Fuente: Cruzado Español, Números 473 – 474, 1 y 15 de Diciembre de 1977, páginas 10 – 12.
EL CRISTIANISMO Y SUS ENEMIGOS
Por F. TUSQUETS
La antigua civilización pagana, a pesar de la filosofía griega y del sentido romano del derecho, desconocía el verdadero valor del hombre. Fue Cristo, con su Encarnación, su predicación y ejemplo, y su sacrificio en la Cruz, quien nos reveló nuestra verdadera dimensión de hijos de Dios y herederos de su gloria. El mundo le debe al cristianismo el verdadero concepto de la dignidad humana. Y fue el cristianismo el que, sin revoluciones ni violencias, logró la suavización y desaparición de la esclavitud, lacra que sufría la civilización greco-latina y que oscurecía otros valores positivos que la situaban a la cabeza de las demás civilizaciones de la antigüedad.
Con el triunfo del cristianismo en el mundo, fueron apareciendo, concretándose y potenciándose, todos los demás valores derivados del derecho natural, como son familia, libertad, propiedad, honor, patria; todo ello culminó en aquel sabio y cristiano equilibrio político y social vigente durante la Edad Media, tiempo en que la cultura y el arte brillaron a gran altura.
Bastaría recordar, por ejemplo, la filosofía de Santo Tomás y la maravilla de las catedrales góticas, para hacernos una idea de lo que realmente fue aquella Edad, hoy día tan denostada. Aquel impulso civilizador cristiano, derramado y vertido sobre gran parte de la Edad Moderna, no sabemos hasta qué cotas de civilización y cultura nos habría llevado hasta el día de hoy. Y no lo sabemos, porque en el mundo han actuado unas fuerzas del mal, cada vez más poderosas, que, desde hace siglos y con intensidad creciente, vienen oponiéndose al influjo cristiano, con el ánimo de anularlo y destruirlo [1].
EL PROTESTANTISMO
Aunque estas fuerzas del mal vienen actuando desde siempre, y de una manera especial desde que Cristo empezó su predicación, el impulso del cristianismo fue durante siglos incontenible, ya que hasta el final de la Edad Media pudo vencer o contener los ataques de sus enemigos interiores y exteriores. Podríamos decir que la aparición y desarrollo del protestantismo, al romper la unidad religiosa de Europa, fue el primer revés profundo sufrido por el cristianismo. Si bien es cierto que la irrupción del protestantismo coincidió con la evangelización del Nuevo Mundo –con lo cual el cristianismo todavía aumentó numéricamente–, también es verdad que la herejía protestante sembraba unos gérmenes de destrucción que iban a tener efectos y consecuencias que todavía hoy estamos sufriendo.
La revolución religiosa fruto del protestantismo, y la aparición de filosofías distintas de la escolástica que fueron evolucionando en un sentido subjetivista y naturalista, fueron preparando el terreno hasta hacer posible la Revolución francesa, con la cual se hundió lo que quedaba del antiguo régimen cristiano medieval y se impuso en el mundo el liberalismo. Es evidente que, en el transcurso de los tres siglos que mediaron entre las dos revoluciones, mientras el cristianismo se iba debilitando, el materialismo, el egoísmo y la insolidaridad iban ganando terreno en nuestro mundo occidental.
FILOSOFÍA DEL LIBERALISMO
Sin negar siempre necesariamente la idea de Dios, el liberalismo implantó el laicismo; es decir, negó los derechos de Dios en los terrenos político, social y económico, relegándole al único ámbito de la conciencia íntima de cada persona, y, al negar el principio del origen divino del poder, instituyó el de la soberanía del pueblo.
CAMBIOS INTRODUCIDOS POR EL LIBERALISMO
Al suprimir el montaje político antiguo, basado en el origen divino del poder, con sus Reyes respetuosos con la Iglesia, y con sus Cortes orgánicas formadas por los estamentos y corporaciones naturales, la Revolución creó un vacío que fue llenado por ella misma, mediante el sistema de los partidos políticos artificiales y las Cortes parlamentarias irresponsables. Con este cambio, acompañado de la descristianización creciente de las naciones, lo que había sido una estructura equilibrada y natural, se trocó en algo informe, manipulable y maleable; y lo que era pueblo, se fue convirtiendo en masa [2].
En efecto; en el antiguo régimen, cada estamento y cada corporación enviaba a las Cortes a sus representantes con un mandato imperativo específico, del cual el representante o procurador era responsable directo ante quienes se lo habían conferido; nótese además que cada procurador era elegido de una forma consciente, por personas que tenían intereses comunes, concretos y conocidos.
