La Partida de Palillos y su Estandarte. 1ª Guerra Carlista, 1833-1840
Por Iñigo Pérez de Rada y Cavanilles
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La "Partida de Palillos" fue la más destacada unidad de voluntarios a caballo de entre las que levantaron pendón en 1833 por la causa legitimista de Don Carlos V de Borbón en Castilla la Nueva.
Don Carlos María Isidro de Borbón, Carlos V
Estaba dirigida por don Vicente Rugero y su hermano don Francisco, naturales de Almagro, quienes “habían pertenecido al ejército en clase de comandantes de caballería; pero clasificados como tenientes, se retiraron á su casa de Almagro. En 1833 conspiraron, como muchos descontentos, y reducidos a prisión se sustrajo de ella don Vicente y levantó una partida” (1). Fueron mejor conocidos con el alias de “Palillos” (2), llegando a juntar para su Partida más de medio millar de hombres.
La fama de Palillos fue tal que traspasó nuestras fronteras (3). En cierta ocasión el conde de España, capitán general de Cataluña, leyendo que el periódico liberal “Eco del Comercio” llamaba “tigre” a Palillos, aquél exclamó sonriendo “Véase una usurpación, porque sólo soy yo el tigre legítimo” (4).
No fue la Partida de los Rugero un dechado de caballerosidad en lo que a forma de combatir se refiere, ya que lo hicieron despiadadamente (5), pero en su descargo hemos de observar que sus enemigos liberales los sobrepasaron siempre en crueldad -llegando al extremo de fusilar a su anciana madre de 81 años-, por lo que se vieron compelidos a batallar a sangre y fuego. Las partidas carlistas las integraban voluntarios, en su inmensa mayoría civiles, con escasa preparación militar, mientras que las fuerzas del Ejército regular estaban compuestas por hombres disciplinados y hábiles en el manejo de las armas. También los mandos castrenses gubernamentales a los que concretamente tuvo que enfrentarse Palillos fueron de naturaleza particularmente acerba: el coronel Flinter (6) -esclavista "de facto"-, el general Narváez -quien parece ser declaró en su lecho de muerte que no podía perdonar a sus enemigos "porque los había hecho fusilar a todos"-, el general Nogueras -responsable de pasar por las armas a la madre de Ramón Cabrera-, y el brigadier Balboa -que no dudó en llevar al patíbulo en Fuente el Fresno a un niño de cuatro años cuando el brigadier dispuso se diezmara por sorteo a los familiares de los carlistas, tocándole en suerte al infante su fatídico destino (7)-.
Pío Baroja, gran recopilador de datos relativos al carlismo, dejó consignados en una de sus novelas datos de gran interés referentes a la Partida y que a continuación transcribimos. “[…] Palillos ha sido muy famoso. […] Palillos padre, don Vicente Rugero, era un viejo muy ladino. Tenía una partida muy bien organizada y muy militar. Ya lo creo. Y no piense usted que era fácil entrar en ella […] Para entrar en la partida se necesitaban muchas condiciones. Había que tener menos de treinta años, ser fuerte, buen caballista, estar acostumbrado a la vida del campo y no tener parientes ni amigos entre los cristinos […] los jefes podían ser más viejos. Al que entraba en la partida se le hacían muchas preguntas, y luego se iba a comprobar lo que había dicho, y si algo no resultaba cierto, no se le admitía […] Todos íbamos igual. Se llevaba calañés alto, de pana o de terciopelo negro, adornado con algunas carreras de botones, medallas, cintas rizadas y un plumerito negro. La mayor parte usaba patillas. Se vestía marsellés corto, guarnecido de cinco botonaduras de monedas de plata, pesetas o reales columnarios. Algunos jefes lucían doblillas de oro, y en vez de calañés, boina blanca o sombrero redondo con funda de hule. Se gastaba calzón corto, de pana o terciopelo negro; ancha faja para el puñal y los cachorrillos; polainas de cuero y zapatos de una pieza. En el arzón del caballo se ponían las pistolas y el trabuco […] Cuando Palillos se proponía sacar contribuciones en una comarca, dividía su caballería en partida de treinta a cuarenta hombres; ocupaban todos los lugares en un espacio de seis a ocho leguas cuadradas. Cada paisano debía suministrar todo lo necesario para un jinete y un caballo. Los pueblos se veían obligados a entregar a Palillos la misma contribución que pagaban al Gobierno de la reina. Entrábamos nosotros en un lugar, y lo primero, para que nadie tocase a rebato y diera señal de alarma, nos apoderábamos de la torre de la iglesia y poníamos en el campanario un centinela. El centinela observaba cuanto pasaba a larga distancia, y si veía algo tocaba la campana, y, según las campanadas, nos entendíamos. Era como la línea del telégrafo de señales del Gobierno. Así, don Vicente Rugero sabía con rapidez si aparecía el enemigo y por dónde” (8).
Escolta del estandarte
Tuvo la Partida su bautismo de fuego el 15 de noviembre de 1833 en Alcolea, donde fue alcanzada y derrotada por los gubernamentales que mandaba el coronel Tomás Yarto, “guareciéndose sus restos en los montes, ese laberinto impenetrable, con mansiones subterráneas, con despejadas y naturales atalayas, donde puede acampar un batallón en el mismo terreno en que otro esté oculto con toda seguridad” (9).
