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Tema: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

  1. #21
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    16-Febrero-1937


    HA LLEGADO UN FUGITIVO

    La Prensa roja de Madrid

    Cuando se tome Madrid habrá que procurarse a toda prisa una colección completa de cada uno de los periódicos que allí se han publicado durante el terror. Yo dudo mucho que nadie pueda dar la impresión de lo que en Madrid ha ocurrido, mejor que la Prensa escarlata. He aquí una Prensa que no se ha recatado, que no ha sentido –frente al crimen- el menor pudor…

    Podrán reproducirse entonces titulares a toda página como el que sigue: “Es necesario, es urgente, el exterminio de los que no hayan estado con nosotros”. Creo recordar que fue “Mundo Obrero” el diario que ofreció esta invitación al asesinato de más de medio millón de madrileños.

    En los primeros días de la revolución, “El Liberal” publicaba una nota que decía así: “Tomado el cuartel del Pacífico, dos oficiales del Ejército huyeron a sus casas, perseguidos por la muchedumbre. Esta pudo comprobar en seguida que los dos militares, enloquecidos, habían matado a sus mujeres e hijos –algunos de corta edad- al llegar a sus domicilios, suicidándose después”. ¡Los dos habían enloquecido al mismo tiempo y a los dos se les había ocurrido la misma locura! Probablemente no se puede decir con más claridad hasta qué punto de salvajismo llegaron las hordas rojas en aquellos momentos: dos familias enteras, sencillamente, fueron pasadas a cuchillo.

    También los primeros “paseos” eran registrados en la Prensa. Algunos “paseos”; los de aquellas personas cuya desaparición, por ser muy conocidas, podían causar el regocijo de las turbas. Un ejemplo: “Falleció ayer, víctima de rapidísima enfermedad, el general Ochoa”. Era la época en que fallecían, víctimas de la misma “enfermedad rapidísima”, más de quinientas personas al día.

    “El Liberal” ha publicado durante mucho tiempo, una sección que titulaba “Instantáneas”. En esta sección se hacía la semblanza de cuatro o cinco personas cada día. Después del nombre de cada una de ellas había calificaciones de “fascista” o de “jesuítico” o de “monárquico”, etc., etc., cargadas de tintas sombrías. “El Liberal”, de esta forma, se daba el gusto de condenar a muerte, diariamente, a cuatro o cinco ciudadanos honrados.

    Los comentarios al fusilamiento de Salazar Alonso –asesinado en realidad- llegaron en el diario “Política” a un grado de salvajismo asombroso. Todavía caliente el cuerpo de aquel hombre se lanzaron sobre él las mayores injurias, en un artículo ilustrado con una caricatura que firmaba Antequera Aizpiri. Se ofrecía en dicho dibujo un Salazar Alonso de línea equívoca, todo rizado y vestido de barbero. En Madrid no era posible “vivir” en paz ni llegando a cadáver.

    Todos los días se han publicado notas de excitación al crimen; unas veces “había” que arrasar, con todos sus habitantes, el barrio de Salamanca; otras “había” que exterminar a los presos, cuya vida “repugnante” se prolongaba a costa del Tesoro de la República, de una manera estúpida, y casi siempre “había” que asaltar las Embajadas…

    El compañerismo no servía para nada. La Prensa roja perseguía con ferocidad especial a los periodistas llamados de derecha. Los denunciaba y daba su pista para que fueran cazados como conejos. No me cabe la menor duda que en aquellas diez noches de San Bartolomé –del 20 al 30 de septiembre- que se dedicaron de manera especial a los hombres de pluma que aun vivían en Madrid, fueron nuestros “queridos compañeros” escarlatas los que dirigieron el ojeo.

    No es posible llevar más ferocidad, más salvajismo a una linotipia. Uno puede explicarse la barbarie de las masas. Hasta esa barbarie se explica uno. Lo inexplicable, lo monstruoso, lo apocalíptico, es que hombres de letras –más o menos- hayan llegado a deleitarse en la delación y en el crimen, como si fuera ésta la única misión que en esa tragedia de Madrid les está encomendada.

    Yo sé que en estos momentos son varios los libros que se escriben sobre el Terror en Madrid por gentes perseguidas que han logrado salvarse o que se salvarán seguramente. Pero el Terror en Madrid, todo el espanto de sus crímenes innumerables, de sus saqueos, de sus violaciones, de sus incendios, está ya registrado en la Prensa roja de una manera clara, a veces, y a veces con inocentes eufemismos.

    Con recortes de la Prensa de Madrid, con testimonios de sus redactores, ofrecidos a golpe de linotipia, se hará “el libro rojo” que podrá ofrecer al mundo una barbarie, una bestialidad, que el mundo ignoraba seguramente. Se verá entonces cómo aquellos periódicos ensalzaban y estimulaban la labor de las brigadas de investigación –el asesinato motorizado- que se llamaban “del amanecer”, “de los crepúsculos”, “de los linces”, etc, etc.; cómo daban cuenta de sus hazañas y cómo se regocijaban de ellas. En la Prensa madrileña está reflejado y demostrado todo el salvajismo de un Madrid, que empezó jugando a la toma de la Bastilla en el cuartel de la Montaña, para convertirse a fuerza de veneno –de veneno destilado por los periódicos- en un pueblo ahogado en sangre y en ferocidad.

    EL FUGITIVO




    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  2. #22
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    No es extraño


    16-2-1937

    Hay quienes se extrañan de que en Francia hasta grandes rotativos católicos se solidaricen con los rusos, en esto de atacar a la España auténtica, que tan bizarramente se ha levantado contra la invasión comunista de Oriente. Nosotros no nos explicamos esta extrañeza. ¡Es tan antigua esta historia! Tan antigua que ni siquiera se detiene en los dos siglos de nuestro gran Imperio, en los que España fue el baluarte de la Contrarreforma, y durante los cuales los reyes “cristianísimos” de Francia siempre buscaban o en los turcos o luego en los protestantes apoyo para combatirnos. Ni siquiera se detiene ahí la historia lamentable de esos rencores y mala voluntad francesa para nosotros. Ni ahí, ni en los días áureos del sacro Emperador de la barba florida, que sacrificó a su Roldán, en la loca empresa de sustituir a España en la vanguardia de la Cristiandad. Pasa mucho más allá la aparición de este fenómeno. Alboreaba el augusto destino español, y ya el católico Gontrán, todavía sicambro en la gestación de Francia, envía, con Boson, a sus francos para ayudar a los arrianos a que ahoguen, en su cuna, el naciente baluarte de los destinos católicos de la civilización cristiana.

    De tan largo viene ese “amor”, que no se detiene en escrúpulos dogmáticos, para manifestarse ardiente, ni aún en la época en que al frente de los destinos de Francia estaban capelos cardenalicios, siempre dispuestos a apoyarse en los protestantes para combatir a España, católica e inquebrantable. (…)

    Acaso pueda alegarse que si esos rotativos católicos se pronuncian tan abiertamente contra la verdadera España, son, en cambio, numerosos los grandes diarios que en París censuran duramente al Gobierno del Frente Popular (francés) por el apoyo que presta a los rojos españoles, denunciándolos con valentía. Esto es verdad, lo reconocemos.

    Pero no se advierte que en todas esas campañas no hay una sola manifestación de simpatía, de pronunciamiento, como en la Prensa alemana, en la italiana, y sobre todo en la portuguesa a favor de la verdadera España. Nada de eso. Se trata sólo de campañas políticas de oposición al Gobierno francés del Frente Popular (…) por el peligro que al país pueda ocasionar ese apoyo a los rojos españoles (…)

    Y es lo singular que esa actitud no ha sido jamás correspondida por España. Aun en los días en que con más ardor –y con más eficacia- se manifestaban esos “amores” de Francia para con nosotros. España daba princesas a la Casa Real de Francia, preparando así el advenimiento de su dinastía al Trono español. Y los intelectuales de España comenzaban ya entonces a hacer coro a la “leyenda negra” –allí forjada-, mucho antes que comenzara el declive de nuestro poderío en el Mundo. (…)

    J. LÓPEZ PRUDENCIO

    Última edición por ALACRAN; 01/02/2021 a las 19:54
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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  3. #23
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    HA LLEGADO UN FUGITIVO


    II

    El famoso “paseo”

    17-II-1937

    El “paseo” fue estrenado por los asesinos de Calvo Sotelo. El horror que causó aquella muerte llegó a términos indescriptibles en los últimos días de julio. No era el “paseo” un hecho aislado y audaz, especialmente preparado para volatilizar al ilustre político, sino todo un sistema de exterminio perfectamente combinado en los laboratorios marxistas. El mismo 19 de julio comenzaron los “paseos” al por mayor. Los habitantes de Madrid que el Frente Popular consideraba como enemigos, iban traspasando el velo del misterio, ejecutados como reses, con una bala en la nuca, al ritmo de 300, de 400, de 500 “paseos” diarios. Bastaba la más ligera sospecha, la denuncia más estúpida para que un ciudadano fuese sacrificado. Bastaba, por ejemplo, ser gordo o tener en casa unos prismáticos, o pagar una cédula de clase elevada, o haberse bebido alguna vez un whisky en el bar Chicote… Bastaba, sencillamente, haber discutido alguna vez con el portero. Los porteros, que pertenecían en su mayoría a la U. G. T., eran casi siempre inexorables.

    A los quince o veinte días de revolución, ya todos los que esperábamos la aplicación del “paseo” para un plazo más o menos largo –¡todo consistía en que se acordasen de uno!- nos habíamos familiarizado con él. Casi estoy por afirmar solemnemente que la perspectiva no nos espantaba. Nos habíamos resignado. Teníamos una especie de segunda naturaleza –la del condenado a muerte- y llegábamos a pensar que el procedimiento tenía ciertas ventajas: la de la rapidez, por ejemplo. Yo he hablado con muchas personas en aquellos días, que preferían el “paseo” a la cárcel. Por mi parte, la duda me ofendía.

    Delante de una casa cualquiera se detenía un coche con milicianos. Los milicianos subían a un piso y preguntaban por el que vivía allí. El que vivía allí se presentaba:

    -¿Qué desean ustedes?

    -Venimos a hacerte un registro.

    -Ustedes no son policías. Llamaré a la Dirección de Seguridad.

    Imposible llegar al teléfono. Un pistolón se lo impedía. El registro consistía en apoderarse de una sábana, a la que los milicianos iban lanzando la plata y todo lo que de valor, fácilmente transportable, encontraran en la casa. El dinero que pudiera existir allí y las alhajas, iban directamente a los bolsillos de los representantes de la justicia roja. Realizada la “razzia” se investigaba un poco sobre los papeles y libros de aquel señor. Una carta recibida desde Alemania o Italia era un testimonio fatal. La factura de un hotel de Estoril movilizaba esta frase:

    -Eres un carca asqueroso. Pero ya lo sabíamos.

    Si aquel caballero tenía, por ejemplo, la colección de “Episodios nacionales”, de Galdós, con la cubierta bicolor de las ediciones viejas, que era un caso que se repetía con frecuencia, naturalmente, aquel caballero “tenía emblemas monárquicos”…

    Todo esto solía ocurrir a la una o dos de la madrugada. A las dos y media de la madrugada los milicianos decidían restaurarse en el comedor. Comían lo mejor de lo que encontraban y abrían unas cuantas botellas. El resto de la bodega pasaba a la sábana.

    Poco después el jefe de la banda se echaba a la espalda la sábana, bien anudada y ordenaba:

    -Vosotros bajad el “ganao”.

    El “ganao” era aquel señor y su mujer, a veces, y el hijo o hijos de aire “fascista” que hubiera en la casa. El lote aparecía a la mañana siguiente con los brazos en cruz, tendido en la Casa de Campo o en Chamartín –explanada del campo del Madrid F. C.- o en Vallecas o en cualquier desmonte de los alrededores de la ciudad. Allí estaba el lote entero, con los ojos todavía abiertos y las cabezas destrozadas, entre latas viejas de conservas e inmundicias.

    Luego se organizaba la romería de gentes, mujeres de manera especial, que iban a contemplar los cadáveres, a profanarlos con insultos y puntapiés, avisadas por los lecheros o panaderos del barrio, que les habían anunciado muy de mañana:

    -Hoy ha venido fresco. Uno parece cura. ¡Chica, cómo se alimentaban estos tíos…!

    Y el mismo día de la madrugada de su crimen, por la tarde, volvían los milicianos a la casa con un camión y se llevaban las ropas, los muebles, los cuadros, los espejos, la batería de cocina… Dos o tres horas bastaban para que la casa quedara desnuda, sin más señal de hogar que las escarpias, que parecían cerrar el puño, escuadrado el brazo, desde las paredes vacías.

    Si el registro terminaba con éxito para el perseguido, y las milicias de la U. G. T. decidían que aquel señor era un infeliz, el infeliz sabía que al día siguiente o al otro recibiría la visita de los de la F. A. I. o de los de la C. N. T., que opinarían de muy distinta manera. Era fatal. La opinión optimista de los de la F. A. I. o de los de la C. N. T. tampoco era una garantía para los de la U. G. T. Un día u otro el señor aparecía en los desmontes con plomo en el cráneo…

    Así se han asesinado en Madrid más de 40.000 personas. Ahí están, en los periódicos rojos, las notas publicadas por el Gobierno, exigiendo que los registros y las detenciones fueran realizadas exclusivamente por la Dirección General de Seguridad y ordenando a los ciudadanos que llamaran inmediatamente a los teléfonos tales o cuales, en el caso en que se presentaran en su domicilio las milicias. Ahí están esas notas para comprobar la matanza. Y sin embargo, todo era inútil. Las milicias seguían realizando sus crímenes -¡y siguen!- inexorablemente. El perseguido no podía llegar al teléfono, y si llegaba, era abatido allí mismo como castigo.

