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Tema: Miguel Anxo Bastos - Libertarianismo y Conservadurismo

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  1. #14
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    Re: Miguel Anxo Bastos - Libertarianismo y Conservadurismo

    Fui amablemente invitado a comentar sus aportaciones. La verdad es que el nivel que tienen es muy alto, da gusto leer sus comentarios. Nos sabía que se podía consultar Triumph en internet. Cuando escribí lod eLópez-Amo me volví loco intentando conseguirla y en aquel momento me fue imposible. Peor si tengo en mi biblioteca en lugar de honor el Citizen oRome del gran Wilhensem. Espero no lo tomen como una intromisión en sus asuntos. La conferencia a que se refieren fue hecha en un entorno libertario, no tradicionalista. Soy libertario no tradicionalista, pero veo esta corriente de pensamiento con gran simpatía peor me gustaría matizar, desde el gran respeto que les tengo, algunas observaciones.

    Cuando me refiero a la evolución, me refiero al carlismo (que desde el jaimismo viró hacia el socialismo, llegando a identificarse con Cuba y la URSS como en el célebre discurso de Teresa de Borbon-Parma) yno al tradicionalismo que me consta siguio manteniendo, adaptados los viejos ideales de la Tradición.
    La Comunión Tradicionalista no viró ni evolucionó nunca hacia el "socialismo", y menos aún en tiempos de Jaime III. Ciertamente, en la primera mitad de los ´70 Carlos Hugo, traicionando los ideales de su padre Don Javier y de la Comunión Legitimista, viró hacia concepciones socialistas. En ese desvarío lo acompañaron sus hermanas Teresa, María Cecilia y María de las Nieves. Por el contrario, Francisca y Sixto Enrique de Borbón continuaron los pasos de Don Javier y defendieron los mismos principios político-sociales tradicionales. Es importante, pues, en primer lugar, no confundir una cosa con la otra, y ser correcto en la utilización de las palabras. Nadie en su sano juicio pensaría, por ejemplo, que las desviaciones liberales de Don Juan (hijo de Carlos María Isidro y hermano del Conde de Montemolín, respectivamente) constituían una "evolución" en la doctrina política legitimista, sino más bien una defección (y así lo consideró la Princesa de Beira que se enfrentó a él). Mutatis mutandis, pues, dígase lo mismo respecto a Carlos Hugo y las hermanas que le acompañaron. Sus derivas socialistas no se pueden calificar de lícita evolución en el carlismo, sino más bien de traición y defección; y, así, como tales, siguieron los mismos pasos que el susodicho Don Juan, y acabaron fuera de la Comunión que, por definición, siempre es legitimista y tradicional.

    Por tanto, cualquier declaración pública que hiciera Teresa de Borbón o cualquiera de sus "historiadores" acerca de una supuesta re-interpretación de la historia de la Comunión "en clave socialista" no puede ser considerada como una declaración oficial realizada genuinamente en nombre de la Comunión por parte de uno de sus legítimos representantes, pues tanto ella como sus amigos siguieron los mismos pasos que Carlos Hugo: la separación respecto de la Comunión por voluntad propia en virtud de actos incompatibles con la esencia y naturaleza político-social de la misma.

    Por lo tanto, no cabe hacer esa dicotomía que usted hace entre "carlismo", por un lado, y "tradicionalismo", por otro lado, ya que, por definición, no cabe en la naturaleza de la Comunión semejante separación. Es por ello, que el genuino tradicionalismo sigue en pie a día de hoy por parte del que ha tenido, por fuerzas de las circunstancias, que presentarse como sucesor de Don Javier recogiendo la Bandera pisoteada por Carlos Hugo: y fue y es Don Sixto Enrique de Borbón, que a día de hoy sigue asumiendo el abanderamiento o encabezamiento de la Comunión, puesto al que se vio obligado a levantarse por las razones antedichas. Y, en este sentido, continúa con los mismos fundamentos y bases doctrinales que sus predecesores (Javier I, Alfonso Carlos, Jaime III, Carlos VII, Princesa de Beira, Juan III antes de su defección, Carlos VI y Carlos V, el hermano de Fernando VII) sin solución de continuidad.

