BREVE GAVILLA ANECDÓTICA DE HERNÁN CORTÉS
ANÉCDOTA PRIMERA


El carácter

He aquí una historia mínima del «pre héroe» Hernán Cortés; de un hombre que aún no merecía, ni de lejos, pasar a la Historia, con mayúscula, pero que revela determinadas cualidades del carácter de quien muy pronto levantaría el vuelo que va de los rastrojos a las estrellas, del anonimato a la gloria.
En el origen de la enemistad entre Hernán Cortés y Diego Velázquez, gobernador de Cuba, hubo un asunto de faldas. Hay que anticipar que Cortés, en su juventud, fue harto galán y mujeriego. Y como todos sus iguales, más amigo del cambio que del compromiso. Existe una obra titulada Las mujeres de Cortés en la que se contabilizan treinta y siete de ellas, con las que tuvo amores de cierta entidad por su duración, sin contar, ello es claro, con las innumerables aventuras esporádicas. Es el caso que de España a Santo Domingo, y de Santo Domingo a Cuba, donde se hallaba Cortés, llegó una familia, compuesta por el padre, don Diego Suárez Pacheco (que murió en seguida), su esposa, doña María Macayda, cuatro hijas casaderas de gran hermosura, y un varón llamado Juan, que hizo gran amistad con Hernán Cortés, compañeros de armas y de aventuras amorosas. Ambos alternaban el ejercicio de la espada (pues intervinieron en numerosas operaciones militares para la total pacificación de la isla), con el cultivo de la agricultura y la ganadería, ya que, según Bartolomé de las Cass, fueron los primeros que tuvieron «hato y cabaña». Con una de las hermanas de Juan Suárez Marcayda, llamada Catalina, tuvo amores Cortés bajo promesa de matrimonio. Y otra de ellas fue muy cortejada por el gobernador Diego Velázquez, aunque no existen pruebas de que llegase a ser su concubina.
A pesar de sus promesas, Cortés no acaba de cumplirlas, y se sentía harto remiso al matrimonio. La hermana galanteada por el gobenador recurrió a éste para que conminase a don Hernando a que se casase. Y, como el galán, con diferentes pretextos eludía el compromiso, fue mandado encarcelar por el que hubiese podido ser su cuñado. A los pocos días, huyó Cortés de la prisión y se refugió en una iglesia, de donde, a altas horas de la noche, para estirar las piernas, refrescarse del fuerte calor caribeño o buscar nuevas aventuras, salió a pasear. Los secuaces del gobernador tuvieron noticia de estas escapadas nocturnas, lo volvieron a apresar y, ante la inseguridad de la cárcel de la que tan fácilmente escapó, lo encerraron en una nave. De poco sirvió la estrecha vigilancia a la que estaba sometido porque, sin que nadie lo advirtiera, se lanzó al mar por un sitio inverosímil: el tubo de la bomba de achique. A nado llegó a tierra, y volvió a refugiarse en sagrado. Desde allí, por medio de un fraile, mandó un billete a su amigo Juan Suárez Marcayda rogándole que escondiese una lanza y una ballesta en cierto lugar en descampado. Y, al saber que el encargo había sido cumplimentado, recogió las armas y, sin otra compañía, se dirigió a casa del gobernador, al tiempo que éste salía de la misma. Velázquez se espantó creyendo que iba a matarle. Pero Cortés le tranquilizó manifestándole que únicamente le visitaba para saber por qué con tanta saña le perseguía, siendo su amigo. Se intercambiaron explicaciones, y Cortés se mostró tan cortés como exigía su nombre, y tan persuasivo y diplomático, que hicieron allí mismo las paces. Y, para sellar su amistad, durmieron aquella misma noche en una misma cama y, a la mañana siguiente, comulgaron con una misma hostia partida en dos, jurándose eterna amistad. Y, para sellarla definitivamente, Cortés casó con doña Catalina, y Diego Velázquez le encomendó una armada para proseguir los descubrimientos que en la península de Yucatán había iniciado Juan de Grijalva. No viene al caso relatar aquí las vicisitudes de este matrimonio –del que hablaremos en otro lugar-- ni de la inconstancia de Velázquez al retirar a Cortés el mando que le había concedido, sino de resaltar cuatro rasgos característicos de don Hernando: la tenacidad, al huir cuantas veces fue encerrado; la astucia, al descubrir un medio tan insólito para escapar de la nave; el arrojo, al presentarse solo ante el dueño de vidas y haciendas; las dotes de persuasión y diplomacia para captarse la amistad del mismo que le perseguía y, por último, la ductibilidad para ceder en aquello que, con razón, se le demandaba y que su honor le exigía: reparar con el matrimonio de doña Catalina Suárez. Si hubiese que destacar las cualidades más sobresalientes que desplegaría Cortés más adelante –al burlar a Diego Velázquez cuando éste le retiró el mando de la Armada; al pactar con el Cacique Gordo de Zempoala, convirtiendo al más feroz adversario, en el más fiel aliado; al incorporar a su exiguo ejército a doscientos mil tlaxcaltecas; al doblegar, sin sangre, la voluntad de Moctezuma; al vencer al ejército, diez veces superior al suyo, capitaneado por Pánfilo de Narváez, que Diego Velázquez mandó en su persecución; al incorporar a su mínima tropa de españoles el ejército que fue enviado contra él—hay que convenir , que ya en esta mínima anécdota de Cuba, las cualidades que destacaban en él eran la tenacidad, la astucia, el arrojo, la persecución, la diplomacia y la ductibilidad.

Tomado de América y sus enigmas (y otras americanerías), de Torcuato Luca de Tena. Editorial Planeta 1992