    No había más solución que el nomadismo. Se dormía una noche en casa de un pariente, otra en casa de un amigo, otra en una pensión… Se aprendía acrobacia para saltar por los tejados y descender por las bajadas de agua… Durante el día se tomaban tranvías para trasladarse constantemente de un lado a otro. Esta resistencia a la persecución, sin embargo, podía realizarse durante quince días o un mes o dos meses con cierto éxito. Pero la pieza acababa por caer casi siempre. ¡Como un conejo!

    EL FUGITIVO


    Última edición por ALACRAN; 01/02/2021 a las 20:05
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    La Galería de los monstruos


    La serpiente con faldas

    17-II-1937

    Me figuro que algunos lectores consideran como de una delicadeza discutible esto de analizar en público, con franqueza y sin excesiva indulgencia, ciertos caracteres de personajes que por lo que se refiere a nuestra zona, están imposibilitados de defenderse. Pero lo probable es que quienes piensen así y crean que estamos viviendo en tiempos adecuados para resucitar el ceremonial de Corte, ni hayan perdido su patrimonio ni hayan visto vertida la sangre de sus hijos en esta lucha que sostenemos los españoles. No tendrían en este caso tales escrúpulos caballerescos. Y por lo que me concierne, no estará de más recordar que he hecho esto mismo en periodos menos cómodos: en plenas Cortes Constituyentes, cuando tonsurar al desdichado Ventura Gassols costó la cárcel y el destierro a unos mozos traviesos que, por cierto, ahora están batiéndose bravamente en nuestros frentes, dije públicamente al sujeto aquél que yo me hacía solidario de la broma y estaba presto a sostenérselo allí donde le pareciese conveniente. Tampoco rehuí en pleno Parlamento, la acusación de estar confabulado con los criminales de Asturias a Martínez Barrio, monstruo hispalense del que habremos de tratar algún día. Y hoy no se va a hablar aquí de ninguna doncella o viuda desamparada, de una mujer cuya vida privada se saque a luz, sino de un ser venenoso que ni siquiera es de nuestra raza; de un engendro cuyo sexo importa poco en relación con la magnitud del mal que nos ha hecho y de la multiplicidad de sus actividades dañinas. En la vida pública no hay más que hombres públicos, cualquiera que sea su sexo. Y doña Margarita Nelken, diputado, agitador comunista, agente a sueldo de Moscú, es un hombre público. Pocos habrán ejercido en estos últimos tiempos influencia más nefasta. En la galería de monstruos de nuestra historia contemporánea, tiene un puesto señalado por propio derecho.

    *
    Pues doña Margarita Nelken -esa virgen loca del comunismo- me ha hecho el honor de ocuparse de mi persona en una de sus peroratas radiadas desde el frente rojo. Mejor dicho, ha hecho alusión a mi memoria para injuriarla, dando por cierto que sus amigos me habían asesinado y que mis pobres huesos de cristiano viejo estaban ya pudriendo tierra. Siento tener que desmentirla aunque se trate, digámoslo así, de una dama: no he muerto aún, por lo menos hasta la hora de escribir estas líneas. Y espero vivir lo suficiente para verla emigrar llevándose lo que pueda de esta tierra de promisión, o caída en poder de nuestras tropas, encerrada en una jaula y exhibida entre las alimañas exóticas de la colección de fieras del Retiro.

    Antes de que la guerra empezara, hace años, esta inmigrante judía me inspiraba profunda repulsión. Mientras algún amigo, que pensaba lo mismo que yo la saludaba finalmente en los pasillos del Congreso, yo le volvía la espalda por una especie de repugnancia física.

    -No hay que ser así- me decían.

    -¿Qué quieres que haga? Soy delicado de olfato.

    -Pero no se puede vivir en esa forma agresiva. Esta individua es una intrigante. Tiene además la indiscutible superioridad de su condición femenina que le permite insultar sin réplica posible. Un día te va a decir alguna atrocidad, ¿y cómo vas a contestarla?

    En efecto, consciente de hallarse en un país de caballeros, la infame usaba y abusaba de su capacidad de injuriar, para lo que tenía la facundia de una habitual del Puerto Viejo de Marsella. Uno de los más grandes españoles de nuestro tiempo –el general Sanjurjo- palidecía silenciosamente de cólera al recuerdo de esta inmunda aventurera. Y así, hasta las gentes a quienes parecía despreciable, no por sus devaneos pecaminosos, de los que ha dejado huella en varios Juzgados de Madrid, sino por su condición perversa, evitaban enojarla imaginando que un bicho de esta índole podía ser sensible a la cortesía. Pero yo no he tomado nunca la vida pública a broma. Cuando –durante las Cortes Constituyentes- manifestaba en la Prensa mi opinión de que los socialistas y sus cómplices eran una banda de criminales, era porque así lo creía. Me hubiera avergonzado andar luego en el Parlamento dándoles la mano, dialogando, “conviviendo” con ellos. Procedía conforme a lo que decía y decía lo que sinceramente pensaba. Y por lo mismo no saludé jamás a la patulea de malvados que iban a hacer lo que han hecho en nuestro país. Incluso a los que conocía de antiguo, como Azaña, Barcia y otros a quienes había tratado en el Ateneo de Madrid, les negué francamente el saludo, situándome en enemigo leal y dejándome de ese sistema de las palmaditas en el hombro y de las sonrisas entre camaradas a que tanto se propendía en el Congreso. Y entre los seres más sórdidos, cuya sola presencia era como un baldón de ignominia para nuestra Patria, figuraba en primer lugar la indeseable -en todos los sentidos de la palabra- dispuesta a todos los crímenes y a todas las aberraciones, capaz de todas las hazañas menos la de lavarse con frecuencia. Me parecía vejatorio que esta extranjera despreciable hubiera venido a envenenar nuestro país, a ofender a nuestras mujeres, a vilipendiar a nuestros mayores prestigios, a burlarse de nuestra bandera, sirviendo los designios de su raza israelita. Que la hospitalidad generosa de España -ofrecida cordialmente a su tribu hambrienta de buhoneros- se pagase así, y que hubiera masas de españoles dispuestos a colaborar en tal abyección, me indignaba profundamente. La glorificación de esta judía roja de importación, me humillaba en mi condición de español (…) Era como una marca infamante, como un sello de dominio que la judería harapienta centroeuropea había logrado imponernos por medio de esta digna representante suya. Y lo peor es que la fétida intrigante no tenía gracia ni talento. Lo mismo en sus discursos que en sus prosas periodísticas es de una pesadez abrumadora. Al principio había logrado introducirse en las redacciones a fuerza de audacia y también manejando un instrumento personal distinto de la pluma, que en ciertos caracteres femeninos tiene casi la misma eficacia que un hacha de abordaje. Luego, cuando pasaron los años y se desvanecieron sus relativos encantos, viendo la ocasión de trepar se sumó a la tropa demagógica y actuó con una osadía que iba creciendo en relación directa con su impunidad, ante el estupor que hasta a los espíritus menos sujetos a convencionalismos producían su maldad y su cinismo.

    Una vez en un artículo, dije yo que recordaba a Judith, no precisamente por su belleza, sino por capaz de introducirse en la tienda del adversario para degollarlo dormido como a Holofernes. La enfureció esta alusión a una de sus antepasadas remotas, porque como buena judía, todo su afán consistía en hacer olvidar que lo era. Me llamó por teléfono amenazadoramente: Estábamos en plenas Constituyentes. Se entraba en la cárcel con facilidad. Yo no era diputado. En suma, me exigía una rectificación.

    -Pídamela usted por escrito -le dije con socarronería-, aunque más natural me parecería que lo hiciese el hidalgo que actualmente le administra los bienes.

    Pero me escribió ella, en efecto, una carta invocando la ley de imprenta para que se aclarase que no era una aventurera ni pensaba emular a su abuela bíblica. Entre los billetes de Banco y los documentos que sus compinches me han robado en Madrid estaba esta carta todavía.

    Y a medida que se convencía de su impunidad aumentaba su actividad criminal y se exacerbaba su procacidad. Los medios de que se valía para excitar a las ignaras multitudes viriles de Extremadura entran de lleno en la zona de la patología sexual. Serpiente con faldas, como ciertos peces del mar de la China, vagabunda sin patria y sin Dios, lo mismo había adulado a la Dictadura y escrito artículos modosos en “Blanco y Negro”, que envenenaba e inducía al asesinato a sus secuaces rurales y que hubiera traficado en drogas tóxicas o en carne humana... Y al mismo tiempo que halagaba las peores pasiones de la plebe, satisfacía un rencor inconfesable que sentía contra las mujeres de nuestra tierra. Las odiaba por su virtud, por sus cualidades morales, por ese sentido trascendente de la vida que tienen en la última aldea la viejecita más humilde en comunicación mediante la plegaria con la potencia divina que rige el universo. Odiaba a las jóvenes por su belleza y su donaire. Las muchachas elegantes de la sociedad de Madrid –mundo un poco frívolo, pero que constituye un ornamento necesario en toda sociedad penamente civilizada- la enfurecían. Como buena judía es una cursi de nacimiento. La judía puede ir vestida ricamente, cubierta de sedas, de pieles y de joyas: es cursi sin remedio. (…)

    Es de esas mujeres en cuya compañía no se puede atravesar el “hall” de un hotel bien frecuentado sin sentirse vagamente molesto. Fuera por eso o por otros fracasos sentimentales -esos fracasos que se traducen en desvíos masculinos después de la primera entrevista- ha debido sufrir en el Madrid adorable de la belleza y la gracia femeninas muchas humillaciones...

    Y en los asesinatos de que han sido víctimas muchas de ellas, en los actos de crueldad y de sadismo, en las lágrimas de las bellas y santas mujeres españolas, la parte principal, la parte de inducción, ha sido de este monstruo haldudo. Que ahora se irá a Rusia saboreando el recuerdo de sus crímenes, rica de dinero y de venganza, llena a la vez de brillantes robados y de insectos parasitarios."

    Juan PUJOL

    Última edición por ALACRAN; 09/02/2021 a las 21:36
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    ESCLAVOS, SÍ


    18-II-1937

    Se ha consumido saliva y tinta en abundancia hablando de la esclavitud del obrero en Rusia. Y con buenos instrumentos: legislación, citas de diarios oficiales, relatos espeluznantes de testigos… A pesar de todo, muchas gentes prefieren no creerlo. ¡Exageraciones! ¡Enemiga contra las conquistas del proletariado! ¡O miedo a los avances sociales! Vivimos en un medio capitalista y los poderosos no pueden dejarse arrancar sus posiciones sin lucha.

    Así fingen pensar ciertos Gobiernos democráticos. Tal es el lenguaje de muchos de esos que el mundo llama intelectuales. De ese modo razonaban -¡y tal vez razonan, aunque no se atrevan a proclamarlo!- entre nosotros gran número de mentecatos que se califican a sí mismos como personas de orden. Rusia estaba tan lejos… Sus zarpazos no herían nuestras carnes. Podíamos permitirnos el lujo de hacer literatura.

    Un mal día la fiera saltó sobre tierras españolas. Con sus métodos de siempre: mucha cautela, muchas promesas, mucho entusiasmo fraternal, con acompañamiento de puños en alto. Un país más que entra por caminos de “redención”. Y así semanas y meses, hasta que han conseguido sujetar bien la albarda. Entonces llega lo otro: el coro de los malditos.

    Para el mundo nada ha cambiado aún. La Prensa, la “radio”, siguen su obra. Moscú es, cada vez más, la providencia inagotable de la España roja. Los “camaradas” de estas latitudes se deshacen en gratitud al pueblo hermano; al único que se entregó descaradamente a la defensa de la causa obrera… ¡mientras el dogal aprieta con ahogos de asfixia!

    Sólo que aquí entre lumbraradas de sol, en pleno corazón de Occidente, es más difícil la comedia. De poco sirven los parlamentarios vendidos ¡a la democracia internacional!, ni los compromisos monstruosos de cancillería. Cuando menos se piensa un ramalazo de viento destapa el tinglado. Y el huracán indiscreto ha sonado más de una vez, con rebeldía meridional.

    Podemos gritar sin temor a pruebas en contrario: La España roja es un país de esclavos bajo la férula de Moscú. ¡A todos los vientos! Para que lo oigan –si tiene oídos para oír- los que en el retiro acogedor de Ginebra se escandalizaron al comprobar vivita y coleando la esclavitud en la República africana de Liberia o en el Imperio del Negus. Pero esclavitud en el más genuino sentido de la palabra: una cuadrilla de bandidos que dispone a su antojo de la fortuna, el honor, la libertad y la vida de hombres, mujeres y niños. Sin más limitación que éstos: el rincón escondido que sus sabuesos no consiguen olfatear, o el reducto que defiende la pistola.

    ¿Pruebas? Las hazañas de la Brigada del Amanecer y sus congéneres. Centenares de mujeres ultrajadas. Niños arrancados a sus padres en “razzia” africana y conducidos como un rebaño a gustar las “delicias” del “Paraíso Soviético”. Hombres “requisados” como máquinas, y llevados al frente para luchar quizá contra su hermano o su padre, y sin derecho a la huida –privilegio de los amos-; como argumento supremo, la ametralladora en retaguardia. He ahí una narración escueta, fácilmente comprobable.

