3º - Obcecación partidista del grupo Maritain. Protesta al Papa por Guernica y no condena los crímenes cometidos bajo el Gobierno de Euzkadi
A cualquiera persona accesible al sentimiento de la más elemental modestia le hubiera hecho reflexionar ese impresionante y unánime consentimiento con sus colegas españoles de los Obispos dirigentes del mundo católico.
Pero el grupo Maritain era en su criterio infalible ¡Capitaneado por un judío converso, autor de unos cuantos ensayos y discursos de propaganda religiosa, sabía más derecho, más ética, más política y teología moral que toda la Jerarquía Eclesiástica presidida por el Jefe de la Cristiandad, representante de Jesucristo y sucesor de San Pedro!
Atrevióse en su terca obcecación ese grupo a dirigir con motivo de Guernica al Soberano Pontífice un telegrama cuyo tenor, por mucho que la benévola comprensión lo disculpe, no era en el fondo sino un incivil y despechado reproche:
“Cardenal Secretario de Estado.-Ciudad del Vaticano. Comité francés por la paz civil y religiosa de España, filialmente consagrado Silla Apostólica, profundamente emocionado bombardeos Durango, Guernica, peligro exterminio pueblo católico vasco, suplica Santo Padre hágase recordar principios cristianos y proteja no combatientes.-Por el Comité, Maritain, Pezet, Bourdet (Secretario)” (Euzkadi, pág. 15).
Con este estilo tan ordenancista y congruente, “hágase recordar y proteja no combatientes” hablaban al Sumo Pontífice como si hablasen al prefecto de Policía en un departamento francés, los que a sí mismos se tenían por la crema de la cultura.
Si en asuntos tan dolorosos sirviese la venganza de reparación o de remedio, quedarían los agredidos con ese inverecundo telegrama perfectamente reparados. Con sólo exhibirle pondrían a plena luz la alteza intelectual y moral de sus enemigos. Refutarlo de propósito sería conceder a sus autores una importancia no merecida.
¿”Filialmente consagrados a la Silla Apostólica” los que en una convulsión bélica de incalculable trascendencia para la civilización y el Catolicismo empezaban a negarse a obedecer los preceptos y orientaciones de la Silla Apostólica?
¿Es que eran ellos más rectos, más puros, más clarividentes que el Jefe del Catolicismo para discernir en qué bando estaba la razón y de dónde podría seguirse mayor daño o más grande bien para la Iglesia Católica?¿No hubiese sido mejor que ese “Comité francés para la paz civil y religiosa de España” hubiera consagrado, desentendiéndose de ajenas preocupaciones, todas sus luces y actividades a los problemas de su país, donde tal vez la paz civil y religiosa reclamase la concentración de tan eximios talentos?
En España no hacía ese Comité falta ninguna; por lo menos en la España Nacional, no se acostumbraba a pedir el concurso gratuito de nadie, ni a expender en propagandas las riquezas y tesoros nacionales.
4º- Responsabilidad mayor de Maritain e inconsistencia de su raciocinio
Oír de un Mauriac, por ejemplo, escritor completamente profano sin competencia en cuestiones morales, “que los vascos no hacían sino defender la libertad que les negaban los rebeldes”, no extraña (Euzkadi, pág. 228); pero que Maritain con humos y pretensiones de moralista tomase la desgracia de Guernica como pretexto para sus insensatas declamaciones, era inexcusable. En un discurso clamaba:
“Estamos seguros y lo hubiera querido decir aquí Mauriac, si nuestro amigo no estuviese retenido lejos de nosotros, que quienes han de refutar más tarde a los malignos historiadores dedicados a calumniar al catolicismo por sus contactos con las potencias de la carne, no hallarán grandes dificultades al revolver los archivos en dar con algunos católicos que elevaron un día su voz contra la destrucción de Guernica...” (J. MARITAIN: Questions de conscience, pags 37-38. Desclée, Paris, 1938).
Lo que no debieran querer esos católicos es que un día al revolver los archivos se dé con ellos. Porque ellos, y no el Catolicismo, serán los juzgados duramente por haber tenido contactos y connivencias con el error y con el mal.
