LOA DE LAS CARACTERÍSTICAS ESPAÑOLAS:
- IDEAS
RESPETO DE LA IGLESIA ESPAÑOLA A LA ROMANA:
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“Cumple bien Vuestra Santidad el deber de mirar con vigilante solicitud por todas las iglesias y confundir con la divina palabra a los que profanan la túnica del Señor, a los nefandos prevaricadores y desertores execrables...
Esto mismo pensaba nuestro rey Chintila, y por eso nos congregamos en Concilio, donde recibimos vuestras letras...
Divino consejo fue, sin duda, que en tan apartadas tierras el celo de la casa de Dios
inflamase a la vez al Pontífice y al rey... por lo cual damos gracias al Rey de los cielos y bendecimos su nombre con todo linaje de alabanzas. ¿Qué cosa puede haber mayor ni más conveniente a la salvación humana que obedecer a los preceptos divinos y tornar a la vía de salvación a los extraviados? Ni a vuestra corona ha de ser infructuosa la exhortación que nos dirigís de ser más fuertes en la defensa de la fe y encendernos más en el fuego del Espíritu Santo. No estábamos tan dormidos ni olvidados de la divina gracia...
Si alguna tolerancia tuvimos con los que no podíamos someter a disciplina rígida, fue para amansarlos con cristiana dulzura y vencerlos con largas y asiduas predicaciones. No creemos que sea daño dilatar la victoria para asegurarla más. Y aunque nada de lo que Vuestra Santidad dice en reprensión nuestra nos concierne, mucho menos aquel texto de Ezequiel o de Isaías: -Canes muti non valentes latrare-, porque atentos nosotros a la custodia de la grey del Señor, vigilamos día y
noche, mordiendo a los lobos y aterrando a los ladrones, porque no duerme ni dormita en nosotros el Espíritu que vela por Israel.
En tiempo oportuno hemos dado decretos contra los prevaricadores; nunca interrumpimos el oficio de la predicación, y para que Vuestra Santidad se convenza de ello, remitimos las actas de este Sínodo y de los pasados.
Por tanto, beatísimo señor y venerable Papa, con la veneración que debemos a la Silla apostólica, protestamos de nuestra buena conciencia y fe no simulada. No creemos que la funesta mentira de algún falsario encuentre por más tiempo cabida en vuestro ánimo ni que la serpiente marque su huella en la piedra de San Pedro, sobre la cual Cristo estableció su Iglesia...
Rogámoste finalmente, ¡oh tú, el primero y más excelente de los Obispos!, que cuando dirijas al Señor tus preces por toda la Iglesia te dignes interceder por nosotros, para que con el aroma del incienso y de la mirra sean purificadas nuestras almas de pecado, pues harto sabemos que ningún hombre pasa este mar sin peligro.”
SAN BRAULIO (590-651) ‘Carta al Papa Honorio’.
CATOLICIDAD DE RECAREDO:
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“Núm. 53.- Reúne un Sínodo de obispos de diversas provincias de España y de las Galias para condenar la herejía arriana, y a él asiste en persona el mismo príncipe religiosísimo, y confirma sus actas con su presencia y rúbrica, abjurando con todos los suyos la perfidia que hasta entonces había aprendido el pueblo godo del heresiarca Arrio; predica, pues, la unidad de las tres personas en Dios, que el Hijo es engendrado consustancialmente del Padre, y que el Espíritu Santo procede inseparablemente del Padre y del Hijo, y que es uno el Espíritu de ambos por donde los tres son uno”.
SAN ISIDORO ‘Historia de los Godos’. Declaración de fe de Recaredo
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“Presente está aquí toda la ínclita raza de los godos, la cual, puesta de acuerdo conmigo, entra en la comunión de la Iglesia Católica, siendo recibida por ella con cariño maternal y entrañas de misericordia... Es mi deseo que así como estos pueblos han abrazado la Fe por nuestros cuidados, así permanezcan firmes y constantes en la misma.”
Abjuración de Recaredo
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“No creo que ignoraréis, reverendísimos sacerdotes, que os he convocado para restablecer la disciplina eclesiástica; y ya que en los últimos tiempos la herejía que amenazaba a la Iglesia Católica no permitió celebrar Sínodos, Dios, a quien plugo que apartásemos este tropiezo, nos avisa y amonesta para que reparemos los cánones y costumbres eclesiásticas. Sírvaos de júbilo y de alegría ver que por favor de Dios vuelve, con gloria nuestra, la disciplina a sus antiguos términos. Pero antes os aconsejo y exhorto a que os preparéis con ayunos, vigilias y oraciones, para que el orden canónico, perdido por el transcurso de los tiempos y puesto en olvido por nuestra edad, torne a manifestarse por merced divina a nuestros ojos”
“No creemos que se oculta a Vuestra Santidad por cuánto tiempo ha dominado el error de los arrianos en España, y que no muchos días después de la muerte de nuestro padre (Leovigildo) nos hemos unido en la Fe católica, de lo cual habéis recibido gran gozo. Y por esto, venerandos Padres, os hemos congregado en Sínodo, para que deis gracias a Dios por las nuevas ovejas que entran en el redil de Cristo. Cuanto teníamos que deciros de la fe y esperanza que abrazamos, escrito está en el volumen que os presento. Sea leído delante de vosotros y examinado en juicio conciliar, para que brille en todo tiempo nuestra gloria, iluminada por el testimonio de la fe”.
Discursos de Recaredo en el III Concilio de Toledo (año 589)
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“Qué diré yo, en el tremendo día, al Juez Supremo, cuando me presente con las manos vacías, y tú aparezcas conduciendo toda una grey de fieles que por ti han alcanzado la verdadera Fe?”
