HALLAZGO DE UN ESTILO
28-05-1937
La imagen más soberanamente nueva y extraña, con un valor hispánico de literatura, que puede quizá escribirse acerca del sentido filosófico de la tradición de un pueblo, vivida por él con la naturalidad de su destino, es la que he buscado por mi afición clarividente. Repasando para un estudio de fundación de biblioteca, en el siglo XVI, el libro famoso del cronista imperial sevillano Pedro Mexía, magnífico caballero de esta ciudad, obra que se titula Silva de varia lección, en el capítulo trece, que empieza: "Como la sangre del toro", consta de una breve descripción de las costumbres especiales que distinguen al toro en la originalidad profunda de la inteligencia de su vida:
"Pasce las yerbas este animal diversamente entre todos los animales, porque viene retrayéndose para atrás: quando anda pasciendo: todos los otros van adelante. Así lo dice Plinio. Otra cosa es maravillosa en este mismo animal, que conosce y pronostica quando ay aguas—quiere expresar amago de lluvia—y muéstralo en alzar el rostro: ventando y oliendo el ayre: y encúbrese—entonces—más de lo acostumbrado."
Me interesa para el comienzo fijar la atención en las primeras líneas del párrafo, que tan curiosamente erudito nos dejó Pedro Mexía... Retrayéndose en las grandezas de los tiempos pasados, se alimentaba espiritualmente e! pueblo español, con un instinto de diversidad de los demás pueblos de Europa: caminaba para atrás, y así pació las yerbas gloriosas, cuando él quería renovar sus fuerzas, y así retroactivamente de su cuerpo robusto salió el ímpetu de los Siglos de Oro. Está descifrada por mí la costumbre taurina en el acervo de la tradición hispánica. Todas las otras naciones decían ellas que iban siempre para adelante, con el dogma del progreso. Cuando anda paciendo su originalidad el pueblo español tuvo una cosa que es maravillosa, y, desde luego, contrariamente a la muchedumbre: come en el campo libre de su naturaleza y genio, desde el terreno de la antigüedad, sembrado de fino césped y de poderosas matas, nutritiva refacción, que no es un avance espectacular ni un retroceso caprichoso, sino la norma genuina de un estilo, en virtud del cual crea luego una propia civilización, que procede de la tierra madre, que se inspira en los antepasados y mayores insignes y que transforma lo muy viejo en novísimo y da a su sangre, desde los aborígenes, la perennísima actualidad, a pleno sol y aire, como el toro en su dehesa de llanura y monte, de pradería y serranía.
Retrocediendo por los buenos herbales de la edad clásica, en los libros de los filósofos y los mapas de los navegantes, desde Séneca el de Córdoba hasta Alonso Sánchez el de Huelva, su erudición y su aventura, felizmente un día grande—Covadonga ya en Granada—halló sólo ella las Islas del Mar Océano; escogiendo de atrás , volver de sabiduría, lo mejor del Renacimiento tuvo armas peculiares para luchar contra la Reforma; en la pretérita lección de las invasiones, con una guerra de la Independencia, gustando la emoción de aquel levantamiento gloriosísimo, y comprendiendo la engañosa farsa de la libertad constitucional, es como España movió los arrestos morales de su corazón y la residencia física de su cuerpo, nuevamente, para enfrentarse, mérito hidalgo del carlismo señoril, con los enemigos de la Religión y de la Patria en 1833, encontrando para siempre en las verdades recibidas de los predecesores, la defensión necesaria, ley de su vida, anhelo de imperialismo y fuerismo.
¡Retrogradando en la Historia! Influida del tiempo anterior, España, en su apartamento de seguridad, asimiladas por el vigor de la herencia las reservas importantes, biológicas, de una manera desviada de todo falseamiento, volviendo a traer su personalidad, royendo aristocráticamente en el limpio pasturaje de sus hazañas, prado natural de espontánea yerba; comunicándose el valor por una lenta relación sucesiva de hechos clásicos, transfiriendo lo observado para lo porvenir en las horas de su remoto esplendor, España se retira y coja, desiste de la friolenta estabulación y no quiere más abrigo y majada que los de sus bienes de propios, la autenticidad de lo sencillo en la tierra calma, el regreso de sus condiciones naturales: prudencia, talento y varonía. ¡Cumple anchamente su destino histórico! De ahí la imagen brava de su Tradición, que yo he formado en carne y espíritu de una semejanza patrimonial. De ahí el gran éxito de sus más sublimes empresas de generoso desinterés y universal acierto: no olvidemos que en la búsqueda de los volúmenes raros, en las cátedras de las Universidades vetustas y de los monasterios sin caminos, leyendo a sus teólogos y humanistas, latinidad y romances, política indiana y mundial, dio con los principios del Derecho Internacional público y privado, la base científica de una Europa unida y en orden, según mi ampliación de las palabras nacionales -que tienen ya solera- del Rey genial don Fernando V.
Y ahora, en este momento, el más grave de su existencia, solitaria y combatida, reúne España de pronto sus energías doctrinales y su temperamento militar antiguo, logrando con ello la voluntad lozana de una pelea triunfal contra la infame agresión de la extranjera horda invasora en 1936 y 37, sosteniendo guerras que no se parecen a ninguna de las otras guerras del mundo, porque poseen el magno estilo de su reaccionar para la salvación del mundo, en la luz del día, paciendo de su heredad jerárquica, mientras el adversario se agazapa y miente en la sombra de la noche de un cantonalismo anárquico y terrorista, con emisarios frenéticos que salen criminalmente a los campos, desde las tinieblas de los suburbios, con una misteriosa venganza política de antiespañoles, arrasando las dehesas y desjarretado los toros, que dejan y abandonan muertos y destrozados por los caminos, consigna de una rara e inútil destrucción simbólica de operarios de la maldad.
España forma su ser en el terreno acotado de aquella manera originalísima, que es la Tradición, según dije al principio, apartándose de la común locura y en la plétora o fecundidad de sus regresiones, como la sangre del toro. El parecido ideológico es más exacto aún con el animal indomable, con el toro de casta, en el campo andaluz, castellano y navarro, porque yo quiero decir, por último, lo que todos conocen y se adivina: que la tradición hispánica es una cosa de bravura leal, de coraje étnico, de poder majestuoso y rebeldía santa, arranques latentes en su cuerpo para repeler el mal y luchar contra el engaño. Se alimenta de pastos de los siglos, no de alcáceles de los otoños. Cobra fortaleza y no adelanta aparatosamente como los otros países que son tan nuevos y tan sabios en sus democráticos mitos de la emulsión ginebrina. Pace la verdad y acude al peligro de todos con la nobleza de su valor, y, retrayéndose -como los toros sementales cuando pastan- se llena España, en la centenaria honradez de sus apriscos peninsulares, de una bravía, segura y firme inmortalidad: resumen del juicio de la naturaleza y, sobre todo, premio de su fidelidad a Dios.
F. CORTINES MURUBE
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