Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1617, 15 de Marzo de 1952, páginas 174 a 182.



CARTA PASTORAL DE SU EMCIA. REVERENDÍSIMA PARA LA SANTA CUARESMA



Sobre el testimonio del Apóstol San Pedro (I Petr. 5, 9): “Al cual resistidle firmes en la fe”


EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

Dentro de breves días, en la festividad del glorioso Patriarca San José, se darán por terminadas las Misiones Parroquiales en toda la Archidiócesis. Días de bendición han sido los días transcurridos, durante la Santa Misión, en cada parroquia.

La correspondencia de los fieles a la gracia extraordinaria de la Santa Misión ha sido edificantísima en la casi totalidad de las parroquias.

Nos han llegado cartas conmovedoras de los Padres Misioneros, de los encargados de la cura de almas y hasta de las mismas Autoridades civiles, relatándonos hechos edificantísimos de la renovación espiritual de los pueblos. ¡Bendito sea Dios Nuestro Señor, que así ha querido cubrir de frutos sazonados el vastísimo campo de esta heredad que Él Nos confiara!

Mas, entre todos los frutos logrados, numerosos y variados, en diversos órdenes de la vida, no cabe duda alguna que el fruto principal de las Santas Misiones ha sido el robustecimiento de la fe, que había languidecido, durante los diez años transcurridos, en muchas parroquias, dando margen a un decaimiento grande en la vida espiritual.

Este robustecimiento en la fe ha producido ya una renovación muy extraordinaria y consoladora, que llena el ánimo de las más halagüeñas esperanzas de un porvenir mejor.


El tesoro de la fe

Conocéis, Hermanos e Hijos muy amados, la necesidad absoluta de la fe, sin la cual no es posible la vida espiritual.

Así lo declara terminantemente el Apóstol San Pablo, en su Carta a los Hebreos (11, 6): “Sin la fe es imposible agradar a Dios, porque es preciso que el que se acerque a Dios crea que existe y que es remunerador de los que le buscan”.

Sentencia, verdaderamente terrible para los incrédulos, es la que se contiene en las palabras del divino Maestro (Joan., 3, 18): “El que no cree, está ya juzgado o tiene ya labrada su propia condenación; por lo mismo que no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios”.

“Sin la fe –dice San Agustín, en su comentario al Evangelio de San Juan– la vida no es elevada, ni real, ni buena”.

“El que abandona la fe –agrega el mismo Santo Padre– no está en buen camino. Los judíos que no creyeron en Jesucristo, que no quisieron reconocerle, no entraron en la tierra prometida”.

La fe es un tesoro tan grande, que constituye la misma vida de los cristianos, según el testimonio del Apóstol de los Gentiles, en su Carta a los Hebreos (10, 38): “El justo vive por la fe, pero, si desertare, no será agradable a mi alma, dice el Señor”.

“El que no creyere –según el testimonio de nuestro Divino Redentor (Marc., 16, 16)– será condenado”.

Muchos son los motivos en que se apoya la necesidad de nuestra fe. Enumeraremos tan sólo algunos de los principales:

Sin la fe, ¿cómo es posible conocer la creación, la redención y las demás verdades reveladas? Sólo la fe puede mostrarnos la verdadera causa de nuestra corrupción e indicarnos el remedio de nuestros males.

Sólo ella puede enseñarnos cuál es nuestro último fin y guiarnos por el verdadero camino.

Sólo ella puede preservarnos de varios errores capitales, contrarios a la misma ley natural.

Sólo ella puede enseñarnos las virtudes más esenciales para nuestra felicidad: la humildad, la abnegación, el amor a los enemigos, el perdón de las injurias, la resignación a la voluntad de Dios, la pureza, la virginidad…

Qué consoladora es para nosotros, los creyentes, la sentencia de San Agustín: “Ahora amamos creyendo lo que hemos de ver, y más tarde amaremos viendo lo que habremos creído”.

Mas es necesario entender claramente las cosas y no dejarse seducir ni engañar por las doctrinas heréticas que propagan los protestantes respecto de la fe.

La fe es el principio de la visión beatífica en la que estriba la esperanza; la esperanza engendra la caridad, y la caridad produce las buenas obras que nos hacen merecedores de la vida eterna.

