Revista FUERZA NUEVA, nº 536, 16-Abr-1977
FIN DE LA LUNA DE MIEL
Adolfo Suárez preside el segundo Gobierno de la Monarquía. Pero es el primer jefe de Gabinete nombrado por la Corona, ya que Carlos Arias lo había sido por el Caudillo y ratificado temporalmente por el Rey. La designación de aquél resultó una verdadera sorpresa, que se ha ido acentuando a medida que, a través de reales decretos-leyes, han tomado cuerpo sus insospechados propósitos reformistas y democratizadores. Pues, albergando ideas tan demoliberales, aparece como paradójico que aceptara el acceso al Poder por la vía prevista en la normativa fundamental del “autoritario” Estado del 18 de Julio, sin aguardar a que la elección popular lo elevará a la cabeza del Ejecutivo.
La decisión regia produjo, en su día, una general perplejidad, tanto aquí como tras los Pirineos. Allende los Pirineos porque, según se afirma, el candidato preconizado era López Bravo. Aquí, porque muy pocos pronosticaban que Adolfo Suárez llegaría a presidir el Gobierno, dado que, aparte de su discurso en defensa de la partitocracia ante las Cortes (junio, 1976), no se conocía otra actuación destacada en el acontecer político nacional y, pese a los escritos laudatorios publicados a raíz de aquella oración parlamentaria dentro de una parcela de la prensa, carecía del menor atisbo de respaldo popular.
Un “político nato”
La trayectoria pública del actual presidente del Gobierno de la Corona es bien conocida: SEU, Movimiento, tecnocracia y Opus Dei; hombre de confianza de Carrero Blanco, promotor de la UDPE… Alguien afirmó que se trata de un “político nato”, quizá debido a que entre los jóvenes que durante los años 50 cursaban estudios en las universidades españolas resulte difícil buscar otro caso de capacidad de maniobra tan inteligente para atemperarse a los imperativos, siempre cambiantes, de los tiempos. Carrero, Sánchez Bella, Herrero Tejedor, Arias… le otorgaron su confianza, y ahora Juan Carlos I, guiado sin duda por esa habilidad incuestionable que le presenta como excepcionalmente apto para protagonizar la política propia y característica de la nueva configuración liberal-democrática de la nación.
El éxito mayor de Adolfo Suárez radica en la desenvoltura con que aplica al objetivo perseguido los resortes del Poder. Los Principios del Movimiento, jurados por él, por su Gobierno y por los procuradores… “como permanentes e inalterables por su propia naturaleza”, se desvirtuaron o, mejor, se derogaron de hecho a través de un referéndum donde, según revista tan poco sospechosa como “Cuadernos para el Diálogo”:
“Del 25 de noviembre al 14 de diciembre, se utilizaron en publicidad directa, tanto para pedir la participación como para pedir el sí, unas diez horas de programación en la Primera Cadena. Fue abrumador, y así lo sentimos los españoles. Si hubiera sido publicidad pagada habría costado más de 700 millones de pesetas. De estas diez horas se dedicaron claramente a la abstención tres minutos (la intervención de Chueca Goitia); a la abstención matizada, de seis a siete minutos (Gil-Robles, Ruiz-Giménez y Tierno), y unos seis minutos para el no (Blas Piñar y Raimundo Fernández Cuesta). Esto es lo que se llama equilibrio, justicia y proporcionalidad para las opciones políticas. Así entiende Ansón la igualdad de oportunidades”.
Los escrúpulos democráticos tampoco suponen para el joven presidente del Gobierno obstáculo en el uso del tan destacado instrumento del decreto-ley, mil veces denunciado por la oposición como dictatorial, uso que se convierte en manos del segundo Gobierno de la monarquía en vía legislativa normal ante la indisoluble complacencia y aplauso de esa misma oposición. La sentencia adversa del Tribunal Supremo respecto a la legalización del Partido Comunista de España ha sido transformada, gracias a la singularísima dialéctica jurídica del Ministerio de la Gobernación, en argumento favorable para la legalización del referido partido. Las promesas en torno a dicho partido, prestadas solemnemente frente a la Cámara, al aprobar la modificación del Código Penal en materia de asociación ilegal, y las que, según el rumor vigente, se hicieron a los mandos militares en aquella comentada reunión, se incumplen como si nunca se pronunciaran. Además ha conseguido la atomización de las futuras Cámaras legislativas, despreciando los perniciosos efectos de ello, por medio de las nuevas reglas electorales promulgadas -¿cómo no?-, por decreto-ley para alcanzar el clásico “divide y vencerás”. (…)
Vicente DEL COTO
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