No sucede lo mismo con el sistema liberal. En él, son unos grupos minoritarios los que, a través de los partidos políticos, promueven unos candidatos que luego tienen que ser elegidos por la gran masa de la población a través de una votación multitudinaria y anónima. Con ello queda diluida la responsabilidad del diputado con respecto a quienes le han votado, ya que, caso de verse defraudados por su representante, los electores no tienen cauce para formular ninguna reclamación.
APARIENCIA DEL SISTEMA LIBERAL
A pesar de que este sistema es una pura farsa, se presenta y se justifica, de cara al pueblo sencillo, de la forma atrayente que todos conocemos, y que podríamos esquematizar así:
1. El pueblo soberano es libre para expresar y procurar el triunfo de sus distintas opciones, en lucha noble y abierta.
2. Como expresión del pluralismo de opciones, surgen, desde abajo y de forma natural, los distintos partidos políticos.
3. Por medio de las elecciones, el pueblo elige sus diputados, confiere mayorías y minorías, y rechaza a los que no responden a sus ideas.
4. Las mayorías y minorías de representantes elegidos forman las Cámaras legislativas, a cuyas decisiones todos deben sujetarse, puesto que Congreso y Senado son la voz del pueblo.
REALIDAD DEL SISTEMA LIBERAL
Pero a poco que se medite sobre los trasfondos de la política, no hay más remedio que tener en cuenta otros factores. Uno de ellos, muy sencillo, es pensar en la cantidad de dinero que se necesita para sostener un partido político y llevarle a las elecciones con posibilidades mínimas de éxito [3]. Y si, además, pensamos que el mundo, desgraciadamente, está dominado por unas minorías que no confiesan cuáles son sus objetivos reales, creemos que el esquema verdadero que rige para el funcionamiento del fraude liberal, es el siguiente:
1. Existen unas minorías poderosas, más o menos ocultas, que cuentan con pensadores que van elaborando y adaptando sus programas de dominio y ordenación social, a corto y largo plazo.
2. Las líneas fundamentales elaboradas, son proyectadas por aquellas minorías a través de los partidos políticos sobre los cuales influyen, matizándolas caso de que un solo grupo domine varios partidos, o siguiendo una sola línea cuando se trate de un partido monolítico sujeto a una sola internacional.
3. Después de las elecciones, determinados políticos se convierten en diputados, sin que el pueblo pueda saber con certeza cuáles de ellos son agentes de las minorías prepotentes, y cuáles otros son simples comparsas, de buena o mala fe.
4. Los diputados y senadores elegidos de forma tan hábil y artificiosa, quedan mucho más atados a los grupos que les han escogido, que a las masas que les han votado.
En resumen. Se puede afirmar que en el régimen cristiano antiguo, la inmensa mayoría del pueblo, en forma orgánica y escalonada, estaba auténticamente representada en los altos organismos. ¿Se puede decir lo mismo de las Cortes liberales? Creemos que no. En primer lugar, hay que notar que los afiliados a los partidos políticos son una exigua minoría de la población. En segundo lugar, y pensando en las diversas democracias occidentales, ¿cuál es el porcentaje de electores que acuden a las urnas? Y ¿cuántos de ellos acuden a los comicios de mala gana, votando a los que les parecen menos malos, por no sentirse representados por ningún partido? Y sobre todo… ¿cuál es el porcentaje de electores que acuden a las urnas sabiendo realmente lo que votan? Cuando la representación popular está enmarcada por el sistema liberal de partidos, ¿se puede realmente hablar de democracia?
EL LIBERALISMO SOCIO-ECONÓMICO
Si hasta aquí hemos visto cuáles han sido los cambios que el liberalismo produjo en lo político, vamos a considerar ahora los que afectaron a los terrenos sociales y económicos.
Fueron dos los factores que se conjugaron dando por resultado el final del sistema social y económico antiguo: la Revolución francesa, y la era del maquinismo y la industrialización. La primera, suprimiendo con la organización corporativa las antiguas reglamentaciones gremiales, instauró una libertad y competencia desenfrenada entre los empresarios. Con ello, y con la irrupción del maquinismo y de la era industrial, surgieron forzosamente las nuevas figuras del capitalista y del proletariado.
