Dejo a continuación un interesante texto de Don Miguel Anxo Bastos que, creo yo, presenta bastante enjundia. Dejaré para los siguientes mensajes el correspondiente comentario crítico que merecen las afirmaciones presentadas por el profesor Anxo en dicho texto.
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Fuente: “El principio aristocrático”. Ángel López-Amo. Sociedad de Estudios Políticos de la Región de Murcia. Cartagena. 2008. Estudio Preliminar de Miguel Anxo Bastos. Edición de Jerónimo Molina. Páginas 15-19.
Aristocracia y libertad. El pensamiento político de Ángel López Amo.
Miguel Anxo Bastos. Profesor de Ciencia Política y de la Administración. Universidad de Santiago de Compostela.
La originalidad del pensamiento político de López-Amo.
Clasificar y situar en el marco de la historia de las ideas políticas la obra política de López-Amo se configura como una tarea muy difícil. Por un lado, y entendida en el contexto histórico en el que vivió, es una obra enormemente original extraña por completo al corpus ideológico del franquismo de los primeros años 50, mientras que, por el otro, López-Amo es un digno continuador de la más original de las tradiciones políticas hispanas, el carlismo o tradicionalismo. Su sistema político, que propugna una suerte de monarquía tradicional regida por instituciones y leyes tradicionales y equilibradas por el poder moderador de la aristocracia, es único en el pensamiento político del primer franquismo, interesado en aquellos momentos en debates importados de otros países europeos. Pero su originalidad no radica en los temas que aborda, sino en la forma en que López-Amo los justifica y el momento en que lo hace. En sus obras López-Amo valora positivamente la monarquía, la tradición y la aristocracia, pero lo hace desde un punto de vista libertario o casi libertario [10], esto es, realzando los aspectos funcionales que estas instituciones puedan tener en la construcción de un orden social libre. La construcción de su sistema no se lleva a cabo mediante el desarrollo de un ideario de nuevo cuño, sino profundizando en la línea que había seguido el tradicionalismo a finales del siglo XIX y que después, por avatares internos del mismo tradicionalismo, se truncó, derivando éste gradualmente hacia las posiciones filosocialistas que, por lo demás, caracterizaron ya el tradicionalismo del siglo XX. El carlismo de comienzos del último cuarto del siglo XIX había cambiado su posición originaria de rechazo del liberalismo económico hacia una postura bastante más matizada en la que se acepta, por ejemplo, la situación del País Vasco como territorio libre de aranceles; se reconoce la necesidad del beneficio y, desde luego, se reconoce como hecho consumado el incipiente proceso de industrialización español iniciado en el siglo XIX [11]. Una cita del teórico carlista Julio Nombela, extraída de su libro Dios, Patria y Rey, recogida en la página 554 del libro de Alexandra Wilhelmsen sobre el carlismo [12], nos muestra de qué modo había evolucionado el pensamiento tradicional con respecto al capitalismo: «Estudiad, estudiad las fecundas aplicaciones que hace el modesto industrial con los ahorros que se procura a favor de la constancia en el trabajo y la virtud de la economía, y veréis que los invierte en adquirir nuevas o más perfectas herramientas, y que con esas herramientas trabaja con más prontitud y con mejores resultados, y que puede presentar productos más abundantes y más acabados, que por una parte se expenderán a un precio más reducido, y por otra responderán mejor a las necesidades que satisfacen. ¿Podréis dudar de las ventajas que obtendríais todos, si todos a la vez ahorrarais y pudierais aplicar vuestros ahorros a mejorar vuestras industrias?». Y continúa diciendo nuestro autor que «lo que a vosotros os conviene, lo que a vosotros os interesa es que haya muchos capitales porque a medida que los capitales abundan es más solicitado vuestro trabajo y están más retribuidos vuestros esfuerzos. ¿No conocéis que lo que a vosotros os conviene es que haya muchas obras, que se acometan grandes empresas, es que se establezcan inmensas fábricas porque esas obras, esas empresas y esas fábricas os buscarán afanosamente y competirán por conseguir vuestro trabajo?».
