Búsqueda avanzada de temas en el foro

Resultados 1 al 14 de 14
Honores4Víctor
  • 1 Mensaje de ALACRAN
  • 1 Mensaje de DOBLE AGUILA
  • 1 Mensaje de Hyeronimus
  • 1 Mensaje de ALACRAN

Tema: Leyes y reglas sobre el duelo, ofensas al honor y desafíos (Año 1890)

Ver modo hilado

  1. #3
    Avatar de ALACRAN
    ALACRAN está desconectado "inasequibles al desaliento"
    Fecha de ingreso
    11 nov, 06
    Mensajes
    5,445
    Post Thanks / Like

    Re: Leyes y reglas sobre el duelo, ofensas al honor y desafíos (Año 1890)

    CAPÍTULO I

    I Del duelo en general.

    El duelo se ampara en la costumbre, no en las leyes por las que los pueblos se rigen, puesto que todas ellas castigan los desafíos, si no con el rigorismo de edades pasadas, con el bastante para impedir el desarrollo del principio de vengar personalmente las ofensas, castigando al ofensor sin la intervención de los tribunales de justicia. La existencia del duelo se remonta á antiguos tiempos, si bien, como se ha hecho constar en el Prólogo, aquél alcanzó su mayor apogeo en la Edad Media.

    Sírvanos de prueba para demostrar que el duelo existe desde que los pueblos recibieron cierto matíz de civilización, la siguiente definición que de él nos encontramos en latín y en la sola palabra duellum, que en nuestro idioma significa combate entre dos personas.

    Los duelos son siempre la resultante de una ofensa inferida a una persona, familia ó colectividad, de obra, de palabra, por escrito y aun valiéndose del dibujo.

    Aunque el desafiar está á la orden del día, puede afirmarse que los retos son muchos, y pocos los encuentros, al menos en nuestra culta España, donde los adversarios prefieren esgrimir con preferencia las mandíbulas en los restaurantes más acreditados, que las espadas ú otra de las armas mortíferas también aceptadas para los duelos. Hecha pues esta declaración, podemos decir que el planteamiento de un duelo no lleva en sí la ineludible obligación de batirse; los duelos por lo tanto, acaban en primer término por las explicaciones que los padrinos dan en nombre de sus ahijados, ó en último extremo por el encuentro personal entre éstos por medio de las armas.

    Habíamos dicho antes las causas que pueden ocasionar el reto, y bueno será apuntemos en este párrafo la idea de que hay casos en que los hombres se baten sin conocer sus testigos la razón del duelo.

    Esto aunque parezca extraño á aquellos de nuestros lectores no versados en las materias objeto de este libro, tiene lugar con bastante frecuencia, y nosotros creemos debe en muchas ocasiones desconocerse el verdadero motivo, pues más guardada estará una frase injuriosa entre dos que entre seis, sobre todo, si aquélla lleva en sí la deshonra de una dama.

    Lo que sí ocurre es, que el ofensor y el ofendido se ponen de acuerdo antes de nombrar sus padrinos, conviniendo la ofensa que han de pretextar con el fin de que aquellos sepan á qué atenerse; pero esto que es una costumbre, no desvirtúa en nada nuestra anterior afirmación de que hay duelos que se ultiman sin conocer los testigos la razón del encuentro, puesto que éstos tienen la obligación de respetar la reserva de los apadrinados cuando así lo desean.

    Para que haya duelo ha de existir siempre ofensa, padrinos y testigos.

    Las ofensas son varias, y de ellas nos ocuparemos en sitio oportuno; los padrinos nunca podrán ser más de cuatro, dos por cada parte, pues la costumbre que existía antiguamente de que cada pareja de testigos fuera acompañada de otra persona llamada segundo, ha desaparecido, sin duda alguna, por lo innecesario de la presencia de aquel tercero en discordia.

    Por otra parte, para que el duelo se lleve á efecto, ó lo que es lo mismo, el encuentro personal, será preciso:

    1.° Que los combatientes estén conformes en batirse.

    2.° Que sea aceptada por el ofensor el arma elegida por el ofendido.

