Las dolorosas pérdidas que en distintas ocasiones sufrieron las huestes musulmanas allende el Pirineo, les hizo considerar como funesta para ellos la tierra de Afranc, nombre con que denominaban la Galia. Puede decirse con completa exactitud que tierra de Afranc, fué para ellos, no solo la Francia, sino la zona Norte de la España, en cuyos montañosos campos comenzó á nublarse su brillante historia. En vano en los primeros momentos, reuniendo considerables escuadrones, atravesaron con vencedora planta los temibles montes Erbáceos, que hasta entonces habian sido un valladar casi insuperable contra las invasiones; en vano derramándose por los valles mas extensos, llegaron hasta el Atlántico, que intentaban, como los romanos, considerar como límite de sus conquistas; en vano fundaron en la antigua Gejio un gobierno bajo la direccion de Munuza, gobierno que los antiguos cronistas se esfuerzan en elevar á la categoría de reino: todas estas atrevidas incursiones no debian ser más que los débiles vestigios de un poder efímero y fugaz.
Los aguerridos montañeses que habitaban aquellas comarcas, habian dejado penetrar álos atrevidos muslines en el recinto sagrado de la patria; pero pocos debian abandonarla. Mientras que los árabes echaban los cimientos por una parte del territorio asturiano, por la otra se reunian sus habitantes, y enarbolando el pendon de la independencia, arrojaban resueltamente el guante á aquellos guerreros que, como asolador torrente, habian recorrido todo el ámbito que media entre el centro de la Arabia y el extremo occidental de la Europa.
Poco debió importar á los árabes la resistencia de un puñado de montañeses; así que creyeron reducirlos fácilmente á la obediencia, por medio más bien de un paseo militar que de nna disputada conquista.
Aunque es indudable que entre árabes y astures, desde los primeros tiempos de la invasion, debió haber reñida lucha y contiendas que amaestraran á los segundos en el arte de aquella guerra, y les enseñaran á sacar todo el partido posible de las circunstancias favorables que presentaba el terreno, los cronistas pasan muy de ligero sobre estos acontecimientos, deteniéndose solamente algun tanto en la célebre jornada de Covadonga, famosa no solo en los anales de la historia de aquellas retiradas comarcas, sino tambien memorable en la historia del mundo.
Encuéntrase situada Covadonga en el corazon de Astúrias, á algunas leguas del mar y en terreno agreste y selvático. Para llegar á este sitio, cuna de nuestra nacionalidad, se hace preciso atravesar una larga y estrecha garganta formada por las aguas del rio que corre por el fondo del valle, si es que merece este nombre el estrecho recinto de aquella cañada.
El horizonte se estrecha y se cierra todavía mas al llegar á Covadonga.
Un inmenso peñasco, casi desnudo de vegetacion, se eleva recostado sobre la montaña, peñasco que á la mitad de su altura tiene hueco natural, de forma irregular y caprichosa, causada únicamente por la naturaleza.
Vénse hoy en aquellos lugares algunos edificios, que quitan parte de su rusticidad al paisaje; y restos de construcciones de diversas épocas, que aunque indignas de conmemorar por sus mezquinas proporciones acontecimientos tan importantes, fueron originadas por lapiedadyporelreligiosorespeto álatradicion.
La cueva á que nos referimos ha sido transformada en templo, conservando en gran parte los naturales atavíos.
Si á esto añadimos una magestuosa basamenta que á la falda de la roca hizo construir Cárlos III con el fin de elevar sobre ella un templo que fuese monumento digno, no solo de los hechos que recuerda, sino tambien de una nacion dueña de dos mundos, habremos hecho una reseña exacta del famoso sitio de Covadonga, tan visitado por todos y especialmente por los habitantes de Astúrias, que el 8 de setiembre celebran la festividad de Nuestra Señora de las Victorias, bajo cuya advocacion están aquellos sitios.
En este lugar debia acaecer la primera escena de nuestra reconstitucion nacional, que habria de durar siete siglos de continuados y heróicos esfuerzos. En este sitio debian luchar la cruz y la media luna, sostenida aquella por unos cuantos rústicos campeones, y hasta por los más aguerridos soldados del mundo.
Despreciando los sectarios de Islam tan reducidas huestes, con la osadia que presta siempre la fortuna, no dudaron en seguir á los astures hasta sus más retiradas guaridas, pareciéndoles que un puñado de hombres poca resistencia podrian oponer á tan lucidos escuadrones, que acababan de imponer su ley á la mayor parte del mundo.
