Revista FUERZA NUEVA, nº 532, 19-Mar-1977
DE CÓMO SE FOMENTA EL SEPARATISMO
(Evocaciones que pueden ser trágicas para España)
Son muchos los que no salen de su asombro, estupefactos ante la afirmación de Adolfo Suárez en la Diputación Provincial de Barcelona, el 20 del pasado mes de diciembre, cuando afirmó y se apoyó en “el recuerdo histórico de la gran labor que realizó la Mancomunidad, presidida inicialmente por Prat de la Riba”. Y la sorpresa, agria y amenazadora, estriba en que la invocación a Prat de la Riba es nada menos que todo un programa de disolución nacional, reduciendo España a un nombre geográfico y vaciándola de su nacionalidad. Que esto lo pueda decir el jefe de Gobierno de la Monarquía, sin atenuantes, es grave. Precisamente el general Gutiérrez Mellado, en su discurso con motivo de la recepción de la Pascua militar, asentó ante don Juan Carlos I:
“La unidad de España, respetando la variedad de sus regiones, dentro de la mejor tradición de nuestra historia, de lo que sois albacea de su legado, estamos seguros, señor, que os obsesiona como una de vuestras más grandes. Responsabilidades”.
¿Cómo refleja Adolfo Suárez esta meta y obligación primordial de la Monarquía, de velar por unidad nacional, si uno de los santones de Adolfo Suárez, para Cataluña, es el manzanillo de los escritos y de la trayectoria de Enrique Prat de la Riba?
No hablamos porque sí. Lo característico de Prat de la Riba es la sofística que elucubró sobre Cataluña. De él proceden todos los males de nuestra Cataluña, desde el odio al Ejército hasta Prats de Molló, desde el Pacto de San Sebastián hasta el 6 de octubre de 1934, desde el 19 de julio de 1936, con esclavitud soviética más feroz, hasta la actual subversión del catalanismo, el servicio del PSUC. Comprobaremos cómo todo el programa del actual nacionalismo catalán está calcado sobre las aberraciones de Prat de la Riba. Para ello nos serviremos de su libro “La nacionalidad catalana”.
Para Prat de la Riba, las diferencias regionales son absolutas:
“Son grandes, totales, irreducibles las diferencias que separan a Castilla y Cataluña, Cataluña y Galicia, Andalucía y Vasconia… Las separa, por no buscar nada más (lo que más separa, lo que hace a los hombres extranjeros, unos de otros; lo que, según decía San Agustín en los tiempos de la gran unidad romana, nos hace preferir a la compañía de un extranjero la de nuestro perro, que al fin y al cabo más o menos nos entiende), las separa la lengua”. (Capítulo II)
Para para Prat de la Riba, los catalanes sólo son catalanes:
“Había que acabar de una vez con esa monstruosa bifurcación de nuestra alma, había que saber que éramos catalanes y que no éramos más que catalanes, sentir lo que no éramos, para saber claramente, honradamente, lo que éramos, lo que era Cataluña. Esta alma, esta sagrada fase del proceso de nacionalidad catalana, no la hizo el amor, como la primera, sino el odio… “Esta es la filiación de nuestra doctrina. No son los equilibrios más o menos ingeniosos de federalismo; no son vagas descentralizaciones que tanto se nos da; no son la bondad y la belleza de nuestras costumbres, ni las ventajas de nuestro derecho, ni las virtudes y el valor de nuestra lengua; no son los anhelos de buen gobierno y de administración civilizada: es Cataluña, es el sentimiento de Patria catalana. Ser nosotros, ésta era la cuestión. Ser catalanes". (Capítulo III)
Para Prat de la Riba, Cataluña tiene derecho a un Estado propio:
“Un concurso abierto por el Centro Catalán de Sabadell con el objeto de premiar un catecismo semejante al catecismo foral de Navarra, nos daba la ocasión ansiada de hacer aceptar nuevas ideas, y las aprovechamos. Con Muntanyola, que entonces estaba publicando una “Doctrina nacionalista”, exponiendo con lógica crudeza el nacionalismo, escribimos el “Compendio de doctrina catalanista”... Todo está allí, lo más granado: que nada más hay patrias de una sola clase; que España no es nuestra Patria, sino una agrupación de varias patrias; que el Estado español es el estado que gobierna la nuestra como las otras patrias españolas; que el Estado es una entidad artificial, que se hace y se deshace por la voluntad de los hombres, mientras la Patria es una comunidad natural, necesaria, anterior y superior a la voluntad de los hombres, que no pueden deshacerla ni mudarla. Y definida la Patria con sus caracteres fundamentales, se define Cataluña demostrando que tiene todos los atributos que constituyen la Patria o Nación. Nuestras campañas fueron de un espíritu intensamente nacionalista; evitábamos todavía usa abiertamente la nomenclatura propia, pero íbamos destruyendo las preocupaciones, los prejuicios y, con calculado oportunismo, insinuábamos, en sueltos y artículos, las nuevas doctrinas, barajando a intento, región, nacionalidad y Patria, para acostumbrar poco a poco a los lectores”. (Capítulo IV)
Para Prat de la Riba, a Cataluña le corresponde el Estado catalán:
“A cada nación, un Estado: ésta es la fórmula sintética del nacionalismo político, este es el hecho jurídico que ha de corresponder al hecho social de la nacionalidad… Consecuencia de toda la doctrina aquí expuesta es la reivindicación de un Estado catalán en unión federativa con los Estados de otras nacionalidades de España. Hecho de la nacionalidad catalana nace el derecho a la constitución de su Estado propio, de un “Estado catalán”. Del hecho de la actual unidad política de España, del hecho de la convivencia secular de varios pueblos, nace un elemento de unidad, de comunidad, que los pueblos Unidos han de mantener y consolidar: de aquí el “Estado compuesto”. (Capítulo VIII).