Debido a la libertad absoluta de contratación y al juego feroz de la competencia, el fuerte empezó a explotar al débil. Unos pocos se enriquecieron demasiado, mientras una gran masa sin protección de ninguna clase quedaba a merced de los que quisieran contratarle. Fue la época del liberalismo económico total. Es de creer que el tránsito desde el artesanado a la industrialización, se hubiera podido hacer de una forma más cristiana y más humana, si la Revolución no hubiera roto el sistema corporativo antiguo.
La gran injusticia social que se creó, el vacío dejado por la desaparición de las corporaciones, y la descristianización creciente, fueron las tres causas que produjeron los modernos movimientos obreros revolucionarios de tipo anarquista y marxista. El nuevo proletario resultó ser el campo abonado para la nueva revolución social, de que hablaremos más adelante.
Otro dato a tener en cuenta, por la importancia que tuvo para afianzar el régimen liberal y acabar con los vestigios del antiguo régimen, fue el decreto de desamortización de la primera mitad del siglo pasado. Con el pretexto de hacer más productivas las grandes fincas propiedad de la Iglesia y de varias corporaciones, el Estado las expropió y las vendió en pública subasta. No fue ninguna reforma agraria, puesto que sus compradores fueron algunos burgueses que se convirtieron en latifundistas y defensores acérrimos del nuevo régimen. Con ello se consumó una gran injusticia social, puesto que no sólo se cometió un inmenso robo, sino que además se despojó a muchos municipios de sus bienes comunales, dejándoles sin recursos propios, y por tanto sin libertad ni personalidad, inermes, y dependientes del Estado.
Estos procesos que venimos apuntando, tendían en definitiva hacia el debilitamiento o supresión de todos aquellos cuerpos intermedios que en el antiguo régimen se interponían entre el Estado y el individuo, y que evitaban la actual masificación de la persona, que hoy queda totalmente desarmada frente al Estado omnipotente.
Otro fenómeno importante a señalar, lo constituye la evolución del capitalismo moderno. A la libre y desenfrenada concurrencia económica de los primeros tiempos del liberalismo, ha seguido dentro de este siglo una concentración cada vez más acentuada, que ha puesto el manejo del dinero en manos de reducidos grupos, los cuales han pasado a tener un poder político desmesurado. Y ello ha ocurrido a escala mundial [4].
LAS TRES REVOLUCIONES
Las fuerzas del mal de que nos hablan León XIII y Pío XI […], actúan en tres niveles: religioso, político y social. Y tres han sido también las revoluciones promovidas para cambiar el mundo.
La primera, la religiosa, se produjo hace aproximadamente medio milenio con Lutero y el protestantismo: se rompió la unidad de la Cristiandad occidental y se sembraron los gérmenes nocivos para ir debilitando el cristianismo e ir preparando el terreno a las sucesivas revoluciones.
La segunda, la política, estalló con la Revolución francesa en 1789, destruyó las antiguas estructuras cristianas, y abrió el paso al liberalismo, como hemos visto.
La tercera, la social, se anunció a mediados del siglo pasado con el «Manifiesto comunista» de Marx y Engels, y estalló en la Revolución rusa de 1917 bajo la dirección de Lenin. Intenta transformar radicalmente el mundo y crear un hombre nuevo: es el marxismo en sus diferentes modalidades.
EL MARXISMO
Con el marxismo la Revolución llega hasta su máximo grado en todos los niveles. En lo religioso, no sólo prescinde de Dios como hace el liberalismo, sino que quisiera borrar incluso su recuerdo dentro de la intimidad de cada persona, y se afana en esa dirección usando los procedimientos que más convengan, violentos o suaves, y a corto o a largo plazo. En lo político, suprime o inutiliza a todos sus adversarios e implanta la más férrea y brutal de las dictaduras. Y en lo social y económico, dando un paso más que el supercapitalismo financiero, erige al Estado como en único dueño y patrono de todo el pueblo, suprimiendo los restos de libertad económica que aquél todavía conservaba.
El marxismo pretende crear un hombre nuevo, sin alienaciones, es decir, sin Dios, sin patria y sin tradiciones: un desarraigado total con el que poder construir un mundo nuevo. El marxismo, tanto en lo filosófico, como en lo político, como en lo económico, recoge la antorcha del liberalismo, y quiere llevar la Revolución hasta sus últimas consecuencias.
Cuando se medita y se profundiza sobre lo que ahora está ocurriendo en el mundo, uno ya no se extraña al ver la inoperancia y la impotencia del liberalismo frente al comunismo. Ello se explica al constatar que el liberalismo facilita el paso al socialismo, y que el heredero del socialismo es el comunismo [5]. Por otra parte, conviene recordar que ya León XIII en la «Humanum genus» nos decía que masonería y comunismo se apoyan en la misma base filosófica del naturalismo [6].
