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Tema: Hay “otro” bicentenario

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    El Obispo Lué: Otro maldito de la historia oficial







    Benito de Lué y Riega era asturiano, nacido en Lastres, el 12 (17 según otras fuentes) de marzo de 1753, hijo de Cosme (o José) de Lué y de María Josefa de Riega, cristianos viejos y sencillos hidalgos. Había formado parte del Ejército español en su adolescencia, ya en 1770, adquiriendo un carácter a la vez austero e inflexible. Siendo Oficial, abandonó la carrera militar luego de la muerte de su esposa, e ingresó como eclesiástico. Se doctoró en Teología en Santiago de Compostela y en Cánones en Ávila. Y fue, posteriormente, deán de la Catedral de Lugo.


    En 1801, el Consejo de Indias lo propuso al rey Carlos IV (y éste luego al Papa Pío VII) para ocupar la sede diocesana de Buenos Aires que había quedado vacante, siendo confirmado el 9 de agosto de 1802. Partió hacia el Río de la Plata el domingo 14 de noviembre de 1802, aún antes de poder ser investido por el Papa.


    Fue recibido por el virrey Joaquín del Pino en persona en Montevideo el 30 de marzo de 1803. Y pasó a Buenos Aires, arribando el 22 de abril. El 29 de mayo de ese mismo año viajó a Córdoba, donde su Obispo, D. Ángel Mariano Moscoso lo consagró obispo el día 6 de junio.


    Pero en vez de regodearse en la corte virreinal, inmediatamente se abocó a realizar una minuciosa visita pastoral por su inmensa diócesis —cosa que no se hacía desde 1779. Recorrió penosamente y en medio de numerosos peligros Córdoba, Santa Fe, la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, los pueblos de las Misiones, regresando a la Capital virreinal recién el 3 de septiembre. Miles de fieles fueron confirmados, sacerdotes instruidos, matrimonios regularizados, libros parroquiales corregidos.


    En Buenos Aires consagró la catedral —que sólo había recibido una bendición de su antecesor—, y durante todo octubre de ese año se dedicó a inspeccionar los curatos de Buenos Aires y Quilmes, visitando Morón y Luján. Al año siguiente, en abril, parte hacia el Litoral y la Banda Oriental del Uruguay.


    En 1805, el 9 de marzo funda el Seminario Diocesano en la Capital, y, luego de eso, vuelve a cruzar el Río de la Plata, remontando luego el Paraná hasta Corrientes y adentrándose después por la selva hasta las antiguas Misiones. En su largo viaje, erigió numerosas iglesias, capillas y parroquias.


    El 25 de noviembre regresa por fin a Buenos Aires. Al año siguiente, levantó las parroquias de San José de Flores y de San Pedro González Telmo, que se extendían más allá de los límites actuales de la Ciudad hacia el oeste.


    Se preocupó especialmente por la formación y la espiritualidad de su clero, ambas en estado calamitoso. En ese orden de cosas, dictó conferencias a la que obligó a asistir tanto a seculares como a regulares.


    Todo esto disgustó especialmente a los sacerdotes ilustrados, en especial los que ocupaban escaños en el cabildo eclesiástico bonaerense y los párrocos que ocupaban los curatos más ricos. Los primeros enviaron, al menos, tres cartas al Rey pidiendo la separación del Obispo Lué de su sede entre 1804 y 1809. Se lo acusaba de cualquier cosa, desde alterar las costumbres “de esta colonia” hasta de ir demasiado rápido por los caminos.


    A diferencia de su antecesor, el obispo Azamor y Ramírez, que gustaba de las letras y las ideas modernas, dado a la literatura y la conversación erudita, el obispo Lué era buen teólogo y mejor canonista. Y como tal, consideraba indispensable abandonar el onanismo intelectual y dedicarse a la predicación y la catequesis —actividades que disgustaban a algunos clérigos americanos que sólo aguardaban un momento para cruzar el Atlántico y poder así frecuentar los salones y los clubes de pensamiento europeos.


    Tampoco hay que despreciar el hecho de que hiciera su divisa de la imposición de una férrea disciplina eclesiástica, combatiendo principalmente a las “queridas” y concubinas de algunos de sus dependientes.


    Enseguida se granjeó el cariño del pueblo humilde, pero recio, que admiraba a este prelado viajero, sencillo, sincero y austero —ajeno a la política virreinal y peninsular que tanto gustaba a algunos eclesiásticos americanos, especialmente entre el grupo de los ilustrados.


    Sobre el desdichado obispo Lué pesan dos horribles mentiras que, por repetidas al hartazgo, son por todos conocidas. Una se refiere a la actitud del diocesano bonaerense durante la invasión inglesa de Buenos Aires, diciendo que juró a las autoridades británicas. La otra, al contenido de su voto en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, donde habría dicho que “mientras quedara un sólo español en América, éste debería gobernar sobre los criollos”.


    Como es sabido, el jefe británico de Buenos Aires, el brigadier William Carr Beresford, ordenó que todos los funcionarios civiles, eclesiásticos y militares debieran prestar fidelidad al rey Jorge III en forma obligatoria, pudiendo el pueblo, en general, hacerlo voluntariamente. A cambio, Beresford concedía la libertad de cultos.


    Si bien los miembros de la Audiencia se negaron a hacerlo, los miembros del Ayuntamiento y del Consulado (excepción de Manuel Belgrano que se encontraba en la Banda Oriental), y los jefes militares capturados o rendidos, lo hicieron sin problemas. Lo mismo la mayoría de los comerciantes. También entre los firmantes voluntarios estuvieron los futuros revolucionarios Juan José Castelli y Saturnino Rodríguez Peña.


    En cuanto al clero, la actitud fue diversa. Todo el clero regular, encabezado por el prior dominicano Fr. Gregorio Torres, excepto los betlehemitas, juró al monarca británico. Pero D. Lué y Riega logró, mediante hábil diplomacia, que el clero secular evitara el juramento.


    Luego de la reconquista de Buenos Aires, los fiscales Villota y Caspe dictaminaron, en informe a la Corte, que la actitud del obispo bonaerense fue realmente heroica, subrayando que no fue compartida por ninguno de los otros funcionarios. Además, logrando granjearse la amistad del jefe inglés, salvó de la muerte a varios desertores británicos y a los naturales que los habían ayudado.


    También se negó a sancionar con la excomunión a los fieles bonaerenses que osaran tomar las armas contra el invasor británico, como lo exigía Beresford.


    En un oficio de Santiago de Liniers a la Audiencia, decía el jefe reconquistador: “Dudo Sr. Exmo., que, de cuantos obispos existen en América, haya uno más benemérito que el que ocupa la silla de Buenos Aires, el Ilmo. Sr. D. Benito Lué y Riega… Hallándose en la triste invasión de los ingleses, observó en estas críticas circunstancias una conducta llena de energía, de prudencia y de caridad, la que le atrajo la mayor consideración e influencia sobre el general inglés, y por ella se logró precaver varios daños a que este infeliz pueblo se hubiera visto expuesto.”


    Por si existía aún alguna duda sobre la infamia que se vertió sobre la figura del excelentísimo obispo, el historiador anglo-argentino Eduardo C. Gerding, habiendo accedido a archivos británicos, corroboró que el Obispo nunca juró fidelidad al rey inglés. Por su parte, el cronista británico Alexander Gillespie acusó al Obispo de ser uno de los principales ejecutores de la reconquista de Buenos Aires.


    Curiosamente o no, por el contrario, los religiosos juramentados serán los más fervorosos sustentos de la Revolución de Mayo y la Independencia.


    También es falso que hubiese participado de la rebelión contra el virrey Liniers. Lo cierto es que, el 1º de enero de 1809, vestidos con sus ropajes episcopales, se entrevistó con los revoltosos en el Cabildo y, luego, atravesó la Plaza hasta la Fortaleza, donde ayudó a alcanzar la paz a ambos bandos, sin inútil derramamiento de sangre.


    En cuanto a su participación en el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, al que sólo concurrió una porción de aquellos vecinos que tenían derecho a hacerlo, porque los revolucionarios habían cortado los accesos a la Plaza Mayor.


    La famosa frase “mientras existiese en España un pedazo de tierra mandado por españoles, ese pedazo de tierra debía mandar a las Américas; y que mientras existiese un solo español en las Américas; ese español debía mandar a los americanos” sólo fue recordada en la Memoria Autógrafa de Cornelio Saavedra, sin figurar en las actas del cabildo abierto. Hoy, los historiadores más serios ya no repiten la versión sino que creen que se refería al acatamiento debido al Consejo de Regencia frente a aquéllos que sostenían como hábil maniobra leguleya que la isla de León, donde sesionaba dicho cuerpo, no era propiamente España.


    El historiador e investigador Roberto H. Marfany (La Semana de Mayo, 1955) presentó un diario anónimo de un testigo de la Semana de Mayo, según el cual, lo que verdaderamente dijo el Obispo fue “aunque hubiese un solo vocal de la Junta Central y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como a la soberanía”.


    En cualquier caso, más allá de su opinión, su voto fue el siguiente: “Que el excelentísimo señor Virrey continúe en el ejercicio de sus funciones, sin más novedad que la de ser asociado para ellas del señor Regente y del señor Oidor de la Real Audiencia don Manuel de Velasco; lo cual se entienda provisoriamente y por ahora y hasta ulteriores noticias.”


    Toda la descripción que hace Vicente Fidel López, el “creador” de la historia argentina oficial, es espuria. “El obispo tenía tomado asiento con anticipación, vestido con un lujo eclesiástico excepcional. Llevaba todas las cadenas y cruces de su rango, riquísimos escapularios de oro y cuatro familiares, de pie detrás de él, tenían la mitra el uno, el magnífico misal el otro, las leyes de Indias y otros volúmenes con que se había preparado a hundir a sus adversarios.” Nada de esto concuerda con su forma de ser ni con las posibilidades prácticas que daba un cabildo abierto.


    El día 26 de mayo, los miembros de la Junta le enviaron una carta para informarle oficialmente sobre la destitución del Virrey y el nombramiento de este cuerpo revolucionario. Sobre todo, se le exigía el acatamiento a este nuevo orden de cosas, convocándolo a presentarse al Cabildo para jurar fidelidad, junto con el resto del clero.


    El Obispo respondió que acataba la Junta, pero se excusó de participar en la ceremonia de juramento. Por el momento, aunque disgustados, Saavedra, Moreno y los demás prefirieron no insistir.


    Pero la paz duró poco. El miércoles 30 de mayo, onomástico de Fernando VII, la Junta quería que se celebre un solemne tedéum por el Rey y por la Revolución. Los días anteriores, Saavedra y el Obispo cruzaron más de una carta con este motivo. Pasa que los funcionarios revolucionarios querían ser recibidos en la puerta de la Catedral por una dignidad —deán o arcediano— y otro canónigo. El digno Lué se rehúso, aduciendo la falta de suficientes eclesiásticos como para emplear a uno en estos menesteres. La Junta respondió amenazando subrepticiamente al prelado. Éste dijo que había sido malinterpretado y que ya había dispuesto a dos sacerdotes para recibir a los juntistas en la entrada.


    Efectivamente en la mañana del 30, un dignidad y otro canónigo esperaron a los nueve miembros en el atrio catedralicio y los acompañaron a sus sitiales; pero, al finalizar la ceremonia, no había nadie para escoltarlos de regreso. El tema se siguió discutiendo epistolarmente durante un mes o más por los sucesos del día de San Fernando.


    La excusa protocolar sirvió a los revolucionarios para impedir al Obispo asistir a la Catedral y visitar su Diócesis —que, en el fondo, era lo que se buscaba para evitar que difundiera ideas opuestas “a la libertad de América”. Incluso, el 10 de julio, la impía Junta de Gobierno le prohibió predicar y confesar.


    El 21 de marzo de 1812, D. Benito Lué celebró su onomástico en la quinta episcopal de San Fernando donde se encontraba en una especie de arresto domiciliario. Como era costumbre, invitó a todas las personalidades, y asistieron unas cien —entre ellas, muchos enemigos notorios del Obispo que lo hacían por primera vez—. Se ofrecieron chorizos, morcillas, riñones, jamones, pollos, gallinas, pichones, patos y pavos. Todo acompañado de vino a granel.


    A la mañana siguiente, el Obispo no se levantó temprano de su cama como era costumbre. Cerca de las 8.30 horas, sus criados ingresaron en su cuarto con preocupación. Yacía muerto en su lecho. El último en verlo con vida había sido el arcediano Ramírez, conocido revolucionario y enemigo del prelado.


    Pronto se esparció el rumor del envenenamiento. Sabiendo lo que esto podría causar contra los partidarios de la independencia, el Triunvirato se apresuró a asegurar que la muerte del obispo bonaerense fue por causas naturales. De hecho se prohibió siquiera mencionar en público la posibilidad de otra cosa.


    El investigador Miguel Ángel Scenna ha confirmado, luego de una profunda pesquisa, que el Obispo fue envenenado con toda probabilidad (cf. “El caso del obispo envenenado”, Todo es Historia nº 32).


    Don Benito Lué y Riega, mártir de la lealtad, fue sepultado el 24 del mismo mes en la catedral metropolitana de Buenos Aires donde aún descansan sus restos mortales.


    Tras su muerte, la cátedra bonaerense fue usurpada por el canónigo D. Diego Zavaleta el día 30, con acuerdo entre el Triunvirato y el Cabildo Eclesiástico, que, para evitar un cisma formal, usó el título de “Provisor Diocesano”.


    Se inicia así, en la enorme diócesis de Buenos Aires que iba desde el Paraguay y el sur del Brasil hasta toda la Patagonia y el sur del Chile actual, un oscuro período de sede vacante y cisma material que se prolongará hasta marzo de 1830.



    ¿Ésta es la “revolución católica”?
    Pious dio el Víctor.

  2. #2
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    Ordóñez está desconectado Puerto y Puerta D Yndias
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    ¡Muero contento por mi Religión y por mi Rey!



    La guerra a los “insurrectos” de Buenos Aires tuvo un carácter esencialmente religioso; los realistas, instigados o acaudillados por sacerdotes, en trance de ser fusilados llegaban al banquillo exclamando: ¡Muero contento por mi Religión y por mi Rey!


    José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas
    Tanto en América como en España,
    al grito de "Muero por Dios y por el Rey",
    ante las balas revolucionarias jacobinas.
    Pious dio el Víctor.

  3. #3
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    Ordóñez está desconectado Puerto y Puerta D Yndias
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    ¿Se podría utilizar este hilo para debatir sobre las independencias americanas en general?

    Aquí hay muy buen material al respecto:

    Foro Santo Tomás Moro - Las Independencias Americanas - Foro Sto.Tomás Moro

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  4. #4
    Avatar de Donoso
    Donoso está desconectado Technica Impendi Nationi
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    Bellatrix Castilla
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Yo creo que sí.

    Si hay buen material en ese hilo del STM podrías pasarlo aquí. El foro STM funciona sobre una plataforma gratuita que podría desparecer cualquier día, y se perdería.
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  5. #5
    Avatar de juan vergara
    juan vergara está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Estimado Ordoñez:
    Si hay alguien que fue Católico Apostólico Romano ese fue; MANUEL JOAQUÍN del CORAZÓN DE JESÚS BELGRANO.
    Y más allá de sus pecados -como todo hombre- siempre mantuvo esa fe y creencia, que demostró cabalmente y en todo momento a su tropa, cuya generala era la Virgen de la Merced.
    "Ea, púes soldados de la patria, no olvidéis jamas que nuestra obra es de Dios; que él nos ha concedido esta Bandera, que nos manda que la sostengamos, y no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con honor y decoro que corresponde".
    Los colores de nuestra bendita bandera los tomo Belgrano de los de la Purísima e Inmaculada Concepción, a cuya cofradía pertenecía, endelantándose a su declaración dogmática.
    Colores que uso Carlos III distribuidos en idéntico sentido que nuestra bandera.
    El Consulado, al que perteneció Belgrano tenía esos mismos colores en honor a la Virgen y estaba bajo la protección de la Inmaculada Concepción.
    El general Belgrano Dono gran parte de sus sus sueldos, para que se hicieran colegios.
    El gobierno le debía los sueldos que no había donado...
    De más esta decir que nunca se los pagaron.
    Murió con una pobreza franciscana a tal grado que hubo que vender su reloj para pagarle los honorarios al medico.
    Su cajón fue de simple madera de pino el más pobre que había.
    No tenia siquiera dinero para costearse el viaje de Tucuman a Buenos Aires, cuando estaba gravemente enfermo.
    Era terciario dominicano y expresamente pidió que se lo enterrara con dicho habito, lo que se hizo
    Tambien por expreso pedido se lo enterró en la iglesia de Santo Domingo.
    Murió cristianamente, sin quejas, sus ultimas palabras fueron "Ay Patria mía!"
    A su entierro fue algún familiar y solo cuatro amigos...
    Obviamente que no hubo ningún masón ni liberal...ni homenajes de ningún tipo, ni discursos, ni nada, fuera de lo religioso.
    Cordiales saludos.

  6. #6
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Estimado Juan, otra vez con lo mismo.... Por esa razón, no hay ningún problema entonces con las Cortes de Cádiz, que incluso fueron más claras para con la religión católica que cualquier prócer separatista.

    CAPÍTULO II: De la religión


    Art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.

    Lógicamente, a principios del siglo XIX, pocos exaltados se atreverían a hacer otra cosa. Sin embargo, es en ese mismo contexto donde San Martín le dice a su hija en su testamento que respete todas las religiones....


    Con respecto a la bandera, te recuerdo, fue decorada con el gorro frigio, simbología que mantuvo Juan Manuel de Rosas, a mi juicio, un personaje más que idealizado (No digo que fuera masón). Y es que a eso jugó el secesionismo en Hispanoamérica en líneas generales, del jesuitismo a Rousseau. El mismo hecho que Bolívar muriera arrepentido y maldiciendo a la masonería y hasta prohibiéndola poco quiere decir, y poco quería decir de hecho a esas alturas de la película.

    Con respecto a la masonería pasa algo parecido a lo que ocurre aquí con Blas Infante: Los musulmanes últimamente lo reivindican mucho. ¿Porque fuera un gran pensador, porque hizo una gran obra de la que se quieren apropiar? No, porque lo consideran un hermano en la umma, que es lo que fue. Eso mismo pasa con San Martín, Belgrano y tantos otros. Por eso mismo la masonería no se querrá nunca "apropiar" de Cathelineau o Zumalacárregui. Es la masonería a la que pertenecía Pablo Morillo y contra la que luchó Agustín Agualongo, y ambos combatieron en el bando realista. Sé que esto es un tema muy complejo, pero en cuanto a la obra secesionista argentina e hispanoamericana en general, la influencia masónica es grandilocuente hasta en la propia simbología.
    Y con respecto a Belgrano, -recuerdo el dato que da Luis Corsi Otálora-, le dice en carta a San Martín: “No estoy contento con la tropa de libertos; los negros y mulatos son una canalla que tiene tanto de cobarde como de sanguinaria, y en las cinco acciones que he tenido han sido los primeros en desordenar la línea.”

    ¡Je! Si cualquier oficial realista se hubiera expresado en esos términos, todos, desde el nacionalismo hasta el comunismo, qué no hubieran dicho....



    Estimado Donoso, en ese caso iré subiendo los artículos.
    Última edición por Ordóñez; 13/10/2012 a las 19:18

  7. #7
    Avatar de Ordóñez
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    El Problema Del 25 De Mayo
    Por Antonio Caponnetto

    [El Caballero De Nuestra Señora, 2º época Año: 8 Numero 147 8 de mayo del año del Señor 2008]

    Querido Marcelo:

    Me pides que te escriba para El Caballero de Nuestra Señora –publicación que llevo gratamente en el corazón desde los tiempos en que la iniciará, el inolvidable Padre Carlos Lojoya- alguna nota sobre La Revolución de Mayo.

    Permitime que te diga porqué me resulta tan difícil hacerlo.

    Tradicionalmente prevalecía la visión liberal y masónica de Mayo. Mayo era un dogma indiscutido, en virtud del cual debía repetirse que la patria había nacido en 1810, bajo los sacros auspicios de la democracia, del liberalismo y de la macabra Revoluta de 1789. España era una madrasta malísima –como la de las patochadas infantiles de Walt Disney- y habíamos hecho muy bien en sacárnoslas de encima. Los realistas eran tiranos opresores, los revolucionarios eran libertadores, y cada quien ocupaba su bando de malo o de bueno en los libros de texto. ¡Manes de parabienes!

    No le faltaba fundamento in re a esta visión. Porque efectivamente, este Mayo liberal, masónico, antiespañol y aún anticatólico había existido. Quien se acerque a las malandanzas de Castelli, Moreno y Monteagudo –entre tantos otros- podrá comprobarlo. Otrosí queda penosamente al descubierto cuando se consideran los escritos o los actos del curerío progresista de entonces, más confundidos que Casaretto después del Summorum Pontificum de Benedicto XVI. Por eso desde Roma llegaron voces legítimamente recelosas sino admonitorias respecto del movimiento revolucionario, como lo ha probado Rómulo Carbia en su La Iglesia y la Revolución de Mayo.

    Nuestro mismo Himno ratifica penosamente la existencia oficial de ese Mayo en todo contrario a nuestras raíces católicas. Hasta Ricardo Rojas –que le ha encontrado un par de plagios a la letra, y que nos exime “de la admiración estética”- se intranquiliza un poquitín ante aquello de “escupió su pestífera hiel”. ¿No será mucho, Vicente? Cristina lo canta a lo yanky, con la mano en su siliconado pecho. Yo, caro amigo, te confieso, como bautizado, no puedo andar gritando por ahí que la libertad es “un grito sagrado”. Y si tengo que ver “en un trono a la noble igualdad”, ya no es igualdad, pues está entronizada y ennoblecida.

    Como fuere, el Mayo masonete existió y es aborrecible. Existió y fue el que terminó imponiéndose, salvo durante el interregno glorioso de Don Juan Manuel. Los zurdos –que atacan a Roca por lo que tuvo de bueno- suelen decir que “es preferible un Mayo Francés a un Julio Argentino”. Tengo para mí en ocasiones, ante tanta confusión, que es preferible que no haya mayos.

    Los revisionistas –salvo alguno que creyó ver en el 25 de Mayo un 17 de octubre avant garde, y en el gorro frigio al famoso pochito con visera- en principio, pusieron las cosas en su lugar. Al menos los mejores de sus representantes probaron que hubo otro Mayo. Monárquico, hispánico, católico, militar y patricio; enemigo de Napoleón que no de España, fiel a nuestra condición de Reyno de un Imperio Cristiano, en pugna contra britanos y franchutes, filosóficamente escolástico, legítima e ingenuamente leal al Rey cautivo, y germen de una autonomía, que devino forzosamente en independencia, cuando la orfandad española fue total, como total el desquicio de la casa gobernante. Federico Ibarguren y Roberto Marfany, entre otros, se llevan las palmas del esclarecimiento y de la reivindicación de este otro Mayo. Mas nadie ha empardado, en claridad y en rectitud de juicio, al Mayo Revisado de Enrique Díaz Araujo. Sólo ha salido un tomo de los tres anunciados que componen la singular obra, pero es para aguardar ansiosos que la tríada se complete.

    Tampoco faltan hechos y personajes para probar la existencia de este Mayo genuino. Están las Memorias de Saavedra, la Autobiografía de Domingo Matheu, la de Manuel Belgrano, las cartas de Chiclana, Viamonte y Tomás Manuel de Anchorena. Está la obrita curiosa de Alberdi, El Gobierno de Sudamérica, y el mensaje magnífico de Rosas a la Legislatura, del 25 de mayo de 1836. Y hasta las fábulas humorísticas de Domingo de Azcuénaga están para nuestro entendimiento de la época.

    Leyendo meditadamente este material, es asombroso cómo se intelige el pasado y cómo se disipan las ficciones ideológicas. Lo que surge de estos valiosos testimonios no es el enjambre de conjeturales paraguas populistas, sino la espada de Saavedra “de dulce y pulido acero toledano, y que en su mano parecía una joya”, al buen decir de Hugo Wast. Espada puesta al servicio de la misma causa por la que en España, hacia la misma época, se desenvainaran otras para enfrentar al invasor Bonaparte. Y si surge también el Cabildo de estas veras semblanzas, es porque entonces, el mismo no era aún una figurita didáctica, sino una hidalga institución de raigambre medieval, custodia de los fueros locales y comarcales.

    Pero están los documentos que retratan este Mayo porque estuvieron los acontecimientos y los hombres que los protagonizaron. Y esto sería lo más importante por considerar y celebrar hoy, sino fuera que ese “Mayismo” fue derrotado, y prevaleció el otro. No sólo historiográficamente, que ya es grave, sino política y fácticamente, que es lo peor.

    Escuchemos a Rosas, en un fragmento de su valioso mensaje precitado: ”No se hizo [la Revolución de Mayo] para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad. No se hizo para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud. ¡Pero quien lo hubiera creído! Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo, no menos que de lealtad y fidelidad a la nación española, fue interpretado en algunos malignamente […] Perseveramos siete años en aquella noble resolución de mantenernos fieles a España, hasta que, cansados de sufrir males sobre males, nos pusimos en manos de la Divina Providencia y confiando en su infinita bondad y justicia tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España y de toda otra dominación extranjera”.
    Nuestros amigos carlistas, de un lado y del otro del Atlántico, están enojados con el 25 de Mayo. No les falta razones, ni son pocas las verdades que al respecto han recordado. Puede aceptarse incluso lo que enseñan: que nuestra guerra independentista tuvo algo o bastante de una dolorosa guerra civil, en tanto americanos hubo que se sentían inaboliblemente insertos a la Corona, con un gesto de lealtad que los honra. Puede y debe aceptarse, además, que la fábula escolar de “los realistas” malvados y los “patriotas” impolutos es un cuento de mal gusto. El realista Liniers fue un arquetipo de nuestra lucha soberana; el patriota Moreno, la contrafigura del cipayo. Y hasta tienen razón los carlistas cuando comentan que, en ciertas zonas hispanoamericanas, los negros defendieron la Corona y se batieron por su causa, sin importarle su condición. Claro que hablamos –como lo hace Luis Corsi Otálora- de los bravos negros que enarbolaban orgullosos los pendones de la Orden de San Luis- y no de los morochos mercenarios de D’elía. Por eso decía Ramón Doll que “hay negros de todos los colores”.

    Pero determinadas cosas vinculadas a nuestro 25 de Mayo, los admirados carlistas parecería que no quieren ver, o ven a medias, y entonces precipitan sus juicios. No quieren ver, por ejemplo,la gravísima crisis moral del Imperio Español, sintetizada en aquella sentencia tan dura cuanto cierta de Richard Heer: “España estaba gobernada por un galán frívolo, una reina lasciva y un rey cornudo”. No quieren ver que, a comienzos de 1810, sólo quedaban las apariencias de España, con “los franceses que salen por un lado y los ingleses que entran por el otro”, según afirmación de Benito Pérez Galdós en “El equipaje del Rey José”. No quieren ver que tanto ultraje, tanto vejamen, tanta depredación y anonadamiento de la Madre Patria, eran males causados por sus mismos reyes felones, por su misma borbonidad traicionera, por la vacancia y la acefalía cobarde de una Corona, que ya no era la de los siglos del Descubrimiento y la Evangelización.

