Fuente: Tiempos Críticos, Número 33, 1957, páginas 1 – 3.




EDITORIAL


EL PARTIDO DE LOS CIEGOS


Es norma de los carlistas hablar claro. Y los carlistas hablan claro porque no se andan con rodeos, a la hora de determinar cuáles sean los problemas vivos de España.

En la última crisis política, se encaramó hasta las alturas del poder, para prestar su apoyo al régimen vacilante que desde hace tiempo sufrimos los españoles, un grupo de «nuevos valores», entre los que se cuenta el señor Ullastres, al que se encomendó la cartera de Comercio.

Con sordina, porque gracias a la censura las cosas de España deben decirse siempre con sordina, se inició casi al instante un tiroteo. Un tiroteo en el que iban y venían frases acerca de si el señor Ullastres y sus amigos participaban en las tareas del mando con su exclusiva representación personal, o bien con la que se les puede atribuir en cuanto miembros que son de cierta Institución con fines apostólicos. Decimos que los carlistas hablan claro, y así, decimos que esa Institución es el Opus Dei.

A nosotros nada nos va ni nos viene en ese tiroteo. Entendemos que cada palo debe aguantar su vela. Y que en ese pleito será el tiempo juez y, de consiguiente, el que a la larga pronunciará su inapelable sentencia. Lo que sí nos interesa notar es algo muy grave. Y que consiste en afirmar que ese grupo de «nuevos valores», pertenezcan o no a la nombrada Institución, y con entera independencia, en caso afirmativo, de la responsabilidad, ante Dios y ante la historia, que el pertenecer a ella les confiera, han cometido, políticamente hablando, un total y absoluto escamoteo de la verdad que, en bien del país, no debe ocultarse a los españoles.

Los problemas técnicos son, ¡qué duda cabe!, problemas técnicos, y como tales deben solucionarse. Pero lo que resulta inadmisible, y constituye por ello un vivo escamoteo de la verdad, un fraude de carácter nacional, es dar a entender al país que en la solución única de esos problemas reside la esperanza de la salvación de España.

Antes que un problema económico, antes que un problema social, existe en España un problema fundamental esencialmente político, un problema de régimen y de sistema, para el que se pide la honradez y la sinceridad con que dicen los «nuevos valores» deben acometerse aquellos problemas técnicos.

Para nadie es un secreto que el tráfico de importación de automóviles a través del Ministerio de Comercio fue no hace mucho, por citar sólo un caso, uno de los escándalos típicos de la Administración. Ahora bien; imaginar que el corte de semejantes abusos confiere a la administración la honradez y la sinceridad de que antes carecía, es, si se cree así, de buena fe, dar una muestra palpable de ineptitud, por falta de conocimiento de las premisas que en el caso concurren. Y si no se cree así, de buena fe, es mucho peor todavía, porque entonces lo que se hace es escamotear a conciencia, ante la mirada presa del pasmo de los ciudadanos, la verdadera realidad que tienen aquéllos derecho a conocer.

La falta de decoro en la Administración, que ha hecho posible aquéllos y otros muchos abusos, tiene su raíz, como decíamos antes, en lo injusto del sistema político sobre el que descansa la Administración. Los «nuevos valores» conocen perfectamente semejante verdad. Mas, frente a ella guardan silencio, y se dedican entonces a dar a entender que se hallará para todo pronto remedio, puesto que… ya se han tomado las medidas pertinentes, al objeto de que nadie pueda importar coches del extranjero. He ahí la nueva situación que debe calificarse de inmenso fraude. A eso se le llama en castizo pretender que los demás comulguen con ruedas de molino.

Los sistemas y los regímenes o son buenos o son malos. Los sistemas son los cauces en política por los que el gobernante debe desarrollar su actividad. Y si el sistema es malo no es posible que la actividad del gobernante resulte a la larga buena, porque está viciada de raíz.

Si el sistema de España, el régimen actual, hubiese sido bueno, los escándalos y los abusos que farisaicamente se condenan hoy nunca se hubiesen producido, o de producirse, al instante se hubiesen cortado y se habría exigido a sus promotores las pertinentes responsabilidades. Pero, como el sistema es malo, el exigir responsabilidades a los promotores se transforma en otorgarles, a modo de premio, aparte un puesto o una delegación del Estado en tal o cual Consejo de Administración, una Gran Cruz o una Encomienda. Después de todo ello, podrán comprender los «nuevos valores» que, el saber que su austeridad les lleva al extremo de prescindir del coche oficial para encaminarse al Ministerio, es cosa que está muy lejos de convencer al público. «¡Al toro! ¡Al toro!», grita el espectador; y el diestro, sin enterarse, está gastando el tiempo en gestos y ademanes de indignación porque el toro es de mala casta… Total: aplausos al toro y pitos al torero. ¿Se enteran ustedes, los «nuevos valores»?

Los de la pita, podemos asegurarles que ha de ser fenomenal, porque ya dijimos que el tiempo será juez, y juez inexorable. Pero, dejando eso, volvamos al fondo del asunto. Decimos que el partido [de] los «nuevos valores» es el partido de los ciegos. Y añadimos que con ciegos en el poder vamos todos camino de un formidable traspiés.

Pero no acaba ahí el asunto. Todavía [hay] que notar cosas más graves, y es que la pretensión de convencer a los españoles que el sistema es indiferente, y que lo que importa es la honestidad en el procedimiento dentro del sistema, lleva aparejada otra pretensión que no dudamos en calificar de inicua. Implica el conseguir que los españoles, olvidados de las ideas que traen consigo la salvación, se hagan a nuevos usos y costumbres que son clara consecuencia de un sistema que básicamente niega al ciudadano su condición de hombre responsable. Por eso los «nuevos valores» –que son ellos y todos los que estúpidamente hacen su juego– hablan tranquilamente de Monarquía Tradicional, de justicia social, de prensa responsable y de sindicato profesional, y quieren aparecer a los ojos del público como si fuesen ellos los descubridores de tales cosas. Los carlistas decimos que miente al hablar de Monarquía Tradicional el que habla de ella como de cosa que tenga o pueda tener relación de parentesco con el régimen actual. Esos hombres pretenden que bajo la etiqueta de nombre registrado se cuele de matute el fruto averiado y corrompido. Para ellos es lícito hacer creer a las gentes que es el nombre lo que califica a la cosa y no la cosa la que reclama, en virtud de su específica naturaleza, el nombre adecuado.

El imperio del partido de los ciegos es el imperio de la confusión. Es el imperio que tiende a borrar los perfiles que delimitan exactamente las posturas, las situaciones y las ideologías. Es el que hace que el ciudadano, a la vista de la confusión, abdique de su responsabilidad para tomar partido, por lo mismo que, en realidad, ya no distingue en el horizonte político del país sector ninguno en el que advierta que es posible fiarse de unas afirmaciones, porque en él se da a las cosas el nombre que merecen en lugar de juzgar las cosas por su nombre.