Roma y que por lo tanto estaban bajo su proteccion y custodia.
Eran los antrigones y vacceos y otras tríbus que seria prolijo enumerar al presente, pueblos colindantes por las fronteras del Mediodía con los astures, cántabros y galáicos, siendo con frecuencia víctimas de las molestias que aquellas belicosas poblaciones «ausaban en los que no habian sabido rechazar la coyunda romana.
Los astures descendian de sus montañas llevando la guerra y la matanza entre sus convecinos, pues al mismo tiempo que castigaba su debilidad impedian á los romanos el goce tranquilo de sus conquistas.
El emperador Augusto, que jamas manifestó intenciones conquistadoras, esperaba por medio de guarniciones, convenientemente distribuidas, y con la fundacion de algunas colonias militares, mantener los extensos linderos de su imperio, más bien que ensancharle, pues conocia que su excesiva extension podia ser un perjuicio para conservarle.
Sin embargo, los astures y cántabros estaban demasiado cerca de los países conquistados, y al mismo tiempo que hacian imposible la pacífica posesion de la Península ibérica, eran una amenaza constante para el orgullo del poder romano.
Las primeras invasiones de los astures habian sido algun tanto reprimidas por el cónsul Tito Carisio; pero como estas derrotas, en vez de apagar el bélico entusiasmo de aquellos montañeses enardecian más sus belicosos instintos, fué preciso tomar una determin icion decisiva, con el objeto de conjurar aquellas constantes amenazas.
Abriéronse por cuarta vez desde la fundacion de Roma las puertas del templo de Jano, y las armas del imperio se aprestaron á castigar para siempre el crimen de la independencia. Aun cuando Augusto, desde la época de su exaltacion al sólio del imperio no habia tomado personalmente parte en las contiendas militares, creyó esta vez á los cántabros y astures dignos de su presencia, y reuniendo las legiones más aguerridas y acompañado de los más experimentados capitanes, presentóse en España con el fin de dirigir por sí mismo las operaciones de la guerra.
No se amedrentaron por estas nuevas los belicosos astures. Todo lo contrario: haciendo resonar de montaña en montaña el grito de guerra, reuniéronse todos los que podian soportar la fatiga de las armas, y resueltos á vencer ó morir, recogieron el guante que les arrojaba la prepotencia imperial.
Como no formaban un cuerpo de nacionalidad, sino que por el contrario, estaban divididos en varias tríbus, pusiéronse estas de acuerdo, y nombrando á los que creian más esforzados por jefes, se aprestaron á rechazar la fuerza con la fuerza.
Dirigieron los romanos sus primeras tentativas contra los invencibles cántabros, que infundieron tal terror en las huestes romanas, que por algun tiempo se dudó de poder vencerlos. Los cántabros prefieren la muerte á la esclavitud, y sólo cuando el país quedó yermo de defensores, pudieron contar los romanos con ejercer una dominacion puramente nominal en aque
llas encrespadas montañas. Quedaban, pues resistiendo todavía los galáicos y los astures; pero como debemos tratar con especial atencion de esta lucha, la hacemos objeto de un capítulo especial.
CAPÍTULO II.
Luchas de loa astures y galáicos.—Destruccion de los cántabros y de los galáicos.—Invaden los romanos á Asturias.—Bajan los astures á las riberas de Ezla,—Traicion delos trigecinos.—Son derrotados los astures.—Refúgianse á Lancia.—Defensa de esta ciudad. — La toman los romanos.—Continúan los astures defendiéndose.—Expedicion maritima.—Aras Sextianas.—Division de Asturias.—Astúrica Augusta.—Guarnicion que envia Tiberio á Astúriac—Explotacion de metales preciosos.—Invasion de los bárbaros del Norte.—Los astures permanecen independientes.—Expedicion de Rechilla.— Continuas revueltas de los astures.
Habitaban los astures sus montañas desde remotísimos tiempos, sin que viniese á turbarles en su sosiego mas invasión que la de los celtas, procedentes del Norte con los cuales formaron un solo pueblo. Aunque no conservamos documentos históricos relativos á esta época, es sin embargo indudable que en Astúrias encontramos vestigios de las dos principales influencias que han contribuido á la poblacion de la Europa.
