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Un clero corrompido...
Ya nos hemos referido al papel primordial que en la difusión de los principios revolucionarios tuvieron los clérigos. Pero volveremos a repetirlo todas las veces que haga falta para derribar el mito de la "revolución católica" en que tanto se empeñan los nacionalismos-católicos americanos.
Como hemos dicho, no son éstas lecturas de tipo racionalizadas luego de ocurridos los hechos, sino que ya, en su tiempo, los protagonistas pensaron efectivamente que eran los frailes y sacerdotes los principales agentes de la propaganda revolucionaria en medio de un pueblo católico pero poco instruido. En el artículo citado más arriba, copiábamos como epígrafes, dos expresiones que confirman nuestro aserto: "el triunfo o derrota de la Guerra de la Independencia se deberá a lo que hicieron los sacerdotes" (el general realista Goyeneche) y "el triunfo se debe a los curas que siempre han estado de nuestra parte" (el jefe revolucionario Castelli en comunicación a la Junta de Buenos Aires; sí, el mismo que protagonizó misas negras y blasfemias en el Alto Perú). Y, de un tiempo posterior, es la afirmación del realista Pezuela, luego de Vilcapugio: "el espíritu revolucionario se ha formado principalmente por los perniciosos ejemplos e influjos del clero de esta parte de América".
Para entender el grado de corrupción doctrinal de estos clérigos revolucionarios nada mejor que el siguiente texto:
“El derecho que yo promuevo no es el de los incas, dueños naturales del país: sus cenizas, sí, deben sernos respetables, y su desgraciada suerte armarnos siempre contra la tiranía y el despotismo. La causa que yo defiendo es la de todos los hombres: aquellos derechos, digo, imprescindibles e inalienables que a nadie le es permitido renunciar. Hacía mucho tiempo que hollados éstos por el gobierno español, debía la América haber pegado un grito que… despertase a todos de su letargo.”
-- Pbro. Miguel Calixto del Corro, “Oración patriótica… en la iglesia catedral de Córdoba” del 25/V/1813.
Son claramente los principios de la Revolución Francesa, aunque se lo quiera disfrazar de Suárez, Vitoria o la escuela de Salamanca.
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Diego Paroissien: ¿Patriota o agente británico?
Su nombre real era James Paroissien. Nació en 1783 en Barking, condado de Essex, Inglaterra. Descendía de una familia de refugiados franceses calvinistas, “hugonotes”.
Entrenado como médico, aunque no se graduó, se especializó en la cirugía y en el estudio de la química. Al recibir noticias de la invasión británica de Buenos Aires de 1806, decidió embarcarse con este destino para probar mejor suerte. Dado que aquélla había sido reconquistada por Liniers, desembarcó directamente en Montevideo, ocupada por Whitelocke, donde pasó el año ocupado en actividades comerciales y asistiendo a los invasores británicos.
En enero de 1808 partió con destino a Río de Janeiro, centro de la actividad británica en América del Sur en aquel tiempo. Allí, vinculado al porteño traidor Saturnino Rodríguez Peña (el que había liberado a Beresford de su prisión porteña), se vio involucrado en el proyecto del Foreign Office para independizar el Virreinato del Río de la Plata, coronando a la infanta Carlota Joaquina.
Regresa al Río de la Plata, llevando correspondencia cifrada para coordinar el proyecto “carlotista”, pero es detenido y acusado de alta traición en Montevideo. Su condición de ciudadano británico en plenas guerras napoleónicas, condición que no tardó en recordar a las autoridades, le salvó la vida. Durante los próximos 18 meses, estuvo prisionero en Montevideo y, luego, en Buenos Aires. Finalmente, Juan José Castelli —futuro “prócer” de la Revolución de Mayo— se encargó de su defensa.
Y fue, justamente, la Revolución de Mayo de 1810 la que le salvó. Puesto que, poco después del 25 de mayo, recuperó la libertad.
