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Tema: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    Fuente: MICHAEL JOURNAL.ORG



    Un sistema financiero sano y efectivo


    Louis Even


    PREFACIO

    El sistema financiero sano y efectivo que trataremos en este pequeño volumen, es el sistema financiero generalmente conocido bajo el nombre de Crédito Social, no aplicado todavía en ninguna parte, pero cuyos principios fueron establecidos por el ingeniero escocés y economista C. H. Douglas, publicados por él por primera vez en 1918, y propagados desde entonces a través de toda una escuela en muchos países.

    Douglas expresó unas proposiciones que, una vez puestas en práctica, eliminarían definitivamente todos los problemas financieros allí donde no hubiera problemas físicos de producción ni de distribución. Su sistema da a la finanza un papel de servicio, y ya no más de mando, en la economía del país.

    Douglas trazó sus proposiciones con precisión, pero sin entrar en los métodos para su implementación. Además, subrayó que estos métodos pueden ser varios, de acuerdo con los distintos lugares, costumbres establecidas, etc., y modificables de acuerdo con los resultados de la experiencia, pero sin salirse de los principios.

    “Michael” y “Vers Demain”, las publicaciones del Crédito Social, y los otros escritos de la misma fuente, se han abstenido generalmente de entrar en el dominio de los posibles métodos de establecer un sistema financiero en concordancia con los principios de Douglas.

    Pensamos que nuestro papel es, por encima de todo, mostrar lo que los hombres han de obtener de sus actividades económicas. También el por qué: las razones por las que tienen derecho a estos resultados.

    En cuanto al cómo, cómo poner en aplicación las proposiciones de Douglas para conseguir estos resultados, en nuestra opinión es más bien una cuestión para expertos. Expertos, no ministros ni gobiernos; siendo el papel de estos últimos más bien el de dictar lo que han de hacer los expertos, dejándoles decidir el cómo.

    Teniendo todo esto en mente, Douglas, dando una conferencia un día en un mitin de socialcreditistas, dijo que, según él, son los banqueros los que establecerán el sistema financiero de Crédito Social: por supuesto, una vez que reciban las órdenes para hacerlo.

    En otra ocasión, sugirió que, para poder salir del bache financiero en el cual gemían individuos y gobiernos durante los años ´30, el Gobierno debería reunir a algunos de los principales banqueros del país, encerrarlos, y mantenerlos encerrados hasta que encontraran un remedio a los males que afligían al mundo. (Este remedio, ¡lo habrían encontrado al instante!).

    Sin embargo, en la presente obra, nos adentraremos un poco en el cómo. Cómo podrían implementarse las proposiciones de Douglas. Cómo establecer un equilibrio constante entre los precios y el poder adquisitivo en manos de la gente. Cómo podría financiarse cualquier nueva producción, no con ahorros, sino con nuevos créditos.

    Nuestro objetivo es simplemente mostrar la posibilidad de implementación de las proposiciones de Douglas, no presentar esta forma como la única posible. Los métodos expuestos aquí no son, por tanto, ni dogmáticos ni exclusivos. Pero sí defendemos que nos parecen más prácticos, menos perturbadores, haciendo generoso uso de los mecanismos financieros existentes, al tiempo que purgándolos radicalmente del defecto financiero fundamental que los desvía del verdadero fin de la economía: el servicio de las necesidades humanas.

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 1. En la raíz del mal


    ¿Por qué criticar y denunciar al actual sistema financiero?

    Porque no cumple con su fin.

    ¿Cuál es el fin de un sistema financiero?

    El fin de un sistema financiero es financiar. Financiar la producción de bienes que respondan a necesidades, y financiar la distribución de estos bienes para que lleguen a esas necesidades.

    Si el sistema financiero hace esto, cumple con su papel. Si no lo hace, no cumple con su papel. Si hace cualquier otra cosa, va más allá de su papel.

    ¿Por qué dice usted que el actual sistema financiero no cumple su papel?

    Porque existen bienes –bienes públicos y bienes privados– que son requeridos por la población, que sin duda son físicamente realizables, y que pueden realizarse inmediatamente, pero que se quedan en nada porque el sistema financiero no financia su producción. Es más, existen bienes que son ofrecidos a una población que los necesita, pero que algunos individuos o familias no pueden obtener, porque el sistema financiero no financia el consumo. Éstos son hechos innegables.

    ¿Con qué se financian la producción y el consumo?

    Con medios de pago (créditos contantes). Estos medios de pago (créditos contantes) pueden consistir en monedas, dinero en papel, o cheques emitidos contra cuentas bancarias [o transferencias bancarias (Nota mía)].

    Todos estos medios de pago (créditos contantes) pueden incluirse bajo el término “crédito financiero”, porque todos los aceptan con confianza. La palabra “crédito” implica confianza. Uno acepta con la misma confianza cuatro monedas de un cuarto de dólar, o un billete de un dólar del Banco de Canadá, o un cheque de un dólar contra cualquier banco en el que el emisor del cheque tenga una cuenta bancaria. Uno sabe, realmente, que con cualquiera de estos tres medios de pago (créditos contantes), se puede pagar por trabajo o materiales por valor de un dólar si se es un productor, o bienes de consumo por valor de un dólar si se es un consumidor.

    ¿De dónde extrae su valor este “crédito financiero”, estos medios de pago (créditos contantes)?

    El crédito financiero extrae su valor a partir del “crédito real”. Esto es, a partir de la capacidad productiva del país. Un dólar, cualquiera que sea su forma, posee valor únicamente porque la producción del país puede suministrar bienes que se correspondan con él. A esta capacidad productiva se la puede llamar “crédito real”, porque es un factor real de confianza. Es el crédito real de un país, su capacidad productiva, lo que hace que uno tenga confianza de poder vivir en ese país.

    ¿A quién pertenece este “crédito real”?

    Es un bien de la sociedad. No hay duda alguna de que las capacidades individuales y grupales de todo tipo contribuyen a él. Pero, sin la existencia de recursos naturales, que son un don de la Providencia y no resultado del talento individual; sin la existencia de una sociedad organizada, que permite la división del trabajo; sin servicios tales como escuelas, carreteras, medios de transporte, etc., la capacidad productiva general sería mucho más débil, realmente muy débil.

    Ésta es la razón por la que hablamos de producción nacional, economía nacional, que no significan en absoluto producción controlada por el Estado. Es en esta capacidad productiva general en donde los ciudadanos, cada ciudadano, debe poder encontrar una base de confianza para la satisfacción de sus necesidades materiales. Pío XII dijo en su Radiomensaje del Domingo de Pentecostés de 1941:

    “La economía nacional, como es fruto de la actividad de los hombres que trabajan unidos en la comunidad nacional, sólo atiende a asegurar sin interrupción las condiciones materiales en que se pueda desarrollar plenamente la vida individual de los ciudadanos”.

    ¿A quién pertenece el “crédito financiero”?

    En su fuente u origen, el crédito financiero pertenece a la colectividad, del mismo modo que el crédito real del cual extrae su valor. Es un bien de la comunidad del cual deben beneficiarse, de un modo u otro, todos los miembros de la comunidad.

    Igual que el “crédito real”, el crédito financiero es, por su misma naturaleza, un crédito social. (Pertenece a todos los miembros de la sociedad).

    El uso de este bien de la comunidad no debe estar sujeto a condiciones que entorpezcan la capacidad productiva, ni que desvíen a la producción de su fin propio, que es servir a las necesidades humanas: necesidades de naturaleza privada y pública, en orden a su urgencia; satisfacción de las necesidades básicas de todos, antes que las demandas de lujo de unos pocos; antes, también, que los planes esplendorosos y faraónicos de los administradores públicos, codiciosos de fama.

    ¿Es posible obtener de la economía, en general, el respeto a esta jerarquía de necesidades, sin recurrir a una dictadura que planifique todo, imponga programas de producción y administre la distribución de bienes?

    Es ciertamente posible, con un sistema financiero que garantice a cada individuo una parte del crédito financiero de la comunidad. Una parte suficiente, de tal forma que el individuo pueda él mismo ordenar, contra la producción del país, lo suficiente para satisfacer al menos sus necesidades básicas.

    Tal sistema financiero no dictaría nada. La producción tomaría sus programas de las órdenes provenientes de los consumidores, en lo que a los bienes privados se refiere; y los tomaría de las órdenes provenientes de las administraciones públicas, en lo que a los bienes públicos se refiere. El sistema financiero serviría, así, por un lado, para expresar la voluntad de los consumidores; y, por otro lado, estaría al servicio de los productores para movilizar la capacidad productiva del país en la dirección de las órdenes así expresadas.

    Por ello, por supuesto, es necesario tener un sistema financiero que esté sometido a la realidad, y no uno que la violente. Un sistema financiero que refleje los hechos, y no uno que esté en desacuerdo con ellos. Un sistema financiero que distribuya, y no uno que racione. Un sistema financiero que sirva al hombre, y no uno que lo degrade.

    ¿Es concebible un sistema financiero así?

    Sí. Sus líneas generales fueron dadas por Clifford Hugh Douglas, el maestro y genio que expuso al mundo lo que se conoce como Crédito Social (no se confunda con la prostitución de los partidos políticos que se invisten a sí mismos con el mismo nombre).

    Douglas resumió en tres proposiciones los principios básicos de un sistema que cumpliría estos fines y, más aún, que sería lo suficientemente flexible como para seguir a la economía en todos sus desarrollos, hasta cualquier grado de mecanización, motorización, o automatización.

  3. #3
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 2. Las tres proposiciones de Douglas


    ¿Cuáles son las tres proposiciones de Douglas?

    Douglas expuso públicamente estas tres proposiciones en tres ocasiones: en Swanwick, en 1924; ante el Comité MacMillan, en Mayo de 1930; y en una conferencia dada en el Caxton Hall, Londres, en Octubre de 1930. Y las reprodujo en algunos de sus escritos, entre otros, en El Monopolio del Crédito.

    La primera de estas proposiciones se relaciona con la financiación del consumo, mediante un ajuste entre el poder adquisitivo y los precios:

    “Los créditos contantes (cash credits) de la población de cualquier país habrán de ser en cualquier momento colectivamente iguales a los precios contantes (cash prices) colectivos de los bienes de consumo a la venta en ese país, y tales créditos contantes habrán de cancelarse o depreciarse solamente con la adquisición o depreciación de los bienes de consumo”.

    Douglas no cambió nada de los términos de esta proposición: fueron los mismos en 1930 como en 1924.

    En esta proposición, al mencionar los medios de pago, en dinero en efectivo o en documento cambiario, Douglas usa el término “créditos contantes”, mientras que, cuando habla acerca de la financiación de la producción, simplemente dice “créditos”.

    La diferencia entre los dos es que el dinero en manos del consumidor es suyo: para ellos es poder adquisitivo que usan como les place en la obtención de productos de su elección. Mientras que los créditos a la producción, son adelantos que el productor debe devolver cuando sus productos se han vendido.

    ¿Cuál es el objetivo de esta primera proposición expuesta por Douglas?

    El objetivo de esta proposición es conseguir lo que puede llamarse el poder adquisitivo perfecto, mediante el establecimiento de un equilibrio entre los precios que han de pagarse por los compradores y el dinero en manos de los compradores.

    El Crédito Social hace una distinción entre el precio de coste y el precio que ha de pagarse por el comprador (precio contante). El comprador no tendría que pagar todo el precio de coste, sino únicamente este precio reducido a un nivel correspondiente con los medios de pago (créditos contantes) en manos de la población.

    El precio de coste debe siempre recobrarse por el productor si desea permanecer en el negocio. Pero el precio que ha de pagarse debe estar al nivel del poder adquisitivo existente en manos del consumidor, si se quiere que la producción alcance su fin, que es el consumo.

    ¿Cómo puede llevarse a cabo esta doble condición?

    A través de un mecanismo de ajuste del precio. Un ajuste, y no una fijación de precios: el establecimiento de precios de coste es un asunto de los productores mismos; son ellos quienes saben cuánto les cuesta la producción en gastos.

    El ajuste propuesto consistiría en un coeficiente que se aplicaría a todos los precios al por menor. Este coeficiente se calcularía periódicamente (cada tres o seis meses, por ejemplo), de acuerdo con la ratio entre el consumo total y la producción total durante un periodo dado.

    Si, por ejemplo, durante este periodo dado, la producción total fuera de 40 mil millones de dólares, y el consumo total fuera de 30 mil millones, uno podría concluir que, cualquiera que fuesen los precios de coste contables, en realidad, la producción de los 40 mil millones ha costado al país 30 mil millones. Por tanto, 30 mil millones es el coste real de la producción total de 40 mil millones. Y si los productores deben recobrar 40 mil millones, los consumidores, por su parte, deben pagar solamente 30 mil millones. Los 10 mil millones faltantes deben ser suministrados a los productores a través de otra fuente, no a través de los compradores. Proveer a esto, es algo que depende del mecanismo monetario.

    En este caso, un coeficiente de 3/4 se aplicará a todos los precios al por menor: los precios de coste se multiplicarán por este coeficiente, por 3/4 o 0.75. El comprador, por tanto, pagará solamente el 75 por ciento del precio de coste.

    En otras palabras, un descuento general del 25 por ciento (lo opuesto a un impuesto sobre ventas) se decretaría sobre todos los precios al por menor durante el transcurso del nuevo periodo. Al final de cada periodo, la ratio o tasa de descuento general se calcula de esta forma, de acuerdo con el estado de consumo en relación con el estado de producción del periodo dado. Así, uno se acerca más al poder adquisitivo perfecto tanto como sea posible.

    A esta operación se le llama a veces precio compensado o un descuento compensado, porque el dinero que el vendedor no obtiene del comprador a consecuencia de este descuento, se le da después por la Oficina Nacional de Crédito. Esta compensación permite al vendedor recobrar todo su precio de coste. Nadie pierde. Todos ganan haciendo más fácil la venta de bienes hacia las necesidades.

    ¿Por qué dice usted que esto es conseguir el poder adquisitivo perfecto?

    Porque establece en 1 (uno) la ratio o proporción entre los medios de pago y los precios. En el ejemplo dado arriba, esta ratio era de 3/4: uno sólo podía pagar por 3/4 de la producción. Después de la operación del ajuste del precio, la ratio pasó a ser de uno: uno puede ahora pagar por toda la producción. Esto permite que la producción alcance su fin: la producción se hace para ser consumida.

    También decimos que consigue el poder adquisitivo perfecto porque hace justicia a la población, al hacerle pagar solamente el “precio justo”, el coste real de la producción. Es Douglas quien supo cómo dar a las palabras “precio justo” una definición buscada en vano por los sociólogos de varios siglos. Él la formuló de esta forma: “El coste real de la producción es el consumo que ha requerido”. Ésta es una verdad que parece ser totalmente ignorada en los libros de texto de Economía.

    En cuanto a los métodos para el mecanismo del ajuste de los precios, pueden variar, pero deben llevar a cabo esta perfección, y hacerlo con un mínimo de operaciones. Es más, esto sería mucho menos complicado que, por ejemplo, los cálculos del reembolso para cada cooperativista en una cooperativa de consumo. Y con resultados infinitamente superiores.