Es indudable tambien que los astures se vieron precisados á sostener repetidas luchas con sus vecinos los galáicos, fenómeno histórico que encontramos siempre repetido en todos los pueblos, para los cuales las relaciones de proximidad son casi sinónimas á las causas de antipatía y de contienda.
Los astures formáronse en estas continuadas peleas para la guerra; adquirieron ademas de un desden hácia los habitantes de la llanura, el apego á los sitios en donde habian visto la luz primera, sentimiento innato en todo pueblo montañés.
Fué preciso, pues, que los pueblos que habitaban las comarcas de la costa cantábrica, se encontrasen amenazados de un inminente peligro, para que apaciguando, al menos momentáneamente, sus mútuas querellas, se aprestasen á rechazar al odioso extranjero, que osaba hollar con sus atrevidas plantas aquel país, hasta casi inviulado.
No habian llegado todavía en su civilizacion hasta el punto en que la comun amenaza provocase en ellos la idea de una confederacion, única que podria con algunas probabilidades del triunfo contrarestar el impetuoso ardor de las legiones romanas; y de esta suerte el imperio, aprovechándose de esta circunstancia, en vez de dirigirse simultáneamente á los pueblos que todavía no habian reconocido el poder romano, se propuso vencerlos uno á uno.
Dirigió primero sus esfuerzos contra los cántabros, que con cortas excepciones ocupaban la tierra que se extiende desde el nacimiento del Ebro hasta las márgenes del Sella. Aguardaron estos la acometida de aquellas invencibles regiones con el ánimo sereno de los que no temen la muerte porque no han aprendid-i todavía á apreciar la vida.
Aunque se veian con frecuencia precisados á ceder al esfuerzo romano, no era, sin embargo, sin que aquellos veteranos pagasen cara una victoria que sólo les conquistaba el terreno que hollaban con sus plantas.
La guerra cantábrica llegó á ser tan temida en Roma, que muchos ciudadanos se valian de toda clase de pretestos para no asistir á ella.
Despues de grandes esfuerzos consiguieron por fin los romanos estrechar cada vez más el círculo de hierro conque intentaban oprimir á los cántabros que se refugiaron en el monte Vindio, último baluarte que oponian á la tenacidad de los enemigos. Cercados por todas partes, y viendo ya imposible la victoria, prefirieron la muerte á adornar con su presencia en las calles de Roma el triunfo del cónsul romano. Los que no sucumbieron al filo de las armas enemigas, apelaron al puñal y al veneno para conservar una libertad hasta entónces poseida.
Igual ejemplo presentaron los galáicos en las márgenes del Miño, con cuyos acontecimientos sólo quedaban por reducir en aquellas agrestes comarcas, los astures. Invadieron los romanos, llevando al frente al cónsul Tito Carisio, el territorio de los astures situado entre el Duero y los montes Erbáceos, y pareciéndoles á los montañeses indigno de su esfuerzo el acogerse á las asperezas de las montañas, bajaron resueltamente á las orillas del Ezla (hoy Esla), prefiriendo ántes ser acometedores que atacados. Comprendiendo instintivamente á la estrategia romana, dividieron sus fuerzas en tres falanges y nombrando para el mando de cada una de ellas al soldado que tenian por más entendido y valiente, intentaron acometer con brio á las armas imperiales, cogiéndolas á la vez por distintos flancos.
Presenta la tradicion estas combinaciones como muy arregladas á las leyes estratégicas de aquel tiempo; pero refiere asimismo que una de las tríbus que se conocian con el nombre de trigecinos reveló al cónsul romano los planes que abrigaban los esforzados astures. Aprovechóse hábilmente Tito Carisio de esta circunstancia, y previno sus legiones con el fin de evitar cualquier sorpresa; y aunque losastures conocieron á tiempo que sus ardides habian sido descubiertos, no por eso apelaron á la fuga, sino que por el contrario, aceptaron la batalla con resolucion y denuedo.
Peleóse por ambas partes con insano ardimiento; los romanos, como el que compromete su fama adquirida con innumerables victorias, y los astures con el valor de los que defienden sus hogares, sus familias, religion y tradiciones.
A costa de grandes pérdidas, segun lo confiesan los mismos historiadores romanos, adquirieron la victoria las legiones imperiales, obligando á sus enemigos á refugiarse al amparo de los muros de la ciudad de Lancia (1).
