Fuente: Sábado Cultural de ABC, 10 de Septiembre de 1983, páginas 6 y 7.
ABC entrevista
Eugenio Vegas Latapié, memorias políticas de medio siglo
· «Yo creo que los pueblos son lo que quieren sus gobernantes y no al contrario»
· «La República se hundió por la anarquía absoluta que imperaba en España»
· «Franco no quería, por nada, sublevarse el 18 de julio»
Eugenio Vegas Latapié aguanta aún las secuelas de un infarto que padeció hace trece años. Le prohíben excitarse. Le imponen una vida rigurosamente encalmada, contada y sostenida en píldoras. La vista le flaquea, pero no la memoria: sólida y asombrosa, todavía un prodigio. Todo lo tiene ordenado, codificado e impreso, en su cabeza de asceta, dentro de su frente pugnaz. Todo puntualmente ordenado en los rimeros como electrónicos de sus recuerdos. Medio siglo de vida política española le hierve en la marmita de su cráneo, a fuego lento y sin desmayo. La llama viva le alumbra cualquier pasaje que recrea –mientras apenas le pregunto– en una tarde lenta de verano, delante de un espacioso ventanal por el que se asoman las arboledas de una urbanización en las afueras de Madrid, hacia Somosierra. No hay una sola sombra de vacilación en el relato. Intercala poemas, trae frases textuales de los personajes que cita; rememora cartas enteras. Cuelga la mirada, no se sabe de dónde, más allá de los cristales. A sus setenta y seis años, Eugenio Vegas Latapié tiene las mismas ideas que intuyó en su adolescencia. «Las tengo –dice– porque Dios ha querido, y por convicciones que no calan en veinticuatro horas». Prueban la inmutabilidad del pensamiento de Eugenio Vegas el cúmulo de escritos y papeles que guarda como rastro de más de medio siglo de vida española. Lo guarda todo y, asombrosamente, todo lo tiene a mano. Da en seguida con el papel que busca para corroborar la precisión de la referencia, la exactitud de la cita. Cualquier movimiento le fatiga y le apesadumbra. Se reprocha a veces las pocas ganas de vivir. «Y eso –dice– que ahora estoy mejor. Cuando vino el Papa estaba postrado en la cama».
Treinta años de silencio llevaba Eugenio Vegas. Sus amigos, muchas veces le habían insistido que contase públicamente y revelara ciertos pasajes de su accidentada vida política. Se resistió en la excusa de que nunca encontraba el momento de hacerlo. «El futuro –pensaba– lo mismo da». «Prefiero quedarme sólo con mis ideas, pensando en mis muertos», decía y sigue diciendo. Y sentencia: «Después de todo, la verdad sigue siendo la verdad». Por lo que sea, ha cedido a los ruegos de siempre. Y Eugenio Vegas, a quien Pemán llamó «novio de la Monarquía», fundador de «Acción Española» con Ramiro de Maeztu, ideólogo y doctrinario de lo monárquico, divulgador en España del pensamiento de Maurras, legionario, exiliado político, secretario de Don Juan de Borbón, preceptor de Don Juan Carlos, católico ferviente, conspirador…, Eugenio Vegas cedió a las insistencias y comenzó a escribir sus Memorias políticas, el primero de cuyos volúmenes acaba de salir de la imprenta. Es la parte primera de lo que su autor quiere que sea una trilogía.
Audiencia con Alfonso XIII
Comenzó en ello doce años atrás, reanudándolo luego en 1981. Fueron largas horas de dictado al magnetofón, auxiliado por alguien, norteamericano, que le había enviado su gran amigo Pablo Beltrán de Heredia. Se cansaron ambos y las cintas durmieron más de diez años. «Pero –me cuenta Eugenio Vegas– los amigos se me iban muriendo. Podía escribir con más libertad. Así no queda uno mal con nadie». Me dice que incluso un cardenal le insistía en que se debía decidir a escribirlo todo. Y así, hasta que hace un par de años, otro amigo, Francisco José Fernández de la Cigoña, le empujó a que rematara el empeño. Se le «apropió» de las cintas ya grabadas y las puso en orden. Y Eugenio Vegas le siguió dictando. Fue todo revisado después por Gabriel Alférez. En unos meses estuvieron listas las Memorias.
Abarca este primer tomo el recuerdo de la infancia y la adolescencia, los avatares del nacimiento de «Acción Española», los años azarosos de la República y las vísperas del 18 de julio.
