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Tema: El Ejército, camino de perfección cristiana (mons. Guerra Campos)

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    Re: El Ejército, camino de perfección cristiana (mons. Guerra Campos)

    III DOCTRINA CRISTIANA SOBRE EL EJERCITO (II)

    La Iglesia supo hablar también en medio de una guerra como la de España, en la que dio su bendicióna «cuantos se habían propuesto la difícil tarea de defender y restaurarlos derechos de Dios y de la religión...».

    A. Montero, en el apéndice documental de su obra “Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939” (Ed. BAC, 1961) reproduce algunos documentos contemporáneos de la Guerra: “Instrucción pastoral de los obispos de Vitoria y Pamplona”, 6 de agosto de 1936 (obra citada, págs: 682-687); “Alocución de Pío XI a quinientos españoles refugiados”, 14 de septiembre de 1936 (ibid., págs. 741-742); “Las dos ciudades”, carta pastoral del obispo de Salamanca, doctor Pla y Deniel, 30 de septiembre de 1936 (ibid., páginas 688-708); “El sentido cristiano español de la guerra”, carta pastoral del cardenal I. Gomá, arzobispo de Toledo, 30 de enero de 1937 (ibid., págs. 708- 725); “Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero”, 1 de julio de 1937 (ibid., págs. 726-741); “Radiomensaje del Papa Pío XII al pueblo español, al término de la guerra”, 16 de abril de 1939 (ibid, páginas 744-746).
    Se transcriben a continuación algunos fragmentos:

    — El radiomensaje de felicitación de Pío XII, al terminar la guerra, evoca la bendición de Pío XI, exhorta a la reconstrucción de la paz, en la justicia individual y social y en la benévola generosidad para los equivocados. El mensaje comienza así: «Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la católica España, para expresaros nuestra paternal congratulación por el don de la paz y de la victoria con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano en vuestra fe y caridad, probados en tantos y tan generosos sufrimientos. Anhelante y confiado esperaba nuestro predecesor, de santa memoria, esta paz providencial, fruto sin duda de aquella bendición que en los albores mismos de la contienda enviaba a cuantos «se habían propuesto la difícil tarea de defender y restaurar los derechos de Dios y de la religión...», y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él mismo, desde entonces, auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la prosperidad...» (Oh. cit., pág. 744).

    — La Carta pastoral «Las dos ciudades», del doctor Pla y Deniel, contiene una exposición sistemática sobre: el heroísmo y el martirio; los principios cristianos acerca del origen de la autoridad civil; el carácter de la guerra de España y la posición de la Iglesia ante ella; las consecuencias redentoras de la misma; la doctrina social de la Iglesia; la confesionalidad del Estado. Refiriéndose a la bendición de Pío XI, ve en ella una confirmación de la doctrina que enseña «que hay ocasiones en que la sociedad puede lícitamente alzarse contra un Gobierno que lleva a la anarquía, y de que el alzamiento español no es una mera guerra civil, sino que sustancialmente es una cruzada por la religión, por la patria y por la civilización contra el comunismo». Añade: «La guerra, por acarrear una serie inevitable de males, sólo es lícita cuando es necesaria. Pero la guerra, como el dolor, es una gran escuela forjadora de hombres. ¿No estamos contemplando con admiración y asombro, en pleno siglo xx, cuando tanto habíamos estado lamentando la frivolidad y relajamiento de costumbres y la afeminación muelle y regalada, el ardoroso y heroico arranque de tantos millares de jóvenes que... van a ofrendar generosamente sus vidas en los frentes de batalla por su Dios y por España? Nosotros, al entrar ya en la senectud, esperamos confiadamente que la generación de los jóvenes ex combatientes de esta cruzada será mejor que las generaciones de las postrimerías del siglo XIX y principios del actual...».

    La Carta colectiva a los obispos del mundo entero es una exposición de los hechos que caracterizan la guerra de España y le dan su fisonomía histórica y una respuesta a las afirmaciones falsas y a las interpretaciones torcidas acerca de los mismos hechos. Refiere la posición del Episcopado ante la guerra. Recuerda sus precedentes en el quinquenio anterior. Explica el modo cómo se produjo el alzamiento nacional, que hace de la guerra como «un plebiscito armado». Señala las características de la revolución comunista y los caracteres del movimiento nacional. Responde finalmente a algunos reparos hechos desde el extranjero sobre la conducta de la Iglesia.