CARTA DEL PAPA GREGORIO MAGNO A RECAREDO (después de serle comunicada su conversión).
MÁRTIRES:
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«Aliéntate, alma fiel; regocíjate, confesor de la Divinidad, en los agravios que padeces por Jesucristo, como se regocijaban los apóstoles en los azotes y cadenas. Mira postrado el dragón bajo tus pies vencedores…
Levanta los ojos al cielo: mira el ejército de los mártires, que tejen de sus mismos laureles la corona de tu victoria…
Mira cuán breve es tu dolor y cuán larga la eternidad del premio…
Mujer era la madre de los Macabeos; mas, por verse con la fuerte ayuda de Dios, tuvo valor para asistir, inmóvil columna, al martirio de sus siete hijos y animarlos ella misma a la muerte. De ellos se privó con fortaleza, y ahora los ve radiantes, a su lado, con coronas que no les caerán de las sienes eternamente…
Dios es quien te formó en las entrañas de tu madre; Dios quien creó tu espíritu como todas las demás cosas de este mundo; Dios quien te adornó con la razón y el entendimiento. ¿Podrás negarle el martirio que te pide? ¿Te atreverás a resistir con daño propio al ansia que tiene de glorificarte?…
La tierra, el sol, la luna, las estrellas, las hechuras más hermosas de este mundo, todas han de acabar; tú solo puedes vivir eternamente… ¡Qué delicia cuando veas con tu alma a Jesucristo y sepas que lo has de ver algún día con tu misma carne!»
«El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un Dios solo; pero el Hijo encarnó, y no el Espíritu Santo ni el Padre. Así en nosotros, aunque el alma sea una y el entendimiento esté en ella, y sea ella misma, una cosa obra el alma y otra el entendimiento; y la vida es propia del alma, y el conocer propio del entendimiento, a la manera que en un mismo rayo del sol hay calor y luz, aunque no pueden separarse, el calor es el que calienta y la luz la que ilumina, y el calentar es propio del calor y no de la luz, y el alumbrar, propio de la luz y no del calor… Cuando uno tañe la cítara, tres cosas concurren a formar el sonido: el arte, la mano y la cuerda. El arte dicta, la mano tañe y la cuerda suena, y con ser tres cosas que concurren a un mismo efecto, la cuerda sola es la que da el sonido. Así es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: cooperaron en la Encarnación; pero sólo encarnó el Hijo.»
CARTA DE HONORATO ANTONINO, obispo de Constantina, alentando a varios católicos hispanos martirizados por los vándalos arrianos (siglo V).
CONVERSIÓN DE LOS SUEVOS:
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«No alcanza mi lengua a decir tan extrañas virtudes. Estaba gravemente enfermo el hijo de Charrarico, rey de Galicia..., y en aquella región había gran peste de leprosos. El rey, con todos sus vasallos, seguía la fétida secta arriana. Pero, viendo a su hijo en el último peligro, habló a los suyos de esta suerte: 'Aquel Martín de las Galias que dicen que resplandeció en virtudes, ¿de qué religión era? ¿Sabéislo?' y fuele respondido: 'Gobernó en la fe católica su grey, afirmando y creyendo la igualdad de sustancias y omnipotencia entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, y por eso hoy está en los cielos y vela sin cesar por su pueblo.' Repuso el monarca: 'Si verdad es lo que decís, vayan hasta su templo mis fieles amigos, llevando muchos dones, y si alcanzan la curación de mi hijo, aprenderé la fe católica y seguiréla.' Envió, pues, al sepulcro del santo tanta cantidad de oro y de plata como pesaba el cuerpo de su hijo, pero quedaba en el pecho del rey amor a la antigua secta, y por eso no logró la merced que pedía.
Y, volviendo los enviados, le contaron las maravillas que presenciaron en la tumba del beato Martín, y dijeron: 'No sabemos por qué no ha sanado tu hijo.' Pero él, entendiendo que no sanaría hasta que confesase la divinidad del Verbo, labró un templo en honor de San Martín, y exclamó: ‘Si merezco recibir las reliquias de este santo varón, creeré cuanto predican los sacerdotes’.
Y tornó a enviar a sus criados con grandes ofrendas, para que pidiesen las reliquias. Ofreciéronselas, según costumbre; pero ellos replicaron: 'Danos licencia para ponerlas aquí y tomarlas mañana.' Y, tendiendo sobre el sepulcro un manto de seda, en él colocaron las reliquias, después de besarlas, diciendo: 'Si hallamos gracia cerca del Santo Patrono, pesarán mañana doble y serán puestas para bendición, buscadas por fe.'
Velaron toda aquella noche, y a la mañana volvieron a pesarlas, y fue tanta la gracia del santo, que subieron cuanto pudo demostrar la balanza. Levantadas con gran triunfo las reliquias, llegaron las voces de los que cantaban a oídos de los encarcelados de la ciudad, y, admirando lo suave de aquellos sones, preguntaban a los guardas cuál fuese la ocasión de tanto júbilo. Ellos dijeron: 'Llevan a Galicia las reliquias de San Martín, y por eso son los himnos.' Lloraban los presos invocando a San Martín para que los librase de la cárcel. Aterráronse y huyeron, impelidos por fuerza sobrenatural, los guardas; rompiéronse las cadenas, y aquella multitud salió libre de las prisiones para besar las santas reliquias y dar gracias a San Martín, que se dignó salvarlos... Y, viendo este prodigio, los que llevaban las reliquias alegraronse mucho en su corazón y dijeron: 'Ahora conocemos que se digna el santo obispo mostrarse benévolo con nosotros pecadores.'
