LA EXTENSIÓN
Extensión valor supremo al parecer del nuevo nacionalismo neocastellano, que al margen de la tendencia inherente a todo nacionalismo o micronacionalismo a la expansión, parece que en el caso castellano tiene una referencia singular y cercana en aquel libro publicado allá por el año 1980 titulado: “El nacionalismo: última oportunidad histórica de Castilla” de Juan Pablo Mañueco (Guadalajara, Prialsa 1980) recopilación de artículos publicados entre 1976 y 1979 época de planteamientos iniciales de las autonomías; el contenido del texto, que al parecer ha hecho furor en los posteriores partidos nacionalistas neocastellanos, no podía ser más decepcionante: ninguna referencia histórica castellana seria, ni social, ni jurídica, ni lingüística, ni menos aún antropológica , ni tampoco mitológica, no se sabe bien si por ignorancia culpable o por obcecación en sus ilusorias pretensiones; en breve se refería a la importancia estratégica que la mera extensión territorial por acumulación arbitraria de una serie de provincias del centro de España, falaz e impropiamente denominada Castilla, podría suponer en una futura arquitectura política.
Releido retrospectivamente contiene el libro todos los manidos tópicos después manejados por los nacionalismos neocastellanos de vario pelaje: reducción del más antiguo evento de la supuesta historia castellana al siglo XVI con la guerra comunera como hito imprescindible; réplica de los argumentos de los nacionalismos periféricos al primar como fundamento de la nacionalidad la lengua; apelación formal a la historia y desconocimiento efectivo de ella cuando se trata de deslindar las diferentes estelas históricas de León, Castilla y Toledo; sobreestimación de los factores geográficos y pragmáticos, la extensión entre ellos, a expensas de cualquier otra peculiaridad social, jurídica, histórica o lingüística; citas paradigmáticas de Julio Senador que no se acabó de coscar muy bien de lo que era León ni de lo que era Castilla, para él indiscriminadas tierras mesetarias; propuestas delirantes sobre el sector terciario como motor del desarrollo económico; despoblación creciente que hoy sabemos es un problema general de occidente y no desgracia particular de una parte; apelación entre cuartelesca y autoritaria a una para él unanimidad deseable sin fisuras de pensamiento ni diferencias de criterio; denuncia de malvados que conspiran sin descanso contra su inventada nación castellana, juramentos de odio eterno para un españolismo de dudosa caracterización tanto en sus habitantes como en su territorio; efusiones emocionales sobre el orgullo de pertenencia a la extensión de su inventada patria; descalificación histérica de aquellas personas o asociaciones - como C.C- que, coherentes con la historia, defienden una distinción clara de lo que es la modesta Castilla real de otros reinos que pertenecieron a la corona de Castilla, con los dicterios de condalista y fernangonzalista; repetición cansina de agravios a reparar con un lenguaje burdo, pleno de latiguillos, medias verdades, por no decir falacias y puras mentiras. En fin un dechado impresentable de verborrea delirante de pretendido nacionalismo castellano .
Esta joya del pensamiento político mereció en su día su exhibición en la televisión por el eximio escritor Miguel Delibes con motivo de una entrevista en la entonces única televisión estatal, que bien podría haberse molestado en seleccionar algún otro texto reivindicativo de Castilla con más habilidad; aunque ciertamente no era muy copiosa entonces ni ahora la literatura sobre este tema. No cabe duda por otra parte que por los comentarios y opiniones de Delibes, mucho mejor como novelista que no como historiador ni memorialista de Castilla, en que reiteradamente expone su tesis de que su natal y leonesa ciudad de Valladolid es Castilla la Vieja, y castellanos viejos sus habitantes, estaban en concordancia plena y evidente con la confusión global del libro mencionado de Mañueco, seguidor en esto de las irreales geografías noventayochistas y de Ortega y Gasset, por no mencionar a Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma, Francisco Franco Bahamonde y a los caciques agraristas de Tierra de Campos,.
