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Tema: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

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    Re: El Distributismo y el Crédito Social comparten la misma Filosofía Social

    El análisis del coste por el Crédito Social

    Por M. Oliver Heydorn



    En aras de la simplicidad, la crítica del Crédito Social al orden económico existente podría reducirse a la siguiente afirmación: el sistema financiero no es autoliquidante.

    Si concibiéramos el sistema financiero –que se compone principalmente de los sistemas bancario y de contabilidad del coste– como una especie de conjunto de capas de software de un ordenador que lee y representa los hechos económicos físicos mediante la medición de la actividad económica, la idea básica es que en lugar de equilibrar automáticamente la acumulación de precios, por un lado, con la distribución de ingresos, por el otro, el software existente está diseñado para generar un flujo de costes y, por consiguiente, de precios, durante el curso de producción de cualquier servicio o bien industrial, que necesariamente excederán al poder adquisitivo del consumidor que simultáneamente está siendo liberado en forma de sueldos, salarios y dividendos. El resultado final es una escasez crónica o deficiencia de verdadero o propio poder de compra del consumidor en relación con los bienes y servicios en oferta, es decir, de poder de compra que no se derive de hipotecar futuros ingresos contrayendo deuda adicional o compensatoria con los bancos [1].

    Un sistema financiero autoliquidante mantendría siempre los valores en precios y los ingresos del consumidor en un equilibrio automático, de tal manera que el acto de producir un volumen específico de bienes y servicios distribuya siempre, ipso facto, suficiente poder adquisitivo para poder liquidar, esto es, cancelar de una vez por todas, los correspondientes valores en precios. El actual sistema no es autoliquidante precisamente porque genera precios a un ritmo más rápido que aquél al que distribuye ingresos al consumidor con los que poder pagarse aquellos precios.

    Ya he explicado, en el artículo del pasado mes, por qué este desequilibrio estructural entre precios e ingresos es equivocado, tanto ética como pragmáticamente. El objetivo del presente artículo será dilucidar qué es lo responsable de esta discrepancia.

    Quizás podría ser lo mejor empezar subrayando que la particular deficiencia de poder de compra del consumidor que estamos tratando aquí NO está causada por la especulación o realización de beneficios (incluidos beneficios derivados de intereses sobre préstamos), por la reinversión de ahorros en nuevas iniciativas productivas, o por las políticas deflacionarias que a menudo son adoptadas por instituciones financieras durante las ralentizaciones económicas o crisis financieras. Douglas admitía que estos factores, y algunos otros, podían exacerbar de varias formas una deficiencia de poder adquisitivo, pero no constituían la causa primaria de lo que se ha venido a conocer en la literatura del Crédito Social como “la brecha” [2].

    La recurrente brecha entre precio-ingreso se debe, por el contrario, a un fallo contable o, más bien, a un par de fallos contables en relación a cómo el capital (esto es, máquinas y equipo) es financiado, y a cómo sus costes se determinan, pues, en relación a cualquier ingreso del consumidor que se libere durante su producción, mantenimiento o reemplazo.

    Como se puede ver, existen dos categorías de coste que están asociadas con el capital real: cargas capex, que las compañías imponen o cargan a fin de recuperar los costes financieros provenientes de la compra o producción de fábricas, máquinas y otros equipos; y las cargas opex, que las compañías imponen o cargan a fin de proveer a los costos operacionales de ese capital real, incluyendo sus cargas de mantenimiento y depreciación o reemplazamiento. Juntas constituyen el componente del coste de capital, que figura tan prominentemente en la estructura del precio de cualquier bien o servicio que se produce usando métodos industriales.

    Bajo las convenciones financieras existentes, las compañías (o cualquier otra organización productiva) han de recuperar el valor financiero del capital real mismo (a fin de poder devolver el préstamo bancario que normalmente es usado para adquirir o fabricar el capital real), al mismo tiempo que van recuperando dinero suficiente, durante la vida útil de aquél, para cubrir todos los costes que están asociados con dicho uso, esto es, con el consumo industrial del capital real. En efecto, han de cargar por el capital real que emplean al menos dos veces; una para atender al coste puramente financiero; y una (o incluso más de una) para atender los costes de su consumo y uso actual. Podemos referirnos a este fenómeno como “el doble costeo del capital real”.