LAS DOS OPCIONES
Si el mundo cristiano se va debilitando y triunfan otros principios, nada tiene de extraño que el marxismo acabe desbordando y superando al liberalismo. Mientras éste pretende quedarse a mitad del camino, aquél, más lógico, quiere recorrerlo hasta el final. Cuando Pío XI dice que el liberalismo es el padre del socialismo educador y que el comunismo es su heredero, no hace ninguna frase sin sentido, sino que recuerda una verdad, puesto que de las causas o principios derivan las consecuencias lógicas. Si el liberalismo niega los derechos de Dios y proclama el laicismo y el indiferentismo, es comprensible que el marxismo, siguiendo hasta las últimas consecuencias, se proclame ateo y declare la guerra a Cristo. Si el liberalismo hizo tabla rasa del antiguo régimen y quiso una evolución revolucionaria, es natural que el marxismo, más joven y más revolucionario, quiera seguir aquella evolución hasta llegar a un mundo y un hombre nuevos. Si el liberalismo creó primero al capitalista y al proletario, para llevarlos hasta la oligarquía financiera dominadora, es lógico que el marxismo, finalizando la operación, quiera que todo el pueblo sea esclavo de un Estado dominado por el Partido.
Vemos, pues, cómo el marxismo tiene grandes perspectivas operativas sobre el liberalismo. Frente al espíritu revolucionario híbrido, escéptico y vacilante de los liberales, se yergue el marxismo, arrogante y pletórico, con su lógica, monstruosa ciertamente, pero que resulta implacable y fatal si los hombres quieren prescindir de Dios.
En Occidente, con un cristianismo decadente, los poderes públicos respetan o por lo menos toleran a la Iglesia. Pero vemos a la Europa occidental entretenida en sutilezas y regateos comerciales, mientras las tropas del Pacto de Varsovia se arman cada vez más. ¿Qué ocurrirá si un día los últimos soldados americanos embarcan hacia la otra orilla del Atlántico?
En otro orden de cosas más elevado, cabe otra consideración. Cristo nos dice en el Evangelio: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura». Ahora bien, si los cristianos lo hacemos al revés y buscamos primero la añadidura, es decir, el dinero, ¿no corremos el riesgo de ser dominados por los judíos, puesto que ellos son los que mejor manejan las finanzas en todo el mundo?
Creemos que la más reciente historia, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, nos ha demostrado suficientemente que supercapitalismo y comunismo no son realmente enemigos; antes bien, y a pesar de divergencias accidentales y temporales, que incluso pueden desencadenar catástrofes mundiales, convergen en sus fines últimos en el fondo anticristiano de ambos, y nos van llevando hacia un mundo materialista, amorfo y domesticado, del que se pretende borrar lo que queda de la civilización cristiana. Y es evidente que tal meta sería mejor alcanzada por el marxismo, en alguna de sus varias tendencias.
Los marxistas se ufanan proclamando el fatalismo y la irreversibilidad de su proceso evolutivo. Este enunciado no se puede admitir, puesto que hacerlo supondría negar la libertad humana y la Providencia Divina. Pero lo que sí es verdad, es que el mundo no tiene más que dos alternativas: o la libertad limitada por el derecho natural y la ley de Dios, o la tremenda esclavitud del Leviatán moderno en cualquiera de sus modalidades. Para decirlo en lenguaje católico: o con Cristo, o contra Cristo.
NOTAS
[1] Fuerzas del mal
En 1884, el Papa León XIII, al condenar a la Masonería y explicar a los católicos lo que era aquella secta, comenzaba diciendo:
«El género humano, después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos campos contrarios, de los cuales el uno combate sin descanso por la verdad y la virtud, y el otro lucha por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. El primer campo es el Reino de Dios en la Tierra, es decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo. Los que quieren adherirse a ésta de corazón y como conviene para su salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su Unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad. El otro campo es el reino de Satanás. Bajo su jurisdicción y poder se encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, se niegan a obedecer la ley divina y eterna, y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o combatiendo contra Dios. Con aguda visión ha descrito Agustín estos dos reinos como dos ciudades de contrarias leyes y deseos, y con sutil brevedad ha compendiado la causa eficiente de una y otra en estas palabras: “Dos amores edificaron dos ciudades; el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, edificó la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la ciudad celestial”. Durante todos los siglos han estado luchando entre sí con diversas armas y múltiples tácticas, aunque no siempre con el mismo ímpetu y ardor. En nuestros días, todos los que favorecen el campo peor parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia bajo la guía y con el auxilio de la Masonería, sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida en todas partes. No disimulan ya sus propósitos. Se levantan con suma audacia contra la majestad de Dios. Maquinan abiertamente la ruina de la Santa Iglesia con el propósito de despojar enteramente, si pudieran, a los pueblos cristianos, de los beneficios que les ganó Jesucristo nuestro Salvador» (León XIII. Primer párrafo de la Encíclica «Humanum genus»).