    Y no quieren ver –como lo ha sintetizado certeramente Luis Alfredo Andregnette Capurro, replicando a Federico Suárez Verdeguer- que “las Cortes de 1810 y 1812, pletóricas de iluminismo jacobino, y Fernando VII con su avaricia absolutista, precursora del liberalismo, sellaron la destrucción del Imperio Católico. Crimen incalificable, porque la Revolución (en el sentido del verbo latino volver hacia atrás),aspiró a una unión más perfecta con la Metrópoli”. Crimen que se ejecutó con varias puñaladas traperas, como cuando el 24 de septiembre de 1810, las Cortes de Cádiz aprobaron la ley por la cual se dispuso la extinción de Provincias y Reynos diferenciados de España e Indias, en clara señal de abolición de los honrosos Pactos sellados por Carlos V en Barcelona el 14 de septiembre de 1519.

    ¿De qué lado estaba entonces la traición? ¿De los americanos que se levantaban jurando fidelidad al rey Cautivo, deseando conservar sus tierras, aunque reclamando la necesaria autonomía para no ser arrastrados por la crisis peninsular, o de la casa gobernante española que pactó la rendición ante Napoleón Bonaparte? ¿Quiénes eran los leales, los que se rebelaban aquí, a imitación de los combatientes hispánicos, para comportarse como súbditos corajudos y lúcidos, o aquellos funcionarios, cortesanos y monarcas que se desentendieron vilmente de la suerte de estos Reynos, como lo gritaba Fray Pantaleón García en el Buenos Aires de 1810? ¿Adónde la fidelidad? ¿En las intrigas borbónicas para convertirnos en pato de la boda, como decía Saavedra; o en este surero Buenos Aires levantado en hazañas, primero contra el hereje britano, y contra los alcahuetes de Pepe Botella después, y en ambos casos, levantado siempre con la bandera de España entre los mástiles?

    A ver si nos vamos entendiendo.

    La historia es historia de lo que fue, no de lo que pudo haber sido, o de lo que nos hubiese gustado que fuera.

    Nos hubiese gustado que el Imperio Hispano Católico no se extinguiera; y que nosotros nos constituyéramos en “la última avanzada de ese Imperio”, como cantaba Anzoátegui. Nos hubiese gustado que Mayo no hubiese sido necesario; y seguiremos repitiendo con José Antonio: “si volvieran Isabel y Fernando, ya mismo me declaraba monárquico”; esto es vasallo de aquella Corona por la cual la monarquía se reencontró a sí misma como forma pura y paradigmática de gobierno.

    Nos hubieran gustado tantas cosas.

    Pero los hechos se dieron de otro modo, seguramente por permisión de la Divina Providencia. Y no renegamos de nuestro Mayo Católico e Hispánico, ni de una autonomía que no era desarraigo, ni separación espiritual, ni ingratitud moral. No renegamos de aquellos patriotas que, portadores de sangre y de estirpe hispanocriolla, tuvieron que batirse al fin, heroicamente, para que esa autonomía fuese respetada.

    ¿Ves, querido Marcelo, porqué es tan difícil hablar o escribir sobre el 25 de Mayo?

    ¿Qué festejamos ese día? El Mayo masón desde ya que no. Ese será el del Bicentenario Oficial. Un festejo tan desnaturalizado y horrible como lo fue el de la gloriosa Reconquista y Defensa de 1806-1807. Será el Mayo falsificado y ruin, liberal y marxista, agravado por el magisterio soez de Felipe Pigna –nuevo Taita Magno de la Historia, como lo ridiculizaría Castellani- según el cual, Moreno fue el primer desaparecido y Saavedra el primer represor. Y lo peor es que a esta obscenidad llaman algunos ahora revisionismo histórico.

    El Mayo de algunos de nuestros entrañables amigos españoles, tampoco podríamos festejar. Para ellos lo de aquí fue una simple traición a España; y aunque traidores hubo, sin duda, tuvo aquel acontecimiento protagonistas centrales transidos de lealtad y de fidelidad, de arraigo espiritual y encepamiento religioso, de recto y fecundo amor al solar natal, de prudente, gradual y legítimo sentido de emancipación americana.

    El Mayo de los revisionistas heterodoxos, que vieron en aquellas jornadas de 1810 un alzamiento de orilleros resentidos y desarrapados rencorosos, tampoco es celebrable. Entre otras cosas, porque no existió. El piqueterismo es cosa de este siglo. Tampoco el Mayo de los católicos liberales, que creyeron calmar sus conciencias encontrando alguna tonsura entre los revolucionarios, aunque enseñaran las peores macanas modernistas.

    Si algún Mayo recuerdo con gratitud,emoción y decoro; con absoluta austeridad de manifestaciones festivas, es el que encarna aquel Comandante de Patricios, que afirmando con meridiana claridad que se alzaba contra franceses e ingleses -y contra todos aquellos que aquí o acullá quisieran comprometer el destino de estas tierras franqueándoles las invasiones- puso su condición militar al servicio de Dios y de entrambas Españas.

    De él dijo Braulio Anzoátegui: “Saavedra era un militar que jamás andaba sin uniforme, porque comprendía que un militar sin uniforme es una persona peligrosa que de pronto le da por pensar como un político cualquiera, y piensa y es capaz de olvidarlo todo; es como una dueña de casa que olvida lo que vale la docena de huevos. En esto se parecen las malas dueñas de casa a los malos militares: en que no saben cuánto valen los huevos”.

    Saavedra lo sabía. Y tenía fama de saber estas cosas fundamentales. Por eso, el Capitán Duarte lo quiso proclamar Rey de América. Pero Moreno lo acusó de borracho y lo desterró de la ciudad. También desterrado acabaría Saavedra.

    Curioso destino el de nuestros hombres de armas. Si no saben cuánto valen los huevos los nombran Generales. Si proclaman nuestra soberanía pasan a la historia por borrachos.

    Te mando un abrazo fuerte
    En Cristo y en la Patria

    Antonio Caponnetto
    Pious dio el Víctor.

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    Re: Hay “otro” bicentenario


    Ante los 200 años de la independencia hispanoamericana (I)


    JOSÉ ANTONIO NAVARRO GISBERT

    ¿Son las naciones de habla hispana de América, desgajadas del Imperio español a través de un proceso iniciado hace ahora doscientos años, una invención al socaire de los nuevos aires que soplaban por aquellas calendas, o hunden sus raíces en lo profundo de Occidente a través de la nación descubridora del Nuevo Mundo?

    Hay respuestas, alguna sin excesivos fundamentos, para todos los gustos, pero es innegable que cuando, con plenitud o sin ella, iniciaron la andadura sin tutelas españolas, lo hicieron al amparo de instituciones creadas a lo largo de tres siglos de colonia. Prueba de ello sería que las actuales naciones hispanoamericanas, con alguna excepción como Bolivia, segregada por estrategias de la guerra emancipadora del Alto Perú por Simón Bolívar, corresponden a las delimitaciones políticas, territoriales y administrativas que imperaban hace doscientos años.
    El caso de Venezuela es uno de los ejemplos más significativos: su existencia política es prácticamente una creación de Carlos III en 1777, como se desprende de la lectura de la Constitución de Venezuela cuando al fijar sus límites establece: «El territorio y demás espacios geográficos de la República son los que correspondían a la Capitanía General de Venezuela antes de la transformación política iniciada el 19 de abril de 1810…» Es significativo, además, porque fue Venezuela el foco principal del movimiento emancipador, con la curiosa paradoja de que aquella creación política reciente, soportó la carga más pesada en las jornadas que culminaron mediada la década de los veinte del siglo XIX en la independencia, con excepción de Cuba y Puerto Rico, del Imperio español en América
    La conmemoración de este segundo centenario es ocasión propicia para recordar algunas interpretaciones que se han producido al respecto. Angel Bernardo Viso, en un ensayo histórico, Venezuela: identidad y ruptura, que subtitula La historia como estado de conciencia, el pasado como introspección y vivencia colectiva, al analizar la situación actual, producto del proceso iniciado a principios del siglo XIX, dice que «vemos en nuestro continente agitarse formas confusas y caóticas de vida colectiva, que nos hacen mirar nuestro presente como la expiación de una culpa.» Interpretación a la que agrega que percibe « nuestra historia, salvo algunos momentos afortunados, como una sucesión de vías sin salida, y que invariablemente han conducido a nuevos atolladeros.»
    ¿Latinoamérica o Hispanoamérica?
    Como punto previo para entrar en cualquier disquisición alentada por la circunstancia bicentenaria conviene abordar el tema de la definición adecuada al referirnos al antiguo Nuevo Mundo, valga el oxímoron. Nos referimos a la debatida cuestión acerca de cuál es la denominación más apropiada: ¿Latinoamérica o Hispanoamérica?
    Aun cuando el término “Iberoamérica” se hace de uso obligado al referirnos a las naciones situadas en los dos hemisferios de América para incluir a Brasil, ese coloso aislado lingüísticamente de su entorno, el cual, para vencer el riesgo de incomunicación impone el español como idioma de obligado estudio, la cuestión a debatir se centra en la utilización de la palabra que con mayor rigor se incline por Latinoamérica o Hispanoamérica. Ya opinó al respecto Unamuno, cuando dejó en el aire la pregunta: “Latinoamericanos por qué, acaso hablan latín?” Quería significar don Miguel aquello de que somos lo que hablamos, argumento que de entrada es irrebatible. Sin embargo, la polémica está envuelta en sutilezas, intencionalidades y fines interesados en opacar la presencia española desde los albores del descubrimiento hasta nuestros días, y a fe que lo han logrado. Si en la propia España actual, el término “Latinoamérica” ha adquirido carta de ciudadanía, relegando “Hispanoamérica” al ámbito patrimonial del régimen extinguido con el fallecimiento de Franco, y arrinconando la palabra prácticamente al menosprecio, huelga hacer oposición en el resto del mundo.
    Pero lo cierto es que el uso de “Latinoamérica” que se ha impuesto permitió al escritor venezolano Carlos Rangel, en su obra Del buen salvaje al buen revolucionario, curiosamente un éxito de librería después de treinta años de su aparición, terciar en el caso: «Los latinoamericanos no estamos satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser.» Y al referirse a la América cuya denominación a reivindicar sería Hispanoamérica, se extiende: «Esa diferenciación de la América española procede, evidentemente del sello que dieron sus conquistadores, colonizadores y evangelizadores. Se trata de uno de los prodigios más asombrosos de la historia, pero está a la vista, es irrefutable. Hay controversia sobre el número exacto de los “viajeros de Indias”. Pero en todo caso fueron apenas un puñado de hombres, entre marinos, guerreros y frailes. Y esos pocos hombres, en menos de sesenta años, antes de 1550, habían explorado el territorio, habían vencido dos imperios, habían fundado casi todos los sitios urbanos que hoy todavía existen (más otros que luego desaparecieron), habían propagado la fe católica y la lengua y la cultura castellana en forma no sólo perdurable sino, para bien o para mal, indeleble.»
    De esto puede deducirse que española y no latina es esa América fundada en el aporte español iniciador de la portentosa aventura genésica creadora del mestizaje. América Latina o Latinoamérica es invención de franceses o de anglosajones, que aunque se ha implantado, constituye un caso de flagrante despistaje histórico.
    El caso es que a pesar de la división en 18 naciones, que como queda dicho tiene su origen en el propio desarrollo de la colonia, la América española tiene corporeidad, haciendo caso omiso de su fraccionamiento. Lo que confiere significación especial a este hecho se debe a la circunstancia de que los primeros españoles que llegaron al Nuevo Mundo no se encontraron con un vasto territorio unido por lazos culturales o por civilizaciones, sino disperso, variado, e incluso dentro de sus especificidades, mundos en pugnas de exterminio. Fueron las instituciones españolas y fundamentalmente la Corona, el factor aglutinante. Las culturas de los por error llamados indios, acabaron perdiendo su pasividad unitaria para integrarse en las sociedades hispánicas cimentadas progresivamente durante el desarrollo del proceso de conquista, colonización y evangelización. Otro factor aglutinador lo constituye la adquisición de la conciencia de su derrota frente al conquistador con las secuelas de exterminio por doble motivo: enfrentamiento y enfermedades importadas; y acaso el más importante de todos: el mestizaje.
    Incluso el indigenismo tan en boga actualmente adquiere un carácter que lo hace presentable en bloque alimentado por el cordón umbilical que transmite a todas las naciones la unidad lingüística, la religión, practicada o yacente, y una serie de usos y costumbres, heredadas de un tronco común que imprimió, como los sacramentos, carácter.
    Cualquiera que sea la denominación que se quiera aplicar a la comunidad que se da en las naciones que dieron sus primeros vagidos en el claustro fetal de la conquista, colonización y mestizaje, y que nacieron con la Independencia, constituyen junto con España una realidad que prevalece por encima de cualquier pretensión caprichosa que se proponga negarla o destruirla.
    PARPAL y Pious dieron el Víctor.

  9. #9
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    «Con la doctrina católica en la mano, las independencias americanas fueron injustas» - ReL



    A partir del año 2010 comienzan a celebrarse los procesos independentistas que dieron origen a las actuales repúblicas hispanoamericanas. Como embajador español para dichas celebraciones el Gobierno designó a Felipe González, lo cual da idea del sesgo que adquirirán los fastos. José Antonio Ullate acaba de publicar en LibrosLibres una obra que va justo en la dirección contraria. Y de título bien expresivo: Españoles que no pudieron serlo.

    - ¿Por qué es tan radical en su crítica a las independencias?
    - ¿Acaso hay algo que celebrar en la mentira, la ocultación, la nocturnidad y, sobre todo, en la negación de las graves obligaciones hacia la comunidad política llamada España –o las Españas–, circunstancias todas ellas que marcaron el nacimiento de las repúblicas americanas?

    - ¿En qué nos ayuda hoy reinterpretar aquellos hechos?
    - Necesitamos volver a aquellos enrevesados episodios de hace dos siglos para comprender qué ha sucedido con España desde entonces y cómo el actual caos que padecemos está muy relacionado con las llamadas independencias americanas.

    - Dos siglos después, ¿no hay que asumirlas como un hecho consumado?
    - Las cosas son lo que son en su origen. Nadie niega que dos siglos de historia no se pueden cancelar y nadie razonable aspira a hacerlo. Pero de lo que se trata es de comprender, no de estimular las pasiones. Es precisamente lo que hemos tenido en estos doscientos años: demagogos que han excitado las pasiones en detrimento de la serena comprensión y transmisión del legado político e histórico.

    - ¿Qué opina de los Libertadores?
    - Los llamados «libertadores» fueron conceptuados por la mayor parte de sus contemporáneos como traidores a su patria. Traidores con sentido de la oportunidad.

    - Son los padres de naciones hermanas...
    - Entre las cosas que habría que revisar en este bicentenario está el concepto de nación. Los independentistas, después de haberse escondido tras el señuelo de un rey cautivo, pasaron a explotar la idea del derecho de la nación o de las naciones americanas a su autodeterminación. Se habla poco sobre esto. Ni siquiera los llamados «libertadores» se ponían de acuerdo: para algunos, toda América era una nación diferenciada, para los demás, cada uno defendía diferentes, múltiples y superpuestas naciones contrapuestas.

    - Pero ¿no son hoy realidades políticas innegables?
    - Quizá hoy pueda hablarse con propiedad de naciones americanas, pero en 1810 hace falta echarle imaginación... Y si no hubo naciones, falla la principal y supuesta justificación teórica de las independencias.

    - ¿Cómo podría dársele la vuelta a la historia?
    - Ya le digo que no se trata de revertir la historia. Se trata de hacer algo que en doscientos años parece que no ha sido posible: reflexionar serenamente y sin cortapisas ideológicas sobre la legitimidad de aquellos movimientos y sobre las consecuencias de una eventual ilegitimidad pueda tener sobre la historia posterior y el momento presente, en América y en Europa. No quiero que se me malinterprete: tan ilegítimo me parece el nacimiento de aquellas repúblicas como la absurda «refundación» de una España liberal, artificial, antihistórica en la península ibérica a partir de 1833.

    - Si no había causa justificada para las independencias, ¿por qué sucedieron?
    - Se ha querido ver la causa de las revoluciones hispanoamericanas en un profundo malestar de los criollos frente a los españoles europeos. Esto es un sinsentido. Ese malestar se manifiesta con caracteres muy similares desde poco después de comenzar la hispanización de América y nunca esconde ningún deseo secesionista.

    - ¿El descontento fue sólo el pretexto?
    - Agitado por los ideólogos servirá de combustible a la revuelta, pero en sí mismo es un problema de articulación interna del imperio, y se da de forma parecida y paralela en los distintos reinos de la península.

    - ¿Qué otros ingredientes eran precisos?
    - La revolución francesa exportó la nueva idea de las naciones como tercer estado que reclama para sí las riendas políticas, frente a la monarquía y la aristocracia. Esta nueva ideología prendió en agitadores como Miranda o Bolívar, pero nunca llegó a calar en el pueblo. Además de ese componente ideológico, minoritario y rector, hizo falta un progresivo debilitamiento interno de la monarquía y del imperio merced a inveteradas y crecientes políticas regalistas contrarias a los fueros y, por último, la ocasión favorable y vergonzosa de la invasión napoleónica. Sin esos componentes, la sola ideología de Bolívar, de Hidalgo, de Miranda o de San Martín no hubieran podido prender en Hispanoamérica.

    - Un hecho curioso es que indios y negros querían mantener la fidelidad a la Corona...
    - La mayor parte de los indios y de los negros, pero también de los criollos querían mantener la fidelidad a la corona. Sin la mencionada labor de intoxicación ideológica nunca hubieran trasvasado sus lealtades.

    - ¿Qué papel jugó la masonería?
    - La mayor parte de los “padres de las patrias” americanas fueron amandilados. El alma ideológica de las independencias es de matriz revolucionaria y liberal. Pero hasta donde yo he podido averiguar, si bien muchos jefes independentistas fueron masones, las logias estaban poco implantadas en suelo americano antes de las revoluciones. Su influjo provenía más de Europa.

    - ¿Hubo además una negación de principios católicos?
    - A la luz de la doctrina política de la Iglesia y de la actuación del Papa Pío VII, las revueltas americanas sólo se pueden denominar sediciones y atentados contra el bien común político. La clave está precisamente en la reflexión sobre el bien común temporal, ausente en las apologías con que, desde la secesión americana, multitud de católicos han pretendido justificar la independencia. Con la doctrina política católica en la mano, las independencias americanas fueron completamente injustas.

    - ¿Por qué?

    - Que las independencias fueran injustas no absuelve de gravísimas culpas a los gobernantes españoles, particularmente a los últimos reyes. Son dos niveles distintos. Fernando VII, por ejemplo, fue un pésimo rey, pero no perdió la legitimidad, por lo que los deberes, políticos y morales de los españoles les obligaban a ayudar a sus gobernantes legítimos, buscando, eso sí, una reforma de un modo de gobernar errático.

    - Qué cambió a partir de la última independencia, en 1825, y del triunfo liberal en la península, en 1833?
    - Una vez que la comunidad política española quedó suspendida, tras 1825 y 1833, en realidad tenemos una actividad política antihistórica y antiespañola tanto en América como en la España europea, que a partir de entonces pasa a monopolizar el uso del término «España». En realidad no se trata de que España pierda América, sino de que España como comunidad política en el sentido histórico se desdibuja completamente y lo que ocupa su lugar son un montón de repúblicas artificiales en América y una refundación en la península, conforme a los patrones liberales, igualmente artificiales, del constitucionalismo de Cádiz.

    - España entró en agonía...

    - Sí, pero la pérdida de actualidad de la vieja España como comunidad política, como monarquía federal y foral, no significa su completa aniquilación. Sigue operando como bien común heredado de nuestros antepasados, y nos sigue obligando, no sólo a aspirar a una confederación hispanoamericana como ámbito territorial históricamente hispano, sino sobre todo a una reconstitución de una vida política fundada en el bien común.

    - ¿Una nueva Reconquista?
    - Recordemos que España como comunidad política actual desapareció con la invasión sarracena y durante siglos su existencia fue análoga a la actual: era un bien común acumulado que obligaba las conciencias de algunos. Lo que España es hoy es ante todo un reclamo para nuestras conciencias, para luchar por hacer justicia. Hoy, que padecemos una invasión peor que la sarracena, necesitamos tener fe y esperanza para transmitir un legado que nos obliga.

    FICHA TÉCNICA
    José Antonio Ullate Fabo.
    Españoles que no pudieron serlo. La verdadera historia de la independencia de América.
    LibrosLibres. Madrid, 2009.
    260 pp. 20 €
    COMPRAR

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Abraham Meza

    De Wikipedia, la enciclopedia libre

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    Abraham Meza (también de Meza o Mesa) fue un banquero y destacado miembro de la población sefardí de Curazao.
    Orígenes [editar]

    Era descendiente de judíos españoles, que huyeron durante la inquisición española. Muchos de ellos se fueron a Portugal y migraron después a la liberal Amsterdam. Desde ahí vinieron a las Antillas Holandesas, antes de migrar a Hispanoamérica.
    Simon Bolívar [editar]

    Abraham Meza destaca por su apoyo a Simon Bolívar, a quien le dio asilo y apoyo económico para la liberación de Hispanoamérica. Como agradecimiento se dio el derecho de asentarse en las costas caribeñas de Venezuela y Colombia, especialmente en Coro.
    Enlaces [editar]





    DIARIO PREGÓN DE LA PLATA: DIAZ ARAUJO: CRONICA DE LA CONFERENCIA SOBRE "SAN MARTIN Y BOLIVAR, SU POLITICA RELIGIOSA"

    DIAZ ARAUJO: CRONICA DE LA CONFERENCIA SOBRE "SAN MARTIN Y BOLIVAR, SU POLITICA RELIGIOSA"





    En el colegio aledaño a la Parroquia Cristo Rey fue inaugurado el día miércoles 17 de marzo de 2010 a las 19.30 hs el Salón del Bicentenario.


    En la ocasión, tras la bendición del Padre Marchioni y con una numerosa concurrencia de sacerdotes, monjas, laicos y la presencia del Concejal José Arteaga, el Dr. Enrique Díaz Araujo disertó sobre el tema “San Martín y Bolivar: su política religiosa”.


    A continuación brindamos una síntesis que no es textual de la conferencia:
    El 25 de mayo de 1810 fue un acto de autonomía respetando al Rey y el 9 de julio de 1816 la independencia del Rey.

    En América había un hábito de obedecer al buen gobierno. En 18109 hubo sucesos idénticos a los de Buenos Aires en toda Hispanoamérica, porque el problema era idéntico.
    América sólo obedecía a la Corona de Castilla, o a otros reinos ni mucho menos al pueblo de España. El Rey era considerado como un padre de cada americano. Y desde la independencia, América busca un sustituto paterno del Rey de España. América se sigue convulsionando porque no encuentra la forma institucional que calce con su identidad.
    El Reino de Indias era un Estado confesional y América se definió por su Religión católica. El Papa delegó en una bula de 1505 las designaciones eclesiásticas en el Rey de España, con el Derecho de Patronato.
    España vivió una Edad Media tardía, y cuando España se hizo liberal, América continuó con el espíritu medieval.

    Trafalgar, en 1805 marcó el triunfo de los anglosajones, que desde entonces gobiernan el mundo, marcando el ocaso español en 1808 cuando hubo dos reyes, padre e hijo, en España, en medio de quienes fue introducido como gobernante el hermano de Napoleón.
    En 1810 se produce la autonomía en toda América, y hubo tres figuras principales como libertadores: Iturbide en México, Bolívar en el Norte de Sudamérica, y San Martín en el Sur de Sudamérica. Los tres actuaron en conjunto desde una reunión en Panamá. Los tres tuvieron diferencias en la solución política, pero unidad en el criterio religioso.
    San Martín e Iturbide eran monárquicos, e hicieron tratados con los Virreyes procurando establecer un Rey borbón (no Fernando) para que gobernara en América desde su Independencia. Esta experiencia funcionaba con la dinastía portuguesa en Brasil. El candidato a ocupar la Monarquía que propiciaba San Martín era De Paula.
    San Martín después de su labor se retiró al ver que su proyecto no se podía concretar. Iturbide decidió en la misma situación gobernar, pero murió asesinado en una revuelta. Finalmente, Bolívar no quería un príncipe Borbón, porque decía que son todos malos, y se proclamó Emperador de los Andes, siendo más tarde expulsado del gobierno.
    Bolívar, además, renunció a la masonería y la prohibió, a la vez que dejó de ser liberal y promovió la Fe Católica.

    En lo que se refiere a la solución religiosa, Bolívar, Iturbide y San Martín estaban de acuerdo en reforzar a la Madre Iglesia, ya que no había un Padre-Rey. Iturbide lo hizo de la mano de la Virgen de Guadalupe, Bolívar con la Virgen de Belén y la Virgen del Cisne, y San Martín con las advocaciones de la Virgen de La Merced, del Carmen y de Luján. San Martín estableció permanentemente a la Iglesia en Chile y en Perú, donde la única religión era la católica y donde se prohibía ser funcionario a quien no profesara la Fe católica.
    San Martín obedeció al General Manuel Belgrano, quien era difamado, según una carta que éste le enviara el día 6 de abril de 1814. En el Reglamento del Plumerillo del Ejército de los Andes, hasta castigaba a los blasfemos severamente.
    Así era la política religiosa de San Martín y de Bolívar.
    Por otra parte, se difunde que San Martín se había unido a una logia masónica en Cádiz o en Londres, pero esas logias no existieron, es todo mentira, y por tanto indemostrable.
    Fueron los liberales quienes astillaron América, convirtiéndola en una serie de republiquetas aisladas, sobre todo en Centroamérica.
    Sin embargo, a pesar de que fracasaron en su proyecto político de instauración de una monarquía, lograron la solución religiosa que se proponían.
    Iturbide decía que “la Virgen de Guadalupe no ha venido a fracasar a América”. Así quedó el legado de la afirmación de la Tradición Católica de la Iglesia. Y todo eso se lo debemos a los libertadores.



    Publicado por Emilio Nazar Kasbo de La Plata en 3/18/2010 08:45:00 a.m. Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook

    Etiquetas: Enrique Díaz Araujo, Historia y Patria, José Arteaga



    Erasmus dio el Víctor.

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    Re: Hay “otro” bicentenario




























    miércoles, 14 de abril de 2010

    Históricas


    EL PROBLEMA DE
    LA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA

    Hace un tiempo, por gentil deferencia del doctor don Miguel Ayuso Torres, recibimos el tomo XII de los Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada. Publicación cuidada y valiosísima que puede “enorgullecerse de ser un punto de referencia en el tradicionalismo de raíz hispánica”, y que por eso tomamos con respeto y afecto en nuestras manos.

    En primer término debe anotarse que este volumen se abre con una sección de notas In Memoriam, a cargo del doctor Ayuso Torres, Secretario del Patronato de la Fundación. De esas páginas queremos destacar dos, que con justicia exaltan las figuras de los queridos camaradas y amigos inolvidables: Eduardo Víctor Ordóñez y Álvaro Pacheco Seré. Ellos representaron las orillas de la Patria Rioplatense. El recuerdo de don Miguel nos hace entrar en las hondas huellas del paso por esta vida de aquellos maestros que nos permiten continuar aprendiendo. Ambos, a no dudar, están “rogando ante el Altísimo por todos nosotros y su amada hispanidad”.

    Proseguimos la lectura con creciente interés cuando en la Sección Estudios y tal vez movidos por la cercanía del segundo centenario de la iniciación de la crisis del Imperio Romano Hispánico (1808-2008) llegamos a un título en el que nos detuvimos. Éste no era otro que el que encabeza esta nota: “El problema de la Independencia de América”. El trabajo lucía la firma de Federico Suárez Verdeguer que “fuera Catedrático de Historia en la Universidad de Santiago de Compostela…” trasladándose más tarde a Pamplona para dar comienzo a la que luego fue Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, donde creó el Seminario de Historia Moderna. Como Director de la “Colección Historia” de esa Casa de Estudios debe destacarse en particular la edición de los “Documentos del reinado de Fernando VII en trece volúmenes aparecidos entre 1965 y 1972”.