    Más. Entre los esclavos hay categorías. Azaña tuvo el mal deseo de mandar. Y para complacerle le ordenaron de boato, le instalaron en los espléndidos salones de la Abadía de Montserrat, le colocaron una guardia pretoriana al revés, y allí continúa, apacentando su espíritu (?) con la ubérrima literatura monacal. ¡Ah!, y goza de los cuidados fraternales de dos alienistas franceses. Largo, en un alarde de independencia, llegó a encararse con el sicario que dirige la ruina de Madrid. No tardó en recibir el golpe de fusta de su señor, Rossenberg. Y el general moscovita sique paseando su figura siniestra entre los escombros de la capital española.

    Los hechos no son de hoy. Hace tiempo cruzaron nuestras fronteras. Y no ha temblado el mundo. ¡Bah!, justifican los jerifaltes internacionales: “La guerra es eso; las dictaduras no tienen entrañas”. Esperábamos la salida. Tenemos el convencimiento profundo de que hay intelectuales y gobernantes con alma de negrero.

    A pesar de todo, un último dato. Tampoco es inédito. Pero le hacemos venir aquí para completar el dibujo. Hay que hacer lo posible porque en un mañana próximo, cuando se planteen estas cuestiones a plana luz, nadie pueda llamarse a engaño. Son unas líneas del parte oficial del 16 de enero de 1937: “Se cogieron tres ametralladoras rusas, un centenar de fusiles y 120 muertos, entre ellos un sirviente de ametralladora encadenado a dos piquetes de hierro que tenían clavados en el suelo…”

    “En este sector (Madrid) a uno de los oficiales rusos muertos se le cogió un látigo de seis cabos que empuñaba y con el cual, según versión de los prisioneros, golpeaba a los pobres milicianos españoles”.

    Así, secamente; con lenguaje telegráfico, pero que refleja la más negra de las esclavitudes que mancharon las páginas de la Historia: la del cautivo cristiano.

    “amarrado al duro banco
    de una galera turquesa”

    La esclavitud no es un tópico. Roe la carne viva de los “rojos” españoles. Faltaba el cuadro palpitante. Los que saben esperar pudieron asegurar que tarde o temprano llegaría. Es ley del espíritu humano, con facultades para desenvolverse libremente, plasmar en realidad tangible su visión de la humanidad. Y la ley no ha fallado. Ahí están los hechos –los que nosotros hemos podido comprobar- al alcance, no de la inteligencia, de la sensibilidad más roma: la cadena del forzado y el látigo del cómitre.

    MARBE


    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

  6. #26
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    20-Feb-1937


    El mapa de las dos Españas

    En el vestíbulo de la Redacción del periódico popular han puesto un gran mapa de España, pintado en dos colores; el tono gris marca la España irredenta, y la otra España, la nuestra, la verídica, está pintada de amarillo. El éxito de ese mapa es enorme. A cualquier hora del día se ve apelotonarse contra el cristal una masa de gente de todas clases, interesada en saber hasta dónde ha avanzado hoy el color amarillo. El color, que podemos llamar nacional, se extiende, en efecto, un poco más cada día, abarcando poblaciones nuevas y nuevos territorios, que quedan desde entonces como salvados definitivamente de la terrible soledad del color gris. Y digo definitivamente, porque nunca se ha dado caso de tener que corregir o rectificar la mancha amarilla; la mancha amarilla representa el paso hacia delante de nuestros soldados, y nuestros soldados no retroceden jamás.

    En esa avidez con que el público callejero consulta el mapa, está representado el principal, el único motivo psicológico de España: la ansiedad. (…) Ya están frente a Málaga… Ya se corre el color nacional hasta Almería… Ya han llegado más allá del Jarama… La cintura de acero rodea ya Madrid…

    Entre tanto, las miradas recorren vagamente la zona ocupada por los rojos y es como si mirasen lo que en los mapas antiguos se llamaba una tierra incógnita. Es la España desconocida, salvaje y por conquistar. No se sabe de cierto lo que sucede allí. Dudosas referencias hablan de Gobiernos fantásticos, de absurdos Parlamentos, de autoridades y mandos imaginarios. Sólo se sabe, o se sospecha sobre seguro, que en esa tierra incógnita del mapa de España tiene que reinar también un estado de ansiedad; pero es la ansiedad de quien asiste al avance sistemático del enemigo, y ve que el fin es inexcusable, y que está acaso muy próximo, y que cuando llegue ese fin llegará también la hora de la justicia.

    Entonces nos acordamos de esas comisiones de extranjeros que vienen a estudiar, a investigar, a comparar la situación civil y moral de la España en guerra. Los respetables investigadores no son difíciles de clasificar; se trata de unos filántropos pedantes (Inglaterra produce con mucha fertilidad este género de fauna), o son políticos y periodistas decididamente inclinados a la izquierda (habitual producto de nuestra querida Francia). Antes de salir de su tierra se sabe a lo que vienen y las referencias que han de dar. Traen una mente partidista y sectaria anticipadamente aleccionada, y vienen decididos y obligados a exponer aspectos de una realidad que sólo existe en su interesada imaginación.

    ¡Comparaciones! Pero la comparación en este caso resulta ingenua por la facilidad y la brevedad de la investigación. A un extranjero imparcial le basta con pisar tierra en cualquier sitio de la zona roja para comprender en un momento toda la verdad. La simple contemplación de una calle, de un pelotón de milicianos, del porte y ademanes de los transeúntes, le revelará el estado precario de una sociabilidad en derrota. En cambio, ese mismo observador, si desembarca en Coruña, Vigo, Sevilla, o llega por tierra a San Sebastián, no necesitará ejercitar mucho tiempo sus facultades de observación, porque inmediatamente se dará cuenta de que ha penetrado en un país normalmente constituido, donde todo se halla en orden y sujeto a las leyes legales de una justa autoridad.

    Este contraste entre la vida ciudadana de las dos zonas salta a la vista, sobre todo en las poblaciones que han padecido algún tiempo el régimen rojo y luego han sido libertadas por el Ejército nacional. En San Sebastián, por ejemplo, las tropas libertadoras encontraron una ciudad desorganizada, sucia y triste; los jardines estaban abandonados, rotos y secos los céspedes y las flores; los lujosos hoteles convertidos en zahurdas. Actualmente, San Sebastián es un primor de urbanismo, de buena policía, de amenidad y recreo.

    También yo, como los demás, me acerco habitualmente a examinar el mapa de España que han extendido a la puerta del periódico. Allí sumo mi ansiedad propia a la del público, y entonces no soy más que un español de tantos que cumple su misión de ciudadanía. Y hoy la ciudadanía quiere decir patriotismo. Sentirse unido al cuerpo y al alma nacionales en una única aspiración, en un supremo anhelo. Vencer. Ganar la guerra. Extender el color nacional sobre todo el ámbito del mapa de España, para que España vuelva a ser una e indivisible. Y ponerse luego a hacer una España mejor y más gloriosa.

    CAPITÁN NEMO

    Última edición por ALACRAN; 17/02/2021 a las 20:56
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    HA LLEGADO UN FUGITIVO


    IV

    La vida y muerte en las cárceles

    20-II-1937

    La Cárcel Modelo de Madrid quedó saturada desde los primeros días del movimiento nacional. Hubo que habilitar otros edificios para que languidecieran los detenidos: el colegio de San Antón, un convento de la calle del General Porlier, etc., etc., más la Prisión de Mujeres, que quedó habilitada para hombres.

    Los que conocen el célebre “Abanico” no podrán creer quizá que allí se lograron meter 5.000 presos. Pues se metieron. En cada celda llegó a haber seis y siete hombres, que dormían por turnos sobre el duro suelo. El espacio faltaba de tal manera que la maniobra de rascarse –frecuente y urgente, sin embargo- no podía llevarse a efecto. Los encarcelados estaban en un estado de miseria indescriptible. Cualquier cosa era un problema espantoso: lavarse, afeitarse, limpiar el plato de hojalata, realizar operaciones de carácter absolutamente íntimo, etc., etc. Se les servía la comida en las celdas y se les “chapaba” a las siete de la tarde. El ruido de los cerrojos –toda la chatarra de la Modelo sonando a un tiempo- producía en los detenidos verdadero terror. Allí quedaban a merced de las milicias, que solían aprovechar la nocturnidad para realizar sus “sacas”.

    Las “sacas” se hacían de la siguiente forma: Un grupo de milicianos llegaba a la cárcel en busca de “carne” y hacía el pedido de hombres que necesitaba: por ejemplo, veinte; por ejemplo, cincuenta… Los días de bombardeo aéreo “necesitaba” de cien a doscientos. La Dirección de la cárcel entregaba el fichero y aquella banda de forajidos escogía, sin ninguna preferencia especial y sin preocupaciones de ningún género, a los que iban a ser puestos “en libertad”. Luego, sonaban en las galerías los nombres de los predilectos. En aquellas circunstancias, oír uno su nombre y apellido era el anuncio de la muerte. Los escogidos pasaban a un camión, después de haberse despedido para siempre de los que quedaban, y media hora después sonaba la descarga de plomo sobre sus cabezas. Efectivamente, era “la libertad”; la que deseaba un cuerpo que no podía ya con tanta tortura.

    Los primeros fusilamientos, como sabe todo el mundo, se hicieron en la misma cárcel. En uno de sus patios. Los presos eran ametrallados desde un tejado. Así cayeron Melquiades Álvarez, Julio Ruiz de Alda, Albiñana, Martínez de Velasco y muchos más. Pero como aquella carnicería había sido registrada por el Cuerpo Diplomático y se produjo con demasiado estrépito, hubo que recurrir al sistema nocturno y meandroso, que producía los mismos resultados y tenía, por añadidura, la virtud de llevar un espanto mayor a los condenados.

    Cuanto mayor era la categoría política del preso, más agudos eran sus sufrimientos. Había que subir el carbón a las cocinas, había que acarrear sacos de patatas de cien kilos, había que tragar los peroles –repugnantes a fuerza de sebo y de inmundicias-, y había que callarse cada vez que “un responsable” se entregaba a la vejación de la víctima, de palabra y obra.

    La Cárcel Modelo empezó a ser evacuada cuando las tropas de Franco se acercaban a Madrid. Era necesario conservar entre barrotes a toda aquella gente, llevándola más hacia el corazón de la ciudad, ante el peligro de que fuese liberada. En la noche del 6 al 7 de noviembre, quedaban ya muy pocos presos en la Modelo; pero los que allí había vieron cómo sus guardianes huían como ratas ante la proximidad del combate. Aquella noche se escaparon algunos hombres, con relativa facilidad, no haciéndolo todos porque pensaban que la cárcel sería desbordada pronto y podrían lograr la libertad más fácilmente.

    La mayoría de los presos de la Cárcel Modelo pasó al convento de la calle del General Porlier; pero muchos fueron trasladados a Alcalá de Henares, a Chinchilla y a Figueras. Buena parte de estos traslados fueron nominales nada más: los presos eran fusilados en el camino.

    Entre las expediciones trágicas, hay que señalar una que fue dirigida hacia Alcalá. Estaba compuesta de 900 hombres, sacados de la Cárcel Modelo y del Colegio de San Antón. Fueron conducidos en camiones, encadenados, descalzos, medio desnudos. No pasaron de Torrejón de Ardoz. Allí fueron arrojados a una larga zanja, cavada con la debida anticipación, y cubiertos con la tierra que había quedado al borde de la inmensa sepultura. ¡Cuestión de economizar municiones!

    Esta inmensa salvajada llegó a conocimiento de la Cruz Roja Internacional, que consiguió comprobar el hecho y hasta anotar los nombres de la mayoría de las víctimas. Un miembro de la Cruz Roja salió en avión de Madrid, el 9 de diciembre. Llevaba la lista de los enterrados vivos en Torrejón, con el propósito de ofrecérsela a la Comisión de Ginebra el día 10. El avión no llegó a su destino. Fue precisamente aquel aparato francés que cayó sobre territorio rojo, a poco de haber abandonado Madrid, “tiroteado por las fuerzas de Franco”… Todo el mundo sabe a estas horas quiénes lo habían abatido y quiénes tenían interés en que se estrellara contra el suelo. Afortunadamente, la maniobra no llegó a lograr el éxito completo.

    En el Colegio de San Antón la vida del preso era un poco más dulce. Había menos rejas, menos mazmorras, más sol y un poco más de limpieza. Pero las vejaciones eran las mismas y constantemente –esto sucedía en todas las cárceles- entraban milicias de todo género en plan de divertirse con el “ganao” y de torturar de palabra a tal o cual personaje.

    Las mujeres, en número de 1.200 aproximadamente, fueron trasladadas en los últimos tiempos al Asilo de San Rafael, en Chamartín. No había agua y las condiciones higiénicas –saturado el edificio por una población amontonada- eran deplorables. Las presas veían por las mañanas, a muy poca distancia, cómo se asesinaba a los escogidos para el “paseo” en aquella zona. Al principio muchas detenidas cerraban los ojos, gritaban y lloraban. Más tarde, esterilizadas para el dolor, a fuerza de contemplar el drama de frente, apenas miraban las ejecuciones -¡como si no tuvieran importancia!- y desde luego no las comentaban.