Cuando no combatían, se dedicaban a interrumpir las comunicaciones y arruinar el tráfico, siempre bajo la atenta observancia del coronel Jorge Flinter, creado comandante general de la línea de La Mancha, quien no perdía ocasión para perseguirlos celosamente con el propósito de darles combate, y así el 28 de octubre de 1835 “es derrotado Palillos hacia Tomelloso con alguna pérdida, y el 4 de noviembre, contando ya este partidario, tan temible después, con unos cuatrocientos caballos, se vió acometido en Villanueva de la Fuente. Mas no da el rostro, sin embargo de su fuerza; perseguido, se bate en retirada en Genave, en Sierra de la Cumbre y en Rumblar, la parte más escabrosa de Sierra Morena y en Fuente del Fresno, siendo tan tenaz y decidida la persecución que corre veinte leguas, muriendo en ella veinticinco carlistas, y apoderándose los contrarios de bastantes caballos […] Bien pronto se indemnizaban aquellos partidarios, merced al brigandaje de su sistema y á la libertad que todos disfrutaban, de tales pérdidas, bastándoles á veces una excursión: así se ve á Palillos aumentando considerablemente los suyos é infundiendo el terror inseparable de sus punibles excesos” (10).
El 10 de diciembre Palillos junto a los hombres de Sánchez y los Cuestas presentan batalla en la llanura atacando a más de trescientos jinetes pertenecientes a las columnas isabelinas en las cercanías de Talarrubias, haciendo prisionero al jefe de estos últimos. “Este quebranto, primero de su clase, porque fue a campo abierto el choque, produjo un efecto terrible, porque demostraba que ya no podían ser insignificantes ni pequeños los combates con Palillos; que las facciones envalentonadas por su número y lo favorable del terreno, pues contaban para el llano con caballos escogidos, y con los montes impenetrables é inmensos de Toledo para la retirada, confiadas también en su espionaje, tomando audazmente la ofensiva; que casi todos los pueblos no bien guarnecidos quedaban á su disposición, y que podían ser aquellos el núcleo de un ejército el día que surgiese un hombre valiente, organizador y entendido á la vez” (11).
Fuerzas carlistas entrando en una población
En febrero de 1837 se reunió un nutrido grupo de caballería perteneciente a la Partida en las cercanías de Granátula con el objeto de tomar el pueblo natal del general Espartero, siendo rechazados y sufriendo noventa muertos por las tropas del brigadier Mahy, quien hizo además fusilar con urgencia a seis prisioneros sobre el mismo escenario del combate, por lo que posteriormente se decide atacar Bolaños, que sí caería rendida. En esta última población, Palillos "atacó a los nacionales de Bolaños, estrechándolos de tal manera, que conociendo ellos lo inútil de su resistencia rindieron las armas confiando en la jenerosidad (sic) de sus contrarios; pero Palillo, luego que los tuvo en su poder los sacrificó, vengando en ellos el revés que había sufrido en los campos de Granátula. Este acto de inhumanidad, del que también daban frecuentes ejemplos los del bando opuesto, fué causa de que palillo no se apoderase de muchos pueblos, que se hubieran entregado facilmente, á no tener la misma suerte que los nacionales de Bolaños; por esa razón los nacionales se defendían desesperadamente y preferían morir con las armas en la mano, más bien que entregarse á merced de sus enemigos" (12). Serían un total de 25 los milicianos nacionales fusilados por Palillos en Bolaños, incendiando los días siguientes el pueblo de Brazatortas y continuando hacia Torremilanos donde venció a las fuerzas del capitán Estela, pasando por las armas 20 prisioneros (13).
Los manchegos sostuvieron a principios de julio de 1837 un combate en Venta de Cárdenas contra la Infantería liberal que se saldó dejando más de treinta cadáveres de estos últimos sobre el campo de batalla.
Al frente de 700 hombres se presentó los primeros días de septiembre en Puerto Lapice con el propósito de apoderarse de la población, pero al no conseguirlo dada la resistencia que puso su guarnición, que resistió los embates de los carlistas con gran determinación y firmeza, Palillos ordenó prender fuego a las casas y edificaciones que se hallaban extramuros del pueblo, al tiempo que enviaba un conminatorio mensaje dirigido al "Sr. Comandante de las fuerzas rebeldes" con el objeto de lograr su rendición: "Comandante General de la Mancha. Viva Carlos V. Si en el preciso término de una hora no se entrega á discreción la fuerza rebelde que se halla situada en la casa del fuerte, serán pasadas por las armas, y se procederá al incendio y asalto de él; más si oyen mi humana amonestación se les garantizará sus personas y bienes. Cuartel General de Puerto Lapice, septiembre 5 de 1837-. El Brigadier Comandante General Palillos". La airada respuesta que obtuvo de los sitiados fue la siguiente, siendo esta vez el destinatario el "Sr. General de ladrones y asesinos": "Comandancia de los fuertes de Puerto Lapiche. = No se entregarán estos fuertes en ningún concepto, y antes preferiran perecer entre sus ruinas que sucumbir á manos de tan vil canalla de ladrones y asesinos. Viva Isabel II. Viva la Constitución. Viva la Reina Gobernadora. Puerto Lapiche 5 de septiembre de 1837" (14). Palillos, viendo lo obstinado de la defensa ordenó abandonar la plaza.
