SAN SEBASTIÁN DE LA CANELA
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Aquí adjunto un pequeño artículo sobre el santo en una de sus últimas fiestas que fue publicado en la prensa local:
San Sebastián y sus trece flechas.
Santuario del Barrio de La Canela
José Guillermo Rodríguez Escudero
A lo largo de todas las ermitas e iglesias de la geografía palmera, también existen numerosas representaciones del mártir, fruto de la especial devoción de los fieles. Así, recibirán culto en capillas y ermitas dedicadas, como la que nos ocupa de la capital, o la ubicada a las afueras del pueblo norteño de San Andrés. Tallas e imágenes del joven oficial de la guardia del emperador Diocleciano – considerado el tercer patrón de Roma- se hallan localizadas y custodiadas (unas mejor que otras) en Puntallana, Garafía, Los Llanos, Villa de Mazo, Breña Alta… todas ellas, exceptuando algunas variantes, son muy similares, mostrándonos al santo tal y como los artistas han preferido presentarlo desde el siglo XV. La profesora Calero Ruiz, en su estudio sobre el arte popular palmero, nos lo describe como “joven, imberbe, con las manos atadas al tronco del árbol y asaeteado”.
Nacido en las Galias, en la localidad de Carbona y, según San Ambrosio, criado en Milán, era centurión de la primera cohorte en los tiempos el cruel emperador Diocleciano. Fue denunciado porque exhortó a sus jóvenes amigos Marcos y Marcelino a permanecer firmes en su fe. Fue atado a un poste (otros dicen que a un árbol o a una columna) en el centro del Campo de Marte, y sirvió de diana a los arqueros que lo asaetearon “hasta el punto de parecerse a un erizo (ut quasi hericlus videretur)”.(“El cuerpo del bendito mártir estaba lleno de saetas, como un erizo”).
La visión de las flechas incrustadas profundamente en la imagen del frágil santito, así como de la sangre que emanaba de sus profundas heridas, fue desde siempre generadora de los más variados comentarios lastimeros por –sobre todo- los más pequeños espectadores de la procesión. Las saetas habían sido los instrumentos de su suplicio, no de su muerte, pues expiró durante la flagelación a la que fue sometido al salvarse milagrosamente de las mismas. Sin embargo se convirtieron en su atributo –no los látigos- y le valieron el patronazgo de numerosas corporaciones: arqueros y ballesteros; el de los tapiceros, porque las flechas que lo erizaban parecían gruesas agujas de tapicería; de los vendedores de hierro, porque las puntas de las saetas eran de hierro…
El Padre Cahier ha querido explicar el motivo por el que el santo fue también patrón contra la peste. Según una antigua creencia, el pueblo representaba a la peste como una lluvia de flechas lanzadas por un dios irritado. A través de los tiempos, toda la Cristiandad, siguiendo el ejemplo de Roma, lo invoca confiadamente contra las “flechas de Dios”. Estas saetas del Santo servían como amuleto, y con ellas se tocaban los alimentos. Su nombre se consideraba protector contra la peste “San Sebastián, amigo de Dios/ protégenos de la peste en todo lugar” (inscripción popular).
En la primera visita de la ermita, llevada a cabo en 1558 por orden del Obispo don Diego Deça, “ se hizo el ynventario en la forma siguiente: primeramente esta en el altar una ymagen de bulto del glorioso mártir San Sevastián con treze saetas de palo doradas metidas por el cuerpo...” Es la primera vez que se mencionan las antiguas flechas de madera dorada, aderezadas por Blas Hernández en 1558. Por este trabajo percibió 1586 maravedís.
En la cuarta estrofa del «Himno a San Sebastián», compuesta por el maestro palmero Alejandro Henríquez Brito, es así como se menciona la flecha con la que sufrió martirio:
“Apóstata prescrito, / de tu fervor cristiano,
Al déspota romano / dio infame acusación.
Y decretó el imperio/ que horrible blanco fuera
De la saeta fiera/ tu ardiente corazón.”
En el retablo mayor de su preciosa ermita de la capital, construido hacia 1778, recibe culto la imagen del santo romano, una escultura de madera policromada de 115 cm de alto, atravesada por trece saetas de plata traídas de Indias hacia 1642 por el capitán don Marcos de Urtusaústegui. En el “Ynbentario” de ese año, se dice, además que este caballero “... las tiene en su poder para el santo, y se las pone en su fiesta, y quando sale en procession y que pesan ciento y treinta rreales”. En la visita del Obispo Guillén el 7 de agosto de 1745 (31ª visita documentada) se dice que las saetas son custodiadas por “el capitán don Tiburcio de Urtusaustigui mayordomo para el santo en su fiesta y quando sala en procession”. Su espléndida diadema de plata indiana data de 1574.
En el primer tercio del siglo XIX se retocaron las llagas del Mártir y se le hizo una peana, a la par que se iniciaba la costumbre de adornarlo en sus festividades con una corona y banda de flores artificiales (ésta no se le ha puesto en las últimas ediciones). Acompañando al “Patrón de la Salud Pública” en las cuatro esquinas de sus andas procesionales, mientras asciende y desciende las cuestas del “Barrio de La Canela”, están entronizados cuatro hermosos angelitos que portan los símbolos del Santo: la palma del martirio, las trece flechas, un casco romano y una corona de flores.
Su onomástica es el 20 de enero, una oportunidad única para visitar su recoleto santuario, un precioso tesoro que guarda con fervor el acogedor y olvidado barrio de La Canela, orgullo de nuestra histórica capital.
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