Me habla de los personajes que aparecen en las Memorias y del apoyo documental de lo escrito. «He salvado la mayoría de los papeles, aunque algunos, claro, desaparecen. Me ha desaparecido, por ejemplo, el oficio de la audiencia que me concedió Alfonso XIII en enero de 1930. Estaba firmado por el duque de Miranda. No resultó nada fácil conseguir dicha audiencia. Meses antes ya me había anunciado Dámaso Berenguer, que era entonces jefe de la Casa Militar del Rey, lo inútil que era solicitarla, porque todas estaban suspendidas desde hacía meses por la muerte de la Reina Doña María Cristina. Era muy importante, a mi juicio, lo que debía decir al Rey, así que no me daba por vencido. Me recibió en enero de 1930. Antes me habían informado del protocolo: debía sólo contestar a las preguntas y ser muy breve. Agradecí la advertencia, pero estaba resuelto a no seguirla, ya que debía exponer al Rey la gravedad de la situación. Le dije que el ambiente de España entera estaba entregado a la República; que todas las propagandas, los intelectuales y los estudiantes estaban en contra de la Monarquía y a favor de la República. Y que mientras, por contraste, se extendía en Francia un gran movimiento intelectual a favor de la institución monárquica. Yo le decía al Rey que todavía era posible enderezar el rumbo. El Rey me escuchaba atentamente, pero yo pienso que no se lo creía. No se lo creyó. Pero yo había tranquilizado mi conciencia después de haberle dicho lo que entendía que era mi obligación».
Monarquía o República
Eugenio Vegas tenía entonces veintidós años. Fue aquélla la actuación política más importante que había tenido hasta entonces. «Actuación –insiste– de la que no había sacado fruto alguno».
– Dice usted en sus Memorias que se suicidó la Monarquía.
– Lo expresa muy bien la famosa frase de Alfonso XIII en la inauguración de los Saltos del Duero. El Monarca dijo en su discurso aquello de «Monarquía o República da lo mismo. Lo importante es España». La frase, como se puede suponer, causó verdadera consternación en los pocos monárquicos que quedábamos. Si el propio Rey decía que daba lo mismo, no merecía la pena luchar por nada. Recuerdo perfectamente que Víctor Pradera, un abogado e ingeniero de Caminos, persona de gran temperamento, se revolvía, pocos días después de pronunciada por el Rey aquella frase, sobre un escenario en el curso de un mitin, y gritaba estentóreamente: «¡Monarquía o República no da lo mismo. La Corona no es del Rey, pertenece a España. El Rey no tiene derecho a disponer de ella, porque quien sale perdiendo es la Patria!».
– … Estas duras palabras –prosigue Vegas Latapié– fueron escuchadas con poco entusiasmo, como propias de un loco exaltado. Y fíjese qué proféticas resultaron con el tiempo. Pero Víctor Pradera entonces no podía hacer nada. Dice el «Eclesiastés» que «los pueblos son lo que quieren sus gobernantes». Yo así lo creo. No lo contrario de ello, que se dice ahora. Sigo entendiendo que los pueblos son lo que quieren sus gobernantes que sean. Vale como ejemplo histórico la España de fines del siglo XV, que era un desastre bajo el reinado de Enrique IV. Le sucede, con derecho o sin ello –ésa es otra historia– la Reina Católica. Y en veinte años España es otra. ¿Es que España se había vuelto buena? No. Era la misma de antes. Pero es que los Reyes Católicos habían puesto orden. Y el orden es la premisa principal del progreso. Eso es lo que debía haber hecho Alfonso XIII: haber fomentado una serie de medidas de gobierno, y ayudado a una serie de personas a propagar la conciencia de los peligros de la revolución. Ramiro de Maeztu vio claro el problema y se puso al lado de la Dictadura, que suponía el orden. Pero en lugar de darle una cátedra, para que formara discípulos, le enviaron de embajador a Buenos Aires. Y llegó el vacío… El problema grave, en fin, era que la Monarquía no sabía defenderse, y que el propio Rey no sabía qué era la Monarquía.
«Muchos se apuntaban a la Falange sin saber qué era»
Eugenio Vegas calla unos instantes. Bebe unos sorbos de agua y toma unas pastillas, quizás fármacos sedantes. Su exterior es reposado y tranquilo. Pero su esposa, que asiste a la entrevista desde el primer momento, y que escucha el relato como si fuera la primera [vez] que lo oyera, le sugiere que descanse, que prolongue la pausa. Eugenio Vegas hace caso omiso y continúa:
– Ese desorden llevado al extremo es precisamente el que también hundió a la República. Se hundió por la anarquía absoluta que imperaba en toda España. Así lo reconocían los propios azañistas. Por eso muchísima gente se apuntaba a la Falange sin saber qué era eso. Pero se apuntaban por salir de donde estaban. Esto lo decía Gaciel desde su periódico republicano. Yo siempre he preferido, en lugar de incluir textos de Calvo Sotelo, que a mí me hacían temblar, siempre he preferido, digo, calificar a la República con palabras de republicanos. Con muchas opiniones de éstos he estado de acuerdo. Decía Montherlan que «a las multitudes, como a los perros, les gustan los malos olores».