Mientras tanto, el 12 de septiembre, la Expedición Real logra llegar hasta las mismas tapias del Retiro madrileño, ocasión única que hubiese acaso decidido el triunfo definitivo de las armas carlistas si Don Carlos hubiera seguido el consejo del general Cabrera de penetrar ese día en la capital de España. El Rey no dio la oportuna orden, por lo que las tropas carlistas se retiraron de las inmediaciones de la Villa y Corte. Días después, algunos partidarios carlistas, conscientes de la magnífica ocasión desaprovechada, aún creen que es posible repetirla, como el caso del coronel de Ingenieros Von Rahden quien considera además imprescindible para tal fin la fuerza de Palillos, que actuaría como barrera de contención al sur de Madrid: "Palillos podía mantener la alarma a las puertas de Madrid mientras nos poníamos de acuerdo con Zaratiegui [que después del fiasco se había retirado hacia el norte atravesando el Guadarrama] para una acción combinada" (15).
Ataque carlista al Correo
En Venta Quesada, localidad próxima a Manzanares, el 11 de noviembre asaltan el Correo cargado de correspondencia para La Mancha y Andalucía, logrando interrumpir de este modo las comunicaciones postales de esas provincias con Madrid.
Parte de Los Arcos, Navarra, el 28 de diciembre de 1837, una expedición comandada por el general don Basilio Antonio García y Velasco quien al frente de unos dos mil hombres encuadrados en cuatro batallones y dos escuadrones pretendía “organizar la guerra en La Mancha y restantes regiones de la España central, para lo que debía contar con el apoyo de una división de Cabrera, a quien se le habían dado instrucciones en ese sentido” (16). Tuvo que desistir García de su plan de contactar con Cabrera debido al acoso al que se veía sometido por los cristinos, dirigiéndose directamente a tierras manchegas donde sumó a sus efectivos las fuerzas de Palillos. “Jara [José Jara, cabecilla carlista] y Palillos, enfrascados en antiguas rencillas, trataban de manejar al general [García] según sus designios. Finalmente se impuso el primero, y Palillos, varias veces postergado, se separó completamente de la expedición” (17).
Antes de renunciar a la expedición participaron los de la Partida, a las órdenes del general, en varios hechos de armas notables entre los que destacan el ataque con éxito a un convoy liberal compuesto por varios carros que desde Ruidera transportaba pólvora -"la escolta del convoy se refugió en una casa y envió un emisario para decir que se rendirían a los navarros y no a los carlistas manchegos, pero el mismo Palillos les dio palabra de cuartel y les trató como a compañeros, rectificando así conductas anteriores" (18)- o el apoyo prestado por los jinetes de la Partida a los hombres del coronel Tallada que se retiraban de Baeza el 5 de febrero de 1838, perseguidos por el general Sanz, quien había tomado el mando de la división Ulibarri, que desde Navarra venía persiguiendo a la expedición de García. También son señalados la sonada actuación de las tropas de Don Basilio en Calzada de Calatrava, donde sus subordinados quemaron una iglesia en la que se habían refugiado aquellos liberales que negaron su rendición -entre los que parece ser se encontraban mujeres y niños-, y el descalabro sufrido en Valdepeñas por los voluntarios carlistas, que perdieron a cuarenta de sus oficiales; tras este revés los adversarios cristinos se vengaron ensañándose particularmente en aquellos hombres que pertenecían a la Partida por haberlos hecho responsables de la barbarie ocurrida en Calzada.
Ya desvinculados los Rugero de la expedición del general García emprenden con nuevos bríos acciones guerrilleras, siendo la más importante el ataque perpetrado sobre Ciudad Real en mayo de 1838, donde logran obtener un cañón: “al amanecer del [día] 28, los disparos sobre la puerta de Santa María anunciaron su empeño de penetrar en la ciudad. Acudieron veloces y valientes varios nacionales [miembros de la Milicia Nacional] y paisanos á reforzar la poca tropa que custodiaba aquel punto, y á los pocos momentos, los carlistas convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos, se retiraban de la muralla, donde perdieron la vida algunos trabajadores que trajeron para abrir la brecha. A esto debieron limitarse las disposiciones de la autoridad militar que desempeñaba entonces don Luis Suero, comandante del batallón franco de la Patria, que dio enseguida ocasión á Palillos para que hiciera una horrible carnicería. Retirábase hácia el camino de Miguelturra, cuando el comandante Suero envió en su persecución una de las dos piezas de á cuatro que había en la capital, escoltada apenas por unos ochenta hombres, entre ellos varios nacionales. Llegó el cañón hasta la mitad del camino de Miguelturra, rodeado de tan heterogéneo refuerzo, y al primer disparo hecho sobre los carlistas, sucedió lo que era fácil haber previsto. Aguerrida y audaz la caballería de Palillos dio una vigorosa carga á las fuerzas contrarias, y aquella escolta falta de unidad, sin jefes propios, y aturdida con tan impetuoso é inesperado ataque, cedió un momento al espanto y fue perdida. En vano el desgraciado y bizarro teniente de Castilla, Lahera, quiso infundir su valor á los fugitivos; empezó la fuga y allí encontraron una honrosa muerte, no solo aquel valiente patriota, sino muchos otros que, decididos á vender cara su vida, hicieron frente al enemigo.