En 1937, en plena guerra española, y cuando el comunismo esclavizaba únicamente a Rusia, el Papa Pío XI, para explicar a los católicos lo que es realmente la doctrina comunista, empieza diciendo:
«La promesa de un Redentor divino ilumina la primera página de la historia de la humanidad; por esto, la confiada esperanza de un futuro mejor suavizó el dolor del paraíso perdido y acompañó al género humano en su atribulado camino hasta que, en la plenitud de los tiempos, el Salvador del mundo, apareciendo en la Tierra, colmó la expectación e inauguró una nueva civilización universal, la civilización cristiana, inmensamente superior a la que el hombre había hasta entonces alcanzado trabajosamente en algunas naciones privilegiadas.
Pero la lucha entre el bien y el mal quedó en el mundo como triste herencia del pecado original, y el antiguo tentador no ha cesado jamás de engañar a la humanidad con falaces promesas. Por esto, en el curso de los siglos, las perturbaciones se han ido sucediendo unas tras otras hasta llegar a la revolución de nuestros días, la cual por todo el mundo es ya una realidad cruel o una seria amenaza, que supera en amplitud y violencia a todas las persecuciones que anteriormente ha padecido la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquélla en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor.
Este peligro tan amenazador, como habréis comprendido, Venerables Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que pretende derrumbar radicalmente el orden social y socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana» (Pío XI. Primeros párrafos de la Encíclica «Divini Redemptoris»).
Nótese la concordancia y perfecta complementariedad entre las dos citas. León XIII, para condenar a la Masonería en 1884, y Pío XI, para condenar al Comunismo en 1937, coinciden en señalarnos, desde el comienzo de sus Encíclicas, la existencia de unas fuerzas del mal inspiradas por el diablo, y la lucha que desde siempre sostienen estas fuerzas contra el cristianismo. Vemos, pues, cómo Masonería y Comunismo, aun siendo distintos, concuerdan en profundidad.
[…]
[2] Pueblo y masa
El Papa Pío XII, pocos meses antes del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya era evidente la victoria de las llamadas Democracias sobre las fuerzas del Eje, quiso explicar a los católicos en qué consiste la verdadera y sana democracia, y para ello tiene interés en precisar la diferencia que hay entre «pueblo» y «masa»:
«El Estado no abarca dentro de sí mismo y no reúne mecánicamente, en un determinado territorio, un conglomerado amorfo de individuos. El Estado es, y deber ser en realidad, la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo.
“Pueblo” y multitud amorfa, o, como suele decirse, “masa”, son dos conceptos diferentes. El pueblo vive y se mueve por su vida propia; la masa es de por sí inerte y sólo puede ser movida desde fuera. El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales –en su propio puesto y según su manera propia– es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior, fácil juguete en manos de cualquiera que explote sus instintos y sus impresiones, presta a seguir sucesivamente hoy esta bandera, mañana otra distinta. De la exuberancia de vida propia de un verdadero pueblo se difunde la vida, abundante, rica, por el Estado y por todos los organismos de éste, infundiéndoles con un vigor renovado sin cesar, la conciencia de su propia responsabilidad, el sentido del bien común. El Estado, por el contrario, puede servirse también de la fuerza elemental de la masa, manejada y aprovechada con habilidad; en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos, reagrupados artificialmente por tendencias egoístas, el Estado mismo puede, con el apoyo de la masa, reducida a simple máquina, imponer su capricho a la parte mejor del verdadero pueblo; el interés común queda así gravemente lesionado por largo tiempo, y la herida es con frecuencia muy difícil de curar». Y acaba este apartado diciendo: «Sólo sobreviven, de una parte, las víctimas engañadas por el espejismo aparente de una democracia, confundido ingenuamente con el espíritu mismo de la democracia, con la libertad y la igualdad; y de otra parte, los explotadores más o menos numerosos que han sabido, mediante la fuerza del dinero o de la organización, asegurarse sobre los demás una posición privilegiada e incluso el mismo Poder» (Pío XII. Radiomensaje navideño dirigido a los pueblos del mundo entero, 24 de Diciembre de 1944).