    Para hacer el asunto más concreto, permítaseme ilustrar los principios básicos que hay en juego por vía de un ejemplo. Mi cuñado, que es un entrenador personal y posee su propia compañía de fitness, recientemente tomó prestado 100.000 dólares de un banco para adquirir aparatos para ejercicios físicos. Para poder devolver el préstamo (ignoraremos los pagos de intereses), debe recolectar 100.000 USD de sus clientes; pero también debe incluir cargas por depreciación por valor de 100.000 USD para que así las máquinas puedan ser reemplazadas después de haber quedado desgastadas [3]. Esto significa que, en término solo de costes de capital, mi cuñado deberá recobrar eventualmente 200.000 dólares de los consumidores (por no decir nada de las cargas de mantenimiento). Incluso si asumimos (lo cual es algo invariablemente contrario a los hechos) que el coste original de las máquinas hubiese sido enteramente distribuido como ingreso a los trabajadores que hicieron esas máquinas, solamente se habrían distribuido 100.000 USD a los consumidores en virtud de esas mismas máquinas. Claramente, cien mil en ingresos del consumidor no pueden contrarrestar doscientos mil en precios. Si, hipotéticamente, los cien mil en los bolsillos de los consumidores hubiesen sido usados para devolver el préstamo bancario de cien mil, tanto la deuda como el poder adquisitivo se habrían cancelado el uno al otro dejándolos fuera de la existencia (todo préstamo bancario crea un depósito y la devolución de todo préstamo bancario destruye un depósito), pero esto habría dejado atrás u olvidado un equipo con un valor en precios de cien mil sobre él, el cual habría de figurar en los precios, y sobre el cual y contra el cual no se habría hecho disponible poder adquisitivo alguno.

    Ahora bien, si aceptamos la premisa de que el sistema financiero debería reflejar exacta e isomórficamente las realidades físicas de la economía, entonces el doble costeo del capital real aparece claramente como un error. Más específicamente, las cargas capex no se corresponden con ningún consumo real o físico. Si han de ser tratadas, como nuestro actual sistema las trata, como categorías separadas o adicionales de coste, entonces resultan ser completamente ilegítimas [6]. No sólo son ilegítimas las cargas capex, sino que tampoco hay –si se examina el asunto desde un correcto punto panorámico– absolutamente poder adquisitivo alguno del consumidor que se haya creado y distribuido automáticamente durante el curso de la producción (y en virtud de las cargas capex) con el cual se puedan contrarrestar y liquidar dichas cargas [5].

    A fin de obtener un cuadro más claro del papel que juegan las cargas capex en la estructura del precio de los bienes y servicios, imaginemos una cadena de producción en la que estén involucradas un buen número de diferentes empresas que prestan su contribución en varias fases o estadios de manufactura o fabricación. Cada empresa en esa cadena que posea préstamos de capital pendientes incorporará una carga en el precio de su producción intermedia para atender sus planes de amortización del préstamo, y esa carga se pasará a las siguientes empresas. Estas empresas subsiguientes, a su vez, tomarán prestado dinero-deuda nuevamente creado, a partir de los bancos, para obtener sus materias primas, del mismo modo como la mayoría de la producción cotidiana se fundamenta en descubiertos o líneas de crédito rotativo. Cualquier dinero tomado prestado que se utilice para pagar, directa o indirectamente, las cargas capex de empresas precedentes será destruido en las devoluciones de préstamo. De esta forma, aunque este flujo de crédito al productor que está destinado a cargas capex está contribuyendo a la acumulación de precios, nunca libera poder adquisitivo alguno a los consumidores con el que poder atenderse o liquidarse las cargas capex. Por esta razón, el componente capex en los precios podría asimilarse al fenómeno astronómico de un agujero negro. Se teoriza que incluso la luz misma no puede escapar de un agujero negro una vez que ha traspasado el horizonte de sucesos. Del mismo modo, el dinero, en forma de crédito al productor, entra dentro del agujero capex en varias fases o estadios de la producción, pero nunca viene afuera como ingreso del consumidor o en alguna otra forma. No sólo eso, sino que debido a que cada fase o estadio posee normalmente sus propias cargas capex que han de añadir a los precios, el agujero es una bola de nieve de deuda que se hace cada vez más grande, la cual se va pasando de productor a productor en la cadena de producción hasta que viene a posarse en la fase o estadio de los minoristas, en donde deberá ser liquidada por el consumidor.

