquez de Prado, cincuenta y dos años, es de los carlistas que abandonaron a Carlos Hugo por entender que éste se había apartado doctrinalmente por completo de la ideología carlista. Hoy es un ardoroso partidario del hermano menor de Carlos Hugo, Sixto Enrique de Borbón-Parma, líder de la Comunión Tradicionalista, recientemente legalizada. Márquez de Prado habla rápidamente y con seguridad, sin apartar sus ojos azules de su interlocutor un instante. Así comienza su relato:

– Nosotros esperábamos que pudiera haber choques pequeños, como los que ha habido otros años, por ejemplo, cuando las escisiones de lo que nosotros llamamos «estorilos», algunos oficiales de requetés que fueron a reconocer a don Juan de Borbón, y antes incluso, o simultáneamente, los «carlosoctavistas», elementos que procedían como una maniobra del régimen entonces para tratar de dividir al carlismo otra vez. Así es que pequeños jaleos en Montejurra ha habido bastantes, pero pensábamos que serían enfrentamientos sin la menor importancia.

»Es más: las vísperas del veintinueve de abril sabemos que va a ir la UNE, incluso se habla de que va a ir Girón con los ex combatientes, cosa que a nosotros no nos hace mucha gracia. Lo digo esto porque siempre hemos creído que Montejurra era un acto eminentemente carlista y sólo para nosotros. Ni siquiera es un acto de cara al exterior. Eso es como se venía haciendo. Era recorrer un vía crucis, donde se iba a rezar por nuestros muertos y punto. Nos solía acompañar mucha gente y generalmente extranjeros. Yo le hablaría a usted de la presencia, por ejemplo, de escoceses, con sus falditas y boina roja, y sobre todo de muchos hispanoamericanos, estudiantes, etcétera, que iban allí de romería, pues la gente solía quedarse a comer en el monte.


Altavoces

Pero ese año ya se decía que no iba a ser solamente una inocente romería…

– Bueno. Se nos dice que van una serie de fuerzas a Montejurra, cosa que nosotros no podemos impedir, aunque no nos guste, porque creemos que de alguna manera se diluye el acto. Pero resulta que nosotros, en una acción para tratar de colocar los altavoces en la cima, hacemos subir a un grupo de gente el día anterior. Entonces ya se habla de una toma militar del monte. El único objetivo era colocar esos altavoces para que subiera don Sixto y soltara una proclama corta, pequeña, patriótica, aclarando posiciones y tratando de deshacer un poco los malos entendidos.


Se dice que unos chicos de Estella subieron a la cima la víspera y al bajar denunciaron que allí había fuerzas, ¿es verdad?

– Yo solamente le puedo decir que la gente que estaba allá arriba subió para colocar una serie de altavoces, vigilar aquello, quitar alguna piedra… Es decir, facilitar un poco el acceso para que subiera el príncipe Sixto y soltara una arenga que iba a ser, como ya le he dicho, cortita, simplemente diciendo lo que es el carlismo y cómo se podía otra vez organizar la Comunión en esa nueva etapa del régimen, y tratar de hacer su labor política en una zona tan fuerte y tan buena como había sido siempre, pues, para nosotros todas las Vascongadas y Navarra.


Pero ese grupo de los altavoces parece que se quedó allí toda la noche. Eso no sería por lo de la megafonía, ¿no?

– Es cierto que un grupo pasó la noche en la cima. Era un grupo de requetés que fueron a hacer la instalación y custodiar aquello para que no se nos adelantaran en la operación y para evitar que nadie subiera hasta que apareciese don Sixto y hablara.


Gobiernos civiles

Por otra parte, se habla de que algunos Gobiernos civiles propiciaron la llegada de gente a Montejurra… Esto, ¿fue dentro o al margen de la organización de ustedes?

– Nada. Yo, que creo que desempeñé un papel importante en la Comunión Tradicionalista, de lo cual yo me hago responsable, mucho cuidado… quisiera delimitar los campos. Estábamos los que fuimos de la Comunión Tradicionalista y estaban las gentes que fueron al lado de la Comunión Tradicionalista, pero que no éramos nosotros. Entonces yo le puedo decir que nosotros, contactos con Gobiernos civiles no tuvimos ninguno.