[3] Financiación de los partidos políticos
Para mantener un partido u organización política en forma eficaz y operante, es necesario mucho dinero. Hay que alquilar unos locales, amueblarlos y mantenerlos; hay que pagar nóminas de las secretarías permanentes, viajes, teléfonos, comunicaciones, etc. Todo ello de forma continua y permanente. Para algunos partidos, que se limitan a subsistir, acaso las cuotas de los socios y algunos donativos extras basten para ello. Pero para los partidos revolucionarios, que necesitan cuadros de activistas totalmente entregados a su tarea, son necesarias las aportaciones de las internacionales que les apoyan, o, en los casos extremos, recurrir a las coacciones o a los asaltos a los bancos.
También resulta clarísimo que, no sólo en España, sino en todos los países occidentales, la financiación de las campañas electorales, que se convierten en gigantescos y masivos lavados de cerebro, son un problema de miles de millones. Y no olvidemos la prensa diaria y semanal que necesitan los partidos en épocas electorales o en épocas de calma.
Es evidente que estas ingentes cantidades de dinero, no están al alcance, ni de los ciudadanos normales, ni de los grupos que naturalmente puedan formar entre ellos. Sólo disponen de estas cantidades, o las internacionales políticas o financieras, o los grandes grupos de presión.
Creemos resulta meridianamente claro, que, con el montaje político liberal, en lo que se refiere a la eficacia que proporciona el dinero en el mundo masificado de hoy, no existe el principio de la igualdad de oportunidades.
[4] De la libre concurrencia, a la dictadura económica
Pío XI, recordando la primera Encíclica papal de León XIII, «Rerum novarum», y pasando revista a los cambios habidos en el mundo en el transcurso de los 40 últimos años, y refiriéndose al crecimiento del supercapitalismo financiero, dice:
«Salta a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiempos no sólo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos, que la mayor parte de las veces no son dueños, sino sólo los custodios y administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejan a su voluntad y arbitrio.
Dominio ejercido de la manera más tiránica por aquéllos que, teniendo en su mano el dinero y dominando sobre él, se apoderan también de las finanzas y señorean sobre el crédito, y por esta razón administran, diríase, la sangre de que vive toda la economía, y tienen en sus manos así como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad.
Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el fruto natural de la ilimitada libertad de los competidores, de la que han sobrevivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia (…).
(…) la libre concurrencia se ha destruido a sí misma; la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre; por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz» (Pío XI. «Quadragesimo Anno», 1931).
[5] Liberalismo y comunismo
Pío XI, en la «Quadragesimo Anno», estudia las diferencias entre comunismo y socialismo; condena también a este último aun en sus formas moderadas, mientras sigan siendo realmente socialistas; y, al describir lo que él llama «socialismo educador» infiltrado en las obras pedagógicas y culturales, dice:
«Habiendo tratado ampliamente en nuestra Encíclica “Divini illius Magistri” sobre qué principios descansa y qué fines persigue la pedagogía cristiana, es tan claro y evidente cuán opuesto a ello es lo que hace y pretende este socialismo invasor de las costumbres y de la educación, que no hace falta declararlo. Parecen, no obstante, o ignorar o no conceder importancia a los gravísimos peligros que tal socialismo trae consigo, quienes no se toman ningún interés por combatirlos con energía y decisión, dada la gravedad de las cosas. Corresponde a nuestra pastoral solicitud advertir a éstos sobre la inminencia de un mal tan grave; tengan presente todos que el padre de este socialismo educador es el liberalismo, y su heredero el bolchevismo» (Pío XI. «Quadragesimo Anno», 1931).
[6] Masonería y Comunismo
León XIII, en su Encíclica «Humanum genus», condenatoria de la Masonería, afirma que el naturalismo constituye su base filosófica. Y, hablando de que en el mundo hay cambios y trastornos universales, y llamando la atención de los católicos sobre las concomitancias entre Masonería y revolución marxista, dice:
«Estos cambios y estos trastornos son los que buscan de propósito, sin recato alguno, muchas asociaciones comunistas y socialistas. La Masonería, que favorece en gran escala los intentos de estas asociaciones y coincide con ellas en los principios fundamentales de su doctrina, no puede proclamarse ajena a los propósitos de aquéllas» (León XIII. «Humanum genus», 1884).
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Última edición por Martin Ant; 10/06/2020 a las 18:17
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