NIETZSCHE EN ESPAÑA.
Un sucinto repaso de la huella de Nietzsche en la literatura española, de la mano de Gonzalo Sobejano.
Según las investigaciones de Gonzalo Sobejano, publicadas en su libro de NIETZSCHE EN ESPAÑA, es innegable la repercusión que muy tempranamente se puede acusar del pensamiento nietzscheano en la literatura española. El "Así hablaba Zaratustra" conoció su primera traducción y publicación en España allá por 1900, año en que fallecía el filósofo alemán tras los oscuros años de enajenación mental. Y muy probablemente, apunta García Sobejano, su traductor fuese el mismo Miguel de Unamuno, bajo un pseudónimo.
Según el criterio de Gonzalo Sobejano dos son los grandes filósofos europeos que se dividen la audiencia a lo largo del siglo XX en España: Carlos Marx y Federico Nietzsche. Si Marx marcó la influencia en lo que hace a tendencias socio-políticas de considerable proyección histórica, Nietzsche no pasó desapercibido para nuestros literatos ibéricos.
Como pone de manifiesto Gonzalo Sobejano la Generación del 98 mantuvo una relación ambigua de amor y odio por la obra de Nietzsche. La mayor parte de los miembros del 98 (aunque no todos fuesen precisamente muy católicos) sentían profundo rechazo por el anticristianismo de Nietzsche, con la sola excepción de Pío Baroja y, tal vez, Valle-Inclán. Valle-Inclán, desde la revalorización del hombre primitivo y bárbaro de la sociedad pre-industrial (comedias bárbaras y algunos personajes de su trilogía "La guerra carlista") plasma el modelo de "superhombre" en esos personajes patriarcales de la Galicia decimonónica.
Pío Baroja también moldela a muchos de sus personajes de novela en el troquel de lo que el novelista vasco entendía ser el Superhombre de Nietzsche: hombre de acción como Silvestre Paradox (Paradox rey), César Moncada (en "César o nada"), Martín Zalacaín (en "Zalacaín el aventurero")... Ramiro de Maeztu fue en su juventud un nietzscheísta convencido, para derivar más tarde al catolicismo, reteniendo todavía algunos tics nietzscheanos.
Unamuno y Machado rechazaban el anticristianismo de Nietzsche lo que no impidió que en cierto modo admiraran al filósofo alemán, así da cuenta el ensayo unamuniano "Del sentimiento trágico de la vida" o los proverbios machadianos. Azorín, por su parte, también tuvo su fiebre nietzscheana, aunque siempre anduvo entre las dos aguas de Nietzsche y Schopenhauer.
Por otra parte, casi todos, salvando a Unamuno, gustaron del empleo de heterónimos a la manera como Nietzsche los había empleado: Dionisos, Príncipe Vogelfrei, Zaratustra... Algunos de los heterónimos de nuestros noventaiochistas: Antonio Martínez Ruiz (Azorín), Ramón María del Valle-Inclán (Marqués de Bradomín), Antonio Machado (Juan de Mairena), Pío Baroja (Silvestre Paradox)...
Podemos decir, pues, que Nietzsche ejerció sobre los del 98 una influencia considerable, significando para la mayoría de ellos la voz de una Europa con voluntad de señorío, voluntad que los del 98 no creían encontrar en España, pero que trataron de inyectar en la sociedad española de su época.
Después del 98 la influencia de Nietzsche se diluye, pero persiste en filósofos como Eugenio d'Ors o José Ortega y Gasset, en escritores como Camilo José Cela, o en poetas vascos como Gabriel Celaya o Gabriel Aresti en su poemario en vascuence "Maldan behera".
En la actualidad, filósofos como Eugenio Trías o Fernando Savater son la prueba fehaciente de la pervivencia de cierto nietzscheísmo en las letras españolas.
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