    De tan insigne profesor no podíamos dar crédito a nuestros ojos y entendederas que en la página 55 del tomo que nos ocupa estampara lo siguiente: “Así como en España… los Reinos de América reaccionaron como los españoles creando Juntas para la defensa de los derechos del Rey. El problema jurídico nace cuando las Juntas de América rehúsan el reconocimiento a la Junta Central o la Regencia (las negritas son nuestras). “En 1814 —agrega— las circunstancias cambian y los argumentos deben cambiar también. Fernando VII regresa a España en la plenitud de su soberanía y con respecto a América vuelve a ser como antes de 1808. Si se levantaron en defensa de los derechos del Rey, su alzamiento ya no tiene objeto”.

    Cabe entonces preguntar cuál era la situación legal de América en los comienzos del siglo XIX. La respuesta se puede sintetizar en forma clara y categórica. Las Indias no eran colonias sino Reinos y estaban unidos a la Corona de Castilla fuera de toda vinculación con el Estado español. Esto era lo que establecía el ordenamiento jurídico originado en los Pactos celebrados por el nieto de los Reyes Católicos con las autoridades indígenas locales.

    Todo nos lleva a la época de Carlos V, cuando el César firma, a su paso por Barcelona, en el año 1519, los documentos por medio de los cuales se “estableció la Unidad e Intangibilidad de América”. Durante tres siglos, ése fue el Estatuto.

    Ya en el siglo XVIII el accionar de las logias masónicas y la difusión de las ideas iluministas golpearon la estructura sobre la que se apoyaba la relación de los Reinos de Indias y la Monarquía Católica. Como un ejemplo de esto podemos señalar que el fundamento teológico de la autoridad de los Austrias se fue debilitando hasta ser sustituido por el laicismo del poder civil que hizo el absolutismo de la dinastía borbónica, llegada con Felipe V. Un absolutismo cerrado que eliminó el peso iluminador de la Iglesia al que se agregó la adopción del liberalismo con sus ideas en educación y economía.

    Y el problema hubo de estallar con la invasión napoleónica de 1808 y en un momento que se puede precisar: el 24 de setiembre de 1810, cuando las Cortes de Cádiz aprobaron la Ley por la cual se dispuso la extinción de Provincias y Reinos diferenciados de España e Indias para dar cabida “a una sola Nación Española”. Era la intolerable subordinación de lo criollo al masonismo peninsular de los liberales diputados gaditanos.

    Así fue que se levantó el estandarte del Pacto de los tiempos de Carlos V para sostener la independencia de las Juntas. Pacto que no era el de los enciclopedistas sino el histórico firmado y lacrado con Sellos Reales entre las Indias soberanas y Castilla.

    Y llegó 1814, año en el que, según Suárez Verdeguer, el Alzamiento ya no tenía objeto. Instalados los americanos en el campo jurídico, pensaron en la Paz y la Unidad con la restauración de la Monarquía Tradicional.


    Consecuencia de ello fueron las misiones como la que desde Buenos Aires encabezaron Belgrano y Sarratea, portadora de un Memorial que decía: “El pueblo de España no tiene derechos sobre los Americanos. El Monarca es el único con el cual celebraron contratos los colonos de América; de él solo dependen y él solo es quien los une a España… La Ley de Indias es la mejor prueba del derecho de las Provincias del Río de la Plata… La Ley en cuestión es el contrato que el Emperador Carlos V firmó en Barcelona el 14 de setiembre de 1519 a favor de los conquistadores y colonos…”

    Es indudable que esta Ley es la única que liga personalmente al Monarca y que no tiene relación con España. Pero las apelaciones al Monarca fracasaron porque Fernando VII era hombre desleal, insensible, con ladino orgullo y con un pétreo cerebro que no podía aceptar que su autoridad dependiera del cumplimiento del Pacto y de la “sumisión condicionada de sus leales vasallos”.

    Manuel Jiménez Quesada, en “Las doctrinas populistas en la Independencia de Hispanoamérica” (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Sevilla, 1947) transcribe lo que Fray Pantaleón García afirmaba en Buenos Aires allá por 1810: “La fidelidad no es un derecho abstracto que obliga a todo evento; es la obligación de cumplir el contrato que liga a las partes con el todo; obligación recíproca porque debemos guardar respeto y obediencia al Rey pero éste debe guardar nuestros derechos”. Las Cortes de 1810 y 1812, pletóricas de iluminismo jacobino, y Fernando VII con su avaricia absolutista, precursora del liberalismo, sellaron la destrucción del Imperio Católico. Crimen incalificable porque la Revolución (en el sentido del verbo latino “volver hacia atrás”) aspiró a una unión más perfecta con la Metrópoli. Tal como lo exponía el Restaurador el 25 de mayo de 1836 cuando refiriéndose a 1810 afirmaba: “No [se hizo la Revolución] para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos por el amor y la gratitud…”

    El Padre Suárez Verdeguer, que fuera Preceptor y Capellán de quien hoy ocupa el Trono de España, tal vez “con signo intelectual declinante” (“declinante incluso en la propia Universidad de Navarra donde se asentó por el contrario el catolicismo liberal enragé…”) escribió al final del Estudio lo que colmó nuestro asombro.

    Al preguntarse qué es lo que constituyó el alma de la secesión, se contesta que hay que buscarla “en los signos de los tiempos”. Agregando en párrafo inmediato que “una nueva generación que no pensaba ni sentía como sus abuelos, que estaba desarraigada del pasado porque hundía sus raíces en el sistema que las luces habían descubierto”. Ya ubicado cómodamente en el plano gaucho del historicismo sólo le faltó hablar de “los vientos de la historia”. Páginas para dejar en un piadoso olvido.

    Qué pena.

    Luis Alfredo Andregnette Capurro


    Escrito por CabildoAbierto a las 22:24
    Etiquetas: Luis Alfredo Andregnette Capurro





    Don Francisco de Miranda, Comandante-General del Ejército Colombiano, a los pueblos habitantes del Continente Américo-Colombiano (1806)


    Transcripción realizada por Gloria Henríquez Uzcátegui y Miren J. Basterra publicada en la página web de la Academia Nacional de la Historia, Venezuela


    Valerosos compatriotas y amigos.

    Obedeciendo á vuestros llamamientos, y á las repetidas instancias y clamores de la Patria, en cuyo servicio hemos gustosamente consagrado la mejor parte de la Vida; somos desembarcados en esta Provincia de Caracas, la coyuntura y el tiempo nos parecen sumamente favorable para la Consecución de vuestros designios; y cuantas personas componen este Ejército son (amigos) ó Compatriotas vuestros: todos resueltos a dar la vida, si fuese necesario por vuestra libertad é Independencia, (bajo los auspicios y protección de la marina Británica.)

    Con estos auxilios podemos seguramente decir, que llegó el día por fin, en que recobrando nuestra América su soberana Independencia, podrán sus hijos libremente manifestar al Universo sus ánimos generosos. El opresivo insensato gobierno, que oscurecía estas bellas cualidades, denigrando con calumnias nuestra modestia y carácter, consiguió también mantener su abominable sistema de administración por tres siglos consecutivos; mas nunca pudo desarraigar de nuestros corazones aquellas virtudes morales, y civiles que una religión santa, y un código regular inculcó en nuestras costumbres formando una honesta índole nacional.

    Valgámonos pues de estas mismas estimables prendas, para que expelidos los pocos odiados agentes del gobierno de Madrid, podamos tranquilamente establecer el orden civil necesario á la consecución de tan honrosa empresa. La recuperación de nuestros derechos como ciudadanos, y de nuestra gloria nacional como americanos colombianos serán acaso los menores beneficios que recojamos de esta tan justa como necesaria determinación.

    Que los buenos é inocentes indios, así como los bizarros pardos, y morenos libres crean firmemente que somos todos conciudadanos, y que los premios pertenecen exclusivamente al mérito, y á la virtud en cuya suposición obtendrán en adelante infaliblemente, las recompensas militares y civiles, por su mérito solamente.

    Y si los pueblos holandeses y portugueses pudieron en otro tiempo sacudir el yugo de la opresora España; si los suizos y americanos nuestros vecinos igualmente consiguieron establecer su Libertad é Independencia con aplauso general del mundo, y en beneficio de sus habitantes, cuando cada uno de estos pueblos separadamente apenas contaba de dos á 3 millones de habitantes, ¿porqué pues nosotros que por lo menos somos 16 millones no lo ejecutaríamos fácilmente? ¿Poseyendo, además de ello, el continente más fértil, más inexpugnable, y más rico de la tierra? El hecho es que todo depende de nuestra voluntad solamente, y así como el querer constituirá indubitablemente nuestra Independencia, la Unión nos asegurará permanencia y felicidad perpetua. ¡Quiéralo así la Divina Providencia para alivio de nuestros infelices compatriotas; para amparo y beneficio del género humano!

    Las persona timoratas ó menos instruidas que quieran imponerse á fondo de las razones de Justicia y de equidad que necesitan estos procedimientos, junto con los hechos históricos que comprueban la inconcebible ingratitud, inauditas crueldades y persecuciones atroces del gobierno Español hacia los inocentes á infelices habitantes del nuevo mundo, desde el momento casi de su descubrimiento, lean la Epístola adjunta de D. Juan Viscardo, de la Compañía de Jesús, dirigida a sus compatriotas; y hallarán en ella irrefragables pruebas y sólidos argumentos en favor de nuestra causa, dictados por un varón santo y á tiempo de dejar el mundo, para perecer ante el Creador del Universo.

    Para llevar este plan á su debido efecto, con seguridad y eficacia, serán obligados los ciudadanos sin distinción de clases, estado ni color (los eclesiásticos solamente exceptuados, en la parte que no sean designados) de conformarse estrictamente a los artículos siguientes:

    I.- Toda persona militar, judicial, civil u eclesiástica que ejerza autoridad comunicada por la Corte de Madrid, suspenderá ipso facto sus funciones - y el que las continuase después de la presente publicación, así como el que las obedeciese, serán soberanamente castigados.

    II.- Los cabildos y ayuntamientos en todas las ciudades, villas y lugares ejercerán en el ínterin todas las funciones de gobierno, civiles, administrativas y judiciales con responsabilidad y con arreglo a las leyes del país: y los curas párrocos, y de misiones permanecerán en sus respectivas iglesias y parroquias, sin alterar el ejercicio de sus sagradas funciones.

    III.- Todos los cabildos y ayuntamientos enviarán uno ó dos diputados al cuartel general del ejército, a fin de reunirse allí un gobierno provisorio que conduzca en tiempo oportuno á otro general y permanente, con acuerdo de toda la Nación.

    IV.- Todo ciudadano desde la edad de 16 hasta la de 55 años se reunirá sin dilación á este ejército, trayendo consigo las armas que pueda procurarse, y si no las tuviese, se le darán en los depósitos militares del ejército; con el grado juntamente que convenga á su celo, talentos, edad y educación.

    V.- El ciudadano que tenga la bajeza de hacer causa común con los agentes del gobierno español, ó que se hallase con armas en campamento, ciudadela ó fuerte poseído por dicho gobierno, será tratado y castigado como un traidor a la Patria. Si por el empleo que actualmente pueda poseer algunos de ellos en servicio de la España creyese su pusilanimidad que el honor le compele á servir contra la Independencia de su Patria, serán estos desterrados a perpetuidad del país.

    VI.- Por el contrario, todos aquellos que ejerciendo en la actualidad empleos militares, civiles, ó de cualquiera especie se reuniesen con prontitud bajo los estandartes de la Patria recibirán honras y empleo proporcionado al celo y amor al país que hubiesen manifestado en tan importante coyuntura: los soldados y marineros serán premiados igualmente conforme a su Capacidad y Zelo.

    VII.- Los depositarios del tesoro público lo pondrán inmediatamente á disposición de los cabildos y ayuntamientos, quienes nombrarán sujetos aptos para el manejo, y para suplir al ejército colombiano cuanto sea necesario á su manutención y operaciones, no solamente en dinero sino también en provisiones, vestuario, frutos, carruajes, mulas, caballos, etc.

    VIII.- Para precaver toda especie de insulto o agresión de parte de la gente de guerra y puestos avanzados del ejército, los magistrados y curas párrocos de las ciudades, villas y poblados (bajo su personal responsabilidad) harán fijar la Bandera ó Insignia de Independencia Nacional en la parte superior más conspicua de las iglesias, y los ciudadanos llevarán también en el sombrero la escarapela que denote ser tales, pues sin ella no serían respetados y protegidos como hermanos.

    IX.- Esta proclamación será fijada por los curas párrocos y por los magistrados en las puertas de las iglesias parroquiales y de las casas del ayuntamiento para que llegue con brevedad á noticia de todos los habitantes y asimismo harán leer en las parroquias y casas de ayuntamiento respectivas, una vez al día por lo menos, la Carta anteriormente mencionada del C. Viscardo, que acompaña este edicto.

    X.- Cualesquiera impedimento, retardo, ú negligencia que se oponga al cumplimiento de estos nueve precedentes artículos será considerada como un grave perjuicio nacional y castigada inmediatamente con severidad: ¡La Salud pública es la Ley Suprema!

    Fechada en el Cuartel General de Coro, á 2 del mes de agosto de 1806.

    Francisco de Miranda
    Tomás Molini, secretario







    DECRETO DE GUERRA A MUERTE
    SIMÓN BOLÍVAR,
    Brigadier de la Unión, General en Jefe del Ejercito del Norte,
    Libertador de Venezuela
    A sus conciudadanos

    Venezolanos: Un ejército de hermanos, enviado por el soberano Congreso de la Nueva Granada, ha venido a libertaros, y ya lo tenéis en medio de vosotros, después de haber expulsado a los opresores de las provincias de Mérida y Trujillo.

    Nosotros somos enviados a destruir a los españoles, a proteger a los americanos, y a restablecer los gobiernos republicanos que formaban la Confederación de Venezuela. Los Estados que cubren nuestras armas, están regidos nuevamente por sus antiguas constituciones y magistrados, gozando plenamente de su libertad e independencia; porque nuestra misión sólo se dirige a romper las cadenas de la servidumbre, que agobian todavía a algunos de nuestros pueblos, sin pretender dar leyes, ni ejercer actos de dominio, a que el derecho de la guerra podría autorizarnos.

    Tocado de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña, y os han destruido con la muerte; que han violado los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulaciones y los tratados más solemnes; y, en fin, han cometido todos los crímenes, reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia, y mostrar a las naciones del universo, que no se ofende impunemente a los hijos de América.

    A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la ultima vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros, si detestando sus crímenes, y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de España, y al restablecimiento de la República de Venezuela.

    Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de guerra, y magistrados civiles que proclamen el Gobierno de Venezuela, y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al Estado, serán reputados y tratados como americanos.

    Y vosotros, americanos, que el error o la perfidia os ha extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables, y que sólo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y salvaguardia. Nuestras armas han venido a protegeros, y no se emplearán jamás contra uno solo de nuestros hermanos.

    Esta amnistía se extiende hasta a los mismos traidores que más recientemente hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cumplida, que ninguna razón, causa, o pretexto será suficiente para obligarnos a quebrantar nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos deis pare excitar nuestra animadversión.

    Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.

    Cuartel General de Trujillo, 15 de junio de 1813.—3
    Simon Bolívar.
    Es copia.
    Pedro Briceño Méndez,
    Secretario


    - Por otra parte, un general bolivariano, Joaquín Posada Gutiérrez, dice:
    “He dicho poblaciones hostiles [a la liberación independentista], porque es preciso que se sepa que la Independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes; que las clases elevadas fueron las que hicieron la revolución; que los ejércitos españoles se componían de cuatro quintas partes de hijos del país; que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Reino, como que pretendían que como tributarios eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la República”.

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    El resquebrajamiento provocado del Imperio Español: Lo que había por detrás del Régimen de Intendencias - 25ª nota


    La Argentina temprana y toda Iberoamérica fueron beneficiadas por la formación de una sociedad orgánica, cuya vitalidad y originalidad emanaba de adentro, cuyos profundos fundamentos derivaban del "estado misional" español (como lo llama Cayetano Bruno, OSB). Si bien en la desarticulación del Imperio Español influyeron poderosamente potencias protestantes y enemigas de España, en el plano político internacional, y competidoras en el plano comercial, como Inglaterra, es preciso precaverse contra una visión materialista, economicista y naturalista que desconoce que la esencia de ese proceso fueron tendencias e ideas anticristianas derivadas del iluminismo y el trabajo de las logias por implantar la utopía vista en las notas anteriores. Era necesario para la Revolución anticristiana que ese orden vivo, que existía vigorosamente en la segunda mitad del siglo XVIII, fuese acorralado y reducido en toda la medida de lo posible, instaurando progresivamente un centralismo absolutista (de raíz igualitaria pese a las apariencias de la monarquía borbónica), precursor del superestado moderno. Una de sus acciones principales fue la implantación del Régimen de Intendencias, dirigido sibilinamente contra los cabildos y la aristocracia vecinal gestada en dos siglos de existencia.



    Retomamos hoy la publicación de este ensayo de visión católica y señorial de la Historia Argentina. Para mejor orientación del lector, recordamos un par de elementos que configuran el cuadro general para entender la importancia de algo aparentemente inocuo y burocrático, el Régimen de Intendencias (en letra azul clara). A continuación, la nota de hoy.





    III PERÍODO – EL RESQUEBRAJAMIENTO PROVOCADO DEL IMPERIO ESPAÑOL (ca. 1750-1810)
    Dos fuerzas disociadoras:
    ·
    El enciclopedismo revolucionario o jacobinismo
    · El centralismo absolutista, compresor de los estamentos, abolicionista de los derechos privados adquiridos o privilegios


    [...]

    La otra cara de la demolición: el absolutismo monárquico exacerbado
    Haciendo “pendant” con la difusión de las ideas enciclopedistas en nuestro medio, actuaba el centralismo monárquico exacerbado, cuya política se conoce como despotismo ilustrado.
    Si los enciclopedistas intentaban cavar una fosa entre América y España por la guerra de ideas, el absolutismo, especialmente durante el reinado de Carlos III, le proporcionaba una ayuda preciosa. Era el zonda que secaba el monte, mientras el jacobinismo le prendía fuego en todo lugar donde podía.
    Dos medidas que tomó fueron particularmente funestas:
    · La expulsión de los Jesuitas, que tuvo como antecedente el despojo a la Compañía y a los vasallos guaraníes (hecho inédito) de 7 pueblos jesuíticos entregados a Portugal en ocasión del Tratado de Permuta (1750);
    · La Real Ordenanza de Intendentes (1782; 1785).



    [...]



    25ª nota - Lo que había por detrás del Régimen de Intendencias
    El otro gran golpe asestado a esta parte del Imperio fue el establecimiento del Régimen de Intendencias. En Francia, el sistema fue una poderosa arma de los absolutistas para deprimir a la Nobleza. En la Argentina temprana, para anular la influencia de los Vecinos, de la Nobleza de Indias, de las clases dirigentes tradicionales.
    Contrariamente al país sereno, orgánico y vecinal que se había formado en dos siglos, creó unos burocráticos e intrusos Intendentes privando a los Cabildos de sus funciones adquiridas por el curso natural de las cosas, en torno a los cuales se habían consolidado las familias señoriales provenientes de la Hidalguía de Indias. Es claro que instituciones del arraigo de los Cabildos no se dejaron maniatar tan fácilmente, y en las numerosas querellas que surgieron, los descendientes de los Beneméritos lograron imponerse no pocas veces. Harán falta para consumar la obra las convulsiones sangrientas de las guerras civiles, que pronto seguirán.
    La Real Ordenanza no era otra cosa que el hacha asestada al pie del tronco. Una agresión avasalladora recibida de la Metrópoli donde estaba el Rey absolutista, rodeado de aquellos “felinos del Iluminismo” –como los llama Busaniche- que actuaban en la Corte, ya abiertamente, ya en la trastienda, moviendo misteriosos hilos conspirativos en América, que no eran otros que los movidos por las logias en toda la Cristiandad.
    “El absolutìsmo real, que parecía la consolidación del principio de autoridad, no era sino un principio revolucionario: la omnipotencia del Estado ante las leyes de Dios y de la Iglesia”, observa con agudeza Plinio Corrêa de Oliveira.






    ARGENTINA, SEÑORIO Y ESPLENDOR: El resquebrajamiento provocado del Imperio Español: Lo que había por detrás del Régimen de Intendencias - 25ª nota


    Fuente:
    II Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana
    Cabildo histórico de Salta

    SIGLOS DE FE EN ARGENTINA Y AMÉRICA PREANUNCIAN UN FUTURO GLORIOSO –
    La formación de la civilización cristiana y mariana en nuestro suelo y su resistencia a la Revolución igualitaria
    (ca. 1530-1830)

  13. #13
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Bicentenario Memoria Revelada - Agustín Agualongo - YouTube



    Una visión de las Américas, a 200 años vista. Los antihéroes del Pasto. | La turuta del Titanic

    Una visión de las Américas, a 200 años vista. Los antihéroes del Pasto.


    A diferencia de la vecina ciudad de Popayán que ha dado a luz a ocho presidentes, Pasto sólo parece haber sido la cuna de antihéroes. Muchos colombianos ven a Pasto como una ciudad en los confines del mapa, por allá aislada del resto del país. Da la impresión de que nada importante para la historia de Colombia hubiera ocurrido allí. No hay, pues, una Convención de Pasto, ni un Acuerdo de Pasto, ni siquiera una Batalla de Pasto, como las hay de Ocaña, de Cartagena o de Boyacá. La razón es que el capítulo de Pasto lo han borrado de los textos de historia. Se ha tratado de dejar en el olvido a los héroes locales que -seamos justos- algún reconocimiento merecen. El más pintoresco -y me atrevo a decir que el más importante- de los nativos de Pasto es Agustín Agualongo (1780-1824). Este "indio, feo y de corta estatura" (palabras de su biógrafo, el historiador pastuso Sergio Elías Ortiz), puso en jaque a lo más granado de los ejércitos republicanos. Su carrera militar se inició en 1811, a la avanzada edad de 31 años (a esa edad Sucre ya era gran mariscal y José María Córdova, general). Poco después fue la derrota y posterior captura del general Antonio Nariño, a quién los pastusos veían como un "hereje, masón, impío, verdadero poder de las tinieblas". La cruel ironía pastusa es que luego al departamento lo bautizarían con ese nombre. Pero lo que de veras lanzó a la fama a Agustín Agualongo fueron sus actuaciones después de 1819, cuando la misma corona española había aceptado su derrota. En 1822, bajo el mando del español Benito Boves, (sobrino del célebre Boves que aterrorizó a los llanos), Agualongo le declaró la guerra a la república de Colombia, en defensa del rey Fernando VII y de la religión católica. Boves huyó poco después y Agualongo pasó a liderar una guerra de guerrillas que lo haría legendario: héroe para unos, villano para otros. Tomó Pasto en junio de 1823 y siguió hacia el Ecuador, donde fue derrotado por Bolívar en Ibarra. Nuevamente tomó Pasto en agosto de 1823 y una vez más en febrero de 1824. En su última batalla, en Barbacoas, se enfrentó al futuro cuatro veces presidente Tomás Cipriano de Mosquera, quien resultó herido gravemente en la quijada (de esta herida se derivaría su apodo de "Mascachochas"). Finalmente, Agualongo fue capturado por José María Obando en junio de 1824 y fusilado en Popayán el 13 de julio. El gran pecado de Agualongo -lo ven así los pastusos- fue su irrebatible lealtad de principios. Por ésta y otras razones Bolívar nunca quiso a los pastusos; se refirió a ellos como: malditos, demonios, infames, malvados, infelices, desgraciados. Después de todo, en cercanías de Pasto ocurrió la más sangrienta de las batallas de independencia: la de Bomboná. Las bajas reportadas por el ejército patriota totalizaron 116 muertos y 341 heridos (compárese con 13 muertos y 53 heridos en Boyacá). Aunque los realistas pastusos perdieron más hombres, Bolívar se vio obligado a retroceder y cambiar sus planes en esa Campaña del Sur. ¿Quién ganó la batalla de Bomboná? La respuesta depende de la versión de la historia que usted lea. En la misma línea de Agustín Agualongo -aunque bastante menos belicoso- está el jurisconsulto, historiador y escritor José Rafael Sañudo (1872-1943). Sañudo es tan pastuso que sólo una vez en la vida abandonó su ciudad natal, para viajar hasta el Valle del Cauca. Eso no fue obstáculo para que este polígloto autodidacto, que fue fundador de la Academia de Historia de Nariño, y candidato tanto a la Rectoría de la Universidad de Nariño como a la Corte Suprema de Justicia, conociera con propiedad los clásicos griegos y latinos. Pero lo que hizo famoso al doctor Sañudo fue su obra, publicada por primera vez en 1925, Estudios sobre la vida de Bolívar, más conocida simplemente como el Bolívar de Sañudo. En este libro -y basándose en argumentos históricos irrefutables- se retrata al Libertador como un sujeto que, además de mujeriego y psicológicamente inestable, era desmedidamente ambicioso, impulsivo y, sobre todo, premeditadamente cruel. El parangón que hace Sañudo de Bolívar con los "sanguinarios" Sámano y Morillo es dramático. "¡Pesa reciamente el alma de un pastuso, al narrar los crímenes de Bolívar y sus esbirros!" Sea como fuere, estamos acostumbrados a esas biografías de los héroes que sólo los ensalzan y nunca muestran sus defectos. Alguien -por ejemplo, Juan Manuel Santos- debería regalarle a Hugo Chávez este texto bolivariano que él seguro desconoce. Y el último personaje de controversia, que aunque no nació en Pasto sí fue allí donde adquirió su fama, es San Ezequiel Moreno, canonizado por Juan Pablo II en 1992. Este sacerdote español fue designado obispo de Pasto en 1895. Para él los enemigos eran el demonio, los masones y los liberales: todos los liberales, especialmente los liberales católicos. "Sólo admitimos un liberalismo, malo, pésimo y condenado por nuestra Santa Madre la Iglesia." "Ser liberal es pecado" insistió hasta su muerte. Claro, eran otras épocas.



    BLOG DE HISTORIA ARGENTINA E HISPANOAMERICANA: EL COMPONENTE TRIBUTARIO EN LOS MOVIMIENTOS INDEPENDENTISTAS DE COMIENZOS DEL SIGLO XIX
    EL COMPONENTE TRIBUTARIO EN LOS MOVIMIENTOS INDEPENDENTISTAS DE COMIENZOS DEL SIGLO XIX

    Las modistas (por L. Matthis).
    Carlos III.