    Don José Miguel Gambra (hijo de Rafael Gambra), actual Jefe Delegado de la Comunión Legitimista (es decir, Jefe Delegado de Don Sixto Enrique de Borbón, actual legítimo reclamante del poder político monárquico español) decía en 2010, recién nombrado en el cargo, lo siguiente:


    Recientemente he sido nombrado Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista. Desearía, en semejante tesitura, ponerme a tu disposición para cuanto redunde en beneficio de nuestra causa que, como sabrás, se resume en el lema Dios, Patria, Fueros y Rey. Como esa causa resulta, para muchos, desconocida y, cuando se conoce, es frecuente tener de ella una visión distorsionada, quisiera aprovechar esta ocasión para hacerte unas breves consideraciones.

    Pocas doctrinas políticas habrán sido tan denostadas como el carlismo, en los tiempos que corren. Muchos no ven en él más que una supervivencia atávica de recuerdos obsoletos, cuando no lo identifican con meras cuestiones de preferencias dinásticas; otros, fieles a los manuales de la historia oficial, lo confunden con una caricatura del absolutismo derrocado por el liberalismo y la democracia. No faltan los que mezclan el carlismo con los orígenes del separatismo, ni quienes lo asimilan a doctrinas fascistas, más o menos pasadas por agua; y los hay –o ha habido– que se dicen carlistas por socialistas autogestionarios o porque confunden el carlismo con cierto clericalismo, de larvadas inclinaciones demócrata-cristianas.

    Denostado por tantos y de manera tan contradictoria, ¿no se te ha ocurrido pensar que, precisamente por ello, el carlismo tiene virtudes insoportables para nuestra decadente sociedad? Amañado por tantos otros, y en direcciones tan dispares ¿no te sugiere eso que la doctrina carlista oculta tesoros de sabiduría, de prestigio y arraigo social que merecen ser instrumentalizadas? Y es que el pensamiento carlista no coincide con ninguna de esas doctrinas que vulgarmente se le achacan, aunque de todas tenga un poco.

    El carlismo no es fruto de una invención transeúnte de una escuela filosófica, que la haya elaborado para resolver los problemas sociales o políticos de un momento dado. Al contrario, es el resultado de toda la sabiduría política, recogida y depurada por el cristianismo a lo largo de muchos siglos. Sabiduría ya presente en filósofos paganos, como Aristóteles, decantada y perfeccionada por los padres de la Iglesia, como San Agustín, por filósofos, como Santo Tomás y los grandes pensadores de la escolástica española. Decaída y medio olvidada, tras las necedades prerrevolucionarias del s. XVIII y las subsiguientes perversidades revolucionarias, fue lentamente reconstruida y acomodada a las nuevas circunstancias por los pensadores tradicionalistas españoles, en perfecta consonancia con las encíclicas pontificias del s. XIX y principios del s. XX. En otras palabras, el pensamiento carlista no es sino la que se llamaba “doctrina social de la Iglesia”, hasta los tiempos en que casi ha logrado destruirla el modernismo eclesiástico. Doctrina social universal e imperecedera, de la que el carlismo constituye su aplicación a las costumbres y tradiciones de nuestra patria, y que sólo la dinastía carlista ha mantenido incólume hasta hoy, sin tolerar en sus miembros que la legitimidad de origen prevalezca sobre la de ejercicio.

    Esta egregia doctrina –dije antes– algo tiene de cuanto le achacan. ¿Absolutista? Algo, pero bien escaso, porque no admite ni la intromisión del poder real en las prerrogativas eclesiásticas, ni forma alguna de despotismo; pero sí reconoce al REY un ámbito de poder exclusivo, limitado, sin embargo, por el poder de las sociedades inferiores y sometido a los dictados de la ley natural y de la Iglesia. ¿Separatista? No en cuanto proponga secesión alguna, pero sí en cuanto reconoce, frente al uniformismo racionalista, las peculiaridades de los reinos, regiones y municipios, cuyos FUEROS debe jurar el rey legítimo. ¿Socialista? No, desde luego porque defienda forma alguna de totalitarismo, pero sí es lo que Mella llamaba “sociedalista”: más sociedad y menos estado. ¿Fascista? Misma respuesta en lo que al estatismo se refiere, pero además coincide con él en su declarado amor a nuestra PATRIA, sin necesidad de divinizarla o hipostatizarla, como hace algún falangismo. Más aún, el carlismo comulga con los anteriores en el odio al capitalismo, nacido de la destrucción de los estamentos del antiguo régimen y fuente de innumerables males e injusticias, contra el cual propone no una revolución, sino una restauración. ¿Demócrata cristiano? Católico, sin duda; demócrata también, pero no a la manera en que estamos acostumbrados, con elecciones de partidos obsequiosos en los programas y tiránicos en el poder, sino a la manera de las cortes, cuyos miembros son elegidos por estamentos, entre personas conocidas que, a modo de compromisarios, defienden los intereses de municipios, gremios, regiones y reinos, y no los del partido.