Muchos fueron acuchillados en el acto, y otros entre los que se encontraba el valiente joven don Antonio Puebla, hijo de un comerciante de la ciudad, fueron fusilados incontinenti, aunque pidió Puebla su rescate á peso de plata.
Palillos, después de haber sembrado el campo de cadáveres de aquellos desgraciados, y perseguido hasta las puertas de la ciudad á los pocos voluntarios nacionales que salieron á reforzar á sus compañeros de armas, tomó la dirección de Miguelturra, llevándose con el mayor entusiasmo el cañón, cuya inoportuna salida tantas desgracias había causado, y que por ser arma inútil para aquellos carlistas [que eran de caballería y una pieza de artillería les servía de estorbo], fue enterrado, hasta que le sacaron en Agosto siguiente las tropas de Narvaez.
Este desgraciado acontecimiento abatió, más de lo que estaba, el espíritu público liberal, y alentó el carlista; y sin la pronta llegada de las tropas que componían el ejército de reserva, los defensores de don Carlos hubieran dominado completamente el país, en el que tenían adeptos, por más que se hiciera creer lo contrario en Madrid […] Casi al mismo tiempo que Palillos sitiaba a Ciudad-Real, invadía Archidona, con ciento veinte caballos, los pueblos de las inmediaciones de Roda, robando y asaltando en los caminos las diligencias y fusilando á los nacionales que las escoltaban” (19).
El general Ramón María Narváez fue enviado a pacificar Ciudad Real, mientras Espartero operaba en el Norte, con el objeto de aplastar a los carlistas de esta provincia y de La Mancha. El “espadón de Loja” emprende una persecución implacable sobre los voluntarios de Don Carlos al mando de una considerable fuerza consistente “en un cuerpo de reserva en la provincia de Jaén, cuya base serían los batallones de la Milicia Nacional movilizados en las capitanías generales de Granada y Andalucía, y los cuerpos francos estacionados en las mismas que no fueran absolutamente indispensables para otros menesteres. Los quintos que aún quedaran en los depósitos, y los desertores aprehendidos, constituirían batallones provisionales, a los que se dotaría de los cuadros necesarios, completándose esta fuerza con el cuadro del batallón de marina de San Fernando. Estas tropas, puestas a las órdenes del brigadier Narváez, debían acabar con las facciones de Castilla la Nueva, y el 30 de octubre [de 1837] recibían una nueva organización, pues se incorporaban a las mismas los regimientos provinciales de Murcia, Sevilla, Ronda y Santiago, así como el tercer batallón de la brigada de artillería nacional de marina, los cuadros de seis batallones regulares, los cuartos escuadrones de la guardia real de caballería, y un par de baterías. Dotado de la correspondiente plana mayor, este ejército se subdividiría en 4 brigadas, 3 de infantería y una de caballería, cuyo jefe estaría a las inmediatas órdenes del gobierno. A principios de junio de 1838 comenzaron a llegar a La Mancha las primeras unidades, haciendo Narváez su entrada en Ciudad Real el día 13” (20).
El Ejército de Reserva de Narváez comenzó a operar a mediados de junio de 1838. Palillos atacó en Ballesteros, con ciento cincuenta de sus jinetes a la retaguardia de la segunda brigada de la división, siendo finalmente rechazado por el escuadrón de coraceros leales a Isabel. El día 29 cabalgó hasta Torrenueva, donde “quemó las eras y asesinó y cometió horrorosos excesos, ya que, gracias á la resistencia de los nacionales, no pudo enseñorearse del pueblo” (21).
Debido al implacable hostigamiento que las fuerzas liberales ejercían sobre las partidas carlistas en Castilla la Nueva y derrotados, huidos, presos o muertos muchos de sus jefes -entre ellos Francisco Rugero, que fue fusilado por orden de Narváez (22) en Almagro el 27 de agosto de 1838 a la edad de 50 años (23)- (Orejita, Calvente, Revenga, “el feo de Buendía”, Juan Calderón, “Bailando”, Giner, González alias “Gil”, “Cuentacuentos”, “Matalauva”, “el Apañado”, “Cuatrocuartos”, “el Bombi”, “Sin Penas” o “Chaleco”), la de Palillos se vio incrementada por los hombres dispersos que permanecían fieles a la causa carlista, escogiéndose los montes de Toledo como seguro refugio y tomando los pueblos cercanos como teatro de operaciones. Mientras tanto, Narváez recibe su nuevo nombramiento como capitán general de Castilla la Vieja (24), pero antes de abandonar su puesto a su sucesor el general Agustín Nogueras (25), resuelto a terminar con los carlistas en su jurisdicción militar declara un amplio “indulto á todos los carlistas y sus jefes que se presentasen, siempre que no tuviesen crímenes imperdonables” (26) (27).
