Lo que seremos está en nuestras manos, pero lo que fuimos escapa a cualquier criterio acomodaticio, está ahí, permanentemente testificado por unas realidades que no pueden tergiversarse y que indeleblemente, como las marcas hechas a hierro, han quedado grabadas constituyendo lo que llamamos "cultura".
No pretendemos hacer una valoración en orden a la persistencia o no, en algún caso, de tradiciones o reminiscencias que pudieran adscribirse a los viejos pueblos cántabros que las fuentes nos muestran como fervientes opositores al poder romano. Lo que sí podemos asegurar es que los santanderinos actuales mantienen tanto de los cántabros, y en la misma medida, que lo que puedan conservar los palentinos actuales de los vacceos, los sorianos de los arévacos o los madrileños de los carpetanos. Lo que romántica y poéticamente puede ser admisible no lo es, como en este caso, en el campo de las realidades.
Del mismo modo que no tiene sentido alguno segregar de Castilla a Madrid para reinventar Carpetania, o a Ciudad Real para hacer la autonomía de Oretania, tampoco lo tiene ni es admisible considerar a Santander como algo externo a Castilla. Las regionalidades españolas se forjan en el medievo. Los pueblos prerromanos merecen ser estudiados, pero desde luego no al precio de superponer un pasado de hace 2.000 años a la realidad histórica, lingüística y cultural de Cantabria como origen y parte indiscutible de Castilla.
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