    Algo de cada cosa tiene, pero no es un amasijo ecléctico de todo ello. Al contrario, son esas doctrinas, erradas por parciales y desmesuradas, las que, desgajadas del tronco lleno de savia y vitalidad del pensamiento social clásico, se han convertido en nocivas ramas muertas, sólo de lejos parecidas a las del árbol. El todo de esta doctrina es infinitamente superior a la suma de sus partes, pues cada pieza se unifica con las otras y se vivifica porque todas han de tender al bien común de la sociedad y, en última instancia, al bien común del hombre que sólo en DIOS reside.

    De suyo esta doctrina es imperecedera, porque hunde sus raíces en la naturaleza social del hombre y ha sido refrendada por el magisterio eclesiástico, que no puede cambiar ni corromperse. Pero sí puede desdibujarse en la conciencia humana y desaparecer por completo en una sociedad. El carlismo, derrotado en tres guerras mantuvo, sin embargo, una admirable vitalidad. Paradójicamente, tras su victoria en la Cruzada del 36, su situación ha terminado por serle mucho más desfavorable, en parte por el maltrato que sufrió durante el régimen franquista, pero, sobre todo, por la defección de los eclesiásticos progresistas que, desde la década de los sesenta, han desautorizado sistemáticamente la concepción del estado confesional, han propugnado la libertad de cultos y han tergiversado la doctrina de la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo. Ante este desconcertante hecho, que atenta contra el principio fundamental en que confluye todo el pensamiento social de la Iglesia y del tradicionalismo, cada carlista tiró hacia donde se le ocurrió y surgieron así esos absurdos “carlismos” socialistas, separatistas o demócrata-cristianos de que antes hablé.

    Hoy, sólo la Comunión Tradicionalista, con su Abanderado, Don Sixto Enrique de Borbón, al frente, mantiene en su integridad la doctrina carlista; sólo desde sus filas se estudia y se propaga, sin rehuir la acción política. (...)


    En mi opinion el tradicionalismo tiene una magnífica teoría política pero una teoría económica poco elaborada, aunque sin duda bien intencionada. Por eejemplo la idea de que el salario debe reflejar las necesidades del trabajador si bien parece justa a primera vista llevaría a la injusticia de tener que remunerar al trabajador según sus propias circunstancias familiares o personales (pagarle más que a sus compañeros si decide tener varios hijos por ejemplo, o si tiene desgracias en su familia). La obligación moral que los católicos tenemos de ayudar a los demás debe ser después de repartir los beneficios de la empresa , no en el propio proceso laboral pues conduciría al caos empresarial y mataría la fuente de riqueza que permitiría ayudar a los demás. Además primaría a las empresas que decidiesen no contratar a casados con hijos, por eejmplo, lo que nos llevaría a consecuencias contrarias al objetivo que queremos conseguir.
    Estoy de acuerdo con usted en que el legitimismo español no ha realizado una teoría económica elaborada, si por eso entiende usted la falta de un análisis completo y exhaustivo del sistema financiero como elemento esencial condicionante de los asuntos sociales en la época contemporánea.

    Aunque me atrevería a decir que el caso concreto que usted pone en este último texto no se correspondería con una afirmación social salida del tradicionalismo. Digo esto porque, en todo caso, los legitimistas españoles tienen como guías principales los documentos sociales de la Iglesia, principalmente en lo que se refiere a materia económica las encíclicas Rerum Novarum y Quadragessimo Anno. En ellas se establece claramente, como objetivo a conseguir (sin entrar nunca en cuestiones técnicas), la del favorecimiento del poder adquisitivo de la población sin al mismo tiempo perjudicar al empresario. Cómo se pueda conseguir esto es otra historia. Pero aparece claramente señalado en las Encíclicas la no voluntad de defender un juego de suma cero en donde la ganancia de uno tenga que representar necesariamente la pérdida de otro: eso es algo antisocial que jamás se defendió en una Encíclica social y, por ende, es algo que jamás fue defendido por un tradicionalista.

