Fuente: Oficio de la Toma de Granada, Fray Hernando de Talavera, Textos de Francisco Javier Martínez Medina, Pilar Ramos López, Elisa Varela Rodríguez y Hermenegildo de la Campa, Diputación de Granada, 2003, páginas 92 – 99.
Lectura Primera
Hoy tenemos, dilectísimos hermanos, el día solemne y preclaro, el día de gozo y exultación, el día de la alegría y del júbilo, el día de la buena noticia, en el cual, si nos callamos, se nos puede argüir de culpa. Día venerable, día santo del Señor. Día celebérrimo, el día para nosotros más famoso y santo de todos, porque es el día de la misericordia del Señor. Es el día que desearon y esperaron nuestros antepasados y no lo vieron. Felices nuestros ojos: porque merecieron verlo. Este día se hizo casi dos días. Y un único día: mejor que mil. Es el día que hizo el Señor para que nos exultemos y nos alegremos en Él. A saber, es el día en el cual todo se somete a la fe católica, todo se alcanza para la cristiana religión; es el día en el cual todo se restituye por el dominio de los españoles: la ciudad de Granada, ciudad fortísima, segura por sus puentes y rodeada de murallas. Ciudad potentísima, ciudad de refugio y de excelente morada. Ciudad plena de delicias, ciudad fecundísima, ciudad ínclita, ciudad gloriosa. Famosísima con razón en todo el orbe universo. Señora de naciones y cabeza de provincias. Una urbe de perfecta hermosura; gozo y soberbia de los agarenos. Capital y coronación del ardor mahometano en las regiones de los españoles.
Lectura Segunda
Diré que todo se restituye por la obra y el trabajo, por el entusiasmo y el valor, por la actividad y el sudor de nuestro óptimo Rey de los españoles Fernando, quinto de este nombre. De nuestro Rey serenísimo y preclaro. Que, como otro Josué, batallando las batallas del Señor, en breve tiempo, es decir, en diez faustos y felices años, toda la tierra de promisión, esto es, todo el Reino de Granada, que de ninguna manera es diferente de toda aquella tierra famosísima, recuperó esforzadamente desde la ciudad de Gaucín hasta la ciudad de Granada, con un trabajo incansable y un continuado batallar, incluso en el tiempo en que los reyes no suelen ir a la guerra, sino más bien desistir de batallas y de sitios. El mismo Dios excelso tomó su derecha no de otro modo que la derecha del Rey Ciro, e hizo huir a los reyes delante de su faz. Abrió delante de él las puertas de las ciudades fortificadísimas y pertrechadas. Pues el mismo Dios inmortal fue por delante de él e hizo que se le humillasen los varones gloriosos de la tierra. Destrozó puertas broncíneas y rompió los cerrojos férreos. Y Dios le dio tesoros escondidos y los arcanos de los demás.
Lectura Tercera
Todo vuelve a como debía ser, por el consejo y la actividad de la Serenísima Reina Isabel, la cual escogió para sí una tal ciudad, cuyo precio merece venir desde lejos y desde los últimos confines; la cual Isabel fue conducida por un cierto presagio de las cosas futuras, porque aconteció ser la séptima entre las féminas que en los Reinos de España con pleno derecho sucedieron en la realeza. Fue regalada con los siete dones del Espíritu Santo; sobresalió a todas las mujeres de nuestro tiempo. Pues en nuestro entorno no existió una tal mujer sobre la Tierra, en aspecto y hermosura, y en el sentido y uso de las palabras, incluso en aquél que intrínsicamente está latente. Ciertamente hermosa por su cara, pero más hermosa por la fe, la esperanza y la caridad y toda virtud. La cual, como otra sapientísima Débora, con su consejo, con su colaboración y con su ayuda, por las manos de su esposo, el famosísimo buen Barac, a los Reyes infieles Sísara y Jabim, y a otros enemigos de la fe, combatió y venció. Y como otra religiosísima y elegantísima pero honestísima Judit, por su consejo y por sus oraciones presentadas al Señor, y por sus sacrificios ofrecidos incesantemente a Dios, ayudada por su criada, esto es, ayudada por los ayunos y oraciones asiduos de sus sirvientas, que rogaban continuamente dentro de su tienda al Dios Inmortal (de quien es la victoria), por las poderosísimas manos de su meritísimo esposo, no sólo conservó sino que recompuso su Reino. Esta Reina, por tanto, sea para siempre gloria de los españoles, alegría de los íberos, y honor de los europeos occidentales. [Ilegible].