Y entre acciones de gracias, navegando con viento próspero, al amparo celeste, mansas las ondas, reposados los vientos, pendientes las velas, tranquilo el mar, aportaron felizmente a Galicia. El hijo del rey, milagrosamente y del todo sano, salió a recibir aquel tesoro... Entonces llegó también de lejanas regiones, movido por divina inspiración, un sacerdote llamado Martín... El rey, con todos los de su casa, confesó la unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo y recibió el crisma. El pueblo quedó libre de la lepra hasta el día de hoy y todos los enfermos fueron salvados... Y aquel pueblo arde ahora tanto en el amor de Cristo, que todos irían gozosos al martirio si llegasen tiempos de persecución.»
‘De miraculis Sancti martini Turonensis’, cap. XI, lib. I
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“A los gloriosísimos señores Santos y a mis fortísimos Patronos, después de Dios, los Santos Mártires Justo y Pástor, así como a Santa María y al obispo San Martín, a los cuales está dedicada la basílica o monasterio situado junto al riachuelo llamado Molina, al pie del monte Irago, en los confines del Vierzo, fundado por tí, el abad Fructuoso, yo el rey Chindasvinto y la reina Reciverga.
Nada se conoce de cuanto tienen las criaturas terrenas y celestes, que no sea creado por el Dios de los cielos o de lo que El no disponga para su gobierno; por tanto, todas las cosas nacen de su obra y están ordenadas por Él. ¿Qué podemos ofrecer dignamente a Dios si de Él recibimos el soplo de la vida? Sin embargo, Él promete satisfacerse con el sacrificio de humildad, y esta esperanza que hemos recibido de su mano nos alegra con gratísima devoción.
Nuestro Señor Jesucristo, que es generoso con buena voluntad y ama verdaderamente la buena generosidad, nos da el mandato, siguiendo los derechos eclesiásticos, y traza el camino a los hombres antiguos: seguir las huellas de nuestro redentor y vivir cumpliendo los preceptos con buen ánimo; mostrando tales advertencias para los que estuviésemos errantes cuando temerariamente ciegos en las tinieblas de la muerte les ilumine la luz de la gracia y vayamos por el camino que conduce a este Señor y Rector de la vida; para lo cual nos entregó sus mandamientos saludables. Y que el cumplimiento de sus mandatos logra la vida eterna, lo prueba Aquel que dice: ‘Si quieres venir a la vida, obedece los mandamientos’ y también: ‘Si hiciéseis lo que os mando seréis no mis siervos, sino mis amigos’; pues a los cumplidores de sus mandamientos, por toda ofrenda, Éste les hace firmes y fortísimos en su fe y ricos en su temor; pues todos los bienes que concede a sus fieles hace que formen parte de su gran temor, según está escrito: ‘La sabiduría del príncipe es el temor del Señor’, y repite: ‘El temor del Señor es principio de la religiosidad’. Pues del temor del Señor nace el fruto del Espíritu Santo, que es el esplendor de toda religión; de donde nace de este temor del Señor la generosidad y de vuestra veneración la honra.
Según los decretos de la disciplina católica y apostólica y según lo establecido en los cánones sagrados, después de examinado con buena deliberación, establecemos con todos en Cristo para el orden santo el decreto referente a la venerable iglesia edificada en este lugar por las benditas manos de vuestro señor el santísimo abad Fructuoso, nacido de estirpe regia, así como a este lugar arriba mencionado, a tus grandes y amplias heredades, pues no parece conveniente falte nuestra autoridad real.
Pues conocemos este monasterio mencionado, llamado Compludo, en honor de los santos mártires Justo y Pástor, cuyo patrocinio confiamos nos ayude, concedemos, aseguramos y damos a este monasterio de Compludo mencionado y a ti el santísimo abad Fructuoso, en representación de los monjes, anacoretas, ermitaños y de todos los que allí sirven a Dios, estos montes y valles íntegramente, con estos límites...
Damos, concedemos y confirmamos estos montes y valles íntegramente, con los términos indicados y todo lo que en ellos se encierra. Ofrecemos vasos de altar, un cáliz de plata y patena; una cruz de plata, igualmente dorada; todos los vestidos del altar completos, tanto los frontales como los principales; un instrumento de bronce fundido, que al ser tocado deja oír modulación. También ofrecemos al tesoro de la iglesia libros eclesiásticos, a saber: el Salterio, los Diálogos y la Pasión.
Mas si alguno en adelante y en los tiempos que en este mundo vengan, sea pontífice de la iglesia, conde, juez, príncipe, abad, monje, presbítero, lego u hombre de cualquier género u orden, así como otro cualquiera, infringiese este decreto nuestro confirmado o realizase cualquier intento de conculcar su contenido, o atrevido quisiese invadir y alzar con temeraria presunción, o quisiese arrancar este lugar o iglesia de vuestra gloria de la tradición monástica o de la constitución de la santa regla e intentase ir contra el documento apostólico y el precepto de los Padres, que está decretado sobre esto: quienquiera que fuese, sea anatematizado en la presencia de Dios padre omnipotente y de sus santos Ángeles; sea condenado y castigado con la pena eterna en la presencia de Nuestro Señor Jesucristo y de sus santos Apóstoles; sea también excomulgado en la presencia del Espíritu Santo y de sus mártires y castigado con esta doble perdición, para que salga también de este siglo como Datán y Abirón, a los que se sabe que el infierno tragó vivos en la tierra, y sufra las penas del tártaro, atormentado eternamente como Judas traidor a Cristo; y, además, pague por mi orden y la vuestra a este monasterio el duplo o el triplo.