    Los que somos catolicos y sabemos algo de la doctrina sabemos tambien que las cuestiones económicas, aun apoyadas en el magisterio, no son cuestión de fé. De ahí que existan católicos tradicionalistas como Thomas Woods (la iglesia y el mercado), quien defendió el catolicismo tradicional en su Sacred then and sacred Now o el Padre Siricco (vease en Acton Institute | For the study of religion and liberty) que defienden la doctrina austríaca del libre mercado sin restricciones desde puntos de vista a mi entender plenamente católicos.Como lo hace por cierto Lew Rockwell director del Mises Institute a quien me honro en conocer y que me consta que viaja varios cientos de kilometros cada semana sólo para poder escuchar la misa latina tradicional.
    ¡Ojo! Hagamos distinciones, porque si confundimos todo no nos vamos a poder enterar de nada. Una cosa es ser tradicionalista en lo religioso (es decir, defender doctrinas religiosas y litúrgicas que, tras el evento del Concilio Vaticano II, se han ido destruyendo) y otra cosa es ser tradicionalista en lo jurídico-político-social (es decir, defender la Tradición política española contra la Revolución imperante que marca toda la época contemporánea actual a través del mal llamado "derecho nuevo"). En unas personas van unidas la una con la otra, y en otras no. Este segundo caso es el de las personalidades que usted ha puesto como ejemplo (Woods, Siricco o Rockwell). Es decir, son tradicionalistas en lo religioso, pero revolucionarios o antitradicionalistas en lo político-social. En cambio, a éstos, habría que contraponer los actuales estadounidenses John Rao, Christopher Ferrara o Alexandra Wilhelmsen, los cuales, ÉSTOS SÍ, son auténticos tradicionalistas en lo político-social (en tanto en cuanto auténticos herederos políticos de los genuinos tradicionalistas que se agrupaban en Triumph).

    Son tradicionalistas o libertarias afirmaciones como las llamadas a la subversion fiscal de alvaro D'ors en su Tiranicidio o democracia. Son de libertarios rabiosos sentencias como"el Estado no es ya la nación jurídicamente organizada, ni el organismo de la autoridad central directiva, sino el aparato mecánico de la coacción, sin título para mantener la agragación forzosa y el complicado artificio burocrático, para la más fácil, desahogada y expédita explotación de ella" o "convirtiéndose la patria moderna en un agregado de dos castas, la de los explotadores que mandan, esto es tiranizan, y la de los explotados que contribuyen a la empresa de que vive y medra la casta gobernante ni más ni menos que antes de Jesucristo". ¿o son de D. Enrique Gil y Robles tradicionalista español de comienzos del siglo XX?
    Vamos a ver. Una cosa es que se llegue lógicamente a mismas conclusiones partiendo de las mismas premisas, y OTRA COSA DISTINTA ES LLEGAR PER ACCIDENS A UNA MISMA CONCLUSIÓN PARTIENDO DE PREMISAS DIAMETRALMENTE OPUESTAS. Y la premisa fundamental de los libertarios que los hace absolutamente incompatibles con una genunina concepción política tradicional radica en el concepto equivocado de libertad del que parten los libertarios o conservatistas.

    Me temo, Don Miguel Anxo, que se trata de una cuestión metafísica INSALVABLE. La concepción tradicional considera la libertad como una "libertad para". Mientras que los libertarios consideráis la libertad como una "libertad respecto de". En un caso, el tradicional, es una libertad relativa en tanto en cuanto, queda sujeta a un sínnumero de vinculaciones y ligaciones sociales, que constituyen la naturaleza esencialmente orgánica-corporativa de la sociedad así auto-organizada, auto-emancipada y auto-jerarquizada, y que coadyuvan institucionalmente al fomento de las buenas costumbres o hábitos sociales y, por ende, al bien común. A esta multirred o multitejido social autónomo o foral (que crea lazos que encauzan hacia el bien el ejercicio de la libertad) se le añade el elemento esencial del cuerpo básico de la Iglesia Católica, en su función directiva y vigilante de los posibles focos de herejía.

    Ahora bien, ¿qué diantres tiene que ver ese orden social tradicional con el de los libertarios-conservatistas? El carácter fundamentalmente nihilista de su concepción de la libertad les hace querer siempre prescindir de los vínculos socialmente creados así como también de la necesaria sumisión a la verdad metafísica auténticamente intepretada por la corporación intermedia de la Iglesia. El libertario, al hablar de libertad, habla de liberación o libertad respecto de la "sujeción" de todos esos vínculos sociales (familia, municipio, aldea, universidad, región, gremio, etc...), así como también su liberación de la verdad metafísica católica, que son consideradas como trabas para el ejercicio de su libertad o autorrealización.

