Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.
«MÁRTIRES» Y «CAÍDOS»
Por Pablo Gaztelu
Entre tantas cosas como anualmente escribe el pueblo carlista en torno a la Fiesta de los Mártires de la Tradición, no se ha comentado nada, o muy poco, el matiz que diferencia los vocablos “mártires” y “caídos”, que han coexistido a partir de la aparición del último en los días de la Cruzada de 1936.
Merece la pena, aunque no sea más que apuntar el tema, porque ese matiz nace y se apoya no solamente en ciertos gustos estéticos implicados en la coyuntura internacional de entonces, sino también en torno a una concepción religiosa. Ahora que los vientos desacralizadores, laicistas y liberales han llegado hasta algún punto del Carlismo, su enemigo secular, parece especialmente oportuno resaltar el sentido religioso de la palabra “mártires”, como un dato más que confirme la piedad esencial de la Comunión Tradicionalista.
LAS PERSECUCIONES DEL CARLISMO
Cuando los Carlistas han luchado con las armas y han sufrido persecuciones, lo han hecho, al menos hasta la década de los años sesenta, por una concepción política sacralizada, por una civilización cristocéntrica, por la alianza del Trono y el Altar. De tal manera que, con variaciones individuales según el fuero interno inescrutable de cada uno, siempre había un componente religioso variable en la conducta que les acarreaba los sufrimientos; consecuentemente, tenían éstos una parte de martirio en el más estricto sentido de la palabra.
Pero el año 1936, siglo y medio de liberalismo doméstico, más la apostasía de las demás naciones, impidieron que el Alzamiento pudiera mantener exclusivamente, en incontaminada soledad, ese sentido sagrado esencial del Carlismo. Otras fuerzas políticas, admirables por su patriotismo, produjeron por su desinterés por lo religioso –nunca hostilidad–, una apertura, una desacralización parcial, una secularización, que treinta años después estamos padeciendo. Esta relajación en el rigor religioso, esta neutralidad espiritual, permitió complementar el esfuerzo carlista con masas de españoles que jugaron un papel tan decisivo como el nuestro. Apenas era aplicable a su sacrificio el término religioso de “mártires”, ni tenía para ellos especial atractivo. La palabra “caídos” resolvió la situación con eficacia política visible.
UNA PASTROAL DEL CARDENAL SEGURA
Pero en cuanto se extrapolaba de lo político a lo religioso, el término “caídos” perdía precisión y claridad. Ya muchos años antes de que se pensara en el enterramiento conjunto de rojos y nacionales en el Valle “de los Caídos”, el Cardenal Segura olfateaba ciertas imprecisiones que le llevaron a puntualizar en una Pastoral famosa (2-IV-40):
“Una cosa es el culto católico, y otra, esencialmente diversa, son los actos y homenajes de carácter cívico.
(…)
Son actos y homenajes de carácter cívico, entre otros: las Cruces llamadas de los Caídos, evocaciones de los muertos, desfiles militares o civiles ante dichas Cruces, discursos profanos, ofrecimientos de coronas de flores, saludos y gritos reglamentarios.
(…)
Dichos actos y homenajes, que antes que en España se practicaron en otras naciones, donde tuvieron su origen, pueden libremente, bajo su responsabilidad, ser organizados por las autoridades civiles: mas siempre cuidando que no sufra en ellos menoscabo la doctrina católica
(…)
Todos los que mueren en pecado mortal, donde quiera y como quiera que mueran, van al Infierno para ser en él eternamente atormentados. Los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho sus pecados, van al Purgatorio para ser allí purificados con terribles tormentos. Al Cielo… sólo van los justos ya plenamente purificados.
La Iglesia, única que puede prescribir oraciones, y a cuya aprobación deben someterse las verdaderas oraciones que se hayan de hacer en público, no usa la palabra “caídos” en su Liturgia. La Iglesia, cuando ora por los muertos, ora tan sólo por los “fieles difuntos”. No pueden estar unidos después de la muerte los que no han estado unidos en vida por la misma fe en Jesucristo
(…)
Es necesario distinguir perfectamente lo que por su naturaleza es un acto cívico o político, de lo que es acto estrictamente religioso”.
Muchas más cosas se pueden decir de este tema de costumbrismo político contemporáneo; queden para otras ocasiones. De momento, vemos en él un exponente inequívoco más del carácter religioso del Carlismo, que ahora algunos se empeñan en disimular.
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