    Por Juan Eduardo Leonetti




    A MANERA DE INTRODUCCIÓN Y DE AUTOCRÍTICA




    El trabajo que sigue fue desarrollado como ponencia para ser expuesta en el XIV Congreso Colombiano de Historia, que se llevó a cabo en la Ciudad de Tunja en agosto de 2008.
    Como tributarista latinoamericano, interesado por la Historia de nuestras independencias, me pareció oportuno exponer en tan importante foro la idea de hurgar en el componente tributario de los movimientos revolucionarios que concluyeron con la ruptura de los lazos que unían a nuestros pueblos con la monarquía española.
    Se trataba de explicar que imbricado con el componente político latente en algunos patriotas de terminar con el vasallaje, convivía el deseo de no ser expoliado por un sistema fiscal regresivo como el impuesto por el sistema colonial, agudizado con las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII.
    La implacable crítica del tiempo transcurrido desde que aquellas ideas tomaron forma, me impone la obligación de señalar lo pobre de aquel desarrollo, el que solamente encuentra un responsable en el autor de estas líneas.
    Sinceramente, creí que con destacar los hechos producidos en La Revolución de los Comuneros sucedidos en Nueva Granada en 1781, junto con los antecedentes acaecidos en Quito en 1765, y en Perú con la rebelión de Tupac Amaru, estaba suficientemente explicitada la relación impuesto-hecho político.
    Confieso no haber puesto de relevancia que fue precisamente en Tunja donde tuvo lugar la primera de las rebeliones fiscales en tierras americanas de las que da cuenta la Historia, cuando el Cabildo de la Ciudad, a partir del 16 de abril de 1592, decidió no acatar el real impuesto de la alcabala.
    La desobediencia, expresión de los encomenderos que integraban casi toda la representación en el Cabildo, los que reaccionaron en defensa exclusiva de sus intereses económicos -ya que como veremos los sectores bajos de la población y los indios resultaban exentos de la gabela-, duró hasta agosto de 1594, y muchos pagaron con la cárcel el haberse alzado contra la orden real, a la vez que fueron anatemizados por cierta jerarquía eclesiástica que veía como pecado mortal esa desobediencia.
    Si bien es cierto que la causa -se diría excluyente- de estos hechos, así como de algunos otros que se sucedieron poco después en Lima, Quito, Cuzco, y La Paz, era lo gravoso de este impuesto al tráfico comercial, o sea un motivo netamente económico ajeno a reivindicaciones políticas que implicaran romper con la dependencia, lo que hubiera resultado impensable para la época.
    Debo reconocer que a estos hechos los tuve en un principio como ajenos a los procesos que iban a suceder dos siglos más tarde, sin advertir que si bien con objetivos acotados a los intereses meramente económicos, exhibían un sustrato que permite tenerlos como antecedentes, remotos quizás, de los hechos que iban eclosionar a comienzos del siglo XIX.
    Esta falencia que ostenta mi trabajo puede ser suplida con largueza con la lectura de una obra fundamental para la historia de la dignidad tributaria de nuestros pueblos, como lo es La Rebelión de las Alcabalas del Profesor Doctor Javier Ocampo López, al que tuve el privilegio de conocer en la entrañable Tunja, y a quien me permito dedicarle mi modesto trabajo.




    EL IMPUESTO Y EL VASALLAJE


    Puede decirse, casi sin ambages, que en el inicio de todos los procesos que culminarían con la independencia de las colonias que la Corona de Castilla tenía en América hubo un componente impositivo.
    Esto significa, ni más ni menos que –junto con las ansias de libertad de algunos patriotas, o bien con la necesidad que tenían otros hombres de preservar para la Corona española la hegemonía política en estas tierras ante el avance de Napoleón en la metrópoli– había algo que los unía, algo que tenían en común todas las posiciones, tal como era el oponerse al régimen impositivo instaurado desde los primeros tiempos del dominio real en la colonia.
    Es que no hay signo mayor de vasallaje –antonomástico, diría– que el pago del tributo.
    Vemos así que el Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española (XXII edición) define hoy al vasallaje, en primera acepción, como el vínculo de dependencia y fidelidad que una persona tenía respecto de otra, contraído mediante ceremonias especiales, como besar la mano el vasallo al que iba a ser su señor.
    La segunda acepción se acerca más a lo que aquí sostengo cuando dice Rendimiento o reconocimiento con dependencia a cualquier otro, o de una cosa a otra, para rematar en la tercera acepción precisando Tributo pagado por el vasallo a su señor .
    El escolástico Domingo de Soto O.P. , que escribió su obra en Salamanca en pleno Siglo de Oro, al centrar su interés en cinco clases de tributos, estudió esta relación de verdadera alienación al referirse al censo, que se abonaba por cabeza al gobernante, en reconocimiento de vasallaje, aclarando que éste es el tributo acerca del cual los judíos preguntaban a Cristo si era o no era lícito pagarlo al César.
    De Soto señalaba, además, como otras gabelas:
    El tributo, que se pagaba sobre los frutos de la tierra, destinando lo recaudado a la ayuda del Jefe de Estado y de la Nación.
    El vectigal, y también el portazgo, aplicados sobre el transporte de la mercadería para su venta y destinados a la reparación de puentes, muros y otras obras públicas similares.
    El peaje, aplicado también sobre la mercadería, pero cuyo destino era la vigilancia de los caminos.
    Por último analizaba la alcabala, que gravaba la venta de todas las cosas. El destino de los fondos recaudados por esta exacción era, entre otros, para sufragar los gastos públicos del rey.
    Ahora bien, si Fernando VII estaba preso en la metrópoli, era obvio para todos que el vínculo con el Señor que justificaba el tributo estaba al menos suspendido, y por lo tanto era la hora de cuestionar el sistema tributario que desde la época del Descubrimiento –en las que de Soto realizó su análisis– los venía rigiendo.




    LOS PRIMEROS GRAVÁMENES EN LA AMÉRICA CASTELLANA


    Los primeros gravámenes aplicados en el territorio de la América Hispánica consistían en su mayoría en lo que hoy llamaríamos tributos al consumo y a las transacciones. Se pagaban impuestos al ingresar la mercadería –el mentado almojarifazgo– y al transar con los bienes, tal el caso de la alcabala.
    Como un rasgo propio de nuestra historia tributaria debe destacarse la gran cantidad de exenciones otorgadas a los adelantados con el objeto de fomentar la conquista, y las disvaliosas consecuencias que, a la postre, produjo este trato exentivo.
    Con el fin de controlar el tráfico internacional se creó en 1503 en Sevilla la Casa de Contratación, donde se depositaban los productos procedentes de las Indias hasta su venta, asignándosele en 1510 funciones fiscales como el cobro de impuestos, el contralor de la mercadería embarcada, y la fiscalización del acervo hereditario de las personas radicadas en Indias.
    Esto configuró desde el inicio un burocrático sistema de recaudación y fiscalización tributarias, donde gran parte del total de lo recaudado se desvanecía como por ensalmo en manos de una urdimbre de funcionarios inescrupulosos, respecto del cual hombres preclaros –como el Padre Juan de Mariana S.J.– escribieron páginas que aún hoy mantienen actualidad .
    Los mencionados derechos que se imponían al tráfico internacional se veían reforzados en lo interno con los cobros de las aduanas de puertos secos de las provincias mediterráneas, por lo que el precio de las mercaderías se veía incrementado notablemente, y en especial por la prohibición que recayó sobre la comercialización de muchos productos, lo que obligaba a transportarlos desde lugares remotos.
    En su “Breve Reseña acerca del Régimen Tributario durante el Período Colonial”, Viviana Cecilia Di Pietromica dice que la alcabala constituye uno de los antecedentes más remotos del impuesto a las ventas, pues consistía en un gravamen aplicado a las operaciones de venta y permuta en todas sus etapas, destacando los caracteres propios del impuesto en cascada con el consiguiente efecto de piramidación, dado que era cobrado en cada etapa sobre el monto total de la transacción, quedando gravado el precio total que incluía el impuesto de todas las etapas anteriores.
    Se la impuso sobre todo lo que no estuviera expresamente exento (el pan, los libros, las armas y los caballos); existiendo por otra parte tasas adicionales para determinados productos o en virtud de quién hubiera sido el comerciante, como sucedía con la llamada alcabala del viento, que recaía sobre los vendedores forasteros. Rigió en América desde 1574 hasta 1811, en que fue suprimida.
    El aspecto regresivo de la alcabala se advertía ya por entonces, por el hecho de gravar igual al que nada tenía que a los sectores de mayores ingresos.
    Juan Bautista Rivarola Paoli, en su exhaustiva obra “La Real Hacienda. La Fiscalidad Colonial. Siglos XVI al XIX”, señala con precisión que la alcabala recaía sobre el precio de la cosa vendida o sobre el valor de las cosas trocadas.
    Los indios, en principio, estaban exentos respecto de los frutos y especies que fabricaban con sus manos, pero no cuando comerciaban con quienes no estaban exentos. O sea que se hacía una diferencia –si bien dentro del territorio colonial–, según quiénes hubieran intervenido en la transacción comercial, para determinar la existencia o no del hecho imponible.
    En nuestras tierras la alcabala fue objeto de licitación en reiteradas oportunidades. Se adjudicaba el derecho en subasta pública y al mejor postor, resultando que los adquirentes trataban de resarcirse rápidamente de lo invertido en la licitación a costa de los obligados al pago.
    Hacia la mitad del siglo XVIII –acota Rivarola Paoli– había decaído el interés en adquirir la concesión, dada la gran cantidad de exenciones existentes, entre las que se destacaban las de los clérigos, por los artículos que consumían.
    Una buena parte de los exentos, no satisfechos con verse favorecidos en sus consumos por no pagar tributos, compraban frutos en provincias distantes, para luego revenderlos a un menor precio que los de plaza, compitiendo deslealmente con los comerciantes que pagaban sus impuestos como correspondía.
    A esta enmarañada descripción de tributos, propia de la América colonial española, deben agregarse un sinnúmero de gabelas de las más variadas especies, que se imponían en cada momento histórico según las necesidades de la Corona o de las autoridades locales, por lo general en forma anárquica y dispuesta casi siempre por el método de acierto y error.
    Junto al famoso diezmo que debía tributarse al clero –percepción que fue delegada por el papado en la Corona española con la condición de difundir la doctrina cristiana y sostener a la Iglesia en Indias–, estaban los impuestos mineros, que por momentos llegaron al 50% de la producción, junto a ciertas imposiciones sobre los denominados estancos, que alcanzaban con fines exclusivamente fiscales a la pólvora, el azogue, la sal, la pimienta, la venta de papel sellado, la riña de gallos, y los juegos de naipes, destacándose por su importancia recaudatoria la del tabaco, que contó con sucesivas reglamentaciones especiales.
    Existían además las anatas, que eran los frutos derivados de un beneficio o empleo durante el primer año; o bien la media anata, que consistía en abonar la mitad de los emolumentos recibidos durante aquel período de inicio.
    Contribuían también a engrosar el erario real las penas de cámara, que consistían en el cincuenta por ciento de las sanciones pecuniarias impuestas en juicios; y las lanzas, que se imponían a los nobles en lugar de la antigua obligación de sostener treinta lanceros para el servicio de su majestad, debiendo destinarse en parte a la defensa de las costas.
    Se sumaban a este cuadro los derechos de pulpería y composición de pulpería, con lo que se gravaba la mera existencia del local, y la consecuente habilitación del mismo para la venta de determinados artículos, tales como bebidas alcohólicas, carnes, etc.
    Dentro de los gravámenes que percutían sobre el sector eclesiástico se destacaba la mesada eclesiástica, que se exigía a quienes desempeñaban cargos y oficios religiosos, los que debían tributar la duodécima parte de sus ingresos anuales.




    EL CONTRABANDO COMO PRÁCTICA CULTURAL TRIBUTARIA


    Generalmente los barcos venidos de España con licencia del rey traían a las colonias americanas autoridades civiles, religiosos, militares y la mercadería indispensable para el mantenimiento de las poblaciones.
    La mercadería debía ser detallada en los denominados registros, que consistían en listas que especificaban lo transportado, quiénes eran sus propietarios y una estimación del valor en tránsito. Los productos eran despachados desde la metrópoli en contenedores cerrados. Esta documentación respaldaba el comercio legal y permitía el pago de las obligaciones fiscales, en particular del almojarifazgo.
    Se intentaba concentrar en los puertos cabeceras de los virreinatos el ingreso y egreso de productos con una finalidad no solamente recaudatoria, sino también de protección de todas las manufacturas originarias de España, pretendiendo evitar –con el control y el puerto único– el ingreso de productos provenientes de otros países, que afectaran las primitivas factorías de la metrópoli.
    Pero como a toda prohibición suele seguir una violación más o menos acentuada de ella, el contrabando fue la muestra más cabal de la imposibilidad del debido control colonial sobre estas tierras.
    Era definido como la contravención de alguna cosa que está prohibida por bando –y de allí su nombre, contra-bando–. Así, la mercadería de contrabando era aquella que, estando prohibida su introducción por provenir de países enemigos con los que el comercio estaba cerrado, era igualmente ingresada en estos reinos.
    El precio encarecido de los productos provenientes de Lima, hacía que por el Río de la Plata se introdujera y se despachara gran cantidad de mercaderías, pese a la prohibición existente. Buenos Aires, entonces, se convirtió en el eje desde el cual entraban productos procedentes de países con una industria más avanzada que la española, como la inglesa, siendo altamente ilustrativo lo señalado respecto del contrabando por José María Rosa en su obra “Porteños Ricos y Trinitarios Pobres”, de aparición póstuma.
    Por un lado, era común el arribo de barcos extranjeros que, amparados por los accidentes geográficos costeros y las numerosas islas existentes frente a la actual República Oriental del Uruguay, permanecían en el río hasta vender sus productos a los comerciantes locales o a naves españolas, utilizando para el traslado de los bienes embarcaciones menores.
    En otras oportunidades, un barco no autorizado declaraba tener una avería; permitida su permanencia a los fines de la reparación, vendía una parte de sus productos de contrabando, y si era denunciado, la mercadería era decomisada y vendida en subasta, adquiriéndola los comerciantes vinculados a los contrabandistas. Eran las llamadas arribadas fraudulentas.
    Otras veces la mercancía –en muchos casos esclavos, cuya importación estuvo por lo general prohibida en las colonias castellanas durante el siglo XVII– era registrada en los libros oficiales, pero al no estar autorizado su ingreso se decomisaba, procediéndose al remate en almoneda, adjudicándosela a los que eran sus verdaderos dueños, valiéndose para ello de testaferros .




    LAS REFORMAS CARLISTAS Y LAS PRIMERAS REBELIONES FISCALES


    Para paliar esta situación y asegurar la intangibilidad de los reales créditos fiscales, Carlos III encara una serie de reformas de corte mercantilista que cobran cuerpo sustancialmente después de que éste ordenara en 1767 el extrañamiento de los jesuitas, como dio en llamarse a la expulsión lisa y llana de la Compañía de Jesús de su obra misionera en todos los confines del imperio español.
    En 1778 se dictó el Reglamento de Libre Cambio, o de Comercio Libre, el cual, como bien apunta Margarita González en una prolija reseña de las rentas de la Corona de Castilla en Nueva Granada, contrariamente a lo que podríamos pensar, éste no significaba la apertura ilimitada del comercio y menos la introducción de la libertad comercial que el país conoció luego a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
    De libre comercio aquello tenía sólo el nombre; junto a las reformas que se declamaban como liberales, y que se escamoteaban por absolutistas, se impuso la obligación para los comerciantes de exhibir ante las autoridades sus registros de ingresos y ganancias para convertirlos en la base de una nueva exacción fiscal proveniente del patrimonio individual.
    José Manuel Restrepo en su monumental obra “Historia de la Revolución de la República de Colombia”, escrita en 1827, refiere algunas insurgencias aisladas que en el virreinato de Nueva Granada precedieron y sobrevinieron al dictado de las reformas recién aludidas.
    Así, menciona el levantamiento de los indios de las provincias de Quito que hicieron de tiempo en tiempo algunos movimientos revoltosos, asesinando a los colectores de tributos, de diezmos, o de otras contribuciones; destacándose la revolución de la plebe que sobrevino en 1765, y los acontecimientos que acaecieron luego de la expulsión de los jesuitas en 1767, como reacción a tal medida.
    La vinculación de esta expulsión con la política fiscal del aparato colonial español fue motivo de una comunicación titulada “La expulsión de los jesuitas y la política fiscal en la América Hispana”, presentada en las XII Jornadas Internacionales sobre las Misiones Jesuíticas, que se realizaron en Buenos Aires en septiembre de 2008.
    Los movimientos insurgentes proliferaron en estas tierras americanas como consecuencia de las políticas implementadas por la Casa de Borbón desde la metrópoli, repercutiendo con mayor o menor intensidad a lo largo y a lo ancho de todos los territorios ocupados por el colonizador, mereciendo destacarse –por lo difundido e investigado– lo acaecido en el Perú con la rebelión de Tupac Amaru, aplacada con la ejecución del caudillo reformista el 18 de mayo de 1781.




    UN HECHO EMBLEMÁTICO: LA REVOLUCIÓN DE LOS COMUNEROS


    Este estado de cosas iba a desembocar –en ese año de 1781– en un hecho emblemático de la historia de la afirmación de la dignidad fiscal en tierras hispanoamericanas, como lo fue –sin lugar a dudas– la llamada Revolución de los Comuneros.
    Fue aquí, en tierras de la Nueva Granada, donde se asistió a una singular protesta de todos los estamentos de la sociedad, con un único objetivo aglutinante: oponerse a las reformas fiscales encaradas por Carlos III.
    Manuel Lucena Salmoral, en una obra fundamental sobre este tema –su estudio preliminar de “El Memorial de Don Salvador Plata”–, describe con precisión los alcances de aquel movimiento integrado por muy diversos grupos con el objetivo de derribar un sistema oneroso de impuestos.
    Uno de estos grupos –acota– era el de los terratenientes, en el que militaba Don Salvador Plata … otro era el de los mestizos … otro era el de los indios … Estos grupos caminaron unidos circunstancialmente hasta Zipaquirá, donde se creyó logrado el propósito de tirar por alto el sistema fiscal vigente, y se dio por concluido el matrimonio por conveniencia, disolviéndose el movimiento a continuación. Si los mestizos hubieran dado un paso adelante pidiendo ¡Igualdad!, los adinerados criollos hubieran gritado ¡Libertad!, y los indios hubieran reclamado ¡Tierra! … otros hubieran sido los tiempos de la revolución en Hispanoamérica.
    Esta protesta que podríamos llamar multisectorial, tuvo a mal traer a los personeros del régimen. El citado memorial refiere que los enfrentamientos armados que provocaron las reformas carlistas recogieron el apoyo para los rebeldes de algunos de los propios funcionarios fiscales y hasta de los militares que el virrey mandó para sofocar la sublevación.
    Así, dice el texto citado que don José Martín París, militar español al servicio del rey, quien sería luego Contador Principal del Real Ramo de Tabaco en Santafé de Bogotá y patriota de la independencia colombiana, fue uno de los que, al menos con su inacción a la hora de reprimir, fomentaron la expansión de la sedición.
    El grito general –dice Restrepo– se dirigía a que se quitaran los pechos y las nuevas contribuciones con que los pueblos eran vejados y empobrecidos; mas al hacer su revolución, en cada uno de los lugares, protestaban que de ningún modo querían romper los vínculos a la nación española, ni el vasallaje que habían jurado al rey católico. No hubo, pues, espíritu alguno ni ideas de independencia.




    LA GESTACIÓN DE LA INDEPENDENCIA Y LA CUESTIÓN TRIBUTARIA


    Mientras esto pasaba en 1781 en Nueva Granada, un cuarto de siglo después de aplacada la asonada –en junio de 1806– la bandera inglesa flameó sobre el fuerte de Buenos Aires, y con ella llegaron las medidas de libre comercio que, en interés de Su Majestad británica y en nombre de ella, impuso William Carr Beresford, quien mantuvo los impuestos vigentes en lo interno, por el bien general de la ciudad, para culminar liberando casi por completo el comercio del puerto de Buenos Aires, objetivo fundamental de la política inglesa en estas tierras.
    Paradojalmente, algunos de los patriotas que expulsaron al invasor inglés, en ese hecho fundacional de la historia argentina que fue la Reconquista de Buenos Aires, acaecida el 12 de agosto de 1806, albergaban la esperanza de ver concretadas estas libertades, que en gran medida constituyen el fundamento económico del Ideario de Mayo; y diría también –si se me permite– del Julio colombiano de 1810.
    Si bien leemos en el acta de la Independencia de Colombia que se había resuelto no abdicar los derechos imprescriptibles de la soberanía del pueblo a otra persona que a la de su augusto y desgraciado monarca Don Fernando VII, se le agregaba a renglón seguido una condición de imposible cumplimiento –como bien apunta Sergio Elías Ortiz en “Génesis de la Revolución del 20 de Julio de 1810”– cual era que el lejano rey venga a reinar entre nosotros.
    Era necesario para los hombres de la Revolución –dice Ortiz– hacer figurar en alguna forma al “amado Fernando” en sus declaraciones públicas, como un trampantojo para calmar los recelos de los funcionarios peninsulares y atemperar la opinión de las masas para luego hacerlas entrar por otras concepciones estatales.
    Pero en la intimidad, tanto en Nueva Granada como en Buenos Aires los patriotas querían la independencia absoluta de la metrópoli. Así, en la obra “La Independencia de Colombia” de Gómez Hoyos y González, leemos la carta que Camilo Torres le envió a su tío el oidor de Quito, don Ignacio Tenorio, el 29 de mayo de 1810: ... Pero si Fernando VII no existe para nosotros, si su monarquía se ha disuelto; si se han roto los lazos que nos unían con la metrópoli ¿por qué quiere usted que nuestras deliberaciones, nuestras juntas, nuestros congresos y el sabio gobierno que elijamos se hagan a nombre de un duende o un fantasma?
    La razón estaba en la gravedad de los cambios y en la necesidad de entrar poco a poco con las nuevas ideas. En ellas la regulación de las cargas impositivas seguía siendo un elemento aglutinador de las voluntades libres.
    Así, en el acta capitular del Cabildo Abierto de Buenos Aires del 25 de mayo de 1810 puede leerse en su punto noveno Que la Junta no podrá imponer contribuciones y gravámenes al pueblo o sus vecinos, sin previa consulta y conformidad del Excmo. Cabildo; mientras que en el acta de Bogotá del 20 de julio del mismo año se dice que la Junta iba a tener el Gobierno Supremo de este Reino, interinamente, mientras la misma Junta forma la Constitución que afiance la felicidad pública.
    Aquello que se gestó como protesta fiscal en 1781 en Nueva Granada en medio de las sectoriales quejas que brotaban por doquier, fue –como dijimos al comienzo de esta ponencia– el germen de los movimientos independentistas que, junto a la libertad de comercio y a la independencia política, reclamaban por ese derecho fundamental que radica en que el gestor de la cosa pública, sea monarquía o república, no pretenda apropiarse de una cuota de esfuerzo personal del ciudadano o súbdito, mayor que lo que el bien común requiere, ya que no otra cosa es el impuesto injusto, reclamando para sí, como signo inequívoco del final del vasallaje, la asunción de la soberanía tributaria.
    Como colofón quiero destacar que aquel militar español que actuó como tal ante la rebelión fiscal de 1781, don José Martín París, devenido en 1810 como Administrador de Tabacos, formó parte de esa pléyade de patriotas que asumiría el primer gobierno patrio granadino, integrando la comisión de Hacienda de la Junta; pagando un lustro más tarde con su libertad y su patrimonio la afrenta infligida al régimen colonial, en ocasión de la intentona contrarrevolucionaria que entró a sangre y fuego en las antiguas posesiones y que sólo cedería años más tarde con el triunfo definitivo del Ejército Libertador, en cuyas filas actuaron cinco de los hijos del revolucionario recaudador.
    Debe también señalarse en este final que algunos hombres de Mayo y de Julio, imbuidos por un ideario de libertades abstractas, embistieron contra el vetusto y absolutista andamiaje tributario pergeñado por la Corona castellana, al fragor de declaraciones de derechos que a veces olvidaron las realidades a las que iban dirigidas.
    Pasaron por alto aquel axioma que dice que los derechos fundamentales no lo son por estar consagrados en cartas, constituciones o tratados, sino que figuran mencionados en éstos justamente porque son derechos inherentes a la propia naturaleza humana, imprescriptibles e inalienables, sin necesidad de que sean declarados para que existan.
    Para terminar, y a propósito de esto, evoco ahora al padre de la Constitución Argentina, el Doctor Juan Bautista Alberdi. Su obra “Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina” constituye un elemento de análisis de primer orden para nuestra materia.
    Enumera allí la larga lista de impuestos que regían en la colonia, acotando que todo ese aparato de contribuciones rendía un producto miserable al tesoro español en las provincias argentinas, que, como las de Chile, costaban más a la metrópoli que su rendimiento; precisando a renglón seguido que sólo la libertad fecunda y enriquece las arcas del fisco.
    Describe Alberdi con preocupación lo errático de nuestro sistema rentístico como consecuencia de las medidas iniciales del primer gobierno patrio, donde se suprimieron, como contrarios al sistema republicano, la alcabala, los diezmos, la mita, los estancos –entre otros–, reemplazándolos por una larga lista que enumera, y que lo lleva a cuestionarse si en la política económica de entonces, al menos en la de las Provincias Unidas del Río de la Plata, prevalecieron la cordura y el anhelo sincero de servir a la causa de la libertad.
    Por eso para la Constitución Argentina postuló expresamente sólo las contribuciones de aduanas y de correos, refiriéndose luego en forma indeterminada a las demás contribuciones que equitativa y proporcionalmente a la población imponga el Congreso.
    Recomienda Alberdi prudencia en lo que hace a la supresión o creación de tributos, ya que después de los cambios en la religión y en el idioma tradicional del pueblo, ninguno es más delicado que el cambio en el sistema de contribuciones.




    CONCLUSIONES


    Analizados así los hechos, ya en las puertas de nuestros Bicentenarios patrios, cabe recapacitar sobre el camino recorrido en este tiempo para consolidar aquello que fue tan solo un inicio, un punto de partida en el camino de la libertad.
    Cabrá plantearse acerca del destino que nuestros gobiernos -patrios desde hace doscientos años- supieron darle a la recaudación fiscal, la que se nutre del esfuerzo de todos y de cada uno de los habitantes de nuestras naciones organizadas hoy bajo la forma de Estados de Derecho.
    Para que los efectos de la ruptura de aquel vasallaje que nos unía a la corona española se materialice cada día en las realidades concretas deben aprovecharse las lecciones que nos da el pasado, sin acudir a recetas mágicas que pudieron haber sido ensayadas en otras coyunturas históricas y no en el mundo globalizado en que nos toca vivir.
    Esto será tarea de todos, y le cabe al historiador del campo tributario sopesar las experiencias de antaño con las realidades siempre contingentes de hoy, a fin de que quien proyecte los planes a largo plazo, no caiga en la tentación de contentarse con meras expresiones de deseos. Algo así como aventar el riesgo de ilusionarse en la cima.




    Buenos Aires, noviembre de 2009




    BIBLIOGRAFÍA




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    Juan Bautista Alberdi.




    • Trusso, Francisco Eduardo, El Derecho de la Revolución en la Emancipación Americana. Emecé Editores. Buenos Aires, 1961.


    Publicado por Blog de Historia Argentina e Hispanoamericana en jueves, septiembre 02, 2010
    Etiquetas: El componente tributario en los movimientos independentistas de comienzos del siglo XIX, Juan Eduardo Leonetti

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    http://solazapallero.blogspot.com/2010/05/la-revolucion-de-mayo-en-la.html

    LA REVOLUCIÓN DE MAYO EN LA HISTORIOGRAFÍA ARGENTINA DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XIX. DISTINTAS VISIONES


    Bartolomé Mitre.


    Tulio Halperín Donghi.








    Julio V. González.






    Por Sandro Olaza Pallero






    1. Introducción


    Próximo a celebrarse el Bicentenario de la Revolución de Mayo, es tiempo oportuno para la reflexión de este suceso observar las distintas visiones de los historiadores que la han estudiado. Sobre la Revolución de Mayo se han publicado infinidad de trabajos que han tratado los aspectos más variados. Sería imposible abarcar en una monografía de esta extensión las aportaciones de todos los historiadores que se han dedicado al tema.
    El presente trabajo trata de ser una contribución en los estudios historiográficos sobre Mayo desde mediados del siglo XIX al Sesquicentenario y se han seleccionado las miradas dispares de Bartolomé Mitre, Julio V. González, Tulio Halperín Donghi y la revista Historia dirigida por Raúl Alejandro Molina.
    Se parte del análisis de un historiador clásico como Mitre y se llega cien años después a otros horizontes interpretativos, lo que indica una evolución en la historiografía de este importante acontecimiento. Esto nos dará también un parámetro en la diversidad y pluralidad para la comprensión de los procesos históricos argentinos.