    El primer fallo contable puede, por tanto, resumirse de la siguiente manera: cargas que son impuestas o cargadas correspondientes al valor en precios financiero del capital real que están completamente irrepresentadas por ingresos del consumidor y que no tienen conexión alguna con el consumo físico de esos activos productivos [6].

    Existe, sin embargo, un segundo problema. No solamente incluye el sistema financiero una categoría de coste ilegítima para la cual no se distribuye poder adquisitivo alguno; sino que tampoco proporciona suficientes ingresos al consumidor para satisfacer totalmente los costes de capital legítimos que pueden vincularse al consumo de capital real.

    Volviendo al ejemplo de mi cuñado, es cierto que si los cien mil se hubieran distribuido a los fabricantes del equipo de aparatos en forma de sueldos, salarios y dividendos, habría suficiente poder adquisitivo liberado en el curso de su fabricación para satisfacer los costes de depreciación del equipo a medida que fuera siendo consumido por el negocio de mi cuñado. Y es enteramente apropiado que los consumidores deban pagar por el uso del capital real que es empleado para proporcionarles sus servicios. Sin embargo, en la práctica real, siempre que se fabrica capital real, la totalidad del valor en precios de ese capital no se distribuye en forma de ingreso a los consumidores. ¿Por qué? Por la simple razón de que estas empresas productoras de capital también tienen que cargar o imponer sus propias cargas capex y cargas opex, y cualquier crédito a la producción que han de tomar prestado para atender las materias primas o servicios recibidos de otras compañías, ha de ir a cubrir, en parte, los varios costes de capital de todas las otras empresas en las respectivas cadenas de producción. En otras palabras, quizás solamente pudieran haberse distribuido a los consumidores 40.000 dólares en todas las fases o estadios de la producción de las máquinas de ejercicio. De nuevo nos preguntamos, ¿cómo pueden 40.000 en ingresos contrarrestar 100.000 en precios? No pueden.

    El segundo fallo contable, cuando se trata del capital real, podría, pues, resumirse de la siguiente manera: puesto que una cierta proporción del crédito a la producción que se gasta en el curso de una producción de capital –y que, de esta forma, figura en los precios de los servicios y bienes de capital– queda bloqueada dentro del sistema del productor y nunca sale hacia el sistema del consumidor, o al menos no al mismo ritmo que aquél al que se está bloqueando, los valores en precios acumulados en el curso de la producción de capital excederán a los ingresos que simultáneamente están siendo distribuidos, dejando así una brecha entre precios e ingresos.

    En resumen, el carácter no autoliquidante del sistema financiero existente se debe primariamente a la naturaleza de los costes de capital, en la medida en que éstos son computados bajo las convenciones estándar [7]. Sobre la base de este análisis, debería resultar claro que el buscar simplemente reasignar –ya sea por medios distributistas o socialistas– los emolumentos de la propiedad y de la administración en dirección hacia los trabajadores viene a ser lo mismo que buscar arreglar las tumbonas de cubierta en el Titanic, en tanto en cuanto existen componentes de capital en los precios de los bienes y servicios para los cuales se ha distribuido automáticamente, o bien ningún, o bien un insuficiente, volumen de ingresos al consumidor, en primera instancia. Uno no puede hacer que una insuficiencia agregada de ingresos pase a ser suficiente reasignando su distribución. Debería también resultar claro que la situación se está continuamente degenerando. Puesto que la tendencia general del progreso económico se dirige a que el capital real reemplace al trabajo en el proceso de producción, los costes de capital están continuamente aumentando en relación a los costes laborales como proporción de los costes totales y, por consiguiente, de los precios. En otras palabras, no solamente el sistema financiero no es autoliquidante, sino que cada vez es más no-autoliquidante.

