TRIUNFO DEL HÉROE
4-IV-1937
La victorial presencia de Benito Mussolini en Libia y Cirenaica, su regreso magnifico a Roma, la grandeza imperial del Duce, amigo insigne de España, me recuerdan la excelsitud de la palabra Triunfador. Sus alocuciones maravillosas , sus fervientes arengas en la extensión de las nuevas provincias, en la creada majestad de los flamantes virreinatos , el saludo cordial de soberanía civilizadora a los musulmanes de Tripolitania, el glorioso vencimiento de los etíopes, el gran día africano y la espléndida noche italiana, de conquistas y homenajes, exaltan hoy más que nunca mi entusiasmo por el poderoso genio de Benito Mussolini : Benito, nombre del pueblo que le dio entre sus santos el lenguaje de Castilla ; Mussolini , apellido racial que le otorgó en el nacimiento su amada Italia ; el Triunfador , sublime adjetivo de la aurora del Fascio que le señaló, para siempre, la Providencia Divina en la historia del mundo. ¡Felicidad de una Patria nueva! ¡Qué elegante armonía del concepto en las fiestas, alabanzas y regocijos que la Ciudad Eterna le tributa!
No hay comentario más bello para su figura, nacionalmente, que la página antigua en el libro de un escritor clásico español, un fraile agustino, ejemplar y norma de religiosas virtudes, de sabiduría teológico-moral y de verdadero arte literario, el docto padre Miguel Salón. Del último capítulo continuado de su obra castellano-valenciana son estas palabras admirables, que parecen hechas para describir la entrada de Mussolini en Roma. Tiene la actualidad de la forma y del espíritu, evocando la profunda estilización del alma italiana. Yo cuando las leo, emocionadamente, pienso en la grandeza inaugural del Duce y en las históricas manifestaciones de su legendaria nación, premiando servicios y merecimientos de los Héroes.
"Cuando Roma tenia el Imperio de todo el Orbe, solía honrar a sus capitanes, que, o por defender o por extender la Monarquía, peleaban valerosamente y vencían a sus enemigos, con la célebre solemnidad, que llamaban triunfo, para que en un mismo acto fuese honrada la virtud y gloriosamente excitados los hombres a imitarla. Era este triunfo el mayor honor que podía dar Roma a sus soldados. Reducíase a que en una magnífica carroza, rodeada por todas partes de los soldados prisioneros, hacía su entrada por aquella gran ciudad el Triunfador. Salíale a recibir un gran trecho fuera de la ciudad el majestuoso Senado romano, aumentando sus glorias con el esplendor lustroso de la toga. Erigíase un arco, en el cual echaba todo el resto la arquitectura, delineando en él con el mayor primor todo el orden de la batalla y felicidad de la victoria, que dio ocasión al triunfo. Pasaba debajo de él con magnífico aparato, resonando en dulce armonía los clarines y las cajas, acompañadas con otros muchos instrumentos, entre repetidos vítores del pueblo, el triunfante Capitán. Y habiendo entrado en Roma hasta el sitio más acomodado y capaz para la multitud, en presencia de todos, publicaba uno de los elocuentísimos Romanos Oradores el valor, la destreza, la gloria y felicidad del Triunfador. Era este el día más célebre en Roma."
¡Era este el día imperial del Duce, regresando de las provincias ganadas, de las hermosas Tierras coloniales, en marzo del año 1937! ¡Para honor de la civilización de Europa y ventura de la cristiandad!
Y ahora, mi recuerdo de los libros del gran erudito Rodrigo Caro, donde he visto alguna vez referencias a la costumbre romana del Triunfo y el ritual de sus ceremonias famosísimas. Textualmente la opinión en uno de sus viajes, como visitador del Arzobispado, de Rodrigo Caro, es la que sigue: "El mismo sitio de la villa de Lebrija da a entender su mucha antigüedad, y un arco que llaman triunfal, que está en la plaza, bien es verdad que en llamarle así se engañan, porque arcos triunfales sólo en Roma se hacían, donde, y no en otra parte, se daba el triunfo. Es cierto este arco cosa antiquísima y fué, sin duda, ilustre trofeo de alguna vitoria; no se ve en el letrero ninguno, porque uno que allí está cerca de una Estatua de Mármol, a un lado deste arco, fué traído de otra parte." En el sentir del sabio historiador utrerano, como vemos, el Triunfo era un acto privativo, reservado a la capital del mundo, que se concedía imperialmente sólo en la Ciudad Eterna y en muy raras ocasiones.
Pero además puedo añadir, y es curiosísimo, porque está en unas crónicas de la Edad Media , que Sevilla realizó un año la gloriosa fiesta, expresando el narrador del hecho que fué una sorprendente imitación de Roma , un homenaje de alegría inmensa, al estilo propio de las maravillas públicas de Italia. Creo que fué algún tiempo después de haber regresado de la conquista de Granada el duque de Medinasidonia y conde de Niebla, don Juan de Guzmán, el que ganó, reedificó y pobló la ciudad de Melilla; el de los tres cercos de Gibraltar, porque su abuelo la había ganado a los moros, y que era llamado entonces "por las simpatías de todas las clases sociales de nuestra ciudad el Duque de Sevilla , el señor más rico de Andalucía, dueño con sus naves del litoral turdetano, aquel duque tan valeroso y deseoso de servir a Dios , el de los altos pensamientos de varón magnánimo, el esforzado Príncipe, según la tradición añeja. Y se celebró la entrada hispalense del joven héroe militar—¡momentos de 1492, en que volvía de ganar prez y renombre en la guerra! — con una apoteosis popular y oficial, por los vecinos de las collaciones y los magnates de los palacios, que conmovió audazmente a Sevilla, y quedó en la crónica con el primor suntuario de un Triunfo de Italia. ¡Cómo vibraron en aquellas horas extraordinarias las calles y plazas, el corral de los olmos, el río, el puerto y los barrios de la ciudad, con la viveza y vehemencia de imaginación que es propia de los sevillanos, y más viendo los caballeros y los oficiales que emulaban en el estilo a la grandeza única de Roma!
Magníficas memorias españolas del tiempo viejo de nuestra Católica Monarquía, que yo saco hoy a luz circunstancialmente, como un motivo providencial, para mostrar lleno de sincera fe la admiración presente de toda España y la más fina gratitud a Benito Mussolini y a su Nación.
¡¡Por debajo del arco de Constantino pasa la antigua vía del Triunfo del Héroe!!
Y quede aquí también el sabor literario de la relación de los testigos que consulté de la época—el de la crónica real y el de las ilustraciones ducales—entregirando, por fin, las noticias de mis rápidas lecturas, para regusto personal del comentador, como un breve destello del idioma castellano en su victoria de siglos de expresión augusta, la sencillez y la magnificencia definitivas: "Entró el Duque en Sevilla la mañana de San Juan, con gran triunfo de trompetas, atabales e ministriles altos, e muchos alabarderos delante de sí, vestidos de una librea, al uso de Italia, en Junio del año 1507... Fué este Duque tan valeroso señor e tan amigo de sus amigos, tan liberal e gracioso a todos, que tornó a cobrar en Sevilla todos los partidarios de la casa de Niebla e a tener tanto poderío en la ciudad como sus pasados tenían, e ansí tanto el llanto, el pesar y el dolor que todos los vecinos de Sevilla y del estado de Medina Cidonia y condado de Niebla, e todos los del Andalucía, lo sintieron en gran manera cuando murió..."
—F. CORTINES MURUBE .
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