A indulto se acogieron numerosos combatientes ya por cansancio, ya por no ver futuro en la causa que defendían, pero Palillos permaneció inquebrantable en su ideal en medio de un verdadero río de desafección y apostasía legitimista, enarbolando su rojo estandarte y así el 12 de noviembre, al mando de 200 jinetes, logró plantarlo en Ballesteros y dos días después en Fernán Caballero. Fue por estas fechas cuando los de la partida capturaron a un yerno del duque de Frías, ministro de Estado, pidiendo la importante cantidad de diez mil duros a cambio de su rescate (28).
Aunque la espada del cabecilla Rugero seguía alzada imperturbable a los adversos acontecimientos alrededor suyo, los mandos liberales ya seguros en su cercano triunfo escribían: “tenemos cogidos y presentados a más de mil facciosos. “Palillos” y su hijo errante por los montes, cogido su secretario que era su entendimiento, y no hay día que no se presenten lo menos 20 para arriba, que no se cojan 8 o 10 y tarde en que no se fusilen” (29).
Por ser ahora prácticamente la única partida leal a Don Carlos aún activa en La Mancha, el jefe carlista establece un concierto con las partidas aragonesas para prestarse ayudas mutuas de socorro y ataque. En una de estas incursiones a Aragón el 28 de noviembre, diecisiete jinetes fueron muertos entre las localidades de Perdernoso y Provencio. A mediados de diciembre el hijo de Palillos junto a cien hombres “al atravesar la provincia de Cuenca, acampó en un monte entre Enguidanos y Paracuellos; atacado por los granaderos á caballo de la Guardia real que mandaba el teniente Pozas, dejaron en poder de estos, caballos y efectos” (30) (31).
Los de Palillos ya sin su estandarte (32), aunque pudieron haber tenido otros, “atravesaron las sierras del Burgo y de Guadarrama, y los ríos Tajo, el Tietar y el Alberche, dejando la desolación en pos de su extensa huella. Para atajarles en aquellas terribles y rápidas correrías mandó nuevamente el capitán general de Castilla la Nueva inutilizar las barcas del Tajo; entreteniéndose en tanto Palillos en apoderarse de algunos destacamentos liberales, y desarmar a los que defendían los pueblos de Quijozna, Perales, el Viso de Illescas y otros inmediatos a la corte” (33). El 31 de diciembre atacaron Madrigalejo con 200 jinetes pero "16 hombres de su valiente milicia nacional, no solo resistieron á aquellos, sino que impidieron al enemigo el que pudiese dominar mas de la tercera parte del pueblo, el cuál se vengó incendiando 26 casas y saqueando otras en las que pudo entrar" (34).
El 8 de febrero de 1839 fueron atacados en Almonacid de Zorita por el teniente liberal Urrea Portillo, causándoles gran quebranto y dejando veinticinco muertos carlistas entre los que se encontraba el hijo mayor de Palillos, Zacarías Rugero "después de una larga y constante persecución logró darle alcance con 32 caballos en el pueblo de Almonacid de Zorita, siendo el resultado quedar muertos en el campo el mencionado Zacarías y 24 mas de los suyos, entre ellos algunos oficiales, quedando en poder de los vencedores 12 prisioneros, todos heridos, entre los que se contaba, y lo estaba mortalmente, el famoso cura de Malagón" (35).
"A la memoria de los hijos de Orgaz, sacrificados por la Partida de los Palillos ..."
Con el objeto de satisfacer su sed de venganza, Rugero, en los albores del día 25 de febrero, envía 180 jinetes mandados por Rito Flores a Orgaz, causando una verdadera sangría entre la población y los milicianos nacionales destacados en la villa, a cuyo frente estaba el capitán Ramón Perea. La historiografía liberal asegura que fueron un total de cuarenta y siete personas, civiles y militares -entre los que se encontraban veintitrés milicianos que fueron pasados a chuchillo-, las que murieron a manos de los voluntarios de la Partida, once individuos fueron retenidos y conducidos a Porzuna a cambio de canjes, y hasta una mujer, dijeron, fue violada. “A una honrada mujer, cuyo nombre no hace al caso, la violaron de la manera más horrible que imaginarse puede. Mientras cuatro la sujetaban, los demás, que eran en gran número, satisfacían su brutal apetito, dejándola exánime” (36).
Don Carlos, alarmado por los excesos que se estaban cometiendo en Castilla la Nueva, y deseando imponer el orden entre sus partidarios comisionó al general Cabrera acudir él mismo u otro de su confianza a esta región para organizarla. “Cabrera recibió en tanto una órden de don Carlos, en la que participándole el estado de desorganización en que se hallaban las fuerzas de la Mancha, le prevenía, por estar más en contacto con este país, que destinara un jefe de celo é instrucción que usando de política granjease los ánimos de los de aquellas partidas, las organizara é introdujera en ellas la disciplina.