    Toda esta tragedia continúa en Madrid. No será exagerado calcular en 10.000 los presos que esperan la muerte o la libertad definitiva, la libertad de verdad, hora a hora y día a día. Sin contar con los que han sido trasladados a diversos penales de España, más lejos todavía de las tropas de Franco. ¡Calcúlese la desesperación de estos infelices! Los que cayeron en el traslado han tenido más suerte. Mucha más…

    EL FUGITIVO


    Última edición por ALACRAN; 17/02/2021 a las 20:56
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    Juan Pujol Martínez


    Revista “Domingo”, 21-II-1937

    “Cruzados”

    No es mero azar que cuando se les compara físicamente con los nuestros, los jefes de la España roja sean una colección de monstruos obesos, adiposos, afeminados, zoológicamente deformes. Algunas veces pienso que si nuestra época tuviera la imaginación de los medievales, podría representarse a Franco como a San Miguel matando al diablo, un dragón con pezuñas y siete cabezas –las de los siete pecados capitales- que fueran las de Azaña, Casares, Indalecio Prieto, Ossorio y Gallardo, Álvarez del Vayo, la Nelken, Marcelino Domingo- y una lengua de víbora que bien podría ser la de doña Dolores Ibarruri. Porque, en efecto, estos caudillos nuestros tienen, si se les afronta con aquéllos algo de paladines de poema caballeresco, no sólo en la prestancia física, sino en la limpieza moral que hace de ellos verdaderos trasuntos de héroes de las Cruzadas. En los primeros días de la campaña, acudí desde Portugal, donde acompañé al general Sanjurjo hasta minutos antes de su trágica muerte, a presentarme al general Mola que, en aquellos momentos, instalado ya en Burgos, hacía frente con escasas fuerzas del Ejército y no sobradas milicias de voluntarios, al empuje de la horda embravecida en Madrid por la fácil victoria del Cuartel de la Montaña (…)

    Me abrazó sonriente, porque nos conocíamos de horas adversas, tristes o grises de desesperanza, y él sabía de antiguo la mucha estimación en que, como escritor, lo único en que podía atreverme a juzgarle, le tenía.

    -Menudo jaleo hemos armado –me dijo-, como si se tratase de una travesura.
    -Era ineludible.

    Y luego me habló con su discreción y sobriedad habituales, pero con franqueza que no estaba mal depositada, de la situación planteada entonces. Alma clara y diamantina, espíritu disciplinado en la adversidad y en la pobreza honrada, con episodios de íntima austeridad que algún día saldrán a la luz cuando se pueda hacer su biografía, inteligencia pronta y severa que enfoca las cosas objetivamente, sin deformarlas por la propia ilusión o el propio deseo, bien veía las dificultades de la empresa, mejor que sus mismos adversarios. Pero ni un instante dudaba del éxito final. En aquel drama de que era voluntario protagonista se había instalado con la naturalidad de un piloto en la tormenta (…)

    Llegaban noticias de victorias parciales, de encuentros, de episodios, de obstáculos que sobrevenían para dificultar las operaciones. Tarea ingente, que él iba resolviendo con frases breves, decisivas, reconcentrado en sí mismo, con una capacidad de abstracción y de examen interno de los problemas, sorprendente. Y uno de aquellos días en que subía a su despacho viniendo de algún frente que había visitado en horas difíciles, una vez que hubo dado sus órdenes a los Jefes del Estado Mayor, mientras encendía un cigarrillo, le oí decir con aire preocupado:

    -Estos individuos de mi escolta tienen buen apetito. Me van a desequilibrar el presupuesto.
    -Pero mi general, ¿es usted quien abona sus comidas?
    -Claro, en los viajes…
    -¿No hay una cantidad destinada a estos fines?
    -No se ha pensado.
    -¿Y usted tiene mucha paga?
    -Mil quinientas pesetas al mes es lo que cobro.

    Así el hombre aquel, que mandaba un Ejército victorioso, el conquistador de Irún y San Sebastián, que tenía a sus órdenes millares de voluntarios armados, regimientos y batallones innumerables, el hombre que estaba haciendo frente, de momento, a la horda roja provista de los tesoros de España, ayudada por la Francia inmunda y la Rusia bárbara, se preocupaba porque de sus diez duros diarios de sueldo –él, que era señor auténtico de media España- tenía que vivir y a la vez pagar las comidas de su escolta. Entre risas y bromas era cierto. No había pensado que los Bancos, las tierras, las riquezas todas del país situado bajo su autoridad, se hallaban a su disposición, puesto que sobre ellas ejercía prácticamente plena soberanía. Su honestidad profunda, su respeto al derecho ajeno, y su escrupulosa limpieza moral, le impedían siquiera afrontar la probabilidad de disponer de otros recursos que de los de su peculio personal y su propia paga lealmente obtenida con anterioridad al alzamiento.

    Y nadie habló de ello entre los que le escuchábamos, pero yo me preguntaba si en aquellos instantes los piratas del Frente Popular, los capitanes de bandidos rojos estarían atormentados por problemas semejantes. Yo comparaba aquella confesión de penuria, en aquel hombre vestido con elegancia militar, que no tenía más oro que el de los entorchados de su uniforme, con la codicia de la tropa de tíos gordos y ladrones, grasientos y codiciosos, que ya entonces habían comenzado a robar para ellos y para sus hijos los lingotes de oro del tesoro español, las joyas históricas, los tapices y los libros raros, como en un saqueo de invasión asiática en la Roma antigua y no como gentes que operan en su propia patria.

    Y en rigor éste había sido un contraste permanente. Salvo en muy raros casos –pueden contarse enumerando a los que se hallan prestando servicio a los rojos- estos militares españoles eran gente pobre, orgullosa y austera. Tenían algo de monjes laicos. Religión de hombres honrados llamaban las ordenanzas, si no recuerdo mal, a la milicia. Cuando Queipo de Llano, metido por error en una aventura revolucionaria, tuvo que huir a París, se encontró allí sin recursos. Un día fue a buscar a un amigo mío:

    -¿En qué puedo servirle, general?- le interrogó éste.
    -Pues verá usted –le contestó Queipo con su franqueza característica-. Tengo muy escasos medios. Se me van a acabar según veo. ¿No podrá usted, que tiene relaciones, buscarme algunas lecciones de español para ir ganándome la vida?

    Quien me lo cuenta, todavía conmovido, no era correligionario de Queipo. Pero le buscó las lecciones. Y cuando piensa en la forma en que están emigrando los que ahora lo hacen de la España roja, siente que el respeto que entonces le inspiró Queipo de Llano se le acrecienta.

    -Es verdad que es un caballero- me dice a menudo.
    -Un caballero y un héroe del temple de Francisco Pizarro. Quien ha hecho lo que ha hecho él con un puñado de hombres, tiene una plaza preferente asegurada en la Historia […]

    Esta era una orden caballeresca, que indignaba, como un anacronismo y como un reproche, a la fauna interior de alma porcina, para quien el progreso y la verdad científica coincidían con la adoración a las más bajas apetencias y a los peores instintos corporales. El odio del obrero petulante, ensoberbecido, el odio del proletario urbano –capaz de todas las bajezas, de todas las abyecciones y todas las crueldades- se exacerba contra esta gente altiva y pobre. […]

    Franco tiene esa seducción personal que emana de su equilibrio físico y fisiológico, de la serenidad interna, de la mesura, que son sus características. Cuando pasen los años y su personalidad entre en la Historia y pueda estudiarse sin la coacción de su autoridad y su presencia tan difíciles de olvidar para la censura como para el elogio, se verá que era el hombre predestinado para esta hora. Recuerdo que –después de comenzado este alzamiento nacional- el primer día que le vi salía de la catedral de Burgos. Con el fondo de las piedras centenarias –cresterías y pináculos que parecen de vieja argentería- bajo el cielo de un domingo de victoria, rodeado de la muchedumbre que le aclamaba, le vi descender la gran escalinata que da a la calle de Laín Calvo. Sonaban campanas y trompetas, aleteaban en el aire azul oriflamas de gloria. Y por el corazón de aquella multitud ferviente pasó una corriente que no era sólo de admiración y de fe, sino de amor hacia el héroe joven, que iba vestido con su sobrio uniforme de campaña, pro sobre cuya faz sonriente parecía proyectarse el fulgor de un imaginario casco de plata, como si en él se evocase inconscientemente el recuerdo de los Lohengrin y Parsifal legendarios, o el de aquel Cid cuyos huesos sacros reposaban bajo las bóvedas del mismo templo, redivivo ahora para mandar por igual a moros y cristianos, un Cid lampiño y casi adolescente. Esa capacidad de sonreír a su pueblo, a la vida entera, próspera o adversa, me pareció la promesa mejor que podía hacernos. Esa sonrisa suya –gesto de quien tiene la certeza de los demás y de sí mismo- disipaba como una mala pesadilla la visión de los monstruos de la España roja, los gestos feroces y crueles, sarcásticos y bestiales de los enfermos de envidia y de odio que habían tenido a España encadenada. Y le rodeaba, como de un halo, de eso que, folklóricamente se denomina simpatía.

    ¡Y con todo ello tan lejano de las captaciones demagógicas! Porque toda su vida ha sido recogimiento y disciplina. Nada más lejano de él, en efecto, que ese género de existencia que una literatura insubstancial ha solido atribuir a los hombres de guerra en tiempo de paz. Su distracción favorita han sido los libros. Su entretenimiento, el estudio de cuanto se relacionaba con su profesión castrense. No fuma. No bebe. Nadie le ha conocido esas aventuras fáciles que sin buscarlas le habrían salido por tantos motivos al paso. En este mundo desordenado en que vivimos, él realizaba sin jactancia ese ideal de soldado cristiano valeroso y austero, inteligente y modesto, que no censura los extravíos ni siquiera los vicios mundanos de los demás, pero que no los comparte. Lleno, por lo demás, de comprensión y de indulgencia, y exento de fariseísmo y de mojigatería. Su honestidad le es tan consubstancial, que no la exhibe, como nadie hace alarde de su esqueleto. Le parece natural en él, como naturales en los demás las debilidades que se excusan. Y poco a poco, sin buscarlo, sin quererlo, esta vida limpia y clara, había ido polarizando en torno a sí todos los sueños y todas las esperanzas de los patriotas y antes que de ninguno, de los propios militares. Durante estos años ominosos, muchas veces oía yo decir a los mozos tenientes y capitanes:

    -Si Franco quisiera…

    Yo mismo osé una vez ir a proponerle que quisiera. De aquella entrevista delicada y difícil guardo la impresión profunda de una conversación reflexiva, firme y serena, y de una esperanza que me henchía el corazón y al fin he visto confirmada…

    -Si Franco quisiera…

    Y Franco guardaba silencio. ¡Procedimiento tan distinto al de las seducciones electorales, al de las plataformas de los mítines en que se habla y se promete y se lisonjea y se miente a las multitudes! Y llegada su hora, Franco ha querido. Ahí está, con algo de arcangélico, contra el poder universal del diablo, sin perder su sonrisa juvenil, en la mano la espada invicta, y el pelo que era negro en torno a sus sienes, ya un poco gris, en pocos meses. Cuando visita los frentes, los soldados le aclaman y le echan sus capotes a guisa de alfombras, como a un capitán de romance. Y es cierto que hay muchas almas viles que quisieran aniquilarlo. Pero también lo es que en las horas de vigilia y de espera, millones de españoles tienen el pensamiento puesto en él, con una confianza que se acrecienta día a día, y no ha sido defraudada un solo instante. Guardia invisible y sentimental, de la que si es cierto que las almas se comunican por vías imperceptibles, debe sentir la presencia. (…)

    Juan Pujol
    (Revista “Domingo”, 21-II-1937)

    Última edición por ALACRAN; 01/03/2021 a las 14:02
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    HA LLEGADO UN FUGITIVO


    24-Febrero-1937

    Las “checas” y García Atadell

    No serán muchos, probablemente, los que desconozcan el caso de aquel lugarteniente de Pancho Villa que se separó del general porque había comprado un cañón y pensaba que le sería mucho más provechoso hacer la revolución por su cuenta… Esto ha ocurrido y ocurre en Madrid. No son pocos los que administran Justicia y se entregan a la incautación de oro, plata, billetes y alhajas… por su cuenta.

    Las famosas “checas” no son sino Sociedades dedicadas al robo y al crimen con un criterio absolutamente personal. El hecho de haber pasado por una “checa” sin desperfectos excesivos en la piel y en los valores inmobiliarios, no es una garantía de tranquilidad. Otra “checa” repite la faena, inmediatamente, y casi siempre opina de manera mucho más dura. Las “checas” son también las que recogen a los presos puestos en libertad, francamente puestos en libertad, a los que se provee de un volante que dictamina su inocencia, para recluirles en sus mazmorras y hacerles sentir por último que la Dirección General de Seguridad se equivoca con frecuencia, pero que “el pueblo no se equivoca nunca”.

    Cada “checa” tiene un Tribunal cuya misión consiste en insultar al detenido y prohibir que el detenido hable. No se puede tolerar que un canalla –todos los detenidos son canallas, entre otras cosas mucho más infamantes- trate de demostrar la injusticia que se comete con él. Después de la “prueba”, que tiene lugar a los dos o tres días de la captura, la víctima pasa a la jurisdicción del plomo en un sótano de la misma casa o en el extrarradio de Madrid. Por el ya conocido sistema del “paseo”. Como en las “checas” los calabozos son tenebrosos, pero escasos, conviene ir eliminando gente cuanto antes.

    Las “checas” pertenecen a los grupos rojos más exaltados –me refiero a la F.A.I. y a la C.N.T.-, pero esto no quiere decir que el partido socialista y la U.G.T. desdeñen un procedimiento tan expeditivo y remunerador.