    ¿Y cuál es la segunda proposición de Douglas?

    La segunda propuesta de Douglas se relaciona con la financiación de la producción. Fue expresada de la siguiente manera, por su autor, en Swanwick, y ante el Comité MacMillan:

    “Los créditos requeridos para financiar la producción no habrán de suministrarse a partir de ahorros, sino que serán nuevos créditos en relación con nueva producción”.

    En Caxton Hall, en Octubre de 1930, Douglas modificó de esta forma el final de su declaración:

    “nuevos créditos en relación a producción”.

    No dice “nueva producción”, sino solamente “producción”. Obviamente ambos son sinónimos. A medida que se realiza la producción, ésta es una nueva producción. Una nueva producción que mantiene el flujo de producción allí donde los consumidores hacen sus compras.

    Algunos han interpretado erróneamente esta proposición como aplicándola solamente a un incremento en el volumen de producción, lo cual ciertamente no es el caso de acuerdo con el contexto de las tres proposiciones.

    Douglas añade:

    “Y estos créditos habrán de hacerse devolver solamente en proporción o ratio de depreciación general en relación a apreciación general, enriquecimiento general”.

    ¿Por qué financiar la producción de esta manera, con nuevos créditos, y no con ahorros? Porque los ahorros provienen de dinero que ha sido distribuido en relación a una producción ya realizada. Ahora bien, todo este dinero ha ido al precio de coste de la producción ya realizada. Si este dinero no se usa para comprar producción, la brecha entre los medios de pago y los precios se incrementará.

    Uno puede argumentar que los ahorros usados para financiar un nuevo flujo de producción, a través de inversiones o de otro modo, vuelven a la circulación como poder adquisitivo. Esto es verdad, pero lo hacen como gastos realizados por el productor, por consiguiente, creando un nuevo precio. Ahora bien, la misma cantidad de dinero no puede servir para pagar, al mismo tiempo, el precio correspondiente de la anterior producción y el precio correspondiente de la nueva producción.

    Cada vez que el dinero ahorrado vuelve de esta forma a los consumidores, lo hace creando un nuevo precio, sin haber pagado un precio anterior, al cual se le deja sin el correspondiente poder adquisitivo cuando este dinero se vuelve ahorro.

    Ilustremos este punto mediante un ejemplo:

    Tenemos a un obrero que saca un sueldo mensual de 300 dólares. Sobre esta cantidad, retira 50 dólares para comprar acciones en una empresa que está construyendo una nueva fábrica.

    Los 300 dólares en sueldos sin duda estarán registrados en los precios de los bienes para los que el obrero trabaja; pero en frente de este precio de 300 dólares, sólo quedan 250 dólares en poder adquisitivo.

    La construcción de la fábrica hará que vuelvan los 50 dólares como poder adquisitivo a través de sueldos distribuidos a los obreros de la construcción. Pero los bienes que vendrán de la nueva fábrica tendrán que incluir los 50 dólares en sus precios. Los 50 dólares, que han vuelto de nuevo a ser poder adquisitivo, sin duda no podrán pagar, al mismo tiempo, los 50 dólares de precio de la anterior producción y los 50 dólares de precio de la nueva producción.

    Esto no significa que el ahorrador esté haciendo algo equivocado al invertir su dinero para la expansión de la producción. Él es perfectamente libre de hacer lo que le plazca con un dinero que le pertenece. Pero la sustracción al poder adquisitivo general, hecha por los ahorros, debe ser compensada de alguna forma a través de una cantidad equivalente de dinero que venga a manos del consumidor (a través del dividendo social, por ejemplo, o a través de un incremento en el descuento compensado). Una vez hecho esto, el efecto sobre el poder adquisitivo será el mismo que si la producción se hubiera financiado directamente a través de nuevos créditos, ya que estos nuevos créditos reemplazan a los ahorros detraídos del poder adquisitivo.

    El actual sistema no realiza esta compensación. Insiste en la financiación a través de ahorros, sin preocuparle el corte realizado en el poder adquisitivo. Ésta no es la única causa, sino una de las causas, de la brecha entre los medios de pago del consumidor y los precios de los bienes.

    ¿Y qué hay de la tercera proposición financiera de Douglas?

    La tercera proposición de Douglas introduce un nuevo componente en el poder adquisitivo: la distribución de un dividendo a todos, estén o no empleados en la producción. Es, por tanto, un factor componente del poder adquisitivo, que no deja a ningún individuo sin un medio de pago.

    Es el reconocimiento del derecho de todos a una parte de la producción, como co-capitalistas, coherederos, del más grande factor en la producción moderna: el progreso adquirido, aumentado y transmitido de generación a generación. También como copropietarios de los recursos naturales, un don gratuito de Dios.

    También constituye el modo de mantener un flujo de poder adquisitivo en relación al flujo de producción, aun cuando la producción se hiciera más y más sin necesidad de empleados. Por tanto, constituiría la solución al mayor quebradero de cabeza actual, que hace que los economistas se den de cabezazos contra la pared, y que deja a los gobernantes pasmados ante su fracasada política de pleno empleo. La persecución del pleno empleo no tiene ningún sentido, difícil de justificar por parte de seres inteligentes, al tiempo que el progreso se aplica inexorablemente para liberar a los obreros, para hacer más y más inútil la necesidad de empleados.

    Así es como Douglas se expresaba:

    “La distribución de dinero contante (cash) a los individuos habrá de ser progresivamente menos dependiente del empleo. Esto es, que el dividendo desplazará progresivamente al sueldo y al salario”.

    Progresivamente –como Douglas lo expresaba en otra parte– a medida que se incremente la productividad por hora-hombre. Esto está perfectamente en consonancia con la participación tomada, respectivamente, por el trabajo y por el progreso, en el flujo de la producción.

    El progreso –un bien colectivo– se hace más y más importante como factor de producción; y el trabajo humano, menos y menos. Esta realidad debe reflejarse en la distribución de ingresos, a través de dividendos para todos, por un lado, y a través de la gratificación por el empleo, por el otro.

    Volveremos sobre esta cuestión más adelante, al tratar del dividendo periódico a cada ciudadano.

    ¿Pero no es esto proponer volver todo patas arriba respecto a los métodos de financiación de la producción y respecto al método de distribución de los títulos-derechos sobre la producción?

    Constituye, por encima de todo, y mucho más simplemente, un cambio en la filosofía, en la concepción del papel de los sistemas económico y financiero, volviéndolos a sus propios fines, servidos por medios apropiados. Es hora de que fines y medios vuelvan a su lugar apropiado. Es hora de que la perversión dé paso a la rectificación.

    ¡Pero todo esto parece implicar que el dinero, o el crédito financiero, puede venir así, en el acto, para financiar la producción y el consumo!

    Ciertamente. El sistema monetario es esencialmente un sistema contable. ¿Están los contables escasos de cifras para contar, sumar, sustraer, multiplicar, dividir, hacer reglas de tres, o para expresar porcentajes?

    Es más, los hechos están ahí, para mostrar que el dinero es una cuestión de cifras: cifras que los monopolizadores del sistema pueden hacer aparecer o desaparecer de acuerdo a sus decisiones, sin necesidad de ninguna otra cosa concreta al margen de un libro, una pluma, y unas pocas gotas de tinta [o unas teclas de ordenador, hoy día (Nota mía)].

    En una conferencia dada en Westminster el 7 de Marzo de 1936, Douglas dijo a su audiencia (una audiencia socialcreditista):

    “Nosotros, los socialcreditistas, decimos que el sistema monetario, hoy día, no refleja los hechos. La oposición dice que sí que los refleja. Bueno, os lo plantearé a vuestro sentido común. ¿Cómo fue que, un mundo que aparentemente era casi febrilmente próspero en 1929 –o se decía que así era, juzgado según los estándares ortodoxos– y ciertamente capaz de producir tremendas cantidades de bienes y servicios, y de distribuir una considerable proporción de los mismos, pudiera estar tan empobrecido en 1930, y tan fundamentalmente cambiado, hasta el punto de que las condiciones quedaran invertidas y el mundo quedara miserablemente pobre? ¿Es razonable suponer que, entre una sola fecha de Octubre de 1929 y unos pocos meses después, el mundo pudiera cambiar de ser rico a ser pobre? Por supuesto que no lo es”.

    Douglas realizó este comentario tres años y medio antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Una vez declarada ésta, todos podrían haberse hecho una pregunta de la misma naturaleza que la de Douglas, pero en un sentido inverso:

    ¿Cómo es que, después de una escasez de dinero de diez años, de repente encontraron de la noche a la mañana todo el dinero que se necesitaba para una guerra que duró seis años y que costó miles de millones?

    La misma respuesta es aplicable a ambos casos: el sistema monetario es solamente una cuestión de contabilidad, y únicamente requiere cifras que lleven un sello legal. Por tanto, si escasea el dinero en frente de grandes posibilidades de producción para satisfacer necesidades humanas básicas, y el dinero se vuelve abundante cuando los productores y los medios de producción son requeridos para los campos de batalla y para la producción de máquinas de guerra, es porque el actual sistema monetario impone decisiones, en lugar de reflejar fielmente los hechos resultantes de los actos libres llevados a cabo por productores libres y consumidores libres.


    LAS TRES PROPOSICIONES DE DOUGLAS

    1. Los créditos contantes (cash credits) de la población de cualquier país habrán de ser en cualquier momento colectivamente iguales a los precios contantes (cash prices) colectivos de los bienes de consumo a la venta en ese país, y tales créditos contantes habrán de cancelarse o depreciarse solamente con la adquisición o depreciación de los bienes de consumo.

    2. Los créditos requeridos para financiar la producción no habrán de suministrarse a partir de ahorros, sino que serán nuevos créditos en relación con nueva producción. Y esos créditos habrán de hacerse devolver solamente en proporción o ratio de depreciación general en relación a apreciación general, enriquecimiento general.

    3. La distribución de dinero contante (cash) a los individuos habrá de ser progresivamente menos dependiente del empleo. Esto es, que el dividendo desplazará progresivamente al sueldo y al salario.

  4. #4
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 3. Cómo financiar la producción


    Pero, ¿dónde obtiene uno el dinero, el crédito financiero, estas “cifras legalizadas”, para el servicio de un sistema financiero en consonancia con las proposiciones de Douglas, expresadas anteriormente?

    Los créditos requeridos para financiar la producción y distribución, se sacarían de esta fuente: el crédito financiero del país, basado en el inmenso crédito real del país.

    Esto no requeriría ninguna convulsión en las estructuras establecidas. Las empresas privadas permanecerían como empresas privadas. Incluso los bancos podrían permanecer como empresas privadas. Es a través de ellos como se canalizaría ese crédito financiero para su emisión, y como se devolvería a la fuente.

    Los bancos poseen realmente todos los mecanismos, todas las instalaciones requeridas, con una bien establecida red de sucursales, y un bien formado y capacitado personal, para llevar a cabo este servicio maravillosamente. Podrían continuar encontrando en estas funciones la remuneración debida por sus servicios. Podrían continuar siendo responsables de los préstamos para la producción, y también responsables de las operaciones contables relativas al crédito al consumidor (el dividendo y el descuento compensado), y obtener una justa remuneración por ello. Pero el crédito que manejaran de esta forma permanecería siendo propiedad de la sociedad, y sus operaciones tendrían que tener en cuenta el objetivo de un sistema financiero con respecto al fin y los principios expuestos más arriba.

    Podemos concebir diferentes métodos para la implementación de las proposiciones expresadas por Douglas. Pero los mejores métodos, ciertamente, son aquéllos que lo hiciesen efectivamente realizando el menor cambio posible en las instituciones existentes.

    Usted dice que los bancos autorizados podrían ser responsables de los préstamos para la producción. ¿Quiere usted decir que los productores continuarían yendo a los bancos a financiar sus gastos mientras aguardan vender sus bienes?

    Por supuesto. Necesitamos un servicio como ése, y los bancos están muy bien organizados para encargarse de él.

    Normalmente, la producción pasa por varios sucesivos cambios antes de alcanzar la condición de bien final. El primer productor en la cadena puede estar necesitado de un adelanto de dinero, de crédito financiero; y cuando él pasa su bien intermedio a un segundo productor, querrá que se le pague inmediatamente, para recuperar sus gastos y reembolsar al banquero. Ni el primer productor ni su banquero pueden esperar a que el bien haya alcanzado el final de la cadena, quizá al cabo de varios meses, o incluso años. Y menos aún pueden esperar a que el bien final sea vendido y pagado por el consumidor, antes de obtener su dinero.

    Digamos que el proceso de producción pasa a través de tres empresas sucesivas: A, B, C. Así es como podemos concebir las operaciones financieras:

    El productor A necesita un préstamo para movilizar materias primas, transporte, pagar a sus empleados, calefacción y luz, sus fuerzas motrices, sus gastos generales. Va al banco comercial, y obtiene este préstamo.

    Cuando A vende su bien intermedio a B, incluirá en su precio todo lo que ha gastado, incluyendo el dinero tomado prestado que él debe devolver al banco. Le añadirá su beneficio (que constituye un salario para él). B puede estar necesitado de un préstamo para pagar todo esto a A, y quizá también para sus propios costes operacionales: transporte, sueldos y salarios, gastos generales, etc. También va al banco, obtiene el préstamo, y paga a A.

    Con el dinero obtenido de B, A será capaz de reembolsar al banco.

    Cuando B pasa su bien intermedio a C, incluirá también todos sus gastos en el precio, incluyendo su propio préstamo del banco. Y C también podrá ir al banco para así pagar la factura de B y para sus propios costes operacionales.

    Una vez pagado por C, el productor B saldará su cuenta con su banco.

    Lo mismo ocurrirá cuando C pase su bien final al mayorista. El mayorista podrá hacer lo mismo que han hecho los productores sucesivamente: obtener del banco el préstamo necesario para pagar a C.

    El banco, con sus contables e instalación, está maravillosamente bien organizado para encargarse de estas operaciones, para seguir el estado de los préstamos y reembolsos. Incluso si los productores no trataran todos ellos con el mismo banco (uno tomando prestado, por ejemplo, del Banco de Montreal, el otro del Royal Bank), esto no crea ningún problema: los bancos están preparados para liquidar sus saldos deudores y acreedores entre ellos, cada veinticuatro horas.

    La implementación de las proposiciones de Douglas puede encajar muy bien con este método de financiación, mediante préstamos a los varios niveles de la producción, usándose al mismo tiempo el actual mecanismo bancario.

    ¿Crearían los bancos estos créditos, como hacen hoy día?

    No. Lo hemos explicado: estos créditos representan una capacidad de producción del país, resultante de varias actividades, recursos naturales, ciencia aplicada, la existencia de una sociedad organizada, etc. Estos créditos financieros valen algo únicamente a causa del crédito real, a causa de la capacidad de producción del país. El crédito financiero es la expresión cifrada del crédito real, de un bien que es social por naturaleza. En su fuente u origen, el crédito financiero, siendo un crédito social, solamente puede ser propiedad de la sociedad.