Atravesaron, pues, animosamente el estrecho desfiladero que conduce á Covadonga, sintiendo crecer su confianza á medida que adelantaban por aquella inmensa senda, sin que nadie se presentase á disputarles el paso. Llegados á Covadonga pudieron entonces percibir á los astures, que encaramados en la cresta de las montañas y guarecidos en la cueva, parecian desafiar al poder del islamismo.
Guiábalos su caudillo Pelayo, sobre cuya procedencia y orígen andan discordes las tradiciones. Denominante los árabes con el nombre de Belay el Rumí, es decir, el romano de donde han querido deducir algunos que no pertenecia á la estirpe goda, sino que por el contario, habia salido de la poblacion hispano-romana. Por otra parte, su nombre Pelagio parece venir en apoyo de esta asercion, si solamente las coincidencias de nombre pudieran servir algunas veces de base á las afirmaciones históricas.
Los cronistas más cercanos á los hechos que vamos exponiendo, apenas se detienen en ellos; pues en medio de la concision que observa en sus escritos, reducidos meramente á la categoria de brevísimos anales si alguna vez abandonan el acostumbrado laconismo, es más bien para recordar los esfuerzos del visigodo Teodomiro en el Med iodía de España, que no los arranqu es de independencia de los guerreros de Covadonga.
Por lo demás, era natural que de este modo sucediese. Ha bia agrupado Teodomiro en torno snyo I03 pocos restos del destrozado poderío gótico disputando con ellos el terreno palmo á palmo á los árabes. Los cronistas de aquella época confiaban más en el esfuerzo de aquellos campeones y en la bravura y habilidad de su caudillo, que por medio de diestras estratagemas habia conseguido en diversas ocasiones establecer ventajosas capitulaciones con los musulmanes (1), que en la tenacidad de unos cuantos rudos montañeses, casi separados por completo de todo contacto con la parte civilizada de la Monarquía visigoda.
Y sin embargo, por generosos, nobles y patrióticos que fuesen los esfuerzos de Teodomiro, no era este más que el último resplandor del astro que se hunde en el Océano; en tanto que Pelayo era el nuevo sol que amanecia en el Oriente, y que habia de fecundar con sus dorados reflejos toda una Monarquía, que sería por algun tiempo, no sólo árbitra de los destinos de la Europa, sino tambien señora de dilatados y vastos continentes.
La tradicion no pudo, sin embargo, olvidar á su héroe predilecto, á Pelayo, y por eso rodeó las circunstancias de su vida con dramáticos pormenores. Sin preocuparse para nada de su nombre romano, le hace de estirpe goda, y como si el fundador de una gran nacionalidad debiese ser descendiente de régia estirpe, figura Pelayo entre la familia de los últimos Reyes de Toledo; si bien víctima de los amaños y asechanzas de aquella corrompida córte.
Hijo del duque Fabila ó Fafila, muerto violentamente por Witiza á instigaciones, segun parece, de su propia mujer, vióse obligado Pelayo á separarse de aquella córte, que le recordaba incesantemente que la sangre de su padre pedia ejemplar venganza. Sin embargo, los mismos acontecimientos se la dieron cumplida al duque Fabila, cuando Rodrigo ocupó el Trono visigodo. En aquella época encontrábase Pelayo separado de la córte y acojido á las montañas de Astúrias; siendo al mismo tiempo el amparo y proteccion de una hermana suya, á quien las crónicas hacen representar un papel no muy conforme con el carácter del fundador de la independencia nacional.
Durante su residencia en Astúrias, captóse el jóven Pelayo las simpatías de sus moradores, que al mismo tiempo que veian en su frente las señales de un precoz infortunio, apreciaban en él sus dotes do esfuerzo y resolucion. Sus desgracias, al mismo tiempo que su elevado origen, le daban una especie de supremacía sobre los que le rodeaban, que habia de ser en tiempos supremos de peligro el orígen de la obediencia que le prestaran aquellos rudos montañeses.
Pelayo, pues, habia excitado entre los astures el sentimiento de la independencia; y como esta idea se sembraba en terreno tan idóneo para recibirla, no tardó en producir copiosos frutos. Sin embargo, los sectarios del Islam llevaban hasta entonces la mejor parte en la lucha, y las repetidas derrotas, si bien no destruian la esperanza ni el esfuerzo del corazon de los varones templados para la resistencia, iban redu
M) En el sitio de Aurioles (Orihuela) disfrazó á las mujeres de guerreros y con ellas coronó los muros. Creyendo los árabes que deberian combatir con numerosas fuerzas, se prestaron á una capitulacion honrosa para los cristianos.