Hecha la carta de testamento el día 15 de las calendas de noviembre de la Era 684. Yo, el rey Chindasvinto, confirmo este testamento. Yo, la reina Reciverga, confirmo este testamento. Yo, Eugenio, metropolitano de la iglesia de Toledo, lo confirmo. Candidato, obispo de Astorga, lo confirmo. Vasconio, obispo de Lugo, lo confirmo. Odoagio, conde de la cámara lo confirmo. Paulo, conde de los notarios, lo confirmo. Evancio, conde de los coperos, lo confirmo. Riquila, conde de los patrimonios, lo confirmo. Eumenfredo, conde de los espatarios, lo confirma. Fugitivo, abad. Euricio, abad, Ildefonso, abad, Sempronio, abad etc.
‘Donación del rey Chindasvinto al monasterio de Compludo’ (año 646)
- IDEAS POLÍTICAS
APOLOGÍA DE LA UNIÓN:
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“Adonde quiera que llego nada tengo que temer; soy romano entre los romanos, cristiano entre los cristianos, hombre entre los hombres. La igualdad en las leyes, en las creencias y en el nacimiento, me protege y en todas partes encuentro una patria”.
OROSIO (383-420), ‘Historias’, lib. V, cap. 2.
EXALTACIÓN DE LA UNIDAD:
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«La novedad misma de la presente fiesta indica que es la más solemne de todas... Nueva es la conversión de tantas gentes, y si en las demás festividades que la Iglesia celebra nos regocijamos por los bienes ya adquiridos, aquí por el tesoro inestimable que acabamos de recoger. Nuevos pueblos han nacido de repente para la Iglesia; los que antes nos atribulaban con su dureza, ahora nos consuelan con su fe.
Ocasión de nuestro gozo actual fue la calamidad pasada. Gemíamos cuando nos oprimían y afrentaban; pero aquellos gemidos lograron que los que antes eran peso para nuestros hombros se hayan trocado por su conversión en corona nuestra... Extiéndese la Iglesia católica por todo el mundo; constitúyese por la sociedad de todas las gentes... A ella pueden aplicarse las palabras divinas: ‘Multae filiae congregaverunt divitias, tu vero supergressa es universas...’ Alégrate y regocíjate, Iglesia de Dios; alégrate y levántate, formando un solo cuerpo con Cristo; vístete de fortaleza, llénate de júbilo, porque tus tristezas se han convertido en gozo, y en paños de alegría tus hábitos de dolor. Con tus peligros medras, con la persecución creces, y es tu Esposo tan clemente, que nunca permite que seas depredada sin que te restituya con creces la presa y conquiste para ti tus propios enemigos... No llores, no te aflijas porque temporalmente se apartaron de ti algunos que hoy recobras con grande aumento. Ten esperanza y fe robusta, y verás cumplido lo que fue promesa.
Puesto que dice la verdad evangélica: Oportebat Christum mori pro gente, et non tantum pro gente, sed ut filios Dei qui erant dispersi, congregaret in unum... Sabiendo la Iglesia, por los vaticinios de los profetas, por los oráculos evangélicos, por los documentos apostólicos, cuán dulce sea la caridad, cuán deleitable la unión, nada predica sino la concordia de las gentes, por nada suspira sino por la unidad de los pueblos, nada siembra sino bienes de paz y caridad. Regocíjate, pues, en el Señor, porque has logrado tu deseo y produces los frutos que por tanto tiempo, entre gemido y oración, concebiste; y después de hielos, de lluvias, de nieves, contemplas en dulce primavera los campos cubiertos de flores y pendientes de la vid los racimos...
Lo que dijo el Señor: ‘Otras ovejas tengo que no son de este redil, y conviene que entren en él para que haya una grey sola y un solo Pastor’, ya lo veis cumplido. ¿Cómo dudar que todo el mundo habrá de convertirse a Cristo y entrar en una sola Iglesia? ‘Praedicabitur hoc Evangelium regni in universo orbe, in testimonium omnibus gentibus...’ La caridad juntará a los que separó la discordia de lenguas... No habrá parte alguna del orbe ni gente bárbara a donde no llegue la luz de Cristo... ¡Un solo corazón, un alma sola!... De un hombre precedió todo el linaje humano, para que pensase lo mismo y amase y siguiese la unidad...
De esta Iglesia vaticinaba el profeta diciendo: ‘Mi casa se llamará casa de oración para todas las gentes y será edificada en los postreros días la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se levantará sobre los collados, y vendrán a ella muchos pueblos, y dirán: Venid, subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob’. El monte es Cristo, la casa del Dios de Jacob es su Iglesia: allí se congregarán todos los pueblos. Y por eso torna a decir Isaías: ‘Levántate, ilumina a Jerusalén, porque viene tu luz, y la gloria del Señor ha brillado para ti; y acudirán las gentes a tu lumbre, y los pueblos, al resplandor de tu Oriente. Dirige la vista en derredor y mira: todos ésos están congregados y vinieron a ti, y los hijos de los peregrinos edificarán tus muros, y sus reyes te servirán de ministros’...»
SAN LEANDRO, Homilia en el III Concilio de Toledo (año 589)
EL REINO:
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“I. El reino se llama así de los reyes, pues igual que los reyes son denominados de esta manera porque rigen, el reino lo es por los reyes. 4. Los reyes son así llamados porque rigen, como los sacerdotes lo son porque santifican, así los reyes de regir; pues no rige quien no corrige. Pues si se obra rectamente se tiene el nombre de rey, pecando se pierde. De donde nació el viejo proverbio: ‘Rey serás si obras rectamente; si no lo haces no lo serás’. 5. Las virtudes del rey son principalmente dos: la justicia y la piedad; muy laudable es en los reyes la piedad, pues la justicia es de por sí severa”.