Señor Márquez de Prado: ha hablado usted antes de que a Montejurra suelen ir extranjeros más o menos pintorescos. El año pasado parece que no eran pintorescos precisamente. El dueño del hostal Irache donde ustedes se alojaron llegó a afirmar que había allí gente que hablaba italiano y en otros idiomas, en los días anteriores al domingo, y el mismo día nueve.

– Ya le he dicho que esto no tiene por qué extrañar a nadie, porque yo en Montejurra extranjeros he visto todos los años, muchos holandeses, sudamericanos, escoceses… Así es que el hecho de que haya habido algún italiano, no me extrañaría nada; que haya habido algún portugués, tampoco me extrañaría, o sudamericanos, aunque no los vi. Allí en el hostal, yo, extranjeros, he visto gente hablando, sudamericanos y tal, lo cual no quiere decir que sea un equipo de don Sixto, por supuesto… Salvo alguna familia carlista de siempre, como la de Hermenegildo Llorente, que han vivido muchos años en Argentina. Lo que ocurre es que para el príncipe es muy difícil no saludar a todo el mundo. Eso lo hemos vivido mucho con él en todos los lados. Ahora, de ahí a hablar de bandas armadas y de una organización fascista, pues hay diferencias. Yo, desde luego, no vi ningún signo externo de tal cosa, y si hubiera detectado algo habría tratado de que tomáramos las medidas oportunas para no vernos envueltos y perjudicados por maniobras o gentes extrañas que persiguieran finalidades violentas.


Generosidad

¿Así que ni siquiera se le pasó por la cabeza?

– No, no. Una banda armada, nunca. Ni este año ni los anteriores.


Se dijo que el hotel lo habían ustedes alquilado entero…

– No, en absoluto. Todo lo que ocurrió es que nosotros llegamos al hostal, cogimos una habitación y estuvimos pasando unos días. Luego fue llegando gente de fuera, y más gente, y más gente, y lo que sí sé es que al final se armó un barullo. No sé cuántas personas habría, pero setenta u ochenta, y nos quisieron pasar la cuenta a nosotros. Yo recuerdo que todo el dinero que llevaba lo vacié y hubo unos cuantos señores más que tuvieron que pagar el resto. Aquello se hizo porque no hubo más remedio, ya que mucha gente se consideró invitada… Pero la verdad es que no había tales invitaciones, porque la Comunión Tradicionalista no ha sido nunca muy afortunada en medios económicos. A medida que aquello se iba llenando, en el hotel comenzaron a cargarlo todo a una cuenta general… Yo no sé cómo se inscribía la gente ni cómo se hacían las cuentas. Lo que sé es que allí entre tres o cuatro tuvimos que pagar todo.


¡Caramba! ¿No le parece a usted demasiada generosidad?

– Pues puede parecerlo, pero la realidad fue ésta. La gente comenzó a marcharse inmediatamente después de bajar del monte y nosotros nos quedamos los últimos. Don Sixto dijo que no nos marcharíamos hasta que hubiera bajado el último nuestro. Nos presentaron una factura, había que pagarla y se pagó.


Cornetas y tambores

Vamos al grano, al día nueve. ¿Nos puede contar su versión de lo que ocurrió en la campa el domingo por la mañana?

– Aquella noche nos acostamos a las tres de la mañana. Estábamos en el hotel de Irache, vuelvo a repetir. Nos levantamos a la seis de la mañana y hacia las nueve yo voy arriba para inspeccionar cómo ha quedado toda la instalación nuestra. Y abajo se queda el príncipe Sixto con una serie de señores. De manera que los que estábamos arriba realmente no tenemos más noticias que las que nos vienen diciendo de abajo. Nos cuentan que abajo ha habido un enfrentamiento durísimo a palos, parece ser que cuando iba en formación un pequeño grupo de requetés con otro grupo de legionarios, yo diría más bien ex legionarios, porque yo los vi llegar de Madrid. Estos grupos fueron convocados por los ex combatientes.