ASTÍIRIAS.
ciendo hasta los últimos límites el número de combatientes. Esta circunstancia obligó á los astures á acogerse á la aspereza de las montañas, y habiéndoles parecido el sitio de Covadonga el más idóneo para arriesgarse á la defensiva, guarecidos en la gruta que la peña presentaba, y desparramados otros por las crestas de las elevadas montañas adyacentes, esperaron resueltamente á los sectarios del Islam.
Presenta la tradicion á los árabes marchando en innumerables escuadrones por el estrecho desfiladero que conduce á Covadonga, guiados por Alkaman, que no se detiene hasta que encuentra á la reducida hueste de Pelayo. Refiriéndose de nuevo á la traicion del obispo D. Opas, que ya en la jornada de Guadaleto habia contribuido á vender la patria al extranjero, hácele asistir tambien á este hecho de armas y tomar en él una parte principal.
Luego que los musulmanes llegan á percibir á los montañeses en su guarida, adelántase D. Opas á amonestarlos, presentándoles la temeridad de la resistencia contra tan numerosos y aguerridos escuadrones. La respuesta de Pelayo es fácil de concebir, tanto más, cuanto que los historiadores sucesivos que han ¡do relatando este acontecimiento, le fueron adornando siempre con nuevas circunstancias; de suerte, que las que en el antiguo Cronicon de Sebastian son breves frases, conviértcnse, en Mariana y Masdeu, en estudiadas y ampulosas arengas, vaciadas en el molde de las de los historiadores do la antigüedad clásica.
Comprenden entóncas los sarracenos que la obstinacion de aquellos montañeses es inquebrantable, y que sólo por la fuerza do las armas podrán reducirlos á la obediencia. Comienza, pues, con todo furor la batalla-, contestando los soldados de Pelayo á las armas arrojadizas de los musulmanes, con enormes piedras que introducen la confusion y el desórden en aquellos escuadrones, hacinados confusamente en tan estrecho desfiladero, en donde apenas pueden maniobrar.
Crece el ánimo de los astures al observar el buen resultado de sus primeros esfuerzos. Los venablos y las flechas, las piedras, lanzadas por robustos brazos, aumentan el estupor y el asombro entre los islamitas, que en su excesiva confianza habian despreciado en un principio tan reducida y mal armada hueste. Cuando intentan acometerla, estórbanse mútuamente, y alborotada la caballería, introduce gran confusion en los infantes.
Una nueva complicacion viene á propagar el pánico en las huestes de Alkaman. Los montañeses, que desde las elevadas crestas que rodean aquellos sitios espiaban con ojo avizor las peripecias de aquella contienda, al verla confusion que se apodera de sus enemigos, que apenas pueden creer en tan porfiada resistencia, lanzan enormes peñascos, troncos de seculares árboles, que, rodando con espantoso fragor por aquellas ágrias pendientes, caen en el barranco, en donde yacen apiñados los musulmanes, causando los más horrorosos estragos.
Todo parece que se habia conjurado en aquellas comarcas contra las armas del Islam. Hasta las flechas que lanzaban en su aturdimiento, rebotando en la dura roca, se volvian en su propio daño. Los compa
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ñeros de Pelayo redoblan sus esfuerzos, y observando el desórden que se ha introducido en las filas enemigas, sienten crecer en su ánimo la confianza en la victoria, y con ella nuevo valor y decision.
No tardó mucho tiempo en declararse en los escuadrones de Alkaman la derrota con todas sus tristes consecuencias. Sin poder herir á sus contrarios por el excesivo número de sus fuerzas, acosados por enemigos invisibles, que amenazaban desplomar sobre ellos las cumbres de aquellas elevadas montañas, se declararon en desordenada fuga, siendo perseguidos por los astures, que aumentaron con nuevos estragos los causados en la batalla.
Innumerables musulmanes pagaron en aquella ocasion con la vida su osadía, tiñendo con su sangre las cristalinas aguas del Deva, que desliza su corriente por las sinuosidades de la cañada. El mismo AlkamaD, el orgulloso caudillo que habia despreciado á aquel puñado de combatientes, sucumbió en aquella jornada despues de haber visto caer á su lado á sus más esforzados guerreros.
Sin embargo, la fortuna, que desde algun tiempo habia colmado con sus favores á las armas musulmanas, no se contentó con aquella sola derrota para demostrar sus veleidades. Era preciso que todas las tropas de Alkaman hallasen agreste sepulcro en aquellas asperezas, y así sucedió en efecto.