    Tratando de la posición del Episcopado desde el año 1931, dice: «Ajustándose a la tradición de la Iglesia, y siguiendo las normas de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes constituidos, con quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y, a pesar de los repetidos agravios..., no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia... A los vejámenes respondimos con... sumisión leal en lo que podíamos..., con la exhortación... a nuestro pueblo católico a la sumisión legítima, a la oración, a la paciencia y a la paz...».

    «Al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho más que nadie, porque ella es siempre un mal gravísimo, que muchas veces no compensan bienes problemáticos, y porque nuestra misión es de reconciliación y de paz... Repetimos la palabra de Pío XI, cuando el recelo mutuo de las grandes potencias iba a desencadenar otra guerra sobre Europa: «Nos invocamos la paz, bendecimos la paz, rogamos por la paz».

    «Con nuestros votos de paz juntamos nuestro perdón generoso para nuestros perseguidores y nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos sobre los campos de batalla y a nuestros hijos de uno y otro bando la palabra del apóstol: «El Señor sabe cuánto os amamos a todos en las entrañas de Jesucristo.»

    «Pero la paz es la tranquilidad del orden divino, nacional, social e individual, que asegura a cada cual su lugar y le da lo que le es debido, colocando la gloria de Dios en la cumbre de todos los deberes y haciendo derivar de su amor el Servido fraternal de todos. Y es tal la condición humana y tal el orden de la Providencia —-sin que hasta ahora haya sido posible hallarle sustitutivo— que, siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la humanidad, es, a veces, el remedio heroico, único, para centrar las cosas en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz...»

    «La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó... Miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y justicia cristianas que secularmente habían informado la vida de la nación...» (Ob. cit,, págs. 727-728).

    Después de exponer los antecedentes de la guerra (persecución injusta del espíritu religioso; dejación del poder en la plebe anárquica o en poderes ocultos; revolución anárquica y revolución marxista; necesidad de la defensa del bien común...), la carta afirma: «El alzamiento cívico-militar fue en su origen un movimiento nacional de defensa de los principios fundamentales de toda sociedad civilizada; en su desarrollo lo ha sido contra la anarquía coligada con las fuerzas al servicio de un Gobierno que no supo o no quiso tutelar aquellos principios» (ibíd., pág. 732). Y establece las siguientes conclusíones:

    «1.ª Que la Iglesia, a pesar de su espíritu de paz y de no haber querido la guerra ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha: se lo impedían su doctrina y su espíritu, el sentido de conservación y la experiencia de Rusia. De una parte, se suprimía a Dios, cuya obra ha de realizar la Iglesia en el mundo, y se causaba a la misma un daño inmenso, en personas, cosas y derechos, como tal vez no lo haya sufrido institución alguna en la historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu español y cristiano.

    »2.ª La Iglesia, con ello, no ha podido hacerse solidaria de conductas, tendencias o intenciones que, en el presente o en el porvenir, pudiesen desnaturalizar la noble fisonomía del movimiento nacional, en su origen, manifestaciones y fines.

    »3ª.- Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar a España y evitar su ruina definitiva, y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de Dios y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su religión.

    »4.ª Hoy por hoy no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ella derivan que el triunfo del movimiento nacional...» (ibid., págs. 732-733).

    Después de diseñar los caracteres de la revolución comunista y del movimiento nacional, la carta —escrita en un momento en que faltaban casi dos años para terminar la guerra— contempla así el futuro: «Esta situación permite esperar un régimen de justicia y de paz para el futuro. No queremos aventurar ningún presagio. Nuestros males son gravísimos. La relajación de los vínculos sociales; las costumbres de una política corrompida; el desconocimiento de los deberes ciudadanos; la escasa formación de una conciencia íntegramente católica; la división espiritual en orden a la solución de nuestros grandes problemas nacionales; la eliminación por asesinato cruel de millares de hombres selectos llamados por su estado y formación a la obra de la reconstrucción nacional; los odios y la escasez que son secuelas de toda guerra civil; la ideología extranjera sobre el Estado..., serán dificultad enorme para hacer una España nueva injertada en el tronco de nuestra vieja historia y vivificada por su savia. Pero tenemos la esperanza de que imponiéndose con toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente por una legislación en que predomina el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la justicia social y en el honor y culto que se debe a Dios. Quiera Dios ser en España el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida» (ibíd.,págs. 736-737).
    Última edición por ALACRAN; 08/10/2023 a las 11:07
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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