Fuente: Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla, Número 1624, 10 de Julio de 1952, páginas 398 a 410.


INSTRUCCIÓN PASTORAL DE SU EMCIA. RVDMA.

Sobre la Unidad Católica en España

EL CARDENAL ARZOBISPO DE SEVILLA
AL CLERO Y FIELES DEL ARZOBISPADO



Venerables Hermanos y muy amados Hijos:

No podíamos sospechar que Nuestros Documentos pastorales sobre el Protestantismo, despertasen un interés tan general y un apasionamiento tan acentuado.

Hemos leído detenidamente cuanto se nos ha enviado y se nos ha escrito de diversas naciones a este propósito; y hemos venido a deducir la conclusión de la ignorancia suma que hay en muchísimas personas de los principios fundamentales de nuestra Sacrosanta Religión.

Deseando, amadísimos Hijos, alejar de vosotros este peligro de la ignorancia religiosa, principio de tantos males y causa principal del confusionismo moderno, hemos determinado publicar unas Instrucciones pastorales, basadas en la más sólida e inconcusa doctrina católica. Y comenzamos por la doctrina básica de la Unidad Católica en España, cuya naturaleza es desconocida generalmente fuera de nuestra nación, dando esto margen a una serie de errores que es necesario combatir enérgicamente.

Os escribimos esta Instrucción pastoral, en la fiesta del glorioso defensor de la fe, San Efrén, a quien recurrimos con las palabras de la Iglesia: «Oh Dios que enalteciste a tu Iglesia con la admirable erudición y excelentes méritos de la vida de tu santo Confesor y Doctor Efrén: te suplicamos que por su intercesión la defiendas sin cesar con tu poder contra todas las asechanzas del error y de la maldad. Por nuestro Señor Jesucristo».


El estado religioso de España en el siglo VI

Para mayor claridad y brevedad, comenzamos por advertiros, venerables Hermanos y amadísimos Hijos, que la doctrina toda contenida en esta Instrucción pastoral está basada en documentos irrefragables, tomados de nuestra tradición.

Angustiosísima era la situación religiosa de España en el siglo VI. Dura fue la persecución de Leovigildo contra los católicos, sin embargo que había buscado, aunque erradamente, una conciliación.

El arrianismo había invadido el mundo de un modo aterrador, y se había apoderado también de nuestra patria.

Redactóse una profesión de fe en consonancia con una fórmula arriana y macedoniana; y obstinóse Leovigildo en imponerla a todos sus vasallos de grado o por fuerza.

Resistiéronse heroicamente los hispano-romanos. Arrojados fueron de sus Sillas los más egregios Obispos de aquella edad: San Leandro de Sevilla, que buscó asilo en Constantinopla; San Fulgencio, Obispo de Écija; Liciniano de Cartagena; Mausona, el más célebre de los Prelados de Mérida, a quien el Rey mandó llamar a Toledo y amenazóle con el destierro, a lo que él replicó: «Si sabes algún lugar donde no esté Dios, envíame allá» (cfr. Vitae PP. Emeritensium).

La grandeza misma de la resistencia de la Iglesia española y el remordimiento quizá de la muerte de Hermenegildo, trajeron al Rey visigodo a mejor acuerdo, en los últimos días de su vida. Murió en 587, según parece, católico y arrepentido de sus errores, como afirma el Turonense y lo confirma la abjuración pública de su hijo y sucesor Recaredo.


El Concilio III de Toledo

En estas circunstancias, la divina Providencia que todo lo dispone amorosamente, quiso se celebrase, en la ciudad de Toledo, el tercero de sus Concilios, que brilla en la Historia de la Iglesia Universal y es honor de la Iglesia Española. Porque, –además de haber exterminado en el occidente los errores arrianos y haber puesto fin a una larga persecución–, adoptó medidas eficaces para extirpar la idolatría que aún tenía muchos adeptos en España e introdujo la recitación del Símbolo de la Fe en Misa; y, completando la obra del I Concilio de Constantinopla, añadió al Símbolo la famosa palabra «Filioque» profesando así que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