    2. Bartolomé Mitre y su Historia de Belgrano


    Después de la independencia, comienza a adquirir identidad propia la historiografía argentina en una época de grandes conflictos sociales y económicos. Hay una vinculación estrecha entre la política del momento y el interés por la problemática histórica. La historia es un arma política y esto se aprecia con claridad en la obra de Bartolomé Mitre.
    Mitre en el prefacio de la segunda edición de su Historia de Belgrano (1859) afirmaba que la revolución del 25 de mayo de 1810, el hecho más importante de la historia argentina, “no ha sido narrado hasta el presente, a excepción de la media página que le ha consagrado la pluma artificial del deán Funes, y de una “Crónica” en forma dramática, escrita por el doctor Juan B. Alberdi”.
    La historia es un instrumento para interpretar el pasado, pero que sirve para construir el futuro según las necesidades de la clase dirigente. Por lo general, surgen en Buenos Aires y responden mayoritariamente a los intereses que dirigen el proceso de “Construcción nacional” y Mitre es el arquetipo. El problema de la construcción nacional está en la base del pensamiento de Mitre. El político e historiador ha sido quien reunificó a la nación bajo la hegemonía porteña.
    Hacia 1860, los textos escolares tomaron como fuente estas dos obras de nuestra historia general: el Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, del deán Gregorio Funes (1817 y reeditada en 1856) cuyo contenido llegaba hasta la apertura del Congreso Nacional el 25 de marzo de 1816; y la segunda edición en dos tomos de la Historia de Belgrano (1858 y 1859), de Mitre, que también abarcaba hasta la declaración de la independencia el 9 de julio de 1816.
    Juan Bautista Alberdi comentó la edición de 1859 y a raíz de ello escribió su libro Grandes y pequeños hombres del Plata, donde polemizó con Mitre. No se sabe, aún en la actualidad, si Alberdi escribió esta obra para disminuir a Mitre o mostrar aspectos de las ideas políticas de Belgrano, que en esos tiempos no se profundizaban mucho. El tucumano encontraba otro motivo de crítica en la afirmación de Mitre de que un aspecto de la llamada revolución había sido la independencia y otra la lucha interna. “Esto es –afirmaba Alberdi- explicar la revolución argentina con las explicaciones que se han dado de las revoluciones de Francia y de Inglaterra”.
    En la Historia de Belgrano, Mitre dedicaba cuatro capítulos a la Revolución de Mayo: “Síntomas revolucionarios 1809-1810” (Cap. VIII); “La revolución. – El cabildo abierto 1810” (Cap. IX); “La revolución – el 25 de Mayo 1810” (Cap. X) y “Propaganda revolucionaria 1810” (Cap. XI).
    Domingo F. Sarmiento advirtió en el “Corolario” de la primera edición (1858) que el general Mitre, literato, bibliófilo, militar, publicista y hombre de Estado, “ha revelado el hecho de que podemos, merced a la riqueza de nuestros archivos públicos, poner de pie la historia auténtica y documentada de los acontecimientos, palpitante de verdad y de vida”. Ahí estaban “desde los escogidos que dirigieron con tan asombrosa prudencia la Revolución de Mayo de 1810, y la parte inteligente de las ciudades argentinas, difundiéndolos por las armas en las otras secciones americanas, hasta hacerlos descender a las masas populares”.
    Mitre en el primer capítulo decía que este libro era la vida de un hombre y la historia de una época: “Su argumento es el desarrollo gradual de la idea de la “Independencia del Pueblo Argentino”, desde sus orígenes a fines del siglo XVIII y durante su revolución, hasta la descomposición del régimen colonial en 1820, en que se inaugura una democracia genial”.
    Señala Tulio Halperín Donghi que Mitre no mencionaba sus influencias donde había madurado su visión histórica, sí en cambio en la reconstrucción de los hechos del pasado gustaba de invocar a las autoridades en que se apoyaba, pero prescindiendo de nombrarlas. Pero Mitre había descubierto a Georg Gottfried Gervinus, con quien compartía una versión esperanzada acerca del porvenir de la América del Sur: la integración de las revoluciones hispanoamericanas en la corriente más amplia de las que transformaron el mundo atlántico.
    Mitre y Gervinus estaban unidos y separados por una fe liberal, que en cada uno de ellos se refractaba en el prisma de experiencias históricas tan distintas como pueden serlo la de esa nacionalidad naciente que era la Argentina y la de que, abrumada por la compleja herencia de la milenaria historia del Sacro Imperio Romano Germánico, hallaba difícil encuadrarse en el reciente unificado Estado alemán. Con Mitre la historiografía argentina dejaba atrás una rústica prehistoria gracias a la adopción de un rigor metodológico que por primera vez dignificaba a la ciencia histórica. “Es esa convicción la que invita a reconocer e Mitre al “representante” de una bourgeosie conquérante que creía, por su parte, tener una apuesta permanentemente ganadora con el destino”.
    Mitre tomó de la Historia del siglo XIX de Gervinus, temas que trató en su Historia de Belgrano, especialmente los tomos VI y IX. No se sabe cuando Mitre adquirió la obra de Gervinus, publicada entre 1865 y 1866, pero todo sugiere que su lectura se produjo en el momento que concluía su Historia de Belgrano. Esta última era la de la maduración histórica de la sociedad argentina, que en el crisol de revolución y guerra adquiere la conciencia de sí que hace de ella la sede de una nacionalidad.
    Para Enrique de Gandía, Mitre fue un revisionista de los estudios de historia argentina, y un exponente de ideas y hechos que escandalizaron a un tradicionalista como Vicente Fidel López. La creencia de que los criollos habían preparado la revolución por odio a los españoles, era fuerte e indestructible. Sin embargo, Mitre fue el primero en darse cuenta que el problema no era totalmente racial, sino principalmente político.
    La independencia en América había surgido del establecimiento de Juntas populares de gobierno, al igual que las creadas en la madre patria ante el avance de Napoleón. López se indignó con esta teoría, a pesar de que la primera junta rioplatense, la de Montevideo, fue presidida por el español Francisco Javier de Elío. Las diferencias entre la junta de Montevideo y la porteña de 1810 eran evidentes, la primera tenía por fin levantarse contra Liniers, por ser francés. En cambio, la segunda tuvo otros propósitos, empezando por el convocar a un congreso con representantes de todas las ciudades del virreinato. El duelo entre López y Mitre, en lo que se refiere a la génesis de Mayo, se concentró en la importancia que cada uno daba a un hecho distinto.
    Rómulo D. Carbia clasifica a Mitre dentro del grupo de los historiadores positivistas, donde también está incluido Paul Groussac. Destaca que la Historia de Belgrano tuvo una especie de continua ascensión que se puede apreciar en la edición definitiva de 1887. Pues, “antes que nadie, entre nosotros, comienza a elaborar su erudición en silencio, con tesón, benedictinamente, y cuando se lanza a la empresa del libro no se considera, como tantos, llegado al culmen. Por eso es un corrector y un perfeccionador de sí mismo”.
    Utiliza un vasto conocimiento bibliográfico junto a una crítica de las fuentes, pues sus predecesores habían aceptado habitualmente como dogmas verdaderos todo el contenido de los viejos cronistas e incorporado a sus trabajos las informaciones de ellos. Mitre en cambio, sometió a verificación sus aserciones, “llegando al convencimiento de que incurriría siempre en los más groseros errores quien tomase por guía a los cronistas y no fuera a investigar la verdad en los documentos originales que se hallan inéditos casi en su totalidad”.




    3. Julio V. González y la filiación histórica de Mayo


    Si tuviéramos que señalar los temas que más interés han suscitado en la historiografía de la Revolución de Mayo, sin duda su filiación histórica sería uno de ellos, La Revolución como piedra fundacional de la emancipación ha sido estudiada desde múltiples perspectivas y metodologías.
    La obra del doctor Julio V. González, Filiación histórica del gobierno representativo argentino (1937), centra su interés en los antecedentes de Mayo. Este autor, doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales, docente en la Universidad Nacional de La Plata, creada por su padre el multifacético Joaquín V. González, destacaba que esta obra era una limitada contribución al pasado argentino y que la importancia de los trabajos en el último cuarto de siglo, “hace innecesario destacar hasta que punto marcha a la zaga de la labor cumplida por el brillante elenco de investigadores, que vienen haciendo de la historia argentina una verdadera disciplina científica”.
    González había sido uno de los ideólogos de la Reforma Universitaria de 1918 donde señaló que “acusa el aparecer de una nueva generación que llega desvinculada de la anterior, que trae sensibilidad distinta e ideales propios y una misión diversa por cumplir”. Distinguía tres ciclos que se sucedieron en la evolución argentina y daba así un fundamento que definía como “sociológico” a la teoría de las generaciones.
    Durante el siglo XIX, González destaca un ciclo “gestativo” entre 1810 y 1853, y un ciclo “organizativo” u “orgánico”, que se desarrolla desde la promulgación de la Constitución a los años veinte. Un tercer ciclo reconstructivo comienza entonces, que aparece por el choque entre una nueva conciencia colectiva y las instituciones establecidas, aquí se inscribe la obra de la “Nueva generación”. Se debía reanudar la marcha, pues la generación del Ochenta había cortado el hilo conductor de la historia, lo que significaba un nuevo hito.
    Se trataba de hacer un “movimiento emancipador de la inteligencia americana”. Como afirmaba en la revista Sagitario, fundada en La Plata junto a su amigo Carlos Sánchez Viamonte en 1926. Tras un breve paso por la Juventud del Partido demócrata Progresista, en 1932 ingresa al Partido Socialista en el momento que también lo hace un grupo estudiantil y Alejandro Korn.
    En la búsqueda de los orígenes de la Revolución se había llegado hasta las más remotas fuentes –incluso las más dudosas, señalaba González-, pero era necesario “producir un hiato histórico que sólo podía salvarse con el conocimiento de los antecedentes inmediatos del sistema de gobierno implantado por la Revolución”.
    El punto de partida sería la Revolución en España, producida con motivo de la invasión francesa a la Península. “Estimo que la vinculación de causa a efecto que liga al movimiento argentino con el español, fue algo más estrecha y decisiva de lo que hasta hoy se ha reconocido”. Para la historia general uno sería la causa del otro, pero para la historia constitucional reviste las características de una causa determinante y este estudio lo demostraría.
    González señala que al poco tiempo de iniciarse en el estudio de la materia, tropezó con una incógnita que no le respondían los tratados consultados: “¡Cuál es el origen próximo, el antecedente inmediato de la forma de gobierno adoptada por la Revolución de Mayo para la nación cuyas bases echaba el movimiento emancipador?”.
    Era innegable que se postulaba una democracia participativa, con sus principios tomados de la Revolución Francesa, pero ¿cuál era la auténtica filiación histórica de las instituciones adoptadas para poner en práctica y hacer efectivos los fundamentos teóricos de la sociedad política a organizar? González remarcaba que el 25 de mayo de 1810 se había convocado a los pueblos del interior para que enviaran sus diputados elegidos por sus respectivos cabildos abiertos.
    Remarca que no se tenían antecedentes de estas asambleas vecinales, que habían existido entre 1806 y 1810, pero sin el carácter de electorales que revistieron después de Mayo. Se preguntaba: “¿De dónde provenían, siendo que nunca se había practicado en el Plata la democracia representativa, ni se eligieron jamás en tres siglos diputados a congreso alguno?”.
    La clave estaba en la circular a las provincias, donde se dictaban normas electorales sobre la elegibilidad de los diputados. Esto estaba concatenado con la real orden del 6 de octubre de 1809, documento que buscó González en actuaciones de la Real Audiencia de Buenos Aires y luego en documentos conservados en el Archivo General de la Nación. La revelación que le trajo aquella real orden y la documentación que le estaba relacionada, “resultaron tan importantes que, al término de la investigación, me encontré con el primer tomo de esta obra”, afirma el autor.
    Los frutos de esta labor irían mucho más allá del descubrimiento del origen de la regla electoral del 18 de julio, porque relevaría la existencia de un hecho nuevo para la historia constitucional argentina. El punto en cuestión era que la Revolución de España había provocado en el Río de la Plata un período de iniciación democrática anterior a la Revolución de Mayo, con motivo de la elección de un diputado vocal a la Junta Central de Sevilla.
    Filiación histórica del gobierno representativo argentino contiene lo siguiente: El libro I trata: “La Revolución de España” (Cap. I); “El estatuto representativo de la Península” (Cap. II); “El estatuto representativo de América” (Cap. III); “Naturaleza institucional de la representación de los diputados americanos a la Junta Central de España e Indias” (Cap. IV); “La iniciación democrática de los pueblos del Plata. – Elección del diputado-vocal a la Junta Central de España e Indias” (Cap. V); y “La gestión oficial” (Cap. VI). El libro II incluye: Parte primera: “El nacimiento de la soberanía popular” (Cap. I); “Genealogía del congreso general” (Cap. II); y “Formación de la norma representativa” (Cap. III). Parte segunda: “La elección del diputado por Santa Fe” (Cap. I); “La elección del diputado por Corrientes” (Cap. II); “La elección del diputado por Salta” (Cap. III); “La elección del diputado por Jujuy” (Cap. IV); “La elección del diputado por Tucumán” (Cap. V); “La elección del diputado por Tarija” (Cap. VI); “La elección del diputado por Santiago del Estero” (Cap. VII); “La elección del diputado por Catamarca” (Cap. VIII); “La elección del diputado por Córdoba” (Cap. IX); “La elección del diputado por Mendoza” (Cap. X); “La elección del diputado por San Juan” (Cap. XI); “La elección del diputado por San Luis” (Cap. XII); “La elección del diputado por La Rioja” (cap. XIII); “La elección del diputado por Buenos Aires” (Cap. XIV); “Las elecciones del Alto Perú” (Cap. XV). Parte tercera: “La libertad de prensa” (Cap. I); “Las leyes constitucionales de la Asamblea del Año XIII” (Cap. II); “Las declaraciones fundamentales de la Asamblea del Año XIII” (Cap. III).
    La obra está ampliamente documentada e incluye facsímiles manuscritos e impresos provenientes del Archivo General de la Nación y del archivo particular del doctor Carlos Sánchez Viamonte, notable jurista y docente universitario descendiente del general Juan José Viamonte. Entre las fuentes bibliográficas utilizadas por González se encuentran: AGUSTÍN DE ARGÜELLES, Examen histórico de la reforma constitucional que hicieron las Cortes generales y extraordinarias desde que se instalaron en la isla de León el día 24 de septiembre de 1810, Londres, 1835; A. FLORES ESTRADA, Examen imparcial de las disensiones de la América con España, de los medios de su reconciliación, y de la prosperidad de todas las naciones, Cádiz, 1812; ANDRÉ FUGIER, La Junte Supérieure de Asturies et l’invasion Franchise. 1810-1811, París, 1930; y ENRIQUE DEL VALLE IBERLUCEA, Los diputados de Buenos Aires en las Cortes de Cádiz, Buenos Aires, 1912.




    4. El Sesquicentenario y la revista Historia


    Desde su inicio en agosto de 1955, la revista Historia se constituyó en una publicación trimestral científica sobre la historia argentina e hispanoamericana. “Para ello –decía la editorial- proyectaría el haz luminoso de las investigaciones científicas realizadas con método y ecuanimidad a todas las épocas, ya con directa referencia a la que comprende la gran revolución americana de 1810, como también las del descubrimiento, la conquista cristiana, y luego, la de la Pacificación, como la llamó Felipe II”.
    La revista fue dirigida por Raúl Alejandro Molina y entre otros colaboradores se encontraban Armando Braun Menéndez, Miguel Ángel Cárcano, Hugo Fernández Burzaco, Roberto Etchepareborda, Ernesto J. Fitte, Guillermo Furlong, Guillermo Gallardo, Enrique de Gandía, César A. García Belsunce, Carlos María Gelly y Obes, Leonor Gorostiaga Saldías, Pedro Grenon, Ricardo Levene, Roberto Levillier, Roberto H. Marfany, José María Mariluz Urquijo, Pedro Santos Martínez, Eduardo Martiré, Andrés Millé, Cristina Minutolo, José Luis Molinari, José Luis Muñoz Azpiri, Margarita Hualde de Pérez Guilhou, Carlos Alberto Pueyrredón, Daisy Rípodas Ardanaz, Augusto G. Rodríguez, Ricardo Rodríguez Molas, José María Rosa, Isidoro Ruiz Moreno, Héctor Sáenz Quesada, Héctor José Tanzi, Mario D. Tesler, José Torre Revello, Enrique Williams Álzaga y Ricardo Zorraquín Becú, éste último subdirector.
    El primer número salió poco después de la Revolución Libertadora y comprendía el trimestre agosto-octubre de 1955. Precisamente el número siguiente destacaba los hechos recientes y las causas de la caída de Juan Domingo Perón, al haber “negación de las ciencias, de las artes y de toda labor intelectual…incendio de bibliotecas, incendio de archivos históricos”. El domicilio de la publicación era el de su director, ubicado en Lavalle 1226, segundo piso, en la ciudad de de Buenos Aires.
    Manifestaba la editorial el déficit cultural como uno de los males que aquejaban al país. “Fomentar la verdadera cultura nacional; apoyar las instituciones que la sirven, sean ellas universitarias, institutos de investigación, academias, bibliotecas, museos, centros intelectuales, y, en lo posible, propiciar la creación de otras nuevas”.
    Molina en la nota de actualidad “El incendio y destrucción del Archivo Arzobispal de Buenos Aires”, se lamentaba de la pérdida de uno de los más importantes repositorios documentales de Argentina, donde se guardaba la historia de la familia porteña, “desde los remotos días de Juan de Garay, para tener aproximadamente una sensación superficial de su antigüedad, pues este archivo contenía una riqueza de valores excepcionales”.
    En total se publicaron 50 números hasta 1968, y en la última editorial se destacaban las colaboraciones sobre fundadores desconocidos, viajeros, educación y cultura, y la colección especial llamada Colección de Mayo.
    “Cincuenta tomos cierra esta colección, con el índice general y total de la misma, con que terminamos la primera serie de esta publicación. No sabemos cómo vamos a encarar el futuro, dado el elevado costo de las impresiones y el moderno gusto de los lectores”. Asimismo recordaba a los colaboradores fallecidos como Ricardo Levene y José Torre Revello “que nos acompañaron desde el comienzo, asimismo para el Dr. Carlos Alberto Pueyrredón, que nos alentó siempre con su entusiasmo”.
    Rául A. Molina fue abogado, funcionario, docente y miembro de varias instituciones argentinas y extranjeras: Academia Nacional de la Historia, Academia Argentina de Geografía, Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas, Junta de Historia Eclesiástica Argentina, Real Academia de la Historia, Instituto “Gonzalo Fernández de Oviedo”, etc.
    En mayo de 1960, durante la presidencia del doctor Arturo Frondizi, se celebraba el Sesquicentenario de la Revolución de 1810. A nivel oficial se organizan festejos y publicaciones referentes a este acontecimiento, como por ejemplo, la Biblioteca de Mayo, colección de veinte volúmenes que recopila documentos, diarios, memorias y otras fuentes relacionadas a la emancipación y que edita el Senado de la Nación.
    La participación de Molina en el Sesquicentenario es activa. Se crea una Comisión Honoraria ordenada por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Cultos, de la cual fue nombrado asesor y se encargó de la edición entre 1961 y 1963 de la Diplomacia de la Revolución. Molina, director de la Revista de Ciencias Genealógicas del Instituto del mismo nombre, dedica un tomo a la Revolución con el título de Hombres de Mayo, que incluye doscientas sesenta y tres biografías de los asistentes al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. También fue secretario de la Comisión Organizadora del Tercer Congreso Internacional de Historia de América, en Homenaje al 150° aniversario de la Revolución de Mayo, realizado en octubre de 1960 con concurrentes de América, España y Francia, fue patrocinado por la Academia Nacional de la Historia.
    En la revista Historia n° 17 de Julio-Septiembre de 1959, el director anunciaba a los lectores que, con motivo de la celebración del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, se iban a editar cuatro números extraordinarios –en realidad fueron cinco- y que aparecerían en mayo, junio, septiembre y diciembre de 1960. Al mismo tiempo se otorgaba un premio en dinero, a los dos mejores trabajos publicados en esos números. Los temas serían: artículos, crónica, diplomacia, pensamiento, periodismo, comercio y cultura relacionados con la revolución emancipadora en América y, especialmente, la de Mayo.
    Se advertía que para la valoración del trabajo se tendría en cuenta: “a) La documentación inédita que se adjunte; b) La interpretación política, social o económica, que deberá ser original y auténtica; c) La honradez y erudición en la bibliografía”. La dirección se reservaba el derecho de exclusividad de la publicación, y el jurado lo constituiría la Academia Nacional de la Historia. La invitación se extendió a historiadores argentinos, americanos y europeos.
    El número 18 fue dedicado a Cornelio Saavedra y contenía 319 páginas. Entre los artículos sobresalían: “Cornelio Saavedra” (Ricardo Zorraquín Becú); “Iconografía y Genearquía de Saavedra” (Raúl Alejandro Molina); “Dignificación de Mayo y el encono de un comodoro inglés” (Ernesto Fitte); “El ostracismo de Saavedra” (Carlos María Gelly y Obes); “Instrucciones de don Cornelio de Saavedra a su apoderado en el juicio de residencia, del 3 de agosto de 1814” (Roberto Etchepareborda); “La primera biografía de Saavedra del doctor don Ramón Olabarrieta” (Hugo Fernández Burzaco) y “La caída de Rosas y la traición de Coe el relato de un testigo” (Guillermo Gallardo), extrañamente este último trabajo no tenía nada que ver con el tema central de la publicación.
    En la Crónica se señalaban los homenajes en el bicentenario del nacimiento de Saavedra, por decreto n° 10836 de septiembre de 1960, el Poder Ejecutivo Nacional había dispuesto la creación de la Comisión nacional de Homenaje al Brigadier General Cornelio de Saavedra. En los considerandos se calificaba la actuación del prócer de “decisiva en la faz inicial del proceso de nuestra emancipación”. Esta Comisión estaba presidida por Enrique Ruiz Guiñazú e integrada por Carlos Alberto Pueyrredón, Ángel M. Zuloaga, Humberto F. Burzio, Augusto G. Rodríguez y Carlos María Gelly y Obes.
    El número 19 fue consagrado al secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, y tenía 320 páginas. Los artículos más destacados eran: “”Moreno” (Miguel Ángel Cárcano); “Genearquía de la familia de Moreno” (Miguel Ángel Martínez Gálvez); “La “Memoria sobre la invasión de Buenos Aires por las armas inglesas” de Mariano Moreno” (Julio César González y Raúl Alejandro Molina); “Moreno y la Diplomacia de Mayo” (de los autores precedentemente mencionados); “Vísperas de Mayo” (Roberto H. Marfany). Este último artículo fue publicado el mismo año como libro por su autor.
    El número 20 fue destinado a honrar a Manuel Belgrano e incluía 334 páginas. Los trabajos más sobresalientes fueron: “Belgrano” (Guillermo Furlong); “Iconografía de Belgrano, anotada por José Luis Lanuza” (Alejo González Garaño); “”Genearquía y genealogía de Belgrano” (Raúl Alejandro Molina); “El General Belgrano y la Orden Dominica” (Rubén González); “Belgrano y la cultura” (Juan Carlos Zuretti); “Belgrano y sus enfermedades, sus médicos y su muerte” (José Luis Molinari).
    El número 21 fue dedicado a Juan José Castelli y contenía 319 páginas. Los artículos más destacados eran: “Castelli” (Julio César Chávez); “El orador del Cabildo Abierto” (del mismo autor); “Genealogía y genearquía de Castelli” (Raúl Alejandro Molina); “Castelli y Monteagudo. Derrotero de la primera expedición al Alto Perú” (Ernesto J. Fitte); “Un agente secreto de Castelli” (Julio Arturo Benencia); “Algunas noticias documentales existentes en los archivos de Córdoba, sobre la actuación de Castelli” (Pedro Grenon).
    El último número, el 22, fue titulado “Fin de la Revolución de Mayo. La muerte de Moreno. La caída de Saavedra”, y tenía un número menor de 160 páginas, comparado con las otras publicaciones precedentes. Los trabajos más sobresalientes fueron: “Fin de la Revolución de Mayo. La muerte de Moreno y la caída de Saavedra” (Raúl Alejandro Molina); “Martín de Álzaga y el 25 de mayo de 1810” (Enrique Williams Álzaga) y “Los grupos sociales en la Revolución de Mayo” (Ricardo Zorraquín Becú). Este último trabajo fue presentado en el Tercer Congreso Internacional de Historia de América y fue incluido en el libro del mismo autor: Estudios de Historia del Derecho, Buenos Aires, Instituto de Historia del Derecho, t. III, 1992.