San Bernardo, en su Comentario al Cantar de los Cantares (Serm. 76) se pregunta: “¿Qué no encuentra la fe?”, y responde: “Alcanza las cosas inaccesibles, descubre lo desconocido, abraza lo inmenso, se apodera de lo porvenir y, en fin, encierra la misma eternidad en su seno”.

Hemos denominado “tesoro” al de la fe, valiéndonos de las palabras de San Agustín (Sermón 1.º De Verbis Apostoli): “No hay riqueza que pueda compararse, no hay tesoros, honores, ni cosa alguna, en el mundo, que esté al nivel de la excelencia de la fe. La fe católica salva a los pecadores, da vista a los ciegos, cura a los enfermos, bautiza a los catecúmenos, justifica a los fieles, rehabilita a los penitentes, multiplica a los justos y corona a los mártires”.

Digno de leerse y meditarse es el capítulo once de la Epístola de San Pablo a los Hebreos, en el que se reseñan las maravillas de la fe.

Cerraremos estas breves observaciones sobre la excelencia del tesoro de la fe con aquellas divinas palabras de Jesús que se contienen en el Evangelio de San Juan (14, 12): “En verdad, en verdad os digo que quien cree en Mí, ése hará también las obras que Yo hago y aun las hará todavía mayores”.

Mas, no nos dejemos engañar por las astucias y herejías de los reformadores. La fe que salva, la fe que santifica, nos dice el Apóstol San Pablo (Gal., 3, 26), es aquélla por la cual “todos son hijos de Dios por la fe en Jesucristo”. Esa fe en Jesucristo, que es la fe viva, que se manifiesta en las obras, es la fe a que alude San Juan Crisóstomo, en su Comentario al Símbolo, diciendo que “es la luz del alma, la puerta de la vida y el fundamento de la salvación eterna”.


Los asaltos del demonio contra la fe, en todos los tiempos

Por este motivo, Hermanos e Hijos muy amados, desde el principio del mundo no ha cesado el enemigo de las almas de combatir la santa fe.

Combate que ha sido mucho más cruel y sangriento después de la venida al mundo del Autor y Consumador de la fe, nuestro Señor Jesucristo; pues ya en los mismos tiempos apostólicos –en los que según frase del Apóstol: “la fe de Cristo se anunciaba en el universo mundo”– surgieron las defecciones en la fe, o sea, las herejías que venían a desgarrar la túnica inconsútil de la Santa Iglesia: su unidad en la fe.

Al principio, el enemigo fue logrando, valiéndose de sus astucias y excitando la avaricia y la soberbia de los hombres, la negación de determinados artículos de la fe, y surgieron aquellas formidables herejías sobre la divina Persona de Jesucristo, tales como el arrianismo y el nestorianismo, que separaron del seno de la Iglesia vastas regiones.

No contento con saciar su odio contra Jesucristo y su Obra, por medio de las herejías, pretendió aniquilar totalmente la fe, a medida que avanzaba la audacia de los hijos de los hombres; y surgió la hidra de la falsa reforma, que tantos estragos causó y está causando a la Iglesia de Dios.

Verdadero combate contra la fe de Jesucristo son las modernas aberraciones del racionalismo y del comunismo. Parecen llegados aquellos tiempos que nos describe el Apóstol San Pablo en su Carta a los Romanos (cfr. 1, 24-32).

La herejía es un castigo divino; porque Dios castiga una vida disoluta, negando su luz, la verdad y la fe, y entrega a los hombres corrompidos a su reprobado sentido, dice San Pablo, y a los inmundos deseos de su corazón.

Se ultrajan a sí mismos, en su cuerpo, los que han transformado la verdad en mentira. Por eso los ha entregado Dios a pasiones de ignominia, los ha entregado a sus reprobados sentidos.

Llenos de iniquidad, de malicia, de fornicación, de avaricia y de perversidad. Llenos de envidia, de asesinatos, de espíritu de disputa, de fraude, de malignidad, de murmuración. Detractores, aborrecidos de Dios, violentos, orgullosos, arrogantes, inventores de toda clase de males, desobedientes, insensatos, disolutos, sin afección, sin unión, sin misericordia; los cuales, en medio de haber conocido la justicia de Dios, no han comprendido que los que tales cosas hacen son dignos de muerte eterna; y, no sólo los que las hacen, sino también los que aprueban a los que las hacen.

Ése es el cuadro en el que el gran Apóstol pinta a los que renuncian a la fe o no quieren recibirla.