Receptáculo de la medida, la extensión es la última categoría que le queda al nuevo nacionalista neocastellano, más simplificador en esto que el propio Descartes con la filosofía aristotélica y escolástica, pues al fin y al cabo admitía este la res extensa y la res cogitans, mientras que el nuevo nacionalista además de la extensión solo puede echar mano de la res ignorans cuya sola postulación explicaría sobradamente la irreal extensión añorada, en cuyo caso vuelve a haber una craso reducción a un solo y erróneo polo. ¡ Que grande es mi pais! piensa en su delirio el nacionalista, como en las disputas de picadillo de los niños en que uno de ellos afirma: mi papá es jefe, a la cual raudo responde otro: pues mi papá es general, rápidamente retado por otro que asegura: pues mi papá es rey. Así también entre los nacionalismos vecinos se disputa siempre una cualidad única y pretendidamente superior al resto de la humanidad: uno dice nuestra lengua es la única no indoeuropea que subsiste en occidente; pues nuestra cultura tiene un seny que no te voy a contar dice el otro; pues los cromosomas de mi raza son chanchi dice el de más allá, y en fin, último y patoso advenedizo, el nacionalista neocastellano que difícilmente puede aducir la singularidad de una lengua universal o de una raza insólita dice para no ser menos: pues mi nación otra cosa no será pero lo que es grande, lo es en cantidad; en el fondo añora los dichos imperiales de la época filipina: en sus dominios no se pone el sol , no en vano su extensa delimitación de la supuesta Castilla coincide con el ideario imperial falangista de los años treinta.
Ningún reino, ningún imperio de la historia a basado su razón de ser en la extensión, los acontecimientos felices o desgraciados ligados a la suerte de guerras, conquistas o descubrimientos, hacían que nunca fuera idéntico territorio poseído, pese a que se conservaran iguales los principio de civilización y cultura que caracterizaban al pueblo o pueblos medulares de aquellas entidades políticas. Muy por el contrario los nacionalistas neocastellanos primero delimitan el mapa y luego tratan de probar homogeneidades más o menos plausibles; un auxiliar importantísimo para estos tejemanejes es censurar la historia de los orígenes de Castilla, uno de cuyos hilos conductores es precisamente el antagonismo con el reino de León; el segundo acto es considerar como escena primigenia de los castellano la llamada guerra de los comuneros en el siglo XVI que en realidad se manifestó en muchos de los reinos que componían el mosaico habitualmente denominado por simplificación corona de Castilla, y en una época en que el reino de Castilla estaba ya ampliamente descastellanizado o leonesizado para usar un término de Menéndez Pidal. No se puede decir no obstante que todos ignoran estas cosas, hay incluso eminentes historiadores que sabedores de estos antecedentes recurren a otros sofismas, tales como: leoneses y castellanos son muy parecidos; o aquella otra que dice: es más lo que nos une que lo que nos separa, no especificando claro está cual es la escala de uniones o separaciones y el instrumento de medida usado, es decir el separómetro, Con vaguedades de ese tipo sería difícil discriminar sorianos de turolenses, salmantinos de cacereños, riojanos de zaragozanos; en todos los casos hablan castellano, en su mayor parte pasan ampliamente de política, respiran, comen tres veces al día, duermen de noche y eventualmente exhalan flatos.