    5. Tulio Halperín Donghi, el pensamiento político tradicional español y la ideología revolucionaria de Mayo
    En los años sesenta del siglo XX, no sólo se reafirmaba la importancia historiográfica sobre la Revolución de Mayo a nivel oficial (festejos, publicaciones, etc.), sino también se abrieron algunas líneas de investigación sobre esta temática por parte de destacados historiadores como Tulio Halperín Donghi. Halperín Donghi en su Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo (1961), trazó una interpretación sobre la relación entre el pensamiento revolucionario de Mayo y las ideologías políticas con vigencia tradicional en la monarquía hispánica antes de 1810.
    Halperín Donghi nació en Buenos Aires en 1925, se graduó de abogado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, y de profesor y doctor en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma alta casa de estudios. Posteriormente se especializó en la Universidad de Turín, en l´École Pratique de Hautes Études de París y realizó investigaciones en Londres.
    Ocupa un lugar destacado en la historiografía argentina e hispanoamericana. En palabras de Ezequiel Gallo, “no es habitual que una persona combine una labor tan vasta, diversa y profunda en el campo de la investigación, al mismo tiempo que exhiba una trayectoria nacional e internacional tan destacada en la docencia universitaria”.
    Su tesis fue que la revolución que había de terminar en la independencia y fragmentación de Hispanoamérica fue un aspecto de la crisis en la que no únicamente las ideologías sino también las realidades políticas de la España moderna revelaban su agotamiento esencial. Desde esta forma en el Prólogo, Halperín Donghi señala que los primeros argentinos que se sintieron alejados cronológicamente de la Revolución de Mayo, los de la generación de 1837, la caracterizaron como un cambio absoluto; pero al destacar lo que en ese cambio había de incompleto “no creyeron contradecir la imagen que de la Revolución habían elaborado, sino señalar lo que en la Revolución quedaba aún vivo como tarea irrealizada, urgente en el presente argentino”.
    La observación sobre la generación de 1837 era evidente, pues habían renunciado a ver la revolución de 1810 como un hecho ubicable en un momento del pasado, “comenzada en el oscuro instante en que la idea revolucionaria se encarnaba, proseguía aún en el presente”. Para Halperín Donghi la continuidad entre pasado prerrevolucionario y revolución “puede –y acaso debe- ignorarla quien hace la revolución; no puede escapar a quien la estudia históricamente, como un momento entre otros del pasado”.
    Los hombres de la generación de 1837 no vieron en la revolución una continuidad histórica de la tradición política española, sino que vieron su origen “en cualquier mandato extrahistórico de la estirpe o de la tierra, en la vocación de libertad traída en la sangre o bebida en el horizonte ilimitado de la llanura”. Esa imagen de la Revolución de Mayo, como revelación y consecuencia de una realidad esencial previa a toda historia, era la misma con que el romanticismo quiso explicar la evolución del derecho, de la literatura nacional, de la nacionalidad. Halperín Donghi, por lo tanto afirma que para poder prevalecer “semejante imagen requería que los hechos por ella agrupados no fuesen examinados demasiado cerca”.
    Para Halperín Donghi buscar la continuidad entre revolución y el pasado prerrevolucionario significa dejar de lado por un breve lapso el problema de la ideología revolucionaria, investigar el papel que en la historia de la comunidad cumplió el movimiento revolucionario mismo, es decir si de la política objeto y fin de la revolución no hay antecedentes en el pasado. El verdadero objeto de Halperín Donghi y su interpretación era efectuar un aporte dejado de lado por la historiografía tradicional, es decir destacar la afinidad entre el mundo de las ideas revolucionarias y el vigente antes de la Revolución. “Esta dificultad puede salvarse con alguna cautela y sentido de la perspectiva; no nace por otra parte de un enriquecimiento sino de una limitación del panorama de la Revolución”.
    Estudia el trabajo de dos historiadores escogidos por su valor: Ricardo Levene y Manuel Giménez Fernández. Del primero menciona su Orígenes de la democracia argentina, donde domina una imagen mítica de la Revolución y Ensayo sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, que descubre una tradición jurídica rica en elementos humanísticos, pero -según Halperín- “no acompaña un marco histórico igualmente rico y nítido”.
    Giménez Fernández es mucho más preciso en su artículo “Las ideas populistas en la independencia de Hispanoamérica”, publicado en el Anuario de Estudios Americanos de Sevilla en 1946. Este autor sostiene que la revolución hispanoamericana fue ante todo una resurrección de las concepciones políticas vigentes en la Castilla medieval, aquietadas tras una lucha con la monarquía a partir de Fernando el Católico.
    Halperín comienza con la obra de Francisco de Vitoria el examen de la trayectoria del pensamiento político español y su relación con el movimiento ideológico de la Revolución de Mayo. “La obra entera de Vitoria se desenvuelve en este aspecto en la forma muy libre de una serie de pareceres que el teólogo, respondiendo como tal a consultas de carácter a la vez moral y jurídico, pronuncia sobre problemas que le son planteados”.
    Luego prosigue con Francisco Suárez, autor de una grandiosa construcción jurídica más sistemática que la realizada por Vitoria.”Hecho revelador del sentido en que se produce, a través de Vitoria y Suárez, la modernización del pensamiento político español: a través de un siglo lleno de peripecias ambos nos conducen del orden medieval al orden barroco”.
    Sostiene Halperín Donghi que “la noción de revolución está entonces en el punto de partida de toda la historia de la Argentina como nación”. Concluye advirtiendo a los que quieren explicar nuestro surgimiento como nación, sólo seria acaso oportuno recordarles un hecho demasiado evidente para que parezca necesario mencionarlo, “un hecho que, por ocupar el primer plano del panorama, es sin embargo fácil dejar de lado: que lo que están estudiando es, en efecto, una revolución”.




    6. Conclusiones


    Las visiones presentadas poseen una característica común, este no es más que la importancia, la significación, y las paradojas sobre la Revolución de Mayo en la historiografía argentina.
    Mitre con su Historia de Belgrano, marco que servirá de base cultural para la construcción del Estado-nación y del cual dijera Manuel Gálvez: “Mitre creador de nuestra literatura histórica, historiador serio y veraz y cuyas construcciones monumentales asombran si se piensa en los tiempos en que fueron realizadas”.
    Julio V. González, con su importante aporte Filiación histórica del gobierno representativo argentino, que tendría una importante significación y singularidad en los estudios históricos constitucionales y que es mencionado en la bibliografía de manuales de enseñanza de Historia del Derecho argentino.
    La revista Historia, dirigida por Raúl Alejandro Molina y su contribución a comprender el proceso de Mayo en sus distintos aspectos, con destacados trabajos, algunos de ellos publicados luego en forma de libros en el Sesquicentenario.
    Y por último la visión de Tulio Halperín Donghi con Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, también en el Sesquicentenario, trabajo exhaustivo desde una perspectiva del estudio de la ideología tradicional hispánica y su continuidad en la revolucionaria.




    Publicado por Blog de Historia Argentina e Hispanoamericana en sábado, mayo 22, 2010
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    Fernando VII (por F. Goya).








    Por Manuel Chust y José Antonio Serrano*






    Próximos a los Bicentenarios, es pertinente preguntarnos ¿qué se celebrará? En México la independencia se conmemora cuando fracasó –1810– y pasa casi desapercibida u omitida cuando triunfó –1821–. Hasta principios de los años sesenta del siglo XX, el sistema educativo mexicano cumplió con el cometido para el que fue diseñado, elaborar toda una teoría nacionalista por la que los artífices de la gesta nacional fueron en primer lugar Hidalgo, el cura párroco de Dolores, y en segundo lugar Morelos, el eclesiástico michoacano. Nada nuevo en el universo de la construcción de los Héroes de las independencias latinoamericanas, tal y como planteamos en otros estudios. Nacionalismo exultante, hegemónico y dominante que laminó durante décadas cualquier otra interpretación distinta a las gestas heroicas de los grandes hombres de las independencias y que construyó en torno al panteón de Héroes su historia que reveló como Nacional. Como ya hemos planteado, esta lectura se caracterizó por aglutinar hábilmente a historiadores de un amplio abanico ideológico, es más, para el caso mexicano fue asumida pronto por una izquierda afanosa de ver en los movimientos de Hidalgo y Morelos la consumación de un ser nacional popular, multirracial, indigenista, levantisco, contestatario, que reunía la verdadera esencia de lo que se construyó como el ser histórico nacional mexicano. Ésa fue la verdadera independencia mexicana, los verdaderos valores que el criollismo liberal no dejó triunfar en 1810 para imponerse una década después con planteamientos autoritarios y oligárquicos que recordaban más al Antiguo Régimen que a la construcción de uno nuevo. Ésa fue la primera traición al pueblo mexicano, según esta historiografía. Traición en la que también estaba implicada la forma de gobierno monárquico y no republicano. No obstante esta lectura historiográfica que traspasaba –no lo olvidemos- los límites de la denostada y vilipendiada, ahora, Historia de Bronce o Historia Patria, empezó a ser superada en la década de los sesenta por un fenómeno cultural y académico en toda América Latina del que México no fue una excepción: el aumento de centros universitarios, la proliferación en ellos de licenciaturas no sólo en ciencias sociales y humanas sino también –y esto es lo relevante- en historia, la consiguiente aparición de una serie de generaciones de historiadores que se acercaron a sus investigaciones provistos de un aparato metodológico y conceptual crítico con las fuentes y desde la exhumación de acervos documentales, la formación también de grupos de historiadores mexicanos en Europa, especialmente en la Francia de los Annales, en la Inglaterra de la Historia Social, así como en las universidades de los Estados Unidos que, al socaire de la Revolución cubana y en plena Guerra Fría, despertó en potentes fundaciones un interés creciente e inusitado por formar en sus centros a los mejores y más brillantes estudiantes latinoamericanos al dotarlos con becas para desarrollar sus trabajos. Esta siembra multiconceptual obtuvo su cosecha en la historiografía mexicana. En pocos años estas generaciones de historiadores soterraron vorazmente y desde distintas metodologías la Historia Patria al tiempo que construían desde esa misma formación intelectual –lo cual no será gratuito- toda una nueva construcción interpretativa del período 1808-1821 y de su continuidad en 1821-1835. Período histórico en donde, a nuestro parecer, el triunfo de la independencia conllevó además el del Estado-nación mexicano.




    1. ¿QUÉ REVOLUCIÓN? LA MEXICANA… DE 1910


    Y junto al nacionalismo, otro acontecimiento mayúsculo del México del siglo XX se convirtió en un poderoso haz de luz que en gran parte condicionó las lecturas historiográficas del siglo diecinueve mexicano, un auténtico sismo que influyó durante décadas de manera muy notable en la “visión” que se tenía o se tiene sobre el siglo XIX mexicano. Ese factor poderosísimo se llama Revolución Mexicana. O, deberíamos decir, La Revolución Mexicana, en mayúsculas. Durante muchas décadas, para un amplio espectro de las ciencias sociales y humanas, la Revolución Mexicana se vio como el estereotipo de la “verdadera” Revolución en la Historia de México. Se trasladó y fundó un “modelo” de revolución. Es “la” Revolución, dado que se produjeron cambios en el sistema económico y en la estructura del Estado, el cual tras ella se vio reforzado y fortalecido y convertido en un Estado nacional. Revolución en el amplio sentido del concepto porque estableció incuestionables logros sociales, fue producto de movilizaciones político-económicas de las clases populares y alcanzó magnitudes colosales de cambios internos y repercusiones internacionales. Se ha considerado, se sigue considerando, con razón, que fue el período más importante de la historia de México: en cuanto al volumen historiográfico que ha generado y que sigue generando, en cuanto a la cantidad de revistas especializadas y de investigación que surgieron dedicadas a su estudio, por el número de instituciones y centros especializados en la investigación, por las publicaciones, proyectos de investigación, etc. Acontecimiento que ha influido tan notablemente en México como en Francia la Revolución francesa.
    Desde el mirador de la Revolución Mexicana se interpretó y analizó un Ochocientos en donde prevalecerían las características de un pasado presidido por la “anarquía”, golpes de estado incesantes, debilidad o inexistencia del Estado, guerras intestinas, enfrentamientos, falsos liberales y liberales falsos, caudillos, “caudillotes”, etc. Un siglo diecinueve que se interpretó también desde un pasado colonial cartesiano, burocratizado, sistematizado y con elementos vertebradores y de unión como la Corona y la Monarquía. Y es más, como si el Antiguo Régimen no hubiera sufrido también una evolución, desgaste y agotamiento desde el siglo XVI al XIX. Etapa decimonónica que estuvo culminada con otro periodo de restablecimiento del “orden” que fue el Porfiriato.
    Bajo este “prisma revolucionario” de la Revolución Mexicana a partir de la década de los treinta se examinaron otros procesos históricos, otras situaciones revolucionarias acontecidas, claro está, en el siglo XIX. Desde esta dimensión revolucionaria mexicana, se establecieron las características que tendría que tener una revolución para ser considerada como tal. Es decir, se consolidó un “modelo” revolucionario.
    La conclusión es que, desde esta perspectiva, se sometió a una dura e irreal prueba anacrónica al siglo XIX. El resultado durante muchas décadas fue que el siglo XIX, hasta el Porfiriato, fue no sólo un “caos” incomprensible, sino también décadas de invertebración del Estado, mosaico de atomización del poder que explicaba el caudillismo para finalmente desterrar cualquier propuesta de analizar rigurosamente un período de cambio revolucionario que palidecía ante los estudios y conclusiones que había producido la Revolución Mexicana. Es más, el periodo, creemos que revolucionario en muchos aspectos, de Benito Juárez fue calificado de “la Reforma” es decir, de reformista ya que no llegaba a alcanzar los parámetros verdaderamente revolucionarios de 1910. Cada vez más, la Revolución Mexicana se volvió un proceso histórico que no sólo irradiaba hacia el presente político sino oscurecía el pasado decimonónico al volverse un arquetipo revolucionario excluyente y hegemónico. En definitiva, para gran parte de la historiografía mexicana hasta los años ochenta, en 1910 se alcanzó el triunfo revolucionario “verdadero” y, por lo tanto, no hubo “otra” revolución. Como si las “revoluciones” no tuvieran apellidos que adjetivaran su carácter. Concepto Revolución que etimológicamente quiere decir cambio, pero cambio ¿de qué?, o respecto ¿a qué? Pero no se trata aquí de realizar una historia de los conceptos, que está de moda, sino los conceptos en la Historia. Además, para muchos historiadores, nacionales o extranjeros, que veían desde la atalaya de la Revolución Mexicana, la estudiaran o simplemente la contemplaran, el siglo XIX les parecía y lo interpretaron como tal, como una prolongación de la época postcolonial [1], donde se podían apreciar las enormes continuidades del colonialismo español enquistadas en un Estado débil, pusilánime que decía ser liberal pero que en realidad no era más que la continuidad de la época tardo-colonial que mantenía a la mayor parte de la población –sobre todo se hacía hincapié en la vertiente étnica y racial- en la más absoluta pobreza, degradación y exclusión. Incluso agravando su situación socio-económica dado que a las comunidades indígenas se les habían arrebatado sus tierras en “desalmadas” desamortizaciones que transformaban las tierras de comunidad en propiedad privada. Y no sólo para México, en Europa también se instaló esta interpretación respecto a los campesinos [2]. Desde estos parámetros, el análisis de la insurgencia de Hidalgo y Morelos se interpretó desde una caracterización revolucionaria popular pero también desde la asunción del fracaso debido a, especialmente, la “traición” por parte del liberalismo –criollo insurgente o gaditano- contra la vertiente marcadamente popular y étnica de la insurgencia. Porque… ¿qué otra revolución si no la de 1910 había triunfado en la historia mexicana? Es por ello que en algunas de sus explicaciones, la Revolución
    Mexicana se interpretó como el verdadero final de la colonia, la verdadera y definitiva ruptura con las raíces coloniales y postcoloniales, de las cuales el Porfiriato era su última y más refinada expresión. Es más, el propio François-Xavier Guerra realizó su tesis de doctorado interpretando el final del Antiguo Régimen en el Porfiriato y analizando la… Revolución Mexicana [3].
    Y vale la pena destacar que la Revolución Mexicana, como acontecimiento, proceso histórico y compendio de estudios sobre ella, vino a poner en evidencia los límites sociales, económicos y políticos del liberalismo para la mayor parte de la población mexicana. Las interpretaciones históricas descendían a la realidad política y social. Descendían y trascendían. Nada nuevo podríamos pensar, pero hay que significarlo y decirlo. Tras su triunfo como Revolución y tras el triunfo como Revolución Institucionalizada, el liberalismo se analizó desde un prisma teórico, sociológico, politológico, económico, etc. Pero no histórico, es decir, históricamente determinado. Liberalismo sí pero… ¿cuándo?, ¿dónde? Porque si bien el concepto puede ser el mismo, su evolución no lo es, como intentaremos explicar más adelante, lo cual no significa necesariamente, ni mucho menos, que estos autores se identifiquen políticamente con este rescate. Liberalismo que quedó a la altura de los años treinta del siglo XIX como un proyecto fracasado, desprestigiado, antipopular, propio de un proyecto político de una elite con perspectivas y sueños “europeos” y no mexicanos. A diferencia de la que era la Revolución que consolidaba cada vez más un apellido nacional –mexicana- que institucionalizaba un nacionalismo revolucionario. Revolución, y nos repetimos, desde el punto de interpretación político, historiográfico e histórico que incluyó y amalgamó a casi toda la izquierda mexicana hasta el punto de que el Partido Comunista Mexicano estuvo apoyando la política del PRM-PRI hasta la década de los cincuenta del siglo XX. En síntesis, buena parte de la historiografía progresista mexicana sostuvo, y así se interpretó, una concepción peyorativa del “liberalismo” como “algo” –teoría, ideología, Estado- que había creado la propiedad privada, mantenido la hegemonía de los grandes propietarios, arrebatando o “robándoles” las tierras a las comunidades indígenas, manipulando, traicionando y engañando a la población, manteniendo un carácter antiindígena y evidenciando un sistema no democrático, alienado y aliado con el imperialismo norteamericano.
    Interpretación del liberalismo que convivió paralela a otras de diferentes procedencias como la católica-jurídica, la Historia Patria, la indigenista o la dependentista. En suma, unas perspectivas historiográficas que fueron permeadas por el nacionalismo, la Revolución Mexicana y el fracaso del liberalismo decimonónico. Desde estas perspectivas, y no desde la de la Historia Oficial o Historia Patria, la insurgencia mexicana se analizó como los antecedentes revolucionarios “verdaderos” dado que mantenía unas características –diferentes a la mayor parte de la insurgencia hispanoamericana- de movilización popular, con altos componentes étnicos y raciales. Es más, a diferencia de Suramérica, las clases populares en México no sólo no se habían unido a los realistas sino que habían encabezado y movilizado la insurgencia contra la “opresión” del régimen colonial español, incluyendo valores revolucionarios como la justicia social, la ocupación y reparto de tierras, la abolición de la esclavitud, etc. Historiadores que veían en la insurgencia de Hidalgo y Morelos los principios de un movimiento de Liberación Nacional, como los acontecidos en los años 50 y 60 surgidos en América Latina, pero también en Asia y África tras la resaca anticolonial después de la II Guerra Mundial. Y, otra de las guindas, un movimiento insurgente que además de popular, antiespañol, antirrealista contenía un alto grado de religiosidad “nacional”, autóctona a diferencia del “liberalismo”. Y en esta visión e interpretación dicotómica, el otro antagonista, los “españoles”, dejaron de ser “peninsulares” para adquirir una nacionalidad confrontadora y antagonista con la naciente mexicana. Españoles que pronto adquirieron una categoría más política que la mera geográfica y de nacimiento: “realistas”. Categoría que venía a ser más precisa para la insurgencia y para el triunfante Estado mexicano en los años veinte en cuanto a que englobaba a todos aquellos que no se decantaron por la independencia, es decir, aquellos que pertenecían a la oligarquía novohispana y que “traicionaron” a los “mexicanos” por no encuadrarse en la liberación nacional. La lectura se hizo así más global, el realismo o monarquismo era la forma a combatir por el republicanismo, el “buen gobierno” contra el “mal gobierno”. Insurgentes patriotas frente a realistas traidores, aquellos que lo eran por su nacimiento o por sus vinculaciones y enriquecimiento gracias al colonialismo y a sus instituciones de Antiguo Régimen en la Nueva España y, por tanto, reaccionarios, oligarcas, monárquicos y conservadores. En este sentido entendemos más la aversión historiográfica hacia Agustín de Iturbide, que llega hasta el siglo XXI, y que es tal que incluso, salvo excepciones, trasciende a tan alto nivel que cubre con su manto apriorístico a un periodo histórico que cada vez nos parece más importante, 1821-1823, para explicar el Estado-nación mexicano surgido precisamente a partir de esas fechas [4]. A partir de aquí se van a establecer una serie de silogismos que llegan hasta nuestros días. Interesante porque nos ayuda a comprender una parte, no toda, de la agria aversión que parte de la historiografía considera ya no sólo la primera mitad del siglo sino cualquier propuesta de situar en el periodo 1808-1835, los límites de una revolución liberal.




    2. CRISIS DEL PARADIGMA: REVOLUCIÓN MEXICANA Y REINTERPRETACIÓN DEL LIBERALISMO


    Estas interpretaciones del liberalismo de la primera mitad del siglo XIX comenzaron a cambiar a fines de los cincuenta. En 1957 Nettie Lee Benson [5] publicó su estudio sobre el Federalismo mexicano y sus orígenes gaditanos demostrando el entronque común entre el Doceañismo y el Estado federal a partir, especialmente, de las diputaciones provinciales.
    Toda una novedad que irrumpe en el panorama historiográfico mexicano porque estas premisas, liberalismo-republicanismo federal, eran una de las bases de las explicaciones de la historiografía conservadora y católica sobre la creación del Estado-nación mexicano. Sin embargo la investigadora norteamericana no era “sospechosa” ni mucho menos de ambas, es más hizo gala en sus estudios de un aparato crítico envidiable que era más difícil de objetar que las meras conclusiones ideológicas- políticas, menos empíricas y más jurídicas. Benson se anticipó a su época diez años. Su estudio abrió un nuevo frente que se creía cerrado al mantener una premisa innovadora: el liberalismo podía haber tenido en el siglo XIX, durante momentos coyunturales, una capacidad importante de cambio.
    Cambio que había provocado, bien desde el evolucionismo bien desde las transformaciones, la ruptura cualitativa con el Antiguo Régimen que devino en un nuevo Estado, el federal. La diferencia notoria en estos planteamientos es que estos autores sostenían que estas transformaciones se habían producido mediante instituciones y procesos electorales creados en las Cortes de Cádiz. Cortes que de “españolas” pasaban a su concepción de “hispanas” y en donde los diputados novohispanos tuvieron,
    no sólo una participación muy importante, sino que además trascendieron con sus propuestas a los decretos y a los artículos de la Constitución. Al tiempo que fueron capaces incluso en los años veinte de establecerlos en el México independiente, al menos hasta 1826 con la creación de las constituciones de los estados [6]. Y junto con Benson, Charles Hale es otro de los clásicos que planteó una de las novedosas vías de reinterpretación de la independencia y de los años siguientes, acerca del “liberalismo” y de los periodos liberales como fases de la historia desacralizando sus anatemas post-revolucionarios [7]. Su propuesta afinada y significativa: el liberalismo de José María Luis Mora. Un político y un pensamiento que se acerca a lo que en los años noventa y principios del siglo XXI será la contraofensiva del “republicanismo clásico”. Un liberalismo crítico con el Antiguo Régimen, que prima el Estado frente al individuo, antagónico con el corporativismo, e incluso, con signos de laicismo. Mas los libros de Netie Lee Benson y Charles Hale no lograron llamar la atención de los historiadores del siglo XIX acerca de lo oportuno y deseable que era estudiar el liberalismo antes de la reforma. Es significativo que su obra clásica sobre la Diputación Provincial se haya reeditado en español sólo hace unos años, en 1994. El estudio del liberalismo cobró relevancia a partir de los años ochenta del siglo pasado debido a varios acontecimientos, entre los que apuntamos en primer lugar los relacionados con la suerte del paradigma “Revolución Mexicana”. Tres hechos trascendentales en la historia de México y en la historia universal van a cambiar el rumbo en la perspectiva de las interpretaciones de la Revolución mexicana y, con ella, de los orígenes del Estado-nación mexicano. En primer lugar, el cuestionamiento de los logros de la revolución de 1910. En la década de los años cuarenta, Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog [8], y con ellos otros más, escriben de manera crítica sobre el sentido histórico de 1910, al punto de que se cuestionan si la revolución ha muerto. Es en este contexto, o mejor dicho alimentado por este contexto intelectual, cuando Cosío Villegas establece el seminario de Historia Moderna de México y publica, en 1955, el primer volumen sobre la Reforma liberal de Juárez. Cosío rescata el liberalismo pero no el de la primera mitad del siglo XIX sino el de Benito Juárez. Y además con una raigambre modernizadora que la hará fracasar el Porfiriato y, atención, la propia Revolución Mexicana. Es obvio que los tiempos historiográficos en estos años sesenta están cambiando. Juárez y su “liberalismo” fueron
    rescatados frente no sólo al porfirismo sino también a la Revolución Mexicana. Y si en la década de los cuarenta y cincuenta los intelectuales se preguntaban si la Revolución Mexicana había muerto, después de 1968, después de la matanza de Tlatelolco, el acta de defunción fue expedida y gritada. La Revolución “institucionalizada” era cuestionada por autoritaria, ademocrática y, ahora, represiva. Al mismo tiempo su discurso anti-liberal empezaba también a ser puesto en duda. 1968 significó, en ese sentido, un cuestionamiento general del PRI, de los logros de la Revolución, de la Revolución que se ha institucionalizado. Censura que también se evidencia en las casi primeras críticas por parte de intelectuales prestigiosos como Octavio Paz y Enrique Krauze.
    En tercer lugar, el panorama mundial de la izquierda también estaba cambiando. Hubo una revolución a fines de los años cincuenta que también sacudió al mundo, y especialmente, a América Latina: la Revolución Cubana, una revolución socialista. En la isla caribeña acaeció sí una revolución, pero sobre todo socialista. Y este hecho histórico repercutió en la historiografía mexicana, en particular sobre el México posterior a 1910. En América Latina sucedieron en el siglo XX dos revoluciones, y a partir de 1960, la importante como paradigma de investigación y como bandera política de la inmensa mayoría de los intelectuales de izquierda fue la cubana. Fue inevitable que los historiadores de la Revolución Mexicana la compararan, explícita o implícitamente, con la caribeña. Y en la comparación la desventaja estaba en contra de la Revolución Mexicana. A ésta, los llamados historiadores revisionistas, es decir, la generación post-Cuba y post-68, la estudiaron con ojos críticos buscando sus debilidades, las cuales rápidamente encontraron. De ser la “primera revolución social del siglo XX” pasó a ser “La Gran Rebelión”, según Ramón Eduardo Ruiz [9]; la “Revolución interrumpida”, en palabras de Adolfo Gilly [10] o una “Revolución burguesa”, al entender de Arnaldo Córdova [11]. Y en lo que respecta a este estudio, vale la pena destacar que estos cuestionamientos de los historiadores revisionistas hicieron tambalear el paradigma de la Revolución Mexicana, es decir, el eje articulador de la historia moderna y contemporánea de México.
    Sin duda, el “deslave” del paradigma de la Revolución Mexicana fue importante, mas sólo fue hasta la década de los noventa del siglo pasado que el tema del liberalismo de la primera mitad del siglo XIX logró otros vuelos y recibió una atención creciente. Varios hechos son claves en este proceso de reconversión, rescate y revisión del proceso histórico e historiográfico que estamos analizando. Los noventa no se describen y definen por el impacto revolucionario socialista de Cuba, sino todo lo contrario: la caída del Muro de Berlín, el derrumbe del sistema socialista en Europa y sus repercusiones en el mundo. El liberalismo empieza a resurgir como propuesta viable de futuro, al cual no es ajena la historiografía. En el caso de México, los intelectuales de izquierda comienzan su interés por las instituciones liberales antes la caída del Muro, y evidentemente, todo estaba en relación con las elecciones de 1988 con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Un ejemplo al respecto: la revista Memoria. Revista de política y cultura, dirigida por Arnoldo Martínez Verdugo, líder histórico del extinto Partido Comunista Mexicano y dirigente de los partidos Socialista Unificado de México y Mexicano Socialista, se convierte en un foro donde se discute la importancia del apoyo a las instituciones democráticas, la importancia de las elecciones y del voto, la representación parlamentaria e, incluso, la relación entre el liberalismo y el pensamiento socialista. Los noventa en México también son los años del Tratado de Libre Comercio (TLC), de la rebelión de Chiapas y del subcomandante Marcos, del crack económico y del “liberalismo social” de Salinas. El cóctel es explosivo. Y también es significativa y actúa como termómetro, la reedición de un libro que había quedado medio enterrado y casi desapercibido como explicación de los años cruciales de gestación del Estado-nación mexicano: el mencionado y citado ya de Nettie Lee Benson que se vuelve a reeditar en 1994 por El Colegio de México. El tema, el periodo, su propuesta, cobran especial relevancia en la década de los noventa. Los estudios sobre el origen hispano del México decimonónico empiezan no sólo a proliferar sino también a tener eco y resonancia en sectores muy dispares de la historiografía mexicana. Porque dispares son las propuestas de presentar la construcción del Estado-nación mexicano. Ya las hemos comentado, insistimos en ello: desde las propuestas jurídicas continuadoras de la tradición jurídica-conservadora y católica de Manuel Ferrer Muñoz [12], José Barragán [13], José Luís Soberanes [14], etc., hasta los estudios, en ocasiones pioneros, de Jaime E. Rodríguez [15], Virginia Guedea [16], Christon Archer [17] y Juan Ortiz [18], en donde la insurgencia novohispana está puesta en relación con las propuestas gaditanas tanto en la península como en Nueva España, desde el punto de vista electoral, constitucional, parlamentario o armado. Así la crisis de los sistemas autoritarios y la consiguiente puesta en marcha de la transición política favorecen una nueva visión del pasado liberal. Así sucedió en México, pero también en España. A partir de los años setenta, en los últimos tiempos de la dictadura franquista, comenzó una carrera vertiginosa de estudios del liberalismo decimonónico. Liberalismo de la primera mitad del siglo XIX -Cádiz, sus Cortes, su Constitución, sus decretos, el Trienio Liberal, la época isabelina, las desamortizaciones, el carlismo, etc.– que fue mitificado como un periodo histórico, escaso y corto, pero en donde se había intentado un proyecto parlamentario de Estado abortado por la nobleza y parte de la burguesía conservadora. Hubo un interés por el estudio del liberalismo en cuanto a “libertades” individuales, de reunión, de asociación, de expresión, de prensa, etc. [19]. Todas ellas aparecieron como fórmulas no sólo deseables sino a conquistar porque la coyuntura política era de dictadura fascista, represión y exilio. Incluso los partidos mayoritarios de la izquierda como el PSOE o el PCE condicionaron buena parte de sus estrategias, de sus programas, de sus pactos y de su proceder durante la Transición política a un consenso en pos de mantener y conseguir como casi fin último la democracia, renunciando incluso a su ideario republicano en lo político, marxista en lo teórico en el caso del PSOE y leninista en el caso del PCE. Fue en ese contexto y no en otro, donde tuvieron mucho éxito autores como Miguel Artola [20] y editoriales como Alfaguara con títulos tan sugestivos como La burguesía revolucionaria. A los que se unieron obras de otros historiadores con prestigio y enfrentados al régimen franquista como las de Josep Fontana [21], Álvarez Junco [22], Enric Sebastiá [23], Bartolomé Clavero [24], Jordi Maluquer de Motes [25] o Manuel Tuñón de Lara [26] entre otros, que contribuyeron a plantear un debate sobre el cariz revolucionario de la burguesía española y el alumbramiento de un Estado-nación liberal y revolucionario hasta 1875. Es por ello que el concepto liberalismo, como vertiente histórica, tuvo para la historiografía española en esos años un carácter netamente progresista, a diferencia de México, pues con estos temas del liberalismo “revolucionario” se enfrentaba al régimen franquista, a la Dictadura, y por lo tanto una parte de la historiografía se fue al “rescate” de las cenizas parlamentarias y constitucionales del siglo XIX, a los aspectos “revolucionarios” frente a la Monarquía absoluta que cada vez más podía identificarse con el antiguo régimen franquista tal y como se le denominó durante los años de la Transición y primeros de los ochenta.