    Desde el punto de vista del Crédito Social, esta brecha estructural y cada vez más intensificada entre precios e ingresos constituye el problema social central; es decir, constituye el defecto técnico nuclear o esencial que aflige a nuestra actual civilización. Si no es apropiadamente remediado a tiempo, podría significar también el fin de esa civilización. Igual que un agente corrosivo que silenciosa pero continuamente se va comiendo todo lo que todavía está sano en la estructura y funcionamiento de la sociedad humana, la brecha entre precios e ingresos amenaza con disolver completamente el “crédito social” de la sociedad, o el poder de los seres humanos que actúan en asociación para conseguir resultados intencionalmente queridos.

    Los porqués y los cómos de la terrible situación en que nos encontramos constituirá el asunto del artículo del próximo mes.




    Notas

    [1] N.B. El Crédito Social no afirma que no pueda haber un equilibrio entre precios y poder adquisitivo bajo el actual sistema económico. En efecto, si no se pudiera conseguir el equilibrio, o al menos aproximarse a él, la economía eventualmente se colapsaría. Esto constituye un malentendido común acerca de la posición del Crédito Social. Lo que el Crédito Social afirma es que no puede haber un equilibrio endógeno o autoliquidante bajo el actual sistema. Siempre que el sistema existente alcanza el equilibrio, lo hace principalmente tomando prestado, trayéndolo a la existencia, dinero-deuda adicional a partir del sistema bancario privado, en forma de préstamos al gobierno, a la empresa o al consumidor. El poder adquisitivo liberado por estos préstamos puede entonces ser usado para compensar la deficiencia crónica de ingresos del consumidor. Pero esto hace que el equilibrio dependa de la acumulación de deudas cada vez más crecientes. Más aún, los precios no son liquidados, de una vez por todas, mediante este poder adquisitivo compensatorio basado en deuda. Más bien, simplemente son transformados en costes que deberán ser recuperados a partir de ingresos relacionados con actividades productivas futuras. Las implicaciones inflacionarias de este estado de cosas deberían resultar patentes.


    [2] Cf. C. H. Douglas, The New and the Old Economics (Sidney: Tidal Publications, 1973), 15:

    “Categóricamente, existen como mínimo las siguientes cinco causas de deficiencia de poder adquisitivo en comparación con los precios colectivos de bienes a la venta:

    1. Beneficios dinerarios recolectados a partir del público (el interés es un beneficio sobre un intangible).

    2. Ahorros, es decir, simple abstención de comprar.

    3. Inversión de ahorros en nuevas obras, que crean un nuevo coste sin poder adquisitivo nuevo o fresco.

    4. Diferencia de velocidad de circuito entre la liquidación del coste y la creación del precio, lo cual resulta en cargas que se van arrastrando o transfiriendo hacia los precios a partir de un previo ciclo de contabilidad del coste. Prácticamente todas las cargas de planta o maquinaria son de esta naturaleza, y todos los pagos por materiales traídos a partir de un previo ciclo salarial son de la misma naturaleza.

    5. Deflación, es decir, venta de títulos por los bancos, y retirada o reclamación de préstamos.

    Existen otras causas de, por el momento, menor importancia.”



    [3] En aras de economía lingüística, a menudo me he referido a los aparatos de ejercicio como “máquinas”, aun cuando la mayor parte de ellas, al no ser auto-operativas en virtud de la electricidad u otras formas de energía no humana, estarían más exactamente descritas como “equipo”.