    Para poner este crédito en circulación, para confiárselo a la gente que lo utilizará para movilizar la capacidad de producción del país, y para traer de vuelta este crédito a su fuente después de haber llevado a cabo su labor, uno puede muy bien utilizar el canal existente, el mecanismo bancario, sin nacionalizar de ninguna manera los bancos.

    No hay necesidad, por tanto, de un Banco Central para establecer una nueva red de sucursales, ni para realizar una verificación de solvencia sobre aquél que requiera un crédito, ni para preocuparse de reclamar el crédito directamente después de su uso. Todo esto puede dejarse en manos de los bancos autorizados, o los bancos comerciales, que son muy competentes en esta línea de negocio.

    Pero este crédito financiero continúa siendo un instrumento social, y debe tener su fuente únicamente en un organismo exclusivamente dedicado al servicio de la comunidad: en una Oficina Nacional (o Provincial) de Crédito, o un Banco Central (estando nacionalizado) que cumpla esta función.

    Pero entonces, ¿de dónde tomarían los bancos comerciales el crédito financiero para prestarlo a la producción?

    Lo obtendrían, a requerimiento y sin coste, de la fuente misma, esto es, del Banco Central. Sin coste, es decir, con la sola obligación de devolver la misma cantidad a la fuente, tras su viaje en circulación.

    El Banco Central llevaría la cuenta de lo que se extrae y de lo que se está introduciendo, cargando en la cuenta del banco comercial lo que se extrae, y abonando lo que se está introduciendo.

    No hay nada nuevo en estas relaciones contables entre el Banco Central y los bancos comerciales. En Canadá, cada banco comercial ya tiene una cuenta en el Banco de Canadá en el que entradas de débito y de crédito se realizan cada día.

    Pero, ¿los bancos autorizados continuarían cargando tasas a los prestatarios por los préstamos que les harían?

    Ciertamente. Los bancos deben ser capaces de satisfacer sus gastos, pagar los salarios de sus empleados, cubrir sus gastos generales, y hacer legítimos beneficios… como cualquier empresa privada.

    Los bancos deben también prever casos en donde, a pesar de las medidas precautorias que ellos son tan buenos en tomar, se les hace imposible reembolsar a ciertos prestatarios. La bancarrota de un prestatario, no descargaría al banco prestamista de su obligación hacia el Banco Central. Sería responsable de devolver, a su fuente, el crédito de la sociedad que él habría obtenido.

    El objetivo del Crédito Social no es, de ninguna manera, hacer personas irresponsables. Al contrario. El banco comercial sería responsable de los préstamos adelantados obtenidos del Banco Central. El prestatario –un individuo o una compañía– sería responsable hacia el banco comercial prestamista. Este último ciertamente exigiría garantías, particularmente a nuevos clientes, o en préstamos a empresas que están en riesgo.

    A las tasas exigidas por el banquero por sus préstamos, se las podría todavía llamar “interés”. Sin embargo, nos parece que el factor tiempo, el periodo entre el préstamo y su devolución, debería ser de menor importancia. Con independencia de que fuera un préstamo de seis meses, de un año, de dos, o de tres, ello no afecta a la posición financiera del banquero, ya que es el crédito de la sociedad, y no el suyo propio, el que está en circulación. A lo sumo, un período más largo podría implicar una mayor cantidad de entradas contables realizadas en la cuenta del prestatario.

    Pero estas tasas, estas cargas de interés, significan que el prestatario está obligado a devolver más crédito del que se le dio. Lo mismo pasa para todos los prestatarios. ¿No creará esto una imposibilidad matemática, como la que nosotros denunciamos hoy día?

    No bajo un sistema financiero de Crédito Social, porque el sistema, mediante el dividendo periódico a todos y el mecanismo de precio ajustado y compensado, equilibra el poder adquisitivo con los precios. Ahora bien, todos los costes financieros, incluyendo las cargas de interés, están incluidos en los precios. Por tanto, todo esto es recuperable, gracias a los medios de pago así asegurados en manos del público.

    ¿Son estos costes adicionales compatibles con la proposición de Douglas: “Toda nueva producción debe ser financiada con nuevos créditos”? Pareciera que, si uno debe pagar, por ejemplo, una carga del 5 por ciento sobre la financiación de la producción, es decir, un 5 por ciento por encima de los créditos pasados al productor, la nueva producción no estaría financiada enteramente con nuevos créditos.

    Durante el curso de los varios niveles de la producción, la financiación puede provenir de los fondos personales del productor, o parcialmente a partir de préstamos, o incluso totalmente a partir de préstamos (excepto el interés). Pero todo esto se compensará cuando la producción se distribuya en forma de bienes finales. Porque es realmente entonces cuando constituye nueva producción. Y es entonces, cuando los bienes finales van del mayorista o del último productor al minorista, el momento en el que una operación, especial para el sistema de Crédito Social, puede cumplir la proposición expuesta por Douglas. Es entonces el momento en el que se pueden emitir nuevos créditos (créditos libres de interés) para cubrir todos los gastos en los que se ha tenido que incurrir para esta nueva producción.

    ¿Cómo se logrará esto?

    Una vez más: puede haber varios métodos para conseguirlo. El Sr. W. B. Brockie, un socialcreditista neozelandés, sugiere que ello debería hacerse cuando los bienes fuesen recibidos por el minorista: mediante un préstamo libre de interés, hecho al minorista, para cubrir el precio de coste total de los bienes finales. Este método nos parece muy apropiado para alcanzar un doble objetivo: 1. Financiar efectivamente la nueva producción mediante nuevos créditos; 2. Posteriormente, permitir el retorno del crédito a su fuente a medida que los bienes son consumidos.

    El proceso de producción es un flujo continuo, compuesto de varios niveles, desde las materias primas hasta los bienes finales. La producción se convierte en un bien final en aquel lugar en que se encuentra preparado para ser suministrado al minorista, el cual emprenderá su distribución a los consumidores.

    ¿Cuál es ese lugar? Es el del mayorista; o el del último productor, si el minorista toma de allí el bien final. Este bien final tiene un precio, el precio cargado por el minorista. Es el precio de coste de la producción. Pero para obtener el precio de coste final, uno debe añadirle los costes de distribución, es decir, los gastos del minorista. Y es todo esto, el precio de coste final, lo que habrá de ser cubierto mediante la nueva emisión de créditos libres de interés.

    El minorista debe, por tanto, añadir a la factura del mayorista, los costes de transporte, los sueldos y salarios de sus empleados, los daños inevitables, los gastos generales que él prevea. Por medio de la experiencia, él conoce la cantidad semanal o mensual de estos costes; también conoce la cantidad media de bienes que puede lograr vender semanal o mensualmente. Por tanto, puede pre-evaluar bastante cerca el porcentaje que hay que añadir a la factura del mayorista para obtener el precio de coste final de los bienes cuando son transmitidos a los compradores.

    ¿Podría usted dar un ejemplo hipotético que nos ayude a entender mejor este importante punto?

    Supongamos que el minorista conoce, por experiencia, que sus costes de manejo y servicio para vender sus bienes le cuestan, de media, una cantidad igual al 10 por ciento del precio que él debe pagar por ellos al mayorista.

    Entonces, supongamos que este minorista obtiene una cantidad de suministros por la cual se le facturan 4.000 $. Él concluirá que, para satisfacer sus costes totales (el precio del mayorista, más los costes de manejo, pero excluyendo todo beneficio), los suministros finalmente le costarán 4.000 $ + 10 por ciento de 4.000 $, es decir, 4.000 $ + 400 $ = 4.400 $.

    El precio de coste final de esta nueva producción asciende, así, a 4.400 $. Son, por tanto, nuevos créditos libres de interés por valor de 4.400 $ los que se necesitan para liquidar el coste completo relativo a esta nueva producción.

    Para conseguir esto, podemos usar, al tiempo que se lo va perfeccionando, un método de financiación muy extendidamente usado entre los minoristas: los descubiertos. Hoy día, la mayoría de los minoristas realmente liquidan sus facturas a los mayoristas con cheques “al descubierto”. Es decir, a través de un acuerdo realizado entre el minorista y su banquero, el banco acepta estos cheques, aun cuando la cuenta del minorista en el banco no tenga suficientes fondos. Es como un préstamo realizado a solicitud, en proporción a las necesidades del minorista, hasta un cierto límite que constituye su “línea de crédito”. Es muy práctico, ya que, por su parte, el mayorista desea que se le pague sin retraso para satisfacer sus propias obligaciones.

    En el libro contable del banco, estos préstamos son cargados contra la cuenta del minorista. A medida que vende sus productos, tendrá que traer el fruto de sus ventas al banco para así mantener su cuenta a flote lo máximo posible, para satisfacción del banquero, sin dejar nunca que su cuenta caiga por debajo de la línea de crédito acordada. De hecho, es, por tanto, una serie de préstamos y devoluciones, por mutuo acuerdo. Y bajo el actual sistema financiero, el banquero carga tasas al minorista por su servicio. Estas tasas son cargas de interés calculadas sobre la cantidad y la duración de los déficits.

    Bien, bajo el sistema propuesto para la financiación de la nueva producción mediante nuevos créditos, el minorista liquidaría todas sus facturas relativas a esta producción con préstamos obtenidos del banquero, sin ninguna carga de interés. Esto es algo que fácilmente debería complacer a todos los minoristas.

    En el ejemplo de arriba, el minorista obtendría de su banco un préstamo de 4.400 $ libre de interés. El banco autorizado sacaría todas las cantidades requeridas para este fin, también sin cargas de interés, del Banco Central, la fuente del crédito. (No olvidemos que estamos hablando de un sistema financiero social, que se adapta a la realidad, emitiendo créditos a medida que los bienes son producidos, y retirándolos a medida que los bienes son consumidos).

    Pero, ¿por qué esta diferencia entre el caso del productor, que debe pagar interés sobre sus préstamos, y el caso del minorista, que obtendría préstamos libres de interés?

    Por más de una razón. Primera, la situación es diferente: en el caso del productor, el préstamo se hace para una producción que todavía no está realizada, mientras que en el caso del minorista, el préstamo se hace sobre una producción bien y verdaderamente terminada. (Añadamos que el productor no sufrió por la obligación de pagar interés, ya que él incluyó estas cargas de interés en su precio, y que los préstamos a los siguientes niveles de la producción las sufragaron).

    Así pues, si el préstamo al minorista tuviese que exigir interés, este interés añadiría al precio del minorista un elemento no cubierto por este préstamo. Entonces, la nueva producción no se financiaría enteramente mediante nuevos créditos, como requiere la proposición de Douglas para un sistema financiero que refleje exactamente la realidad.

    Entonces, de nuevo, si se cargase interés sobre el precio minorista final, este interés se convertiría en propiedad del banco comercial una vez que el préstamo fuese devuelto por el minorista. Por tanto, habría una parte del crédito que no regresaría a la fuente una vez que el bien se consumiera, y el sistema no reflejaría exactamente la realidad: “Los medios de pago (créditos contantes)”, dice Douglas, “habrán de cancelarse con la adquisición de bienes de consumo”.

    Nuestro minorista, por tanto, obtiene un préstamo de 4.400 $. Y cuando vende sus bienes, tendrá que devolver a su banco solamente esta cantidad de 4.400 $, sin ninguna carga adicional.

    Al tiempo de las ventas, el dinero que el comprador da al minorista deja de ser “crédito contante”, dinero del consumidor, y simplemente se transforma en crédito financiero que, entregado al banquero por el minorista, comenzará su completo retorno hacia su fuente, a través del mismo canal usado para su emisión.

    Usted dijo anteriormente que esta cantidad de 4.400 $ incluía todos los costes de producción y de manejo, desde las materias primas hasta el suministro del producto al consumidor, pero no el beneficio del minorista. ¿Venderá ahora el minorista sus bienes por más de los 4.400 $, añadiéndoles su beneficio?

    No. Para que el método aquí propuesto alcance su objetivo, el beneficio del minorista no debe incluirse en el precio que ha de pagarse por el comprador. Si su beneficio tuviera que incluirse en el precio minorista, esta porción del precio minorista le pertenecería a él y no retornaría a la fuente del crédito como cancelación de créditos contantes (medios de pago). Esto produciría el defecto que señalamos más arriba.

    En el caso expuesto más arriba, por ejemplo, si el minorista vendiese sus bienes con un 10 por ciento de margen de beneficio, ello haría subir el precio minorista a 4.840 $; esto excedería en 440 $ al nuevo crédito emitido para financiar esta nueva producción; distorsionaría la proposición de Douglas, que requiere que toda nueva producción sea financiada con nuevos créditos. No sería tampoco adecuado tener este beneficio incluido en los otros costes cubiertos por la cantidad prestada por el banquero al minorista, subiendo este préstamo a 4.840 $ y diciendo al minorista que devolviese solamente 4.400 $, manteniendo los restantes 440 $ como beneficio: sería pagar al minorista por un trabajo que todavía no había ejecutado.

    El beneficio del minorista no debe provenir de otra fuente distinta a la de la cartera del comprador, y venir únicamente después de haber llevado a cabo su venta.

    Por tanto, el precio minorista no incluiría el beneficio del minorista. Esto prevendrá que el precio se incremente debido a la tendencia que muchos minoristas tienen de subir su beneficio cuando el negocio va bien. Ahora bien, bajo un sistema financiero de Crédito Social, el negocio siempre irá bien, ya que el problema puramente financiero no existiría ya más; tomar ventaja de esto para concederse beneficios exagerados, conduciría a una inflación de precios, mientras que la venta fluida de la producción debería hacer bajar los precios.

    ¿Quiere usted decir que, bajo un sistema financiero de Crédito Social, el minorista ya no haría más un beneficio, o que se pondría un tope sobre su beneficio?

    En absoluto. Pero el beneficio del minorista no debe depender de un incremento de precio. Su beneficio dependería más bien del volumen de sus ventas. Con un margen de beneficio moderado, determinado por adelantado de acuerdo con el tráfico, cuanto mayor número de artículos vendiese, más grande sería su beneficio. En una economía no monopolística sino competitiva, son los minoristas que dan los mejores servicios a sus clientes, los que realizarían los mayores beneficios, sin exceder el margen de beneficio por artículo por todo ello. Por tanto, es el porcentaje –no el volumen– de beneficio, lo que debe regularse, acordado para cada línea de negocio.

    La sociedad tiene el derecho a exigir esto de los minoristas, a la vista de que, en primer lugar, provee, sin coste, el préstamo necesario para liquidar sus facturas, y a la vista de que, en segundo lugar, mantiene en todo momento, en frente de los bienes ofertados, un poder adquisitivo total que iguala a los precios totales.

    Como consecuencia de que la sociedad provee al minorista con el crédito necesario para pagar los bienes que él toma en su stock, la sociedad es la propietaria de estos bienes, siendo el minorista no más que, por decirlo así, el agente encargado de venderlos. Es justo para la sociedad renumerar al minorista por esta venta, pero sin permitirle explotar a los compradores.

    Por tanto, es la sociedad la que proporcionará el beneficio del minorista: ya no más en préstamos que él deba devolver, sino con créditos contantes, medios de pago, que serán propiedad personal del minorista.