Lectura Cuarta
Pero, aunque esta obra tan ardua, tan piadosa, tan religiosa y gloriosa, y tan grandemente deseada por los nuestros, durante tanto tiempo, hubiese sido acabada por la gran actividad y por el excelente e infatigable trabajo de estos serenísimos Príncipes, sin embargo, lo más principal es que hemos visto, con la ayuda de la Divina Clemencia, el fin de este feliz y gozoso acabamiento. Ayudando la Divina Providencia, con la inspiración de la Divina Omnipotencia, de la cual es propio cambiar los Reinos y doblegar los Imperios, deponer de su solio a los poderosos y erigir y exaltar a los humildes Príncipes que confían en Él. Pues los ayudó porque esperaron en la misericordia de Dios, y no en su armadura. Los favoreció porque, no en los carros ni en los caballos, como los enemigos de la fe, sino que clamaron en el nombre del Señor. Les concedió la victoria porque la esperaron, no por sus fuerzas, ni por su espada, sino del Cielo. El mismo Dios que había castigado es el mismo que sanó.
Lectura Quinta
Referiré que golpeó el Señor a toda España por el crimen del Rey Rodrigo. Y entraron los árabes. Y como ciertos jabalíes silvestres, devastaron y exterminaron España; y como fieras extraordinarias, pacieron en ella. Ofrecieron los templos santos, ofrecieron a los cristianos muertos como alimento de las aves del cielo. Las carnes de los santos, a las fieras de la tierra. Derramaron como agua la sangre inocente por toda España. Humillaron al pueblo cristiano, y su heredad la vejaron. A la viuda y al forastero lo mataron, y a los niños los asesinaron. A las mujeres las humillaron, y cometieron estupro con las vírgenes. Colgaron con violencia a los principales, ni respetaron la faz de los ancianos. Abusaron impúdicamente de los adolescentes, y a los niños los crucificaron. Ya no hubo viejos en sus puertas, ni jóvenes en los coros de los que cantaban, y dijeron: Venid y dispersemos a los cristianos, y no haya de ellos más memoria, ni de su nación ni de su nombre.
De común acuerdo, y al mismo tiempo, maquinaron un testimonio contra Cristo, e instalaron los tabernáculos de los idumeos y de los ismaelitas, de Moab y de los agarenos, de Gebal y de los amorreos, con los habitantes de Tito. Y Assur vino con ellos. He aquí cómo el Señor castigó a España.
Lectura Sexta
Pero el Señor sanó a España, renovando los antiguos prodigios. Él mismo se eligió, más allá de la esperanza de los hombres, entre millares, a estos Príncipes serenísimos, y los hizo y los encontró conforme a su corazón. Él mismo unió con ellos los ánimos de los habitantes de estos Reinos, de los grandes y de los pequeños. De tal modo que se uniesen casi como un único hombre en esta expedición bajo su mando. Y cuando no tenían ni un real para empezar y proseguir una empresa tan ardua y tan por encima de sus fuerzas, el mismo Dios, de un modo admirable, les concedió abundantemente todo lo necesario que solicitaron e imaginaron. Y acerca de estas cosas, en verdad, nos faltaría tiempo si quisiéramos decir cada una de ellas. Baste lo que diga el que lo vio: da testimonio de esto. Y es ciertamente su testimonio verdadero. Pero conocieron los excelentes Príncipes que la mano de Dios, y no la suya, hizo estas cosas. Y, por tanto, siempre, y en todas las cosas que prósperamente sucedían, decían: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da la gloria. Pues nosotros somos siervos inútiles; lo que debíamos hacer hemos hecho, y, ayudándonos Tú, lo hemos hecho. Y ojalá hayamos hecho eso bien, y bien lo hagamos.
