Hay que ser audaz y aguerrido para escribir sobre Perón, Eva y Buenos Aires sin haber salido de Escocia, eh.
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Una llama misteriosa, del escocés Philip Kerr: el libro que va a escandalizar a la argentina
La novela de Perón pedófilo y Evita nacionalsocialista
Describe al ex presidente como un dictador de pene pequeño, que busca vírgenes y las obliga a abortar. Y a su primera mujer como una madre abandónica y comehombres que ayuda a los nazis por consejo del Papa. Polémico.
Pablo Robledo, desde Londres
07.03.2009
Retratos y distorsiones. El protagonista del libro, Gunther, es reclutado personalmente por el mandatario y la primera dama para espiar a sus “compañeros” en un palacio estilo indio.
La Argentina es una dictadura militar donde los oficiales de inmigración saludan a los recién llegados con un taconeo y un "¡Heil Hitler!".
Juan Domingo Perón es un dictador que, probablemente, sufre una enfermedad venérea en su pequeño pene y cuyo hobby es mantener relaciones sexuales con adolescentes a las que luego manda a abortar, esposadas y drogadas, a la clínica del doctor Joseph Mengele, que vive en la calle Arenales.
Evita, que tiene una hija con un ex oficial de la Gestapo pero la abandona para dedicarse a la causa de los pobres y a Perón, es una “resentida” comehombres que, por consejo del Papa, ayuda a los nazis a escaparse de Europa.
Los argentinos son furiosamente antisemitas, adictos al churrasco, fascistas, superficiales, “porque no tienen ni el deseo ni la voluntad de ser fascistas propiamente dichos”, carecen de sentido del humor y tienen carácter triste porque viven en un rincón perdido del mundo.
Buenos Aires es un puerto que “huele a gases de caños de escape, humo de cigarros, café, perfumes caros, carne cocinada, fruta fresca, flores y dinero”, donde los ingleses y los norteamericanos hacen sus negocios, viven 250 mil judíos, los “Russos”, en los barrios de Villa Crespo, Belgrano y Once, y el poder real es de los nazis.
A este microcosmos llegan en 1950, a bordo del barco italiano SS Giovanni, tres ex miembros de las temidas SS: Adolf Eichmann, Herbert Kuhlmann y el reacio Bernie Gunther.
Bernie, Kerr y Chandler. Antes, a Bernie Gunther lo podíamos encontrar en la Berlín de los años 30, en el frente ruso de la Segunda Guerra Mundial o en la Viena de posguerra. Cínico, mordaz, idealista, noble, atrapado en los vaivenes políticos que dieron origen al nacionalsocialismo y luego prisionero de sus consecuencias, soldado en la Primera Guerra Mundial, ex inspector de la Kriminalpolizei, detective privado con un ojo en la próxima chica y el otro en el próximo caso, duro pero querible, la versión alemana de Philip Marlowe y uno de los personajes mejor logrados de la novela policial de carácter histórico. Puro Chandler, como definió The Observer, la escritura de su creador, el escocés Philip Kerr.
Con la trilogía del Berlín Noir, compuesta de "Violetas de marzo", "Pálido criminal" y "Réquiem alemán", Kerr se ganó, a fuerza de calidad de escritura, poder de la trama y atención al detalle, un lugar importante entre los creadores de sagas detectivescas de la cultura popular europea.
Tanto así que, después de quince años de silencio, decidió “resucitar” el personaje en un muy buen libro titulado Unos por otros, donde encontramos a Gunther en 1949 como hotelero, con la esposa internada en un manicomio e inmiscuyéndose en organizaciones secretas del neonazismo para seguir el rastro de los criminales de guerra que pretenden escapar a América.
La Argentina ya se olía pero estalla en A quiet flame, título inglés de la quinta entrega de la serie que RBA publicará en español como Una llama misteriosa.
Horrores históricos. Misteriosa es la llama pero también son las razones que llevaron a un escritor que tan minuciosamente ha trabajado el arte de la reconstrucción histórica a publicar tal esperpéntico catálogo de errores, horrores y clichés.
Según Kerr, la fórmula en que se basa la ficción es la del “que pasaría si”, ayudada por la lectura del libro sobre los nazis en Argentina llamado La auténtica Odessa, de Uki Goñi. Pero el resultado final es una apología del racismo y la mala leche.
A las pocas horas de llegar, Gunther es reclutado personalmente por Perón, Evita y el jefe de una SIDE que opera desde la Casa Rosada –una “especie de palacio de un maharaja indio”– para infiltrarse entre sus viejos camaradas con el aparente objetivo de establecer un registro de sus vidas pasadas.
En un ir y venir entre Buenos Aires 1950 y Berlín 1932, ciudades atadas por un caso policial sin resolver, muy pronto se ve envuelto en las supuestas ramificaciones de la Directiva 11 –la infame prohibición a la inmigracion de judíos firmada por José María Cantilo durante el gobierno conservador– y la lucha entre “los Perones” y los nazis emigrados por el control de miles de millones de dólares depositados en Suiza.