    El minorista, al mismo tiempo que mantiene completamente su negocio privado y lo maneja sin obstáculos, constituye, sin embargo, en cierta forma, un agente de la comunidad para la distribución de bienes. Exactamente como el productor, quien, al mismo tiempo que retiene plenamente su empresa privada, constituye, en cierta forma, un agente de la comunidad para el uso del crédito real, la capacidad de producción del país. Exactamente, de nuevo, como el banquero, quien, al mismo tiempo que retiene plenamente la propiedad privada de su empresa bancaria, constituye, en cierta forma, el agente de la comunidad para la canalización, la emisión y la retirada del crédito financiero basado en el crédito real del país.

    El Crédito Social es un fuerte defensor de la propiedad privada. Pero cada empresa privada tiene, sin embargo, una función social que cumplir, una función que cumpliría automáticamente a través del simple funcionamiento de un sistema financiero de Crédito Social fiel a las proposiciones expuestas por Douglas.

    Pero, ¿cuándo y cómo el minorista sacaría su beneficio de la sociedad?

    También a través del banco autorizado, el cual saca este crédito a partir de la fuente social: el Banco Central o la Oficina Nacional de Crédito.

    El minorista tiene dos cuentas en su banco: su cuenta de descubierto, en la cual el banco mantiene un registro de los préstamos realizados al minorista y de las devoluciones de estos préstamos. La otra, su cuenta personal, en donde el minorista puede depositar sus ahorros, sobre la cual puede emitir cheques para sus asuntos personales, contra la cual puede obtener dinero en efectivo, etc., como cualquier otra persona.

    A medida que el minorista vende sus bienes, lleva lo que recibe al banco, el cual lo registra como una devolución de crédito en la primera cuenta mencionada. Al mismo tiempo, el banquero registra en la otra cuenta, en la cuenta personal del minorista, el beneficio al cual tiene derecho por las ventas que realizó, de acuerdo con el porcentaje acordado para su tipo de negocio. Para esta entrada, realizada en nombre de la sociedad, el banquero emite un cheque sobre el crédito nacional, es decir, sobre el Banco Central.

    Por ejemplo, si el margen de beneficio acordado se establece al 10 por ciento, con cada 100 $ que el minorista traiga como devolución, el banquero abona la primera cuenta con 100 $, un crédito que de esta forma entra en su camino de vuelta hacia su fuente, y el banquero registra 10 $ en el haber de la cuenta personal del minorista.

    Por todos los servicios contables ejecutados sin haber sido pagado por los clientes (préstamos libres de interés, beneficios a los minoristas, dividendos periódicos para todos), el banquero registra 10 $ en el Banco Central de acuerdo con los estándares acordados.

    ¿No es todo esto extremadamente complicado?

    En absoluto. Se necesitan muchas frases para explicarlo, pero funcionaría como una operación rutinaria, tan animadamente como las operaciones bancarias de las que uno es testigo cada día en todas las sucursales bancarias.

    Es infinitamente menos complicado, por ejemplo, que los procedimientos contables de las cooperativas de consumo, en donde el contable debe mantener un seguimiento de los desembolsos de cada cooperativista, para distribuir a cada uno un reembolso proporcionado a sus desembolsos personales.

    Así pues, este sistema sería sano, reflejando exactamente los hechos económicos exactamente, financiando la producción y el consumo efectivamente. Serviría de esta forma a la vida económica con satisfacción, y con mucha menos burocracia, indagaciones, operaciones financieras, que las que se requieren hoy por las instituciones gubernamentales, al tratar de aliviar las deficiencias en el poder adquisitivo de las cuales sufre toda la economía. El sistema acabaría también con la alta carga impositiva requerida hoy para tratar de poner el pan sobre la mesa del totalmente indigente (una vez que el gobierno reconoce finalmente su situación de pobreza, a menudo tras largas y siempre humillantes indagaciones).

    ¿No sería esto tan diferente de los métodos de financiación a los que estamos acostumbrados?

    Diferente en resultado, sí; pero en casi todo similar al actual mecanismo. Véalo por sí mismo: los mismos establecimientos bancarios; los mismos banqueros; las mimas entradas de débito y de crédito en cuentas bancarias; el mismo sistema de pago por cheques [o por transferencias bancarias, (Nota mía)]; las mismas formalidades para los préstamos a los productores; las mismas responsabilidades por parte de los prestamistas y los prestatarios; las mismas facilidades de pago en descubierto para los minoristas, salvo la constricción del interés.

    Además de esto, un poder adquisitivo global mantenido en concordancia con la producción global ofertada, con una adecuada parte garantizada a cada uno; de esta manera, una mejor distribución de los frutos de la producción; una protección contra incrementos injustificados del precio; y suprimida la dictadura del dinero. Y eso no es todo.

    Considérese, pues, la situación final, en relación a la porción de producción por valor de 4.400 $ tomada como ejemplo:

    Fue posible llevar a cabo esa producción sin ningún obstáculo financiero. El crédito vino de acuerdo con las necesidades, de un nivel al siguiente en el proceso de producción; todos los participantes fueron debidamente pagados, incluyendo a los banqueros, al obtener interés por sus servicios de acuerdo con los préstamos. El pago final, completo, que cubre todos los costes (tanto costes financieros, como costes de producción), pudo realizarse tan pronto como los bienes fueron terminados, mediante el préstamo libre de interés al minorista que tomó esta producción. La producción se pudo vender sin añadir ninguna carga al precio de coste.

    La organización financiera ha mantenido todos sus mismos dispositivos, pero debidamente engrasados, en lugar de permitir arenilla en las ruedas y engranajes: y esto es lo que marca toda la diferencia de su funcionamiento en el mundo.

    ¿No causarían estas liberaciones de crédito una acumulación de dinero, con todos los males de la inflación?

    Sígase la ruta del crédito en el resumen simplificado que se ha presentado en estas páginas. El crédito no se apila; sigue al movimiento de la riqueza, viniendo a la circulación a medida que los bienes son producidos, y tomando la ruta de vuelta hacia su fuente a medida que los bienes son consumidos.

    Estos créditos forman como un capital circulante, perteneciente a la sociedad, puesto al servicio de la economía para responder a las necesidades de la población de acuerdo con las posibilidades físicas para atenderlas; un capital circulante que puede incrementarse cuando estas necesidades se incrementen y cuando las disponibilidades de la producción lo permitan.

    En cuanto al carácter social del reparto de los bienes realizados, la economía de Crédito Social lo garantiza mediante la introducción, en el poder adquisitivo, del dividendo periódico para todos, del cual hablaremos más adelante en este estudio.

  5. #5
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 4. La financiación de obras públicas


    Lo que se acaba de explicar muestra cómo las proposiciones de Douglas podrían ser aplicadas en la producción y distribución de bienes de consumo, los bienes que los individuos y las familias compran en el mercado. ¿Podría este método ser aplicado también a la producción y a los pagos de obras públicas?

    ¡Ciertamente! En este caso, al consumo se le denomina mejor “depreciación”: el consumo gradual por un razonable uso y desgaste; el envejecimiento de estos bienes. Es el público en su conjunto el que los consume, estando el público representando por el Gobierno, o por una administración pública local, como en el caso de escuelas, plantas abastecedoras de agua, edificios municipales, carreteras, aceras, sistemas de alcantarillado. Estas obras públicas, una vez llevadas a cabo, son, indudablemente, una nueva producción. Esta producción debe también, por tanto, ser financiada con nuevos créditos.

    En el caso de los bienes de consumo, teníamos que los productores se financiaban ellos mismos a través del actual sistema financiero, sin excluir préstamos bancarios con interés; a su vez, teníamos que estos costes se cubrían mediante créditos sociales libres de interés, una vez que los bienes finales pasaban del mayorista al minorista que sirve a los consumidores. ¿Vendría a ser lo mismo para las obras públicas? Y, ¿cuándo se cubrirían mediante créditos libres de interés los costes financieros de esta nueva producción?

    Normalmente –y el método debería venir a ser de uso general– los gobiernos y otras administraciones públicas confían la operación de estas obras a contratistas. La mayoría de las veces al licitador que ofrece un precio más bajo, tras haber comprobado su competencia y responsabilidad. Pues bien, el contratista se financiaría él mismo de la misma forma que los productores de bienes de consumo: o bien con fondos que ya tiene a su disposición, o con préstamos que podría obtener de un banco prometiendo devolver posteriormente el principal y el interés.

    En cuanto a los nuevos créditos para financiar estas obras públicas, la administración pública que las hubiese realizado obtendría créditos libres de interés para pagar al contratista, una vez que la administración pública tomase posesión de estas obras completadas.

    La población, que en este caso es el consumidor, pagaría entonces este consumo (en este caso, el uso y desgaste, depreciación) a medida que tuviese lugar.

    ¿Podría explicar usted esto mediante un ejemplo?

    Hemos visto, al principio de este estudio, que el crédito real de un país reside en la capacidad de producción de ese país. Es un crédito social. Y todo el crédito financiero del país, estando basado en ese crédito real, es también un crédito social.

    Por tanto, como hemos dicho, todo nuevo crédito financiero debe provenir de una Oficina Monetaria (que puede ser un Banco Central) que opere en nombre de la sociedad. Pero este crédito puede muy bien ser canalizado hacia la producción mediante el sistema de bancos que actualmente existe, y ser devuelto hacia su fuente a través del mismo canal, tras su uso en la producción y el consumo.

    También hemos dicho que la Oficina Monetaria puede ser, en Canadá, el Banco de Canadá, a escala nacional; o una Oficina Provincial Monetaria, a escala provincial, en el caso de que el gobierno provincial tomara la iniciativa, si el Gobierno Federal no tomase medidas.

    Para simplificar nuestras explicaciones, supondremos que el Crédito Social estuviese establecido en todo el Canadá.

    Una vez que los planes para las obras públicas se presentasen a los representantes del pueblo –a Ottawa, si fuesen planes dentro de la jurisdicción federal; a la legislatura de la provincia en cuestión, si estuviesen dentro de la jurisdicción provincial; a las administraciones públicas locales, si recayesen dentro de su jurisdicción–, los representantes del pueblo no tendrían que preguntarse, en lo más mínimo, si estos planes son financieramente posibles, sino solamente si los mismos responden a las necesidades reales y si son físicamente factibles. Físicamente factibles, es decir, si la capacidad de producción del país puede llevar a cabo estas obras a la vez que continúa suministrando los bienes necesarios para responder a las necesidades privadas. En otras palabras, si esta nueva producción pública no obstaculiza una producción más urgente.

    La decisión de proceder con los planes presentados o posponerlos, es tomada en consideración con independencia de cualquier preocupación financiera. La finanza llevará a cabo su papel: servir, y no decidir. Por lo tanto, ya no más menciones a presupuestos equilibrados, sino a una prioridad en el orden de las realizaciones queridas y posibles.

    Como ejemplo, digamos que se está hablando acerca de un plan para la construcción de un puente. Se decide la construcción porque responde a una necesidad real, y porque no hay ninguna razón para temer que las actividades dirigidas hacia esta construcción pudieran perjudicar el suministro de bienes de consumo a las tiendas.

    En un sistema financiero de Crédito Social, la financiación del puente no es un problema. Pero el Gobierno, sin embargo, requerirá licitaciones; porque, si la finanza refleja las realidades exactamente, un precio más bajo significa menos materiales, menos energía, menos tiempo…, por tanto, una menor porción sustraída de la riqueza real del país.

    Digamos que es el contratista John Smith, el cual obtiene el contrato, tras su propuesta de 500.000 $. Este precio está planificado para cubrir todos sus gastos y un beneficio legítimo. Previó cuánto le costaría tomar prestado para pagar sus materiales y empleados, en caso de que no tuviese ya los fondos necesarios para este fin, intereses incluidos. Es su empresa, no del Gobierno. Toda su garantía consiste en que, una vez que el puente esté completado, podrá entregárselo al Gobierno y obtener 500.000 $, si la inspección muestra un puente construido completamente en concordancia con las normas acordadas.

    Si el Sr. Smith está obligado a tomar prestado 200.000 $, o 300.000 $, o incluso la cantidad total de 500.000 $, eso es asunto suyo. Si él trata con los bancos, él se las arregla con ellos. El Gobierno no tiene nada que ver con eso.

    Como en el caso de la producción privada, si Smith toma prestado de un banco, el banco prestamista está totalmente justificado para requerirle un interés a fin de cubrir sus costes operacionales y los riegos en que incurre cualquier institución prestamista.

    Una vez que el puente está completado, es, por supuesto, propiedad de John Smith, si bien a él no le sirve de nada. Así pues, se da prisa por entregárselo al Gobierno, el cual, tras su inspección y aceptación, le paga el precio acordado, 500.000 $.

    Este precio incluye todo: no sólo el coste de los materiales y del trabajo; no sólo el beneficio que John Smith había incluido en su precio al preparar su licitación, sino también los costes financieros que él había previsto.

    ¡Ah! ¿También los costes financieros, el interés sobre sus préstamos? Entonces, ¿esta nueva producción no será pagada con nuevo dinero libre de interés?

    ¡Sí, lo será! De hecho, al igual que el minorista cuando tratábamos acerca de los bienes de consumo, el Gobierno obtendrá la cantidad total en un nuevo crédito financiero, libre de interés, para pagar por esta nueva producción final.

    ¿Cómo y dónde obtendrá este dinero?

    Lo obtendrá de la fuente del crédito financiero social, el Banco Central: o bien directamente, o bien a través de un banco comercial que sirva como canal para este fin. Y en este caso, el banco comercial lo obtiene a solicitud, a través de un simple cheque, de la fuente del crédito, por tanto, del Banco Central.

    Entonces, ¿el gobierno está ahora en deuda por valor de 500.000 $ con el Banco Central, directamente o a través del banco comercial?

    En absoluto. No hay endeudamiento alguno. El puente es riqueza creada por la población del país, no sólo gracias al trabajo de aquéllos que directamente contribuyeron a él, sino también gracias al trabajo de todos aquéllos que suministraron las cosas que permitieron a los obreros de la construcción del puente llevar a cabo sus labores: comida y necesidades de todo tipo. Los empleados del puente han pagado por estas cosas, por supuesto; pero estas cosas son la producción de la población, o, en caso de que ciertos bienes fuesen importados, ello fue a cambio de producción doméstica exportada.

    La población no puede quedar endeudada por su propia producción, así como no puede exigirse a un panadero que pague por el pan que él mismo ha producido. Si el puente canadiense hubiese sido construido por Méjico o China, entonces podría registrarse como una deuda canadiense hacia Méjico o China. En un sistema financiero sano, en conformidad con la realidad, una deuda pública, una deuda nacional, solamente puede existir con respecto a un país extranjero, cuando uno ha obtenido de un país extranjero más cosas reales (trabajo, materiales, etc.) que lo que uno ha suministrado a ese país en cosas reales.

    Pero, en el caso de los bienes de consumo, teníamos que el minorista devolvía al Banco Central, libre de interés, la cantidad que él había obtenido para tomar posesión de los bienes finales; él tenía que devolver al banco el crédito que había obtenido a medida que vendía sus bienes.