SAN ISIDORO, ‘Etimologías’ IX, 3, I, 4-5.
JUSTICIA DE LOS PRÍNCIPES:
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“XLIX. Quien rectamente administra el poder del reino ha de portarse con todos de manera que cuanto más campea en sublime dignidad tanto más en su mente se humille proponiéndose el ejemplo de la llaneza de David, que no se engrió de sus méritos, sino que abatiéndose humilde dijo: ‘Como plebeyo andaba, y ante Dios que me escogió apareceré todavía más llano’ (II Reg., VI, 22).
Quien rectamente usa el poder del reino asienta el dechado de justicia con hechos más que con palabras. Ese tal no se engríe con prosperidad alguna, ni le trastorna la adversidad; no fía en sus propias fuerzas, ni su corazón se aparta del Señor. Preside en el alto sitial del reino con campechana llaneza; no le complace la maldad, ni le inflama la codicia o liviandad; sin urdir engaño a nadie sabe hacer rico al pobre y lo que lícitamente podría recabar de los pueblos sabe a menudo con misericordiosa clemencia condonarlo.
Concedió a los príncipes Dios el mando para gobernar a los pueblos, y quiso mandasen a aquellos con quienes tienen idéntico modo de nacer y morir. Debe ser útil, no nocivo, a los pueblos el principado, ni oprimir mandando, sino ayudar condescendiendo, para que sea de verdad provechoso el distintivo del poder y se sirvan del don de Dios en defensa de los miembros de Cristo. Porque miembros de Cristo son los pueblos fieles, y al gobernarles óptimamente con la potestad que reciben, pagan al dador de toda dignidad, correspondencia, en verdad, adecuada.
El buen rey más fácilmente se torna del delito a la justicia que se trueca o se deja deslizar de la justicia al delito; para que te des cuenta, hay en esto último un infortunio y en lo primero una intención o propósito. Debe siempre tener el propósito de no apartarse jamás de la verdad; y si accidentalmente flaquea, repóngase al punto.”
SAN ISIDORO, Las ‘Sentencias’, Libro III.
PACIENCIA DE LOS PRÍNCIPES:
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“L. Sabe disimular a menudo el príncipe justo hasta los desmanes de los malos, no que apruebe su maldad, sino que aguarda oportunidad para corregirla, cuando buenamente puede enmendar o castigar sus desórdenes.
Muchos son descubiertos reos de conjuración contra los príncipes, pero queriendo probar Dios la clemencia de éstos, permite urdan el mal los rebeldes y no abandona a los caudillos. De la maldad de aquéllos saca bien para éstos, al disponer perdonen con admirable paciencia las culpas de los otros.
Devolver mal por mal es correspondencia de justicia, pero el que añade la clemencia a la justicia no devuelve mal por mal a los culpables, sino que responde y otorga bien por mal a las ofensas.
Dificultoso es vuelva pie atrás el príncipe si se dejó enredar en las mallas de los vicios. Porque los pueblos cuando pecan temen al juez, y las leyes les refrenan del pecado; mas los reyes, si no se refrenan por el sólo temor de Dios y aprehensión del infierno, desbocados se lanzan al precipicio y por el despeñadero del libertinaje se precipitan en toda sentina de vicios.
Cuanto alguien está encumbrado en superior categoría tanto mayor peligro corre, y cuanto uno está más elevado en honor de gloria, tanto más pecará si flaquea. Porque los poderosos serán eternamente atormentados (Sap. VI, 7). A quien, pues, más se le confía, más se le exige, aun con aumento de penas.
Los reyes fácilmente edifican o trastornan con sus ejemplos la vida de los súbditos; no conviene, por tanto, falte el príncipe, para que la libertad sin coercitivo de su pecado no pase a ser norma de transgresión; porque el rey que cae en vicios, a punto muestra el sendero del yerro, conforme se lee de Roboán, que pecó e hizo pecar a Israel (Eccli., XLVII, 29).
Y así como algunos obran lo que a Dios agrada, a ejemplo de los buenos príncipes, muchos, por el contrario, van fácilmente tras los malos ejemplos de los mismos. Porque muchos que viven con malvados príncipes son malos más por necesidad que por apego al mal, al obedecer sus impías órdenes; algunos, empero, listos a seguir el mal ejemplo del rey, son tardos para imitarlos en el bien.
A menudo, en lo que los malos reyes pecan se justifican los buenos al corregir la codicia y maldad de los predecesores; porque en realidad participarían de sus pecados si éstos últimos retienen lo que los últimos robaron.
Menester es participe en el castigo quien imita el pecado; y no será menos atormentado quien igualmente erró y fue vicioso"
SAN ISIDORO, Las ‘Sentencias’, Libro III.
LOS PRELADOS O GOBERNANTES:
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“XLVIII. El varón justo se despoja de todo poder secular, y si alguno le liga, no se deja dominar por él para entonarse soberbio, sino que le sojuzga a sí hasta aparecer entre todos el más humilde. Pruébase lo dicho con el ejemplo del Apóstol, que teniendo poder no usó de él ni en lo que parecía conveniente, sino que, pudiendo servirse, renunció, sin embargo, a su derecho y se mostró como pequeño en medio de aquellos a quienes presidía (I Thes., II, 6 y 7).
Quien con tozudo empeño brega por conquistar honores del siglo y prosperidades del mundo, hállase falto de sosiego aquí y en el futuro, y tanto más le abruma la mole de pecados cuanto más vacío se halla de buenas obras.
Cuanto es uno más encumbrado en dignidad de honra mundanal, tanto más carga sobre él el peso de solicitudes sin cuento, a las que vive esclavo del alma y pensamiento más que autorizado al verse en tan alta jerarquía. Porque, como dice un santo Padre (San Gregorio Magno, Lib XXXVIII): ‘Todo lo que sobresale, más pesadumbre que honores acarrea’.