La herejía del protestantismo

No necesitamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, repetir cuanto os manifestábamos en Nuestro Documento pastoral de 20 de Agosto de 1942, sobre el protestantismo. Queremos únicamente fijar vuestra atención en una circunstancia de extraordinaria actualidad.

Recientemente, con motivo de la muerte del Rey de Inglaterra –que, como es sabido, era jefe del protestantismo de su nación– y con motivo de las manifestaciones de dolor y de condolencia universal, se ha iniciado una campaña de benevolencia hacia el protestantismo, como si todas las religiones fuesen igualmente aceptables, en la presencia de Dios.

Es más, coincidiendo con estos acontecimientos recientes, se ha recrudecido la campaña protestante en España, en términos extraordinariamente graves.

Conocida es la frase pronunciada por el Presidente de una nación protestante, que ha manifestado públicamente su poca inclinación hacia nuestro pueblo. En momentos como los actuales, en los que se está tratando de una inteligencia entre España y los Estados Unidos, esa manifestación ha sido universalmente juzgada como inoportuna.

No es esto lo grave del asunto, sino la declaración hecha por el embajador que fue de los Estados Unidos en España, el cual, después de una entrevista con el Presidente, manifestó que “el repudio del Presidente hacia España y su Gobierno se debería, sin duda, a la intolerable demora del Gobierno Español en llevar a efecto sus promesas de establecer la libertad religiosa en España”.

Gravísima es esta afirmación, que explica perfectamente la mayor libertad, en nuestra Patria, del proselitismo protestante, el cual, rotos los diques de la tolerancia, no duda en avanzar a campo abierto hacia la libertad religiosa, en nuestro país.

Tenemos una documentación completa que demuestra claramente el avance del protestantismo en nuestra Patria, y de un modo concreto en nuestra Archidiócesis.

Como se trata de asunto extraordinariamente grave, queremos ceñirnos a los datos tomados de una publicación oficiosa de uno de nuestros Ministerios, que lleva por título: “La situación protestante en España”.

Contiene seis estudios sobre una campaña de difamación contra España; todos ellos están perfectamente documentados y de una autoridad extraordinaria e indiscutible.

Sólo copiamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, en la imposibilidad de aducir todos los testimonios que contiene, algunos de los más salientes.

“El Gobierno –dice– por Decreto de 12 de Noviembre de 1945, autorizó la apertura justificada de cuantos templos se desease. El sector católico en cuestión vio defraudadas sus aspiraciones…”.

“Es un hecho que a partir de 1945, ha crecido considerablemente la actividad proselitista protestante en España…”.


Cítase en la referida obra este hecho con las siguientes palabras:

“Un grupo de jóvenes de ultra derecha se presentó en Granollers, el 21 de Octubre, durante el servicio religioso en el templo protestante, interrumpiéndole y apoderándose de propaganda y literatura protestante, que el pastor distribuía a unas treinta personas congregadas en el templo. Entre los folletos ocupados se encontró uno titulado “Pepa y la Virgen”, insultante para la Madre de Dios, a quien se parangona con Pepa, la mujer de costumbres licenciosas, protagonista de la historia”.


Finalmente, hemos de terminar estas citas con una sobremanera elocuente, tomada del Apéndice segundo de estos estudios, en sus números séptimo y octavo. Dice así:

“La tolerancia del protestantismo en España es más amplia y generosa que lo autorizado por la letra y el espíritu del Fuero de los Españoles, como lo demuestran la denuncia de los Obispos, la de la prensa confesional católica y el hecho comprobado y comprobable de que, en el territorio sometido a la soberanía española, funcionan, amparadas por el Estado Español, 162 capillas protestantes, un seminario de formación, seis escuelas, una editorial y dos librerías, dedicadas expresamente al proselitismo protestante”.

“Octavo –prosigue diciendo el escrito oficioso del Ministerio español–, los católicos han convivido pacíficamente y transigieron con los protestantes, mientras éstos se han limitado al ejercicio y prácticas del culto, pero al intentar convertir a España en tierra de misiones y amenazar su unidad religiosa, con una propaganda en gran escala, les obliga a ponerse en guardia y a pedir que se cumpla estrictamente la ley, en beneficio de la paz interna”.



Vanos pretextos


Todo esto que llevamos dicho, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, es completamente cierto y totalmente público. El ánimo de los católicos está sobrecogido ante el temor de que, con pretexto de la política, puedan hacerse concesiones gravemente perjudiciales a la Religión.