Para darla cumplimiento hizo él mismo una atrevida excursión á estas provincias, consiguiendo su sagacidad que Amor [Bartolomé Amor, que interinamente sustituía al general Nogueras] no la evitara, á cuyo efecto hizo correr la voz de que iba á atacar de nuevo Villafamés, Caspe y Alcañiz: movió los aprestos de sitio, mandó recomponer los caminos, y mientras los liberales estaban á la expectativa, adelantó Cabrera dos jornadas. Cuando se reunían fuerzas para batirle, regresaba á Aragón con el botín cogido en Castilla” (37).
La llegada a tierras manchegas del general liberal don Trinidad Balboa supuso un nuevo hito de brutalidad, instaurando entre la población un auténtico régimen de terror, represión y guerra sin cuartel a todo lo que pudiera estar relacionado con el carlismo “publicando en su consecuencia el 25 de Agosto un bando riguroso, y por sus efectos horrible, inhumano que llevó al patíbulo inocentes víctimas, mujeres embarazadas, niños hasta de cuatro años; y tales horrores permitió impasible, que se resisten á la narración. Origen fue de terribles acontecimientos harto ruidosos, y bien amargos después para el mismo Balboa, á quién se formó, y á otros jefes, las causas que obran en el Archivo del Tribunal de Guerra y Marina" (38) (39).
A tal extremo de persecución se vieron sometidos Rugero y sus hombres por sus siempre arriesgadas acciones guerrilleras que los mandos liberales, frustrados en sus vanos intentos de apresarlo aún pese a tener la contienda decidida a su favor, se ensañaron con su anciana madre quienes la emplearon como víctima propiciatoria (40). Máximo García Ruiz (41) escribe: “El 11 de octubre del año 1839, en ese mismo sitio -inmediaciones de la puerta de Granada, en Ciudad Real- fue fusilada la inocente y anciana madre de "Palillos", a la edad de ochenta y un años, siendo tan heroica y edificante su apostura en el momento de ser fusilada que conmovió fuertemente a los espectadores y las últimas palabras que salieron de sus labios fueron para pedir al Redentor por sus verdugos». También fueron corrientes las represalias tomadas contra carlistas que pese a haber depuesto voluntariamente las armas se habían acogido a indulto, que no fue respetado, siendo fusilados sumarísimamente prescindiendo de cualquier fórmula legal “dando así comienzo a un régimen de terror, tanto contra los guerrilleros como contra sus posibles colaboradores, que sirvió para que buena parte de los carlistas se dispersaran” (42).
Lo cierto es que el hartazgo de tantos años de guerra sumado a la feroz amén de eficaz persecución del general Balboa y al convenio de Vergara (43) hizo notable mella en el ánimo y resistencia de los carlistas manchegos, inclusive en su “núcleo duro” representado por la Partida de Palillos “antes de finalizar Octubre se habían presentado unos setecientos hombres solamente en la provincia de Ciudad Real” (44).
Balboa, a comienzos de noviembre de 1839, emite una alocución (45) en la que relaja sus medidas represivas al considerar que el carlismo había sido finalmente sometido:
"Comandancia general de las provincias de Ciudad Real y Toledo.- Manchegos y toledanos: cuando cesan las causas tienen que desaparecer los efectos. Bajo de este principio y estando ya pulverizada la facción del ladrón y asesino Palillos, y éste huyendo espantado de estas provincias, os levanto la prohibición que os impuse en mi bando de 25 de Agosto último de no poder pasar a los montes que en él se expresaban, pues que mi fin era quitarle los inmensos recursos y auxilios que recibía de sus paniaguados.- Ansiaba con todo mi corazón que llegase este venturoso día para que pudieseis atender libremente a vuestras comunes necesidades y cuidar de vuestros respectivos intereses, que era el blanco de mi deber y de mi deseo: felizmente lo he conseguido.- Lo que os prevengo, y de su cumplimiento encargo bajo su responsabilidad a las autoridades civiles y militares, es que ninguno pueda transitar fuera de una legua de su pueblo sin llevar un pase que el punto donde se dirige, expresando la condición del viajero y el motivo de su salida, conminando al que faltare, al pago de diez ducados de multa, y si por ser pobre no pudiese, a un mes de prisión, y además a ser castigado según la parte de culpa que le resultare. Igualmente prohíbo que cualquier forastero pernocte en los pueblos, sin que el vecino que los reciba en su casa dé con anticipación parte de su llegada a la autoridad competente; y al que faltare se le pondrá en prisión, quedando a las resultas del delito que aparecer pueda en el culpado.- Estas restricciones son en beneficio de los vecinos honrados y de todo hombre de bien, que no tiene la penosa necesidad de ocultar su cara y persona a sus semejantes; solo el malvado, el delincuente no más es el que procura sustraerse de esta justa y de ningún modo gravosa providencia.- Hágase publicar y pregonar para inteligencia de todos."
Balboa formó una partida de “Seguridad Pública” integrada por excarlistas acogidos a indulto, cuya misión era la de combatir a sus antiguos compañeros de armas. El día 10 de noviembre se levanta el estado de sitio en las Provincias de Toledo y Ciudad Real, a excepción de algunos enclaves, y al día siguiente se emite otra alocución autocomplaciente “diciendo lo que [Balboa] había hecho y los buenos resultados que había obtenido” (46).
