"Maurice Caillet, médico ginecólogo ateo y masón. Practicó muchos abortos y la esterilización en hombres y mujeres. Iniciado como masón cuando ya estaba divorciado de su mujer con la que tenía tres hijas, empezó una nueva relación con Claude (…) pero debía pasar a su esposa una cantidad de dinero que consideraba exagerada (…) los hermanos masones le ayudaron. El Venerable me confió en secreto que uno de los presidentes del tribunal de apelación que debía juzgar mi divorcio era “hermano nuestro”, pero que por razones de discreción no venía a nuestras reuniones. Contactó con él y, contraviniendo las normas vigentes en Francia, el juez me recibió en su casa (…) Estudió mi expediente, me aconsejó mi defensa y me garantizó su apoyo. El año que siguió, el tribunal (…) se pronunció (…) ordenando costas compartidas en lugar de ponerlas todas a mi cargo, y redujo la pensión alimenticia… Pude entonces casarme (por lo civil) con Claude. Esta boda se completó en la logia con una ceremonia de reconocimiento conyugal.
Mi esposa padecía trastornos en forma de úlceras en todo el aparato digestivo, que eran muy dolorosas y reducían a casi nada su alimentación. Ni mis colegas de la facultad ni un curandero famoso encontraban explicación ni remedio. Tuvo que permanecer en cama durante varios meses (…) se me ocurrió una idea impropia de un masón ateo: proponer a Claude que, durante nuestro camino de regreso a Bretaña, nos detuviéramos en Lourdes. Llevé a Claude al santuario... Se celebraba una misa. Yo no había seguido nunca una eucaristía y no había prestado atención en las bodas y funerales en los que había asistido como parte de la obligada vida social... En un momento dado, el sacerdote se levantó y leyó con solemnidad: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis... Palabra de Nuestro Señor Jesucristo”. Me quedé estupefacto: esta frase, que había escuchado durante la primera iniciación [como masón], eran palabras de Jesús... De repente, escuché con claridad en mi cabeza una voz dulce que me decía: “Está bien, pides la curación de Claude, pero ¿qué ofreces tú?”. Durante un tiempo, que no puedo determinar, quedé fascinado por esta locución interior, incapaz de seguir el desarrollo de la misa... Sólo recobré, de alguna manera la conciencia, cuando el sacerdote elevaba la hostia en la cual, por primera vez en mi vida, reconocí a Jesús bajo las apariencias de pan. Era la luz que había buscado en vano a lo largo de múltiples iniciaciones… Al terminar la misa, seguí al sacerdote hasta la sacristía y, sin más preámbulos, le pedí el bautismo sin saber que para los adultos es indispensable una preparación.
Claude se sorprendió, creyendo que se trataba de una broma o que me había vuelto loco... Sin embargo, en el camino de regreso mi curiosidad insaciable sobre las cuestiones de la fe y la vida cristiana, sobre la forma de rezar y mi insistente deseo de ser bautizado, terminaron por convencerla (…) para sorpresa mía, algunas de mis convicciones más arraigadas se derrumbaron en unas horas (…) al manifestar su conversión, los hermanos dejaron de dirigirle la palabra. El sábado de Pascua recibió el bautismo y confirmación. Claude estaba presente y curada sin que se hubiera aplicado ningún nuevo tratamiento. A partir de su conversión, el hermano jefe de su trabajo comenzó a hostilizarlo para que dimitiera, bajándole de categoría. Quiso acudir a los tribunales para que respetaran sus derechos. Pero un día recibí la visita de un “hermano”, quien, con la mayor frialdad, me dijo que, si pleiteaba ante la magistratura laboral, ponía en peligro mi vida y él no podría hacer nada para protegerme… Nunca imaginé que se pudiera estar amenazado de muerte por conocidos y honorables “hermanos” masones de nuestra ciudad...
En ese tiempo, continuaba levantándome pronto cada mañana para rezar el rosario y leer los Evangelios. Poco tiempo después de mi bautismo, me apunté a un curso por correspondencia para obtener un diploma de propedéutica en teología."
“Ateos famosos convertidos Tomo II” - Padre Ángel Peña O. A. R.
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