    Eso es correcto. Él extraía este dinero de los consumidores que compraban los bienes. Él les estaba haciendo pagar por el consumo de los bienes, no por la producción, la cual fue financiada con el nuevo crédito libre de interés, proporcionado por el banco al minorista.

    Y en el caso de la producción pública, en el caso del puente, ¿el crédito libre de interés obtenido de la fuente, del banco, también será devuelto a la fuente? Y, si es así, ¿por quién y cómo?

    Las cosas funcionan aquí exactamente como en el caso de los bienes de consumo. La población no tiene que pagar por la producción del puente, el cual es, como acabamos de explicar, su propia producción; pero sí pagará por su consumo, es decir, el uso y desgaste, la depreciación, a medida que se consume. Esto sigue estando en concordancia con el principio expuesto por Douglas: la nueva producción debe ser financiada con nuevos créditos, y la retirada de crédito debe realizarse en proporción al consumo, por consiguiente, a medida que la riqueza que así ha sido creada y financiada desaparezca.

    Si volvemos a la comparación con el pan del panadero, el panadero no tiene que pagar por la producción de pan realizada por él mismo, sino que es aquél que lo come el que paga por su consumo. En el caso del puente, es el público el que lo “consume”: por tanto, es el público, la población, el que pagará por él, no como productor, sino como consumidor.

    ¿Cómo pagará por el puente la población?

    Digamos que se prevé que el puente durará al menos 50 años. Se deduce una media de depreciación de 10.000 $ al año. Así pues, son 10.000 $ al año lo que se exigirá al público que devuelva al Banco Central, de tal forma que la finanza pueda realmente ser el reflejo de las realidades económicas.

    Al final de los cincuenta años, con independencia de si el puente está totalmente “consumido” (desgastado) o no, el público no tendrá que continuar ya más con estos pagos. Uno no puede consumir algo dos veces; así pues, la población no debe tener que pagar por él dos veces, así como el consumidor de pan no debería tener que pagar al panadero dos veces por una hogaza. Se requiere un sistema financiero absurdo y saqueador, como el actual sistema, para hacer pagar a la población dos veces por sus plantas abastecedoras de agua, escuelas, puentes, carreteras (¡incluso por las guerras que ha combatido… y ganado!).

    ¿Es a través de los impuestos como el Gobierno retirará del público las cantidades anuales para pagar por el “consumo” del puente?

    Las retirará mediante un método recaudatorio que puede variar; no necesariamente mediante el actual método de impuestos, que es gravoso, tosco, caro, y a menudo injusto. Podría hacerlo por vía del mecanismo de ajuste del precio, añadiendo los 10.000 $ anuales a la cantidad de “consumo”, lo cual afecta a los precios para todo el mundo, cuando sea el caso de un consumo realizado por todo el mundo, como en el caso del puente.

    ¿Y si, por accidente, o sabotaje, el puente se derrumba al término de diez años?

    Esto haría subir, repentinamente y por la cantidad del valor desaparecido, el consumo total del país para el período corriente o actual; y se liquidaría mediante el mecanismo de ajuste del precio: un ajuste de todos los precios. Habiendo visto que los precios, bajo un sistema de Crédito Social, se ajustan, a partir del precio de coste, de acuerdo con la tasa o ratio de consumo en relación a producción, resulta claro que, cuanto más se incremente el consumo total en proporción a la producción total, más decrecerá el descuento compensado del precio.

    Entonces, el consumidor pagará más por todo lo que compre, y más dinero volverá hacia su fuente. Esto está en concordancia con el principio expuesto antes, que afirma que la finanza debe ser el reflejo exacto de la realidad.

  6. #6
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 5. La circulación del crédito financiero


    Si he entendido correctamente, ¿bajo un sistema financiero de Crédito Social, el sistema bancario podría continuar operando exactamente como lo hace hoy, prestando dinero con interés a los productores de los bienes de consumo y a los contratistas de obras públicas?

    Exactamente como lo hace hoy, como mecanismo, pero no en espíritu. Es el crédito de la sociedad, un “crédito social”, lo que el banquero prestaría. Por tanto, ya no prestaría más crédito creado por él, sino crédito que obtendría del Banco Central, el custodio del crédito de la sociedad. En lugar de ser un creador de crédito financiero basado en una cosa que pertenece a la sociedad, el banco autorizado sólo serviría como canal para este crédito.

    Esto puede parecer insignificante, de poca o ninguna consecuencia en la práctica, viendo que, en cualquier caso, el prestatario puede obtener los mismos préstamos, en los mismos términos. Mas, por el contrario, esto produce una enorme diferencia.

    Tal como Douglas lo subrayó ante un Comité de la Asamblea Legislativa de Alberta en 1934, si el crédito fuese, en su nacimiento, propiedad de las instituciones financieras, estas instituciones obtendrían, por nada, una garantía hipotecaria sobre toda la riqueza producida y financiada por este crédito. Mientras que, si todo este crédito fuese, en su origen o fuente, propiedad de la sociedad, sería toda la población la que obtendría esta garantía hipotecaria por nada; así pues, es la población en su conjunto la que proporciona el préstamo, y esto confiere a todos los ciudadanos el derecho a un dividendo, a una parte de la riqueza producida y financiada por este crédito “social”.

    ¿Todavía seguiría siendo este crédito financiero, al igual que hoy, un dinero temporal, creado con el préstamo, y que desaparece (se cancela) con la devolución?

    No. El préstamo no crearía el crédito: este crédito ya estaría ahí, mantenido por el Banco Central, esperando a ser usado. De manera similar, la devolución de un préstamo no cancelaría el crédito financiero, sino que lo pondría en el canal de vuelta hacia el Banco Central, del cual provino.

    De nuevo, esto puede parecer que no produzca mucha diferencia, ya que los actuales bancos autorizados pueden siempre crear una nueva cantidad para hacer otros préstamos. Pero el método propuesto está más en conformidad con la realidad. El crédito financiero debe ser el reflejo, la expresión en cifras, de la capacidad de producción del país, que es únicamente la que le da valor. Y la capacidad de producción del país no desaparece cuando un prestatario, después de haberla usado, devuelve el crédito financiero que tomó prestado. ¿Por qué, entonces, este crédito financiero, que representa esta capacidad de producción, se cancelaría, aun temporalmente?

    ¿El crédito financiero emitido por el Banco Central, y puesto en circulación a través de los bancos comerciales, tendría que volver a su fuente en un tiempo predeterminado, tal cual se hace hoy día con los plazos de los préstamos?

    No. El crédito que se usa para financiar la producción saldría de su fuente al ritmo de la producción (producción privada o pública), y volvería a su fuente únicamente al ritmo del consumo o depreciación (consumo privado o público).

    No estaría en conformidad con los hechos exigir que este retorno tuviera lugar más rápido que como lo hace el consumo, tal y como hoy día se hace, especialmente para los bienes públicos. Se hace violencia a la realidad cuando el consumo, la depreciación, se paga a un ritmo más rápido que el consumo que realmente tiene lugar. Se contradice a la realidad cuando el doble del precio de una planta abastecedora de agua, de un puente, de un edificio escolar, se retira de la circulación a través de los impuestos, a fin de devolver los préstamos; cuando el doble del precio de un bien público se retira de la circulación aun antes de que este bien público se haya depreciado completamente, ¡antes de que se haya “consumido” una vez! (Y, realmente, ¿cómo podríamos consumirlo dos veces?).

    ¿Significa esto que no hay relación alguna hoy día entre la actividad del dinero y la actividad de la riqueza real?

    Ése es precisamente uno de los grandes defectos del actual sistema, y ello por varias razones. No sólo porque se fuerce a la devolución del dinero para la producción a un ritmo más rápido que el consumo que tiene lugar, sino también porque no hay ratio de igualdad alguna entre los precios de los bienes ofertados y los medios de pago en manos del consumidor.

    El precio se configura a medida que el bien se manufactura, y este precio se adjunta al bien final, el cual se vende en el mercado. Mientras tanto, el dinero distribuido en el proceso de producción toma 1.000 caminos distintos, es gastado en 1.000 puntos distintos en el tiempo, sin sincronizarse con la aparición del bien final y su precio final.

    También hay dinero, incluido en el precio del minorista, pero que no se distribuye, porque se le reserva para el reemplazo de máquinas más tarde. Están, a su vez, los ahorros de los individuos privados, que no forman parte ya del verdadero poder adquisitivo, aunque son incluidos en los precios, etc.

    Tan es así que, si no hubiese ajuste del precio (como propone el Crédito Social), la inevitable brecha entre el poder adquisitivo y los precios permanecería, y la producción no alcanzaría su objetivo.

    Otro punto: la cantidad de poder adquisitivo existente olvida a muchos consumidores. Puesto que principalmente se distribuye como remuneración a los productores, aquéllos que no están contratados o empleados en la producción tienen poco o ningún poder adquisitivo.

    Por todas estas razones, es, por tanto, necesario encargarse de la financiación, no sólo de la producción, sino también del consumo. Esta necesidad se incrementa, a medida que el progreso incrementa la producción sin contratar a más gente.

    ¿De qué fuente deben tomarse los medios de pago para financiar lo que le falta al consumo?

    De la misma fuente que para la financiación de la producción. Del Banco Central, que, en este caso, también puede hacerse a través del canal de los bancos comerciales.

    Por lo tanto, ¿esto sería otra vez dinero que los bancos comerciales prestarían con interés a los consumidores?

    ¡Oh, no! Se debe hacer una distinción entre el dinero que financia la producción, y el dinero que compra la producción, aun cuando ambos provienen de la misma fuente.

    Douglas realiza esta distinción cuando él habla de “créditos” y “créditos contantes”. Los “créditos” son el dinero adelantado para la producción, y que deber ser devuelto al banco prestamista. Los “créditos contantes” son aquéllos a los que podemos llamar “dinero del consumidor”, que el consumidor usa como le place. La diferencia entre estos dos tipos de dinero subyace en su función, y no en su naturaleza. Ambos son realmente créditos financieros emitidos a partir de la misma fuente. Es más, el dinero para la producción se transforma en dinero del consumidor, una vez que es pagado por el productor en los sueldos, salarios y dividendos industriales.

    Hoy día, prácticamente todo el dinero del consumidor ha sido primeramente dinero para la producción, ya que son las actividades de producción las que distribuyen casi todo el poder adquisitivo.

    Bajo un sistema de Crédito Social, vendría dinero adicional del consumidor directamente de la fuente, sin pasar a través de la industria, de dos formas:

    A) Como compensación para el vendedor, por el descuento general concedido a los compradores, de acuerdo con el ajuste del precio;

    B) Como dividendos sociales para todos, de los cuales hablaremos.

    Esta adición de poder adquisitivo permitiría a los consumidores pagar por ciertas cantidades que están incluidas en los precios, pero que todavía no están, o ya no están, en manos de los consumidores una vez que los bienes se ponen a la venta.

    Esto sería mucho más satisfactorio que el tener que estar en deuda con algunas instituciones financieras. Este endeudamiento, que se vuelve más y más extenso bajo el actual sistema, es una manera extraña de permitir a la población obtener la abundante producción de su país. Es hacer que unos pocos financieros se beneficien, y que la población sufra, como consecuencia de un sistema incapaz de establecer un equilibrio entre los precios y el poder adquisitivo.








    LA CIRCULACIÓN DEL CRÉDITO FINANCIERO EN UN SISTEMA DE CRÉDITO SOCIAL


    El dinero es prestado a los productores (industria) por la Oficina Nacional de Crédito, para la producción de nuevos bienes, lo cual trae un flujo de nuevos bienes con precios (flecha de la izquierda). Puesto que los sueldos no son suficientes para comprar todos los bienes y servicios disponibles a la venta, la Oficina Nacional de Crédito rellena la brecha entre el flujo de poder adquisitivo y el flujo de los precios totales emitiendo un dividendo mensual a cada ciudadano. Los consumidores y los bienes se encuentran en la plaza de mercado (minorista), y cuando un producto es adquirido (consumido), el dinero que había sido originalmente prestado para producir este bien retorna a su fuente, la Oficina Nacional de Crédito. En todo momento, siempre hay una igualdad entre el total de poder adquisitivo disponible en manos de la población, y el total de precios de los bienes de consumo a la venta en el mercado.
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 6. El dividendo social para todos


    ¿Un dividendo social para todos? ¡Pero un dividendo presupone un capital productivo invertido!

    Precisamente. Es porque todos los miembros de la sociedad son co-capitalistas de un capital real e inmensamente productivo.

    Dijimos más arriba, y nunca se podrá repetir lo suficiente, que el crédito financiero es, en su nacimiento, propiedad de toda la sociedad. Es así porque está basado en el crédito real, en la capacidad de producción del país. Esta capacidad de producción se compone, ciertamente, en parte, de trabajo, de la competencia de aquéllos que toman parte en la producción. Pero principalmente se compone, en una parte cada vez más creciente, de otros elementos que son propiedad de todos.

    Existen, primero de todo, los recursos naturales, que no son la producción de ningún hombre; son un don de Dios, un don gratuito que debe estar al servicio de todos. También están todas las invenciones realizadas, desarrolladas, y transmitidas de una generación a la siguiente. Es el factor de producción más grande hoy día. Y ningún hombre puede reclamar ser el único propietario de este progreso, que es el fruto de muchas generaciones.

    Sin duda que se necesitan hombres de nuestro actual tiempo para hacer uso de este progreso, y tienen derecho a una recompensa; la obtienen como remuneración: sueldos, salarios, etc. Pero un capitalista que no tome parte personalmente en la industria en la que invirtió su capital, tiene derecho, igualmente, a una parte del resultado, a causa de su capital.

    Pues bien, el capital real más grande de la producción moderna consiste realmente en la suma total de los descubrimientos, invenciones progresivas, que hoy día nos dan más bienes con menos trabajo. Y puesto que todos los seres humanos son, en igualdad de condiciones, coherederos de este inmenso capital que se está incrementando cada vez más, todos tienen derecho a una parte en los frutos de la producción.

    El empleado tiene derecho a este dividendo y a su sueldo o salario. La persona desempleada no tiene sueldo o salario, pero tiene derecho a este dividendo, que podemos llamar “social”, porque es el ingreso proveniente de un capital social.

    Esto es algo nuevo. Pero parece lógico.

    ¡Sí, en efecto! Y es el medio más directo y concreto para garantizar a cada ser humano el ejercicio de su derecho fundamental a una parte de los bienes de la Tierra. Cada persona posee este derecho: no en cuanto empleado en la producción, sino simplemente en cuanto ser humano.

    “Todo hombre, por ser viviente dotado de razón, tiene efectivamente el derecho natural y fundamental de usar de los bienes materiales de la Tierra” (Pío XII, Radiomensaje de 1 de Junio de 1941).

    Y es un derecho irrevocable:

    “Este derecho individual no puede suprimirse en modo alguno, ni aun por otros derechos ciertos y pacíficos sobre los bienes materiales” (Ibid.).

    Los otros derechos, el derecho de propiedad, el derecho del asalariado, el derecho del accionista, etc., no suprime de ninguna manera el derecho de cada uno a usar de los bienes materiales.