Para Prat de la Riba, la historia es un instrumento de propaganda política:
“Los Reyes de Aragón, Castilla y Navarra, y sus ejércitos reunidos bajo la dirección de un caudillo catalán, Dalmau de Crexell, deshicieron el poder de los invasores… Con la toma de Valencia y su reino, Cataluña había completado su reconquista”. (“Historia de Cataluña”, de Enrique Prat de la Riba).
Para dibujarnos la personalidad del Rey Martín I, Prat de la Riba manifiesta lo siguiente: “Además de Conde de Barcelona, era rey de Aragón, de Valencia, Mallorca, Sicilia, Córcega y Cerdeña”.
Acerca del Compromiso de Caspe, Prat de la Riba, comenta:
“El pueblo no se engañó: esa nación extraña que venía con la nueva dinastía, era una nación que en todo tiempo ha tenido y tiene, naturalmente, odio a nuestra nación catalana: era el pueblo castellano”.
Y así, lógicamente, condena la hora feliz en que gobiernan los Reyes Católicos y culminan la Reconquista, con este aserto:
“De esa manera, el trozo de cadena con que desde el Parlamento de Caspe había ido aferrando a Cataluña, quedaba en manos de la gente que la había forjado para dominarlos”. (“Historia de Cataluña”, de Enrique Prat de la Riba).
¿A qué hado se encomendó Adolfo Suárez para propiciar tal evocación? Y no digamos lo que representa desde un punto de vista nacional, que brotara de la boca del presidente del Gobierno español. Porque, si prosperan las teorías de Tarradellas, Jorge Pujol, Trías Fargas y todos los movimientos nacionalistas que actualmente tienen audiencia oficial, España, como nación está terminada. Y todo esto en virtud de la dialéctica de Prat de la Riba. Gravísima claudicación la de Adolfo Suárez, con esta cita nefasta. En la Constitución de 1812 se estampaba en su preámbulo: “Las Cortes generales y extraordinarias de la nación española...” En la de 1837, se iniciaba así: “Siendo la voluntad de la nación española revisar, en uso de su soberanía...” En la Constitución de 1869, se asentaba: “La nación española, y en su nombre las Cortes constituyentes…” En la Constitución de la II República, en su artículo 23, se decía: “Son españoles: 1º) Los nacidos dentro o fuera de España...” No digamos cómo en los Principios del Movimiento y nuestras Leyes Fundamentales se rubrica el dogma indestructible de nuestro organismo nacional...
Con Adolfo Suárez, devoto -al parecer- de Prat de la Riba, ¿iniciamos la liquidación de España con la tribalización de las “nacionalidades”? ¿Preparan ya las sectas una falsilla constitucional que pueda comenzar así: “El Estado español es un mosaico de nacionalidades”? La batuta de Prat de la Riba, y los partidos nacionalistas, con sus interlocutores cerca de los hombres del Gobierno actual, a esto aspiran y buscan.
El reto de José Tarradellas
Jurídica y emocionalmente, José Tarradellas es un espectro macbethiano de una Cataluña acribillada por el dominio soviético (1936-39) y deshonrada en sus hombres y en su realidad. Pues bien, a estas horas Tarradellas tiende a situarse en un plano de igualdad con el Gobierno, con la Monarquía, además de insultar la memoria de Franco. En sus declaraciones del 6 de enero, en París, Tarradellas dijo lo siguiente, tan adaptado a lo expuesto por Prat de la Riba:
“Cataluña es una nación que posee una Constitución representada por un Estatuto de 1932 que nuestro pueblo aceptó y la dictadura abrogó. Y no podemos creer que la Monarquía mantenga la misma actitud… He creído siempre, y creo, que la Generalidad, de acuerdo con las organizaciones políticas del país, debe pactar directamente con el Gobierno de España incluso si no es de nuestro agrado. Me obligan a ello deberes hacia el país y la confianza que éste me ha otorgado”.
¿Qué significan los contactos del presidente Suárez con los que niegan la unidad de España? |
Y con Tarradellas ha habido conversaciones, oficiales u oficiosas, condenando lo que tan explícitamente viene exigiendo.