Después de haber dicho sobre Felipe II unas cuantas inexactitudes reveladoras de insuficiente cultura, agita lo de Guernica con ese acento suyo lacrimógeno, que pretende ser ascético y queda sólo en una mezcla inadmisible de religión y de política:
“Nada, dice, tan grave y escandaloso como ver, según vemos desde hace algunos años en ciertos países, medios inicuos y bárbaros empleados por hombres que dicen pertenecer al orden y civilización cristiana”
“El ejemplo ofrecido por los aviones que bombardearon a Guernica y Granollers no es un buen ejemplo; al mismo tiempo que mataban niños y mujeres herían para mucho tiempo la conciencia humana”
“Aldus Huxley ha denunciado también esta locura que consiste en perseguir fines buenos por medios malos. Henry de Man ha explicado cómo en los medios va ya preformado el fin. Querrán por fin comprender los cristianos?”
¡Qué congruencia y solidez de conceptos! ¡Qué doctrina tan original y aplastante la de Man y Aldus Huxley! La verdad es que si con ella no acaban de comprender los cristianos, no se sabrá de qué echar mano para hacerles comprender.
Toda esa mezcolanza de religión y de política la utilizaba el lógico y el moralista para sostenerse en una posición anticristiana. Era anticristiano colaborar con el comunismo, “que es intrínsecamente perverso”, según había declarado el Papa.
Pero con hombres de la complexión mental de Maritain no era posible la reflexión serena. Todo el Episcopado del mundo con su prudencia y su saber, presidido por el Sumo Pontífice, no fue de eficacia suficiente para inducirle a cesar en la defensa de una causa injusta. Cualquier calificativo que se use para designar esa actitud ha de parecer, si es exacto, duro y agresivo. Renunciamos a emplearlo.
5º- El caso de Guernica.
Lo de Guernica fue un caso sensible, consecuencia dolorosa de la guerra. Estaba situada a cinco kilómetros de un frente en evolución y desplazamiento; poseía fábrica de armas: era lugar de conjunción o de retén de fuerzas enemigas; se interponía al paso de los Nacionales. Sufrió la dureza de las armas modernas por caer dentro del área de los movimientos bélicos, como en el desarrollo de las operaciones había caído antes Durango.
No tenían interés ni provecho ninguno en destruirla de propósito los Nacionales, que habían de ser sus dueños. No podían tampoco detener su marcha o dirigirla por los senderos que placiese a sus adversarios.
No insistimos en este hecho, del cual ha dado ya la crítica competente explicación razonable, pero no es posible olvidar que ese Maritain, tan escandalizado por las duras operaciones de la zona de fuego, no levantó su voz contra los crímenes y bombardeos efectuados lejos del frente sin objetivo militar por el Gobierno compuesto por separatistas vascos, masones y bolcheviques.
Toda le emoción moral de Maritain era indignación ficticia, empleada indebidamente como táctica de combate y reducida en esencia a rencorosa contrariedad por el triunfo de los Nacionales.
Crímenes horrendos se cometían en toda la España roja bajo un Gobierno donde tenían con su ministro representante participación los separatistas vascos; crímenes horrendos se cometían también en el País Vasco bajo un gobierno presidido por el Jefe separatista.
Por ninguno de esos crímenes, multiplicados en serie, se dirigieron al Sumo Pontífice en telegrama apremiante los piadosos componentes del “Comité francés por la paz civil y religiosa en España”.
Esos crímenes eran ante la conciencia humana incomparablemente más horrorosos que un ataque trágico en la línea de fuego. “El peligro de exterminio del pueblo vasco” (Maritain) no era una hipótesis, sino una pavorosa realidad con los martirios y feroces asesinatos perpetrados en las cárceles, en los barcos prisiones, en los campos y caminos del territorio sometido al gobierno separatista vasco.
Las personas de más representación del país opuestas al separatismo iban cayendo sacrificadas metódicamente en matanzas sucesivas durante el imperio del gobierno separatista. Eso era bajo, repulsivo y cruel.
Es preciso dejar bien sentado que es mucho más horrible ante la ética asesinar a los presuntos enemigos inermes e indefensos aprisionados en una cárcel, que atacar en campo abierto una ciudad con el espanto de las armas modernas.
Esto segundo será duro y hecho sin perentoria necesidad militar, bárbaro; pero lo primero, asesinar, después de ultrajarles y martirizarles, a las personas de la población civil reducidas a indefensión completa, es acción de vulgares asesinos, eternamente infamante y vil. Y contra esa vileza no telegrafió en súplica-orden de “hágase recordar principios cristianos y proteja no combatientes” el culto y sensible Comité francés...
(continúa)
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