»Es decir, yo quisiera dejar bien sentado que la organización no fue estrictamente nuestra, sino que intervino, por ejemplo, la Hermandad de Ex combatientes del Tercio de Requetés, intervino Unión Nacional Española, donde hay mucha gente tradicionalista que siente como nosotros, pero que no son nosotros, no es la Comunión Tradicionalista. Este grupo de legionarios dijeron: «Hombre, como nosotros hemos sido legionarios y don Sixto juró la bandera de España en la Legión, querríamos de alguna manera dar escolta al príncipe». Lo cual nos pareció bien y no tuvimos inconveniente en que le acompañasen al príncipe y le dieran escolta.

»Pero por lo visto hay una banda de cornetas y tambores, creo que de Valencia, que comienzan a tocar marchas militares y van en formación hacia el monasterio. Y cuando llegan a la entrada de la explanada, una entrada pequeña y estrecha, les reciben a pedradas. Por supuesto, allí había chicos nuestros, que no tenían ni el recurso de defenderse a pedradas, porque allí no había piedras. Lo cual quiere decir que ellos sí parece que iban preparados, incluso con faltriqueras que las llevaban llenas de piedras y qué sé yo…


El hombre de la gabardina

Sin embargo, el hombre de la gabardina disparó…

– Bueno, el hombre de la gabardina parece ser que sí ha disparado. Ahora, es un hombre al que conocemos todo el mundo en el carlismo perfectamente y es un santo varón. Es un hombre buenísimo y yo tengo la absoluta certeza de que él no tiró a matar. Aparte de esto, yo recuerdo que él me dijo: «Pepe, yo no he tenido más remedio que disparar, pero yo no he tirado a dar». Y otros amigos que estaban junto a él me dijeron: «José Luis no ha podido ser…». Él es militar, como saben… Pero, en fin, se trata de un asunto muy desagradable, porque aunque uno tiene la conciencia tranquila, no resulta nada grato aparecer ante la opinión pública como un pistolero.


El convencimiento está muy bien, pero ahí están las fotos en que el hombre de la gabardina aparece empuñando la pistola muy cerca de Aniano Jiménez Santos, que se retuerce…

– Bueno, yo he oído rumores, concretamente estando en la cárcel, en relación con este tema. Parece que realmente no eran coincidentes las balas que se encontraron en el cuerpo de Aniano Jiménez Santos y el calibre de las que disparó José Luis Marín. Ya digo que no puedo hablar de datos concretos, sino de rumores, y esto estando todavía en la cárcel. Después hay muchas más cosas que se sabrán en su día.


Tiros en la niebla

Mientras pasa todo esto, usted dice que está en la cumbre.

– Sí. Nosotros subimos allí a las nueve menos cuarto y esperamos la llegada de don Sixto con la gente. Lo que allí hacíamos mientras tanto era tratar de organizar todo el montaje de los altavoces, los micrófonos y qué sé yo. Cuando de repente nosotros notamos… Porque estábamos junto a la cruz… Éramos… Podía haber del orden de treinta personas, de las cuales más de la mitad eran chiquitos de catorce y quince años con sus padres y familias. Todo lo cual, naturalmente, hace suponer que no íbamos en plan de acción violenta. Entonces, entre nosotros y el murmullo de la gente que se oye que suben por la ladera se producen una serie de ráfagas y de disparos. Nosotros, desde luego, ninguno de los requetés que estaba arriba portaba armas. Estos disparos provenían de una zona neutra situada entre nosotros y la gente que subía. Al escuchar esto, nuestra actitud fue decir: «Esto es una posible agresión de los de abajo». Pero no teníamos ni idea de si habían tirado hacia las piedras nuestras o habían tirado hacia abajo. Claro, estábamos completamente desconectados de todo el mundo exterior, en el picacho, justo en la cumbre. Además es un espacio relativamente pequeño. Nos quedamos desconcertados: «¿Qué es lo que ocurre aquí?». La primera impresión es de sorpresa, y además de sorpresa desagradable. ¿Quién pega tiros en Montejurra? A continuación, nosotros vemos correr a unos tipos por la niebla que desaparecen. Era un día muy nublado. Había un casquete en la cumbre y prácticamente yo creo que no había visibilidad a más de veinte metros. Vimos correr a algunas figuras que salieron por el monte. Y no sabemos más. Desde luego, no pudieron ser del grupo nuestro porque se quedó todo el mundo donde estaba.


