Disparates sobre el Islam en España
Por Dolors Bramon *
En 1969 se publicó en París un libro con el llamativo título de Les arabes n'ont jamais envahi l'Espagne (Los árabes nunca invadieron España). Su autor, Ignacio Olagüe (1903-1974), negaba, entre otras cosas, la participación de árabes y bereberes en la islamización de Hispania y sostenía que el islam andalusí nació como una evolución espontánea del cristianismo hispánico anterior al siglo VIII.
La Fundación Juan March, que había patrocinado la obra, entendió perfectamente su mensaje: al hacerse cargo de su versión al castellano le cambió el título y con ello esta falacia historiográfica llegó a los lectores españoles como La revolución islámica en Occidente (Madrid, Guadarrama, 1974).
Con pretensiones de historiador, Olagüe consigue llenar más de quinientas páginas, la mayoría de ellas tan discutibles como las que dan cuenta del imposible paso del Estrecho por parte de los 7.000 berberes de Tariq, seguidos luego por los 18.000 árabes bajo el mando de Musa, en el año 711. ¿Cómo lo consiguen sin disponer de flota? Se dice que Don Julián les prestó 4 lanchas. Como mucho --escribe--, cabrían en cada una 50 hombres. La travesía duraría un día; dos con la vuelta. Esto supone 35 viajes en la primera oleada con un total de 70 días, sin contar los de mar arbolada, cosa frecuente en Gibraltar. Los visigodos les impedirían pasar. Pero pasaron y se quedaron.
Negada la invasión, Olagüe explica a su modo lo acontecido a la muerte de Vitiza. Los partidarios de sus hijos, menores de edad, pidieron ayuda al gobernador norteafricano quien habría enviado unos centenares de guerreros rifeños. Éstos habrían vencido a Rodrigo en un combate que tuvo lugar en el sur de Andalucía el año 711 y de ahí el invento, según él, de una invasión que no fue tal y que dicho autor retrasa hasta la llegada de los almorávides a finales del siglo XI. Es decir, casi cuatro siglos más tarde.
Rechazada, como se ha dicho, la intervención foránea en la introducción del islam, Olagüe tendrá que creer que en la Hispania visigoda se produjo una revolución ideológica, sobre todo religiosa, de modo paralelo a la que tuvo lugar en Oriente con la predicación de Mahoma. En consecuencia --dice--, se estableció en la Península "un estado de opinión premusulmán". El resto, la rápida propagación del nuevo credo en un ambiente favorable tendrá que ser obra pacífica de mercaderes. De este modo, se presenta la expansión del islam y de la civilización árabe como resultado de la propagación de ideas-fuerza, según nomenclatura del autor, y no por la acción de campañas militares.
Es obvio que ningún historiador tendría que hablar de este libro en estas fechas. El profesor Guichard lo contestó oportunamente en la prestigiosa revista Annales E.S.C. con un excelente artículo titulado Les arabes ont bien envahi l'Espagne, 1974, que fue traducido como "Los árabes sí que invadieron España. Las estructuras sociales de la España Musulmana" en Estudios sobre Historia Medieval (Edicions Alfons el Magnànim, València, 1987). Guichard observa, y con razón, que estructuras sociales importadas de Oriente y de África del Norte se implantaron sólidamente en al-Andalus a partir del siglo VIII. Puedo añadir que otra argumentación de peso, esta vez desde el ámbito de la filología, la constituyen los numerosos arabismos de las lenguas hispánicas que sólo pueden derivar de un contacto directo con arabófonos, cosa realmente imposible si se aceptara que la única invasión masiva fue la almorávid, población de étnia y de habla bereber.
Pero hoy parece conveniente hablar de nuevo de esta patraña pseudohistórica por el eco que están teniendo las tesis de Olagüe entre musulmanes españoles y especialmente entre españoles convertidos al islam. La obra lleva algún tiempo colgada de una página de Internet (webislam.com) que promueve una agrupación islámica desde Córdoba. En la introducción que firma el converso Umar Ribelles, se sostiene, como hace Olagüe, que "no hubo invasión ni de árabes ni de inexistente moros sino tan sólo la guerra civil entre cristianos unitarios y trinitarios, iconoclastas contra idólatras, creyentes en un Creador único, eterno e incomparable contra los seguidores de Pablo de Tarso".
Mi experiencia docente con alumnos interesados por el islam, musulmanes o no, me recuerda, curso tras curso, que la lectura de este libro no debería hacerse sin preparación historiográfica. Contiene demasiados disparates. Y se corre el riesgo de creer que el estricto monoteismo que se impuso en Arabia por mediación de un Profeta, aquí surgió por obra y gracia de las luces hispanas. No es esta una buena deducción y, sobre todo, resulta peligrosa en las circunstancias con que en España vive actualmente el islam, uno de cuyos problemas es, precisamente, el de la dificultad de encontrar una verdadera cohesión y representitividad entre las muy diversas situaciones sociales, económicas y culturales de los hombres y mujeres que hoy y aquí constituyen la comunidad musulmana.
*Profesora de la Universitat de Barcelona
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