    El Papa añadió debidamente:

    “Queda a la voluntad humana y a las formas jurídicas de los pueblos el regular más particularmente la actuación práctica de este derecho” (Ibid.).

    Es decir, depende de los pueblos mismos, a través de sus leyes y regulaciones, elegir los métodos capaces de permitir a cada hombre ejercer su derecho a una parte en los bienes terrenales.

    El dividendo para todos conseguiría esto. Ningún otro sistema propuesto ha sido, de lejos, tan efectivo, ni siquiera nuestras actuales leyes de seguridad social.

    Es algo bueno reconocer –y nadie se atreve a negarlo– el derecho de cada persona a por lo menos las necesidades básicas de la vida. Pero ahora trátese de ejercer este derecho en el mundo actual, cuando no se tiene ni dinero ni los medios de producción (concentrándose estos medios cada vez más y más en menos manos).

    En nuestro mundo moderno, es imposible para un individuo ejercer su derecho a los bienes materiales sin presentar dinero. El dinero se ha convertido en una licencia convencional, esencial, para el ejercicio de un derecho natural.

    El dividendo social, un dividendo periódico para todos, un ingreso básico garantizado a cada uno como un derecho de nacimiento, un ingreso suficiente para cubrir al menos las necesidades básicas de la vida, es la exigencia más social de la economía de Crédito Social. Más aún, como hemos mencionado más arriba, es también el reconocimiento del innegable hecho de que todos los seres humanos son coherederos de las pasadas generaciones.

    ¿Pero no sería esto dar a los individuos algo a cambio de nada?

    Bueno, ¡vayamos ahora y digámosle al capitalista que él está obteniendo algo a cambio de nada cuando le pagan un dividendo sobre su capital invertido! Al contrario, si se le negara su dividendo, él llamaría a eso una injusticia.

    Lo mismo es verdad para cada miembro de la sociedad, el cual es un co-capitalista, un coheredero de un capital real, como acabamos de explicar más arriba: un capital que es más substancial que los dólares u otros signos monetarios, los cuales solamente tienen un valor representativo.

    Así pues, una economía estricta de intercambio no puede ser una economía humana, dado que más de la mitad de la población no tiene nada que intercambiar: es el caso de los niños, de las mujeres y chicas en el hogar, de los incapacitados, de los enfermos, de los desempleados, de la población vieja rechazada por la industria, de los hombres corporalmente capacitados reemplazados por máquinas, etc. Una economía estricta de intercambio, una economía de “nada a cambio de nada”, solamente puede ser una economía bárbara hoy día. Semejante economía sacrifica al individuo a las regulaciones establecidas por el dinero, en lugar de ser establecida para el individuo.

    Tratando acerca de la distribución de los bienes en un sistema socio-económico que se estableciera de acuerdo con la prioridad debida al individuo, el filósofo tomista francés Jacques Maritain alcanza conclusiones similares:

    “Es un axioma para la economía «burguesa» y la civilización mercenaria el que uno no tiene nada a cambio de nada; un axioma ligado a la concepción individualista de la propiedad. Pensamos que en un sistema en donde la concepción de la propiedad delineada aquí más arriba (con su función social) estuviese en vigor, este axioma no podría sobrevivir. Al contrario, la ley del usus communis conduciría a establecer que, al menos y sobre todo para lo que concierne a las necesidades básicas, materiales y espirituales del ser humano, sí es un derecho obtener a cambio de nada el mayor número de cosas posible…”.

    “El que una persona humana sea servida de esta forma en sus necesidades básicas, constituye, después de todo, sólo la primera condición de una economía que no merezca ser calificada de bárbara. Los principios de tal economía conducirían a una mejor comprensión del sentido profundo y de las raíces esencialmente humanas de la idea de herencia, en tal forma que todo humano, al entrar en el mundo, pueda ser capaz efectivamente de disfrutar, de alguna manera, la condición de ser heredero de las pasadas generaciones” (Humanismo integral, pp. 205 – 206).

    Pero, ¿no podría uno obtener el mismo resultado mediante incrementos en el sueldo para los trabajadores?

    No, no, absolutamente no, ya que los incrementos en el sueldo alcanzan solamente a los asalariados, y no dan nada al desempleado. Es más, todo incremento del sueldo va a los precios; por tanto, no corrige la brecha entre precios y poder adquisitivo.

    Un ingreso individual no ligado al empleo –como el dividendo social para todos– es algo que se hace más y más imperativo a medida que la productividad crece: más producción con menos trabajadores. Con una completa automatización, los partidarios del empleo como condición para obtener un ingreso, ¿cómo se las arreglarían para distribuir la producción, una vez que no hubiese ya más empleados? No habiendo alcanzado este estadio, hemos alcanzado, sin embargo, un punto en donde los bienes aparecen abundantemente con menos empleo. La distribución de poder adquisitivo debe reflejar esta situación.

    Incrementar el sueldo, para incrementar el total de poder adquisitivo, no es una solución en conformidad con la justicia. Si el sueldo es la remuneración del trabajo, deberá, al contrario, disminuir cuando disminuya el trabajo. Estos incrementos en el sueldo son un robo a los dividendos que deberían darse a todos.

    Habría mucho que escribir acerca de esta cuestión del dividendo para todos, que aturde demasiado a aquéllos que nunca han realizado el esfuerzo de repensar aquellas nociones que son aceptadas sin previo examen.

    ¿Y qué vale la objeción de aquéllos que persisten obstinadamente en ver una inmoralidad en el dinero “no ganado”? ¿Ven una inmoralidad en la herencia legada por un padre a su hijo, el cual no ha contribuido nunca a crear esta herencia? ¿Ven una inmoralidad en los dividendos pagados a los millonarios, los cuales muy seguramente no se han ganado sus millones? ¿Ven alguna en los copiosos salarios que se dan a los funcionarios públicos que no hacen absolutamente nada en favor del pueblo que les paga estos salarios mediante sus impuestos? ¿Y cuántas otras cuestiones de este tipo podríamos arrojar a aquéllos que están en contra de los dividendos?

    Así pues, en el sistema financiero defendido por el Crédito Social, el cual usted dice que es sano y efectivo, el poder adquisitivo alcanzaría a los consumidores de dos maneras: una, a través de sueldos, salarios y otras formas de remuneración ligadas al empleo en la producción; la otra, a través de dividendos no ligados al empleo.

    Sí. Además, éste es justo el caso de hoy en día. A aquéllos que están empleados por la producción se les paga, pero los capitalistas reciben dividendos sobre su capital, aun cuando ellos no están en absoluto empleados en la producción. Si el capitalista está empleado, él obtiene su ingreso de dos maneras: a través del dinero ligado a su empleo, y a través del dinero ligado solamente a su capital en dólares.

    Vendría a ser lo mismo bajo un sistema financiero de Crédito Social, con esta diferencia: que todos los ciudadanos, siendo, simplemente por ser miembros de la sociedad, los copropietarios del más grande factor de producción, recibirían todos un dividendo periódico sobre la producción causada por este capital real común.

    Pero si la suma total de ambos (remuneraciones al empleo, y dividendos para todos), se extrae conjuntamente del total de bienes, ¿qué parte debe ir a sueldos, y qué parte debe ir a dividendos?

    Es la misma cuestión que causa fricciones hoy día entre la parte debida a los capitalistas, y la parte debida a los trabajadores. Los capitalistas dicen: “Sin nuestro dinero, no habría puestos de trabajo, y, por tanto, no habría producción”. Los trabajadores dicen: “Sin trabajo, no habría bienes”. Ambos, capital y trabajo, son realmente factores de producción, y, en general, se admite que la mayor parte del dinero distribuido deba ir a los trabajadores, quienes, además, son más numerosos.

    Bajo un sistema financiero de Crédito Social, son los capitalistas (todos los miembros de la sociedad) quienes serían los más numerosos. En Canadá, hay alrededor de 12 millones de asalariados (de un total de 30 millones de canadienses). Por tanto, habría 12 millones de trabajadores, y 30 millones de capitalistas.

    Es más, la producción se debe cada vez más y más al capital real, el cual pertenece al pueblo de 30 millones, en lugar de al trabajo que proviene de 12 millones de empleados. Para un poder adquisitivo estrictamente planificado sobre la proporción de la producción resultante del progreso (que es un capital común) y la proporción resultante de los esfuerzos de aquéllos que toman parte en la producción, la totalidad de dividendos sociales tendría que ser obviamente mucho mayor que la totalidad de los sueldos y salarios.

    Pero esto significaría dar más a aquéllos que no trabajan que a aquéllos que trabajan. ¡Fomentaría la ociosidad!

    No se aventuren conclusiones que, además, son infundadas.

    Primero, es erróneo decir que el individuo no requerido por la producción para trabajar, obtendría más dinero que aquél que estuviese empleado en la producción: ambos tendrían el mismo dividendo, pero el empleado tendría su sueldo o salario además del dividendo.

    Por tanto, todavía seguiría habiendo la misma diferencia que antes entre ambos: la cantidad de sueldo o salario. Pero, en lugar de ser una diferencia entre cero y el sueldo o salario, sería la diferencia entre el dividendo, por un lado, y el dividendo más el sueldo o salario, por el otro. El estímulo de un sueldo o salario, por tanto, todavía seguiría estando ahí. Y además de esto, habría el estímulo de un dividendo para todos, cuya importancia crecería a medida que se desarrollase el sentido social de los asalariados.

    Un dividendo basado en la parte dominante que el capital real comunitario ocupa como factor moderno de producción, sería, por tanto, una cantidad generosa.

    Uno puede entender que la transición de una dieta extenuadora a una dieta vigorosa, requiere una cierta medida. Uno no puede ir de una dieta insana a una dieta sana sin pasar a través de una dieta de recuperación.

    Por tanto, la sabiduría recomienda una graduación en la cantidad de dividendo periódico para todos.

    Sin embargo, desde el comienzo, el principio debe ponerse en aplicación. Uno puede ir derecho al espíritu de una economía de abundancia y de dividendos para todos, en lugar del espíritu de una economía de racionamiento e ingresos restringidos al empleo.

    ¿Qué dijo Douglas acerca de este asunto?

    Douglas expone, como sigue, el tercero de los tres principios de cuya aplicación dice que se seguiría un sistema en conformidad con los hechos:

    “La distribución de dinero para el consumo (cash) a los individuos habrá de ser progresivamente menos dependiente del empleo. Esto es, que el dividendo desplazará progresivamente al sueldo y al salario, a medida que se incremente la capacidad productiva por hora-hombre”.

    Por tanto, el asunto consistiría en una creciente proporción de poder adquisitivo proveniente de dividendos, y en una decreciente proporción proveniente del empleo.

    En las líneas principales de un plan resumido y propuesto para la aplicación de estos principios en Escocia, Douglas consideró que, como comienzo, uno podría asignar en dividendos, a cada hombre, mujer y niño, un total igual a un uno por ciento de los activos totales del país, valorados en dinero. Él añadía:

    “El dividendo así obtenido podría esperarse que excediera las trescientas libras por año por familia”.

    Douglas escribió esto en 1933, cuando el precio de la libra estaba a la par: lo cual significaría en dólares, una cantidad anual de 1.450 $ por familia, es decir, 121,50 $ al mes; o (con una media cercana a una familia de 5), un dividendo mensual de 25 $ para cada hombre, mujer y niño de Escocia.

    Si esta cantidad podía juzgarse razonable en 1933, hoy día debiera ser con certeza de al menos 800 $ al mes, viendo que el coste de la vida se ha incrementado en más de diez veces desde entonces, y viendo también el incremento que ha tenido lugar en la capacidad productiva, que da más bienes para distribuir por persona.

    Éste era, en la mente de Douglas, un dividendo inicial, un dividendo que debía incrementarse posteriormente a medida que se incrementase la capacidad productiva por hora-hombre.

    En cualquier caso, con la actual capacidad productiva de Canadá, el dividendo social periódico debería garantizar inmediatamente a cada ciudadano del país al menos lo suficiente para satisfacer sus necesidades normales. Esto simplificaría y desburocratizaría considerablemente, al tiempo de hacerlo más efectivo, todo nuestro sistema de seguridad social. El sentido social y la responsabilidad personal encontrarían un mejor clima para su desarrollo.

    ¿Cuál es el significado de “incremento en la capacidad productiva por hora-hombre?

    Un ejemplo hipotético nos lo hará entender:

    Supongamos que, en el tiempo de un año, una mano de obra productiva de 100.000 hombres nos da un rendimiento de 100.000 unidades de producción. A su vez, el siguiente año, el doble de trabajadores, 200.000 hombres, nos da el doble de rendimiento, es decir, 200.000 unidades de producción. La capacidad productiva por hora-hombre es exactamente la misma en ambos casos.

    Pero si, en el segundo año, uno obtiene este doble rendimiento, 200.000 unidades de producción, con la misma mano de obra del primer año (100.000 hombres), entonces la capacidad productiva por hora-hombre se ha doblado.

    O si en el segundo año se obtiene el mismo rendimiento que el primer año (100.000 unidades de producción), pero con una mano de obra reducida a la mitad (con sólo 50.000 hombres), entonces de nuevo la capacidad productiva por hora-hombre se ha doblado.

    En la práctica, la capacidad productiva por hora-hombre se incrementa cada año en todos los países industrializados. Uno puede reducir el número de empleados, reducir el número de horas de trabajo, sin reducir la producción total; o, a la vez que se mantiene el mismo número de trabajadores y horas de trabajo, se obtiene una producción más cuantiosa.

    Es obvio que este incremento no proviene de trabajadores que estén poniendo más esfuerzos, sino que proviene de las máquinas y técnicas avanzadas –en general, del progreso–, de las cuales todos son coherederos, copropietarios, como ya hemos explicado. Por tanto, lo único justo es que sean estos propietarios, estos herederos, todos los ciudadanos, quienes se beneficien de este incremento mediante un amplio dividendo mensual.

    ¡Pero esto significaría una reducción en los sueldos actuales de los trabajadores!

    No necesariamente (aunque estaría justificada por varias razones con el advenimiento del sistema financiero de Crédito Social). Pero, aun dejando los sueldos en sus actuales cifras, un incremento en los dividendos mensuales para todos a medida que se incrementase la capacidad productiva del país, reduciría la parte proporcional de sueldos totales en el total del poder adquisitivo.

    Es muy necesario, en cualquier caso, en un sistema que quisiese estar en concordancia con las realidades de la economía, tomar en cuenta esta semejanza en la distribución del poder adquisitivo.

    Tenemos, por ejemplo, una fábrica que emplea a 100 hombres, 40 horas a la semana. Esto hacen 4.000 horas-hombre a la semana. Si el rendimiento de esta fábrica es de 8.000 unidades de producción, esto nos da un rendimiento de 2 unidades de producción por hora-hombre.

    Supongamos que, mediante la introducción de máquinas más avanzadas, a través de ciertas medidas de automatización, esta fábrica necesita ahora solamente 70 hombres, trabajando menos horas (sólo 30 horas a la semana), al tiempo que produce más: 10.500 unidades de producción durante la semana.