Al margen de estos grupúsculos algunos un poco más ilustrados llegan a distinguir la diferencia del conglomerado de reinos que formaban la corona de Castilla y el reino de Castilla, aunque con loable propósito proponen una federación de todos o los mejor dispuestos de los antiguos reinos que formaban la corona de Castilla, pero no son precisamente santos de la devoción de los nacionalistas neocastellanos forofos de la una, grande y libre. Llama a veces la atención en el comportamiento de estos últimos que dentro de la extensión inmensa una y grande, llegan a vislumbrar a veces diferencias geográficas, lingüísticas, históricas o folclóricas, ante lo cual se ponen en guardia y descubren un Mediterráneo trivial, viniendo a decir que su Castilla una, grande y libre tiene regiones, aunque no quieren decir con esto que Castilla sea una región española , como lo son Extremadura o Andalucía, bien conocido en la antigua enseñanza primaria ; la cuestión es bastante más confusa puesto que afirman como resultado de su postulada homegeneización de partida que León es nada menos que una región de Castilla. Pero a veces rectifican y la palabra región les parece sospechosa de interpretaciones antiguas, ninguneadoras y reaccionarias, y ante lo cual - ¡oh pasmo de los dioses!- deciden que es mejor el nombre de comarca, palabra de claras connotaciones ligadas al viejo imperio carolingio, sospechosa añoranza de la escena original de un paraíso imperial, por sus antecedentes inmediatos más cerca de las elucubraciones imperiales falangistas que no del viejo imperio de Carlomagno.
Ancha es Castilla dirán parafraseando el refrán popular; torpe y zafia sabiduría como la de tantos otros refranes que ya advirtiera en su día Alonso Quijano a Sancho Panza; como se ha dicho más de una vez la genuina Castilla es no tanto ancha como larga. Los nuevos nacionalistas al confundir lo que de manera genérica era de la corona de Castilla con que concretamente era el reino de Castilla han creado un extraño sucedáneo de Castilla y los castellano susceptible de extenderse cual chicle, lo mismo puede ser castellano Burgos que Murcia, Ávila que el Bierzo o Segovia que Sanabria; claro que la cosa no para ahí, no falta algún gaditano, malageño o granadino que en virtud de la pertenencia de sus tierras a la antigua corona de Castilla, y desconociendo absolutamente que cosa era el reino de Castilla, se consideran con derecho a denominarse castellanos; cuando un calificativo se aplica a todo en realidad ya no significa nada. El todo es la nada que diría Hegel. No tiene todo esto nada de particular puesto que el uso de sucedáneos chiclosos, en este caso Castilla y castellano, es muy beneficioso para partidos, que más que la naturaleza de Castilla y lo castellano, lo que buscan es el poder a través de los votos, por lo que son capaces de argumentar sofística y retorcidamente la mucha castellanidad de Puertollano en virtud de los votos que obtienen, es decir los puertollanicas no votan una opción por ser castellanos, sino - ¡oh milagro!- son castellanos porque votan a una opción. Pero en el arsenal del pragmatismo político moderno todo tiene explicación; medianamente informados de las teorías russonianas que subyacen a la moderna política de masas, creen que una nación se forma por la voluntad individual de sus miembros en un momento dado, claro que poco manejable la noción de voluntad , el político prefiere manejar la noción de sentimiento mucho más voluble y manipulable. Los sentimientos y emociones, raramente coincidentes con la verdad, vienen a ser pues casi exclusivamente la base en que se despliega la política y los nacionalismos modernos de muy vario pelaje, y tratan por tanto de excitar sentimientos no de alcanzar la verdad, ni menos aún de realizar la plenitud del ser y la beatitud. Una nación, un pueblo no es solo un presente refrendado por una mayoría, es también el pasado y el futuro, difícilmente explicable por arranques sentimentales; hoy día es francamente difícil de comprender para el ciudadano medio que pueblos y naciones se han mantenido en el tiempo por en virtud de la adhesión a principios atemporales por encima de lo meramente humano, origen de una transmisión tradicional que traspasa las fronteras temporales, y no por recuentos aritméticos momentáneos y ocasionales de pulsiones sentimentales.