Esta evolución hacia posturas más liberales en lo económico, sin renunciar a los viejos presupuestos foralistas y a la tradicional desconfianza carlista hacia el Estado [13] está muy presente también en la obra de Aparisi y Guijarro [14], quien incidió en aspectos que podríamos considerar propios del pensamiento libertario actual, comenzando por su visión de la monarquía como una forma de gobierno en la que el aparato estatal es de titularidad privada [15]. Aparisi afirma que «una de las grandes ventajas de la herencia en el gobierno monárquico es inspirar al príncipe tanto interés para con el Estado, como tienen los padres de familia respecto de sus patrimonios», argumento que parece extraído, tal cual, de la revisión libertaria de la monarquía que Hoppe elabora en su tratado sobre la monarquía [16]. Otras afirmaciones de Aparisi, como la que reza que cuantas más leyes más corrupción, la idea de que las buenas constituciones son hechas por los siglos o la idea de que no existe un derecho positivo al trabajo parece así mismo extraídas de algún libro de Friedrich Hayek.
Sería muy interesante y oportuno, para desmontar, tal vez, muchos de los tópicos de la época, comparar este ideario con el de los liberales decimonónicos españoles. ¿Cuál de los dos sería más coherente con un ideario liberal-conservador en los términos actuales de esta mentalidad política? La práctica política de los liberales hispanos evolucionó desde un principio siguiendo la misma senda que sus homólogos anglosajones (donde liberal, sobre todo en los Estados Unidos, se ha convertido en sinónimo de socialismo democrático), lo cual no es de extrañar dados los orígenes jacobinos y por tanto izquierdistas de tal ideario.
El liberalismo hispano se caracterizó por su centralismo y por su ataque a los particularismos hispanos, políticas que chocarían a cualquier liberal clásico o conservador de estirpe anglosajona [17] dada la importancia que éstos otorgan a la descentralización política como elemento limitador del poder estatal, y por sus políticas anticlericales que culminaron en las sucesivas desamortizaciones liberales, todo un ejemplo del «respeto» que dichos liberales manifestaban hacia la propiedad privada. No hay que olvidar que dichas amortizaciones abrieron el camino hacia las expropiaciones arbitrarias realizadas en nombre de un supuesto interés general que caracterizan el actual, y en muchas ocasiones abusivo, funcionamiento de las administraciones públicas [18].
Una vez estudiados los antecedentes podríamos afirmar sin equivocarnos mucho que la obra de López-Amo retoma el pensamiento carlista donde éste había quedado (eso sí, estancado durante varios decenios) antes de su cambio de rumbo ideológico, (el cual no es pertinente explicar aquí), y lo fertiliza con aportaciones propias del liberalismo clásico europeo (antiestatista) y sobre todo del conservadurismo norteamericano. El resultado es una obra extraordinariamente original en nuestro contexto [19], pues combina una visión profundamente escéptica del poder estatal, tanto en el ámbito político como en el económico, con una revalorización de instituciones políticas tradicionales como la monarquía y la aristocracia propias del pensamiento reaccionario posrevolucionario y con una revalorización de la descentralización política –muy poco apreciada en los primeros años del franquismo [20].
Nuestro autor no es pródigo en citas bibliográficas, por lo que sus influencias no pueden ser rastreadas con facilidad, pero es evidente que bebe de pensadores como Bertrand de Jouvenel, en especial de sus libros Sobre el poder y La soberanía, que refleja la etapa más antiestatista del ensayista francés, o de autores inclasificables pero profundamente conservadores en sus postulados como Guglielmo Ferrero, de tradicionalistas como Gil y Robles y libertarios clásicos como Juan de Mariana, autor éste, por fortuna, de nuevo reivindicado entre nosotros, o Herbert Spencer [21].
Esta heterodoxa [Nota mía. Quizá quiso decir heterogénea] combinación de influencias confluye en una obra también difícilmente clasificable y de una extraordinaria fuerza intelectual pero que, por la desgraciada y temprana muerte de su autor, así como por las peculiares características intelectuales de la época que le tocó vivir, quedó sin continuación. De haber vivido más tiempo y dejado descendencia intelectual hoy, probablemente, la derecha política española estaría operando intelectualmente muy lejos del jacobinismo (centralismo interno e intervencionismo externo) izquierdista que hoy la caracteriza. De este modo, a mi entender, la derecha hodierna estaría también mucho más próxima a lo que constituyen sus verdadera raíces, que fueron antiestatistas y descentralizadoras. Suponiendo, claro está, que pueda llamarse de derechas a un ideario que acepta con entusiasmo todas las banderas de la izquierda decimonónica española, usando su mismo lenguaje jacobino [22], reformista y progresista, y rechaza con igual entusiasmo todas las ideas procedentes de la derecha tradicional española que, como nos recuerda Kuehnelt-Leddihn [23], fue el carlismo o tradicionalismo.