(1) Acerca de la verdadera situacion de la ciudad de Lancia, discrepan en extremo los antiguos cronistas. Unos la suponen situada en las vertientes meridionales de los montes Erbáceos, cerca del sitio en que algun tiempo despues se edificó la ciudad de Leon. Algunos
No abrieron los moradores las puertas de esta ciudad á los romanos, sino que se aprestaron á hacer una desesperada resistencia. Emplearon los invasores todas las máquinas y pertrechos que el arte de la guerra habia inventado para el asedio de las ciudades; y los lancienses rechazaron todas las acometidas con extraordinario arrojo. Viéronse por lo tanto los romanos obligados á convertir el sitio en cerco, privando á los sitiados de toda clase de recursos, por medio de un riguroso bloqueo. Los lancienses, como que no contaban ya con esperanza alguna de triunfo, no quisieron escuchar proposiciones de capitulacion, prefiriendo ver destruida su ciudad á tratar con el vencedor.
Cuando despues de muchas acometidas los extranjeros penetraron por asalto dentro de los muros de Lancia, los soldados querian castigar con el saqueo, el incendio y la matanza, el heróico valor de sus defensores; pero el cónsul Tito Carisio se opuso á este designio de sus tropas, admirado del valor de los astures, y queriendo conservar á Lancia como una muestra palpable de que nada resistia al ímpetu romano.
Aunque derrotados los astures, no desistieron de sus intentos de independencia. Quedábanles todavía para su defensa elevados riscos, y desde ellos se desafiaban con frecuencia el poder de las armas imperiales, que llegaron á mirar la guerra de Astúrias como una de las más peligrosas.
Comprendiendo los romanos que sób á costa de grandes esfuerzos conseguirian sojuzgar á aquellos montañeses, intentaron una expedicion marítima para atacar por el litoral á los astures trasmontanos, que se obstinaban en no reconocer la coyunda romana. Entónces, desembarcando cerca del sitio conocido hoy con el nombre de Cabo de Torres, y habiendo sojuzgado aquella comarca, echaron los cimientos de un monumento, conocido con el nombre de Aras Sextianas dedicadas á Augusto, con el cual se queria significar que por aquella parte el imperio romano sólo reconocia por linderos las turbulentas ondas del proceloso Atlántico.
Hay gran discrepancia en los historiadores antiguos acerca del verdadero lugar en que se fundaron estas célebres Aras, hasta el punto de que Plinio y Ptolomeo las colocan en el país de los Nerios situado en Ga
creen derivado el mismo nombre de Leon del de la misma ciudad de Lancia ó Lancea; pero esta etimologia es de todo punto infundada. El escritor Ambrosio de Morales en su viaje á los reinos de Leon, Astúrias y Galicia, manifiesta haber hallado junto á San Miguel de Lino, situado á las inmediaciones de Oviedo, una inscripcion que interpreta del modo siguiente: César domina Lancia; sin embargo, este aserto no puede tomarse como definitivo, á causa de sus débiles fundamentos a los ojos dela sana critica. Más verosimil es la opinion de los que sitúan á Lancia cerca de una legua poco más ó ménos de ls ciudad de Oviedo, en el sitio que todavia los naturales denominan Pico de Lancia, y en el cuál á la falda de una roca caliza, se descubren algunos vestigios de antigua poblacion. Sobre este punto nos contentamos con exponer las razones, dejando al juicio del lector el que acoja las que les parezcan más conveniente.
licia; pero si nos atenemos al testimonio de Pompjnio Mela, que como español merece en estos asuntos alguna mayor fé, tendremos que convenir en que fueron edificadas en la costa de Asturias. Si á estas razones añadimos el haberse descubierto en el siglo xvu en el cabo de Torres notables vestigios de un monumento romano, tendremos mayores motivos para decidirnos por este último extremo.
No han faltado historiadores que de estos pequeños vestigios, han querido deducir la aventurada asercion de que todo el territorio de Asturias obedeció á las leyes del imperio; pero esta creencia reconoce pocos sólidos fundamentos. La poblacion de Astúrias, dividida y fraccionada entónces como sucede siempre en todo país montañoso, no ofrecia poblaciones de consideracion , ni obedecia, como otras comarcas, áorganizacion alguna central, y por esta causa la ruina de la capital ne arrastraba en pos de sí la de las demás poblaciones.
