Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1.630, 15 de Noviembre de 1952, páginas 693 a 701.
CARTA PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.
Para el mes de las benditas almas del purgatorio
Sobre la caridad para con las benditas almas del purgatorio
EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO
Venerables Hermanos y muy amados Hijos:
Todos los años, al aproximarse el mes de Noviembre, os dirigimos una breve Carta Pastoral, para recordaros el deber de caridad que nos liga con las benditas ánimas del purgatorio.
Este deber se lo recordaba a los Obispos el sacrosanto Concilio de Trento. En su Sesión XXV, Decreto sobre el Purgatorio, establecía:
«Manda el santo Concilio a los Obispos que cuiden, con suma diligencia, que la sana doctrina del Purgatorio, recibida de los Santos Padres y Sagrados Concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se crea y conserve por los fieles cristianos».
El culto de todos los pueblos a los difuntos
Que no todo muere en el hombre al morir éste, ha sido una verdad inconcusa en los pueblos todos de la Tierra, sin distinción de razas ni de creencias.
Esta afirmación se ve comprobada por la historia de todos los pueblos, aun de los gentiles.
El alma es inmortal; tal es la creencia universal de todos los pueblos y de todas las épocas.
Los griegos y los romanos, lo mismo que las tribus incultas de la Europa Central, creían en la existencia de otra vida; y, antes de ellos, habían profesado la misma creencia los pueblos del Asia y del África: los asirios, los babilonios, los egipcios y otros.
Los mitos y las tradiciones de todos estos pueblos nos hablan de castigos infligidos a los malos, y de premios otorgados a los buenos, después de la muerte.
Los honores tributados a algunos insignes bienhechores, venerados como semidioses; los sacrificios ofrecidos a los difuntos; el culto que se rendía a los muertos entre los egipcios, chinos y otros, nos prueba, hasta la evidencia, la fe de estos pueblos en la supervivencia de las almas.
No tiene, pues, nada de extraño que el pueblo por excelencia de Dios, el pueblo de Israel, que poseía el secreto de la Revelación, fuese depositario de esta arraigada creencia de la vida de las almas después de la muerte de los cuerpos, como se puede ver en numerosas páginas de los Libros sagrados.
Los Patriarcas llamaban a la vida presente, una peregrinación (cf. Génesis, 47, 9), dando a entender que la vida sigue más allá de la tumba.
Una creencia tan general en el mundo no puede ser errónea. No se puede decir tampoco que esta creencia estribe en el testimonio falaz de los sentidos, o que halague a las pasiones. Al contrario, la idea de un Dios vengador, cuya justicia alcanza al impío hasta más allá de la tumba, es más propia para aterrar que para halagar al hombre que se deja llevar de sus pasiones.
El culto reprobable tributado a los difuntos, en tiempos antiguos y modernos
En pocas cosas se habrán entremezclado tantos errores, entre los que «yacen entre las tinieblas y sombras de la muerte» (Luc., 1, 69), como en el culto a los difuntos.
Entre los antiguos son muy conocidas las aberraciones de los pueblos en el culto de sus difuntos.
«El culto de los muertos entre los egipcios se mezclaba con múltiples invocaciones a los dioses, sacrificios, festines fúnebres, y de toda suerte de prácticas supersticiosas» (Vigoroux, «La Biblia y los descubrimientos modernos», tom. III).
Entre los caldeos, el culto a sus muertos era sencillo, y creían que los espíritus de los muertos sin sepultura venían a atormentar a los vivos hasta obtener el alimento y lo que les hacía falta en la otra vida (cf. Maspero, «Histoire Ancienne»).
En un ritual babilonio para el uso de sus exorcistas, publicado por H. Zimmern, titulado «Beiträge zur Kenntnis der babylonischen Religion», se dice: «los muertos reciben las libaciones y las viandas ofrecidas a los dioses».
Mas no se crea, venerables Hermanos y muy amados Hijos, que estos errores en el culto a los muertos han desaparecido con el advenimiento de la civilización moderna; antes, por el contrario, han venido a agravarse en nuestros tiempos.