    Evidentemente, una vez rotos el vínculo metafísico, y los vínculos sociales autárquicos, que imperaban en el orden tradicional, es lógica la política correlativa de la absorción, sustitución y totalización por la Administración burocrática de todas y cada una de las minuciosas funciones de las personas, que antes se encauzaban libremente en sus respectivos cuadros sociales, y que ahora irán cada vez siendo más y más controladas por la pirámide estatal. Esto en lo que se refiere a la política correlativa a la destrucción de los vínculos sociales. En lo que se refiere a la destrucción del vínculo metafísico católico, será sustituido por las famososas cuatro libertades revolucionarias: libertad de cultos, libertad de prensa, libertad de cátedra y libertad de asociación política; siendo estas cuatro libertades el perfecto complemento de la política estatista antes mencionada.

    Nunca se insistirá lo suficiente en el carácter profundamente filosófico-político que se desprendía de aquella famosa sentencia que el pueblo español levantado en armas contra los primeros brotes revolucionarios (plantados por parte de los ministros masones traidores del depostismo ilustrado) dirigía a los cuatro vientos en 1827, en la llamada guerra de los malcontents: "¡Viva la Inquisición! ¡Muera la policía!". ¿Realmente un libertario-conservatista suscribiría semejante sentencia? ¿Realmente un libertario está familiarizado con la famosa ley política de los dos termómetros de Donoso Cortés? ¿Realmente entendería un libertario que la razón de que el Estado esté cada vez más entrometiéndose, a efectos de control, en la vida de las personas, -llevando así a cabo la organización artificialmente tecnocrática que vislumbrara, cual pesadilla, Tocqueville hace ya siglo y medio-, se debe a esa doble destrucción del vínculo religioso y del vínculo social-corporativo que caracterizaban el orden social prerrevolucionario tradicional y que lleva siendo destruido durante estos últimos 181 años de manera ininterrumpida desde la muerte de Fernando VII?

    Ni Álvaro D´Ors ni Enrique Gil Robles, a la hora de decir lo que decían, partían de postulados libertarios o conservatistas, ni muchísimo menos. Si a un libertario le gusta lo que pueda decir en tal o cual sentencia un autor tradicionalista, será puramente por una cuestión meramente accidental.

    Lo que yo pretendía decir en ese foro libertario es que los libertarios hispanos deberían dejar de buscar como referente al estatista liberalismo hispano y buscar inspiración política en el tradicionalismo. Y cuanto más lo estudio más me convence esa postura.
    Pero es que si los libertarios realmente quisieran inspirarse y abrazar los postulados del tradicionalismo político español... abandonarían inmediatamente, por lógica intelectual, sus posiciones libertarias. Se trataría de una "conversión" política en toda regla. Ésa fue la razón por la que Bozell, Wilhelmsen y los demás abandonaron la posición conservatista: porque entendieron perfectamente la incompatibilidad ABSOLUTA entre la posición conservatista y el genuino tradicionalismo político.

    Autores católicos tradicionalistas (que conocían bien la tradición hispana) como Erik von Kuehnelt-Leddihn (su libro Libertad e Igualdad fue publicado en RIalp en los 50 y también publicó por ciertoen Journal of Libertarian Studies revista de los libertarios norteamericanos) se declaraban acratas conservadores y manifestaban por cierto simpatías, que no connivencias, hacia el anarquismo hispano (véase su Banderas Negras por ejemplo). pero es que el antiestatismo es una constante entre los tradicionalistas, incluso los de la segunda mitad del siglo XX como Gambra en "Eso que llamamos Estado" o Vallet de Goytisolo en sus varios escritos sobre la Tecnocracia.
    Es posible que en el caso de Erik von Kuehenlt-Leddihn, si él realmente se declaró "ácrata conservador" alguna vez, lo hiciera en sentido figurado. Lo cierto, es que la posición oficial editorial de Triumph era claramente tradicionalista, en tanto que no conservatista ni libertaria (en contraposición a la línea del National Review). Y, por supuesto, el hecho de que un tradicionalista pueda escribir artículos en revistas libertarias, no quiere decir por, ello, que sea libertario o filolibertario.