Cuanto más uno se engolfa en cuidados mundanales, tanto más fácilmente le dominan los vicios; porque si apenas puede evitar los pecados el ánimo en sosiego, ¿cuánto menos enredado en quehaceres del mundo?
No es a priori toda señal de poder; será útil de verdad si bien se desempeña cuando beneficia a los súbditos a quienes preside por terrenos honores. Bueno es el poder otorgado por Dios para refrenar el mal con el temor, no para perpetrarlo temerariamente. Porque no hay peor cosa que tomarse la libertad de pecar con ocasión de la autoridad, ni mayor desventura que el poder de obrar mal.
Quien en el siglo manda con rectitud, reina sin fin para siempre y pasa de la gloria de este mundo a la eterna; los que, por el contrario, malvadamente reinan, después de haber brillado con rozagante atuendo y brillantes preciosísimos, bajan desnudos y miserables a los infiernos para ser en ellos atormentados.
Los reyes se llaman reyes de ‘rectamente haciendo’; adquieren, por tanto, el nombre obrando con rectitud, y lo pierden pecando. Y así vemos que en las Sagradas Escrituras son llamados reyes los santos varones porque obran rectamente y rigen con acierto sus propios sentidos y sojuzgan con discreción razonable los ímpetus rebeldes. Con razón, pues, se llaman reyes los que acertaron a mejorarse a sí propios y a sus subordinados con buen gobierno.
Algunos truecan el nombre de mando en crueldad inhumana, y una vez encaramados en el poder, al punto se lanzan en abierta apostasía, y se hinchan de orgullo en tal grado que vilipendian a todos sus súbditos careándolos consigo, y no llegan a conocer a sus gobernados. A esos tales les dice muy a punto el autor sagrado: ‘¿Te nombraron jefe? No te entones, sino pórtate como un camarada’ (Eccli. XXXII, 1).
Al verse los reyes sublimados a los demás, conozcan, sin embargo, que son mortales, ni paren mientes en la gloria que en esta vida les ocupa, sino en las obras que por ventura arrastran consigo a los infiernos.
Si pues se han de ver privados de la gloria de esta vida, emprendan obrar lo que les quede sin después de ella.
Y pues dice el Apóstol: ‘No hay potestad que no venga de Dios’ (Rom., XIII, 1) ¿cómo dice el Señor por el profeta, de ciertas potestades: ‘Reinaron ellos, mas no por mí’ (Os., VIII, 4)? ; como si dijera: no de mi agrado, sino que de ello estoy en extremo irritado. Así añade más abajo por el mismo profeta: ‘Te daré en mi furor un rey’ (Os., XIII, II). En este paso aparece más claro cómo la mala y buena potestad es ordenada por Dios: la buena por Dios propicio, y la mala por Dios irritado.
Cuando los reyes son buenos, don de Dios son; cuando son malos, fruto son de los crímenes del pueblo; porque conforme al merecimiento de las muchedumbres se dispone la vida de los gobernantes, según dice Job: ‘Dios hace reine el hipócrita a causa de los pecados del pueblo’ (Job, XXXIV, 30). Movido, pues, Dios de ira, les cae a los pueblos el rector que se merecen por su pecado. A veces ocurre que hasta los reyes cambian por la malicia las plebes, y así los que antes parecían buenos, afianzados en el reino se vuelven malvados”.
SAN ISIDORO, Las ‘Sentencias’, Libro III.
DE LOS CIUDADANOS:
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“2. Los ciudadanos son llamados así porque viven reunidos en uno, para que la vida común sirva de ornato y protección...
5. El pueblo es una muchedumbre humana, reunida por consentimiento de derecho común y concorde. El pueblo se distingue de la plebe en que en el pueblo se cuentan todos los ciudadanos, incluidos los señores de la ciudad. 6. El pueblo es, pues, toda la ciudad; pero el vulgo forma la plebe. La plebe es llamada así de la pluralidad; pues es mayor el número de los menores que el de los señores.
SAN ISIDORO, ‘Etymologias’ IX, 4.
GOBIERNO DE LAS PROVINCIAS:
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“El rey (ostrogodo) Teodorico a Ampelio y Liberia (entre 510-525, apróx.)–
Yo los envío a España para que repriman con la autoridad de las leyes, ya a los homicidas, ya a los que exigen el dinero público porque oprimían las haciendas con el gravamen de los pesos de los pequeños propietarios territoriales, ya finalmente a todos los profesionales en hurtos y malas acciones.
I. Conviene que las provincias sujetas a nuestro mando, con el auxilio de Dios, sean regidas por leyes y buenas costumbres; porque verdaderamente sólo es digna de hombres aquella vida que se contiene en normas de derecho. El vivir al acaso es, en efecto, costumbre de las bestias; que mientras dan un rodeo para arrebatar algo, sucumben por su imprudente temeridad. Finalmente, el sabio labrador limpia su campo de frondosas zarzas; porque es un gran mérito del cultivador que se produzcan dulcísimos frutos en un suelo agreste. Así, el descanso suave del pueblo y la disposición tranquila de las regiones es un pregón que habla en favor de los gobernantes.
2. Hemos recibido quejas de que en la provincia de España, y esto es el mayor crimen de los hombres, por una vaga presunción, se siegan las vidas de los hombres y muchos sufren la muerte por leves causas; de modo que en una mala paz, como por juego, mueren tantos cuantos apenas podrían morir a causa de guerras. Además, las fortunas de los ciudadanos son obligadas a tributar, no según los libros públicos, como es costumbre, sino según el capricho de los recaudadores; lo cual es, evidentemente, un modo de depredación: tener que dar según la voluntad de aquel que se apresura a exigir más para su comodidad.
