Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1624, 10 de Julio de 1952, páginas 411 a 417.
ADVERTENCIAS PASTORALES DE SU EMCIA. RVDMA.
Las normas de la polémica según la Iglesia
EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO
Venerables Hermanos y muy amados Hijos:
Con motivo de la publicación de Nuestra Carta pastoral de 20 de Febrero del año actual, sobre la obligación de poner resistencia a los avances del protestantismo en España (cfr. B.O.E. del A., 15 Marzo 1952, núm. 1617), hemos recibido diariamente numerosos escritos que tuvimos cuidado de catalogar y ordenar.
Dejando a un lado las numerosas cartas de adhesión, recibidas de sacerdotes, religiosos y seglares españoles, predominan las cartas y documentos recibidos, principalmente, de los Estados Unidos de Norteamérica, del Canadá, de Inglaterra y Alemania, y aun de Bélgica.
Para su mayor inteligencia, los hemos clasificado en cuatro grandes grupos:
El primero, contiene la correspondencia epistolar que impugna la Pastoral.
El segundo, los documentos doctrinales de la prensa que asimismo la impugnan.
El tercero, muy reducido, el de algunos documentos de prensa, no protestante, que impugnan la Pastoral. Y,
El cuarto, el de los libelos.
Es éste muy numeroso y variado; y, por eso, queremos haceros algunas advertencias sobre el mismo.
Como advertencia preliminar, se debe hacer notar la circunstancia de que los autores de los libelos no han leído el Documento pastoral de referencia, al que dejan completamente intacto, sin combatir ni una sola de sus afirmaciones.
1.ª Polémica suscitada con motivo de las Pastorales sobre el protestantismo
Propio ha sido de todos los tiempos, el usar el arma innoble del libelo difamatorio, para impugnar las verdades de la fe. Y esto, precisamente, es una demostración palpable de que los que manejan tales armas no tienen derecho a merecer crédito de ninguna clase.
Los libelos recibidos son tan groseros, tan ofensivos del pudor y hasta de la misma vergüenza que no pueden citarse sin desdoro. Muchos de ellos denotan tener como autores, no sólo a gentes totalmente descreídas, sino carentes de los más rudimentarios principios de civilización.
El libelo no se responde; sino [que] se menosprecia. Y puede considerarse como un triunfo, en favor de la verdadera causa de la justicia.
El estilo de estos libelos recuerda el propio y repugnante de los fundadores del protestantismo, que no puede leerse sin verdadera repulsión.
Hemos querido dar comienzo a las Advertencias pastorales señalando a los libelos, para ocuparnos en las Advertencias siguientes de las razones excogitadas contra la publicación de Nuestra citada Carta pastoral.
2.ª Normas de la Iglesia que regulan esta polémica para los católicos
La Santa Iglesia tiene dadas Normas, a las que se ha de sujetar toda polémica, en defensa de los sagrados derechos y doctrinas que profesa.
En su Encíclica «Rerum Omnium» de 26 de Enero de 1923, en que declara a San Francisco de Sales Patrono de todos los escritores católicos, el Sumo Pontífice Pío XI prescribe sapientísimas normas que deben ser recordadas frecuentemente.
Dice el Santo Padre «que procedan a imitación de San Francisco de Sales, debiendo siempre guardar en la discusión, la firmeza, unida al espíritu de moderación, y la caridad.
»El ejemplo del santo Doctor les traza claramente la línea de conducta: estudiar, con el mayor cuidado, la doctrina católica, y poseerla, en la medida de sus fuerzas; evitar alterar la verdad o atenuarla o disimularla, bajo el pretexto de no herir a los adversarios; velar sobre la forma y belleza del estilo, revestir y presentar las ideas con bello lenguaje, de modo que hagan la verdad atractiva al lector. Saber, cuando un ataque se impone, refutar los errores y oponerse a la malicia de los obreros del mal; pero de modo, que aparezca claramente que siempre se está animado de intenciones rectas, y que ante todo se obra con un sentimiento de caridad».