Con razón se ha escrito que el texto de aquel Concilio de 589, –en que la gente visigótica, sometiéndose a la fe de la nación ibero-romana, rompió para siempre el yugo que la aprisionaba y se juntó con ella en Unidad religiosa, civil, legislativa y política–, forma las actas venerables de nuestra independencia y de nuestra privilegiada Constitución Nacional. De una Constitución tan cristiana, tan excelente, tan firme, que formando cumplido contraste con las impías, revolucionarias y quebradizas de otros pueblos, ha sostenido en nuestra Patria, por espacio de catorce siglos, los derechos de Dios y el reinado social de Jesucristo.

En esta unidad de fe, en España establecida por el Concilio III de Toledo, encontramos la raíz de todas nuestras dichas, grandezas y glorias. He aquí la razón de ser del carácter religioso de nuestra reconquista y los principios de nuestra perpetua cruzada contra los enemigos del nombre de cristianos.

En efecto, la legislación allí contenida, la maravillosa unidad religiosa y civil, creada en este Concilio, ha ligado y sigue ligando, con fuerte e indisoluble vínculo, a todos los pueblos de la península, produciendo una fe, una nacionalidad, una civilización.


La profesión de fe católica, base de nuestra Unidad Católica en España

En el III Concilio de Toledo, Recaredo abjuró del arrianismo y de todas las herejías que se esparcían en nuestra Patria; y su abjuración llevaba consigo la de todo su pueblo. Y para darle mayor solemnidad, convocóse el III Concilio Toledano, en 589.

«A este Concilio nacional asistieron 63 Obispos y 6 Vicarios de Lusitania, Galicia y de la Narbonense».


Presidió el venerable Mausona de Mérida, uno de los Prelados que más habían influido en la resolución del monarca.

Abrióse el Concilio el día 4 de Mayo; y Recaredo habló a los Padres de esta manera:

«No creo que ignoréis, reverendísimos sacerdotes, que os he convocado para restablecer la disciplina eclesiástica; y ya que en los últimos tiempos la herejía que amenazaba a la Iglesia católica no permitió celebrar Sínodos, Dios, a quien plugo que apartásemos este tropiezo, nos avisa y amonesta para que reparemos los cánones y costumbres eclesiásticas.

»Sírvanos de júbilo y alegría ver que por favor de Dios vuelve, con gloria nuestra, la disciplina a sus antiguos términos. Pero antes os aconsejo y exhorto a que os preparéis con ayunos, vigilias y oraciones, para que el orden canónico, perdido por el transcurso de los tiempos y puesto en olvido por nuestra edad, torne a manifestarse por merced divina a nuestros ojos» (Aguirre, Collectio, tom. II).


Leyó en alta voz un notario la profesión de fe, en que Recaredo declaraba seguir la doctrina de los cuatro Concilios generales, Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense, y reprobar los errores de Arrio, Macedonio, Nestorio, Eutiques y demás heresiarcas condenados hasta entonces por la Iglesia. Aprobáronla los Padres «con fervientes acciones de gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se había dignado conceder a su Iglesia paz y unión, haciendo de todos un solo rebaño y un Pastor solo, por medio del apostólico Recaredo, que maravillosamente glorificó a Dios en la tierra». Y, en pos del rey, abjuró la reina Badda; y declararon los obispos y clérigos arrianos allí presentes que «siguiendo a su gloriosísimo monarca, anatematizaban de todo corazón la antigua herejía».

El Concilio pronunció entre otras las condenaciones siguientes:

«Todo el que siguiere otra fe y comunión que la que tiene la Iglesia Universal y definieron los Concilios Niceno, Constantinopolitano, Efesino y Calcedonense, sea anatema.

»Sean, pues, condenadas, en el cielo y en la tierra, todas las cosas que la Iglesia Romana condena; y sean admitidas, en la tierra y en el cielo, todas las que ella admite: reinando Nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, sea dada honra y gloria por todos los siglos de los siglos».