3. Nosotros, queriendo proveer a esta cosa con nuestra real providencia, hemos creído que vuestra sublimidad debía ser destinada con jurisdicción en toda España, para que, con vuestras nuevas órdenes, no puedan prevalecer las viejas prácticas. Pero, como es costumbre de los médicos, tributemos los remedios urgentes a las enfermedades más graves y así empiece nuestra curación por lo que conocemos representa mayor peligro. Mandamos que los homicidios sean reprimidos por la autoridad de la ley, y cuanta mayor sea la pena, tanto más debe hacerse para la averiguación del delito: para que no parezca que los inocentes sufren la persecución por un afán de venganza. Así, pues, mueran para corrección de muchos sólo los culpables, puesto que también es un género de piedad corregir el crimen en su comienzo, para que no se fortalezca aumentando.
4. Se dice que los recaudadores de la Hacienda, por el gravamen de los pesos de tal modo oprimen los patrimonios de los propietarios, que no parece exacción sino botín. Para que se quite toda ocasión al fraude, mandamos que la libra de nuestra cámara, que ahora se os da a vosotros, sea dada a todos los que desempeñen funciones públicas. Pues ¿qué cosa puede ser más desagradable que haya lugar a sospechar que se peca hasta en la cualidad de la balanza? ¿Que lo que se dio en justicia se sepa que ha sido corrompido por el fraude?
5. A los arrendatarios de los ‘domus regia’, en cualquier parte que residan, después de liquidado escrupulosamente, mandamos que paguen solamente lo que está establecido que paguen nuestros presidios. Y para que a nadie le parezca ingrato su trabajo, queremos que establezcáis con equidad salarios para ellos, según la cualidad de la cosa arrendada, pues no deben ser dichos campos nuestros, sino de ellos, si por voluntad del arrendatario llegará el término de la pensión.
6. Os mandamos también que averigüéis diligentemente lo que hay acerca de los cánones de los de Ultramar, pues se nos denuncia que hay en ello un gran fraude para los intereses públicos y que establezcáis un número según la cualidad de los derechos; porque es un remedio útil contra los fraudes conocer lo que se introduce.
7. Hemos sabido que los monetarios, establecidos especialmente para servicio público, se han convertido hasta serlo para ganancia de los particulares: que se quite este vicio y sean aplicados a las funciones públicas en la medida de sus fuerzas...
CASIODORO (485-580) ‘Variarum’, V, 39.
LOS ENEMIGOS:
103
“Que la ley triunfa de los enemigos.- Comprobadas estas cosas en la paz doméstica, y eliminada toda la peste de desavenencias, primeramente de los príncipes, segundo de los ciudadanos, después de los pueblos y de la casa, se ha de salir al encuentro de los enemigos en las cosas externas con fe y energía, con tanta fe y esperanza en la victoria cuanto que no habrá nada que pueda ser temido en las internas. Porque fundida toda la masa de las plebes en estado saludable con el aceite de la paz y el vino de las leyes, sacará contra los enemigos los miembros invictos y por consiguiente ilesos, y se opondrán las lanzas apoyadas por leyes justas. Y los varones estarán protegidos más por la equidad que por la lanza; para que el príncipe dirija contra el enemigo la justicia antes de que el soldado agite las flechas.
Así será más feliz aquella pugna del príncipe ante la cual vaya la equidad doméstica, porque en la población enemiga serán también mayores los daños de las lanzas que los que produzcan las leyes domésticas. Pues muestra la experiencia natural de las cosas que al enemigo le vence aquella justicia que protege al ciudadano y, por consiguiente, dirime la lid exterior, y posee la paz interior de los suyos. Pues así como la modestia de los príncipes templa las leyes, la concordia de los ciudadanos es la victoria sobre los enemigos.
Porque de la mansedumbre de los príncipes nacen las disposiciones de las leyes; de las disposiciones de las leyes el ordenamiento de las costumbres; del ordenamiento de las costumbres, la concordia de los ciudadanos, y de la concordia de los ciudadanos el triunfo sobre los enemigos. De manera que el buen príncipe gobierna las cosas interiores y conquista las exteriores; poseyendo su paz y quebrantando la lid ajena se le celebra como rector por los ciudadanos y vencedor por los enemigos, logrando el descanso eterno después de los tiempos que pasan; después del oro amarillo, el reino celeste; después de la diadema y de la púrpura, la gloria y la corona; aún más: ni siquiera dejará de ser rey, porque dejando el reino de la tierra y buscando el celestial, no sólo no perderá la gloria del reino, sino que la aumentará.”
LIBER IUDICIORUM, I, 2,6.
LOS JUDÍOS:
104
“El glorioso rey Flavio Egica. De la perfidia de los judíos-.
Mientras somos enseñados con leyes sagradas para que, o por ocasión o por caridad, solamente sea anunciado Cristo Hijo de Dios, es conveniente y muy oportuno para la fe cristiana que, así como atraemos a los infieles a la gracia de la libertad, así llamemos a los infieles a la vida, para que la fe de Cristo crezca aumentada en nuestros confines, y desarraigada, caiga desplomada hasta sus cimientos la acción prevaricadora de los judíos.