La desaparición de varios argentinos de origen judío y su búsqueda del rastro de la “hija” de Evita lo lleva a un campo de concentración en los cañaverales tucumanos, abandonado pero con cámara de gas incluida, cuidado por Hans Kammler, el ingeniero alemán que diseñó los campos de concentración nazis y las bombas V2. Arrestado, es puesto en un vuelo de los que organizaba el gobierno peronista para deshacerse de los opositores arrojándolos al Río de la Plata. Arrojan a todos menos a él y así se llega a un final bien chandleriano pero tan poco convincente como el resto de las situaciones.
En la version inglesa, Kerr desparrama palabras en español como un niño que descubre un juguete nuevo, de manera tan antojadiza como errónea: el juego de la “quinella”, la isla “Marín García”, el “Oficial Registro” y los prostíbulos de “pesar poco”. Desde la dedicatoria –“Para el desaparecido”– hasta la penúltima página –“Cía. de Navegacio Fluvial Argentina”– aprendemos que los “oyentes” son los espías peronistas, las “casitas” son las milongas prostibulares, los “caballeros blancos” son con quienes sueñan las mujeres, los “creolos” son los cafishos, los empleados públicos son “chanchos” y los gays son los “jotos” o “pájaros”.
Tucumán está situada en la Pampa húmeda, el olor que prevalece –hasta en los jabones del hotel– es el de la mierda de caballos y está poblada por “indios guaraníes”, gauchos y “mestizos”, que son los indios locales. En los alrededores de Buenos Aires, los pasajeros del tren “huelen el mar”, la gente toma “cubanos”, “fuman hasta los gatos y los perros” y la picana es el único aporte argentino a la modernidad porque “el fascismo nunca lució tan bello como aquí”, ya que “el peronismo es la marca argentina del fascismo”.
“Luis Irigoyen fue presidente y después embajador en Alemania”, por lo que hay una avenida con su nombre. Perón es un “neurótico que sufre de retencion anal”, fue “originalmente depuesto en octubre del 1945” y llama a sus novias “frutas inmaduras”. Por Mengele mismo nos enteramos que el General “gusta de las chicas jóvenes, doce, trece, catorce. Vírgenes. Le gusta la estrechez de las jovencitas porque su pene es muy chico... ya hice trece abortos para él”. Evita es la “Madona de Buenos Aires” o la “Dama de la Esperanza”, reparte a los pobres “el dinero del Reichsbank” y cuando se encuentra con Gunther le dice que ella no es una “putita” ni una “chupacirios”, mientras se desabrocha la blusa y pone las manos del detective en su corazón aunque él “siente sólo las tetas” y trata de disimular su erección.
Para rematar, en las notas de autor, asegura que como resultado de la firma de la Directiva 11 –nunca aclara que fue firmada durante el gobierno de Ortiz– al menos 200 mil judíos europeos fueron condenados a muerte y que grandes cantidades del botín nazi terminaron en manos de “los Perones”. ¡Guanderful, señour Filipi!
“Muchos se enojarán pero deben recordar que es sólo ficción”
Cándidamente, Kerr confiesa que no es un buen viajero, por lo que la Argentina de su libro está reconstruida en buena parte a partir de un cúmulo de fotografías viejas.
Respecto de los aspectos más polémicos intenta responder a las críticas en el portal web del periodista norteamericano Ron Rosenbaum.
“Me atrevo a decir que habrá muchos argentinos que se enojarán con el contenido de mi novela pero deben recordar que es sólo una novela. Sin embargo, me parece un corolario inevitable del hecho de haber tenido miles de criminales de guerra de las SS en su país que ahora otras personas, como yo, puedan especular acerca de que es lo que estos tipos hicieron mientras estuvieron allí”.
“Podemos decir que cada país tuvo su puñado de nazis pero ninguno en la escala del número que había en Argentina”, continúa, para recordar que “la reacción de la gente en Argentina después del secuestro de Eichmann no fue preguntarse cómo un hombre como ese podía estar en el país sino desatar una ola de antisemitismo. Desde el momento en que se anunció que Eichmann estaba en Jerusalén hasta que terminó el juicio, en 1962, no era seguro ser un judío en Buenos Aires. Hubo varios disturbios antisemitas y muchos judíos de la ciudad fueron secuestrados y asesinados. A una chica se le colocó una esvástica en el cuerpo antes de ser asesinada”.
El escritor piensa que Argentina nunca se sintió cómoda con su poblacion judía y todavía no se siente así, dados los atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel.
Además, niega tener alguna prueba de que el prófugo nazi Hans Kammler se haya refugiado alguna vez en Argentina o que haya existido algún campo de concentración nazi en Tucumán.
Todos los intentos que hizo Crítica de la Argentina para comunicarse con él o conocer sus opiniones a través de la editorial inglesa y de la española fueron infructuosos.
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