Se ha distinguido por sus errores en el culto a los muertos, el nacionalsocialismo, que oportunísimamente definió el Papa Pío XI:
«Arrogante apostasía de Jesucristo, negadora de su doctrina y obra redentora, culto de la fuerza, idolatría de la raza y de la sangre, opresión de la libertad y dignidad humana».
Cuán sabiamente el Soberano Pontífice Pío XI, en su Encíclica «Mit brennender Sorge», de 14 de Marzo de 1937, apercibía de los peligros de las nuevas tendencias paganizantes, principalmente a la juventud, diciendo:
«Nadie piensa poner tropiezos a la juventud en el camino que debería conducirla a la realización de una verdadera unidad nacional, y a fomentar un noble amor por la libertad y una inquebrantable devoción a la patria. A lo que Nos nos oponemos, y nos debemos oponer, es al contraste querido, y sistemáticamente exacerbado, por el que se separan los fines educativos y los religiosos. Por esto decimos a esta juventud: cantad vuestros himnos de libertad, mas no olvidéis que la verdadera libertad es la libertad de los hijos de Dios».
Un autorizado apologista español de nuestros días advertía, a la sociedad moderna, los peligros de las corrientes paganizantes de nuestra época:
«La sociedad moderna, basada en ideas y sentimientos paganos, al llevarlos a la vida práctica, ha producido ese ciego anhelo de goces materiales, la sed insaciable de satisfacciones en todos los actos de la vida presente, cual si el fin del hombre en la Tierra fueran los placeres, ordenados o desordenados, lícitos o ilícitos, honestos o deshonestos…
»Este apartamiento del camino que a la sociedad impuso la doctrina de Cristo, en su lucha secular con los errores doctrinales teológicos o morales, teóricos o prácticos, derivados del paganismo, se le pretende remediar saturando la educación católica de teorías y máximas paganas, diametralmente opuestas a la práctica y a las enseñanzas de Jesucristo.
»Ésta es la conducta de quienes pretenden, ilógicamente, hacer desaparecer los efectos sin tocar las causas, y hasta defendiéndolas ciegamente. Indiscretos católicos, que se han olvidado o prescinden de lo que afirma San Pablo, cuando dice: «No hay consorcio posible entre la luz y las tinieblas, el bien y el mal, Cristo y Belial».
Por no haberse precavido convenientemente estos peligros, surgieron los funestísimos errores que se esparcieron por la mayor parte de la Tierra, y de los cuales aún restan en los pueblos funestos vestigios.
La Divina Providencia ha eliminado la raíz del mal, con el castigo terribilísimo del aniquilamiento total del nacionalsocialismo; pero los pueblos, inconscientes, aún conservan ciertas prácticas de origen nacionalsocialista que no están fundamentadas en la doctrina de la Iglesia, y que subsisten aún entre nosotros, tales como el culto a los difuntos sin distinción de creencias; la invocación de los difuntos, a quienes se considera presentes irrisoriamente y sin fundamento doctrinal alguno; el culto a la cruz de los caídos y los fríos homenajes políticos que, ante ella, se rinden a todos los muertos, aun a los que murieron fuera del seno de la Iglesia.
Es, ciertamente, muy sensible que todas estas prácticas subsistan, después de haber desaparecido, gracias a la Divina Providencia, las causas que las motivaron. El ambiente pagano del nacionalsocialismo todavía se sigue aspirando.
«Las denominaciones cristianas –escribía un apologista moderno– que no son abolidas, sufren una falsificación en su significado, y, si se observa detenidamente, se constata con facilidad que todas estas expresiones cristianas han sido despojadas de su verdadero contenido y han sido falsificadas, hasta darles un sentido neopagano, como vemos en el «Schwarze Korps» del 18 de Febrero de 1938, que, bajo el título de «Honras a los antepasados, antes y hoy», escribe:
»“No debemos olvidar que, entre ciertas generaciones viejas de Alemania, se acostumbra, todavía hoy, encender velas ante los retratos de los antepasados en determinadas fechas recordatorias. Sin que la conciencia nos remuerda, aun siendo nosotros hombres modernos, podemos fácilmente colocar los escasos recordatorios que poseemos de nuestros antepasados en un cofre, que, de esta manera, por sí mismo, se convierte en cofre de los antepasados, y que corresponderá al mito de la idea de estirpe.
