Así de ridículo era el nacionalismo vasco cuando comenzó hace poco más de un siglo.
Ojo, que la gente ya no se entretiene rezando el rosario ni yendo de paseo a ver madurar los trigales. Cualquier dialecto chapurreado en el arroyo pasa a ser hoy un filón reivindicativo para cualquier provinciano ocioso metido a erudito; el siguiente paso suele ser imaginarse de presidente de su terruño, hecho república gracias a sus desvelos.
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