Como ya he sugerido, el tradicionalismo español, desde su momento de máximo esplendor en el último tercio del siglo XIX, y con las excepciones de Gil y Robles y Vázquez de Mella, fue poco a poco anquilosándose en posturas inmovilistas, cuando no degenerando en puro y duro socialismo. Aquéllos que han conservado el viejo ideario, como Rafael Gambra [24] o Miguel Ayuso [25] entre otros, aún siendo la parte más fiel a sus principios de la derecha hispana y por tanto la hoy más desconocida [26] y políticamente incorrecta, han fracasado, sin embargo, en la tarea de fertilizar al pensamiento tradicional con otras aportaciones, como las que provienen de la moderna Escuela austriaca de economía o las de la tradición libertaria y conservadora norteamericana, con las que fácilmente podrían emparentar intelectualmente, con ganancia mutua por ambas partes [27]. Esto no sólo sería algo posible, también sería, probablemente, lo correcto, dado que en España existió una tradición económica propia, de corte libertario, la llamada Escuela de Salamanca, auténtica antecesora de la Escuela austriaca, y que merecería dialogar con la otra gran tradición intelectual originaria de España, el tradicionalismo. Sorprendentemente nunca las dos tradiciones hispanas han dialogado y esto es lo que entiendo que podría haber sido la gran aportación del malogrado López-Amo.
[10] Entendido en el sentido con que se usa en Norteamérica este concepto, esto es, el de negar la legitimidad a la intervención del Estado en todos o en la inmensa mayoría de los casos, sobre todo en el ámbito económico. Los italianos utilizan el concepto liberista de forma semejante para denominar al liberal en el ámbito económico.
[11] Véase Alexandra Wilhelmsen, La formación del pensamiento político del carlismo (1810-1875). Madrid, Actas, 1995. Esta autora cita con aprobación a López-Amo (p. 30) para realzar la visión de la aristocracia como garantía esencial de la libertad.
[12] Véase A. Wilhelmsen, op. cit.
[13] El padre del moderno anarquismo capitalista, Murray Rothbard, afirmaba en una conversación con el profesor Jesús Huerta de Soto que la idea de los fueros había sido la principal aportación hispana a la teoría política, puesto que allí donde existe el fuero el poder del Estado se ve fuertemente limitado. El profesor Huerta de Soto, el principal teórico libertario español contemporáneo, ha abjurado recientemente del liberalismo en un artículo, señalando que tal tradición no puede representar el ideal de un defensor coherente de la economía de libre mercado. Véase Jesús Huerta de Soto, «Liberalismo versus anarcocapitalismo», en Procesos de Mercado. Revista Europea de Economía Política, vol. IV, nº 2, otoño 2007, pp. 13-32.
[14] Una buena ontología de su obra puede encontrarse en Antonio Aparisi y Guijarro, En defensa de la libertad. Rialp, Madrid, 1957.
[15] Véase A. Aparisi y Guijarro, op. cit., p. 40.
[16] Véase Hans-Hermann Hoppe, Monarquía, democracia y orden natural. Gondo, Madrid, 2004. Una visión de la obra de Hoppe en la que se incorporan ideas del carlismo español y del propio López-Amo puede verse en Manuel Llamas Fraga, El mito de la democracia liberal, Trabajo de Investigación Tutelado, Universidad de Santiago de Compostela, 2005, mimeo.
[17] Sobre las diferencias entre el liberalismo de estirpe anglosajona y el de tradición francesa puede verse Dalmacio Negro Pavón, La tradición liberal y el estado. Unión editorial, Madrid, 1995. Sobre las diferencias entre el liberalismo hispano y el tradicionalismo: Dalmacio Negro Pavón, Sobre el Estado en España, Marcial Pons, Madrid, 2007.
[18] Un autor español, Manuel Ayllón, resume muy bien esta visión en un libro sin aparente relación con este tema afirmando que «a partir de los comienzos del siglo XIX y, de manera particular, desde el final de la guerra civil que instala en el trono a Fernando VII, será común entre los liberales españoles una conducta políticamente inusual entre sus correligionarios europeos, especialmente ingleses y alemanes, y me estoy refiriendo al propósito de la construcción de un Estado fuerte, carente de vínculos clericales, que sea el instrumento para la formación de una sociedad más libre y más justa. Es paradójico ver como liberales españoles procurarán la construcción de un Estado poderoso. La dialéctica española entre liberales y conservadores no se centrará en definir las competencias del Estado (más desarrolladas y abogadas aún por los liberales que por los conservadores), sino sobre la propia naturaleza doctrinal del ejercicio del poder y, especialmente el marco de relación con la Iglesia española. De ahí que el liberalismo español sea anticlerical, estatista, nacionalista por ende, y curiosamente poco partidario del liberalismo económico cuando, sin embargo, es formalmente demócrata con visajes de despotismo ilustrado. Será en el pensamiento conservador más reaccionario, como se manifiesta en las guerras carlistas, donde se formulen planteamientos políticos autonomistas y regionalistas en el orden administrativo del Estado.» Véase Manuel Ayllón. La dictadura de los urbanistas. Temas de Hoy, Madrid, 1995.