Un momento. Antes de todo esto, parece que alguien habló por un megáfono y se dice que hubo órdenes de disparar…

– Bueno, bueno. Yo cogí el megáfono, porque los técnicos de los altavoces fallaron al final, y dije exactamente esto: «Atención, atención: Va a hablar el príncipe Sixto Enrique de Borbón-Parma». Serían las doce o doce y cuarto de la mañana y don Sixto ya había llegado a la cumbre por atrás en un «jeep». Él no llegó a pronunciar ninguna palabra, solamente dijo: «¡Requetés!». Y en aquel momento se produjo un murmullo de protesta de la gente. Y como lo único que hubo fueron insultos, llamándonos capitalistas, fascistas y ultraderechistas… En vista de esto, nos marchamos.


Orden de disparar

Pero entre esos gritos y que ustedes se marchasen se produjeron los tiros. ¿Y no hubo ninguna orden de disparar?

– Sobre esto se han dicho toda clase de cosas contradictorias, y todas falsas. He visto publicaciones en que dicen que yo di orden de disparar…. «¡Qué se haga fuego raso!», o algo así, es una de las expresiones. Y concretamente una señorita, llamada Gloria Dueñas, de la que tenemos que hablar, afirma que yo dije algo que, por supuesto, tampoco dije, y es: «¡No disparéis! ¿Qué va a decir Europa de nosotros?». Por supuesto, esto no es cierto. Yo no di ni orden de disparar, ni orden de no disparar, ni nada. Nosotros estábamos de brazos cruzados arriba, esperando a que subiera el príncipe Sixto con la gente nuestra y nada más.

»Después de los tiros subieron dos fotógrafos de la prensa que querían fotografiar a don Sixto, que se encuentra en la misma gruta muy impresionado por todo el cisco que se ha organizado. Y yo soy el que les dice con toda corrección que el momento no está para fotografías. Ellos lo debieron de entender así porque se marcharon en seguida.


¿Cuándo abandonan ustedes la cumbre?

– Hablamos con el príncipe de la situación. Vemos que estamos allí aislados y nos dice que nos retiremos, que allí no hacemos nada treinta personas y que no vale la pena. En ese momento nos dimos la vuelta y bajamos al hostal de Irache.


La ametralladora

¿Y qué hay de eso que se ha dicho y escrito sobre una ametralladora que había en el pico y que ustedes se llevaron al marcharse?

– Sí, se ha hablado de una ametralladora con trípode que personalmente bajamos el príncipe Sixto, José Luis Marín, no sé si el teniente coronel Elena y yo mismo… Aparte de todo, esto es una incongruencia, porque lo menos que podemos tener es alguna gente que cargara con ella… ¡No tiene por qué ir el príncipe con una ametralladora a hombros! ¡Aparte de que imagínese lo que hubiera sido una ametralladora en la cumbre, disparando contra una masa! Lo que algunos creyeron que sería una ametralladora seguramente no eran más que las mantas y los petates de los chicos que habían pasado la noche allí arriba.


También se ha hablado de unas porras amarillas que se encontraron en la cima, y también de algunas cajas de cartuchos del Ejército español…

– Bueno, eso colocarlo es muy fácil… Cualquier interesado puede hacerlo. Mire, a mí no me sorprende nada cualquier acción de este tipo porque usted sabe muy bien, mejor que yo porque estaba en la cárcel, que en cuanto detienen a Carrillo, a las dos horas ya estaban organizados una serie de panfletos que se estaban pegando en las paredes con todo tipo de pasquines. O sea que estas cosas pueden calcularse. El colocar una serie de cartuchos en la cima de Montejurra y una serie de casquillos eso está al alcance de cualquiera. Vuelvo a repetir que es clarísimo, en lo que se me pueda creer, que por parte de los carlistas con hijos de catorce años no es posible ir a una acción violenta.


Entonces usted dice que desde arriba no disparó nadie, sino desde un lugar intermedio entre ustedes y los que subían. ¿Desde dónde exactamente?