    Y 3.º Que ambos presten su conformidad á todas y cada una de las condiciones pactadas por los padrinos.

    Ahora bien; muy poco nos queda que consignar en nuestro primer capítulo. Antes de darlo por terminado creemos pertinente decir algo de los duelos del bello sexo, y emitir opinión, más ó menos razonada, pero al fin opinión, sobre la necesidad de que existan los desafíos.

    Empezaremos por los duelos entre las mujeres.

    Del mismo modo que los hombres se han batido y se batirán, las mujeres han rendido culto y continuarán rindiéndoselo al dios de los combates; pues de igual manera que el sexo fuerte, el débil nos proporciona dignos ejemplares de bravura.

    Mucho podríamos escribir sobre esta materia, y varios nombres de esclarecidas damas conseguiríamos apuntar en este volumen, como actoras de los fatídicos dramas que se representan en agradables florestas, pero como no pretendemos legislar sobre esta materia, y mucho menos emitir nuestra opinión sobre la misma, hacemos punto y aparte para tratar del segundo tema ya enunciado: de la conveniencia ó inconveniencia de que el duelo subsista.

    Que el duelo ha contado y contará constantemente con impugnadores, es un hecho; pero que tengan razón para relegarlo a la historia, eso es harina de otro costal, como decirse suele.

    Nosotros, no por nuestras personales aficiones, sino llenos del mayor convencimiento, nos declaramos defensores enragé del duelo, pero esta nuestra opinión no ha de servir de base para que se nos crea decididos partidarios del combate, sea cual fuere la ofensa.

    Como dijimos en el Prólogo, la misión difícil de cumplir es la reservada á los padrinos, y sin duda por desconocer éstos aquélla, es la razón que nos damos de que los duelos sean tan frecuentes, y se estime como ofensa ó injuria lo que tan sólo es una falta de urbanidad; pero descartando casos extremos, pasamos de hecho á emitir nuestro parecer en el controvertido tema de los desafíos.

    Hay ofensas que si bien pueden vengarse en los tribunales de justicia, no satisface al interesado el veredicto que aquellos puedan pronunciar aunque le sea favorable.

    Los tribunales ordinarios, sin duda alguna, por su compleja organización, tardan los imposibles en fallar los litigios en que entienden, y tras de tardadías sin cuento, lo hacen después de haber molestado grandemente á los litigantes, y á veces equivocándose.

    Los tribunales de justicia pueden entender en las injurias y en las calumnias sólo á instancia de parte, y más natural, más breve, y sobre todo más reservado, es que diluciden una cuestión el ofensor y el ofendido, que no entregar á la vindicta pública la fiscalización y medida de una ofensa inferida á una persona con desprestigio de su buen nombre, ó con menoscabo de su inmaculada honra.

    Hay ofensas de ofensas, como hay delitos de delitos; y así como éstos se entregan al estudio de los jueces, y á sus autores se les aplican las penas virtualmente contenidas en nuestros Códigos civiles y criminales, los ofensores privados deben ser castigados privadamente por sus jueces especiales, que no pueden ser otros que los mismos ofendidos.

    ¡Bueno fuera que el daño hecho en la honra de nuestras madres, esposas, hijas y hermanas, y aun en la nuestra propia, viniera á justipreciarlo un abogado y un juez, ayudados de escribanos y procuradores!

    No; las ofensas y las injurias que en terreno ya privado, ya público, se nos infieren, nadie más que el ofendido ó el injuriado debe castigarlas, sosteniendo en esta ocasión lo que negado está en el terreno del Derecho: que uno puede ser juez y parte en la misma causa.

    O por ventura ¿la pena que un tribunal ordinario imponga al injuriador, será nunca bastante para que el interesado crea lavada la ofensa?

    Pues qué ¿no se ha dicho constantemente que la calumnia siempre mancha?

    ¿No podría ocurrir que el ofensor contara con grandes influencias, y merced á ellas se torciera la acción de la justicia, quedando el ofensor, si se quiere, en peor situación que antes?