Homilía de San Leandro, Arzobispo de Sevilla, en el Concilio III de Toledo


Si bien no todos los críticos están contestes, respecto de la autenticidad de esta homilía, bien podemos afirmar, con nuestro gran polígrafo D. Marcelino Menéndez y Pelayo, que «en lo substancial, contiene los conceptos que expresó nuestro Santo Arzobispo en aquellas ocasiones».

«… Alégrate y regocíjate, Iglesia de Dios; alégrate y levántate, formando un solo cuerpo con Cristo; vístete de fortaleza, llénate de júbilo, porque tus tristezas se han convertido en gozo, y en alegría tus hábitos de dolor. Con los peligros, medras; con la persecución, creces; y es tu Esposo tan clemente que nunca permite que seas depredada sin que te restituya con creces la presa y conquistes para ti, [a] tus propios enemigos… No llores, no te aflijas, porque temporalmente se apartaron de ti, algunos que hoy recobras con grande aumento. Ten esperanza y fe robusta y verás cumplido lo que fue promesa. Puesto que dice la verdad evangélica: «era necesario que Cristo muriese por la nación; y no sólo por su nación, sino para congregar en uno los hijos de Dios que estaban dispersos» (Joan. 11, 51-52).

»Sabiendo la Iglesia, por los vaticinios de los Profetas, por los oráculos evangélicos, por los documentos apostólicos, cuán dulce sea la caridad, cuán deleitable la unión, nada predica sino la concordia de las gentes; por nada suspira, sino por la unidad de los pueblos; nada siembra sino bienes de paz y caridad.

»Regocíjate, pues, en el Señor, porque has logrado tu deseo y produces los frutos que por tanto tiempo, entre gemidos y oración, concebiste; y después de los hielos, de lluvias, de nieves, contemplas, en dulce primavera, los campos cubiertos de flores y pendientes de la vid los racimos… Lo que dijo el Señor (Joan. 10, 16): «Hay otras ovejas que no son de este redil y conviene que entren en él, para que haya una grey sola y un solo Pastor», ya lo veis cumplido. ¿Cómo dudar que todo el mundo habrá de convertirse a Cristo y entrar en una sola Iglesia?. «Se predicará este Evangelio del reino de Dios en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones» (Math. 24, 14)… La caridad juntará a los que separó la discordia de lenguas… No habrá parte alguna del orbe ni gente bárbara a donde no llegue la luz de Cristo… ¡Un solo corazón, una alma sola!... De un hombre procedió todo el linaje humano, para que pensase lo mismo y amase y siguiese la unidad

»De esta Iglesia vaticinaba el Profeta diciendo: «Mi casa se llamará casa de oración para todas las gentes» y «será edificada en los postreros días la casa del Señor en la cumbre de los montes, y se levantará sobre los collados, y vendrán a ella muchos pueblos, y dirán: Venid, subamos al monte del Señor y a la casa del Dios de Jacob». El monte es Cristo. La casa del Dios de Jacob es su Iglesia: allí se congregarán todos los pueblos. Y por eso torna a decir Isaías: «Levántate, ilumina a Jerusalén, porque viene tu luz y la gloria del Señor ha brillado para ti; y acudirán las gentes a tu lumbre, y los pueblos al resplandor de tu Oriente. Dirige la vista en derredor y mira: todos ésos están congregados y vinieron a ti y los hijos de los peregrinos edificarán tus muros y sus reyes te servirán de ministros…».».


Gloriosísimo acontecimiento, no sólo de nuestra Patria, sino de la Cristiandad entera, que admiró la establecida Unidad Católica en España, como principio de todas nuestras grandezas.

Qué hermosamente se pueden aplicar a este acontecimiento aquellas memorables palabras pronunciadas en 1849:

«Cuando la unidad religiosa crece, las glorias nacionales crecen; cuando la unidad religiosa disminuye, la revolución deshace y pisotea nuestras glorias.

»He aquí lo que representa la Unidad Católica en la historia de nuestra patria».