– No lo sé, porque la niebla era muy espesa y no se veía nada. Pero podría decir algo sobre la trayectoria de la bala que mató a Ricardo García Pellejero, de lo que se ha hablado mucho. La primera impresión que tuve estando en la cárcel es que el disparo fue derecho al corazón, lo cual pudo ser así, que le entrara la bala directamente al pecho. Pero parece ser que la trayectoria es de la espalda hacia arriba en dirección al corazón, que es por donde sale. Es decir, de la parte baja del costado hacia el hígado y en dirección ascendente. Esto, en una pendiente que fácilmente se puede calcular en un dieciocho o en un diecinueve por ciento, quiere decir que el tiro no proviene de arriba. Pero esto, ya le digo, son rumores, porque, como es lógico, ni los abogados nuestros han revelado nada ni existen noticias hasta que se celebre el juicio y esto se aclare.


Detención en Madrid

Bajan a Irache, pagan la cuenta de todo el hotel y desaparecen. ¿A dónde van?

– Le decía que don Sixto nos indicó que no saldríamos de Irache hasta que hubiera bajado el último de los nuestros. Había mucho barullo, no sé si se negaron a dar comidas, pero lo cierto es que nos quedamos sin comer. Entonces fue cuando nos enteramos de que había habido dos muertos. La primera noticia fue en el hostal. Vamos, sabíamos que había un muerto y otro gravemente herido. Estuvimos esperando a nuestra gente y a nuestros amigos hasta que bajaron todos del monte. Salimos después en mi coche, tranquilamente, hacia Madrid, con el príncipe. Eran sobre las cinco de la tarde. Cenamos en Medinaceli, en el hostal, y llegamos a Madrid hacia las doce de la noche. Y como llegábamos tarde y mi casa estaba cerrada, nos fuimos a un hotel a dormir. Al día siguiente, cuando mi mujer volvió de Barcelona donde se encontraba, el príncipe y yo nos fuimos a mi casa, donde estuvimos tres días más, hasta que nos vino a detener la Policía. Durante esos días tratamos de contestar a la prensa, lo cual nos resulta muy difícil porque nos encontramos con un vacío absoluto. También estuvimos buscando abogados, concretamente al señor Ferrer Sama, que lo escogimos como gran penalista para iniciar una serie de querellas frente a la prensa. Estaba yo concretamente en la calle Ferraz, donde él vive, era jueves, hablando con el hijo, porque el padre se hallaba en Alicante y no volvía hasta el lunes. Nos estaba diciendo que su padre no solía mezclarse con problemas políticos en absoluto y que no podría ocuparse de este tema. Y justo cuando yo vuelvo a casa, sobre las siete de la tarde, me encuentro con que abajo hay un amigo mío que me dice que la Policía está en casa esperándome y que lo mejor es que me marche. Le contesté que no tenía por qué marcharme en absoluto y que estaba encantado de poder hablar con ellos. Subí al piso y entonces la Policía, muy correcta, me dice que si no tengo inconveniente en acompañarles a la Dirección General de Seguridad. Les dije que, por supuesto, no lo tenía. El príncipe sale en un coche de la Policía para Barajas y le colocan en el primer avión que parte para Roma, y a mí me llevan a la Dirección General de Seguridad, donde me tienen hasta el día siguiente, en que me conducen a Pamplona. El día de San Isidro me llevaron esposado por primera vez en mi vida al Juzgado de Estella. Acompañado por la Guardia Civil me metieron en el furgón al que llaman el «canguro» en términos de delincuencia, y es cuando aparece la fotografía ésa en la portada de «ABC» [1], donde estoy yo con la cara tapada. Era justo en el momento de bajar y un guardia civil me dice: «¡Tápese usted la cara!». Yo, automáticamente, me tapé la cara y luego le pregunté: «¿Por qué me mandó taparme la cara?». Me contestó con un encogimiento de hombros: «Por seguridad personal».


Ante el juez

Y usted comienza a declarar.

