ABC 16-11-1973
IGLESIA Y ESTADO
Ahora, cuando en línea de convergencia y con esfuerzo conjunto digno de su historia común de buen entendimiento, el Estado español y la Iglesia perfilan su nueva etapa de mutua relación y entablan, para ello, encuentros del más alto nivel, ciertos incidentes promovidos con premeditación, a lo que permiten deducir las circunstancias en las cuales se han producido, están creando tensiones nada favorables al ambiente de serenidad y correcto convenio que las conversaciones entre ambas potestades necesitan.
Nos referimos, claro está, a los incidentes provocados por algunos clérigos reclusos en Zamora —incidentes que no pueden enmarcarse en una conducta sacerdotal digna— y a las reacciones, seguramente bienintencionadas, pero seguramente, también, inoportunas, que han seguido a los mismos.
La demanda relativa al cumplimiento del párrafo 5 del artículo 16 del Concordato —cumplimiento de las penas de privación de libertad en casa eclesiástica o religiosa— en todo en cuanto proceda bien puede actuarse, sin duda alguna, por vías y trámites que no incurran en campos muy próximos a los propios de la subversión política, y, desde luego, sin recurrir a argumentos de coacción intolerable.
* * *
Parece muy probable, como ya hemos apuntado, que la buena fe y el elevado celo pastoral de algunos prelados españoles han sido estimulados a moverse hacia posiciones que convienen a la maniobra emprendida por ese reducido grupo clerical, sobre el que pesa una sanción decidida en legal procedimiento. Este hecho es digno de sincera lamentación, tanto por la raíz de la que arranca —la buena fe y el acendrado deseo de pacificación de los espíritus—, como por las consecuencias que no ha previsto o de las que no encontró medio de librarse: aparentes posturas de solidarización con reuniones y grupos subversivos, de muy diversas tendencias y no todas católicas, que actúan al margen de la legalidad política establecida.
En este plano puede considerarse —y con todo respeto hacemos la estimación— el escrito de los tres obispos auxiliares de Madrid; escrito que expresa una muy peculiar interpretación de los hechos y recoge expresiones no ciertamente ajenas a conceptos cuya intención puede considerarse, a niveles gubernativos y de opinión pública, estimulante de acciones y coacciones políticas difícilmente admisibles.
* * *
No escribimos este obligado comentario —que nos urge e impone un elemental deber de información y de opinión—tomando partido alguno en el fondo de un complejo asunto: las negociaciones Iglesia y Estado, que aún está en trámite. Nunca tampoco hemos aludido al mismo sin mantener una postura de lógico respeto a tan altas partes. Hace algún tiempo —A B C, 6 de diciembre de 1972— publicamos un comentario, «Comprender a la Iglesia», en el cual tratamos de interpretar el pensamiento de la gran mayoría del pueblo español, que se siente «pueblo de Dios» y hace pública y continuada profesión de catolicismo.
Justo parece ahora, cuando se instalan tensiones graves en un procedimiento de decisiva concordia y acuerdo, recordar, subrayar incluso, que también tiene títulos de indiscutible legitimidad el Estado para merecer, a su vez, comprensión análoga. Máxime, siendo Estado de plena y tradicional confesión católica.
Cumplido queda, así, nuestro deber profesional, que ofrecemos exento de rememoración alguna de otras épocas, en cuyos anales no hay rastro de actitudes amistosas del poder civil hacia el poder eclesial.
* * *
Nos consta la firme decisión del Gobierno en orden a mantener su postura, tan claramente reiterada, de acuerdo, de solución razonable, duradera y firme que prosiga la actual ordenación concordada. Pese a los incidentes, las tensiones y sus secuelas, se mantendrá la línea de comprensión y el deseo de pleno entendimiento. Estos hechos, cualquiera que sea el juicio apreciativo de su gravedad, no son imputables a la Iglesia; no afectan a su altísima dignidad. No pasan de ser —si bien se miden— otra cosa que maniobras de grupo y actitudes personales poco prudentes.
Las tensiones que se han producido no alterarán, aunque para lograrlo se hayan provocado, el entendimiento, la buena relación sustantiva, que existe entre el Estado y la Iglesia, en nuestro país. Y aunque tanto a la Iglesia como al Estado les sobra experiencia y tacto para no caer en la insidiosa trampa, no por ello conviene despreocuparse ni descuidar la vigilancia: la prudente cautela con que se debe seguir, en estos momentos, el curso de las cosas.
A B C, 16-11-1973
|
Marcadores