La Unidad Católica en España


La Unidad católica en España, venerables Hermanos y amados Hijos, es el gran tesoro religioso y nacional que nos legaron nuestros padres, y que debiéramos conservar a todo trance, aun con el derramamiento de nuestra sangre.

No otra cosa significan esos cientos de miles de españoles que hemos visto morir en nuestros días, con el grito de «Viva Cristo Rey», expresión hermosísima de la Unidad Católica de España.

Esta Unidad Católica no fue sólo una ley eclesiástica, dictada en un Concilio, sino que fue, al propio tiempo, una ley civil que obligaba a todos los españoles.

En el Concordato celebrado con la Santa Sede el 16 de Marzo, y ratificado en 1.º y 23 de Abril de 1851, se dice en su artículo primero: «La Religión Católica Apostólica Romana que, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de Su Majestad Católica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones».

Consta, pues, que, para el arreglo de materias eclesiásticas, obtuvo el Gobierno español de la Silla Apostólica, y aceptó y publicó siguiendo los trámites legales, un Concordato cuyo artículo primero hemos transcrito, y que es, por lo tanto, ley dada por el Sumo Pontífice para España en materia espiritual y eclesiástica, aceptada al mismo tiempo y mandada guardar por el Jefe del Estado y el Gobierno español competentemente autorizado.

Es, pues, ley eclesiástica y ley civil confirmatoria a su vez de la ley divina, que manda tanto a los individuos como a las sociedades, reconozcan la dependencia que deben a su Autor y le den el culto que por consiguiente le es debido, el cual no es otro, según nos consta por los motivos evidentes de la credibilidad: milagros, profecías, autoridad de testigos, mártires, etc., que el culto de la divina religión católica revelada al mundo por Nuestro Señor Jesucristo y predicada por sus Apóstoles.

Ahora bien, es evidente que dicha ley concordada, no ha sido ni abrogada ni derogada legítimamente, en manera alguna. No lo ha sido ciertamente por la Autoridad eclesiástica, ni explícitamente ni implícitamente. Tampoco lo ha sido por la potestad civil, por la sencilla razón de que, aunque lo hubiese querido, no lo hubiera podido efectuar, primeramente, por ser incompetente en materia espiritual y eclesiástica, como la presente, en la cual ningún católico desconoce que, por derecho divino, no hay más autoridad legítima que la eclesiástica; segundo, porque en cuanto ley civil, ni se dio ni pudo darse, sino de acuerdo con la autorización explícita o implícita de la Iglesia.


La Unidad Católica en nuestros días

Son muchos, venerable Hermanos y amadísimos Hijos, los que con una ignorancia suma, miran con indiferencia en nuestros días la Unidad Católica en España, como si fuese cosa trasnochada e indigna del progreso de nuestros tiempos.

El 7 de Junio de 1941, en el Convenio entre el Gobierno Español y la Santa Sede, se dice en el número 9:

«Entre tanto se llega a la conclusión de un nuevo Concordato, el Gobierno Español se compromete a observar las disposiciones contenidas en los cuatro primeros artículos del Concordato de 1851».


El texto literal de los cuatro primeros artículos del Concordato, celebrado el 16 de Marzo y ratificado el 1.º y 23 de Abril de 1851, es como sigue:

«Artículo primero.– La Religión Católica Apostólica Romana que, con exclusión de cualquier otro culto, continúa siendo la única de la nación española, se conservará siempre en los dominios de Su Majestad Católica, con todos los derechos y prerrogativas de que debe gozar, según la ley de Dios y lo dispuesto por los sagrados cánones.

»Artículo segundo.– En su consecuencia, la instrucción en las Universidades, Colegios, Seminarios y Escuelas públicas o privadas de cualquier clase, será en todo conforme a la doctrina de la misma Religión Católica; y a este fin no se pondrá impedimento alguno a los Obispos y demás Prelados diocesanos, encargados por su ministerio de velar sobre la pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres y sobre la educación religiosa de la juventud, en el ejercicio de este cargo, aun en las Escuelas públicas.