    Precisamente, el célebre García Atadell pertenecía al partido socialista. García Atadell y su maravillosa Brigada del Amanecer se anunciaban en los periódicos como se puede anunciar un jabón para la barba. Todos los días daba cuenta la Prensa de alguna nueva hazaña de este hombre y de sus secuaces, atribuyéndole cualidades de sagacidad y de vista que hubieran envidiado, probablemente, los mejores detectives de la época victoriana. En los primeros meses del movimiento, García Atadell era tan admirado en Madrid como el general Riquelme o el “ilustre Mangada”. En realidad, uno pensaba que, llegado el momento de ser enjaulado y juzgado, podía ser un deleite que esto lo hiciese García Atadell. García Atadell estudiaba los casos previamente y los escogía con una elevada opinión de su jerarquía. Era, pues, un honor que él se ocupara de uno. Muerto ya este “caballero”, según me dicen, no quiero mostrarme desagradecido; la verdad es que me enternece pensar la tenacidad y los medios que empleó para apoderarse de mí. Siento ahora que no lo lograse, porque es indudable que aquellas “faenas” merecían el éxito.

    La “checa” absolutamente personal de García Atadell estaba en la Castellana. Un hotel situado en la esquina de la calle de la Ese, a la izquierda del arranque de la misma, cuando la Ese repta hacia la calle de Serrano. Allí tenía el hombre su despacho, sus ficheros, su parque de automóviles, sus teléfonos y sus calabozos. Era un hombre bajo, gordete, con lentes, que solía disponer las mayores atrocidades con cierta amabilidad. Parece que su obsesión era que las señoras le encontraran gentil. En realidad, el deseo que tenía de que las señoras se fueran de esta vida con una buena opinión de él, no podía ser más legítimo. El mismo día que publicaban los periódicos el artículo más elogioso en honor de García Atadell, de su labor cíclope en la persecución de la “quinta columna”, de su sobriedad y hasta de su misticismo, García Atadell embarcaba en un puerto del Mediterráneo rumbo a Francia. Con él iban los linces predilectos de la Brigada famosa y varias maletas con dinero y alhajas por valor de nueve o diez millones.

    García Atadell no era un caso único de “establecido por su cuenta” en el Madrid siniestro de las persecuciones. Había muchos. Ninguno de ellos ha llegado, sin embargo, a la altura de “El Místico”, que pasará a la historia de los grandes criminales con automóvil, con pistola ametralladora, con máquinas de escribir y con oficina, por el capítulo de honor.

    EL FUGITIVO


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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    24-II-1937


    SIGNOS

    (Víctor de la Serna)


    Peligro, oración y consigna

    Tiempo de meditación y penitencia es éste, amigos. “Dado en Castro de Ordeales e en Burgos rescibido”, ha llegado el mensaje de Doña Cuaresma, hosca y flaca matrona que nos recuerda nuestros pecados y nos invita a la contrición. Meditemos con dolor de corazón y propósito de enmienda.

    Anda España metida en grande obra: gremios de artesanos, compañías de soldados, militantes legiones de hombres azotados de un deífico destino, se juntan para alzar la nueva y limpia estructura de un Estado. Un Estado es una manera de “estar” un pueblo: algo sustantivo, por tanto. La mejor geometría política tira rayas y mide ángulos y calcula residencias en el papel limpio de la Patria recuperada, mientras la peonada afirma los cimientos, con denuedo, sudor y sangre. Sobre estos cimientos se han de aguantar luego, altas, puras y gentiles naves.

    Hay que celar en vigilia constante, segura vigilia, la obra comenzada. Porque a todo cimiento nuevo, sobre todo si ha de aguantar piedras de fe, le acecha según la tradición un animal inmundo que vive en cueva y no ama la luz. No hay gran catedral del mundo en cuya historia no figure uno de esos bichos blandos y escamosos, de sangre fría y piel rugosa; en la catedral hispalense fue un lagartón; en la “pulchra leonina” un topo; en la “dives toletana” un sapo. Siempre un animal de cueva ha minado los cimientos, ha retrasado la magnífica floración mineral de los bosques de fustes. Porque las encarnaciones zoomorfas de Calibán roen, desde el comienzo de los siglos, las arcangélicas creaciones de Ariel, espada y león del Señor.

    Y cuando la espada del mílite alado se blande y corta los puros vientos y estrictos, los finos y resueltos vientos de una meseta donde se han alumbrado mundos, hay que doblar la vigilia. Porque el ángel malo y negro ronda sin luz y con perfidia, buscando en la Noche, su amiga, la cabellera del héroe dormido para agitar el vellocino joven como un trofeo.

    Las escuadras vigilantes de las potestades celestes deben entonces montar la guardia. La “guardia sin relevo” de los mejores, de la que ha hablado en cortas y pétreas palabras el artesano del fierro en la Marina de Castilla, que hoy gobierna a los caballeros cruzados de la Falange Española.

    ---------------

    Hay en España ahora una especie de “sebastianismo” alrededor de la figura de aquel a quien en su religión llamamos “el Ausente”. Se está seguro de volverle a ver con los de su guardia, en una aparición casi celeste, como un santo militar. En su vida mortal tenía apariciones así: cuando humeaban en las esquinas de la noche madrileña las pistolas marxistas y la sucia horda ululante desmelenaba sus gritos de muerte, empujaba desde los cubiles del Malo, él, remangada la camisa azul, destocada la cabeza, limpia la colina luminosa de la frente, lavada la mirada verde, henchía las tinieblas con luminosos gritos como relámpagos: “Arriba España”.

    Y quedaban cegadas de su luz las potestades infernales.

    De aquellas escuadras de su escolta quedan algunos en pie, como aguiluchos impávidos en las altas sierras cristalinas de España, donde crece el roble para la corona del héroe hispánico.

    Cuando en los frentes suena el toque de Oración, ellos están seguros de que “el ausente” pasa revista a las armas gloriosas. Y su nombre se escapa por entre los rumbos de los vientos tónicos y por entre las estelas de los luceros. Huye entonces Luzbel y cabalga temblando Calibán en su potro negro y flaco, camino del averno.

    ---------

    Líbranos, Señor, en nombre del Ausente, del malo y sus asechanzas. Líbranos del ángel de ala cartilaginosa, cuando arteramente se cubre con la veste cándida de Tus ángeles. Líbranos de la Sierpe infernal, del animal inmundo de sangre fría que vive en cueva y silba en la noche. Líbranos de la Sombra y el Frío, que niegan la Luz y el Calor con los que Tú, Señor, haces crecer los bosques y madurar el trigo de nuestras mieses y la uva de nuestros cerros, para Tu Sangre y Carne, Señor, y para el Madero de tu Pasión.

    Da, Señor, brillo y corte y temple a la recta espada de Tu mílite. Que Santa María, Patrona de España, del claro azul de sus cielos vestida, Pura y limpia, aplaste la cabeza de Satán y libre a Tu Soldado, Señor, del aliento de los impíos, del fariseo hipócrita, del publicano que tiene la diestra llena de sobornos. Y alegra, Señor, su Juventud, “porque Tú eres Dios, mi fortaleza”.

    Víctor DE LA SERNA



    Última edición por ALACRAN; 10/03/2021 a las 18:56
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    HA LLEGADO UN FUGITIVO


    26-II-1937

    Madrid, la ciudad espectral

    Este es el último capítulo de la serie. Mis noticias no son ya lo suficientemente frescas, porque el mundo marcha y el tiempo pasa. Por otra parte, conviene quizá no exagerar la tenacidad sobre temas que han tratado con frecuencia los periódicos. Le llega el turno al fugitivo nuevo.

    Cuando yo salí de Madrid, Madrid era ya una ciudad espectral. La gente no come. Se alimenta precariamente y subsiste, que no es lo mismo. Un día hay un poco de arroz; otro día, algunas lentejas. Si quedara un poco de humor en aquella inmensa tristeza, las patatas serían exhibidas en las joyerías, cada una en su bonito estuche de terciopelo. Seis o siete horas de cola han dado derecho, alguna vez, a que las pacientes ciudadanas que lo resistían todo con la esperanza de llegar al mostrador de una carnicería, se enterasen, por último, de que había carne en el mundo. Diez o doce personas –las primeras, naturalmente- juraban por el Olimpo que habían recibido unos gramos de algo que se parecía a lo que habían pedido. Eso sí, no podían precisar el origen de las piltrafas; podía ser carnero, podía ser oveja y hasta podía ser camello. El hecho de que haya desaparecido el único “barco del desierto” que había en Madrid –los madrileños recordarán aquella triste bestia de lana, harapienta, que pertenecía a unos volatineros gitanos- permite fundamentar esta última sospecha.

    Yo juro que de vez en cuando llegaba un poco de pescado. Se conocen gentes que lograron la posesión de cinco o seis sardinas del Mediterráneo en el mes de agosto.

    Nada de carbón. Nada de leña. Madrid es un pueblo de frioleros. Los que se acuerden de aquel Madrid de los braseritos, de las fogatitas de cualquier guarda de una obra o de cualquier guardagujas del tranvía, comprenderán el drama. Madrid no puede cocinar sus farináceas y Madrid no puede calentarse. Yo no sé si es verdad que se han cortado muchos árboles del Retiro. Esto es un poco complicado. Pero sí he visto pobres mujeres descortezando, hasta donde llegaban sus cuchillos, los árboles de varios jardines. Sé también que en algunas casas ha habido que quemar muebles para cocinar; primero era una silla de la cocina, luego otra, y, por último, era hasta el armario de luna, supremo lujo y orgullo de alguna familia modesta que había ido llegando, poco a poco, y a fuerza de años, a un “confort” primario. Junto a las casas que destruía la Aviación, se formaban colas; la madera del edificio en ruinas iba repartiéndose entre la muchedumbre…

    ¿Qué espíritu es el de la gente de Madrid? ¿Qué moral tiene? Yo puedo afirmar que la depresión es enorme. Nadie dice nada. Nadie protesta, porque esto es terriblemente peligroso; pero en el rostro del transeúnte, en el abatimiento de los que cruzan cualquier calle, en el aire de la ciudad entera, que ahora es de hielo, está la fatiga ante una situación insostenible y el deseo de que el drama termine. Me han asegurado que se ha visto alguna que otra manifestación de mujeres que pedían la paz. Yo no las he visto. Parece que llevaban un cartel que decía: “Pan y carbón o rendición”. Y sin embargo, puedo casi afirmar que esto ha sucedido. Pero una vez sola. Se comprende fácilmente por qué no ha sucedido más veces…

    La Prensa roja sostiene artificialmente la resistencia. La Prensa roja miente. La Prensa roja engaña. Nadie podrá enseñar un periódico de Madrid que haya declarado, más o menos tarde, la pérdida de Badajoz, ni la de Irún, ni la de San Sebastián, ni la de Talavera, ni la de Toledo… En cambio, todavía hay madrileños que creen que los del Alcázar no han salido aún de sus sótanos. Pocos días antes de salir de Madrid, yo he oído a alguien decir que él tomaba café todos los días en la ciudad desde donde yo escribo estas líneas. Era un periodista. Inútil decir que estoy seguro de no encontrarme con él, frente a frente, en un velador…

    La Prensa ha creado una especie de clima de resistencia hasta el infinito, con la promesa de que la guerra “se gana”. Toda su literatura, sin embargo, no serviría para nada sin el rebenque y sin la ametralladora. El miliciano ya no puede volver la espalda y entregar la flor de sus músculos y de sus pulmones a la huida, como en los campos de Extremadura y de Toledo. Detrás de él está la máquina que le vigila y le tiende sobre el suelo al menor intento de retroceso. No puede hacer otra cosa que resistir al enemigo o correr de frente en busca del perdón. Los extranjeros le vigilan y le doman a fustazos; los extranjeros –todo el “apachismo” de Europa volcado en una España roja de sangre y de vergüenza-, que no saben nada de Madrid, ni les importa nada de Madrid, ni desean otra cosa que su destrucción completa.

    EL FUGITIVO.

    “Aprés moi, le deluge…”


    Última edición por ALACRAN; 10/03/2021 a las 19:00
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    Recuperación milagrosa de una reliquia : las manos de Santa Teresa


    LA ESPAÑA TRADICIONAL

    LAS MANOS DE SANTA TERESA

    26-II-1937

    La toma gloriosa de Málaga ha tenido un episodio resonante. La barbarie roja, ducha en el pillaje y en el robo, se dejó olvidada en una maleta la mano de Santa Teresa de Jesús, reliquia venerada en Ronda y que se llevaba el coronel Villalba. Salamanca y Ávila han tremado de emoción ante el hallazgo. Mi distinguido amigo el magistral de Salamanca, teresianista ilustre, documentado en el conocimiento de la “fémina inquieta y andariega”, ha dado una nota emocionada en la Radio Nacional y en la Prensa. Tan de Ávila y Salamanca, el señor Castro Albarrán había de producirse en el hecho realzadamente, al lado de quien fue eximio prelado de Ávila y hoy lo es de Salamanca, mi admirado amigo el doctor Pla y Deniel, a quien en su fervor teresiano le cupo por suerte ir de la cuna al sepulcro de la perla de España con su báculo episcopal.

    Aunque esta feliz circunstancia no se diera en estas dos personalidades con respecto a las ciudades castellanas aludidas, la vibración por el suceso se habría registrado imponente en el ámbito nacional. Y con la reproducción de la pugna entusiasta y apasionada por recabar para sí cada una la gloria de poseer cuanto era carne y hueso de aquel cuerpo santo que fue médula y encarnación de Castilla y España.