Paroissien acompañó a Castelli y a Nicolás Rodríguez Peña (hermano de Saturnino y también conspirador a favor de los invasores británicos en 1806 y 1807) en la expedición “libertadora” (punitiva, en realidad) al Alto Perú. Iba en su doble carácter de médico y agente británico. Estuvo presente en la batalla de Huaqui, donde se desempeñó, no sólo como cirujano y director de servicios hospitalarios, sino también como ayudante de uno de los comandantes de división.
Luego asistió a Pueyrredón en la “evacuación” de Potosí; evacuación que, en realidad, consistió en el saqueo del tesoro real. Pueyrredón “pagó” los servicios de Paroissien, recomendando al llamado Primer Triunvirato, el otorgamiento de la ciudadanía para el agente inglés, convirtiéndose así en el primer argentino naturalizado de la historia; acto luego confirmado entusiastamente por la masónica Asamblea del Año XIII.
Permaneció, cumpliendo su triple tarea de médico, comerciante y agente del Foreign Office, en el Ejército del Norte. Cuando se estableció en Córdoba la fábrica de pólvora, Paroissien, gracias a sus conocimientos de química y sus contactos, fue designado su director. Tres años estuvo al frente de las fabricaciones militares, entre 1812 y 1815, y se implicó en el plan de San Martín, especialmente durante la convalecencia de este último en la ciudad mediterránea durante el año ’14, convalecencia que, si creemos a José María Paz, fue “un mero pretexto”.
Una oportuna explosión en abril del ’15, cerró la fábrica y, mientras el gobierno local estudiaba los hechos, Parissien se escapó a Buenos Aires. En septiembre del año siguiente, en Mendoza, se suma a San Martín. Allí, “el Libertador” lo designó cirujano jefe y responsable de los servicios médicos del Ejército de los Andes.
Estuvo presente en la batalla de Chacabuco, como edecán y consejero del Gral. Soler. Durante su estadía en Chile, tuvo un ruidoso conflicto con Michel Brayer, ex general napoleónico al servicio de la causa “patriota”.
Atendió personalmente a O’Higgins de sus heridas, tras la derrota de Cancha Rayada. Y fue quien envió a éste la noticia de la victoria de San Martín en Maipú.
Por sus “servicios”, San Martín le otorgó un extensísimo terreno en Mendoza, además de una medalla de oro y la promoción al grado de coronel. Junto a éste, se embarcó rumbo al Perú en agosto del ’20.
Fue uno de los que participó en la entrevista de San Martín con el general realista José de la Serna, donde se discutió la posibilidad de establecer una monarquía peruana independiente y liberal.
A fines del ’21 fue enviado, junto a Juan García del Río, en una misión secreta a Europa con el fin de lograr el reconocimiento de las independencias de América del Sur por parte de Gran Bretaña y sus aliados, y, sobre todo, encontrar un príncipe que quisiese “la corona” ideada por San Martín.
La renuncia (forzada) del “Libertador” argentino los encontró recién dando inicio a su misión. Y, a pesar de carecer de autorización del nuevo gobierno, siguieron por un tiempo en actividad diplomática. En casa de su sobrino en Londres alojó a San Martín recién exiliado.
Regresó al Perú y, a las órdenes de Bolívar, acompañó al Gral. Sucre en su invasión del Alto Perú. Pero ni corto ni perezoso, Paroissien se involucró en diversos proyectos de minería propiciados por empresas británicas. La británica Asociación de Minería de Potosí, La Paz y Perú lo designó director de sus minas potosinas en abril de 1825.
Cuando regresó a América del Sur, la novel República de Bolivia le confirma el cargo. Pero diversas vicisitudes, llevan la compañía a la quiebra en el ’26. Y, al año siguiente, con su salud quebrantada, viajando en mar, cerca de Valparaíso con destino a Inglaterra, lo encuentra la muerte.
El boletín de la Essex Record Office de junio de 2010 notificó la catalogación de documentos pertenecientes a James Paroissien que habían estado en poder de su familia. El título del registro dice: “Surgeon, soldier, statesman, spy: The life of James Paroissien (1784-1827)” [Cirujano, soldado, estadista, espía (sic): La vida de James Paroissien (1784-1827)].
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