    Se nos podrá objetar que con demasiada frecuencia es herido ó muerto en los duelos, el que tenía toda la razón; pero á esto contestaremos diciendo que, así y todo, preferimos ser nosotros mismos los que nos equivoquemos en fallar nuestra causa, en vez del juez ó tribunal sentenciador.

    Por todo lo dicho, y teniendo muy presente que á los ladrones de honras debe castigarlos sólo el robado, insistiremos en sostener hoy y siempre, que el duelo es necesario, pues sólo ejercitándolo encuentra uno alivio á sus dolencias, para las cuales no hay otra medicina que un balazo, ó una certera estocada.

    II Duelos sin testigos.

    Al hablar en este capítulo y en su primera parte de los requisitos indispensables para que los duelos se verifiquen, dijimos que uno de estos era el nombramiento de padrinos y la presencia de testigos. Pues bien; no han faltado sostenedores de que los duelos sin testigos son válidos.

    Tamaña afirmación nos da á entender que los que tales absurdos defienden, ni tienen idea de lo que el duelo significa, ni son capaces de batirse en buena lid, ni conocen los deberes que el honor impone.

    La clasificación de las ofensas, la elección del duelo y sus armas, la designación de las condiciones en que éste debe realizarse, el día, sitio y hora. ¿Quién la hace?
    Los padrinos.

    La elección del terreno, el examen del cuerpo de los combatientes y armas que han de esgrimir, la señal para empezar, suspender o dar por terminado el lance, ¿á cargo de quién corre?
    De los testigos.

    ¿Quién garantiza que el duelo se ha ultimado de buena manera y ajustándose los combatientes á condiciones anteriormente pactadas por sus representantes?
    Los testigos.

    ¿Quiénes evitan el asesinato que se perpetraría en el campo del honor en más de una ocasión?
    Los testigos.

    Pues bien; si la misión de los padrinos y testigos es tan importante, si de ellos depende la honra de una persona, familia ó colectividad, al propio tiempo que la vida de los duelistas, ¿puede sostenerse en serio por alguien que un encuentro sin haberlo estipulado los padrinos ni presenciado los testigos sea válido?

    No, y mil veces no; y como conceptuamos innecesario seguir argumentando sobre tan gratuita afirmación, aquí damos por terminado este capítulo, para en el siguiente tratar de la materia más importante del presente libro.



    continúa
    Última edición por ALACRAN; 08/03/2021 a las 20:10
    “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad: no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los reyes de Taifas.

    A este término vamos caminando: Todo lo malo, anárquico y desbocado de nuestro carácter se conserva ileso. No nos queda ni política nacional, ni ciencia, arte y literatura propias. Cuando nos ponemos a racionalistas lo hacemos sin originalidad, salvo en lo estrafalario y grotesco. Nuestros librepensadores son de la peor casta de impíos que se conoce, pues el español que deja de de ser católico es incapaz de creer en nada. De esta escuela utilitaria salen los aventureros políticos y salteadores literarios de la baja prensa, que, en España como en todas partes, es cenagal fétido y pestilente”. (Menéndez Pelayo)

Información de tema

Usuarios viendo este tema

Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)

Temas similares

  1. El duelo de los indios
    Por Hyeronimus en el foro Hispanoamérica
    Respuestas: 36
    Último mensaje: 23/08/2023, 18:13
  2. Respuestas: 0
    Último mensaje: 06/05/2020, 00:25
  3. Respuestas: 0
    Último mensaje: 13/02/2017, 13:39
  4. Colombia no expropia porque respeta reglas
    Por hispanoamericano en el foro Hispanoamérica
    Respuestas: 6
    Último mensaje: 28/04/2012, 08:22
  5. Elogio del idioma , por Claro Mayo Recto (1890-1960)
    Por Mefistofeles en el foro Cultura general
    Respuestas: 1
    Último mensaje: 23/12/2010, 23:32

Permisos de publicación

  • No puedes crear nuevos temas
  • No puedes responder temas
  • No puedes subir archivos adjuntos
  • No puedes editar tus mensajes
  •