Nunca he fumado cigarrillos, no me gusta su olor, pero cuando en Chile se implantó la ley contra el tabaco, comencé a fumar pipa (esto hace unos meses). La pipa se diferencia del cigarrillo porque no se puede fumar sin una preparación —hay que darse el tiempo— además que el humo no se aspira, el fumador de pipa fuma pipa porque le gusta el sabor a la mezcla del tabaco, además que por no tener aditivos se apaga a menudo y hay que volver a encenderla constantemente. El cigarro le da mala imagen al tabaco.

Fumo una pipa una vez a la semana, el día sábado (ayer degusté un Dunhill 965 exquisito) el que acompañado con una agradable conversa es fenomenal.

Comparto una reflexión, de @fgarcialarrain a pocos días del inicio de la ley en Chile. El texto está sacado de :
El Diario Ilustrado: marzo 2013

Texto:

No quedan muchos que fumen pipa. ¿Será una señal de la decadencia de Occidente?
Puede parecer una pregunta exagerada, pero aunque no sea inmediatamente evidente, le mostraré al despreocupado lector, cómo la pipa, aunque en forma muy pequeña, es una afirmación de la civilización y la cultura.


¿Cómo puede ser esto si el tabaco mata? Cierto, pero al final todos acabaremos en la tumba y quizás no esté demás tener a mano un memento mori. Al prender su pipa y recordar su mortalidad, el fumador recuerda que en esta vida no se encuentra el fin último: el olvido de esta verdad puede rebajar al hombre a la más espantosa frivolidad, como lo demuestra la movilización de ingentes recursos contra el tabaco, habiendo males mucho peores contra los que se hace poco y nada.


Pero eso no es todo. Para tener civilización, nos dice el profesor Pieper, compatriota de Bach, es necesario el ocio (se entiende que ocio no es un no hacer nada, sino actividad intelectual, contemplativa de la verdad, la belleza y el bien), y la pipa, por su misma naturaleza, lleva a separarse de la actividad directamente productiva que es la negación del ocio.


Nadie puede fumar una pipa en apuros, como quien se fuma un cigarrillo entre clases o reuniones, para retomar luego su lugar en el frenesí cotidiano. Para fumar una pipa llena de tabaco hay que estar dispuesto a hacerse el tiempo y en ese tiempo se ponderan la vida y los hombres, como lo hicieron fumadores de pipa como Tolkien, Lewis, Eliade, Einstein y tantos otros.


La pipa tiene, además, sus propias virtudes; por ejemplo es generosa. El tabaco de pipa, a diferencia del de cigarrillo, es aromático y place a toda persona de buen gusto. La experiencia universal de los fumadores de pipa es que el fumador goza y los demás también con él.


Es cierto que la cultura puede perdurar, e incluso florecer, sin que los hombres fumen sus pipas, pero no puede haber pipas sin ella. Por eso, todo aquel que enciende su pipa con una llama brillante y exhala una nube de humo dulce y oloroso que sube al cielo, se rebela en contra de la barbarie y afirma la bondad de vivir humanamente, sabiendo que algún día volverá al polvo de dónde salió.