Puede que sea una exageración decir que las redes sociales nos han hecho peores pero lo que ya es evidente es que sus promesas de liberación -¡de empoderamiento!- eran una patraña. La actualidad necesita de un editor aunque sólo sea para que los
happenings de Rufián en el Congreso o los brindis a la muerte del fiscal general del Estado ocupen el lugar que les corresponde. Por su escasa representatividad y por su interés meramente psicopatológico. Estas anomalías se comparten porque indignan y como indignan mucho, se comparten mucho y
así lo indignante termina por confundirse con lo relevante y trastoca nuestra percepción del mundo y llegamos a creer -aunque sólo sea por unos minutos- que habitamos un inmenso manicomio que celebra de forma masiva la muerte de un torero en la plaza.
Se habla hoy mucho de la influencia de los
bots de Twitter y Facebook. Se suele confundir cuál es su papel en el ecosistema informativo: no es crear mentiras, que esas las crean los humanos, sino propagarlas e intimidar a los que las combaten.
Una marabunta virtual que manipula los mecanismos de autorregulación de las redes y amilana a sus usuarios. Periodistas entre ellos.
Al final, lo que de verdad está en crisis es la mediación, se ejerza en el parlamento o en las redacciones. El
hashtag es a la libertad de expresión lo que la asamblea a la democracia. Desde el nacimiento de los periódicos,
una parte considerable del esfuerzo intelectual de una redacción está destinado a ordenar el mundo. Cada vez menos gente está dispuesta a pagar por una mediación que hoy es más necesaria que nunca.
El usuario, que ya no lector, se siente liberado de la manipulación de las élites y se fía de invertebrados de los cuales no conoce ni su nombre. Como para saber quién les paga los trinos.
The New York Times publicó en mayo un reportaje que explicaba cómo se puede manipular Twitter con el objetivo de desinformar. Allí Samuel Wolley, que dirige una investigación para la Universidad de Oxford, explica que los
bots son un megáfono que permite amplificar el volumen del mensaje: «Lo hacen mediante lo que yo llamo la 'manufactura de consensos' o construyendo la ilusión de popularidad de un candidato o una idea particular».
Allá donde no hay mediación el volumen lo es todo, como sabe cualquiera que haya asistido a cualquier manifestación de la vociferante democracia directa.
Huyendo de la dictadura de las élites, hemos caído en la dictadura de la muchedumbre. Manipulada por las élites. Menuda liberación.
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