»Artículo tercero.– Tampoco se pondrá impedimento alguno a dichos Prelados, ni a los demás sagrados ministros, en el ejercicio de sus funciones, ni los molestará nadie bajo ningún pretexto en cuanto se refiere a los deberes de su cargo; antes bien cuidarán todas las Autoridades del Reino de guardarles y de que se les guarde el respeto y consideración debidos, según los divinos preceptos, y de que no se haga cosa alguna que pueda causarles desdoro o menosprecio. Su Majestad y su Real Gobierno dispensarán, asimismo, su poderoso patrocinio y apoyo a los Obispos, en los casos que le pidan, principalmente cuando hayan de oponerse a la malignidad de los hombres que intenten pervertir los ánimos de los fieles y corromper sus costumbres, o cuando hubiere de impedirse la publicación, introducción o circulación de libros malos o nocivos».

[Artículo cuarto.– En todas las demás cosas que pertenecen al derecho y ejercicio de la autoridad eclesiástica, y al ministerio de las órdenes sagradas, los Obispos, y el clero dependiente de ellos, gozarán de la plena libertad que establecen los sagrados cánones.]


Todavía está en vigor esta Disposición concordada, toda vez que no se ha llegado a la conclusión de un nuevo Concordato de la Santa Sede con el Gobierno Español.


La Unidad Católica en España, según declaración oficial del Beato Pío X

El Sumo Pontífice, Beato Papa Pío X, vista la desorientación que reinaba en España y la divergencia de criterios con perjuicio de la causa de Dios y de la Iglesia, dio unas Normas para nuestra Patria, en 20 de Abril de 1911, cuya ejecución encomendó al Eminentísimo señor Cardenal Aguirre y García, Arzobispo de Toledo.

La primera de estas Normas dice: «Debe mantenerse como principio cierto que en España se puede siempre sostener, como de hecho sostienen muchos nobilísimamente, la tesis católica, y con ella el restablecimiento de la Unidad religiosa. Es deber además de todo católico, el combatir todos los errores reprobados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus, y las libertades de perdición proclamadas por el derecho nuevo o liberalismo, cuya aplicación al Gobierno de España es ocasión de tantos males. Esta acción de reconquista religiosa debe efectuarse dentro de los límites de la legalidad, utilizando todas las armas lícitas que aquélla ponga en manos de los ciudadanos españoles».

Palabras son ésta gravísimas que trazan la norma a que deben someterse todos los que quieran preciarse de ser verdaderos hijos de la Iglesia.

¡Cuántos y cuántos peligros para las almas se hubieran evitado, si esta norma se hubiese seguido siempre por parte de los españoles!

Con razón se lamenta el Santo Pontífice de los perjuicios gravísimos que se han seguido en nuestra patria por esta causa.


La conservación de la Unidad Católica en España

Tesoro riquísimo es la Unidad Católica en España, que ha costado grandes sacrificios el poder conservar intacto en nuestra Patria.

El indiferentismo moderno que ha minado todas las instituciones genuinamente católicas, ha pretendido también combatir la Unidad Católica de España; y grandes son los esfuerzos llevados a cabo por la impiedad por aminorar y aun por destruir este riquísimo tesoro.

Los enemigos de la Iglesia, y enemigos consiguientemente de la Unidad Católica española, no han cesado de lanzar todo género de diatribas contra una institución providencial, a la cual debe España la gran prerrogativa de haberse conservado, a través de los peligros de los tiempos, su Unidad Católica.

En la correspondencia numerosísima recibida con motivo de Nuestros recientes Documentos pastorales, se combate airadamente esta institución, y se la supone complicada en los acontecimientos actuales españoles. Nos referimos a la benemérita Inquisición que tuteló durante tantos siglos la fe católica en España.

«La prudencia y cordura de la Inquisición romana son proverbiales. Por eso, los enemigos de la Inquisición han dirigido sus tiros principalmente contra la española, motejándola de bárbara y enemiga de la ciencia. Pero aun esta misma Inquisición, bien puede presentarse con la cabeza erguida ante la faz de la ciencia, siendo cosa averiguada que nunca ha perseguido a nadie por el mero hecho de ser sabio; y que debe, por el contrario, decirse que los mejores días para las letras españolas han sido precisamente aquéllos en que ella ha desplegado su poder con mayor energía».