Por lo tanto la toma de Lancia solo causó la sumision de la comarca de Astúrias del lado meridional de la cordillera pirenáica, quedando los trasmontanos, con muy cortas excepciones, en la misma independencia que antes de la lucha. Los romanos valiéronse de todos los medios posibles para reducir aquellas tríbus; pero escepto las que se conformaron con descender á las llanuras para formar poblaciones regulares, las demas continuaron siempre mirando á los romanos como odiados extranjeros.
Tomó entónces la comarca reducida el nombre de Astúrias Augustana, sirviéndole de capital la ciudad Austúrica Augusta, que perdiendo la segunda mitad de su nombre, en tiempos posteriores, es conocida hoy con el nombre de Astorga.
Ademas de la fundacion de aquellas colonias militares , con el fin de mantener en la obediencia á aquellos pueblos, envió Tiberio de guarnicion á Astúrias tres . cohortes, que al propio tiempo que mantenian al país en un forzado reposo, cuidaban de la esplotacion de las minas que encerraba aquel territorio, y que habian excitado la codicia romana.
Suponen los historiadores que los romanos extraian de aquellas comarcas nada menos que quince ó veinte mil libras anuales de oro, sin que calculen la riqueza que utilizaban de los demas minerales. Parécennos sin embargo exagerados algun tanto estos datos, siendo visible que en estas apreciaciones se refieren á la Astúrias Augustana que comprendia tambien, hácia el Poniente, alguno de los valles de Galicia, en los cuales todavía hoy existe la industria del lavado de las arenas auríferas.
De todas maneras es cosa indisputable que los asturianos permanecieron en la independencia en su mayor parte sin fundirse con la raza romana; y esta circunstancia, como veremos mas adelante, es la mejor y mas sólida garantía contra potentes irrupciones, que partiendo del centro de la Arabia, llegaban bien pronto hasta el corazon de la Galia.
Cuando los bárbaros del Norte se echaron sobre el inmenso imperio de Occidente para repartirse con el | derecho del más fuerte el botin de la victoria, que ¡
esta vez consistia en ricos y civilizados dominios, los astures conservaron su indomable independencia, resistiendo lo mismo las destructoras correrías de loe suevos, vándalos y alanos, que el más civilizado ataque de los visigodos, que fundaron una monarquía en■ el territorio de la Península ibérica.
Consiguieron los godos, á fuerza de ardimiento y de constancia arrojar á los vándalos hasta las costas septentrionales del Africa, ganando para su dominio la» fértiles y risueñas comarcas de la antigua Bética; aunque con mas trabajos, consiguieron tambien dominar el territorio gallego, en donde los suevos habian fijado su residencia; pero Astúrias y Cantabria rechazaron en multitud de combates las acometidas de los visigodos, que aspiraban á redondear sus dominios teniendopor frontera los Pirineos y los mares que ciñen los contornos de España.
Uno de los más poderosos monarcas visigodos, Leovigildo, llegó hasta León con sus tropas victoriosas; pero no osó traspasar los montes Erbáceos, límite de los astures trasmontanos. Este asilo de la independencia no fué hollado por la planta de los visigodos, hasta un siglo despues por el general Rechilla; pero aun cuando consiguió trasponer la formidable barrera de la cordillera pirenáica, no pudo más que reducir en parte á aquellas gentes que aprovechaban los elevados riscos para desafiar impunemente el más heróico valor, el más decidido ardimiento.
Los godos, sin embargo, se jactaban de haber añadido á su corona el territorio de Astúrias; y si bien algunos valles de los principales, fueron sometidos á una forzada obediencia, los astures aprovechaban cuantas ocasiones se presentaban para demostrar á sus dominadores que no se habia apagado en su pecho todavía la llama de la independencia.
CAPÍTULO m.
Invasion de los árabes.—D. Rodrigo.—Batalla del Guadalete.—Traicion de los hijos de Witiza.—Los godos no se funden con la poblacion hispano-romana.—Inaccion de la poblacion hispanoromana.—Tolerancia de Islam.—Los muzárabes.—La tradicion.— Refúgianse los godos tras los Pirineos.—Son recibidos aqui hospitalariamente.—Fusion.—Origen de la monarquia asturiana.—Incuria de los cronistas.