    Sevilla, según las más acertadas opiniones, tuvo la dicha de que se pudiera ese cuerpo reproducir en el lienzo, con el deficiente arte de un lego napolitano discípulo de Alonso Sánchez Coello, que por Sevilla pintaba en los años ya avanzados de la santa. Deficientísimo, porque ni a la misma Teresa de Cepeda satisfizo al expresar donosamente ante el retrato: “Válame Dios, Fray Juan, qué vieja y fea me habéis puesto”.

    El cuerpo era otra cosa. “Era Teresa –dice su biógrafo el padre Francisco de Rivera- de muy buena estatura, y en su mocedad hermosa, y aun después de vieja parecía harto bien…” Si así pareció de vieja no son de extrañar sus frases en Sevilla. El cuerpo que germinó en la tierra de Ávila y en la de Salamanca buscó “el puñado de tierra”, para cubrirse mortalmente, tenía todos los atractivos de las grandes figuras que arrebatan al pueblo. Y tuvo más. Tuvo en este aspecto el frenesí de un pleito empeñado entre Ávila y Salamanca, y el de querérsele repartir todos para veneración y homenaje.

    Así la amputación de la mano, que le dejó en muerte igualado al del que en vida nos llevó en gala de literatura prócer por los campos de Montiel. Como en la misma gala nos llevó la santa para que corrieran parejas las limpiezas y gallardías de la imaginación y del lenguaje nacionales.

    La mano aparecida prodigiosamente en Málaga vuelve a exaltar la figura para diferenciar la España tradicional del Quijote y la de la impiedad y el sanchopancismo. Aquélla estruendosamente jubilosa con haber recuperado el valor intrínseco, la belleza de una mano que llevó a España por senderos de santidad. Los senderos que la España de la anarquía y del pillaje tratan de borrar insensatamente, queriéndose llevar, sólo por la plata que la adorna, esa mano bendita.

    El cuerpo santo de la Raza ha querido hacer más patente su inclinación por el Ejército de España con sus manos, florones de nuestra espiritualidad. Hace cuatro meses, el último 15 de octubre, festividad de Santa Teresa, presenciaba Ávila entera, enardecida, la ceremonia de quitar de la imagen de su Patrona la doctora mística para acrecer los donativos para el Ejército, una mano de oro que sustituía a la que le robaron otros, codiciosos también de las alhajas que la adornaban.

    Las manos de Santa Teresa, tan hechas al tacto delicado de la España espiritual, son simbólicas ante los malhechores que las roban. Protegen a su España auténtica. No cabe dudar en la ejemplaridad de un milagro.

    J. MAYORAL FERNÁNDEZ

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    Paseando por las afueras de Madrid en el frente, en plena guerra, contemplando la ciudad en manos de los rusos


    Meditación sobre Madrid

    26-Feb-1937



    Hemos venido a pasear al campo aprovechando el buen sol de trasinvierno y a contemplar la ciudad, encendida por las luces de la tarde, desde esta quinta de sus cercanías colgada sobre los encinares de la Casa de Campo y sobre la corriente del Manzanares. Así –Velázquez y Goya a un tiempo–, la capital se nos ofrece amplia y gozosamente, desde los edificios de la Ciudad Universitaria, vecinos de El Pardo, hasta la cúpula sagrada de San Francisco el Grande, desde la que el caserío ya comienza a rodar en barrios extremos y en suburbios que acaban confundiéndose con el ocre agresivo de las tierras. Es la hora triunfal de Madrid. Los obreros salen de su trabajo, vuelven los autos por la Cuesta de las Perdices, las grandes calles se llenan de una vida sonora y febril y las gentes se preparan a lanzarse a los grandes edificios rasgados por los anuncios luminosos de los espectáculos, llenando antes todos los locales donde se puede beber algo, fumar mucho y hablar a gritos.

    Parece que hoy, sin embargo, no llega hasta nosotros el rumor auténtico de la capital de España; son otros los ruidos que se escuchan y el tráfago de la ciudad se ha dormido en este atardecer, al que no falta, en su anticipo primaveral, la blanca y rosada sinfonía de los almendros florecidos. Allá, en Rosales, en torno al quiosco de la música, apenas circulan paseantes. No se oyen tampoco las bocinas de los coches, ni los gritos de los niños, y si el sol ilumina todas las fachadas, no arranca, como siempre, sus mil destellos a unos cristales que también parecen atacados de esa misma opacidad, que, en medio de los esplendores del crepúsculo, se ha apoderado de Madrid.

    En cambio, sí percibimos algo como los ecos de una romería sin gente, que tratase de consumir, falta de público, su presupuesto de fuego de artificio: el sonido redondo de las bombas, el rápido castañeteo de los cohetes… Y la triste realidad se impone, cuando a nuestro lado alguien dice: “Allí va el tren blindado”. Y cuando escuchamos estas palabras, que son como la clave de cuanto está sucediendo en España: “Mi capitán, acaba de disparar la batería rusa”.

    Gran drama el nuestro. Unos cuantos malos españoles han sabido maniobrar durante cinco años con éxito bastante para que Madrid se convierte en un cuartel de rusos y en una cárcel de verdaderos hijos de España. La ciudad pude ofrecernos el magnífico espectáculo de su silueta de los días felices, con sus torres y sus cúpulas, con sus grandes construcciones antiguas y modernas, con su inspirado Palacio Real, símbolo de cuanto lapidamos locamente; pero no está a nuestro alcance todavía, al alcance de ese Ejército que ha recobrado su vieja ejecutoria y que tan sólo desea clavar en el Alcázar los colores sagrados, para curar las heridas de la ciudad mártir y hacerla olvidar. Porque, ¡qué grave alucinación la de quienes hablan de las culpas de Madrid! ¡Pobre Madrid, siempre gobernado por todos, cuyo delito mayor es haber escuchado a todas las sirenas de la Rosa de los Vientos! Madrid, hoy sin sangre y pulso, ¿a cuántos advenedizos, que operaron después a sangre fría sobre su carne viva, no dio un destello de su señorío y de su fuerza? ¿Y cómo se lo pagaron más tarde?

    Madrid atormentada, arruinada, saqueada, pero con tantos heroísmos sepultados entre escombros, es la ciudad a quien matamos entre todos y que se murió sola. ¿Acaso será posible olvidar la generosidad, la distinción, la hospitalidad sin tasa de un pueblo al que dejamos envenenar lentamente y cuyo lento suicidio han presidido casi todos los españoles, entre frivolidades extranjerizantes y pecados contra el espíritu, entre liviandades revolucionarias y atentados a la Historia?

    Todos a una, y pensando en la parte de culpa que pese sobre la conciencia, debemos ayudar a levantarse a Madrid, a que cicatricen sus heridas. Después… Madrid no podrá volver a absorber todos los resortes del Poder, porque éste tendrá que descentralizarse, dando paso a las libertades nacionales. Pero Madrid seguirá siendo, y más que nunca, la sede de la personalización de una autoridad permanente, fuerte lazo de autarquías, que irradie sobre todos los ámbitos de la Patria esa sustancia histórica que nunca debimos permitir se nos arruinase.

    EL MARQUÉS DE QUINTANAR.
    Última edición por ALACRAN; 24/03/2021 a las 15:59
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    EL FRENTE DE GUERRA INTERNACIONAL


    27-II-1937

    A mí me gusta la guerra, porque la guerra es la máxima sinceridad. Por todo lo contrario es detestable la política, que desde el principio del mundo representa la falacia. Pero en la vida, y muchísimo más en la vida de los pueblos, no podemos proceder según la regla de los gustos y los desagrados. La política existe, la política manda, y, no hay más remedio que poner en ella una suprema atención. Ahora mismo, en torno a España, está operando la política del mundo con extraordinaria actividad, y además sabemos cuáles son las naciones que trabajan en ese sentido con interés más egoísta y complicado, más pérfido y hábil.

    Podemos apuntar para el mapa del mundo en la seguridad de hallar en su mayor parte sólo una cosa: indiferencia para nuestro dolor. Pero cuando apuntamos a dos naciones determinadas, las más grandes en el arte de la intriga política y del egoísmo autoritario y expoliador, entonces estamos seguros de no equivocarnos. El azar histórico nos ha dado los dos enemigos más formidables que tal vez pueden existir, aquellos mismos que antes se atravesaron en el camino glorioso de España y no descansaron hasta verla despojada y disminuida. En cuanto a Rusia, esa es otra cuestión. Esa es la mala bestia que circunstancialmente nos echa encima su basura.

    El arte político de Inglaterra es temible, por la variedad e infinidad de recursos de que dispone. Es verdad que guerreando resulta Inglaterra un enemigo fatal; se lanza a fondo contra los poderes que detesta (el Imperio colonial español, el Imperio napoleónico, el Imperio kaiseriano), o en último caso considera que Gibraltar, por ejemplo, le conviene y se apodera de él sin más. Pero sin llegar al estado de guerra, Inglaterra es igualmente temible. Como ningún otro pueblo, sabe aparentar la corrección formalista de quien mantiene la paz, de quien se afana y despepita por defender la paz, mientras hace todo el daño posible. ¡Y qué categoría de daño! ¡Qué asombrosa multitud de matices en la maniobra solapada, en la insinuación, en la calumnia, en la insidia, en la propaganda, en el proteger a un beligerante bajo capa sin que al otro le quede más recurso que el de indignarse! Y todo esto con la formal compostura del “gentleman”. O con la firmeza, con la convicción de superioridad y autoridad de un “policeman” bien trajeado y bien alimentado.

    Sabe movilizar como nadie un ejército de sentimientos, teorías, y hasta chifladuras, que llevan la marca británica y obran de una manera terrible en su aparente inocencia. El inglés, por ejemplo, llega a creer que el humanitarismo, el filantropismo, el pacifismo, el espíritu de justicia y de protección al débil son cosas exclusivamente suyas. De ahí que al menor alboroto o conflicto dramático en el mundo salga de Inglaterra la inevitable comisión investigadora, esa petulante y ofensiva comisión que se adjudica el oficio del juez, del detective o del protector que viene a dictaminar el último fallo. O vienen las célebres solteronas inglesas. Pues las solteronas, que en otras partes se resignan a los trabajos de su sexo o a buscar en su vida particular todas las compensaciones que pueden, en Inglaterra se entregan a una actividad imponente. Son las encargadas de cultivar el budismo, el espiritismo, el sufragismo, el feminismo, la protección a los animales, los cementerios para perros, el Ejército de Salvación. Todo esto, desde luego, tiene una moderada importancia. Lo malo es cuando la muchedumbre de esas solteronas inglesas apuntan su sensiblería sobre un país como España y le da, verbigracia, por compadecerse de los pobrecitos demócratas rojos, que sufren bajo la crueldad del fanatismo católico, o papista, de los españoles tiranizantes.

    Nadie podría calcular los beneficios que le saca Inglaterra a la democracia. En el sentido político y moral, esos beneficios son equivalentes a los que en el orden económico le proporciona la explotación de la India. En cualquier momento, con invocar el santo de la democracia, Inglaterra se coloca a caballo de la situación. ¡Qué sabe ese país, ahíto de éxito, envejecido en los halagos de la fortuna, lo que es la tragedia de los pueblos que buscan su propia salvación a través del dolor y la pobreza! El lord reblandecido, que por sensibilidad de raza se aviene a coquetear con el socialismo, el burgués opulento que consulta el “Times” todas las mañanas y que por “snobismo” siente teóricas ternuras hacia la grey proletaria; la masa espesa de demócratas y filántropos y humanitaristas ingleses que están siempre prontos a opinar con una especie de tradicional sectarismo estúpido, ¡qué saben ellos del drama de los países que perdieron su ventura y quieren a toda costa recuperarla!

    Están ahítos de éxito, y eso les impide comprender. Incluso les impide comprender la injusticia y el absurdo de su posición. Son capaces de enternecerse por los separatistas vascos, y olvidan que todavía no hace muchos años persiguieron, maltrataron, mataron a los irlandeses; y que durante muchos siglos convirtieron Irlanda en un cementerio y una desolación. Son capaces de verter lágrimas por el fusilamiento que otro se ve obligado a hacer, y entre tanto no hay país donde el verdugo haya manejado el hacha con tanta actividad como en Inglaterra, ni ejército que haya castigado las rebeliones (Sudán, Indostán) como el inglés. Después de fastidiarnos los oídos con la libertad y la democracia, si el inglés piensa que le conviene apoderarse de Suráfrica, se apodera de ella, sin importarle lo que opinen los boers.

    Es el mismo sistema que sigue Francia. También Francia saca a relucir siempre el santo de la democracia y la libertad, pero no pierde el tiempo mientras tanto. Ha redondeado su nación metropolitana con provincias de población flamenca, alemana e italiana, y su vigilante avaricia ha ido reuniendo un Imperio colonial de lo más extenso y rico. Después de esto puede, en aras de la libertad, ayudar grandemente a los rojos españoles. “Es que, se oye decir por ahí, existen dos Francias; la izquierdista y la otra”. Si a mí me dicen que hay franceses simpáticos y caballeros, yo lo afirmo sin titubear; yo conozco muchos franceses que son unas admirables personas. Pero yo no creo que políticamente, y con referencia a nosotros, haya una Francia buena y otra mala. La otra, la de Richelieu y compañía, sin contar la de Napoleón, nos combatió con ensañamiento y trabajó más que nadie en nuestra ruina.