Es curioso notar las desazones, desalientos e indignaciones que produce en el nacionalismo neocastellano extensivo y de secano el emergente nacionalismo leonés, por el momento bastante más numeroso en sus partidarios y seguidores que aquel. Se aducen no se que atentados al extenso espacio vital o lebensraum castellano, tanto más difíciles de creer cuanto que la declinante población castellana, si se excluye la provincia de Madrid, probablemente quepa holgadamente en el Principado de Mónaco , y si no fuera todavía el caso lo será a no tardar mucho. Cuando se contempla la postración reverente ante la extensión no dejan de resonar en la mente aquellas palabras de Cioran acerca de Rusia y su tendencia a la expansión imperialista:
… a imagen de las naciones con destino imperial, está más impaciente por resolver los problemas ajenos que los suyos propios
(E. M. Cioran. Contra la historia. Tusquets Editor. Barcelona 1976)
La extensión desmesurada no solamente ha sido objeto de los actuales partidos nacionalistas neocastellanos, muchos políticos de partidos estatales se han fascinado ante la idea de hacer carrera en la más grande de las regiones europeas (C y L), región ómnibus, como decía cierto historiador, que comprende indiscriminadamente churras y merinas; incluso fue esta eventualidad de realizar carreras apetecibles lo más que pesó en el actual diseño del mapa geográfico y la extensión autonómica:
Veamos cual fue la postura de los diferentes partidos políticos ante la cuestión leonesa después de las elecciones. Rodolfo Martín Villa, el dirigente más destacado de UCD en la provincia , manifestaba en una reunión de su partido que “ toda decisión sobre la autonomía tiene que proceder de la voluntad popular”. Pero al mismo tiempo los dirigentes de UCD consideraban más interesante para su partido y sus carreras políticas la integración de León en una gran región castellano-leonesa. A finales de marzo se reunían los dirigentes de UCD en la provincia y acordaban apoyar la opción regional Castilla-León.
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En marzo de 1980 la dirección provincial del PSOE de León , pasando por alto la consulta a la opinión popular que repetidamente había propuesto, decidía la incorporación de la provincia a la región de Castilla y León.
( Anselmo Carretero Jiménez. Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996. p796)
Contrariamente a lo ocurrido en la Montaña cantábrica y la Rioja, los dos partidos entonces dominantes (UCD Y PSOE) acordaron oponerse a la voluntad manifiesta de los segovianos y apoyar la creación del conglomerado castellano-leonés, cuyas dimensiones –“la mayor región de Europa” decían con orgullo sus patrocinadores- hacía muy codiciable su gobierno para los políticos deseosos de poder y prestigio.
( Anselmo Carretero Jiménez. Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Editorial Porrúa. México 1996. p803)
Las ansías de extensión de los actuales partidos nacionalistas neocastellanos supera con mucho a los partidos que cocinaron en su día las actuales autonomías, pretenden nada menos que meter en el mismo saco León, Toledo y Castilla, haciendo gala mucho más de apriorismos burdos y mendaces que no ventajas y componendas coyunturales astutas como hicieran en su día UCD, PSOE y PC. Además esta nueva propuesta de gran Castilla induce fatales y desagradables resonancias con gran Serbia de Milosevic y las atrocidades cometidas en su nombre. Al parecer siguen obstinados, al igual que algunos varones obsesionados y rijosos, en la senda del “caballo grande ande o no ande”, y como en estos no es ello panacea de desarrollo firme y gozoso; así en el nuevo diseño de reparto de fondos entre autonomías ya se parte del principio de que precisamente la extensión como virtualidad de mayores posibilidades y recursos debe quedar excluida de entrada de cualquier consideración de apoyo, subvención o reparto distributivo. Así hasta un periodista políticamente correcto, turiferario de las instituciones, quejoso a veces de la falta de patriotismo castellano-leonés vagamente denominado mesetario y seguramente bien pagado por todo ello, llega advertir estos extremos :
Densidad y financiación