»”Permanecemos indiferentes a la perspectiva de penas o bienaventuranzas eternas. Nos basta con la certidumbre de seguir viviendo en la sangre de nuestros hijos”».
La caridad verdadera para con los difuntos
En cambio, la Santa Madre Iglesia nos exhorta incesantemente a la práctica de la verdadera caridad para con los fieles difuntos.
Muchas son las prácticas de caridad que pueden ser provechosas a las benditas almas que se purifican en el Purgatorio.
Dignísimas de ser atendidas por la Iglesia militante, por medio de los sufragios que nos recomienda la Santa Iglesia, son las almas del Purgatorio. Ellas son miembros de Cristo, poseen el don de la perseverancia final y los actos de caridad y amor de Dios que realizaron mientras vivieron en este mundo.
El hecho de que las almas del Purgatorio están confirmadas en gracia, es incuestionable. Al morir, fueron sometidas al juicio particular, seguido de la sentencia irrevocable.
Es provisional, y sujeto a cambio, el lugar a que fueron destinadas, pero no su destino final.
Irán al Cielo, porque así lo dispuso Dios Nuestro Señor al juzgarlas; y ya no pueden pecar mortalmente, pues no sería entonces definitivo su destino.
Santo Tomás supone «que el simple hecho de aceptar voluntariamente la pena que se impone a las almas en el Purgatorio, basta para la remisión de sus pecados veniales. No porque la pena baste por sí sola para remitir la culpa, sino porque se recibe con voluntad. Esta voluntad expiatoria es ya obra de la caridad, y la caridad remite el pecado».
Podemos concluir, por lo tanto, que las almas que están en el Purgatorio se encuentran en un estado de perfección notabilísimo. No llegan a poseer la bienaventuranza eterna únicamente por la pena que tienen todavía que saldar, para que la justicia de Dios quede totalmente cumplida.
Tengamos presente aquella frase tan significativa de San Gregorio Niceno (Or. de mortuis):
«El que murió sin haber satisfecho plenamente a la Divina Justicia, no podrá participar de Dios sin que el fuego del Purgatorio haya purificado su alma de toda mancha».
Muy oportunamente se nos recuerda que Dios ha provisto, en su infinita caridad, alivio para las almas que están en el Purgatorio. Y, ¿por dónde?: precisamente por el poder que nos ha dado de interceder por ellas.
¡Reserva el Infierno a su justicia, y deja el Purgatorio a nuestra caridad!
Así, cuando, usando de este poder, practicando la caridad, libramos con nuestras oraciones una de esas almas, no sólo procuramos a Dios una gloria purísima, no sólo hacemos triunfar su bondad, sino que entramos también en las miras de su justicia.
El sagrado Concilio de Trento (Sesión XXII, Cap. II, Doctr. De Sacrif. Missae), nos indica el gran medio de ejercer la caridad para con los difuntos, cuando dice:
«El Santo Sacrificio de la Misa se ofrece, con justa razón, no sólo por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades de los fieles que viven; sino también, según la Tradición de los Apóstoles, por los que han muerto en Cristo, sin estar plenamente purgados».
Aprovechémonos, pues, Hermanos e Hijos amadísimos, de este rico tesoro que la Iglesia pone en nuestras manos, en sufragio de aquellas almas tan necesitadas; y no olvidemos que es la Virgen Santísima, con razón invocada como Reina del Purgatorio, la principal valedora y Medianera de estas benditas almas; y tengamos muy presentes las gracias que Ella benignamente les otorga por medio de su Escapulario.
«En aquella prisión –dice San Alfonso María de Ligorio– donde gimen las almas que son esposas de Jesucristo, María ejerce cierto dominio y especial jurisdicción, tanto para aliviarles sus penas, como para librarles enteramente de ellas».