    No hay más que aprender el arte de la política. Y digo aprender, porque, en efecto, desde hace siglos que España no sabe lo que es alta y verdadera política. Y después, ¡armarse hasta los dientes! Puesto que, naturalmente, al que no tiene fuerza nadie le hace caso. Hay la frase alemana que dice: “Se es yunque o martillo”. Nosotros llevamos mucho tiempo de ser el yunque sobre el que martillea cualquiera que pasa, y esto necesitamos que se acabe. ¡Tenemos que armarnos hasta los dientes! Para hacer de España una nación fuerte; y además de fuerte, dura; y además de dura, hábil en el juego de las malicias y compadrerías internacionales

    CAPITÁN NEMO


    Última edición por ALACRAN; 31/03/2021 a las 21:01
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    El socialismo juzgado por los socialistas


    27-Feb-1937

    Pío Baroja, además de novelista, apóstol del socialismo, en sus libros El tablado de Arlequín, Divagaciones apasionadas, Juventud y Egolatría y en conferencias leídas en las Casas del Pueblo en Madrid y Barcelona, ha señalado al socialismo y a la democracia las siguientes, que llama, consecuencias fatales.

    La democracia política tiende al dominio de la masa y es un absolutismo del número como el socialismo es un absolutismo del estómago.

    Subyugan al individuo en beneficio del Estado; matan los estímulos e iniciativas individuales; inculcan el ansia del perfeccionamiento, pero del perfeccionamiento social, el anhelo de escalar posiciones y ha hecho que el hombre busque su progreso de fuerza, su progreso que se podría decir objetivo más que el que se debe buscar, que es el subjetivo de su ser moral.

    Los anhelos de escalar posiciones, estas ansias inmorales unidas a la afirmación de la igualdad legal, ha hecho que se pase inconscientemente a la afirmación de la igualdad social; nos creemos socialmente iguales a los superiores, pero conservando nuestra superioridad con relación a los inferiores: enamorando a una duquesa decimos en el amor no hay clases, pero si nuestra hija flirtea con joven de más modesta posición, entonces hay clases y enérgicamente lo impedimos.

    Todos los argumentos de los socialistas giran alrededor de su yo: los inspira soberbia y odio. ¿Por qué yo he de estar fastidiado mientras que…? ¿Por qué no he de habitar yo ese palacio si soy igual que él? Son socialistas porque no son ricos; dadles riquezas y dejarán de serlo.

    La ley de las mayorías, fundamento de las democracias políticas, representa la fuerza de un rebaño de bárbaros: la masa, la manada es lo cobarde, lo inicuo, lo infame; el sufragio llamado universal, experimentalmente se ha visto que no resuelve nada; debe suprimirse y hacer que los menos, siempre los más inteligentes, resolverán conforme, no con el criterio de la mayoría, sino conforme al bien y a las necesidades del país.

    El socialismo lleva en sí un ansia de exclusivismo, que gobernando sería necesariamente dictadura y para los errantes, los pobres y los sin trabajo una burguesía más odiosa que cualquier otra: preferirse debe, colocados en trance de tener que aceptar absolutismos y dominios, el también odioso de los aristócratas, porque éstos tendrían menos impaciencias, menos apetitos y formas más corteses. Por la libertad verdadera y por la democracia santa que debe ser el amor y la benevolencia de unos por otros, sienten anhelos las conciencias; por la democracia política y el socialismo, los estómagos.

    Todas estas verdades que la experiencia demostró y que algunas de ellas podrían consensarse y sintetizarse en el refrán castellano y también latino: Et servo inservire neges, et divite ab illo. Qui emendicavit poscere justa cibi. “Ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió" y que advierte la mudanza que hace en los ánimos la del estado, posición o conveniencias, fueron dichas por Baroja, el rebelde, el socialista al que se llamaba a sí mismo anticatólico, antimonárquico y antilatino y repitió que no había que respetar nada, ni religión, ni apóstoles, ni filósofos, ni poetas, ni tradiciones, y en conferencias no pronunciadas y en las que la improvisación puede ir más allá del pensamiento, sino leídas y por tanto reflexivamente pensadas.

    Si en su esencia, democracia y socialismo tales lacras contienen, predicarlas querer que sean formas de gobierno, estar enamorados de sus idearios es algo análogo al amor de aquella novia de que nos habla Larra (Fígaro) en uno de sus artículos que decía lo sentía por la gallardía, apostura y gentileza y atractivos de su novio, que era tuerto, cojo, calvo (…)

    No es hora la actual de elucubraciones de libros: los hechos que mandan patentizaron que socialismo y democracias y sufragios universales se hundieron en el descrédito porque trajeron las consecuencias terribles que no es necesario enumerar; lo que hemos dicho de la democracia, distinguiendo la política de la santa, también debe decirse de la libertad: la libertad la llevamos en nuestra alma; en ella gobierna; es muy hermosa y muy grande porque debe ser Patria, Religión, Justicia; la de hacer lo que queramos no la conseguiremos nunca y sería además funesto tenerla; todo se logrará y se alcanzará si todos nos mejoramos, nos educamos y nos perfeccionamos, y el Estado procura lo mismo con un máximum de ley, de justicia y de autoridad (…)

    José IBARROLA.
    Cáceres, febrero 1937.


    Última edición por ALACRAN; 31/03/2021 a las 21:10
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    José María Pemán


    LA MISA DE LOS HERIDOS

    2-III-1937

    No se hizo para la guerra, sino para la paz y el amor, el Colegio de Huérfanos de San José de Pinto. En la capilla una ancha lápida de mármol recuerda la fecha de la primera piedra. Mil ochocientos y pico: finales de siglo. Y luego el nombre de un obispo, de un ministro, de un alcalde. Al través de la sabia literatura de la lápida se adivina la ceremonia oficial: levitas entalladas, palaustre de plata, emparedados, champán… Champán francés seguramente. Y luego discursos; discursos ingenuos, optimistas, llenos de fe en el progreso y en la humanidad. ¡Fin de siglo! Seguramente nadie sospechaba en aquel día que evoca la lápida que cuarenta años después aquellos amplios corredores estarían manchados cada día de regueros de sangre nueva. Y es que ahora estamos pagando nosotros todos aquellos optimistas discursos y aquel champán francés…

    Porque aquel fin de siglo benéfico y optimista levantaba asilos y colegios sobre la base de arena de una sociedad alegre y un Estado confiado que no se preocupaban de éstos, como es preciso, diariamente listos para su defensa. Todo era sonriente, superficial y sin hondura. La misma capilla del colegio con sus ojivas sin decisión, con su Vía Crucis de pasta, con su San José con cara de notario francés, tenía un poco de concesión insincera y sin raíces… Por eso fue necesario, para bien de España y de la fe, que cuarenta años más tarde toda aquella obra sonriente y progresiva se convirtiera duramente en Hospital de Sangre.

    Y por eso fue necesario que en la capilla afrancesada y confitera se dijese cada domingo esta impresionante y purificadora misa de los heridos. Como el de Pinto es el hospital más de vanguardia, todo es poco en él para atender al servicio. La misma capilla hay que utilizarla para las curas de urgencia, y la tarea no puede suspenderse ni durante la misa. Los bancos están llenos en abigarrado conjunto de hombres vendados, blusas de médico, tocas de enfermera. En un rincón un practicante venda la cabeza de un morito. El aire no huele a incienso sino a yodoformo… Y de pronto corre por la capilla un cuchicheo: “Que ya ha salido el padre”. No se interrumpe la tarea; pero el practicante coloca ahora con más blandura el tarro de yodo sobre la mesa y los quejidos de aquel recién llegado se hacen más quedos y leves. Nunca tuvieron más bella oración aquellos santos de pasta rosa y celeste.

    En el momento de alzar el sacerdote se hace todavía más profundo el silencio. La Santa Forma recibe los acatamientos más varios y originales. Pocos pueden arrodillarse. Muchos se inclinan levemente. Hay uno que saluda a la romana. Otro besa su propio brazo en cabestrillo.

    Y está sonando el último campanillazo del alzar cuando a la puerta de la capilla pasa una ambulancia y baja un nuevo herido en una camilla. Lo colocan en un rincón, junto a un confesonario, y empiezan a desnudarle el torso. Viene herido en el hombro. El sacerdote, inclinado sobre el altar, musita las palabras de sacrificio y de oblación del canon, cuando el médico ha desnudado totalmente de cintura para arriba el cuerpo moreno y chorreado de sangre del herido. Parecía, a ritmo con las palabras litúrgicas, la ofrenda ante el altar de la carne dolorida de España, que está salvando al mundo. Cuando le quitan el vendaje de urgencia el herido hace un gesto de dolor y al levantar los ojos los clava en un Cristo que cuelga de la pared, también desnudo, también chorreando sangre. Mientras el sacerdote seguía diciendo sus palabras de ofrenda y sacrificio, ¡cómo se miraban el Cristo y el soldado español!

    Nada de esto lo sospecharan hace cuarenta años aquellos señores optimistas de la beneficencia, el progreso y el champán francés. Pero todo esto era necesario. Hacía falta esta ofrenda de carne dolorida ante el altar de ayer, demasiado fácil, demasiado rosa y celeste. Sobre este dolor se cimentará hondamente la futura alegría…

    La puerta de la capilla estaba abierta sobre el campo, rumoroso de cañoneo lejano. Aquellos cerros últimos, violetas en la lejanía mañanera, son aún de los rojos… Y por la puerta abierta, sin obstáculo, salían hacia el sol y el aire libre las palabras del sacerdote que iba diciendo ahora: Pax Domini… La paz del Señor sea con vosotros.

    José María PEMÁN

    Pinto, Febrero, 1937

    Última edición por ALACRAN; 09/04/2021 a las 15:03
    Beatrix dio el Víctor.
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    Una enseñanza japonesa


    3-III-1937

    Los nacionalistas japoneses tienen siempre presente en su imaginación la idea de la Patria, y en todas sus acciones, aun en aquellas que revisten la apariencia de ser las más triviales, procuran servirla, o por lo menos, buscar los medios de poderla ser útil por alguna circunstancia.

    En una revista francesa acabo de leer que una de las más numerosas asociaciones nipónicas, con ramificaciones en todos los confines del imperio del Sol Naciente, acaba de decidir que todos y cada uno de sus miembros, incluso con el natural sacrificio para aquellos de condición económica más humilde, han de llevar en el dedo una sortija de platino.

    Si uno solamente por cada diez japoneses –añade la publicación a que me refiero- participase en esta disciplina suntuaria, la oferta de los anillos para la defensa nacional, equivaldría a 120 toneladas del preciado metal.

    No es necesario encarecer la importancia de semejante auxilio, y bien se deduce a cuán poco coste y en un solo aspecto los ciudadanos podrían prestar a su país una ayuda eficaz en circunstancias en que todas las aportaciones habrían de resultar estimables. (…)

    Los españoles, ante la ola de exterminio y de destrucción desencadenada en la guerra actual por las hordas encanalladas e ignorantes que no ponen dique a sus groseros instintos de desenfreno, hemos tenido ocasión de comprobar el alcance de tales o de parecidas iniciativas que se han traducido unas veces en la entrega generosa del oro, y otras en el incalculable fruto obtenido merced a la economía lograda por la restricción del plato único, cuya considerable cuantía sirve para engrosar en moneda constante y sonante las sumas con que los beneméritos administradores de los caudales hispánicos han de atender a las más varias y apremiantes atenciones.

    Tanto en lo concerniente al plato único como al jubiloso y espontáneo desprendimiento de las joyas familiares, realizado con patriótica unción por nuestros compatriotas en los territorios dominados por las tropas del Generalísimo, tenemos noticia de edificantes ejemplos a través de las charlas del general Queipo de Llano; esas incomparables charlas, vibrantes de sincera emoción y modelo de sencillez, merecedoras de ser recogidas algún día en un Libro de Oro por el doble motivo de hallarse en ellas contenido un diario puntual de la campaña y por haber sido la fuente de información más verídica y más difundida de los sucesos; no solo para los radioescuchas españoles, sino para los de muchas poblaciones extranjeras, y si se me perdona el inciso puedo añadir por mi cuenta que en una capital europea la compañía de su Teatro Nacional llegó a resentirse en la competencia entablada por el interés del público, pues éste, o no acudía al espectáculo o lo hacía una vez que había escuchado la palabra confortadora y amena del comandante militar de Andalucía, hasta que se decidió por fin retrasar el comienzo de la función.

    Todos los sacrificios que tengan por finalidad aliviar a la nación en sus necesidades, lo mismo en las graves circunstancias actuales en que lucha por extirpar la peste del comunismo ruso, según lo acaba de calificar con frase afortunada Hitler, que después, en la difícil y delicada labor reconstructiva, siempre serán escasos, y mal haya de los que a ellos opongan pretextos o reparos.

    Nunca será buen español quien a ello no contribuya en la medida de sus posibilidades, con su sangre, con su fortuna, con su inteligencia, o con su trabajo. Esa enseñanza del pueblo japonés, ahora en plena paz, no puede ser más aleccionadora. (…)

    Juan de Castilla

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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil


    En Toledo, casi la primavera


    3-III-1937

    Acabo de llegar a Toledo, desde Salamanca, por la ruta que conquistó Franco a galope tendido, las crines de sus caballos al viento, en socorro de los del Alcázar. Hay piedras en Toledo que están carcomidas a balazos, como están carcomidas por el mar las rocas de los mares del Norte. Toledo aparece chamuscado también. Y el Alcázar –ya se sabe- no es otra cosa que una enorme confusión de arquitectura truncada. Que nadie intente visitar sus sótanos sin haber practicado la vida de la lagartija entre sillares; cuando menos, sin haber visto alguna vez la movilidad acrobática y la gracia elástica de las que se envuelven en sol sobre los restos de Atenas.