Por otra parte, Ramón Trías Fargas acaba de decir:
“Los partidos nacionalistas tenemos que ganar las elecciones: porque o se demuestra que Cataluña es nacionalista, aquí y ahora, o perderemos cincuenta años de nuestra historia” (“La Vanguardia”, 25 de enero de 1977).
Y exactamente lo repiten los otros jefecillos de la oposición. Y es una táctica definitivamente fulminante que la voracidad separatista nunca se sacia. Ya lo había observado Antonio Royo Villanova, que, aunque no comulguemos con todas sus opiniones, tenía intuición sobre este problema. Estas son las palabras de Royo Villanova:
“El Estatuto, por mucho que les dé, no les basta; será una trinchera para pedir más. Si les damos una gran autonomía, no nos la agradecerán; reconocerán que todavía les dejamos a deber, y además no lo consideran como el reconocimiento de una cosa fraternal y efusiva, sino como algo medroso, que no hemos tenido más remedio que otorgarles, y crearán que se merecen mucho más”.
Y esto ya lo comprueba la actual situación reformista, que después del decreto -prescindiendo de las Cortes- sobre los objetores de conciencia, ya por doquier proclaman que es insuficiente y que hay que ampliar mucho más el procedimiento para desmoralizar el servicio militar a la Patria. (…)
¿Se prepara el fin de España?
En “La Vanguardia” del pasado 10 de diciembre de 1976, el ya difunto José Pallach manifestaba que “a las pocas horas de ser recibido por el Presidente Suárez, voló a París para entrevistarse en Saint Martín-le Beau con el señor Tarradellas… Prácticamente, a mí me parece que esta negociación ha empezado ya… Afirmó (Tarradellas) que considera al presidente Suárez lo suficientemente político como para conocer perfectamente la importancia de Tarradellas en la vida política catalana y española. Según Pallach, cuando él mismo informó a Tarradellas acerca de su entrevista con Suárez, insistió muchísimo en el hecho de la necesaria negociación con el presidente de la Generalidad y no únicamente -aun siendo muy importantes- con los partidos políticos catalanes. Le comenté a Tarradellas, también, cómo la conversación con Suárez se prolongó durante bastante tiempo sobre este particular y que, por lo que me pareció, el presidente Suárez no consideró extemporánea esta solicitud mía de una negociación con el presidente de la Generalidad como interlocutor. En esta misma línea informativa de sus contactos con el señor Suárez se hallarían Jordi Pujol, de Convergencia Democrática de Cataluña, y Ramón Trías Fargas, quien a través del señor Maciá Alavedra se había puesto en comunicación con el señor Tarradellas para exponer detalladamente los términos de sus respectivas conversaciones con el presidente Suárez”. Y, mientras tanto, huelgas, secuestros, terrorismo...
Aceptar cualquier clase de dialogo con Tarradellas y con los partidos nacionalistas es renegar de España, de su unidad nacional. Se viene repitiendo que unidad no es uniformidad. Esto está claro, pero tampoco la diversidad regional puede barrenar la unidad nacional, la conciencia histórica y unitaria de siglos de epopeyas, de comunidad y de destino. Entrar en el juego de las nacionalidades es dejar golear el mismo ser de España. (…)
Franco galvanizó a España en un ideal de progreso, de convivencia y de unidad. Rehizo lo que había perdido la Monarquía liberal, con sus partidos políticos, los enfrentamientos sindicales y la más triste de decadencia. Y, también, el demencial balance de la República masónica y soviética. Esta, para hundir a España no encontró métodos más rápidos que los Estatutos de Cataluña y Vasconia. (…) Hay que cargar sobre ellos, manipulados por el comunismo, la clave de la destrucción de España como realidad histórica y civilizada. En esta desintegración nacional, ocupa un primer lugar, en su inspiración devastadora Enrique Prat de la Riba.
En el Congreso, el 18 de diciembre de 1918, un diputado aragonés, José Gascón Marín, oponía a Prat de la Riba la actitud de Pi y Margall. Hemos bajado mucho, cuando el 20 de diciembre de 1976, el presidente Suárez recurre a Prat de la Riba y a su acción en la Mancomunidad, que solamente potenció el separatismo en todas sus evoluciones, desbarajustes económicos e ineficacia social. Pi y Margall, con todas sus lacras, no era iconoclasta de España. Porque ¡esto es el colmo!
El reformismo político nos amenaza con una tragedia para España. Joaquín Calvo Sotelo, en ABC” del 23 de enero, ha escrito:
“Marchamos hacia un horizonte en el que la palabra España se halla expuesta a ser como la cáscara de un huevo desportillado de la clara y la yema… Quién sabe, en cambio, si nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos se avendrán un día a sustituir esa palabra mágica, España, por esas otras dos burocráticas, asépticas y administrativas: Estado español”. (…)
Jaime TARRAGÓ
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