En el nuevo modelo de financiación autonómica aparece un apartado con el título de densidad demográfica, que es el paradigma de la discriminación política y económica que sufre esta Comunidad. El Consejo de Política Fiscal y Financiera pone dos condiciones para que las comunidades autónomas puedan a acceder a este capítulo: 1.- Deben tener una densidad demográfica que no supere los 27 habitantes, condición que cumple Castilla y León 2.Que su superficie no supere los 50.000 kilómetros cuadrados, con lo cual, Castilla y León no cumple esta condición y, por lo tanto, no nos llevamos ni un duro. Tan sólo dos comunidades, Aragón y Extremadura, disfrutan de estos dineros, por cierto,'con gobiernos regionales socialistas. La segunda condición, expuesta anteriormente, está redactada contra Castilla y León. Es inexplicable, La Junta no ha defendido los intereses de esta comunidad. ¿Cómo es posible que Castilla y León, una de las regiones mesetarias, quede fuera del reparto de los fondos de comunidades con baja densidad demográfica?. Pero existe otro capítulo en el modelo de financiación que lo denominan, «pobreza relativa», el cual está dotado con una cantidad insignificante, 150,253 millones de euros (25.000 millones de pesetas), lo que nos está indicando la poca importancia que dan los ideólogos del Consejo de Política Fiscal y Financiera a los más desfavorecidos. A través de una fórmula que han confeccionado, en la cual, intervienen la población y el Valor Añadido Bruto, Castilla y León sólo obtiene el 2,9% del total de estos fondos dedicados a la pobreza. Estos tecnócratas no tienen remedio cuando se trata de perjudicar a los pobres. Un ejemplo, si esta fórmula se hubiera aplicado para Castilla y León hace cinco años, cuando teníamos 50.000 habitantes más, hubiéramos tenido más dinero por este concepto. Es decir, en la fórmula lo que verdaderamente está penalizando es ser pobre y la despoblación, porque nuestra despoblación, la de Castilla y León, se debe en gran parte a la pobreza.
El 94% en la distribución de los dineros entre las autonomías depende de la población. Castilla y León, el problema que tiene es la despoblación, debido a nuestro crecimiento vegetativo negativo y a la emigración que aún sufrimos. La Junta tendría que haber luchado para que el criterio poblacional estuviera alrededor del 50%., el resto, a dividir entre el territorio, la densidad, la pobreza, etc. La Junta tendría que haber defendido la despoblación como un criterio de solidaridad interregional. El nuevo modelo de financiación adolece de una cosa, la falta de previsión sobre la evolución de la población, porque Castilla y León pierde población. Da la impresión de que primero se han pactado las cifras y luego se han puesto los criterios.
(Alfredo Hernández. El Mundo Castilla y León.16-septiembre-2001)
Si la organización de Castilla hubiera sido de abajo hacia arriba, desde las comunidades de villa y tierra hasta el reino, del hombre al ciudadano y de la libertad social a la jerarquía política, es posible que entonces las cosas hubieran sido otra cosa; pero ni los castellanos de ahora conocen su pasado sino que más bien procuran escamoteárselo todo cuanto sea posible; ni la política moderna no tiene en cuenta ninguno de los planteamientos del orden social tradicional castellano, sino que más bien apuesta por unas dimensiones cuantitativas del poder: extensión de territorio, masas de posibles votantes , dominio de medios y propaganda, apaciguar al mínimo, si pudiera, los sufrimientos y estimular al máximo la vanidad. Efecto no previsto de los manejos políticos partidarios, dos antiguas provincias - Santander y Logroño-, puesto que a una tercera – Segovia- le fue drásticamente prohibido, separándose y renunciando a los delirios de extensión de los engendros autonómicos creados en el centro de península, consiguieron en cierta medida una aproximación a la antigua organización territorial castellana que en cierta forma se podría resumir en los polos de: libertad local y pacto general, habiendo realizado en parte el primero, siendo imposible el segundo, puesto que la actual constitución española impide los pactos entre comunidades autónomas. Así pues dos comunidades que no se reconocen en absoluto en los engendros vallisoletanos y toledanos en que quedó dispersa Castilla, son los únicos pilares que quedan actualmente como posible reconstitución del orden social y político castellano tradicional. No conviene hacerse demasiadas ilusiones al respecto, la política moderna sea del partido que sea, nacionalista, centralista o regionalista, lo menos que desea es un orden en que le hombre tenga más reductos de libertad, de responsabilidad y de conciencia del que da un voto espaciado temporalmente por quinquenios poco más o menos. A cambio, dirán, tiene más renta por cápita, más kilocalorías en la dieta, más estupideces en los medios, más caballos de potencia en el automóvil y ventajas a las que los actuales neocastellanistas añadirían la no despreciable consideración de un territorio no libre pero si extenso; todo ello parece que al moderno ciudadano le mola más que la libertad, al fin y al cabo como decía Cicerón : “el esclavo satisfecho es el peor enemigo de la libertad”.