– Sí. El juez me tiene cinco horas declarando. Y suceden cosas como ésta: aparece una señorita que se llama Gloria Dueñas, de la que ya he hablado anteriormente. Es una chica joven, de unos veinticinco años, a quien le pregunta el juez, delante de mí, en un careo, si conoce a José Arturo Márquez de Prado. Entonces, ella dice que de toda la vida. Son palabras textuales. Yo estoy muy tranquilo. El juez sigue preguntándole y, concretamente, sobre qué es lo que ocurrió en Montejurra. Ella sigue… «Yo lo que veo es que, de repente, me voy a Pepe Arturo, le cojo del brazo y le digo… Pepe Arturo, parece mentira que tú, con lo que has sido en el carlismo, ahora estés al servicio del capitalismo». Y cuando acaba su versión, donde, según ella explica, le insultó después al príncipe Sixto, el juez, que ha notado en ella algo raro, le pregunta de pronto: «¿Usted conoce a este señor?», refiriéndose a mí. Ella contesta: «Pues este señor la verdad es que no me suena». El juez siguió: «¿Y si yo le dijera a usted que es José Arturo Márquez de Prado?»… «¡Ah! Pues puede ser… Sí, los ojos azules. Lo que pasa es que, claro, con la boina, en el monte y tapado…». No sé a lo que se refería con lo de tapado, como no fuera a estar tapado por la boina. Total, que yo recuerdo que el juez hizo notar cómo esta señorita estaba muy nerviosa y yo muy tranquilo. Entró un segundo testigo, que es un hermano de un señor que fue capitán de requetés en el Tercio de Montejurra y que yo había conocido muchos años antes. Éste está de lego en Javier y me dijo: «¡Pepe Arturo, parece mentira que usted haya estado en Montejurra con quien ha estado!». Y yo, por no discutir, también le dije: «Sí, sí, a mí también me extraña muchísimo que usted, Ancín, haya estado con quien ha estado». Le pregunta el juez si me vio y él dice que sí. Le dice que si me vio con pistola y contesta que en absoluto, cosa que tampoco dice la señorita anterior, que afirma, explícitamente, no haberme visto con pistola. Un tercero es un señor que afirma conocerme sólo de oídas y que él subió hasta el Cristo, rezó y que nadie se metió con él. Solamente hay un testigo que estaba citado para aquella tarde y que no apareció hasta cuatro o cinco días después, en que va a visitarme con el juez a la cárcel. Este señor, al que yo había conocido hace muchos años, se llama Gregorio Bonafau y declara que nos vio a don Sixto y a mí con pistola, mintiendo descaradamente, porque allí no íbamos armados nadie, ni el príncipe ni yo, ni los chiquitos de catorce años, ni el padre de estos chiquitos ni nadie. Fue una versión completamente falsa. Por ejemplo, Carlos Ferrando, de Valencia, declaró que tenía a tres hijos y a un sobrino en la cima, uno de catorce años y otro de diecisiete, y cuando le preguntó el juez sobre la operación militar le contestó: «¿Pero usted cree, señor juez, que si arriba hubiera habido una operación militar yo hubiera llevada allí a un hijo de catorce años, a otro de dieciséis y a otro de diecisiete? ¿Usted cree que soy capaz de eso? ¡Hombre! ¡Qué no soy tan criminal!».


No a la amnistía

Sin embargo, usted, pese a todas estas cosas, sigue procesado…

– Yo salí de la cárcel en libertad provisional en Nochevieja pasada. Existe un auto del juez, del día veinticuatro de enero, justo en el momento de cerrarse el sumario, por el que se rechaza el recurso de los querellantes contra mi puesta en libertad. En ese auto se dice concretamente que mi intervención en el tiroteo que se provocó en la cima no está suficientemente probada, ya que las diligencias vienen a apuntar la existencia de un grupo de cuatro personas que utilizaron armas y desaparecieron sin que se les haya encontrado después. De modo que se me ha puesto en libertad provisional, y aquí estoy. Y además, hay otro auto del juez, del día siguiente, en que se deniega la solicitud de continuar el sumario, porque lo único que se conseguiría sería politizar el tema y no sacar nada en claro.