Terminada la Primera Guerra Carlista tras el abrazo de Vergara, una facción de la Partida continuó la práctica de operaciones guerrilleras al mando de Rito Flores, condenados a vagar por entre los montes y siendo perseguidos como a bandoleros.
Fue cogido este estandarte por los liberales a finales de 1838, remitido al Museo de Inválidos de Atocha por el Capitán General de Castilla la Nueva, ingresando en ese lugar el 16 de enero de 1839 (47).
Manuel González Simancas. "Banderas y Estandartes del Museo de Inválidos. Su Historia y Descripción", 1909
El estandarte es de seda carmesí, terminado en dos farpas cuyas puntas y vértice se han adornado con borlas doradas sumando tres, del mismo color gualdo que los flecos que la engalanan. Su anverso presenta bordado en oro, formando un rectángulo, el lema que rodeaba una imagen, hoy desaparecida (48), de la Virgen de los Dolores (Generalísima de los Reales Ejércitos de Don Carlos), que reza: “A D CARLOS V. DEFENSOR DE LA RELIJION Y LA LEJITIMIDAD”, bajo el cual se encuentre las siglas invertidas “A.L.V.D.L.M.” (ya que la “V” va superpuesta a la “M” podría tratarse de una invocación dedicada a la Virgen, como “A La Virgen María Dolorosa”); todo bajo corona Real. Completa la pieza una borla de hilo de oro para sujetarse a la vaina por medio de un cordón del mismo material. Mide 82 x 80 cm. Acompaña a la enseña una tarjeta del antiguo Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona con el siguiente texto manuscrito: “Bandera de Carlos V. <<Defensa de la Religión y de la Legitimidad>> 1834” (49).
Cartela del Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona
NOTAS
(1) Antonio Pirala Criado. “Historia de la Guerra Civil y de los Partidos Liberal y Carlista”. 3ª edición corregida y aumentada con la historia de la Regencia de Espartero. Ed. Felipe González Rojas. Madrid, 1889-1891. Tomo 1, pág. 206. También menciona A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág. 289 a un “Zacarías Rujero”, tratándose de un hijo de Vicente, que resultó muerto en febrero de 1839.
(2) También conocidos como los “Rujeros".
(3) George Borrow en su obra “The Bible in Spain” (1842), lo cita recurrentemente y en términos oprobiosos; valga esta muestra: “The one I liked least of all was one Palillos, who is a gloomy savage ruffian whom I knew when he was a postillion. Many is the time that he has been at my house of old; he is now captain of the Manchegan thieves, for though he calls himself a royalist, he is neither more nor less than a thief: it is a disgrace to the cause that such as he should be permitted to mix with honourable and brave men; I hate that fellow, Don Jorge: it is owing to him that I have so few customers. Travellers are, at present, afraid to pass through La Mancha, lest they fall into his hands. I wish he were hanged, Don Jorge, and whether by Christinos or Royalists, I care not."
Otro visitante foráneo a la españa de la época, esta vez francés, Teofilo Gautier, también queda impresionado por lo que en Madrid se cuenta de Palillos: "Balmaseda, Cabrera, Palillos y otros cabecillas más o menos célebres se hallan constantemente sobre el tapete. Se dice de ellos cosas que estremecen, crueldades tan terribles que hoy no pueden considerarse ni siquiera aceptables por los caribes o los cherokas". "Viaje por España". Ed. Mediterráneo, S.A. Madrid, 1944. Pág. 86.
(4) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág. 15
(5) Por su interés reproducimos el comentario que el historiador liberal D. Antonio Pirala dedica a las partidas legitimistas de Castilla la Nueva, indudablemente redactados desde la íntima aversión que el narrador sentía por el combate de partidas –herederas en el arte de guerrear de los guerrilleros que combatieron a los franceses durante la Guerra de la Independencia dos décadas antes- y que han condicionado adversamente el posterior juicio historiográfico sobre estos voluntarios carlistas, “Historia de la Guerra Civil”, tomo 2, pág. 146. “La guerra continuaba en Castilla con el mayor desorden, y el país se veía asolado, por las numerosas partidas que vagaban indistintamente por montes y llanos. Sus operaciones se reducían á invadir y sorprender pueblos pequeños, hacer exorbitantes exacciones de todo género, y evadir, eso sí, el encuentro de las columnas destinadas á su persecución. Aumentaban su gente con desertores, quintos, criminales y jornaleros desocupados, y el que tenía algún dinero ó mostraba más osadía, se erigía en jefe de un pelotón de hombres que, por temor al castigo y vivir más a sus anchas, se titulaban carlistas.
El perdido, el desesperado, el que había satisfecho ó deseaba satisfacer una venganza, el perseguido por la justicia, todos estos corrían á engrosar estas partidas independientes a toda autoridad, que lo mismo defendían á Carlos que lo hubieran hecho a Isabel, si en esta causa no se hubieran de someter á la disciplina y pudieran tratar á los pueblos invadidos como á país conquistado.