Refiere la tradicion, que un cuerpo de tropas que consiguió, á fuerza de grandes trabajos, doblar la áspera cumbre del Auseva, no tardó en encontrar el mismo fin que sus compañeros. Buscando los bosques de Liébana, por las gargantas del Amosa, al llegar á las riberas del Deva, el ribazo por donde caminaban los guerreros se estremece de repente, y con gran fragor se desgaja sobre el rio, hacinando, en confuso monton, los guerreros y las rocas. De este modo terminó la jornada de Covadonga, que habia de iniciar siete siglos de cruentas luchas, dando por resultado la emancipacion de un pueblo.
Esto es lo que refiere la tradicion, que con sus acostumbrados adornos, ha ido adicionando con maravillosos acontecimientos el hecho tan culminante que comienza nuestra gloriosa y porfiada lucha por la independencia. Posteriormente, la incredulidad no se ha contentado solamente con desnudar el acontecimiento de sus principales circunstancias, sino que, adelantando en este camino, ha llegado hasta negar el hecho, y poner en duda la existencia del caudillo.
No obstante, los estudios críticos sobre la historia, han revelado de un modo elocuente que, al paso que no hay motivo alguno sólido, ni prueba positiva para poner en duda la jornada de Covadonga, la mayor parte de los historiadores árabes hacen mencion de este desastre sufrido por sus tropas, si bien paliándole, como es natural, en lo posible.
Que en las relaciones de nuestros cronistas, con respecto al número de guerreros que perecen en las contiendas, hay gran exageracion, ya lo dejamos indicado en varias ocasiones, y especialmente cuando nos ocupamos de la invasion; pero esto, nada dice en contra de la verdad del acontecimiento. Tanto el monje de Silos, que hace ascender el número de los sarracenos
que murieron en el valle de Covadonga á ciento veinticuatro mil, y á sesenta y tres mil los que perecieron aplastados en el Deva, como el Tudense, que reduce á veinte mil el número de los primeros, y á sesenta mil el de los segundos, como, finalmente, los demas historiadores, que todavía aminoran este número; todos, sin distincion, convienen en la sustancia principal del hecho, estando en este punto de acuerdo con los cronistas árabes.
De este modo nació la Monarquía asturiana, en medio del fragor de un descomunal combate, creciendo despues á costa de belicosos esfuerzos. Las prendas que adornaban á Pelayo, le habian conquistado, de parte de los astures, el título y carácter de jefe; el esfuerzo que desplegó en las críticas circunstancias que acabamos de narrar, y más que todo, la fortuna con que inició sus primeras empresas, le dieron el título de Rey, que en un principio no fué distinto en esencia del de caudillo.
En aquellos momentos difíciles, en que sólo el valor y la resolucion podian conducir á seguro puerto la nave de la nacionalidad española, rodeada de rocas y arrecifes, se necesitaba un robusto brazo y un esforzado corazon, y por esta razon aquellos sencillos montañeses pusieron su vista en su caudillo, que en lo3 momentos más apurados no habia desconfiado de la salvacion de la patria.
El mismo campo de batalla fué el escogido para aclamar al nuevo Monarca, y el paves, una de las armas defensivas, el instrumento que sirvió de sólio á aquella naciente Monarquía, que se fundaba en la aclamacion popular, pues faltaba otro derecho sobro qué establecerla. Por esta razon, en tiempos posteriores, el pueblo conservó siempre en sí mismo la idea de su soberanía, y si este pensamiento estuvo oscurecido durante algunos siglos, á causa de circunstancias excepcionales y usurpaciones hábiles, bastó el primer sacudimiento originado por el comun peligro, para que volviese á proclamarse, por los representantes de la nacion, el fecundo principio de la soberanía nacional, única base sólida y estable de los tronos.
La Monarquía que fundaron los asturianos en aquel apartado rincon, no fué una restauracion, como algunos escritores han tratado de demostrar, violentando la significacion de los hechos históricos é interpretándolos de un modo caprichoso. El poder, verdaderamente gótico, habia muerto en las orillas del Guadalete, y las restauraciones que intentaron Teodomiro y Atanagildo en el Mediodía, no tuvieron más que una vida efímera y pasajera', á pesar de los tratos y convenios que se vieron precisados á entablar con los enemigos.
Por estos motivos, jamas podremos estar de acuerdo con aquellos historiadores que consideran á Pelayo como el tercer Rey de los cristianos, y sucediendo en el poder á los citados Teodomiro yA tanagildo; Pelayo, por el contrario, es el único fundador de la independencia de la España, y ni su nombre, ni ninguna de las circunstancias que rodearon su existencia, presentan reminiscencias góticas.
Si posteriormente los Reyes de Astúrias reanudaron las sencillas, pero grandes tradiciones de sus orígenes