Dentro de esta labor de revisión y rehabilitación de la dinastía borbónica, jugó un papel fundamental el portentoso trabajo de
Federico Suárez y su escuela, que son de lectura obligada para cualquiera que quiera juzgar debidamente a esta dinastía legítima. No hablo de oídas o por referencias, sino por experiencia personal por haberme empapado en la lectura de casi toda esta obra (en el caso de los volúmenes documentales, con la lectura de los extensos estudios preliminares de Federico Suárez).
Este inmenso trabajo contiene, a su vez, una segunda derivada, que es la ingente bibliografía de la época, en donde podemos encontrar multitud de obras, libros, folletos y opúsculos de los publicistas realistas y legitimistas de la primera hora (1808 - 1850), en donde ponen las cosas en su sitio a la hora de enjuiciar debidamente las políticas habidas a partir de la llegada de la dinastía borbónica. Todos coinciden en las mismas ideas: comienzo, a partir del reinado de Carlos III, de una tímida política ilustrada, la cual llega al paroxismo durante la época del traidor y liberal ministro Godoy, ya en pleno reinado de Carlos IV. Buena reacción realista de Fernando VII durante su primera etapa de Gobierno (1814-1820), corrigiendo errores cometidos por sus inmediatos antecesores, aunque no llegando al nivel que hubieran deseado los realistas. Y, por último, durante su segunda etapa de Gobierno (1823-1832), política pendular o ambivalente entre el realismo querido y potenciado por Fernando VII, y el "moderantismo ilustrado" exigido y presionado por las potencias de la Santa Alianza.
Todas estas obras, libros, folletos y opúsculos coinciden en considerar a la dinastía borbónica como perfecta continuadora del régimen de Monarquía tradicional española (véase, por ejemplo, los elogios del Dr. Vicente Pou a la
época de Fernando VI); y las políticas ilustradas empezadas a surgir a partir de Carlos III, y algo más avanzadas en la época de Godoy, son consideradas como accidentes antitradicionales habidos dentro del régimen de la Monarquía tradicional y que debían ser objeto de su paralización y extirpación (como así se verificó parcialmente en la primera y esperanzadora etapa de Fernando VII). Por último, todas las etapas típicamente revolucionarias (1808 - 1812; 1820 - 1823; 1833 - en adelante) son consideradas como el verdadero y auténtico corte o ruptura política frente a la continuidad del régimen de la Monarquía tradicional. Así pues, estos publicistas realistas y legitimistas de la primera hora hacían una crítica constructiva, respetando y defendiendo la dinastía borbónica como continuadora fundamental del régimen tradicional español, y limitándose únicamente a denunciar las malas reformas coyunturales que pudieran haberse realizado por los ministros representantes del "despotismo ministerial", contra los cuales lanzaban todas sus invectivas, especialmente contra Godoy.
Estas políticas ilustradas y antitradicionales (accidentales y exógenas al régimen tradicional de la Monarquía vigente continuado por la dinastía borbónica) se verificaban principalmente en sectores minoritarios de algunas altas capas de la sociedad, permaneciendo el conjunto global de la sociedad "sana, tradicional y contrarrevolucionaria". Por lo tanto, estas últimas calificaciones mías no son "novelas" ni "fantasías" como usted me achaca, sino que reflejan la realidad de aquella sociedad dejada y respetada por la Monarquía tradicional española. Y no hace falta, sin ir más lejos, sino remitirme a la mejor "prueba del algodón" que se puede traer para demostrarlo: era una sociedad viva, capaz de auto-organizarse y levantarse con sus propios medios y energías contra la Revolución Francesa (1793), contra Godoy en Aranjuez (motín madrileño de 1808, que casi le cuesta la vida al nefasto Ministro), contra Napoleón (1808), contra el Trienio Liberal (guerra realista), y contra el Golpe usurpador de 1833.
Todo esto no tiene absolutamente nada que ver con la sociedad podrida, emputecida y envilecida dejada por las políticas de los Gobiernos de Franco, que nos legaron, no un "pueblo" o una "sociedad viva y contrarrevolucionaria" (como sí hizo el régimen monárquico tradicional, fundamentalmente continuado por la dinastía borbónica), sino que dejaron lo que los legitimistas españoles de la época (y Elías de Tejada el primero de todos) denominaban con los calificativos de "sociedad de masas" o "disociedad", es decir, una sociedad madura y digna para la reimplantación formal del demoliberalismo (lo cual podrá ser objeto de las alabanzas y enaltecimientos de los historiadores franquistas demoliberales como Pío Moa, pero que para los legitimistas españoles se consideraba como la mayor traición contra el genuino espíritu socio-político del pacto fundacional del 18 de Julio).
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