    Toledo, sin embargo, nos ofrece una primavera anticipada. Todo lo que se quiera de añil y de finura de aire en lo alto. La guerra está cerca, pero la guerra sonríe aquí y es alegre. Las naciones se salvan –en Europa se han salvado dos hasta ahora- por el pesimismo entusiasta. Junto al velador en que yo tomo café y escribo, en este café español destartalado y españolísimo, que tiene mucho más cartón y papel que cristales en los huecos que le separan de Zocodover, un grupo de aviadores recuerdan su último combate en el aire; podían llegar al verso heroico en su charla y prefieren la aleluya. Se diría que luchar y morir en una nube es lo más risueño y rizado de este mundo.
    Yo vengo de un país tenebroso que todavía pretende llamarse España; una España envuelta en banderas rojas, en barbas a la moda de Moscú, en entierros civiles –las gentes muérense en Esperanto-, en hambre, en frío y en patetismo. La guerra es allí una maldición y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. La guerra es macabra y podrida. No creemos que nadie pueda sentirse demasiado feliz ofreciendo su vida para incorporarse –¡nada menos que para eso!- “a la gran sinfonía física del Universo”. Si hubiera clases de morir para vacas, esa teoría, precisamente esa, sería enseñada a las terneras.

    Y al llegar a este lado de la contienda comprendo todo el entusiasmo juvenil de los que aquí quieren vencer y vencen y quieren morir y mueren. Ellos saben que pasarán a la inmortalidad con todas las primaveras de la España nueva. A ellos se les acerca una muerte blanca y prometedora.

    Esta mañana han volado aviones sobre la ciudad. Cuando enmudecieron las campanitas que los anunciaron, como anticipándose al toque de gloria para los que iban a morir, se oyó el moscardoneo de los motores enemigos, y, en seguida, cayeron las bombas, que se cruzaron en el espacio con los proyectiles de nuestros antiaéreos. Ni se nubló el sol, que centelleó mejor que nunca, ni corrieron las gentes, ni se desparramaron, ni ninguno de los que intentó entrar en un sótano dejó de encontrarse todo el sótano para él solo. No se trata ni siquiera de espartanismo. Es la guerra, sencillamente, pesimista y entusiasta.

    Ayer mismo nos ofrecía un liberado del Alcázar esa estadística que conoce todo el mundo, seguramente, y que para nosotros es nueva, porque hemos llegado muy tarde a lo que queda del castillo: sobre el Alcázar se arrojaron 1.500 granadas de mano, 2.000 petardos, 500 bombas de avión, 35 latas de gasolina, 200 botellas de líquido inflamable, 3.300 proyectiles del 15, 3.000 del 10, 3.500 del 7 y 2.000 de mortero; el Alcázar fue atacado con gases lacrimógenos, con minas, con incendios…

    -¿Lo pasarían ustedes muy mal?- le preguntamos ingenuamente.

    -Fue horrible. Figúrese usted que no pudimos fumar en setenta días ni un solo pitillo. Era espantoso. La falta de tabaco nos produjo tal desesperación que tres de nosotros “nos” suicidamos.

    Esta explicación no era demasiado heroica, pero esto es lo que menos falta le hace al heroísmo.

    Por Toledo pasan de vez en cuando los aviones; pero hay también todo lo que se quiera de añil y de finura de aire en lo alto.


    EL FUGITIVO
    Última edición por ALACRAN; 20/04/2021 a las 14:29
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    Re: Textos de periodistas e intelectuales del bando nacional durante la Guerra Civil

    La guerra desde entonces

    4-Mar-1937

    Con gráficas expresiones y terminación de salero, cuando llega a la imagen última proverbial, que yo la estimo literariamente gnómica, dice el cronista Barrantes Maldonado en sus Ilustraciones de la Casa de Niebla: “Y en este mes de agosto de mil cuatrocientos noventa y dos, que el duque don Juan de Guzmán tomó su Estado, salieron de España los judíos… Pero los unos e los otros, uvieron tan siniestros casos de lo que ellos esperaban, que unos muertos, otros tomadas las mujeres e las hijas por las partes donde yvan, tuvieron la mayor parte de ellos por remedio de se tornara Hespaña a su naturaleza; e viendo que Dios no hizo en toda la jornada ningún milagro de los que esperaban por ellos, dexando su engañosa esperanza, se convirtieron a la fe católica muchos millares de judíos, los quales, antes que se fuesen eran muy ricos, porque sólo un judío dellos arrendaba la mesa de Castilla, e todos ellos eran arrendadores de los maestrazgos, de las encomiendas, de los pueblos de los señores, e los que no alcanzavan a tanto eran oficiales de oficios holgados, sin que ninguno dellos cavase, arase ni trabajase en oficio pesado, e aunque quando tornaron vinieron robados de tierras agenas, e pobres ellos, se tornaron a rehacer en pocos días: porque como entre ellos hay poca vergüenza y ninguna conciencia, no teniendo mayor fin que al interés, disimulando su mala christiandad, y usando claramente su codicia y logros, presto se volvieron a hacer ricos; y los que lo son, son más soberbios y ambiciosos que otra nación del mundo, porque el judío con necesidad del cristiano bésale los pies, y si el cristiano tiene necesidad de él, sáltale en la cabeza”.

    Indicios sorprendentes o normales de los acaecimientos posteriores en las gravísimas desventuras de España son los hechos referidos en el lenguaje popular de Barrantes Maldonado. Otro historiador de aquel tiempo, Andrés Bernáldez, sostiene la misma creencia testifical de que a los judíos los trataron de un modo feroz en el extranjero, sin duda por el crecimiento espiritual de Europa o de los puertos filosóficos de desembarco, ya con ternura enciclopedista, y que se refugiaron otra vez en esta desdichada nación: burla de la ley, reintegro de las famosas tribus de Israel, prontos negocios de usura y perpetua calamidad en la vida española. El último escritor mencionado emplea después una frase enérgicamente inspirada, que según mi criterio debe quedar en el idioma antijudaico, en lo sucesivo, según recuerdo, que los israelitas continuaron habitando aquí tranquilamente, protegidos en su falso laborar, enriqueciéndose… ¡Y nunca fueron leales!

    La traición hebraica, desde entonces, fomentó la lucha armada y la catástrofe económica en el interior y en el exterior de la Península: rebelión de los naturales, desmembración de territorios, espionaje a favor de nuestros enemigos, invasión de ejércitos extranjeros, y por vía subterránea siempre el trabajo obscuro y lento de la leyenda negra antinacional, socavación derrotista del prestigio clásico en la antigüedad memorable de un pueblo, como secreto resorte de la venganza íntima más cruel, por el sombrío disimulo o felonía con que la practicaban, contagiando a los mismos españoles en la desfiguración violenta de la propia Historia, auxiliares de la mentira contra la verdad. España se sintió injuriada sistemáticamente por muchos de sus hijos, que eran instrumentos de una cábala poderosa, y en un juego criminal de sayones disfrazados, oyó el grito famoso: “¡Adivina quién te dio!”.

    Escribas y fariseos, pasión y muerte de España…

    Como una servidumbre de criados equívocas y miserables que están maquinando en la noche su crimen horrendo, quedaron en el noble y sencillo solar de esta Patria señoril, a traición y sobre seguro, contra la tierra y la jerarquía, los hebreos de la calumniada y desorbitada expulsión.

    Ya con la república de zapadores de Sión lo proclamaban sin efugios ni temores de perder los dividendos, claramente desafiando con la celebración del triunfo. ¡Sobre la víctima inerme, derribada y como difunta, por una democracia desintegradora y un parlamentarismo aniquilador, el Baile del 14 de Abril!

    ¿Por qué el judío en cuanto ve la suya, la que aguardaba desde siglos contra el cristiano, sáltale en la cabeza!

    “Puesto caso que proverbio es expresión que brevemente certifica la verdad de muchas cosas españolas”.


    F. CORTINES MURUBE


    Última edición por ALACRAN; 20/04/2021 a las 20:09
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    Libros antiguos y de colección en IberLibro

    4-III-1937

    Tío Conservaduros y Tío Sociolisto


    Al sectarismo extremista, los nombres de personas le producían no poca preocupación. Todos ligados a la Iglesia Católica conservan una tradición que ya iban algunos desterrando con los nombres de Lenin, de República, de Libertaria… Quien pensó en dar un número a cada ciudadano como a sujetos de un establecimiento penitenciario. Todo menos que pudiera el calendario registrar “el día de su Santo”.

    En los pueblos llevan el nombre del santo del día todos los vecinos. Pero hay una particularidad interesantemente folklorística: el apodo. El alias andaluz de los toreros, que es una nota honrosa de la característica de España, tiene en los pueblos un arraigo tradicional. Se conoce a los vecinos más por el apodo que por el nombre propio. Y son muy certeros los encargados de aplicarle.

    Tío Lisiao en cierto pueblo tenía la desgracia de serlo. Tía Pellejo era una mujer de noventa años que se avenía al refrán “cuanto más viejo más pellejo”. Tío Uñas de Gato convenía con otro refrán que dice: “Tienes cara de beato y gastas uñas de gato”. Pero hubo originalidad en uno al aplicar en cierto pueblo dos apodos.

    Había en tal pueblo un cacique de los conservadores que era un usurero redomado, y otro de los liberales y republicanos, que estaba afiliado al partido socialista. Las frases conservadoras y socialistas, con un simple cambio eufónico sirvieron al intencionado para los apodos de ambos: Conservaduros llamó al uno y Sociolisto al otro. Tío Conservaduros tenía fama de ingenio. Había llegado hasta a aprovechar a un cura predicador para defenderse en su plan usurero.

    Verá el lector cómo: Todos los años, en el sermón de Cuaresma, que se predicaba con asistencia del Ayuntamiento y de todo el pueblo, se fustigaban los vicios más observados para que tuvieran corrección. Y un año, que era alcalde Tío Conservaduros, el predicador, con estupefacción del pueblo, “se metió” con los usureros. La estupefacción del pueblo estaba justificada, porque siempre era el alcalde el inspirador de la materia del sermón. Ahora que Tío Conservaduros, cuando el predicador le preguntó por qué le había dado ese tema, si él, según había oído estaba complicado, contestó que porque “le habían salido muchos competidores, y a ver si se los podía quitar de en medio”. Entre esos competidores estaba el Tío Sociolisto, su enemigo mortal en política; porque Tío Sociolisto aspiraba a ser rico como Tío Conservaduros y a mangonear el cotarro.

    La política la entendían así Tío Conservaduros y Tío Sociolisto. Y todo lo aprovechaban para el logro de sus miras particulares. Hasta la religión. Así ocurrió que al advenimiento de la República, Tío Sociolisto paseó por el pueblo, entusiasmado, la bandera tricolor y la colocó, entre exclamaciones frenéticas, en el balcón del Ayuntamiento. Mientras tanto, Tío Conservaduros había venido a Ávila a visitar a Don Claudio Sánchez Albornoz, hijo de don Nicolás, diputado y senador conservador a quien Tío Conservaduros siguió siempre.

    Don Claudio le dijo que se había hecho de Azaña y que ahora con sus votos tenía que dejar de estar al lado de su padre para seguirle a él. Tío Conservaduros, avezado en lo de no reparar en medios, lo hizo. Y Tío Sociolisto se quedó con un palmo de narices, porque Tío Conservaduros regresó al pueblo hecho “una persona” en el nuevo régimen.

    La indignación de Tío Sociolisto no tuvo límites. Pisoteó la bandera tricolor con el mismo ímpetu que la colocara entusiasmado en el Ayuntamiento, y flameó la roja. Tío Conservaduros, con la tricolor, siguió con sus préstamos usurarios, con sus marrullerías, y Tío Sociolisto, viendo la manera de derrocar con la bandera roja a su viejo enemigo personal.

    Los dos estuvieron un poco acoquinados después de la tragedia de Asturias. Mas, al llegar el Frente Popular, recibieron alientos y comenzaron con sus viejos resabios. Con ellos la democracia, la libertad, la redención del proletariado, los tópicos manidos y embusteros anduvieron en sus bocas como en las de muchos farsantes.

    Y, al tomar los rojos el pueblo últimamente, tuvo su desenlace fatal la comedia. Tío Conservaduros se vio precisado a salir horrorizado para Madrid, porque Tío Sociolisto le quitó de “una sentada” la ganadería, los depósitos de cosecha y hasta la cosecha del campo. Y cuando estaba en este disfrute, Tío Sociolisto, amparado por los milicianos rojos, sus correligionarios, llegaron las tropas del general Mola y tuvieron que salir también por pies para Madrid en una camioneta con los milicianos.

    Se ha quedado sin los dos apodos el pueblo. ¿Verdad, lector, que se ha liberado por designio providencial para ir formando una patria feliz? Yo tengo esta esperanza fundada. Yo ansío que en los pueblos, con la visión certera que tienen para aplicar los sobrenombres, con los cuales se conocen unos a otros, no tendrán precisión de darlos, como los de los “tíos” mentados.

    J. MAYORAL FERNÁNDEZ

    Última edición por ALACRAN; 28/04/2021 a las 18:26
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