    Esto ahora hace 70 x 30 = 2.100 horas-hombre (en lugar de 4.000). Y puesto que la producción de estas 2.100 horas-hombre ha subido hasta las 10.500 unidades de producción, esto nos da un rendimiento de 5 unidades de producción por hora-hombre (en lugar de las 2 unidades de antes).

    La productividad que pasó de las 2 unidades a las 5 unidades por hora-hombre no es, sin duda, el fruto de más trabajo, ya que, al contrario, la jornada semanal se ha reducido. Ha sido debida a las técnicas avanzadas y al progreso, que son la obra de varias generaciones, y un capital comunitario que es más y más importante, y más y más productivo.

    ¿A dónde debería ir el fruto de este incremento en la productividad sino a los propietarios de este capital comunitario, es decir, a todos? A este capital social se le debe asociar un dividendo social.

    3 de cada 5 unidades de producción son debidas a la aplicación del progreso en la modernización de la fábrica. Si puede ser justo dejar a los productores (empleadores y empleados) una remuneración correspondiente a 2/5 de la producción, toda la comunidad (productores y no productores) debería repartirse un dividendo correspondiente a los 3/5 de la producción.

    Esto es sólo un caso hipotético para hacer entender la proposición de Douglas: progresivamente, a medida que se incremente el rendimiento por hora-hombre, el porcentaje de poder adquisitivo distribuido en dividendos deberá incrementarse, y el porcentaje en sueldos y salarios deberá reducirse.

    Si esta proposición de Douglas se hubiese adoptado hace 40 años, el desarrollo de la situación económica habría sido bastante diferente del que hemos visto. En lugar de incrementos de sueldo y salario para empleados que cada vez toman menos y menos parte en el trabajo, habríamos visto mayores y mayores dividendos para todos, incluyendo a los obreros, sus mujeres, y sus hijos.

    Habríamos visto menos inflación. Estando provistos todos con poder adquisitivo, la producción habría respondido mejor a las necesidades de todos.

    De manera similar, en otros aspectos, los obstáculos puramente financieros se habrían eliminado, el volumen de producción realizada y distribuida habría sido más cuantioso, imponiéndose el límite sólo por el límite de la capacidad de producción física, o sólo por el límite de las órdenes de un consumo saturado.

    Los asalariados no habrían perdido nada; habrían pasado a ser como los capitalistas, gente que obtiene más en dividendos que en sueldos.

    ¿Cómo se distribuiría este dividendo social mensual a todos y cada uno de los miembros de la sociedad?

    De la forma que se considerase más práctica: la que requiriese el mínimo de burocracia, la que necesitase el menor número de añadiduras a los actuales mecanismos de transferencia de los medios de pago.

    Por ejemplo, las pensiones para la Seguridad de los Ancianos y los varios subsidios (para ciegos, discapacitados, etc.), se pagan mediante un cheque enviado mensualmente a cada asegurado registrado. Lo mismo puede hacerse para el dividendo mensual para todos.

    También podemos, una vez más, usar el canal de los bancos comerciales, teniendo que registrarse cada ciudadano en un banco de su localidad. Cada mes, el banco comercial simplemente abonaría en cada una de estas cuentas la cantidad decretada para el dividendo mensual. En este caso, como en el caso de las operaciones de las que hablamos para cubrir los costes de producción mediante créditos libres de interés, el banco comercial obtendría del Banco Central, a solicitud y sin costes, las cantidades necesarias para los dividendos mensuales, los cuales colocaría de esta forma en las cuentas que tiene bajo su jurisdicción. Y en cuanto a los costes de estos servicios, al banco comercial le pagaría el Banco Central conforme a adecuados acuerdos.

    El dividendo mensual podría también perfectamente ser una operación contable usando el servicio de la oficina de correos. Incluso es el método que Douglas defendía en su esquema para Escocia: “El dividendo habrá de pagarse mensualmente mediante un giro sobre el crédito del Gobierno escocés, a través de la oficina de correos”.

    Con los ordenadores electrónicos y otras técnicas ultramodernas que se introducen cada vez más y más en las grandes oficinas contables, no sería difícil elegir un método que fuese rápido, seguro, preciso y efectivo también, para la distribución de un dividendo mensual a cada persona. Es algo mucho más fácil, ya que la colaboración del compañero capitalista sería mucho más solícita que la del compañero contribuyente.

    ¿No sería, toda esta distribución de dinero a los consumidores a través de dividendos, inflación, a la cual todo el mundo teme?

    Sería un incremento de dinero en las carteras de los consumidores, y no pienso que tal cosa hiciera quejarse nunca a aquél que se beneficia de ello. Cuando se le sube el ingreso a alguien, eso no le perjudica. ¿Se ha oído alguna vez que alguien se quejara porque se le subiera su ingreso? Cuando los precios suben, es entonces cuando todo el mundo se queja.

    Pero, ¿esta distribución de dinero a través de dividendos, no haría que, de hecho, subiesen los precios?

    Los precios de coste no se verían afectados en un céntimo. Puesto que los dividendos sociales no los están pagando los productores, no pasarían a través de la industria, como sí lo hacen los sueldos, los salarios, y los dividendos de los codiciosos capitalistas; por tanto, no irían al precio de coste. Vendrían directamente de la fuente del crédito financiero, que es un bien del pueblo.

    En el actual sistema, que pone restricciones allí donde de ningún modo son necesarias, y que no pone ninguna allí donde algunas sí son necesarias, el incremento del dinero del consumidor sí podría dar lugar a un injustificado aumento en el precio minorista. Pero en un sistema de Crédito Social, el precio de coste permanece en concordancia con los gastos contables durante la producción, y el precio minorista se mantiene bajo control mediante los métodos del precio ajustado y compensado, establecidos en conformidad con el primero de los tres principios expresados por Douglas.

    ¿Subsistiría el dividendo, aun durante los años en que la producción del país no se incrementase?

    ¡Sin duda! Cualquiera que pueda ser el volumen de producción, siempre habrá un porcentaje de esta producción que se deba al capital real comunitario. Únicamente en el caso en que la producción cayera a cero, la base del dividendo desaparecía, y entonces la base de los sueldos y salarios también desaparecería, ya que no se habría realizado producción alguna.

    Obviamente, cuando la producción es baja, el total de poder adquisitivo debe ser bajo para estar en concordancia con la realidad, y, en tal caso, las tres partes –dividendos, sueldos, y salarios– pueden ser comprensiblemente más bajas que durante una producción abundante. Uno sólo puede distribuir lo que existe.

    Pero, en sus escritos y conferencias, algunos socialcreditistas han presentado erróneamente el dividendo haciéndolo consistir únicamente en la distribución del aumento de la producción anual. Este aumento puede justificar un incremento en el dividendo, como hemos dicho antes. Pero, cualquiera que pueda ser el volumen de producción, repitámoslo, siempre hay en esta producción una parte debida al uso del capital social: por tanto, una parte de producción que siempre justifica un dividendo social para todos.

    Otros dicen que el dividendo consistiría en la distribución de la cantidad de dinero que le falta al poder adquisitivo para ser igual al nivel de precios. Tampoco esto es correcto. El dividendo, ciertamente, contribuye a rellenar la brecha entre los precios y el poder adquisitivo, pero su base no está ahí. E incluso si no hubiese brecha alguna entre los precios y el poder adquisitivo, cada ciudadano tendría todavía derecho a su dividendo, por la razón que acabamos de recordar en los párrafos precedentes.

    Asegurar el dividendo para todos es una de las funciones de un sistema financiero sano (Tercer Principio de Douglas). Establecer o mantener el equilibrio entre la suma total de los precios y el poder adquisitivo global, es otra función (Primer Principio de Douglas). La técnica del Crédito Social cumple ambas, sin que nadie perjudique a otro, a través de simples operaciones contables aplicadas a un crédito financiero social en relación con el crédito real del país.



    CRÉDITO SOCIAL Y EMPRESA PRIVADA


    El productor, al tiempo que retiene absolutamente su empresa privada, es, sin embargo, en cierta forma, un agente de la comunidad para hacer uso del crédito real, la capacidad de producción del país.

    El banquero, al tiempo que retiene la propiedad privada de su empresa bancaria, es, sin embargo, en cierta forma, un agente de la comunidad para la canalización, movimiento de ida y vuelta, del crédito financiero basado en el crédito real del país.

    El minorista, al tiempo que retiene completamente su negocio privado y lo hace funcionar sin impedimentos, es, sin embargo, en cierta forma, un agente de la comunidad para la distribución de bienes.

    El Crédito Social es un firme defensor de la empresa y de la propiedad privadas. Pero cualquier empresa privada tiene una función social que cumplir, que automáticamente se conseguiría mediante un sistema financiero en concordancia con las proposiciones expresadas por Douglas.

  8. #8
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

    CAPÍTULO 7. Los impuestos a la luz del Crédito Social


    ¿Seguiría aún habiendo impuestos bajo un sistema financiero de Crédito Social?

    Ésta es una pregunta planteada al estilo del actual sistema financiero. Para responderla, y para poder ser entendidos, es necesario razonar al estilo del Crédito Social, es decir: primero, en términos de realidad, y no directamente en términos de dinero. Una vez que se diese la respuesta en términos de realidad, uno adaptaría la finanza a ella, como en cualquier otro aspecto de la economía de Crédito Social.

    El actual método impositivo está corrupto, al igual que el actual sistema financiero, en contradicción con la realidad económica; es trapacero, al servicio de la centralización en manos de los imperios financieros y del Estado. Douglas declaró acerca de este asunto, en una conferencia dada en Westminster, en Febrero de 1926, y reproducida en Warning Democracy, página 61, de la edición de 1934:

    “La tributación moderna es un robo legalizado, y sin embargo es un robo porque se lleva a cabo por medio de una democracia política a la que se le hace cómplice dándole una parte insignificante del botín. Pero no creo que el robo constituya su objetivo primario. Pienso que es la política, más que la mera ganancia, lo que constituye su objetivo. Pienso que lo más significativo es que, economistas del estilo de los que salen de la London School of Economics, hacen todo lo posible para inculcar al Partido Laborista la idea de que es posible obtener algún tipo de edad dorada acelerando el proceso de robo”.

    Y en Social Credit, página 105 de la edición de 1937, Douglas escribió:

    “Las finanzas y la tributación de hoy día, son simplemente un ingenioso sistema para concentrar el poder financiero”.

    Y en la página 150 del mismo libro, Social Credit:

    “La principal tendencia del proceso (de tributación) es concentrar el control del crédito, de forma potencial, en grandes organizaciones, y señaladamente en manos de los grandes bancos y compañías aseguradoras”.

    Aún, en Warning Democracy, página 175, escribió Douglas:

    “Bien se entiende que la tributación, en su actual forma, es un método innecesario, ineficiente y vejatorio para alcanzar los fines por los que aparentemente fue diseñado. Pero a la vez que esto es así, hay, por supuesto, una sensación de que, mientras existan frente a frente empresas privadas y servicios públicos, la tributación será inevitable. Los servicios públicos requieren una provisión tanto de bienes como de servicios humanos, y el mecanismo por el cual éstos se transfieren de la empresa privada al servicio público ha de ser, en esencia, mediante una forma de tributación”.

    ¡Ah! ¿No contradice esta cita de Douglas a las anteriores citas?

    En absoluto, si se presta atención a los términos usados por Douglas, así como a sus argumentos de apoyo.

    A lo que Douglas llama “robo legalizado” es al actual método de tributación, aquél que toma dinero de los individuos para satisfacer las exigencias y finalidades del sistema financiero. Mientras que la “forma de tributación” que él considera inevitable, es un mecanismo, no para tomar dinero de los individuos, sino, como él dice, para transferir, del sector privado al sector público, las cosas y el trabajo requeridos para responder a las necesidades públicas de la comunidad. Esto no es hablar ya en términos de mitología financiera, sino en términos de realidad.

    ¿Podría usted ilustrar un poco este punto?

    Cuando un gobierno ha construido, digamos, una carretera, o un trozo de carretera, ¿impide o reduce esto en lo más mínimo la producción de leche, mantequilla, hortalizas, ropa, zapatos u otros bienes de consumo? ¿No se ha activado, por el contrario, la producción, debido a que los sueldos distribuidos a los trabajadores de la carretera estimulan la venta de estos bienes de consumo?

    Ahora bien, en el actual sistema, el gobierno impone tributos a los contribuyentes para pagar a los trabajadores de la carretera. Toma dinero, que compraría bienes de consumo, para pagar por la construcción de la carretera.

    El sistema no está en concordancia con la realidad. Si el país es capaz de producir al mismo tiempo tanto bienes privados como públicos, el sistema financiero deberá suministrar el dinero para pagar por ambos. No hay razón para reducir el nivel de vida del sector privado en favor del nivel de vida del sector público, cuando la producción del país puede alimentar a ambos.

    Bajo un sistema financiero de Crédito Social, el dinero vendría automáticamente para financiar toda producción físicamente posible y requerida por la población, con independencia de que se tratase de producción privada o pública. Esto es lo que explicamos anteriormente para el sector público cuando tomábamos, como ejemplo, la construcción de un puente.

    ¿Es a causa de la actual forma de financiación de las obras públicas, por lo que Douglas llama a los tributos “robo legalizado”?

    Es evidente y obvio que se trata de un robo, que sólo la locura podría excusar. Tal y como fue expresado en un antiguo número de la revista Michael:

    “Cuando la población del país es capaz de suministrar tanto bienes privados como públicos al mismo tiempo, se tiene que ser un idiota o un ladrón para tomar de los individuos sus derechos sobre la producción privada so pretexto de permitir la producción pública”.

    Pero hay otros casos en donde los tributos constituyen un saqueo injustificado, aunque legalizado. Entre otros, los siguientes casos:

    – Todo poder adquisitivo que los tributos toman de los individuos, al tiempo que la producción ofertada aguarda a los compradores;

    – Todo lo que el gobierno toma en tributos para ocuparse de funciones que deberían dejarse a los individuos, familias, cuerpos intermedios. Y, a ese respecto, el robo se va incrementando a medida que las interferencias del gobierno se multiplican. El gobierno, es verdad, siempre da, como razón, la incapacidad financiera de los individuos, familias, administraciones públicas locales. Su acción, entonces, debería dirigirse a corregir esta incapacidad financiera, como haría un sistema financiero de Crédito Social.

    – Robo legalizado de nuevo: no sólo los tributos mismos, sino todos los gastos implicados en la recaudación de los tributos, gastos que son pagados por el público de uno u otro sector, sin obtener a cambio ningún servicio.

    Pero su última cita de Douglas menciona una “forma de tributación” para transferir bienes y trabajo de la producción privada a la producción pública, y usted ha dicho que esto no es necesariamente una transferencia de dinero. ¿Cómo lo ve usted?

    Primero, lo veo en términos de realidad; en cuanto a su expresión financiera, puede tomar diferentes formas. Me explico:

    Para la construcción del puente –el ejemplo dado de un plan público– es la decisión que toma el gobierno, con la aprobación de los representantes del pueblo, la que constituye la transferencia de una parte de la capacidad de producción del país hacia el sector público. Y es la situación que resulta del volumen de producción de bienes de consumo, la que podría afectar al nivel de vida de la población.