[19] Sólo conocemos a otro autor, el gallego Jorge Juseu, que aborde esta temática con una perspectiva similar, aunque por desgracia su obra se limita a un solo libro. Véase J. Juseu, Monarquía a la española. Un César con fueros. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1971.
[20] Como puede apreciarse en el texto Algunos aspectos de la doctrina española sobre el federalismo, recogido en esta antología. Véase infra, cap. VII. En esas páginas se percibe muy bien la voluntad de López-Amo de adaptar los viejos principios tradicionales a la realidad española de su época.
[21] Si hemos de buscar paralelismos un autor que estaría muy próximo a los postulados de López-Amo, con diferencias claro está derivadas de sus diferentes tradiciones de origen, es el libertario-conservador Wilhelm Röpke, quien combina también su gusto por la tradición con un acendrado liberalismo económico que le valió ser reivindicado por los modernos integrantes de la escuela austriaca, no sin reservas, como uno de los suyos. Véase Jerónimo Molina Cano, «Wilhelm Röpke, conservador radical. De la crítica de la cultura al humanismo económico», en Revista de Estudios Políticos, nº 136, abril-junio, 2007, pp. 91-141.
[22] Hasta en su visión de la política exterior se parece la «derecha» actual a los revolucionarios franceses, pues ambos son partidarios de la intervención violenta en otros países para imponer ideas abstractas. Una excelente comparación entre la derecha neoconservadora norteamericana (ex-trotskista en su origen), auténtica fuente de inspiración para la actual derecha española, y los revolucionarios franceses puede encontrarse en Claes G. Ryn, America the Virtuous. The Crisis of Democracy and the Quest for Empire. Transaction, New Brunswick, 2003.
[23] Kuehnelt-Leddihn afirma en su monumental ensayo sobre el pensamiento izquierdista que la verdadera derecha española fue siempre el carlismo, y lo dice en un libro publicado tan recientemente como 1990: vid. Erik R. von Kuehnel-Leddihn, Leftism Revisited: From de Sade and Marx to Hitler and Pol Pot. Regnery Gateway, Washington, 1990. Muchas veces son los extranjeros, desde su objetividad, quienes perciben mejor las realidades políticas de un país, y por ello sería digno de recuperar la memoria de los carlistas norteamericanos, Kuehnelt-Leddihn (austríaco pero residente mucho tiempo en Norteamérica), Brent Bozell o Frederick Wilhelmsen quienes admiraron desde su perspectiva de conservadores norteamericanos el pensamiento tradicionalista hispano y lo reconocieron como la verdadera corriente conservadora hispana digna de ser homologada con el conservadurismo norteamericano. De hecho, Wilhelmsen pidió ser enterrado con ropajes carlistas, tal era la admiración y el respeto que sentía por la Santa Tradición.
[24] Vid. Rafael Gambra, Tradición o mimetismo: la encrucijada política del presente. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1976.
[25] Vid. Miguel Ayuso Torres, ¿Después del Leviathán? Sobre el Estado y su signo. Dikynson, Madrid, 1998.
[26] Autores como Miguel Herrero de Miñón podrían también asociarse de cierta forma a una visión tradicional, y por tanto como los autores antes citados está sometido a una suerte de ostracismo intelectual por parte de los sectores dominantes intelectual y políticamente de la moderna derecha hispana. Véase Pedro González Cuevas, El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX: de la crisis de la restauración al estado de partidos (1898-2000). Tecnos, Madrid, 2005.
[27] También es cierto a la inversa. Los integrantes de la escuela austriaca en España, con la excepción parcial de Jesús Huerta de Soto, al quien más arriba hacíamos referencia, no han buscado tampoco el contacto y las afinidades con la otra escuela de pensamiento característica de España. En su ideario político se identifican generalmente más con los jacobinos liberales de Cádiz que con el tradicionalismo español, siendo éste último mucho más coherente en muchos aspectos con la visión antiestatista que aquéllos dicen tener.
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