Doctrina de la Iglesia sobre la caridad para con los fieles difuntos
Tan antigua como la Iglesia ha sido la devoción de los fieles a las benditas almas del Purgatorio. De ello pudiéramos aducir numerosísimos testimonios.
Ya Tertuliano, en el siglo segundo de la Iglesia, escribía:
«No dudemos de que, en la otra vida, el alma expía sus culpas ya antes de la plenitud de la resurrección, pues el Evangelio nos enseña que, en aquella cárcel que interpretamos de ultratumba, ha de pagarse hasta el último maravedí, y expiarse el menor delito» (Tratc. de Anima, 58).
Hermosísimas son las palabras de San Bernardo, quien (Serm. V, de negot.) decía:
«Hacéos amigas las almas del Purgatorio, ofreciendo por ellas oración, limosnas, ayunos y sacrificios, y no dudéis que os corresponderán auxiliándoos de mil maneras en vuestras necesidades, así temporales como espirituales, porque al fin es de fe que “el que hace bien al justo, hallará grande recompensa” (Eccl., 12, 2)».
Y agrega el santo estas gravísimas palabras:
«Siempre que hagas una obra buena en favor de las ánimas del Purgatorio, adquieres más méritos delante de Dios que si hicieres diez veces más por cualquier prójimo de este mundo, pues tanto mayor es el bien cuanto más apremiante sea la necesidad que se socorre».
Sienta esta doctrina de la Iglesia, acerca de los sufragios por los difuntos, el insigne Doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino, afirmando:
«La pena del Purgatorio se impone como suplemento satisfactorio de la que no se cumplió en la Tierra. Y como ya se ha dicho que las obras de uno pueden satisfacer a otro, sea vivo o difunto, no cabe dudar que los sufragios de los vivos son útiles a las almas del Purgatorio».
Devotísima fue de las benditas almas del Purgatorio la Santa Madre Teresa de Jesús, la cual, en su Vida (Cap. 39), dice ingenuamente:
«En esto de sacar Nuestro Señor almas del Purgatorio y otras cosas señaladas, son tantas las mercedes que en esto el Señor me ha hecho, que sería cansarme, y cansar a quien lo leyese, si las hubiera de decir, y mucho más en salud de almas que de cuerpos. Esto ha sido cosa muy conocida, y que de ello hay hartos testigos».
Jubileo a manera de «Porciúncula» en obsequio de los fieles difuntos
Queremos terminar Nuestra Alocución Pastoral en favor de los fieles difuntos, con la gracia señaladísima concedida por el Papa, Beato Pío X, en 25 de Junio de 1914:
«Todos los años, el 2 de Noviembre, a contar desde el mediodía del 1 hasta la medianoche del 2, todos los fieles pueden ganar indulgencia plenaria, aplicable solamente por los difuntos, cuantas veces visitaren una iglesia u oratorio público o semipúblico, rezando en cada visita seis veces el Padrenuestro, Avemaría y Gloria, a intención de Su Santidad, confesados y comulgados. Dicha indulgencia va aneja al día en que se celebre la Conmemoración de los Fieles Difuntos, a tenor de las sagradas rúbricas, aunque no sea el 2 de Noviembre».
Otras gracias ha concedido benignamente la Iglesia a las oraciones que se hacen en favor de los fieles difuntos; y debemos aprovechar cuantas circunstancias se nos ofrezcan para libertar aquellas benditas almas de la cárcel de expiación donde se están purificando, ya que ellas, tan agradecidas, nos lo recompensarán desde el Cielo con abundantes gracias de santificación.
Prenda de los divinos favores sea la bendición, venerables Hermanos y amados Hijos, que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.
Sevilla, 1 de Noviembre de 1952.
† PEDRO CARDENAL SEGURA Y SÁENZ
ARZOBISPO DE SEVILLA
Por mandato de su Emcia. Reverendísima,
el Cardenal Arzobispo, mi Señor,
L. † S.
DR. BENITO MUÑOZ DE MORALES
Secretario-Canciller
(Esta Alocución Pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)
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