»Ahora estamos esperando el juicio y –no sé si esto es imprudente decirlo– a mí me gustaría que se celebrase el juicio; es decir, no caer dentro de la amnistía. No estoy seguro de que la amnistía me afecte, pero yo me temo que sí, asunto que no me gusta nada. Sinceramente yo hubiese preferido pasarme en la cárcel tres o cuatro meses más hasta que se celebrase el juicio, porque prefiero salir de la cárcel limpio y que se sepa la verdad y no con una amnistía, donde siempre quedará la duda de si he sido o no culpable; esto, cuando uno tiene la conciencia tranquila, siempre resulta molesto. Me gustaría que este juicio tuviera lugar cuanto antes, aunque creo que va para largo…


Montejurra 77

Bien. Montejurra setenta y seis queda para usted pendiente de juicio. Ahora está usted en la calle. Estamos a poco más de un mes de Montejurra setenta y siete. ¿Qué puede suceder el ocho de mayo?

– Pueden suceder muchas cosas y yo voy a decir lo mismo. He leído una nota de la Hermandad Penitencial en la que se hace una convocatoria. Nosotros vamos a invitar también, por supuesto, a todos los carlistas y, posiblemente, a toda la España nacional o no marxista, para que vayan a rezar por los requetés de la Cruzada muertos, cuyos nombres están escritos en todas las cruces del vía crucis. Frente a eso, ¿quiénes pueden ir? ¿Convocan ellos a una España republicana, una España roja, una España separatista? Pues entonces no cabe duda de que puede haber enfrentamiento; pero, en cualquier caso, los provocadores no seremos nosotros, que estamos en nuestra casa. Si fueran las cruces, que naturalmente no serían cruces porque serían estrellas rojas, para un monte rojo, donde fuera la «Pasionaria» o los seguidores de la «Pasionaria», entiendo que los provocadores seríamos los carlistas si fuéramos allí. Pero resulta que nosotros estamos en nuestra propia casa y vienen ellos a invadirnos. Yo creo que es clarísimo ante la opinión pública que los provocadores serían ellos, como lo fueron el año pasado.


Pero al margen de esto, ¿no puede haber diferencias y enfrentamientos entre seguidores de Carlos Hugo y de Sixto?

– Mire usted: ese sector, el de los «huguinos», desde el momento en que ha abandonado la doctrina tradicional del carlismo, para nosotros ha dejado de ser carlista. Y por eso, si ellos van, nosotros consideraremos que son tan invasores de Montejurra como los demás. Ellos serían los agresores. Ahora quiero que quede claro que nosotros no deseamos para nada ninguna clase de enfrentamiento y que haremos todo lo posible para que no se produzca. Los encargados del orden público deberían tomar todas las medidas necesarias para evitar la violencia. Y al mismo tiempo que le digo esto, le repito que nosotros no dejaremos de ir a Montejurra sólo por evitar unos posibles enfrentamientos de los que no nos consideramos en absoluto responsables. Porque eso sería una cobardía.


Provocación

Pero hombre, si ustedes dicen que les provocan los no carlistas si van a Montejurra y luego van y se ponen a invitar a los que tampoco son carlistas, pero que son de los que ganaron la guerra, ya me dirá si eso no puede interpretarse como otra clara provocación…

– Ciertamente que no es una provocación, porque no se hace frente a nadie y, además, porque existe la razón básica de que hay una comunidad de ideales entre quienes defendemos la legitimidad del dieciocho de julio, y parece lógico que estén allí para rezar, con nosotros, por los requetés muertos en la Cruzada en la que todos participamos. Y eso aun teniendo en cuenta que, como usted sabe, los carlistas y los falangistas nunca nos hemos llevado bien. De todos modos, tendremos muchísimo cuidado en que nadie vaya armado o en son de guerra. Iremos, sin ánimo de provocación o violencia, desarmados y a rezar.


¿Y eso lo puede usted garantizar de los carlistas solamente, o de todos los que vayan invitados además?

– Yo lo que le digo es que en la medida de mis fuerzas procuraré que nadie lleve armas. Por mi parte no pienso llevar ni una navajita. Pero si por esos días no estoy detenido, le aseguro que pienso ir, como he ido toda mi vida.


[1] Portada ABC Márquez de Prado (ABC-16.05.1976).pdf