    [4] Uno podría objetar que aun cuando no se corresponden con costes reales o físicos, las cargas capex son, sin embargo, legítimas, porque los bancos tienen justamente derecho a que su préstamo de capital se les devuelva. Debe recordarse, sin embargo, que los bancos crean el dinero que prestan de la nada, y que su insistencia de que el dinero que emiten debe ser devuelto es tanto como reivindicar la propiedad del dinero que ellos crean, aun cuando este dinero se crea en referencia a, o sobre la base de, activos físicos que ellos no poseen ni crean. Ésta es, con todo, otra forma –aunque no la más importante– en la que el sistema financiero existente falla a la hora de reflejar adecuadamente la realidad: no reconoce que el dinero o el crédito financiero debería considerarse como perteneciente a la comunidad de individuos, la cual posee el crédito real de la economía. Ahora bien, puesto que no hay poder adquisitivo automáticamente creado para satisfacer las reclamaciones de los bancos referentes a las devoluciones de los préstamos de capital, aquél solamente puede obtenerse tomando prestado más dinero del sistema bancario en forma de préstamos al gobierno, a la empresa o al consumidor. El efecto de rellenar la brecha creada por el capital con más dinero-deuda (sobre la cual se carga un interés, y a cambio de la cual se debe entregar una garantía) es el de colocar a los bancos en una posición equivalente a la de ser, de facto, los poseedores usufructuarios del capital real de la sociedad. Compensando el fallo contable de acuerdo a sus propios términos o condiciones, ellos han venido a usurpar el inventario de capital real de la comunidad para su beneficio privado. En resumen, los bancos solamente estarían justificados a exigir la devolución de sus préstamos de capital si el sistema financiero distribuyera automáticamente a los consumidores –y libre de deuda adicional– suficiente poder adquisitivo para hacer posible tales pagos.


    [5] Si, en lugar de cargar el coste de las devoluciones de préstamos de capital directamente en los precios, una compañía decidiera emitir acciones en una OPI a fin de adquirir suficiente capital financiero para liquidar sus préstamos de capital, el efecto sería fundamentalmente el mismo: el dinero, destinado a su destrucción en devoluciones de préstamos de capital, habrá de ser recolectado a partir de los consumidores, aun cuando jamás se distribuyera correspondiente poder adquisitivo alguno en virtud de, o en referencia a, dichos pagos.


    [6] Si el sistema financiero estuviera apropiadamente diseñado para reflejar o reverberar la realidad económica física, el doble costeo de la industria debido a las cargas capex resultaría imposible. El dinero, en forma de crédito al productor, se crearía al ritmo de la producción y solamente se retiraría en los precios al ritmo al que dicha producción se estuviera realmente consumiendo. La presencia de dinero indicaría la presencia de algún activo físico o de algún bien completado; la retirada y subsiguiente destrucción de dinero indicaría que ese activo o ese bien no existe ya más, habiéndose agotado o consumido. Habría una correspondencia exacta entre el dinero y la realidad económica física. Lo que ocurre bajo el actual sistema, gracias a las cargas capex, es que el ritmo de consumo, representado por los precios que han de ser atendidos o satisfechos, es mayor que el ritmo real o actual al que el capital real se está agotando o depreciando. El dinero creado en virtud del capital real cuando éste fue producido (o su equivalente) puede ser retirado en cargas por depreciación, etc., a medida que el capital real se está agotando; pero entonces no habría poder adquisitivo con el que poder pagarse las cargas capex.


    [7] El lector atento e informado habrá observado que este artículo es un intento de llegar a “las entrañas” del problema del poder adquisitivo revelado por el teorema A + B de Douglas, pero sin realmente hacer referencia alguna al teorema. Según mi experiencia, es fácil que el teorema sea fundamentalmente mal entendido, y a menudo esto se traduce en el establecimiento de una innecesaria barrera en el camino del investigador intelectualmente honesto.


    Fuente: THE DISTRIBUTIST REVIEW
    Última edición por Martin Ant; 06/10/2016 a las 13:25
    Disidencia dio el Víctor.

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