No puede decirse nada, ni más concreto, ni más perfecto, que estas Normas que deben regular la polémica entre los católicos y sus enemigos.
Esta misma doctrina la exponen, admirablemente, los Doctores católicos, uno de los cuales dice:
«Oigamos lo que con celestial sabiduría afirma a este propósito el sabio y prudente Pontífice León XIII, en su notable Carta dirigida a los Arzobispos y Obispos de Milán, Turín y Vercelli, el día 25 de Enero de 1882:
»»En causa tan grave y tan noble, conviene emplear igualmente un género noble y grave de defensa, más allá del cual no se debe pasar. Cierto que para aquéllos que diariamente defienden con la pluma la causa de la Iglesia Católica, es bello el franco e intrépido amor de la verdad; pero esto no obstante, es menester que ellos mismos se guarden de todo lo que racionalmente pueda desagradar a un hombre honrado; y que no se aparten jamás de la moderación que debe ser compañera de todas las virtudes. En este punto, ningún hombre prudente querrá aprobar la excesiva vehemencia del estilo, o el suscitar, con demasiada ligereza, sospechas contra alguno, u otra cosa que aparte de la justa reverencia y de los miramientos debidos a las personas».».
Modelo y ejemplar perfecto, en sus polémicas, con sus antiguos correligionarios que se convirtieron en sus acérrimos enemigos, es el Cardenal Newman.
La «Apología pro vita sua» tuvo origen en una controversia con el pastor y literato Charles Kingsley, muy popular en Inglaterra, en el siglo pasado, y cuyas obras estaban saturadas de odio contra la Iglesia Católica y sus ministros. El claro talento que poseía este escritor, iba, desgraciadamente, unido al arrebato y a la pasión, y bajo estos dictados escribió el artículo que había de dar en tierra con su fama y había de contribuir en cambio a levantar en mucho más la que el eminente Cardenal gozaba.
En el artículo de que se hace mención, Kingsley acusaba a Juan Enrique Newman «de dar prueba de tan poca sinceridad en sus escritos, como la daban los miembros de la Iglesia de que había entrado a formar parte».
Tamaña aseveración, tratándose de un hombre eminente, no podía pasar inadvertida e indujo a Newman a pedir al que la hacía, que «retractara sus palabras o probara sus cargos». De aquí se siguió una polémica en la que Kingsley se condujo con tanta destemplanza y falta de lógica, que acabó por incurrir en la desaprobación de los mismos protestantes, proporcionando a aquél la feliz oportunidad de producir una obra que abarca toda una vida y es llamada a gozar de la inmortalidad.
3.ª Polémica reprobable de los enemigos de la Iglesia
Cuán lejos, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, están de guardar estas normas prudentísimas y sapientísimas, los enemigos de la Iglesia.
Ofende a los piadosos oídos, el lenguaje que ordinariamente emplean en sus controversias insultantes y desconsideradas.
Ved cómo reacciona un insigne apologista de nuestros tiempos, ante las aprensiones desconsideradas de los enemigos:
«Nuestra conducta, en estas ocasiones, ha de ser mesurada por extremo, esforzándonos en traer razones sólidas y concluyentes, con que hagamos ver al que piensa de una manera diversa de la nuestra, lo errado de sus juicios, y evitando, con diligencia suma, todo género de injurias y de envenenadas sátiras que en nada han de mejorar el estado de la causa católica, y sí manchar no poco la pureza de nuestras almas».
¡Qué hermosos ejemplos los que nos legaron nuestros santos apologistas!
«¿Por qué no amaríamos –dice San Francisco de Sales– a este carísimo enemigo, por quien rogó y murió Jesucristo? Porque debéis advertir que este Señor, en la Cruz, no rogaba sólo por aquéllos que le perseguían actualmente, sino también por los que le habían de perseguir después en nosotros, como lo declaró a Saulo con aquella voz: «¿Por qué me persigues?» (Act. Ap. 9, 4), lo cual no podía ni puede entenderse del mismo Señor, pues ya era impasible, sino precisamente de sus miembros que somos nosotros.
