Revista FUERZA NUEVA, nº 487, 8-May-1976
El lenguaje como ideología
Advertía Lenin que la introducción de la terminología ideológica propia en el lenguaje del adversario era un camino directo para vencerle o dominarle, y Adorno, el sociólogo liberal, habla de lenguaje como ideología.
Este principio táctico lo están poniendo en práctica las actuales corrientes de la Antiespaña, hoy briosamente redivivas y triunfales a la sombra del liberalismo formal, que aparecen afanosamente entregadas a destruir el sentimiento y el concepto mismo de España y sustituirlo por el de ideología, o disolverlo en la taifa de los nacionalismos y separatismos vernáculos. La consigna –el “consenso”, palabreja hoy en boga de la inepcia política que sumerge a España- de todas ellas es el de silenciar, evitar, suprimir el nombre de España, de Patria, lograr que la palabra España sea un tabú para los españoles (y está siéndolo ya en nuestra prensa demoliberal), reemplazándola por la de “país” (de “este país” habla despectivamente aquella prensa) y sobre todo por la de Estado.
Política “pilatesca”
Esta última denominación –como expresión y cifra de ambiciones separadoras y desmanteladoras de España y de su unidad y del resentimiento, que, como decía Unamuno, es la esencia de nuestros nacionalismos frente a las universales esencias españolas- es la que han acuñado sus teóricos, dirigentes, intelectuales y grupos secesionistas, que escriben, programan, ofenden y hacen propaganda a mansalva merced a la política “pilatesca” seguida en este punto por el ministro de la Gobernación [R. Martín Villa]. Para aquéllos, España no es una unidad colectiva de destino y progreso, la concreción gloriosa de un quehacer ingente en la forja de la civilización occidental y cristiana y una realidad sustantiva, metafísica y eterna, sino un conjunto de pueblos dispares, ubicados en un área geográfica, ligados por vínculos político-jurídicos voluntarios y modificables y que por consiguiente tienen que encarnar en unas estructuras federativas fraguadas tan solo en intereses, plasmados por serlo en una constitución federal aleatoria y mudable.
Esta denominación que proscribe el nombre y esta concepción que proscribe la realidad de España, así como la fórmula federativa en que se concreta está siendo adoptada y hecha suya conforme al principio leniniano de importar la terminología enemiga –en este caso de España- por el pluriverso de grupos y partidos políticos, desde el comunismo al liberalismo apátrida, y muy en cabeza de ellos por la Democracia Cristiana. Es el punto en que coinciden todas las discordes fracciones de la misma. Decía Antonio Maura que la adopción del odio o del resentimiento ajeno es “la marca extrema de la domesticidad”. La DC ha alcanzado plenamente dicha marca con su domesticada y servil adopción de los secesionismos federativos, a lo que le ha ayudado mucho su repertorio invariable de principios y tácticas: la verdad coyuntural, la doble verdad, la verdad a medias, el dualismo interpretativo, la reproducción fragmentada, la conspiración del silencio aplicada al pensamiento contrario, la intolerancia fanáticamente apasionada, el posibilismo teórico, la gimnástica del mal menor, la actuación trapezoidal, la inserción en lo eclesiástico, el neocapitalismo, los reformismos y rebeldías a lo capitán Araña y, sobre todo, la atracción invariable hacia el carro del vencedor.
Comenzó por “Tácito”
Se comenzó por el grupo “Tácito” siempre en su labor minadora de las [Leyes Fundamentales] vigentes, de la solidaridad nacional, que pide miméticamente el reconocimiento del hecho diferencial y se abre al federalismo de los “pueblos de España”. Después Gil Robles y Ruiz Giménez rivalizan en su entusiasmo disgregador para establecer como eje –disolvente de la unidad española- en todos sus programas y propagandas políticas la constitución federativa “entre los pueblos del Estado español”, y en este popurri entran y se admiten federativamente los sectores del “país valenciá”, del “povo galego”, de Euskalerría, catalán, etc.
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Algunas contradicciones
Un docto profesor de análoga línea ideológico-política, el señor Seco Serrano, en un artículo publicado en “ABC”, exuberante de elogio para el nuevo Monarca, artículo en el cual llama displicentemente al idioma de todos los españoles “el idioma oficial de España”, habla de la emoción de un pueblo (el catalán) que ve abierto el cauce del diálogo con “su” Rey (el entrecomillado es del autor).
El órgano áulico de la DC, el diario “Ya”, tan expertísimo maestro en el manejo de las ambigüedades, de un lado se manifiesta contrario al federalismo, pero, de otro, inserta artículos en que se aboga decididamente por él, y al condenar los crímenes de ETA habla de la concordia y paz “entre los pueblos españoles”. “En Cataluña y el País Vasco –se escribe en “Ya”-, la bandera de la DC nunca fue arriada por los valerosos y sacrificados grupos nacionalistas, primeros integrantes del hoy equipo del Estado español”.
El señor Apostua, en su comentario tan favorable, ¿cómo no?, a la conferencia de Jordi Pujol, el magnate de las finanzas, en la cual afirma que Cataluña es una nación, advierte (Apostua) con la finura táctica que es característica de “Ya”, que Pujol “habló en un día muy significativo para el pueblo catalán, el del 38º aniversario de la muerte del diputado democratacristiano Carrasco Formiguera, por fusilamiento en Burgos”. ¿Quiénes son los que exhuman recuerdos y avivan rescoldos? ¿Es esto permisible, señor ministro de la Gobernación?
¿Para qué más? En este coro de voces disociadoras no podía faltar la del mentor y adoctrinador político, del que podríamos llamar asesor eclesiástico-político de nuestra DC y quizá del Gobierno de la Monarquía, el cardenal Tarancón, quien echa su cuarto a espaldas en el mismo sentido y emplea el término obligado en su telegrama a monseñor Argaya [obispo de San Sebastián] hablando de la convivencia “entre los pueblos de España”.
Federalismo, elemento disgregador
Es doloroso constatar que lo que hace reaccionar incluso al señor De la Cierva, lo que soliviantaba e indignaba a Azaña “el no pronunciar siquiera en Barcelona el nombre de España: ante esas cosas yo me indigno”, “estas gentes van a descuartizar a España”), está convirtiéndose en principio estelar, en clave del arco del programa político de un partido como la DC que aspira a gobernar España…
No nos engañemos ni engañemos a España, como han hecho invariablemente nuestros partidos políticos, y no hablemos de la fatídica actuación de la CEDA durante la República. Mientras los países de constitución federal histórica tienden a un federalismo más o menos unitario y solidario… nuestros nacionalismos aldeanos medievalizados, en involuntario contrapelo frente a las corrientes unitarias de España y del mundo, con unas “finalidades” que frecuentemente no ocultan siquiera, propenden a instrumentar el federalismo como elemento disgregador que desmantele e inutilice a España y la retorne a la España medieval de los reinos de taifas, rebautizado ahora con el nombre de “los pueblos del Estado español”.
Carmelo VIÑAS Y MEY
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