    Ya se trate de bienes privados o de públicos, la población ciertamente no puede obtener más que lo que se produzca. Si los ciudadanos, a través de sus representantes, exigen de sus gobiernos tantos bienes públicos que hacen que se reduzca la producción de bienes privados, entonces su nivel de vida necesariamente habrá de descender correlativamente, aun cuando se incrementase su disfrute de bienes públicos. No es una cuestión de finanzas, sino una cuestión de riqueza real.

    ¿Y cómo se expresaría financieramente esta situación real? Mediante una reducción del poder adquisitivo, ya que uno no puede comprar lo que no existe. Y esta reducción de poder adquisitivo, bajo un sistema financiero de Crédito Social, se adecuaría matemáticamente en el mecanismo del precio ajustado y compensado. Ésta sería una “forma de tributación” que se correspondería con la transferencia, del sector privado al sector público, de una cierta parte de la capacidad productiva del país.

    Cualquier incremento de precios proveniente de este ajuste, sería perfectamente justificable. No sería ni especulación ni explotación, ya que el total se ajustaría de acuerdo con la ratio de consumo en relación a producción. El incremento significaría una reducción del volumen de producción de bienes privados. El público siempre sería consciente de ello; si considerase la carga demasiado pesada, exigiría a su gobierno refrenar sus actividades del sector público.

    La “forma de tributación” expuesta aquí arriba no pretende ser la única concebible. Lo principal es que, en cuanto al aspecto financiero, éste sea el reflejo exacto de la realidad. En cuanto a la elección de métodos, es una cuestión de practicabilidad, tomando en cuenta circunstancias y experiencia, siempre y cuando se respeten los principios.

    ¿Significa todo esto que, con el sistema financiero de Crédito Social, no tendríamos que pagar ya más a los gobiernos, ni a los ayuntamientos, ni a las juntas escolares y otras administraciones públicas, y que vendría nuevo dinero para todas sus necesidades?

    Hay que hacer unas distinciones. Dijimos que la nueva producción debe financiarse con nuevos créditos, pero añadimos que uno debe pagar a medida que uno consume. Por ejemplo, si una escuela construida con nuevos créditos se estima que durará al menos veinte años, la población que la usa debe pagar por ella un veinteavo de su precio cada año. Ya lo explicamos para el puente.

    Esto no es ya una tributación confiscatoria; es el pago por aquello que consumimos. Es tan normal como el pago de un traje a un sastre, o del pan a un panadero.

    De manera similar ocurre con los servicios públicos, instituidos para proporcionar servicios a los individuos o familias, los cuales serían más costosos si los individuos o familias tuvieran que proveerlos individualmente.

    Tomemos, por ejemplo, las plantas abastecedoras de agua o los servicios de basura. Si cada familia tuviera que ir y obtener el agua a un lago o a un río, o pagar para que le trajesen algo de agua, esto costaría tiempo, cansancio, o dinero. De manera similar, coger la basura o hacer que se la cojan para echarla a un vertedero.

    Y la educación: una madre a menudo no tiene tiempo, aun cuando tuviese competencia, para convertirse en profesora de sus hijos. Uno difícilmente esperaría que cada familia fuese capaz de encontrar y contratar un tutor privado para hacerlo. Pero si 20, 30, 100 familias, deciden conjuntamente contratar un personal competente para enseñar a todos sus hijos, eso, por un servicio equivalente, sin duda le costaría menos a cada familia.

    ¿Deberemos denominar impuestos a lo que cada familia tenga que pagar? Quizá, porque el término es usual; pero, en realidad, no sería menos impuesto que el dinero pagado a un doctor que tratase a un miembro de la familia, o la factura del zapatero por una reparación de zapatos.

    Entonces, ¿cuál es la diferencia, en lo que se refiere a los tributos, entre lo que hoy existe y lo que se puede esperar bajo un sistema financiero de Crédito Social?

    Una enorme diferencia. Primero, como hemos dicho, los desarrollos del país se financiarían con nuevos créditos, y no con impuestos. Solamente pagaríamos financieramente por su consumo, su uso y desgaste, no por su producción. No arrastraríamos deudas públicas, que son matemáticamente impagables, y que son servidas o pagadas cada año con una gran porción de los ingresos tributarios.

    No tendríamos que pagar tributos tampoco para sostener a empleados gubernamentales que se encargan de funciones que deberían ser asunto de los individuos y de las familias mismas. Y los individuos y familias de hoy ya no estarían en incapacidad financiera, lo cual invita a los gobiernos a hacer las cosas en su lugar.

    No tendríamos que alimentar con los tributos los fondos cada vez más exigentes de los organismos gubernamentales de la seguridad social, ya que todos los ciudadanos, como coherederos y copropietarios de un capital común, encontrarían su seguridad económica incondicional en el dividendo social combinado con el ajuste de los precios.

    Así pues, ya que todas las posibilidades físicas vendrían a ser, por este mismo hecho, posibilidades financieras, el público podría, colectivamente, pagar por cualquier cosa que el país pudiese proporcionar, tanto en producción pública como privada. Por tanto, el pago de los servicios públicos no sería, como lo es hoy, una carga ni un obstáculo para la obtención de bienes privados.

    Bajo un sistema financiero de Crédito Social, todos los ciudadanos son tratados como accionistas, con derecho a un dividendo sobre la producción nacional. También, en cuanto accionistas, se les mantendría informados periódicamente sobre las cuentas nacionales, las cuales serían infinitamente más simples, más claras, que las complejidades del actual sistema. Por tanto, estarían capacitados, como hemos dicho más arriba, para dar órdenes a sus representantes electos, en el caso de que prefirieran ver a la producción del país dedicar más de sus actividades a la satisfacción de necesidades privadas.

    Es más, el ingreso garantizado para cada persona –en el comienzo al menos hasta el nivel del mínimo vital, y pronto a continuación hasta el nivel de un mínimo de civilización–, sería el medio con el todos podrían dar sus propias órdenes a la capacidad de producción.

    Desde la perspectiva de un mundo de Crédito Social, resulta necesario mirar hacia cualquier cosa con una perspectiva de realidad. El nivel de vida ya no dependería del sistema financiero, sino de la producción realizada y realizable a la orden. La finanza solamente intervendría para engrasar el mecanismo de la producción en el lado del productor, y para permitir la libertad de elección en el lado del consumidor.

    ¿Cómo pagaría la población por los servicios públicos?

    Éstos son métodos que se han de determinar de acuerdo con los servicios, dependiendo de si benefician a toda la población o solamente a ciertas áreas geográficas; de acuerdo con aquello que pruebe ser más práctico una vez ensayado. Pero debemos evitar aquello que, so pretexto de eficacia, cause males a las personas, que ningún objetivo financiero puede justificar.

    Ciertos servicios públicos pueden muy bien continuar siendo pagados, como hoy, solamente por aquéllos que los usan. Tal es el caso del servicio postal: aquéllos que quieren usarlo, pagan por él mediante la compra de sellos. Tal es el caso, a su vez, de ciertas rutas de comunicación rápida, como las autopistas (aunque, bajo un sistema de Crédito Social, muchos peajes podrían desaparecer o durar menos tiempo, a la vista de los nuevos medios de financiación de las obras públicas).

    Otros servicios públicos son usados por todos los ciudadanos, con independencia de la parte del país en la que vivan. Es el caso de las carreteras ordinarias. Es también el caso de la seguridad nacional, por la cual se entiende la protección del país contra cualquier posible agresión, requiriéndose el mantenimiento de un ejército suficiente, y, en caso de ataque, operaciones militares. Es el caso, a su vez, de la administración del país para mantener el orden social establecido. Todo el mundo se beneficia igualmente de él. La forma más simple de pagarlo sería, nos parece, mediante el uso del crédito nacional, recobrado a partir del público mediante el mecanismo del precio ajustado.

    Pero hay servicios públicos que son ofrecidos solamente a fracciones de la comunidad, tales como plantas abastecedoras de agua y servicios de alcantarillado y otros, que las gentes del campo no disfrutan como aquéllos que viven en las ciudades. Por lo que sería injusto que estos servicios se pagaran a través de un ajuste de los precios, por el cual todos los compradores, tanto los del campo como los de las ciudades, habrían de asumir los costes. En estos casos, depende de los municipios que suministran estos servicios el hacérselos pagar a su propia población.

    En general, podemos decir que son los favorecidos por estos servicios a quienes corresponde asumir los costes. En cuanto al mejor método, Douglas escribió en Warning Democracy (edición de 1934, página 176):

    “Ahora bien, del mismo modo que hay dos métodos en teoría por los cuales puede distribuirse la plusvalía originada por la asociación, a la cual denominamos crédito público (siendo estos dos métodos, o bien una concesión de “dinero”, o bien una reducción general de precios), y la elección entre estos dos métodos es una cuestión de practicabilidad y no de principios, así también hay dos métodos por los que puede obtenerse esta transferencia de bienes y servicios del uso privado al público: el método directo, y el indirecto; y resulta curioso que tengamos esa tendencia a insistir en el método directo, con sus crudezas, complicaciones, e iniquidades. Sería algo simple y práctico abolir todo tributo en Gran Bretaña, sustituyéndolos, por tanto, por un simple impuesto sobre ventas sobre artículos de toda descripción, y, aparte de otras consideraciones, tal política daría como resultado una economía o ahorro de administración muy por encima de cualquier cosa concebible dentro de los límites del actual sistema financiero”.

    Los impuestos directos son las cantidades recaudadas directamente de los individuos, como el Impuesto sobre la Renta, la Capitación allí donde exista, el Impuesto de Sucesiones, Impuesto sobre la Propiedad, etc…

    Douglas da, así pues, preferencia a los impuestos sobre ventas, que afectarían a los precios. En un sistema de Crédito Social, esto se combinaría con el ajuste de los precios que han de ser pagados por el consumidor. Un método perfectamente adecuado, al menos para el pago de los servicios públicos ofrecidos a toda la comunidad, como hemos apuntado más arriba.

    ¿Pero no es injusta esta forma de hacer pagar a todo el mundo por los servicios públicos, ya que incluye a gente de bajos ingresos y a familias numerosas que, debido a sus muchos hijos, se ven forzadas a comprar más?

    Esta objeción olvida que, incluso en el actual sistema, los precios son los mismos para todo el mundo, tanto para los pobres como para los ricos.

    Olvida, sobre todo, que, bajo un sistema financiero de Crédito Social, a cada persona se le asegura un ingreso, cualquiera que sea la edad en la que uno pueda estar, a través del dividendo social ligado al individuo y no al empleo; de tal forma que estarán viniendo tantos dividendos como gente haya en la familia. Así pues, este dividendo debe ser lo suficientemente grande, aun con la inclusión de los precios de los servicios públicos en los precios de los bienes de consumo, como para permitir a cada individuo satisfacer al menos las necesidades de la vida en un país que puede proporcionar más que las necesidades de la vida de todos. La jerarquía de las necesidades requiere, de hecho, que la capacidad de producción del país sea usada en primer lugar para la satisfacción de las necesidades de la vida de todos.

    Además, los ricos generalmente, por no decir siempre, compran más que los pobres; con el método indirecto propuesto, estarían, por tanto, financiando los costes de los servicios públicos más que los pobres. Es simplemente algo justo que, aquél que se beneficie más de la riqueza nacional, pague más por su coste.

    Si uno lo observa atentamente, los impuestos incluidos en los precios tienen también un carácter menos dictatorial que el Impuesto sobre la Renta o el Impuesto sobre la Propiedad. Se trata de un punto que el maestro Douglas enfatizó. Si uno quiere pagar menos impuestos a través de los precios, uno siempre tiene la elección de comprar menos, de contentarse con un menor nivel de vida. Mientras que el Impuesto sobre la Renta o el Impuesto sobre la Propiedad te golpea situándote bajo una estricta obligación, aun cuando uno no saque beneficio particular alguno de su ingreso o de su propiedad.


    EL MÁS INICUO DE TODOS LOS IMPUESTOS

    Aquí tenemos la oportunidad de decir una palabra acerca del Impuesto sobre la Propiedad, especialmente cuando se impone sobre la vivienda familiar. Es la fuente de una multitud de males.

    La vivienda familiar es un hogar, no una fuente de dinero: ¿por qué pedir a la familia dinero que no proviene de las paredes ni del techo de su casa?

    Esto es desalentar el estatus de propietario, lo cual va muy bien en la dirección del Comunismo.

    A menudo viene a poner a la familia en un estado de angustia, a la vez que quizás se está esperando a tirarla a la calle, como efecto de su incapacidad de alcanzar el dinero que no tiene, incluso después de soportar penalidades meses tras meses sin conseguir encontrar la cantidad reclamada por la Agencia Tributaria.

    Es obvio que, si esta forma de tributos se ha generalizado con preferencia a otras, es porque permite a la autoridad tributaria penalizar a aquéllos que no pagan, poniendo sus propiedades a la venta. Esto es dar más importancia a la recolección de dinero que a los seres humanos.

    El Impuesto sobre la Propiedad es, en nuestra opinión, el más inicuo de los impuestos, y el primero del que hay que deshacerse.

    Para concluir con el asunto de los impuestos, repitamos que, bajo un sistema financiero de Crédito Social, no hay, por así decirlo, impuesto alguno. Hay pago por los servicios recibidos, servicios tanto públicos como privados. Y, en cualquier caso, a la población del país se la proveería con medios de pago para pagar los precios de todo lo que se le ofreciese para responder a las necesidades tanto públicas como privadas.

  9. #9
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    Re: Un sistema financiero sano y efectivo (Louis Even)

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    CONCLUSIÓN


    Terminaremos ahora este estudio sobre un sistema financiero sano y efectivo. No porque hayamos agotado el asunto, sino porque creemos que hemos capacitado al lector –o, mejor aún, al estudiante– para abordar, a la luz del Crédito Social, prácticamente todos los problemas económicos que pueden surgir, a menudo con importantes incidencias sociales.

    Abordarlos a la luz del Crédito Social, significa realizar un barrido limpio de todas las limitaciones puramente financieras.

    No hay problemas puramente financieros con el Crédito Social: ni para implementar las posibilidades productivas del país; ni para distribuir adecuadamente los frutos de la producción, sin olvidar a nadie.

    Y esto, sin necesidad de nacionalizar ninguna empresa; sin buscar una vía utópica para igualar los niveles de vida; sin revolucionar los métodos establecidos de producción y mercadotecnia; sin suprimir la remuneración de aquéllos que, mediante sus actividades de empresarios, productores o minoristas, implementan los medios para producir y ofrecer la riqueza a la población.

    Podemos añadir que, un sistema financiero que refleje la realidad, como el Crédito Social, permitiría a un país de inmensa producción poder dar de su abundancia a los países que sufren de hambre.

    La abolición de los obstáculos puramente financieros da paso a perspectivas de desarrollos enriquecedores para todos, enriquecimientos de naturaleza tanto cultural como material, pero incompatibles con los defectos del actual sistema financiero.

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