Vivimos en tiempos de un nuevo ciclo de representación de paradigmas bíblicos, el pueblo castellano como Esaú ha renunciado a su herencia por un plato de lentejas, por cierto cocinada con ingredientes deleznables: una gran dosis de ignorancia, una ración de abstracciones de médula la gran patria, lengua universal, un puñado de reducciones homogeneizadoras con los vecinos, tropezones de pragmatismos geográficos duerolándicos, todo ello salpimentado con supuestas ventajas y orgullo de la extensión. No se trató siquiera de una tarta o al menos de unos bombones tentadores, tan solo fue una miserable bazofia de lentejas, por ella los burgaleses se olvidaron lo que significaba .” Caput Castellae”, sin duda la indigestión de lentejas no permitió suficiente claridad para los latines; aunque expresada en castellano tampoco entendieron muy bien los sorianos aquello de “cabeza de Extremadura” a lo sumo se coscaron que tenía algo que ver con cabeza dura; los abulenses tampoco entendían que era aquello de “Ávila de reyes Alfonsos madre”, que vaya madre que los parió; para que seguir: los madrileños no se han tenido nunca por paletos y no se codean con sus vecinos; los alcarreños recibieron su merecido cuando se les ocurrió recordar que eran castellanos y Cuenca no existe, dicho popular entre los niños pijos de los madriles de los años veinte y treinta posteriormente modificado por los turolenses para reivindicaciones tangibles. Son tan timoratos, pancistas y desventurados que votan sin condiciones ni reservas a los de siempre; tanto que finalmente convencidos estos últimos de su fidelidad perruna y acemilesca prescinden de ellos para negociar sus intereses vitales pecuniarios con el estado y las otras autonomías, la experiencia demuestra sobradamente que no hay voz, ni respuesta, ni alternativas más o menos factibles; claro que no es ajeno a este comportamiento el enorme porcentaje de pensionistas sin ideas claras sobre la titularidad de sus derechos, ni sobre el sistema de financiación y funcionamiento de la seguridad social; extremos estos que parece no acaban de entender algunos periodistas políticamente correctos como el antes mencionado. A este respecto y como inciso póstumo no deja de sorprender el recibimiento alborozado que tendría entre los demasiados pensionistas castellanos la idea de independencia radical que propugnan algunos de los nacionalistas neocastellanos como propuesta de progresismo sublime y liberador; las ya abundantes pensiones mínimas y de subsistencia dejarían de financiarse por la totalidad del colectivo laboral español para reducirse drásticamente a una financiación en las partes más despobladas y envejecidas de la península; de esta forma además de las mentiras, disparates y delirios sobre su inventada Castilla acaso consiguieran un holocausto final por inanición de pensionistas castellanos que dejaría chiquito a Auschwitz, a Mauthausen, al archipiélago GULAG, o a las millonadas de cadáveres del gran salto adelante del excelso timonel Mao; hazaña que acaso les agradecieran los nuevos líderes neocapitalistas por el favorable impacto que tendría en la cuenta de resultados y el balance de muchas sociedades anónimas; de esta forma, con su desaparición final, los castellanos rendirían un último beneficio tangible y evaluable en acciones, bonos y cupones para mayor gloria del tráfago capitalista. Y aún quedan pesimistas.
El diagnóstico de moribundia de Castilla se impone cada vez más con una evidencia cegadora, tanto que no tardará en llegar el penoso momento de poner el epitafio: Delenda est Castilla.
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