El daño que está haciendo, y hará, que toda clase de contenido pornográfico esté al alcance de cualquier joven occidental a un solo golpe de ratón, no tiene nombre. Cuando hablamos de pornografía nos referimos, nada menos, a un veneno para el alma y también para el cuerpo. Lo curioso es que al que pone los efectos muy perjudiciales de la pornografía sobre la mesa se le considera una especie de fanático, cuando éstos han sido perfectamente identificados por médicos y psicólogos, los que se han atrevido a tocar el tema. Además de embotar la sensibilidad e introducir toda clase de elementos corruptores del alma, la pornografía destruye la virilidad del hombre que la ve, acabando por convertir al consumidor compulsivo en un pingajo sin sangre en las venas incapaz de relacionarse normalmente con una mujer. Cualquiera espera que, ante eso, haya un aumento de la natalidad. La juventud sana y vigorosa del futuro sólo será si se proscribe la pornografía, pues si bien es cierto que los efectos más extremos sólo se perciben en los consumidores más adictos, es netamente imposible que a nadie le haga ningún bien ver pornografía. Tengo el convencimiento que todos seríamos mejores personas si nunca hubieramos siquiera oído hablar de pornografía.
Ante estas circunstancias, me es imposible entender el optimismo tecnológico en parte de la derecha. Me es imposible entender que no se admita que lo que se puede ver en Internet debe estar controlado por el Estado. Me es imposible entender, en definitiva, las apelaciones a la "libertad de expresión" y contra la censura que se han puesto de moda en la derecha en los últimos tiempos, como si todas las opiniones valieran lo mismo y no las hubiera dañinas, principio cuya práctica lleva precisamente a la preeminencia de la opinión, generalmente inducida, de la masa. Frente a eso, pienso que hoy, más que nunca, urge recuperar a Platón y a su defensa de la aristocracia, del Estado dirigido por la verdadera aristocracia, frente a la perversión sofística-democrática.
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