Llegamos á la época en que un pueblo originario de la Arabia, compuesto de diversas tríbus en su mayor parte nómadas, forma de repente una nacionalidad fuerte y vigorosa, merced á los inteligentes esfuerzos de un hombre superior.
Este hombre es Mahoma, salido de la clase media, pero á quien la tradicion adornó con maravillosas circunstancias, para esplicar tanto los singulares hechos de su vida, cuanto el espíritu de sus doctrinas, que un siglo despues de su fundacion habian de extenderse desde el remoto Oriente hasta los confines del mun . do conocido entónces.
El islamismo llegó victorioso hasta el Africa occidental atravesando el estrecho que denominó de Gibraltar (1), con el designio de someter á su dominacion la Península ibérica, que debia servirle de punto de partida para extenderse por el corazon de la Europa, y relacionar estas conquistas con las que habia iniciado tambien por el Oriente. Es evidente que el islamismo se proponia la dominacion universal, desarrollándose en aquella época con todo el vigor de un pueblo jóven y robusto, que lleva la religion de la guerra hasta el fanatismo.
Cuando los árabes llegaron á pisar el territorio español, reinaba á la sazon entre los visigodos D. Rodrigo (2), que se encontraba guerreando con los vascos que habian tratado de sacudir el yugo de la córte de Toledo. Tan pronto como tuvo noticia de este infausto suceso, reunió apresuradamente sus tropas, allegó todos los recursos, y salió á contener el ímpetu de aquellos conquistadores que amenazaban destruir en un instante el edificio de la civilizacion gótica, levantado en cerca de doscientos años de perseverantes trabajos.
Encontráronse ambos ejércitos en las orillas del rio Guadalete, que debia presenciar la ruina de un poderoso imperio. La batalla fué tenaz y sangrienta, pues por ambas partes se jugaba el todo por el todo. Los visigodos, si eran vencidos, dejaban todo el país abierto á las incursiones de aquellos indómitos guerreros; y en cuanto á los árabes, si eran derrotados, debian perder hasta la esperanza de poder volver á las costas de Africa (3).
Ocho dias consecutivos duró aquella terrible contienda, sin que árabes ni godos diesen señales de cejar en su empeño; pero al cabo de este tiempo, cuando ya la victoria se ponia al parecer de parte de los acometidos, uno de los cuerpos en que se dividia su ejército, se pasó al enemigo, vendiendo de esta suerte, por medio de la más negra traicion, la patria al extranjero.
Hé aquí en resúmen y tal como nos lo permite la índole de nuestro trabajo, la tradicion que entregó á la España en manos de un orgulloso vencedor, tan sólo por la pérdida de uDa batalla.
Los historiadores que han debido ocuparse de este hecho, indudablemente se han visto precisados á hacer intervenir en estos sucesos y en algunos otros posteriores el espíritu de lo maravilloso para explicar lo que se escapaba á su comprension. En cuanto al pueblo, que tampoco podria explicarse poco tiempo despues cómo un imperio sólidamente organizado y que contaba con largos años de existencia, habia sucumbido repentinamente á impulsos de algunos miles de combatientes, debió con su poderosa fuerza de imaginacion crear las circunstancias necesarias para explicar lo que á primera vista puede parecer irregular y extraño.
(1) Cebel-al-Tarik.
(2) Algun tiempo ántes habian desembarcado en España algunas algaradas, pero no contando con suficientes fuerzas se vieron obligadas á retroceder de nuevo al Africa.
(3) Dicese que el jefe de loa arabes para quitarles toüa esperanza <le retira la, lestruyó las naves en que arribaron A Es] ana.
No obstante, la historia, que aunque debe respetar la tradicion aspira á ponerla en armonía con la verdad y la exactitud, no puede contentarse con los relatos más ó ménos dramáticos de los antiguos cronistas; sino que por el contrario, necesita elevarse á otra clase de consideraciones que interpreten y espliquen los acontecimientos, áun aquellos que á primera vista pueden parecer más inexplicables.