Es ésta una proposición que ha sido en estos últimos años puesta fuera de duda, por la docta pluma de Menéndez Pelayo, en sus dos inmortales obras intituladas: «Historia de los Heterodoxos Españoles» y «La Ciencia Española».

Es cierto que esta gloriosísima y bienhechora institución, no existe ya en nuestra Patria; pero estamos en el deber de rendirle el testimonio de nuestra gratitud y el homenaje de nuestra férvida alabanza. ¡Cuántos males que hoy desgraciadamente no tienen remedio, lo encontrarían en ella!


Conclusión. Palabras autorizadísimas de Balmes

Interminable Nos haríamos citando de nuestros más insignes Doctores, testimonios en confirmación de la doctrina que dejamos expuesta en esta Instrucción pastoral.

Suplirá a esos testimonios el valiosísimo de nuestro insigne Balmes, el cual, en su grandiosa obra «El Protestantismo comparado con el Catolicismo», hablando de la eficacia de la Unidad Católica española, dice:

«Oprímese el alma con angustiosa pesadumbre, al solo pensamiento de que pudiera venir un día, en que desapareciese de entre nosotros esa Unidad religiosa que se identifica con nuestros hábitos, nuestros usos, nuestras costumbres, nuestras leyes; que guarda la cuna de nuestra monarquía en la cueva de Covadonga; que es la enseña de nuestro estandarte en una lucha de ocho siglos con el formidable poder de la Media Luna; que desenvuelve lozanamente nuestra civilización en medio de tiempos tan trabajosos; que acompañaba a nuestros terribles tercios cuando imponían silencio a la Europa; que conduce a nuestros marinos al descubrimiento de nuevos mundos; que alienta a nuestros guerreros a llevar a cabo conquistas heroicas; y que en tiempos más recientes sella el cúmulo de tantas y tan grandiosas hazañas derrocando a Napoleón.

»Vosotros, que con precipitación tan liviana, condenáis las obras de los siglos, que con tanta avilantez insultáis a la nación española, que tiznáis de barbarie y obscurantismo el principio que presidió nuestra civilización ¿sabéis a quién insultáis? ¿Sabéis quién inspiró al genio del gran Gonzalo, de Hernán Cortés, de Pizarro, del vencedor de Lepanto? ¿Las sombras de Garcilaso, de Herrera, de Ercilla, de Fray Luis de León, de Cervantes, de Lope de Vega, no os infunden respeto? ¿Osaréis, pues, quebrantar el lazo que a ellos nos une y hacernos indigna prole de tan esclarecidos varones? ¿Quisierais separar, por un abismo, nuestras creencias de sus creencias, nuestras costumbres de sus costumbres, rompiendo así con todas nuestras tradiciones, olvidando los más gloriosos recuerdos y haciendo que los grandiosos monumentos que nos legó la religiosidad de nuestros antepasados sólo permanecieran entre nosotros como una reprensión la más elocuente y severa? ¿Consentiríais que se cegasen los ricos manantiales a donde podemos acudir para resucitar la literatura, vigorizar la ciencia, reorganizar la legislación, restablecer el espíritu de nacionalidad, restaurar nuestra gloria y colocar a la nación en el alto rango que sus virtudes merecen, dándole la prosperidad y la dicha que tan afanosa busca y que en su corazón augura?».


Prenda de las bendiciones que os deseamos de corazón, sea la que os enviamos, venerables Hermanos y muy amados Hijos, en el Nombre del † Padre y del † Hijo y del † Espíritu Santo.

Sevilla, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 20 de Junio de 1952.

† PEDRO CARDENAL SEGURA Y SAENZ
ARZOBISPO DE SEVILLA



(Esta Instrucción pastoral será leída al pueblo fiel, según costumbre)