    3. FRANÇOIS XAVIER GUERRA, EL REPUBLICANISMO “CLÁSICO” Y
    LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE EL LIBERALISMO



    En los años noventa del siglo XX no sólo cobró realce la importancia historiográfica sobre el liberalismo de la primera mitad del siglo XIX, sino también se abrieron dos líneas de investigación que cuestionan la importancia y el impacto en todos los órdenes del México decimonónico que llegó a tener esta teoría política. Sin duda la primera y más importante de esta línea de investigación tiene nombre y apellido: François- Xavier Guerra y su Modernidad e independencia27, trabajo en el que se trazó una interpretación que tuvo un peso enorme en la historiografía iberoamericana. Su tesis fue que la Independencia iberoamericana fue producto de un cambio cultural que provocó prácticas políticas del Antiguo Régimen que los liberales adaptaron a los nuevos tiempos mediante un vocabulario nuevo y atractivo. Desde esta forma fue el Antiguo Régimen quien se acabó adaptando a las nuevas prácticas políticas incorporando un lenguaje novedoso pero con “prácticas” de Antiguo Régimen, por lo que el sentido corporativo de la sociedad se mantuvo. La conclusión era evidente: el individualismo posesivo de los clásicos anglosajones no se impuso en América tras la independencia. Para Guerra fue innegable el cambio político, ideológico, desde una ruptura cultural sin que ello produjera una revolución social. Llegó la Modernidad y con ella se omitieron los cambios en los aspectos económico-sociales. Guerra, por lo tanto, también se alineó, si bien de una forma particular y desde concepciones culturales, con las tesis que establecían las continuidades del Antiguo Régimen durante el siglo XIX, en última instancia. Mas no hay que identificarlo con la vieja idea dependentista de, entre otros, André Gunder Frank [28], teoría que tuvo un amplio arraigo entre la comunidad de historiadores, antropólogos y politólogos latinoamericanos y latinoamericanistas. Pero este arraigo académico es probable que haya sido una de las razones por las que tiene tanto eco la propuesta de Guerra entre historiadores que se habían instalado en esa concepción de los setenta. Para Guerra el liberalismo no influyó en Hispanoamérica porque existía una cultura poco permeable a éste basada en las comunidades de naturales o corporaciones, en las sólidas por más de trescientos años instituciones de Antiguo Régimen y en los “imaginarios” o representaciones que había creado como referentes de la sociedad. Es por ello que el mundo católico hispano se movía con unos parámetros propios de la lógica corporativa más que del individualismo. Parámetros a los que el liberalismo lo único que pudo hacer fue adaptarse y, como mucho, cambiar el significado de las palabras, conceptos e instituciones. El verdadero envite de Guerra y su interpretación era contra la Historia Social. En su historiografía queda eclipsado el ser social, sus confrontaciones de clase, el conflicto, sus contradicciones, es más, también lo individual, para dar paso a las pervivencias de una interesante, en cuanto a nueva propuesta metodológica, mistificadora visión de lo “antiguo” y lo “moderno”. El republicanismo clásico, otra línea de investigación historiográfica construida especialmente desde la ciencia política, cuestionó la relevancia y, sobre todo, las limitaciones y fallos de la teoría liberal en la construcción del Estado-nación mexicano. Un importante libro por la amplia consulta que generó y genera ayudó a preparar el terreno a favor de las publicaciones y escritos desde esa línea de investigación. Nos referimos a Ciudadanos imaginarios de Fernando Escalante, quien sostenía, con sus propias palabras, que “en el pensamiento político mexicano del siglo (diecinueve) dominan indudablemente algunos de los temas básicos de la tradición liberal… Sin embargo, dichas ideas aparecen entreveradas con otras, mezcladas con unas prácticas y unas estrategias políticas que no son sólo distintas, sino opuestas a ellas” [29]. Su conclusión era que el liberalismo era imposible en México. En el año 2000 se publicó En pos de la quimera. Reflexiones sobre el experimento constitucional atlántico, al que siguieron una serie de artículos y libros [30] que adoptaban en gran parte los postulados de la teoría del republicanismo clásico de autores anglosajones, sobre todo de John Pocock y Quentin Skinner. Siguiendo una estrategia ya ensayada en Estados Unidos en la década de los sesenta cuando se publica el libro de Bernard Baylin [31], José Antonio Aguilar Rivera se centra en las fallas intrínsecas del diseño institucional del liberalismo. Las formas tradicionales o de Antiguo Régimen, como plantean Escalante y Guerra, no eran razones suficientes para explicar la “imposibilidad” del liberalismo; esta teoría política no sólo había generado ciudadanos imaginados; peor aún, sus erróneas quimeras habían causado la inestabilidad política del Estado nacional mexicano. El resultado es concluyente: el republicanismo mexicano no triunfó en México, porque no le dejó el liberalismo decimonónico de la primera mitad de siglo, de ahí las múltiples carencias del estado mexicano decimonónico.




    4. LIBERALISMO O ¿LIBERALISMOS? LIBERALISMO
    HISTÓRICAMENTE DETERMINADO



    En la última parte de este artículo presentamos los supuestos y considerandos historiográficos y metodológicos que han guiado nuestras investigaciones sobre el liberalismo en la primera mitad del siglo XIX32, así como varios tópicos que consideramos se deben de tener muy en cuenta para investigar este tema. En primer lugar, es necesario conocer el funcionamiento del Antiguo Régimen de la Nueva España del siglo XVIII para después evaluar históricamente el impacto del liberalismo en México. En esto coincidimos con François-Xavier Guerra, Antonio Annino o Beatriz Rojas. Pero diferimos de ellos en que nosotros ponemos el acento analítico en las tensiones sociales e institucionales que marcaron de forma determinante la sociedad corporativa novohispana. En efecto, para finales del siglo XVIII y en la primera década del XIX, el funcionamiento institucional del Antiguo Régimen estaba marcado por múltiples tensiones [33]. Los orígenes de éstas eran multivariables e iban desde la presión de los grupos económicos, como los comerciantes de Veracruz y Guadalajara, los integrantes de los gremios, pasando por la desigual estructura racial, con indios, pardos y mulatos hasta la demanda de los pueblos sujetos por incorporarse a la jerarquía territorial. Mas la constatación de estas tensiones, si bien es muy importante ya que frecuentemente se olvidan, no es suficiente para comprender cabalmente la fortaleza o debilidad del Antiguo Régimen. En otras palabras, todo sistema político e institucional vive en un equilibrio inestable. Por consiguiente lo que también se debe de investigar es la capacidad que tiene ese sistema para canalizar institucionalmente las tensiones de los grupos sociales, para dar una mínima satisfacción o salida a estas confrontaciones y a los diversos intereses sociales y económicos e, incluso, para cooptar o reprimir a los desafectos a las bases de funcionamiento de ese sistema político e institucional. En este sentido, se podría decir que el Antiguo Régimen en la Nueva España, en muchos aspectos sociales, económicos, políticos y culturales fue un sistema muy antiguo y anquilosado, mientras que en otros, pocos, logró canalizar satisfactoriamente las tensiones. Es decir, para 1807 el Antiguo Régimen en Veracruz, por ejemplo, no gozaba de buena salud. Sólo a partir de estas dinámicas sociales y de la incapacidad de la sociedad corporativa para resolverlas, se puede entender el impacto del liberalismo entre los grupos sociales mexicanos de la primera mitad del ochocientos. En segundo lugar, es pertinente abandonar el concepto global de liberalismo por el de “liberalismos”. Para el caso español, el concepto del término liberal varió, obviamente, a lo largo de su historia. Varió no sólo su ideología, sino también su propuesta política por las diferentes coyunturas, por las diferentes fuerzas sociales que les apoyaron, se sumaron, se opusieron y se desengañaron. En el siglo XIX el liberalismo doceañista pasó de ser considerado revolucionario por cuanto antagonista del Antiguo Régimen y de Napoleón durante el periodo 1810-1814, a ser mitificado tras la restauración absolutista de 1814, para empezar a ser considerado moderado en los años veinte cuando sectores más populares y radicales del liberalismo exigían medidas contundentes y rápidas para consumar la revolución liberal a partir de 1821 frente al Antiguo Régimen. Los denominados “integrantes de la baja democracia” consideraron ancladas y moderadas las propuestas en los años veinte de los denominados en estos años como “doceañistas” y con ello señalados casi como moderados. Y el concepto de “liberalismos”, a partir de su evolución y cambio debido a coyunturas y procesos históricos concretos, también lo hemos delimitado poniéndole nombre y apellido: liberalismo gaditano. Desarrollado ya en otros estudios, tan sólo nos limitamos en esta ocasión a señalar sus señas de identidad y consecuencias. Las Cortes de Cádiz establecieron los fundamentos para la mayor parte de los territorios iberoamericanos de un Estado-nación, con un ejército nacional, una Hacienda nacional, una soberanía nacional, una Constitución que limitó las competencias del rey, unas Cortes con elecciones con sufragio universal indirecto, la creación de una serie de derechos que establecieron la ciudadanía rompiendo con la estructura privilegiada del Antiguo Régimen y con la categoría de súbditos, la división de poderes, el arrebatamiento del poder jurisdiccional a la nobleza y al rey, la abolición de los señoríos incluido el patrimonio del rey, etc. Señas de identidad que supusieron un
    cambio jurídico cualitativo capaz de transformar las estructuras de la sociedad de Antiguo Régimen. Y por último, hay que tener muy en cuenta que la guerra de independencia, la lucha entre realistas e insurgentes, transformó parte de las estructuras de organización básicas del Antiguo Régimen, y lo importante es que estos cambios facilitaron que la legislación gaditana contara con el apoyo de varios grupos sociales y de las propias autoridades. En otras palabras, la guerra abonó el camino para que tuviera
    arraigo social, político e institucional el liberalismo de las Cortes gaditanas; o parafraseando a Clausewitz, la guerra si fue la política por otros medios. La guerra civil lo primero que transformó fue la materia básica de las guerras: las fuerzas militares. Si bien las autoridades novohispanas intentaron en un primer momento, es decir, después de septiembre de 1810, conservar la estructura del ejército y de las milicias provinciales coloniales, que se basaban en las diferencias étnicas y de privilegios [34], los militares realistas pronto crearon una nueva organización armada con el fin de hacer frente a los insurgentes. Estos nuevos cuerpos militares diferían radicalmente de las milicias coloniales: eran convocados a las armas todos los “ciudadanos” sin distinciones de raza o privilegio; sus mandos, en algunos casos, fueron elegidos por los propios milicianos; sus oficiales no tenían que cumplir con determinadas características corporativas y forales, sino sólo con “el coraje de su persona”, y se crearon las milicias de patriotas en cada uno de las poblaciones del virreinato de la Nueva España. Esta nueva organización militar, establecida durante la lucha entre realistas e insurgentes, será la base a partir de la cual se crearán las milicias nacionales de la legislación gaditana. Las autoridades militares novohispanas apoyaron con entusiasmo una de las instituciones de la Constitución de 1812: los ayuntamientos gaditanos [35]. Esta fue una estrategia de guerra que, como se tiene bien documentado, fue impulsada por los militares realistas con el fin de dotar de “libertad civil” a grupos sociales y raciales que habían exigido infructuosamente su integración a la sociedad corporativa colonial. En efecto, las castas y pardos, los indios de pueblos sujetos y los vecinos principales de poblaciones había exigido que se les dotara de su propio cabildo, sin que hubieran recibido respuesta favorable por parte de la Corona. La guerra vino a dar cumplimiento a esas demandas. Las autoridades respaldaron la “revolución municipal” [36] de la legislación gaditana con el fin de evitar la incorporación de esos grupos a los insurgentes. La guerra facilitó que la igualdad impositiva, otro de los elementos centrales del nuevo proyecto de sociedad del liberalismo gaditano, comenzara a funcionar en la Nueva España. La lucha contra los insurgentes y las constantes penurias de la Real Hacienda obligaron a las autoridades a cobrar, entre 1812 y 1814, y a seguir cobrando, entre 1814 y 1821, los impuestos directos establecidos por las Cortes de Cádiz, que tenían como principal objetivo social y político abolir los privilegios y exenciones ante los gravámenes. Durante la lucha entre insurgentes y realistas, la población novohispana se acostumbró, a pesar suyo, a estas exacciones, y también las instituciones fiscales, llámese burocracia real, ayuntamientos y juntas de arbitrios, se adaptaron a la recaudación de las contribuciones directas de las Cortes de Cádiz. Esta fue otra herencia de la guerra que contribuyó a transformar la real hacienda en la hacienda pública del liberalismo gaditano. Y se podrían enumerar otros cambios más que generó el liberalismo gaditano
    en gran parte debido a la lucha entre realistas e insurgentes. Lo que queremos dejar asentado es que la crisis del Antiguo Régimen y los cambios generados por la guerra de independencia es una de las premisas principales para entender los propios resultados de la lucha entre insurgentes y realistas entre 1810 y 1821. En segundo lugar estaría el influjo que alcanzó la legislación gaditana en la Nueva España, primero, y después en el México de la primera mitad del siglo XIX. Esta tríada, crisis de la sociedad corporativa, guerra y liberalismo gaditano, nos ha permitido, primero, identificar y después, analizar los cambios que heredó el México de la primera mitad del siglo XIX. En otras palabras, estudiar esa tríada nos ha permitido sostener que el liberalismo gaditano en México provocó cambios revolucionarios que transformaron aspectos fundamentales de las estructuras sociales, políticas, institucionales y económicas de la sociedad corporativa. Al contrario de los historiadores que sostienen en el siglo XIX predominaron las continuidades, que lo que funcionó fue un estado postcolonial, que las herencias coloniales moldearon el Ochocientos mexicano, que el Antiguo Régimen llegó hasta 1880, como sostuvo en sus tesis de estado el profesor Guerra, nuestra línea de investigación nos ha permitido identificar las transformaciones que suscitó la fuerte vinculación entre la guerra, el liberalismo y la crisis de Antiguo Régimen. Mientras que los primeros coinciden en que las “continuidades” fueron las que marcaron y en gran parte determinaron el desarrollo y el propio funcionamiento de los “cambios”, nosotros consideramos que el acento debe de ser puesto en las transformaciones, y en particular, en las “rupturas” muchas de las cuales determinaron un antes y un después. Cambios y continuidades no es un juego de palabras [37], sino que implican dos perspectivas historiográficas que difieren en puntos teóricos fundamentales. E intentamos cerrar estas páginas con el primer tema que abordamos. De las revoluciones, ¿sólo la de 1910? Para nosotros la respuesta es no. En el siglo XIX se produjo una revolución, y el adjetivo es fundamental, es liberal. Una revolución liberal y no una Reforma. Un cambio fundamental que inicia con los cambios revolucionarios generados por el liberalismo gaditano y la guerra de independencia. Proponemos que esta sea la perspectiva historiográfica con la que se investigue el Ochocientos mexicano.




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    [1] Entre otros, pero sin duda alcanzó una notoria trascendencia el libro de STEIN y STEIN, 1984.
    [2] MAYER, 1984.
    [3] GUERRA, 1988.
    [4] FRASQUET, 2004. VÁZQUEZ (coord.), 2003.
    [5] BENSON, 1955.
    [6] Uno de los historiadores, discípulo de Benson, que proyectó su tesis más allá de México ha sido
    Jaime E. RODRÍGUEZ O., RODRÍGUEZ, 1996.
    [7] HALE, 1972.
    [8] Los textos de Cosío Villegas y de Silva Herzog están recogidos en ROSS (ed.), 1972.
    [9] RUIZ, 1984.
    [10] GILLY, 1971.
    [11] CÓRDOVA, 1977.
    [12] FERRER, 1993.
    [13] BARRAGÁN, 1978.
    [14] SOBERANES, (ed.), 1992.
    [15] RODRÍGUEZ, 1980, 1992a y 1992b.
    [16] GUEDEA, 1992 y 1994.
    [17] Una edición de sus principales artículos en ARCHER, en prensa.
    [18] ORTIZ, 1997.
    [19] Es amplísima la bibliografía sobre la revolución burguesa en España, pero como índice de esta controversia desde punto de vista contrapuestos consultar: PÉREZ, 1980. pp. 91-138. RUIZ TORRES, 1994. PIQUERAS, 1996 y 2000.
    [20] ARTOLA, 1973.
    [21] FONTANA, 1971.
    [22] ÁLVAREZ, 1985.
    [23] SEBASTIÁ, 1971, 2001.
    [24] CLAVERO, 1974.
    [25] MALUQUER DE MOTES, 1977.
    [26] TUNÓN, 1975.
    [27] GUERRA, 1992 y 1993.
    [28] FRANK. 1975. FRANK, PUIGGRÓS y LACLAU, 1969.
    [29] ESCALANTE, 1999, p. 13. ESCALANTE, 1995. Véase también la traducción de ESCALANTE de SKINNER,
    1998.
    [30] AGUILAR, 2000 y 2001. AGUILAR Y ROJAS (coord.), 2002. ÁVILA, 2002 y 2004.
    [31] Sobre dicha estrategia consultar OVEJERO, MARTÍ y GARGARELLA, en “Introducción”, 2004.
    [32] CHUST, 1987 y 1999. CHUST y FRASQUET (eds.), 2004, CHUST y MÍNGUEZ (eds.), 2003, MÍNGUEZ y
    CHUST (eds.), 2004; CHUST (ed.), 2006. SERRANO, 2002 y (en prensa). TERÁN y SERRANO (eds.), 2002, y ORTIZ
    y SERRANO (eds.), 2007.
    [33] CHUST y SERRANO, en prensa.
    [34] ORTIZ, 1997.
    [35] ANNINO, 1995, pp. 177–226. DOMÍNGUEZ, 2004; DUCEY, 2001, pp. 525-550; ESCOBAR, 1994, 1996,
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    [36] CHUST y SERRANO (coords.), 2007, pp. 19-54.
    [37] LEMPÉRIÉRE, 2006, p. 56.


    * Revista Complutense de Historia de América, vol. 32, Madrid, Publicaciones Universidad Complutense de Madrid, 2007.



    Publicado por Blog de Historia Argentina e Hispanoamericana en jueves, septiembre 16, 2010
    Etiquetas: José Antonio Serrano, Manuel Chust, Nueva España versus México Historiografía y propuestas de discusión sobre la guerra de independencia y el liberalismo doceañista

  15. #15
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    Cuando Bolívar ofreció Nicaragua a Inglaterra - El Nuevo Diario - Managua, Nicaragua

    A cambio de fusiles, dinero y “hacer permanente el imperio”

    Cuando Bolívar ofreció Nicaragua a Inglaterra

    * Famosa carta de Jamaica del Libertador cobra actualidad con la visita y discursos del mayor representante de la República Bolivariana de Venezuela
    * Aldo Díaz Lacayo, que reproduce la carta en una de sus obras, explica que la patria de Bolívar era América, y que el ofrecimiento de Panamá y Nicaragua al imperio inglés no empaña

    Edwin Sánchez | esanchez@elnuevodiario.com.ni
    Ahora que el nombre del Libertador Simón Bolívar empieza a sonar su música con más vehemencia, una carta suscrita por él desde Jamaica el 15 de mayo de 1815, seis años antes de la Independencia de Centroamérica y a 23 de la separación de la provincia de Nicaragua de la Federación, podría ser una desafinada nota: de su puño y letra revela sus intenciones de entregar nuestro territorio nada menos que a Inglaterra.

    La idea que también podría llamarse “bolivariana” era que semejante potencia hiciera el soñado Canal por nuestro territorio a cambio de armas y hombres para su proyecto.
    La Carta

    En el prólogo del libro “El Congreso Anfictiónico, Visión Bolivariana de la América anteriormente Española. Panamá 22 de junio-15 de julio de 1826”, de Aldo Díaz Lacayo, el ex canciller Alejandro Montiel Argüello hace un señalamiento del texto encontrado por el autor, que con esa obra obtuvo el “Premio Nacional de Historia Tomás Ayón 2001”.

    Si la Carta de Jamaica dice: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, también la misiva, subraya el prologuista “insinúa la posibilidad de entregar las provincias de Panamá y Nicaragua a Inglaterra. A cambio Inglaterra daría armamentos militares, dinero y voluntarios que quisieran seguir las banderas americanas”.

    Díaz Lacayo escribe: “Más aún, conforme a la visión global del Libertador acerca de la América anteriormente española, y también de acuerdo con su política de capitalizar las contradicciones de Inglaterra con las otras potencias europeas, incluyendo España --y posteriormente con los Estados Unidos…, tan tempranamente como el 15 de mayo de 1815, desde Jamaica y a través de Maxwell Hislop, ofreció al Reino Unido entregar al Gobierno británico tanto Tierra firme como Nicaragua a cambio de su apoyo a la revolución independentista, todavía cruentamente enfrentada con España”.

    El texto que cita Díaz Lacayo de Bolívar a Hislop, señala en una de sus partes: “(…) El comercio británico ha perdido en Venezuela siete millones de pesos anuales, a que montaban sus producciones en los tiempos más calamitosos. Ahora parece que va a ser privada la Inglaterra del comercio de la Nueva Granada (Colombia-Sudamérica), que ella ha hecho exclusivamente, y cuya exportación es en oro y en sumas muy considerables (…) pero la pérdida incalculable que va a hacer la Gran Bretaña consiste en todo el continente meridional de la América, que, protegido por sus armas y comercio, extraería de su seno, en el corto espacio de diez años, más metales preciosos que los que circulan en el universo. Los montes de la Nueva Granada son de oro y de plata (…).

    “Ventajas tan excesivas pueden ser obtenidas por los más débiles medios: 20 ó 30 mil fusiles; un millón de libras esterlinas; 15 ó 20 buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas; he aquí cuanto se necesita para dar la libertad a la mitad del mundo y poner al universo en equilibrio.

    “La Costa-Firme se salvaría con seis u ocho mil fusiles, municiones correspondientes, 500 mil duros para pagar los primeros meses de la campaña. Con estos socorros pone a descubierto el resto de la América del Sur y al mismo tiempo se puede entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que forme de estos países, el centro del comercio del universo por medio de la apertura de canales, que, rompiendo los diques de una y otra mar, acerquen las distancias más remotas y hagan permanente el imperio de Inglaterra sobre el comercio”.¿Realismo político bolivariano?

    En un comentario de Jorge Orlando Melo al libro de Bolívar y la revolución
    de Germán Arciniegas, Editorial Planeta, Bogotá, 1984, hace referencia precisamente a este capítulo poco conocido del prócer:
    “En general, la discusión sobre la posición de Bolívar hacia Inglaterra y hacia la monarquía o sus sugerencias de que Inglaterra se apropie de Panamá y Nicaragua, está marcada por una ausencia total de análisis del contexto histórico y por una falta de atención al momento concreto de cada formulación: los textos de 1815 a 1829 se presentan agrupados en forma atemporal, sin mostrar sus relaciones con las situaciones de momento y sin ver en qué medida podían responder a consideraciones de realismo político. Sólo se ve en los textos de Bolívar la admiración por Inglaterra, por sus instituciones aristocratizantes, pero no lo que podía justificar en 1825 ó 1826 buscar en ese país un dique a las posibilidades de reconquista española.

    “Sin embargo, Arciniegas acaba reflejando, con signo inverso, la posición que critica. Es cierto que Bolívar tuvo una permanente actitud en favor de Inglaterra, y que los riesgos de anarquía, de caudillismo y de ascenso de la “pardocracia” tienen que ver con sus planes para lograr el protectorado de Inglaterra.

    “Pero cuando un texto de Bolívar dice que “Inglaterra debería tomar necesariamente en sus manos el hilo de la balanza” en una liga americana de naciones independientes, se pasa a preguntar: “¿Cómo pudo Bolívar colocar de fondo al Congreso de Panamá la entrega de la Gran Colombia a Inglaterra?”, o cuando con base en algunos textos de Bolívar favorables al protectorado inglés y en los que sugiere colocar a Colombia bajo “los auspicios de una nación liberal que nos preste su conducción”, se concluye que a Bolívar “sólo le ilusiona la posibilidad de entregar a Inglaterra el gobierno de Colombia”, se están forzando los textos y el desborde retórico hace que el problema, en vez de aclararse, se confunda

    “No empaña la gloria de Bolívar”
    Indagamos con el propio Díaz Lacayo sobre su interpretación de este ofrecimiento sorprendente, proviniendo de un americanista como lo fue Bolívar. “Yo explico la razón y es muy sencilla: para Bolívar América era América, no era Colombia. Entonces, el apoyo inglés a la revolución de independencia era vital, había una contradicción, primero en relación con España y luego con EU, en cuanto a libertad de comercio, porque era controlado por España primero.

    “Lo que hace Bolívar es proponerle a Inglaterra, la entrega de la Costa Caribe de Nicaragua, no sólo con propósitos comerciales, sino de cara al control del Mar Caribe. Se lo propone el canje, el control de la costa mosquitia a cambio de una cantidad de armas y apoyo logístico para la revolución o independencia, no porque quisiera entregar Centroamérica”.

    Es una especie de acuerdo, de que se hicieran cargo del aspecto más bien comercial y yo diría del control del Mar Caribe.