Por tanto, concedemos con ánimo benévolo este decreto: que en adelante cualquiera del pérfido pueblo de los judíos, hombre o mujer, que volviere a la rectitud de la fe católica por verdadera conversión o profesión y renunciando todo error de sus ritos o ceremonias llevase la senda de su vida conforme a la costumbre de los cristianos, quede libre de toda carga de la functio, la que anteriormente, mientras vivió en el judaísmo, había acostumbrado pagar en utilidad pública; para que la functio de los que aun ofusca la maldad de una incredulidad odiosa se acreciente con su pago y retenga abiertamente el error de los padres. Pues es injusto gravar con la carga del censo y atar más en las indicciones de los judíos a quienes es sabido reciben el dulce yugo de Cristo y su suave carga por una indigna conversión.
A los que crean perfectamente en la verdadera fe, será completamente lícito en su actuación mercantil acudir al cataplo y ejercitar el comercio con los cristianos, según la costumbre cristiana; de tal modo, que si algún cristiano desconocedor de la conversión de aquéllos, quisiera comprar alguna cosa de aquellos mismos, no podrá hacerlo más que si antes dicen éstos que son absolutamente cristianos y recitan delante de testigos la oración dominical o el símbolo y toman gustosamente los manjares de los cristianos, como verdaderos cristícolas; y si entre aquellos convertidos a la santa fe hubiese alguno que prevaricase, éste será condenado a pagar perpetuamente al fisco.
Mas, acerca de los restantes judíos, que perseverando en la perfidia de su corazón no quisiesen convertirse a la fe católica, decretamos sea promulgada la sentencia de esta ley: es decir, que no se atrevan a ir en adelante al cataplo para efectuar negociaciones con los comerciantes transmarinos, ni a efectuar, abierta u ocultamente, ningún negocio con cristianos; sino solamente tengan licencia de comerciar entre sí y queden obligados a dar al fisco por las cosas propias, según la práctica acostumbrada, el importe de su censo y del de aquellos que se hayan convertido. Deberán ser añadidos a los bienes del fisco tanto los esclavos como los edificios, tierras, viñas y aun los olivares u otras cualesquiera cosas inmuebles, que se supiese fueron recibidas de los cristianos, tanto por venta como por otros medios, aunque hubiesen transcurrido muchos años y aunque aquellas cosas les fuesen entregadas con precio público; para que la potestad regia goce de libre arbitrio para hacer donación a quien quiera.
Cualquiera de estos mismos judíos que, persistiendo en la infidelidad, se atreviese a ir al cataplo o a realizar algún comercio con cualquiera, será castigado como perpetuo servidor del fisco, con todo el conjunto de sus cosas.
Advertimos, pues, a todos los cristianos bajo el juramento del nombre de Dios y atestiguamos por Aquel con cuya sangre hemos sido redimidos, que en adelante ninguno se atreva a practicar el comercio con aquellos judíos que permanecen obcecadamente en la dureza de su perfidia; y si cualquiera de los fieles hiciese tales cosas, si es persona poderosa, pague tres libras de oro al fisco. Si alguien recibiese también de aquéllos más de lo que consta que valen dos cantidades de la misma cosa, pierda lo que comprare de más y sea en beneficio del fisco el precio que dio, junto con el triplo de sus bienes. Si se trata de personas inferiores, si alguna hiciese tales cosas será azotada con cien azotes y, según los bienes que tenga en su patrimonio, reciba por voluntad del príncipe el daño de un castigo especial.”
LIBER IUDICIORUM, XII, 2,18.
CLASES SOCIALES:
105
“XLVII. Los súbditos.- A causa del pecado del primer hombre se le dio por disposición divina como castigo la sujeción, y así depara misericordiosamente Dios la servidumbre a los que ve no cuadra la libertad.
Y aunque el pecado original del hombre es perdonado a todos los fieles por la gracia del bautismo, sin embargo, el justo Dios discierne la vida de los hombres constituyendo siervos a unos, señores a otros, para atajar la licencia del mal obrar de los siervos con el freno del poder de los que dominan. Porque si todos se vieran libres de miedo ¿quién estorbaría los desmanes de cualquiera? Por eso vemos son elegidos príncipes y reyes entre las gentes con el fin de refrenar el mal, con su terror a los pueblos, y sujetarlos con leyes a vivir decentemente.
Por lo que a la razón atañe, no hay acepción de personas en Dios (Col. III, 25), que escogió lo innoble y desecho del mundo y lo que no figura, para abatir lo que campea, a fin de que deje de gloriarse toda carne, esto es: la potencia carnal delante de Él. Porque un solo Señor con equidad da órdenes a señores y criados.
Preferible es la servidumbre sumisa a la entonada libertad. Se hallan muchos, en efecto, que con libertad sirven a Dios, sujetos a señores malvados, y aunque sean súbditos de ellos en el cuerpo, son superiores suyos en el alma.”
SAN ISIDORO, Las ‘Sentencias’, Libro III.
EL TRABAJO:
106
“Trabaje de continuo el monje con sus manos y emplee su afán en las variadas artes y labores de los artesanos, siguiendo al Apóstol que dice: ‘No comimos gratis el pan, sino con labor y fatiga, trabajando día y noche’, y que añade: ‘Quien no quiere trabajar, no coma’. Con el ocio crecen los malos pensamientos; con el trabajo se disminuyen los vicios. De ninguna manera debe de desdeñarse el monje de ejercitarse en algún trabajo útil al monasterio; porque los patriarcas apacentaron rebaños; filósofos gentiles hubo que trabajaron como sastres y zapateros; y el justo José, el desposado con la Virgen María, fue carpintero. Ciertamente Pedro, el príncipe de los apóstoles, ejerció el oficio de pescador, y todos los apóstoles se sustentaron con el trabajo corporal.
Con mayor razón los monjes deben ganar el sustento con sus manos y remediar con su trabajo la indigencia de los demás”.
SAN ISIDORO ‘Regula Monachorum’, 5
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