Que en el corto espacio de tres años los árabes hollaron con sus victoriosas plantas todo el territorio de la Península, es un hecho indudable; que en vez de los centenares de miles de invasores que figuran en las crónicas más cercanas á aquellos acontecimientos, sólo vinieron con los primeros conquistadores un número de guerreros casi insignificante, atendida la magnitud de la empresa, se deduce de todos los datos y de todas las conjeturas; ¿cómo sucedió, pues, la destruccion de la monarquía toledana, que al parecer estaba asentada en tan sólidos cimientos? Esto es lo que intentaremos demostrar en los mas breves términos que nos sea posible.
Asi como los romanos al conquistar el territorio español á costa de grandes esfuerzos, habian logrado asimilar la poblacion indígena á la vida romana, no formando entre ambos pueblos más que uno sólo, cuando los bárbaros del Norte se echaron sobre el imperio de Occidente para repartirse sus dilatadas provincias, como botin de la victoria, no se fundieron con la poblacion conquistada, que permaneció formando una clase inferior sujeta al yugo de sus dominadores.
De este modo existia una diferencia notable entre vencedores y vencidos, diferencia cuyos perniciosos resultados habrian de tocarse, cuando se presentasen críticas circunstancias. En efecto, el godo que despreciaba altamente al vencido, no llevaba en sus conquistas la idea de ensanchar cada vez mas el círculo de su dominio, asimilándose como los romanos los elementos conquistados, y por esta razon en medio de sus triunfos permanecia aislado, sin poder subsanar la sangre vertida con la de los pueblos que sujetaba á su yugo.
El primer cuidado del imperio romano habia sido el extender paulatinamente los derechos de ciudadanía por todos los ámbitos extensos de sus dominios, al paso que los godos establecieron una marcada diferencia entre vencedores y vencidos.
Cuando los árabes invadieron el territorio español, toda la poblacion hispano-romano permanoció impasible. No tenia patria que defender, vivia en un estado parecido á la esclavitud, y dejaba pasar sobre sus cabezas aquel torrente asolador en la confianza del que no espera que su suerte pueda empeorarse. Por el contrario, en la primera época de la conquista, los sectarios del Islam se presentaban llenos de tolerancia, permitiendo á los pueblos conquistadores el uso de su lengua, su religion, sus costumbres, sus leyes é instituciones, con sólo la obligacion de satisfacer á los vencedores por vía de tributo el azaqueó diezmo.
Bajo este punto de vista la poblacion hispanoromana ganaba en el cambio, y de este modo se esplica cómo permaneció entre los musulmanes la inmensa mayoría de la poblacion romana conocida posteriormente con el nombre de muzárabe.
Los godos fueron, pues, los únicos que se presentaron á disputar el territorio á los árabes, y como no eran numerosos, y estaban al mismo tiempo divididos por las discordias intestinas, nacidas en su mayor parte de los celos ambiciosos originados del sistema electivo de sucesion á la corona, fueron fácilmente destrozados por los potentes esfuerzos de un pueblo acostumbrado á la victoria.
La tradicion, queriendo sin embargo justificar la caida de una considerable monarquía, echó mano para ello de antiguas predicciones, que se conservaban en Toledo, de traiciones tan repugnantes como las del conde D. Julian, las de los hijos de Witiza y el arzobispo D. Opas, debiendo verse solamente en ellas que la monarquía gótica tenia enemigos interiores que le fueron tan perjudiciales como los mismos que vomitó el Africa para su ruina.
En efecto, la apatía de la poblacion, que como no tenia patria ni derechos, no se aprestó á defender ni la una ni los otros, el espíritu tolerante de los primeros musulmanes que invadieron el territorio español, y finalmente, las discordias civiles que habian trabajado un imperio regido por monarcas electivos, muertos violentamente en su mayor parte, son causas más que suficientes que justifican los resultados de la invasion sarracena.
Viéndose aislados los godos despues de la derrota, no contando con que podrian encender una guerra de nacionalidad en donde esta idea no existia, tuvieron que refugiarse al abrigo de la cordillera pirenáica, dudando todavía si entre los pueblos belicosos que poblaban aquellas agrestes comarcas, y con los cuales habian estado en lucha perenne, encontrarian la hospitalidad apetecida.