Una autorizada revista escribe, a este propósito, desvaneciendo este vano pretexto, las palabras gravísimas que siguen:

“Contra la eficacia de este razonamiento, nada valen los subterfugios de ciertos protestantes y aun católicos de espíritu lamenesiano: que la libertad religiosa es un valor supremo intangible; que la conciencia, aun equivocada, debe conservar su absoluta independencia; que el Estado ha de cuidar [de] lo natural y lo temporal, no de lo sobrenatural y eterno. Porque ni la libertad es un valor positivo humano, ni independiente de su conexión con la verdad objetiva y el bien, y desligada de la divina voluntad; ni la conciencia errónea merece respeto alguno, cuando entra en conflicto con la recta y con el bien común; ni el poder civil puede excusarse de defender y promover la verdadera religión debidamente conocida como tal, que es la católica, y dentro de las normas contenidas en ella, cuales son las antes mencionadas”.

“Por estas razones, que podrá ver el lector más desarrolladas en esta misma revista, y en particular en una serie de artículos próximos, España no puede en modo alguno otorgar a los protestantes los mismos derechos que a los católicos, cuanto a la pública práctica y profesión de sus creencias”.

“Aunque no se le hagan empréstitos. Bien sentimos la necesidad que de ellos tenemos; y muy en el corazón nos duelen los sufrimientos de nuestro pueblo. Pero mucho más vale y mucho más es la fidelidad a la conciencia católica que un río de oro norteamericano. No es noble exigir a un pobre, como precio de un pedazo de pan, la violación de la ley divina. No nos extraña demasiado que, habiendo católicos que proclaman como ideal divino la libertad religiosa igual para todos, haya también protestantes del mismo error y nos exijan a los españoles esa libertad de condición previa de sus favores. Ignoran que esa condición es incompatible con nuestra conciencia, ciertos como estamos de que, en la situación religiosa de España, sería contraria a la ley divina. Pedimos a Dios que unos y otros lleguen a convencerse de esta indiscutible verdad, o, a lo menos, de que nosotros la juzguemos tal”.


Con qué frecuencia, amadísimos Hijos, olvidamos, a propósito de bienes temporales, aquella sentencia del divino Maestro (Mat. 6, 33; Luc., 12, 31): “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura”.

Difíciles son los tiempos presentes, llenos de peligros para nuestra fe; por esto os recordamos nuevamente, Hijos amadísimos, aquellas palabras enérgicas del primer Papa: “Resistidle firmes en la fe” (I Pet., 5, 9).

Queremos terminar esta Carta pastoral importantísima con unas memorables palabras del gran sacerdote y maravilloso apologista español D. Jaime Balmes: “El interés de esta propaganda protestante es sembrar la división en la cristiandad, minar toda la fe en los pueblos, imponer el libre cultismo, para llegar a la impiedad en las costumbres y en las leyes”.

Nuestro gran Balmes veía el peligro que se cernía sobre España, y escribe: “Por de pronto –dice–, salta a la vista que tendríamos otra amenaza de discordia… El protestantismo en España veríase forzado a buscar sostén arrimándose a cuanto le alargase la mano; entonces es bien claro que serviría como un punto de reunión para los descontentos; y, ya que se apartase de su objeto, fuera, cuando menos, un núcleo de nuevas facciones, una bandera de pandillas. Escándalos, rencores, desmoralización, disturbios y quizá catástrofes: he aquí el resultado inmediato, infalible, de introducirse entre nosotros el protestantismo”.

Acojámonos, Hermanos e Hijos muy amados, a la protección de la Virgen Inmaculada, que aplastó con su planta virginal la cabeza de la serpiente; y Ella nos sostenga en la lucha, nos ampare y defienda, para lograr el triunfo contra los enemigos de nuestra fe.

Prenda de las bendiciones del cielo sea, venerables Hermanos y amados Hijos, la que de corazón os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

Sevilla, 20 de Febrero de 1952.


† PEDRO, CARDENAL SEGURA Y SAENZ,
ARZOBISPO DE SEVILLA

Por mandato de su Emcia. Reverendísima,
el Cardenal Arzobispo, mi Señor.
L. † S.
DR. BENITO MUÑOZ DE MORALES,
Secretario-Canciller




(Esta Carta será leída al pueblo fiel, según costumbre)