    En cuanto a Rafael Gambra, Vallet de Goytisolo y demás pensadores tradicionalistas de la segunda mitad del siglo XX, se les aplica lo mismo dicho anteriormente sobre la concepción de la libertad. Ellos parten de bases metafísicas diametralmente opuestas a las del libertarismo y, por tanto, sus acertadas críticas del estatismo y del tecnocratismo franquista hay que situarlas en esas mismas coordenadas fundamentales tradicionalistas, contrarias a la "metafísica" de la que parte el libertarismo.

    Elementos de fusion se da incluso en libertarios como Hoppe (este no tradicionalista) en su ensayo traducido por cierto por Jerónimo Molina sobre monarquía y democracia. Yo comparé en un escrito el libro de Hoppe con la obra de López-Amo. Y son muy parecidas. Contrastenlo ustedes mismo, incluyendo el ensayo sobre el Eyximenis del mismo López-Amo. Otra cosa, los pocos tradicionalistas contemporáneos que escriben de economía como el difunto Carballo Fernández (puede consultarse en Verbo) expresan ideas económicas muy próximas a las de la escuela austríaca y citan a Mises con frecuencia. Algunas de enorme brillantez.
    Vamos a ver. Una cosa es que uno pueda citar a alguien para servir de ayuda en la explicaciones doctrinales que se está realizando, y otra cosa distinta es que comparta el mismo universo mental o cosmovisión de aquél de quien recoge la cita. Un tradicionalista puede citar tal o cual sentencia de un libertario (de hecho, puse el ejemplo, en mi primer mensaje del hilo, de Juan Vallet de Goytisolo que cita a Hayek muchas veces en su libro Sociedad de Masas y Derecho). Pero, repito, citar a un libertario por parte de un tradicionalista no quiere decir compartir su misma cosmovisión. Dígase lo mismo de un libertario citando a un tradicionalista.

    Así, las citas de López-Amo o de Carballo Fernández (basta echar un leve vistazo a la línea editorial de Verbo para darse cuenta de la gran cantidad de autores que aparecen críticos con la Escuela Austríaca: Christopher Ferrara, Brian McCall, José Antonio Ullate, etc...) son siempre, por decirlo así, a "beneficio de inventario". No supone ninguna identificación con postulados libertarios o conservatistas. Evidentemente siempre hay algo que sea cierto o verdadero en una teoría opuesta, y se puede citar en ayuda de la doctrina que se está desarrollando. Pero la vinculación intelectual no pasa de ahí.


    Soy consciente de que no son lo mismo. pero creo que los libertarios americanos o no tienen mucho que aprender de la tradición y que no se haya realizado una síntesis. Los libertarios americanos tratan de aprender de lo que ellos llaman Old Right y creo que nosotros tenemos tambien mucho que aprender de ellos. Sólo trataba de divulgar un poco su legado, hoy creo que olvidado. pocos jovenes conocen la tradición española, de los dos últimos siglos. Es hora de abrir debate sobre ella y es hora también de no confundir a los neoliberales rampantes con la tradición económica austríaca que a pesar de las apariencias son enormente disímiles. Muchas de las críticas que se nos ahcen derivan de esa confusión.
    También debe conocerse que las polémicas afirmaciones de Rothbard sobre el aborto o el mercado de niños han sido duramente contestadas en foros libertarios. Sólo hay que leer el Journal of Libertarian Studies para comprobarlo.
    Más bien son los libertarios los que tienen que aprender de la Tradición política española (de hecho, eso es lo que precisamente hicieron, Bozell, Kendall, Wilhelmsen, etc..., abandonando, así, los errores del libertarismo-conservatismo).

    Sobre la disimilitud entre la economía neoliberal y la austríaca (así como de las bases filosóficas, políticas y sociales de que parten) yo, sinceramente, veo poca. Pueden en todo caso ser diferencias de detalle, pero ambas están imbuidas de la misma base económica "ortodoxa". La única doctrina económica que yo haya encontrado verdaderamente compatible con la doctrina social de la Iglesia y, por ende, con el tradicionalismo español es la del Crédito Social de C. H. Douglas.

    Un atento saludo y gracias de nuevo por su amabilidad en prestarme atención
    El placer es mío.
    Última edición por Martin Ant; 06/10/2014 a las 19:47
    Trifón dio el Víctor.

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