Los astures y los cántabros recibieron á los fugitivos godos amistosamente. Así como hasta entonces no habian podido ver en ellos más que á los enemigos de su independencia, los destructores de su nacionalidad, consideraban ahora á los godos como auxiliares importantes en una contienda formidable.
Por mucha distancia que separase á los astures de los visigodos, más existia aun entre aquellos montañeses y los pueblos del Oriente que intentaban con la conquista introducir nuevas creencias 6 instituciones. Entre unos y otros no podia ser dudosa la eleccion, tanto más, cuanto que los astures profesaban la religion del Crucificado y estaban resueltos á defenderla, al propio tiempo que defendian sus familias y hogares de las terribles algaradas de los musulmanes.
Verificóse, por lo tanto, la efusion entre ambos pueblos, y guarecidos en la aspereza de sus montañas se aprestaron á defenderlas, cualquiera que fuese el enemigo que osase franquearlas. La amenaza qve á todo alcanzaba, el comun peligro que veian sobre sus cabezas les obligaba á olvidar antiguas diferencias y á no acordarse de otra cosa sino de que todos eran cristianos, y por lo tanto, enemigos de las doctrinas de Islam.
Hé aquí el orígen de la monarquía asturiana, que debia servir de base á una gran nacionalidad, que andando el tiempo causaria con su poder el asombro
y el terror no sólo de la Europa, sino tambien de la mayor parte del mundo.
Por esta razon, todo cuanto se refiere á sus fundamentos y orígenes es en sumo grado interesante é instructivo. Lástima que la incuria de aquellos tiempos, ocupados mas en obrar que en consignar la memoria de los hechos y acciones memorables, haya olvidado darnos á conocer en todos sus detalles el primer acto del drama de nuestra reconstitucion política y social. Los hechos más culminantes apenas han merecido á. los cronistas de aquella ¿poca mas que algunas breve» palabras, y la mayor parte han pasado inapercibido» en medio del estrépito y fragor de los combates.
Pero cuando la historia es parca en referencias, la tradicion popular abunda en ellas, adornando con circunstancias maravillosas y extraordinarias, tanto Ioshechos como los héroes que los han realizado. La crónica puede olvidarse algunas veces con manifiesta ingratitud de los grandes varones; pero la tradicion, hija legítima del pueblo, pagará con usura este desdeñoso olvido.
Veamos, pues,.de qué manera refiere el nacimiento de la monarquía asturiana; pues á través de las galas poéticas y del colorido dramático con que adorna los acontecimientos, podemos cou la guía que nos suministra la crítica histórica, leer lo que en ella puede existir de positivo y real.
Los árabes, despues de la victoria de Guadalete, se derramaron como un torrente asolador por todo el territorio de la Península ibérica, sujetando á su yugo todas las comarcas, sin que osasen poner un dique á sus victoriosas armas en los primeros momentos de estupor causados por aquellas bruscas acometidas, más que algunas poblaciones del Oriente guiadas por el esforzado Teodomiro, que no solo por medio del valor sino por sus tratos y convenios, consiguió todavía por algunos años conservar una sombra pálida de independencia. Poco despues todo obedecia al dominio musulman, si exceptuamos las comarcas situadas entre los montes Pirineos y el mar.
A su abrigo se habian recojido los destrozados restos del imperio godo, para reponerse algun tanto de los pasados desastres, siendo auxiliados en estos fines por los astures que veian amenazada la patria que con tan heróico esfuerzo habian defendido contra tan potentes invasiones, de otros nuevos huéspedes más terribles, si cabe, que los que hasta entonces habian intentado penetrar por los estrechos desfiladeros que separan el territorio de Astúrias de las llanuras de Castilla.
El grito de guerra volvió á resonar por aquellos estrechos valles; la voz de alarma cundió de montaña en montaña, y los agrestes hijos de aquellas comarcas, armándose rústicamente, esperaron impávidos á los vencedores muslines. El primer ímpetu de estos conquistadores, y mas que todo, la fortuna que guiaba sus escuadrones, les hizo atravesar bien pronto los Pirineos y penetrar en el territorio de la vecina Galia, en donde algunos años más tarde debian ser rechazadoscerca de los muros de la antigua Letecia por el indomable arrojo de los francos, guiados por el esforzado Cárlos Martel.