Lectura Séptima
Gocémonos, pues, y exultemos en este día. Alegrémonos y jubilemos porque hoy, como dice el profeta Daniel, se ha acabado la iniquidad, y tiene fin el pecado que había convertido la tierra en salitrera, nuestra heredad la dio a extraños, y nuestras casas a los extranjeros. Alegrémonos, digo, en este día, con Isaías profeta, como aquéllos que se alegran con la mies, como se gozan los vencederos cuando, cogida la presa, se reparten el botín. Pues hoy el yugo del opresor de nuestra tierra, la vara sobre nuestra espalda y el dominio de nuestro recaudador han sido superados, como en el día de Madián. Celebremos los días de esta Fiesta de los Tabernáculos del mes de Enero del año de nuestra salvación milésimo cuadragentésimo nonagésimo segundo. Pues hacemos bien si esa festividad la tenemos como día de banquete y alegría, y si todos unidos, hasta lo sumo del altar, hacemos de ese día un día solemne. Pues hoy cesó el recaudador, y los impuestos han sido suprimidos. El Señor ha roto el báculo de los impíos, y la vara de los dominantes que golpeaba a los pueblos con ira.
Lectura Octava
No dejemos de alabar el Nombre del Señor, día y noche. Bendigamos al Señor en todo tiempo; siempre esté su alabanza en nuestra boca; abunde la verdadera alabanza de Dios en nosotros, alabanza que tanto tiempo ha faltado en estas tierras. Digo verdadera y hermosa alabanza, de un corazón puro, de una conciencia buena, de una fe no fingida. Pues no hay hermosa alabanza en la boca del pecador. Superabunde ya la gracia donde tanto tiempo abundó el delito; produzca finalmente esta ciudad uvas, la que hasta ahora produjo agrazones. Traiga al Dios, su Señor, un vino exquisito para beber, y para degustarlo allí con los labios y los dientes, la que hasta ahora aportó hiel de dragones. Pues la vid de los agarenos es una vida amarga; y un brote amarguísimo germine ya hierba verde; y que produzca semilla y germine un árbol pomífero que produzca fruto según su especie, la que hasta ahora germinó espinas y abrojos.
Lectura Novena
Y nosotros, hermanos carísimos, oremos al Señor Nuestro Dios, de todo corazón, para que convierta a Él, en el fin de los siglos, a todo el pueblo de los agarenos, los que están más allá del Mar, y en cualquiera parte de esas tierras cecucientes y errantes, como ya convirtió a todos los habitantes en este Reino. Como convirtió a los cretenses y árabes, en el comienzo de la Iglesia naciente. Abra sus ojos para que entiendan que el pueblo cristiano no adora a tres dioses, como ellos muy engañados piensan. Sino a un solo Dios verdadero, uno en sustancia y trino en personas, al cual el padre de nuestra fe veneró y adoró, el gran Abraham, al cual ellos se jactan de tener como padre. Abraham vio a tres y adoró a uno solo. Entiendan también y vean que no es imposible ni absurdo, sino coherente con la razón y la piedad, que Jesús, el Hijo de María Virgen según la humanidad, sea verdadero y consubstancial Hijo de Dios según la divinidad. Dios y hombre, mediador de Dios y de los hombres. El hombre Cristo Jesús que, por una caridad perfecta y una máxima compasión, murió por nuestros pecados, en la humanidad, y resucitó por nuestra justificación, en la divinidad. Y subió al Cielo, como también ellos confiesan. Y crean rectamente lo que creemos, y vivan píamente como nosotros vivimos, para que sean hechos con nosotros un único y verdadero pueblo de Dios. Brinden, como nosotros también brindamos, al mismo Señor Nuestro Jesucristo, con el buen vino que ha guardado hasta ahora, el cual, con el Padre y el Espíritu Santo, vive y reina, Dios por los siglos de los siglos. Amén.
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