    No se debe olvidar que Inglaterra en el marco de la Santa Alianza, siempre tuvo contradicciones con miembros de esa Alianza (Austria, Prusia, Rusia). Esas contradicciones eran aprovechadas por Bolívar.

    Éstos apoyan a España para que no perdiera sus posiciones en América.


    ¿No cree que empañe la figura y dimensión de Bolívar entregar Nicaragua?
    No empaña, no incide, porque la Venezuela actual en particular y América del Sur en general no tiene interés geopolítico en Centroamérica, pero sí lo tenía Inglaterra. Ni la situación actual de América del Sur ni Venezuela considera a Centroamérica como distinta de América Latina. Para el sur, la inserción de Centroamérica en la unidad geopolítica es vital.

    Tenés que olvidarte de un sentimiento de soberanía local. Para Bolívar “mi patria es América”. No hacía distinciones de países, pero sabía que la crisis que se iba a plantear era la crisis de las fronteras, por eso inventa el principio del uti possidetis juris de 1810, para comprometer a cada nación a asumir como frontera lo que era delimitado en 1810. No se le escapa eso, pero decía: “Mi patria es América”, e hizo lo posible para hacer de América una sola región.


    (Uti possidetis juris del latín “como poseías de acuerdo al derecho, poseerás”).¿No le resta gloria al prócer?

    No le resta gloria para nada, al contrario, era parte de la visión global que tenía Bolívar en ese contexto y hay que analizarlo.

    Este episodio nunca se conoció. Fui el primero en divulgarlo en Nicaragua.



    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS: LA CONJURA DE SIBONEY

    LA CONJURA DE SIBONEY



    LA CONSPIRACIÓN MASÓNICA DE LOS INSURGENTES CUBANOS CONTRA ESPAÑA


    Ambientada en el período de la Guerra Grande de Cuba (1868-1878), La conjura de Siboney narra las peripecias del teniente Castillo, destinado a aquella isla caribeña en 1874 para ponerse al frente de una sección de la Guardia Civil en Puerto Príncipe (hoy Camagüey). Con el telón de fondo de las intervenciones armadas en que toma parte contra las partidas de mambises y bandoleros, ante el lector se va presentando, con vivo realismo y un extraordinario manejo de la documentación, el ambiente que el joven oficial se encuentra a su llegada a Cuba, agotada por una larga guerra: las ciudades con decadente sabor colonial, la variopinta población, los combates en la manigua o la situación de un ejército aquejado de mil carencias y acosado por las enfermedades tropicales.

    Más tarde, el protagonista es ascendido a capitán. Gracias al prestigio granjeado durante la campaña, es enviado en comisión de servicio a Sancti Spíritus al mando de un pequeño equipo de colaboradores. Allí investigarán una extraña trama que ha provocado el asesinato de varios hacendados cubanos que estaban dispuestos a terminar con el esclavismo concediendo la libertad a sus trabajadores negros. Las sociedades secretas de los ñáñigos, las logias masónicas que comenzaban a proliferar y los propios grupos insurgentes pasarán a estar en el punto de mira de los investigadores.

    El lector de encontrará ahora frente al ambiente de opulencia todavía existente en las grandes haciendas del Valle de los Ingenios y el contraste con la dura vida que arrastran los esclavos de los bateyes; los contactos de los rebeldes en el exilio de Cayo Hueso y las remesas clandestinas de armas o las labores de espionaje en Nueva York. Pero también las controversias políticas de la época, en cierto modo reflejo de las de la Península, y la hipocresía de una sociedad en la que hay mucho de doble moral. Al margen de sus compañeros de armas, pocas personas se harán dignas de la confianza del capitán Castillo y sus hombres, que se enfrentan a una hermética organización, aunque más próxima a ellos de lo que imaginan. Sobre ella planeará la sombra de la trama cubana que participó en el asesinato del general Prim y que no descansará hasta cometer un nuevo magnicidio. Esto hará que al final se precipiten los acontecimientos, dando lugar a un desenlace tan trepidante como inesperado.

    El autor de esta novela, D. Eduardo Martínez Viqueira, tiene sobrados méritos militares, así como diversas publicaciones, entre las que destaca otro libro en su haber: Recuerdos de Irak.

    Título: LA CONJURA DE SIBONEY
    Autor: Eduardo Martínez Viqueira

    Editorial: De Librum Tremens Editores. Madrid, 2010. 483 págs.

    ISBN: 978-84-15074-06-9

    Información extraída del blog: LA CAZOLETA DEL ARCABUZ

  16. #16
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    HISTORIA DE LA REBELION POPULAR DE 1814 - Jose javier leon maracaibo venezuela


    Cuando Bolívar ofreció Nicaragua a Inglaterra - El Nuevo Diario - Managua, Nicaragua

    A cambio de fusiles, dinero y “hacer permanente el imperio”

    Cuando Bolívar ofreció Nicaragua a Inglaterra

    * Famosa carta de Jamaica del Libertador cobra actualidad con la visita y discursos del mayor representante de la República Bolivariana de Venezuela
    * Aldo Díaz Lacayo, que reproduce la carta en una de sus obras, explica que la patria de Bolívar era América, y que el ofrecimiento de Panamá y Nicaragua al imperio inglés no empaña

    Edwin Sánchez | esanchez@elnuevodiario.com.ni
    Ahora que el nombre del Libertador Simón Bolívar empieza a sonar su música con más vehemencia, una carta suscrita por él desde Jamaica el 15 de mayo de 1815, seis años antes de la Independencia de Centroamérica y a 23 de la separación de la provincia de Nicaragua de la Federación, podría ser una desafinada nota: de su puño y letra revela sus intenciones de entregar nuestro territorio nada menos que a Inglaterra.

    La idea que también podría llamarse “bolivariana” era que semejante potencia hiciera el soñado Canal por nuestro territorio a cambio de armas y hombres para su proyecto.
    La Carta

    En el prólogo del libro “El Congreso Anfictiónico, Visión Bolivariana de la América anteriormente Española. Panamá 22 de junio-15 de julio de 1826”, de Aldo Díaz Lacayo, el ex canciller Alejandro Montiel Argüello hace un señalamiento del texto encontrado por el autor, que con esa obra obtuvo el “Premio Nacional de Historia Tomás Ayón 2001”.

    Si la Carta de Jamaica dice: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, también la misiva, subraya el prologuista “insinúa la posibilidad de entregar las provincias de Panamá y Nicaragua a Inglaterra. A cambio Inglaterra daría armamentos militares, dinero y voluntarios que quisieran seguir las banderas americanas”.

    Díaz Lacayo escribe: “Más aún, conforme a la visión global del Libertador acerca de la América anteriormente española, y también de acuerdo con su política de capitalizar las contradicciones de Inglaterra con las otras potencias europeas, incluyendo España --y posteriormente con los Estados Unidos…, tan tempranamente como el 15 de mayo de 1815, desde Jamaica y a través de Maxwell Hislop, ofreció al Reino Unido entregar al Gobierno británico tanto Tierra firme como Nicaragua a cambio de su apoyo a la revolución independentista, todavía cruentamente enfrentada con España”.

    El texto que cita Díaz Lacayo de Bolívar a Hislop, señala en una de sus partes: “(…) El comercio británico ha perdido en Venezuela siete millones de pesos anuales, a que montaban sus producciones en los tiempos más calamitosos. Ahora parece que va a ser privada la Inglaterra del comercio de la Nueva Granada (Colombia-Sudamérica), que ella ha hecho exclusivamente, y cuya exportación es en oro y en sumas muy considerables (…) pero la pérdida incalculable que va a hacer la Gran Bretaña consiste en todo el continente meridional de la América, que, protegido por sus armas y comercio, extraería de su seno, en el corto espacio de diez años, más metales preciosos que los que circulan en el universo. Los montes de la Nueva Granada son de oro y de plata (…).

    “Ventajas tan excesivas pueden ser obtenidas por los más débiles medios: 20 ó 30 mil fusiles; un millón de libras esterlinas; 15 ó 20 buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas; he aquí cuanto se necesita para dar la libertad a la mitad del mundo y poner al universo en equilibrio.

    “La Costa-Firme se salvaría con seis u ocho mil fusiles, municiones correspondientes, 500 mil duros para pagar los primeros meses de la campaña. Con estos socorros pone a descubierto el resto de la América del Sur y al mismo tiempo se puede entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que forme de estos países, el centro del comercio del universo por medio de la apertura de canales, que, rompiendo los diques de una y otra mar, acerquen las distancias más remotas y hagan permanente el imperio de Inglaterra sobre el comercio”.¿Realismo político bolivariano?

    En un comentario de Jorge Orlando Melo al libro de Bolívar y la revolución
    de Germán Arciniegas, Editorial Planeta, Bogotá, 1984, hace referencia precisamente a este capítulo poco conocido del prócer:
    “En general, la discusión sobre la posición de Bolívar hacia Inglaterra y hacia la monarquía o sus sugerencias de que Inglaterra se apropie de Panamá y Nicaragua, está marcada por una ausencia total de análisis del contexto histórico y por una falta de atención al momento concreto de cada formulación: los textos de 1815 a 1829 se presentan agrupados en forma atemporal, sin mostrar sus relaciones con las situaciones de momento y sin ver en qué medida podían responder a consideraciones de realismo político. Sólo se ve en los textos de Bolívar la admiración por Inglaterra, por sus instituciones aristocratizantes, pero no lo que podía justificar en 1825 ó 1826 buscar en ese país un dique a las posibilidades de reconquista española.

    “Sin embargo, Arciniegas acaba reflejando, con signo inverso, la posición que critica. Es cierto que Bolívar tuvo una permanente actitud en favor de Inglaterra, y que los riesgos de anarquía, de caudillismo y de ascenso de la “pardocracia” tienen que ver con sus planes para lograr el protectorado de Inglaterra.

    “Pero cuando un texto de Bolívar dice que “Inglaterra debería tomar necesariamente en sus manos el hilo de la balanza” en una liga americana de naciones independientes, se pasa a preguntar: “¿Cómo pudo Bolívar colocar de fondo al Congreso de Panamá la entrega de la Gran Colombia a Inglaterra?”, o cuando con base en algunos textos de Bolívar favorables al protectorado inglés y en los que sugiere colocar a Colombia bajo “los auspicios de una nación liberal que nos preste su conducción”, se concluye que a Bolívar “sólo le ilusiona la posibilidad de entregar a Inglaterra el gobierno de Colombia”, se están forzando los textos y el desborde retórico hace que el problema, en vez de aclararse, se confunda

    “No empaña la gloria de Bolívar”
    Indagamos con el propio Díaz Lacayo sobre su interpretación de este ofrecimiento sorprendente, proviniendo de un americanista como lo fue Bolívar. “Yo explico la razón y es muy sencilla: para Bolívar América era América, no era Colombia. Entonces, el apoyo inglés a la revolución de independencia era vital, había una contradicción, primero en relación con España y luego con EU, en cuanto a libertad de comercio, porque era controlado por España primero.

    “Lo que hace Bolívar es proponerle a Inglaterra, la entrega de la Costa Caribe de Nicaragua, no sólo con propósitos comerciales, sino de cara al control del Mar Caribe. Se lo propone el canje, el control de la costa mosquitia a cambio de una cantidad de armas y apoyo logístico para la revolución o independencia, no porque quisiera entregar Centroamérica”.

    Es una especie de acuerdo, de que se hicieran cargo del aspecto más bien comercial y yo diría del control del Mar Caribe.

    No se debe olvidar que Inglaterra en el marco de la Santa Alianza, siempre tuvo contradicciones con miembros de esa Alianza (Austria, Prusia, Rusia). Esas contradicciones eran aprovechadas por Bolívar.

    Éstos apoyan a España para que no perdiera sus posiciones en América.


    ¿No cree que empañe la figura y dimensión de Bolívar entregar Nicaragua?
    No empaña, no incide, porque la Venezuela actual en particular y América del Sur en general no tiene interés geopolítico en Centroamérica, pero sí lo tenía Inglaterra. Ni la situación actual de América del Sur ni Venezuela considera a Centroamérica como distinta de América Latina. Para el sur, la inserción de Centroamérica en la unidad geopolítica es vital.

    Tenés que olvidarte de un sentimiento de soberanía local. Para Bolívar “mi patria es América”. No hacía distinciones de países, pero sabía que la crisis que se iba a plantear era la crisis de las fronteras, por eso inventa el principio del uti possidetis juris de 1810, para comprometer a cada nación a asumir como frontera lo que era delimitado en 1810. No se le escapa eso, pero decía: “Mi patria es América”, e hizo lo posible para hacer de América una sola región.


    (Uti possidetis juris del latín “como poseías de acuerdo al derecho, poseerás”).¿No le resta gloria al prócer?

    No le resta gloria para nada, al contrario, era parte de la visión global que tenía Bolívar en ese contexto y hay que analizarlo.

    Este episodio nunca se conoció. Fui el primero en divulgarlo en Nicaragua.



    LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS: LA CONJURA DE SIBONEY

    LA CONJURA DE SIBONEY



    LA CONSPIRACIÓN MASÓNICA DE LOS INSURGENTES CUBANOS CONTRA ESPAÑA


    Ambientada en el período de la Guerra Grande de Cuba (1868-1878), La conjura de Siboney narra las peripecias del teniente Castillo, destinado a aquella isla caribeña en 1874 para ponerse al frente de una sección de la Guardia Civil en Puerto Príncipe (hoy Camagüey). Con el telón de fondo de las intervenciones armadas en que toma parte contra las partidas de mambises y bandoleros, ante el lector se va presentando, con vivo realismo y un extraordinario manejo de la documentación, el ambiente que el joven oficial se encuentra a su llegada a Cuba, agotada por una larga guerra: las ciudades con decadente sabor colonial, la variopinta población, los combates en la manigua o la situación de un ejército aquejado de mil carencias y acosado por las enfermedades tropicales.

    Más tarde, el protagonista es ascendido a capitán. Gracias al prestigio granjeado durante la campaña, es enviado en comisión de servicio a Sancti Spíritus al mando de un pequeño equipo de colaboradores. Allí investigarán una extraña trama que ha provocado el asesinato de varios hacendados cubanos que estaban dispuestos a terminar con el esclavismo concediendo la libertad a sus trabajadores negros. Las sociedades secretas de los ñáñigos, las logias masónicas que comenzaban a proliferar y los propios grupos insurgentes pasarán a estar en el punto de mira de los investigadores.

    El lector de encontrará ahora frente al ambiente de opulencia todavía existente en las grandes haciendas del Valle de los Ingenios y el contraste con la dura vida que arrastran los esclavos de los bateyes; los contactos de los rebeldes en el exilio de Cayo Hueso y las remesas clandestinas de armas o las labores de espionaje en Nueva York. Pero también las controversias políticas de la época, en cierto modo reflejo de las de la Península, y la hipocresía de una sociedad en la que hay mucho de doble moral. Al margen de sus compañeros de armas, pocas personas se harán dignas de la confianza del capitán Castillo y sus hombres, que se enfrentan a una hermética organización, aunque más próxima a ellos de lo que imaginan. Sobre ella planeará la sombra de la trama cubana que participó en el asesinato del general Prim y que no descansará hasta cometer un nuevo magnicidio. Esto hará que al final se precipiten los acontecimientos, dando lugar a un desenlace tan trepidante como inesperado.

    El autor de esta novela, D. Eduardo Martínez Viqueira, tiene sobrados méritos militares, así como diversas publicaciones, entre las que destaca otro libro en su haber: Recuerdos de Irak.

    Título: LA CONJURA DE SIBONEY
    Autor: Eduardo Martínez Viqueira

    Editorial: De Librum Tremens Editores. Madrid, 2010. 483 págs.

    ISBN: 978-84-15074-06-9

    Información extraída del blog: LA CAZOLETA DEL ARCABUZ

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    Encíclica de Pio VII condenando las independencias Americanas.





    Encíclica, Etsi longissimo terrarum de S.S. Pio VII




    Arzobispos y Obispos y a los queridos hijos del Clero de la América sujeta al Rey Católico de las Españas.
    PIO VII, PAPA.

    Venerables hermanos o hijos queridos, salud. y nuestra Apostólica Bendición. Aunque inmensos espacios de tierras y de mares nos separan, bien conocida Nos es vuestra piedad y vuestro celo en la práctica y predicación de la Santísima Religión que profesamos.


    Y como sea uno de sus hermosos y principales preceptos el que prescribe la sumisión a las Autoridades superiores, no dudamos que en las conmociones de esos países, que tan amargas han sido para Nuestro Corazón, no habréis cesado de inspirar a vuestra grey el justo y firme odio con que debe mirarlas.
    Sin embargo, por cuanto hacemos en este mundo las veces del que es Dios de paz, y que al nacer para redimir al género humano de la tiranía de los demonios quiso anunciarla a los hombres por medio de sus ángeles, hemos creído propio de las Apostólicas funciones que, aunque sin merecerlo, Nos competen, el excitaros más con esta carta a no perdonar esfuerzo para desarraigar y destruir completamente la funesta cizaña de alborotos y sediciones que el hombre enemigo sembró en esos países.


    Fácilmente lograréis tan santo objeto si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas con todo el celo que pueda los terribles y gravísimos prejuicios de la rebelión, si presenta las ilustres y singulares virtudes de Nuestro carísimo Hijo en Jesucristo, Fernando, Vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos; y finalmente, si se les pone a la vista los sublimes e inmortales ejemplos que han dado a la Europa los españoles que despreciaron vidas y bienes para demostrar su invencible adhesión a la fe y su lealtad hacia el Soberano.


    Procurad, pues, Venerables Hermanos o Hijos queridos, corresponder gustosos a Nuestras paternales exhortaciones y deseos, recomendando con el mayor ahinco la fidelidad y obediencia debidas a vuestro Monarca; haced el mayor servicio a los pueblos que están a vuestro cuidado; acrecentad el afecto que vuestro Soberano y Nos os profesamos; y vuestros afanes y trabajos lograrán por último en el cielo la recompensa prometida por aquél que llama bienaventurados e hijos de Dios a los pacíficos.


    Entre tanto, Venerables Hermanos e Hijos queridos, asegurándoos el éxito más completo en tan ilustre fructuoso empeño, os damos con el mayor amor Nuestra Apostólica Bendición.


    Dado en Roma en Santa María la Mayor, con el sello del Pescador; el día treinta de enero de mil ochocientos diez y seis, de Nuestro Pontificado el décimo sexto.


    Círculo Tradicionalista Pedro Menéndez de Avilés: Encíclica de Pio VII condenando las independencias Americanas.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
    𝕽𝖆𝖒𝖎𝖗𝖔 𝕷𝖊𝖉𝖊𝖘𝖒𝖆 𝕽𝖆𝖒𝖔𝖘

  18. #18
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    La decadencia de la América Hispana después de las independencias

    opinion americas america latina




    El escritor colombiano Gabriel García Márquez.

    Contactar ahora



    Por su interés reproducimos este artículo de Francisco Segarra sobre la unión de todos los pueblos y las naciones hispánicas.

    Pido, desde aquí, al comienzo de este año 2018, la unión de todos los pueblos y naciones hispánicas. No lo pido, lo reclamo con la fuerza de la Historia, de la razón y de la libertad que, en este caso y en muy pocos más, coincide con la tradición y con el sentido común.

    (Me permitirán ustedes que no cite a los catedráticos a quienes aludiré por mera prudencia política. Si ellos quieren manifestarse, estaré encantado de corroborar sus afirmaciones y estudios).
    Colombia es uno de los pocos países de Hispanoamérica donde profesores universitarios cuestionan claramente la secesión de Hispanoamérica de España, y critican abiertamente las matanzas, violaciones y saqueos de las tropas de Simón Bolívar.

    También se atreven a comparar la gestión española en América con la que hicieron los criollos separatistas desde entonces, y con datos ciertos aseguran que vivían mejor siendo parte de España que separados.
    Aparte de Colombia, sólo algún conferenciante aislado en México o en Chile, o algún hispanista cubano o puertoriqueño y algún periodista de derechas argentino, se han atrevido a hacer lo mismo.

    La separación de la América hispana, aparte de echar a las élites culturales y económicas de allí, solo creó barreras comerciales, sociales y financieras, y acabó con el derecho de Indias y la protección de los indígenas americanos y sus tierras; y paralizó durante décadas la creación y mejora de vías de comunicación e infraestructuras respecto a la época española.

    Buenos Aires tiene mejores pisos que París, por mencionar un ejemplo anecdótico, pero no banal.

    El día que Hispanoamérica mire al pasado sin complejos y deje a un lado la leyenda negra vertida en primera instancia contra España y luego contra toda la América hispana, podrán ser fuertes e importantes a nivel mundial y podrán romperse las barreras entre sus propios países.

    Mientras no revisen su historia y sus comportamientos sociales, estarán al albur de golpistas como los Castro, o como los chavistas, que seguirán arruinando sus estados y echándole la culpa de todo a España, a EEUU o al capitalismo, en vez de a la incompetencia de sus corruptos dirigentes.

    Pido, desde aquí, al comienzo de este año 2018, la unión de todos los pueblos y naciones hispánicas

    Para algunos Colombia es sólo sinónimo de cocaína, de guerrillas terroristas comunistas y de violencia, pero más allá de eso es uno de los países de Hispanoamérica con más personalidad y carácter: su gente es trabajadora, amable, eficaz; y sus élites, mejor preparadas que las de Argentina o Venezuela.

    Simón Bolivar es el Puigdemont del pasado: pensando sólo en sus intereses personales y al servicio de Francia e Inglaterra, hundió a todo un continente en la miseria. Hoy da pena ver a Venezuela, uno de los países con más reservas de petróleo del mundo, cómo ha alcanzado el nivel de pobreza relativo más alto del mundo en menos tiempo.

    Quieren repetir la historia porque todo lo que vale para América, vale ahora para España.

    Y esto es lo que los separatistas catalanes pretenden: la familia Pujol ya se ha mostrado como un clan corrupto más propio del trópico que de un país europeo.

    La injerencia extranjera no es tanto rusa como la de aquellos a quienes tanto molesta nuestra presencia -real, cultural, humana, religiosa- en América. Por eso pido, desde aquí, al comienzo de este año 2018, la unión de todos los pueblos y naciones hispánicas.

    No lo pido, lo reclamo con la fuerza de la Historia, de la razón y de la libertad que, en este caso y en muy pocos más, coincide con la tradición y con el sentido común.


    Autor: Francisco Segarra.




    __________________________

    Fuente:


    La decadencia de la América Hispana después de las independencias - Francisco Segarra - Instituto de Estrategia

  19. #19
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    Re: Hay “otro” bicentenario

    ¿QUÉ PERDIMOS CON LA INDEPENDENCIA?

    Perdimos muchas cosas con la independencia, pero una en total fue la pérdida de nosotros mismos: la identidad. Y la identidad en lo plural. La identidad propia de cada grupo que habitaba y habita nuestro territorio.

    Hoy escuchamos frases de cliché del progresismo subversivo como 《unidad en la diversidad》, sin comprender que esto ya fue un hecho en nuestra historia.

    Tenemos la imaginaria, peregrina y leve idea impuesta por el adoctrinamiento oficial de que la 《colonia》, o sea la Monarquía Hispánica en América, era un ente monolítico donde los estamentos sociales, las razas, los oficios y los distintos grupos humanos que la conformaban no tenían ningún tipo de trato o vínculo entre sí fuera del 《dominio》, muro infranqueable que separaba compartimentos estancos. Nada más alejado de la realidad.

    Mientras el antiguo reino de Quito formó parte de la Monarquía Hispánica en ambos mundos, la tan cacareada y teórica pluralidad de la democracia revolucionaria se vivió como una realidad política, social y cultural.

    La libertadura impuso Estados seudo nacionales centralistas, normopáticos y fetichistas con, este sí, un monolítico y único ordenamiento jurídico-político que dio paso a un único y monolítico ordenamiento socio-cultural: una oligarquía plutocrática dominante y un resto del país supeditado a sus intereses. En mi libro QUITO FUE ESPAÑA he tratado ampliamente sobre los aspectos político-sociales de la Monarquía y de la libertadura, hoy me remitiré apenas a un par de cuestiones socio-culturales más, que también son tratadas en mi libro, pero no a detalle.

    Retrocedamos dos, tres y más siglos, antes de esto, desde la actualidad. ¿Qué encontramos?

    Encontramos que los criollos, los hijos y descendientes de españoles en América, impelidos por la necesidad ante una mayoría india que no fue obligada a abandonar sus usos y costumbres, incluyendo su idioma, tenían que aprender quichua para poder comerciar y desarrollar todas sus actividades económicas con la población autóctona, y lo hacían de buena gana desde el seno de sus nodrizas indias. Salir al mercado en ese entonces para nosotros actualmente sería toda una experiencia, un espectáculo, viendo y escuchando como las señoras criollas se comunicaban con las indias en quichua.

    También sorprenderían otras costumbres casi inexistentes entre nosotros al día de hoy, aunque presentes en algunas familias aún: el compadrazgo, producto de la amistad larga y fluida por siglos, entre los criollos y los indios, y sobre todo entre la élite criolla española y la élite india. Martín Chiriboga y León, por ejemplo, el tenaz caudillo del realismo criollo quitense era compadre de caciques y cacicas, y aquí sí corresponde el término en femenino. Hablamos de una institución que literalmente se llevaba a la práctica de suceder el caso, no como en nuestra época que es una mera formalidad.

    Si pasamos a estudiar a la población negra, sorprenderá más todavía a los ignaros, saber la cantidad considerable de libertos y negros ya nacidos libres que ingresaban a la universidad para estudiar sobre todo medicina. Visitantes forasteros de Quito mencionaban en el siglo XVIII que la mayoría de médicos de la ciudad eran negros. ¡La salud de una época en manos negras! Sin olvidar que los negros esclavos eran considerados más miembros de la familia que propiedades. En cuanto a relaciones interpersonales otro ejemplo que muestra y da la pauta de su época, era el mejor amigo de Juan Pío Montúfar, el marqués de Selva Alegre, que era negro. Muchos dialectos africanos se preservaron en Esmeraldas, mismos que desaparecieron con la república, la cual impuso el castellano como idioma oficial para toda la población (las poblaciones indias de Esmeraldas después de la independencia se quejaban a Quito que la república era su enemiga). A otros viajeros del siglo XVIII les llamaba la atención como se preservaban varios lenguajes en Quito y comparaban el hecho con la realidad de la Península donde también existían y existen varios idiomas.

    Cada población vivía junta, pero no revuelta, respetando y manteniendo su propio elenco cultural.

    Al haber sido marginalizados económicamente estos grupos por el bolivarianismo rampante, que odiaba a negros e indios por igual por estar opuestos a su ideal de civilización ilustrada, los mismos también fueron marginalizados socialmente, y así, la flamante república igualitaria puso el inri en la frente de indios y negros para marginalizarlos de toda vida pública desde la independencia.

    ¡Ay de los vencidos!







    __________________________

    Fuente:

    https://www.facebook.com/francisco.n...79417962308320
    Imágenes adjuntadas Imágenes adjuntadas

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    Re: Hay “otro” bicentenario

    La Logia Lautaro (la masoneria en las independencias hispanoamericanas)

    La Logia Lautaro fue una organización Sudamericana fundada por independentistas argentinos y chilenos en 1812. Era una rama de la Logia Gran Reunión Americana o Logia de los Caballeros Racionales, fundada por el prócer venezolano Francisco de Miranda en Londres el año 1798, que tuvo por finalidad lograr la independencia de Hispanoamérica de la corona de España y establecer un sistema de gobierno republicano y unitario.





    https://www.youtube.com/watch?v=k6FDXIfdzXg&sns=fb

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