LA IGLESIA CATÓLICA ANTE EL RESURGIMIENTO DEL
FENÓMENO NACIONALISTA EN CANARIAS (1972-1989)
Zebensui López Trujillo
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ANTECEDENTES
Si bien hubo que esperar hasta los últimos años del franquismo para ver con claridad el distanciamiento de la jerarquía
católica española respecto al régimen, en sus bases este proceso se había iniciado a mediados de los
años cincuenta, situando el origen del fenómeno en un momento anterior al Concilio. En España,
como bien apunta el historiador López Villaverde, desde época preconciliar un sector de la
intelectualidad católica venía difundiendo un mensaje renovador que tuvo su máxima expresión en los
movimientos especializados de Acción Católica (AC) y en la formación de una nueva generación de
clérigos, influidos ya por los aires de cambio que procedían de Europa (nouvelle théologie).
En Canarias, las figuras claves de esta avanzadilla intelectual fueron Elías Yanes, para el caso
concreto de la diócesis tinerfeña, y Manuel Alemán Álamo, para la diócesis grancanaria. Sobre todo
este último tuvo un papel destacado en la formación aperturista de nuevas generaciones de sacerdotes
canarios durante los años que estuvo al frente del Seminario de Canarias. (...)
Por otra parte, el modelo alternativo propuesto por Manuel Alemán contó, al menos, con la
connivencia del obispo canariense Antonio Pildain y Zapiain, considerado por el aparato de
información del Estado como “notoriamente conocido por su animadversión al régimen”.
(...)
Esa posición del obispo permitió la continuidad, al menos durante el ejercicio de su
ministerio, de un proyecto de seminario al que se le contraponía un nutrido grupo de contestatarios.
La labor de Alemán al frente del seminario se vio truncada en torno a 1967, cuando Pildain fue
sustituido por José Antonio Infantes Florido como obispo de la Diócesis de Canarias. Cuando el nuevo
obispo tomó posesión de su cargo se encontró con un enfrentamiento enquistado en el seno de la
diócesis a causa de la dirección aperturista del seminario. El conflicto se saldó con una crisis interna
que forzó la salida del rector y de los propios seminaristas, ante la incapacidad de un obispo recién
llegado para contener las presiones de los sectores conservadores. Sin embargo, la semilla de Alemán
ya había germinado en una nueva generación de sacerdotes, que si bien no representaban un grupo
demasiado numeroso, su juventud, formación y dinamismo los iban a convertir, más adelante, en los
actores sociales principales del cambio en el catolicismo canario.
Por su parte, la Diócesis Nivariense siempre fue a remolque del empuje que imponía su homónima
grancanaria, con un colectivo de religiosos afines mucho menos numeroso y con la interposición
constante del obispo Luis Franco Gascón, alineado con las posiciones más conservadoras en el seno de
la Iglesia en Canarias. No obstante, existió una relación intensa entre las comunidades de base de las
dos islas, lo que contrastaba con el vínculo distante con el que se desenvolvían las direcciones de ambas diócesis.
En medio de este proceso, tuvo lugar un acontecimiento clave para entender el impulso que alcanzó
el desmantelamiento del modelo nacional-católico en la segunda mitad de la década de los sesenta,
acelerando el proceso y elevando a la superficie las tensiones entre ambas iglesias. El Concilio
Vaticano II, celebrado entre 1962 y 1965, supuso una auténtica conmoción en la comunidad católica
mundial. En España, por su parte, esa conmoción fue varias veces superior al verse retratada en las
profundas críticas que se lanzaban desde Roma contra la injerencia de los poderes estatales y a favor
de la libertad religiosa: “en naciones donde a la Iglesia se le reconoce su puesto, a veces de manera
oficial, ella misma se ve sometida a los embates de la crisis que estremece a la sociedad (…)
inconscientes de las injusticias actuales, se esfuerzan por mantener la situación establecida”.
De esta manera, el Concilio proporcionaba nuevas alas al catolicismo rupturista español, que
recibía con entusiasmo las noticias renovadoras que venían de la Santa Sede, dando un nuevo impulso
al resquebrajamiento irreversible del modelo nacionalcatolicista. Además, los aires conciliares
tuvieron una consecuencia inmediata entre los sectores católicos progresistas, que invocaron
constantemente, y a partir de aquel momento, los acuerdos del Vaticano II como argumento central en
la defensa y desarrollo de sus posiciones frente a los sectores inmovilistas locales.
Pocos años después de la euforia conciliar se produjo otro hecho clave para entender los cambios
operados en las comunidades cristianas de las islas. En 1968 tuvo lugar la Conferencia de obispos
latinoamericanos de Medellín (Colombia), que puso en la palestra mundial un tipo de teología
adaptada, como bien defendía el Concilio, a la realidad concreta de Latinoamérica y orientada hacia la
resolución activa de los problemas de los cristianos del continente. En Canarias, esas ideas tuvieron un
calado muy profundo entre esa activa generación de jóvenes sacerdotes, a causa, en gran medida, de la
cercanía cultural e histórica que existía entre el archipiélago y el continente americano. Felipe
Bermúdez Suárez, uno de los protagonistas más destacados de este proceso, expresa esa influencia tras
asistir en 1972 al encuentro de pensadores latinoamericanos de El Escorial: “todo lo que decían los
latinoamericanos de, por ejemplo, hacer la historia de América Latina, yo decía esto hay que hacerlo
en Canarias (…). Cuando ellos hablaban del otro, de la conquista, de los indios, yo decía los guanches,
la conquista violenta de los españoles. Era tal la cantidad de notas sobre Canarias que yo descubrí en
esa reunión sobre América (…). Mi lema después fue: tenemos que hacer en Canarias lo mismo que
los americanos están haciendo cada uno en su país”.
Como se observa en el fragmento anterior, la Teología de la Liberación no solo vino a reforzar los
principios conciliares de la intervención local, sino que, en primer lugar, ayudó a forjar la visión de
Canarias como sujeto principal sobre el que desarrollar la acción pastoral, y en segundo lugar,
introdujo elementos que tenían que ver claramente con la construcción nacional. En este sentido, las
reivindicaciones nacionalistas se sustentan fundamentalmente sobre el discurso histórico, por lo que
no es de extrañar esa importancia dada a la investigación histórica.
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