La palabra de Eugenio Vegas sigue planeando sobre el escenario histórico del primer volumen de sus Memorias:
– … Un mes después de proclamada la República, ciertos de sus promotores empezaron a llevar a la práctica su programa inicial. Por ejemplo, la quema de conventos y de instituciones religiosas. El 11 de mayo prendieron fuego a los jesuitas de la Gran Vía y a los carmelitas de la plaza de España. En la calle la gente se quedaba asombrada y pasiva ante tales desatinos. El pretexto era que se había pedido permiso para crear un Círculo Monárquico. Y el permiso nos lo dieron. Yo era entonces presidente de la Juventud Monárquica de Madrid. Y precisamente para quitarme de en medio el día de la inauguración, me fui de excursión a Alcalá de Henares. De todos modos, al día siguiente me arrestaron, porque Alcalá Zamora creía que había estado en el Círculo y participado en los incidentes. Fui a recoger mi arresto, que se me imponía, además, por mi condición de jurídico militar, y vi cómo continuaban los incendios por todas partes. Con unos amigos me dediqué a trabajos de socorro en la evacuación de conventos de religiosas. Aquella tarde del 11 de mayo quedó proclamado en Madrid el estado de guerra.
Llegados a este punto, Eugenio Vegas da por terminadas sus referencias al contenido de su primer volumen de Memorias y pasa a contarme algunos de los puntos que aparecen en los dos tomos posteriores: sus choques con Franco, los años del exilio, sus tiempos de secretario político de Don Juan y, después, de preceptor de Don Juan Carlos, pertenecen a otros pasajes de la peripecia vital de Vegas Latapié.
Me anticipa, de los dos próximos libros, parte de un relato sobre cómo Franco no quería, por nada, sublevarse el 18 de julio. Que sólo aspiraba a ascender con tranquilidad, y que, incluso, escribió a Casares Quiroga diciéndole que estaba muy descontento e incómodo en el Ejército…
«Franco iba a lo suyo»
– Todas esas tonterías sobre la idea de Patria –añade Eugenio Vegas– de que después habló tantas veces, entonces no la[s] creía. Ya lo dijo el general Sanjurjo, en un pareado ingenuo, pero muy significativo: «Franquito es un cuquito que va a lo suyito». Iba a lo suyo, sí. Y le costó mucho decidirse por la sublevación. Recuerdo que estaba yo comiendo en un restaurante muy agradable, el día 10 de julio, con unos amigos, cuando se me acercó a la mesa el diplomático, entonces cesante, José Antonio de Sangroniz. Cometiendo una indiscreción, el bueno de Sangroniz me dijo que marchaba en tren a Cádiz para tomar el barco hacia Canarias, donde debía llevar el ultimátum al general Franco, para ver si tomaba o no tomaba parte. Pasaron unos días y yo no sabía nada de cuál había sido el desenlace del asunto. Mi enlace era Juan Vigón, que a su vez enlazaba con Valentín Galarza. Por ahí supe de la respuesta afirmativa. Y que Franco salió de Canarias en una avioneta hacia Casablanca pilotada por el capitán Benn. Por el camino, Franco tiró el uniforme y se vistió de moro, tal como lo ha contado el propio Benn. Una vez en Casablanca, procurando pasar inadvertido, se dirigió al hotel, para enterarse de qué campos de aviación estaban ya tomados por los nacionales. ¿Tetuán? Pues a Tetuán. Y allí le rindieron honores y todo. En fin, quiero decir con todo esto que el Alzamiento del 18 de julio se llevó a cabo no por Franco, sino a pesar de Franco.
Me anticipa también Eugenio Vegas el relato de algunos pasajes posteriores a julio de 1936. Su nombramiento como vocal de la Comisión de Cultura de la Junta Técnica del Estado, cargo al que muy pronto renunció por discrepancias con el nuevo régimen. Su posterior incorporación a la Legión con nombre falso. Su nuevo exilio, por la firmeza de sus convicciones, al acabar la guerra; primero en Suiza y después en Portugal. Sus relaciones con Don Juan y las vicisitudes que finalmente le llevaron a regresar a España, luego de que se decidiera que el Príncipe Don Juan Carlos se formase aquí.
La política es a veces Historia presente; pero la Historia es siempre política pasada. Aunque algunos de sus protagonistas la sobrevivan.
Blanca BERASATEGUI
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