Fuente: El Debate, 13 de Octubre de 1932, página 10.
Epigrama de las maniobras y la “radio”
Si yo fuese cursi, al ponerme hoy de nuevo en comunicación con los lectores de EL DEBATE, después de dos meses de suspensión, comenzaría mi artículo con aquella célebre frase que Fray Luis de León no dijo nunca: “Decíamos ayer…”. Pero ni yo soy cursi, ni, por otra parte, la suspensión y reaparición de un diario van siendo ya en España episodios que merezcan una frase histórica. El poeta Blanco White cantó, en un bello y clásico soneto, la emoción de Adán cuando por primera vez vio anochecer. Creyó que el mundo se acababa. Luego, nos hemos acostumbrado, y vemos ya anochecer y amanecer sin emoción alguna y persuadidos de que el mundo no se acaba. Lo mismo va ocurriendo con las suspensiones de periódicos. Empezamos ya a verlos reaparecer como veíamos reaparecer a Pastora Imperio cuando, cada seis meses, volvía a la escena, después de anunciar que se retiraba definitivamente. Conviene, pues, en previsión de que se nos agoten, economizar, en estos casos, las frases demasiado enfáticas y solemnes.
Lectores, ¡buenos días!
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“Canto –oh, Musa– la cólera de España y las maniobras del Pisuerga”. Ésta es la introducción épica que se me viene a la pluma, al topar lo primero, tras mis vacaciones, con este tema de actualidad.
¡Grandes días éstos para los pacíficos y [las] socráticas casinas lugareñas! No siempre hay ocasión de poder sentir así, en torno a la mesa cotidiana, la noble emoción bélica, sin inquietud ni peligro. Orillas del Pisuerga; por tierra de romancero y de cronicón, “los nuestros” avanzan, suben, bajan, se esconden, se despliegan, y tal es su empuje victorioso, que “los otros” ni siquiera aparecen. Los hilos del telégrafo tiemblan de emoción patriótica trasmitiendo a los últimos rincones los giros e incidentes de la gesta del Pisuerga.
Un día nos dicen que el enemigo se asomó por unas lomas, pero se retiró en seguida; otro día afirman que el enemigo hizo fuego de Artillería, “pero” poco nutrido; otro día nos cuentan que un aviador enemigo cayó en las filas españolas, y que por sus documentos pudo averiguarse que el enemigo estaba completamente en la luna acerca de la situación de nuestras tropas. ¡Qué bella cosa es un enemigo imaginario!
Después de todo, las maniobras son una prueba luminosa de la histórica hidalguía española. Demostramos, una vez más, que somos sonoramente nietos de aquel Cid que cuando, teniendo sitiada a Valencia, se enteró de que habían desembarcado en el Sur los almorávides de Yusuf, otorgó a los valencianos una tregua de un mes para que pudieran recibir su socorro. Juego limpio y sin trampa. Pero ahora, aún llegamos a más: lejos de aprovecharnos de las condiciones de inexistencia e invisibilidad del enemigo, le otorgamos ventajas y concesiones. Claro es que dulcificamos nuestras concesiones con reticencias y distingos. Sería ya demasiado que nos dejáramos vencer por el aire. Pero nuestra generosidad con él es infinita. Confieso que si yo fuera director técnico de las maniobras, sería mucho más radical y me aprovecharía mejor de la absoluta inferioridad del enemigo imaginario. Yo ya habría supuesto, por lo menos, que el enemigo había construido un puente sobre el Pisuerga y que, al ir pasando por encima el Estado Mayor, el puente se había hundido. Y ni que decir tiene que hace ya varios días que tendría declarada en el ejército contrario una terrible epidemia de tifus exantemático. Esto nada más que en previsión. Si se me enredaban un poco las maniobras, con que la epidemia apretase, todo estaba listo.
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Estas consideraciones llevaban mi espíritu, cuando observé en mi reloj que era la hora de transmisión de mi estación favorita de “radio”. Manipulé las ruedecitas mágicas, hizo el aparato, como preludio, sus sonoros gargarismos de gigante, y empezó a oírse una voz. Transmitían un mitin político. El orador lanzaba un terrible apóstrofe:
“Toda España está con nosotros. A la vista está. El resultado de las últimas elecciones es claro y terminante; y expresa de modo inequívoco la voluntad del país. El enemigo está en completa derrota. Ni la Prensa enemiga puede con nuestra Prensa; ni la tribuna. Hemos ganado, en toda la línea, la batalla. (Aplausos)”.
Me aburrió el tono del discurso y cambié de estación, en busca de noticias. Surgió la voz gangosa de un “speaker”. Recomendó un purgante, unos zapatos y una trilladora. Luego, inició las noticias:
“No ha sido autorizada, aún, la publicación de “ABC”, de “La Nación”, de “Marte”, de “La Unión”, de Sevilla.
Preguntado el señor ministro de la Gobernación a la salida del Consejo, sobre la autorización de actos públicos de la derecha, se sonrió levemente y cambió la conversación”.
Una pausa. Unos ruidos. Continuó la “radio”.
“Comunican de Villa Cisneros…”.
Corté. Encendí un pitillo y empecé a buscar otra estación en donde hubiera algo de música. De música mejor, quiero decir. Pero, al paso, surgió, un momento, otra vez la estación que transmitía el mitin político. Hablaba, ahora, otro orador. Insistía en los conceptos del otro:
“Sí; hemos ganado la batalla en toda la línea. ¿Dónde está el enemigo? No da señales de vida y…”.
Corté de nuevo y me sonreí. En aquel momento entraba un amigo en mi despacho. Me preguntó:
– ¿Qué oías?
Y yo le contesté:
– Nada: las maniobras del Pisuerga.
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Y termino mi artículo de reaparición como lo comencé, como las circunstancias lo merecen: sin énfasis, sin ira y sin solemnidad.
Lectores, ¡hasta la vista!
José María PEMÁN
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