Estimado Don Cosme:
Las virtudes son hábitos operativos que, actuando sobre las potencias de nuestra alma (inteligencia y voluntad) nos inclinan, necesariamente, a obrar conforme a la razón y por ende a obrar bien. Por este motivo, como muy bien señala don Antonio Millán Puelles, obrar virtuosamente no es más que la libre afirmación de nuestro ser, ya que el vicio implica siempre un acto que violenta el acto más noble de nuestra naturaleza, razonar.
Por ser adquiridos a fuerza de la repetición de actos específicos, facilitan a nuestra voluntad obrar de un determinado modo que no solo es conforme a nuestra naturaleza sino que la perfeccionan por el solo hecho de estar rectamente dirigidos a los fines que nos son propios, o sea connaturales.
Clásicamente se han reducido a cuatro las virtudes fundamentales, actuando cada una sobre un apetito de alguna potencia del alma, en orden de importancia son: La Prudencia que perfecciona la inteligencia herida por la ignorancia; La Justicia que perfecciona la voluntad herida por la malicia;la Fortaleza que perfecciona el apetito irascible herido por la pereza y la Templanza o Temperancia que perfecciona el apetito concupiscible herido por la tendencia desordenada hacia las criaturas (concupiscencia de la carne). El porqué de ese orden está en relación con la excelencia de la potencia afectada (Inteligencia, voluntad, apetitos).
Esta división es, evidentemente, una buena convención de aquellas virtudes genéricas en cuanto se derivan de ellas todas las que puedan existir, como las especies respecto del género. Por ser, en este sentido, capitales han sido llamadas desde antiguo virtudes cardinales, del latín "cardo", "cardinis", el gozne o bisagra de las puertas. Son los quicios sobre los que "gira y descansa toda la vida moral humana".
Las virtudes, sin embargo, no son espacios estancos, sino que de hecho siempre están mezcladas. La razón de ello estriba en no ser posible alguna siguiera sin el concurso de la prudencia, que es, en la clásica definición de Aristóteles, la "recta ratio agibilium", la recta razón en el obrar, que constituye la esencia de toda virtud.
A diferencia de un valor que es la estimación o ponderación que se tenga de algo, y por ello sujeto a error, la virtud es el algo que, a fin de cuentas, hace la diferencia entre un buen hombre y quien no lo es. La virtud es objetiva porque nos ordena no solo a los fines adecuados a nuestra naturaleza, respecto a los cuales no somos libres, sino también a elegir los medios más adecuados para la consecución de los mismos.
Un valor puede ser bueno o malo, la virtud siempre es buena y su antónimo es el vicio, un hábito malo. El tener más o menos valores no hace mejor a nadie. El hombre virtuoso es el buen hombre por antonomasia. Puede que alguien conozca a la perfección las virtudes (en teoría) y su aplicación específica, pero es solo un indicativo de la sindéresis o ciencia de los primeros principios o principios universales, que de nada sirve sin la aplicación práctica de éstos a los actos concretos, acto propio de la prudencia. Asimismo, los valores pueden estar errados como los de los liberales, herejes , masones, etc. Los valores nunca han tenido cabida en el Catolicismo en razón de su equivocidad subjetiva. Por definición cada cual tiene los suyos y los oficiales, de la progresía, son siempre ideológicos, es decir de una entelequia que no cree ni toma en cuenta a la naturaleza ni menos a Dios, sino que pretende ajustar la realidad a una utopía.
Un hombre podrá valorar cosas que son en sí mismas buenas: la verdad, el bien, la belleza; sin embargo, puede ser un criminal. Tendrá buenos valores pero no es virtuoso. Asimismo, la propia acepción de valor es del todo equívoca porque la progresía ha intentado otorgarle la categoría de principio rector en claro desplazamiento de las virtudes. Y los valores de esta caterva nos son tristemente familiares: pluralismo, tolerancia, democracia, aborto, no discriminación (de la escoria social), derechos humanos, derechos de los animales y las plantas y un largo etc. digno del teatro de Ionescu.
Para finalizar y esperando haber clarificado en algo tu interesante pregunta atingente a las virtudes, no puedo, sin embargo, guardar silencio respecto de las esenciales para alcanzar el Fin Último al que estamos ordenados y que son las teologales, cuyo objeto directo es Dios: Fe, Esperanza, Caridad; sin ellas no solo es imposible sobrenaturalizar las cardinales sino alcanzar la Salvación, puesto que son las que nos permiten obrar actos adecuados al mérito sobrenatural, fuera del alcance de nuestras solas fuerzas naturales, y que solo se reciben por infusión divina con el hábito de la Gracia.
EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM
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