»Esto no es decir que amemos los vicios, el odio ni la enemistad que nos tiene nuestro prójimo, pues todo esto desagrada a Dios y, por tanto, nos debe ser sensible a nosotros; sino es decir que debemos separar el pecado de la persona del pecador, y lo precioso de lo vil, si queremos ser como la boca del Señor».
4.ª La Doctrina verdadera de la Iglesia es indestructible
Ante la amenaza e insultos de los enemigos, venerables Hermanos y amados Hijos, debemos permanecer impasibles, sabiendo que defendemos la verdad y que ésta queda para siempre.
Dichas fueron al Vicario de Jesucristo, aquellas palabras tan consoladoras: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella». (Math. 16, 18).
Eco de esta voz augusta, son las palabras del Pontífice, felizmente reinante, Pío XII, en su Carta al Presidente de los Estados Unidos, de 26 de Agosto de 1947:
«Ciertamente S. E. y todos los defensores de los derechos de la persona humana, encontrarán una cooperación de todo corazón por parte de la Iglesia de Dios.
»Fiel custodia de la verdad eterna y Madre amorosa de todos, desde su fundación, hace casi dos mil años, ha defendido al individuo contra el poder despótico, al hombre trabajador contra la persecución. Su misión de origen divino, a menudo la pone en conflicto con las potencias del mal, cuya única fortaleza se encuentra en su potencia física y espíritu brutalizado, y sus pastores son con frecuencia enviados al exilio o la prisión, o mueren entre torturas. Esto es historia contemporánea.
»Pero la Iglesia no teme. No puede comprometerse con un enemigo declarado de Dios. Debe continuar enseñando el primer y más grande mandamiento que afecta a todos los hombres: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas», y el segundo, semejante al primero e incluido en él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
»Su invariable mensaje es que el primer deber del hombre es para con Dios; después, para con su prójimo; que el hombre que sirve a Dios más fielmente es el que mejor sirve a su país; que el país que rechace la palabra de Dios, dada a los hombres a través de Jesucristo, no contribuye en absoluto a la paz duradera del mundo.
»Al luchar, con todos los recursos a su alcance, para atraer a todos los hombres y las naciones a una clara comprensión de su deber para con Dios, la Iglesia seguirá ofreciendo, como siempre lo ha hecho, la más eficaz contribución a la paz del mundo y a la eterna salvación del hombre».
Terminemos estas breves Advertencias pastorales con aquellas memorables palabras de San Francisco de Sales aludiendo al pasaje de San Pablo a Timoteo (2 Tim. 4, 2): «Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda paciencia y doctrina».
«Toda la fuerza de esta lección del Apóstol estriba en las dos últimas palabras, con toda paciencia y doctrina. La doctrina significa la verdad, y ésta debe de decirse con paciencia, es decir, que es necesario sufrir el desprecio de ella y no presumir que siempre se recibirá con aplauso; porque así como el Hijo de Dios fue puesto por blanco de la contradicción, su doctrina, que es la de la verdad, debe estar sellada con el mismo sello.
»El que quisiere enseñar a otros los caminos de la justicia, debe resolverse, primero, a sufrir las inconstancias y las injusticias, y, después, a recibir por premio de sus trabajos las ingratitudes.
»Por lo demás, no debemos extrañarnos de que se cumplan en nosotros aquellas palabras que dijo el divino Maestro a sus Apóstoles en el momento de su despedida (Joan. 15, 18): «Si el mundo os aborrece, sabed que primero que a vosotros me aborreció a Mí». Y no olvidemos la exhortación de Nuestra Santa Madre la Iglesia que nos dice: «Roguemos por los que nos persiguen y nos calumnian».
»Así cumpliremos la voluntad de Aquél que nos enseñó esta doctrina con su divino ejemplo».
Sea prenda de las divinas bendiciones, venerables Hermanos y muy amados Hijos, la que os damos en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.
Sevilla, 23 de Junio de 1952.
† PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
ARZOBISPO DE SEVILLA
(Estas Advertencias pastorales serán leídas al pueblo fiel, según costumbre)
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