Gracias a Dios no me he visto en ninguna de las situaciones que se han planteado o mencionado aquí. Por ello, y por un casi nulo desconocimiento del asunto, supongo que en los hospitales informarán de los verdaderos riesgos de cada tratamiento específico con los que se supone se aliviarán los sufrimientos de la persona enferma.

La visión del dolor extremo en otras personas es algo que nos pone a prueba. Digo yo que será natural una mezcla entre la caridad, una cierta rebeldía ante posiciones aparentemente poco piadosas, una aceptación de lo que como católicos hemos de acatar proveniente de La Iglesia y una resignación ante los designios de Dios.

La cuestión me parece mucho más profunda cuando el dolor se produce en nosotros. Por supuesto, no es lo mismo un rabioso dolor de muelas, que el dolor de la enfermedad en estado terminal. ¡Buff! vaya tema, a estas horas no me siento muy animado a reflexionar sobre aspectos tan trascendentales.