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Tema: El Ejército, camino de perfección cristiana (mons. Guerra Campos)

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    Re: El Ejército, camino de perfección cristiana (mons. Guerra Campos)


    IV EL EJERCITO COMO CAMINO DE PERFECCION CRISTIANA

    El Ejército se justifica, desde luego, como medio para una defensa legítima en orden a establecer la paz. En la plenitud de su concepción cristiana debe justificarse, además, como un factor continuo de paz, de convivencia fraternal. Si la concepción del Ejército es cristiana, formará hombres que, por una parte, se abran a la vocación divina, y que, por otra, en virtud de la sumisión al Padre, se abran con redoblado esfuerzo y horizonte más amplio a todas las formas del servicio a los hermanos.

    Sin duda, el Ejército tiene su función específica, y no ha de ser una institución que supla a todas las demás; pero desde la misma realización auténtica, generosa, cristiana, de su función brotará y redundará en todas direcciones una actitud de servicio abierto, que haga del soldado cristiano no solamente un buen soldado, sino un hombre integralmente cristiano; que, por consiguiente, trasplante espontáneamente las actitudes de servicio de su profesión, cristianamente vivida, a todas las relaciones que vayan surgiendo con el prójimo.

    1. A esto me refería al principio, cuando señalé en la reseña histórica la afinidad de unas figuras de Soldados con el Evangelio. Os invito, queridos amigos, señores Alumnos, señores Jefes y Oficiales, a destacar como cifra de esta actitud al Centurión de Cafarnaum. Sus palabras son las que decimos los cristianos en el momento más cristiano, cuando vamos a comulgar: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa». Aquel soldado, partiendo de sus propias virtudes militares (disciplina, jerarquía), de pronto ensancha el horizonte hacia una disciplina que empalma con Dios; hacia una jerarquía que le absorbe a él mismo, y le enmarca en una humildad que no es abyección, sino orden. En virtud de un sentido profundo y religioso de la disciplina, aquel soldado se eleva desde su propio poder («Señor, yo mando a uno, y va; le digo a otro: Ven, y viene; le digo a aquél: Haz esto, y lo hace») al poder oculto de Cristo, en quien reconoce el poder de Dios (también Tu puedes hacer lo mismo, y mandar a la enfermedad de mi criado que se vaya, y se irá sin necesidad de que llegues hasta mí casa).

    Humildad, reconocimiento de los límites y necesidades, prontitud, sintonía respetuosa y gozosa ante la manifestación del Salvador... Limpieza de ojos, disciplina para atacar la verdad tal como ella quiere presentarse, sin interponer obstáculos, prejuicios, concepciones subjetivas y unilaterales, que causan la ceguera presuntuosa... Apertura a la predicación de la fe. Todo esto es necesario para que se encienda la fe, y para que la fe sea eficaz, alegre, irradiante, transformadora. Todo brilla en el Centurión; como también su magnanimidad, su cariño enternecedor para el criado, a quien trata como a un hijo o un hermano. ¿No hay en todo ello como una transfiguración sublimante de ciertas virtudes típicas de la vida militar, aunque no siempre las alcancen en su plenitud armónica todos los que viven esta vida?

    Y junto a la apertura ante la fe, esta otra actitud, militar y evangélica, que hace de la vida entera una lucha constante de purificación íntima, en vigilancia tensa. La liturgia de la Iglesia ha incorporado desde los comienzos palabras características del oficio militar en la antigüedad: por ejemplo, la palabra «estación», puesto de guardia, tiempo de vela. El cristiano está de guardia, con gozoso vencimiento propio, para conquistar la auténtica libertad, que es la que se da cuando servimos en un orden armónico, que nos engloba y al mismo tiempo nos trasciende, haciendo posible nuestra adecuada realización personal.

    2. Con tal actitud se puede entender el hecho, no infrecuente, de que durante el mismo empleo de la fuerza actúe de veras el amor; de que se pueda herir sin odio. Evoquemos a Antonio Ribera, el joven toledano conocido como «Angel del Alcázar». A los compañeros, apostados en los huecos del Alcázar asediado y semiderruido, les decía: «Tirad, pero tirad sin odio». Lo decía de verdad. Es casi un milagro; quizá haya que experimentarlo para poder creerlo, para poder decirlo en serio. Pero yo lo he vivido, y debo dar testimonio.

    3. Pues si se puede llegar a eso, en continua ascensión a través de las propias flaquezas, ¿qué de extraño tiene el hecho de que un hombre dedicado a la profesión de las armas con sus funciones y virtudes características pueda convertirse, precisamente porque las vive en profundidad, en foco irradiante de servicio ilimitado a los demás hombres? ¿Qué de extraño tiene que en el clima de la vida militar se fragüen corazones, no solamente buenos en cuanto militares, sino integramente buenos, es decir, santos? ¿Qué de extraño tiene el que, en formas variables (una será la forma de los caballeros de la Edad Media, otras las actuales, aunque sustancialmente idénticas), se identifiquen en muchas personas la función y el espíritu militar con la plenitud del llamado «espíritu evangélico», sin excluir la forma de entrega y desprendimiento que significan los votos evangélicos? No tiene nada de extraño.

    Esta identificación armoniosa debe convertirse en punto de mira para el que, ya de modo ocasional, ya de modo profesional y permanente, vive la vida militar. Objetivo muy alto, que si no es fácil dar nunca por dominado, está siempre tensándonos en ascensión constante.

    Señores Jefes y Oficiales, señores Alumnos: Los que os dedicáis profesionalmente a la vida militar; los que pasáis por ella, con más o menos vocación, por algún tiempo; los que acaso algún día —Dios quiera que no llegue, pero no se puede excluir— seréis llamados nuevamente para encuadrar a millares de soldados, de hermanos y compañeros nuestros, movilizados en defensa de la patria y de otras patrias; deseo para todos: 1) que aspiréis de veras a realizar personalmente la síntesis de lo militar y de lo evangélico; 2 ) que, por la colaboración multiplicada de todos, las comunidades de vida militar sean, cada vez más, focos de elevación espiritual de las personas.

    Gracias a Dios, muchos cuarteles lo son ya hace tiempo. Los soldados, a vuestras órdenes, aprenderán algo más que la lección de la disciplina externa o del manejo eficaz de unas armas para fines legítimos. Descubrirán, si no lo habían hecho antes, la profunda liberación, el feliz ensanchamiento que produce en los corazones la auténtica disciplina, considerada como actitud de servicio a Dios y a los hombres. Que no se casan mal entre sí disciplina y liberación, porque, como dice la liturgia de la Iglesia, refiriéndose a más alto Señor:

    «Servir a Dios es reinar».

    Y ahora, perdonadme, y no me llevéis muy a mal haber abusado de vuestra paciencia.

    Campamento de «Los Castillejos», 28 de agosto de 1968.


    https://www.fundacionspeiro.org/verbo/1972/V-107-108-P-797-823.pdf
    Última edición por ALACRAN; 15/10/2023 a las 10:56
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

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