Si en algo lleva razón Nietzsche es a la hora de describir al "último hombre". Eso lo hará en el epígrafe n.º 5 de su "Prólogo de Zaratustra" del "Así habló Zaratustra". Desde que lo leí por vez primera supe que ahí, en Nietzsche (pese a todo lo que podamos decir de él) había alguien que sufrió, que detestó profundamente a esa burguesía decimonónica que lo rodeaba.
¿Cómo es el "último hombre"? Pues muy parecido a nuestros contemporáneos. Os mostraré, con la venia de Nietzsche, al "último hombre", tal y como él lo vio. Vosotros juzgaréis si en esto estaba o no equivocado.
El "último hombre" no se cuestiona las preguntas fundamentales: el amor, la creación, el anhelo... Ante eso, simplemente se limita a "parpadear". El planeta, según Nietzsche, se ha hecho pequeño (para eso no hay que hacer otra cosa que cerciorarse de lo que se han acortado las distancias espaciales entre los países más lejanos). El último hombre ha inventado la "felicidad" como bienestar, algo de lo que, por otro lado, Nietzsche nos llegará a decir en otro libro: "En la felicidad sólo creen los ingleses". Esa felicidad encanijada del burguesote, contento siempre con sus pequeños placeres.
"Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable." (droga-eutanasia.)
Ni pobres ni ricos, mediocres siempre nos quiere el "último hombre".
"¡Ningún pastor y un solo rebaño!" -esa es la consigna del último hombre: el igualitarismo rebañiego, la destrucción de toda jerarquía natural. "Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio" -dice Nietzsche de esa época sombría en la que estamos.
Para preservar el estómago, se evita toda discusión que no tenga un final feliz y reconciliatorio. El último hombre no combate por sus ideas, ni por nada que no sea su bienestar.
"La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud." (Nada en exceso, el último hombre peca, pero con preservativo.)
Decidme. ¿Se equivocó aquí Nietzsche o no?
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