Así se comprende aquella multitud de partidarios, sin que la muerte de unos, arredre á otros á llenar el vacío que dejaban. Peco, Doroteo, Jara, La Diosa, Revenga, Paulino, Zamarra, Chaleco, el Rubio, el presentado, Tercero, Cipriano, Corulo, Herencia, Palillos, Orejita, Parra, el Arcipreste, el Apañaso, Matalahuga, Escarpizo, Sánchez, Blas Romo y otros no menos dignos, casi todos los alias, cuyos motes eran su mejor apología, sostenían la guerra, si tal puede llamarse el sistema de feroz vandalismo y depredaciones con aquel aluvión de partidas, asolaban cual verdaderas plagas los territorios donde caían. Bermudez, y algunos otros partidarios decentes obraban de distinto modo.
Argués, Cuero, Algodor, Villamudas, Puebla Nueva y otros pueblos, son elocuentes testigos de los crímenes atroces de aquellos bandoleros, terror del pacífico habitante, del infeliz arriero, á quienes retenían, como á los viajeros y ganados, y cuanto caía en sus garras, hasta recibir el precio escandaloso á que ponían la vida y libertad de sus presas, maltratando á los retenidos, y asesinando á muchos lentamente, aun después de recibir su rescate. Bloqueados los pueblos, nadie se atrevía a salir, ni salían las yuntas, ni los ganados, ni continuó el tráfico, y arruinados en su aislamiento, era horrible su desesperación.
Desastres sin cuento en la carretera de Andalucía y Valencia, obligaron, á fin de reanudar el interrumpido tránsito, á darle una forma especial haciéndole periódico para poder protegerle. Eran tantos los bandidos y tan desalmados, que los convoyes exigían fuerzas considerables. Fuera del momento de su tránsito, nadie se atrevía á pasar la primera de las comunicaciones. ¡Desgraciado del que lo hacía! Y ni fueron respetados los convoyes, ya que por el aliciente que ofrecían a los malvados, ya por la extensa línea, que presentaban á sus rápidas correrías.
Tan pronto estaban en Despeñaperros, como en Aranjuez, donde robaron en una ocasión la mayor parte de la real yeguada.
La persecución de tantas y tan bien montadas partidas, era imposible con el escaso número de tropas de que podía disponer el gobierno, y con el auxilio que les ofrecían los celebrados montes de Toledo. Por esto la mayor parte de los pueblos, sin elementos para defenderse, y no conformándose, aleccionados por la triste suerte de otros, con el papel de víctima, transigían con los carlistas y les servían, en cambio de su seguridad”.
Aún peor si cabe es el juicio sobre estas partidas carlistas emitido por carta al Rey del general carlista Don Basilio García, bajo cuyas órdenes participó Palillos en su expedición: “Las tropas de Aragón, cobardes e insubordinadas, huyen a la vista del enemigo, atropellan y roban cuanto encuentran. Las fuerzas de la Mancha son aún peores, sus jefes, oficiales y soldados, no son más que unos facinerosos….Prefiero la muerte a tener a mis órdenes semejantes forajidos que no conocen religión ni rey; son ladrones y nada más”. La opinión de Pirala con respecto a don Basilio también deja mucho que desear: “Mas para desgracia de los carlistas, allí [en el campo carlista], como en los demás partidos, prevalecían las opiniones más halagüeñamente presentadas; lucíase el más lenguaraz y petulante, el que más blasonaba de entendido y el que prometía ventajas y hazañas, que era incapaz de conseguir. No importaba que los antecedentes y los hechos desmintiesen las falsas promesas; hubiera en el cuartel real quien apoyase las baladronadas, y esto era bastante. Parecía, pues, que desde el fallecimiento de Zumalacarregui, los hombres que él había despreciado más, eran los más aptos y que á ellos se confiaba la salvación de la causa. Don Basilio Antonio García, á quien sus hechos habían desprestigiado, que tenía fama de audáz en la intriga, de tímido al frente del enemigo, de educación tosca, lenguaraz, estimaba en poco á toda persona de educación y no tenía reparo en ajar públicamente á los que sabía no podían contestarle”. (A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 2, pág. 954)
Tan negativo juicio ha de ser forzosamente contrastados con otras fuentes, y así Von Goeben narra: “Estas partidas fueron acusadas por unos y otros de procedimientos poco humanos e impropios de su calificación de carlistas, porque sacrificaban sin miramientos a los enemigos que caían en sus manos. Pero en ello hacían bien. ¿Cómo podían proceder de otra manera aquellos hombres que, porque eran los más débiles, habían sido excluidos por los adversarios de los beneficios de todo Tratado [convenios Elliot y el de Segura], que veían matar, arrasar, aniquilar todo cuanto les pertenecía y les era allegado? He referido antes con que crueldad intentaron aplastar los cristinos el levantamiento en estas provincias; después de hechos tan horrorosos no podían esperar indulgencia jamás. No, cuando aquellos hombres de las partidas, que habían sido arrastrados a la desesperación, se vengaban de los liberales pasándolos a sangre y fuego, los trataban con toda justicia y cumplían su deber; pues en tal sazón la indulgencia y el perdón se hubieran convertido en despreciable debilidad, que habría llevado consigo inevitable ruina.
Pero se deshonraron a sí mismos al extender su furia vengativa fuera de los infames que la habían provocado. Los carlistas, esto es, los hombres que luchaban honrosamente en los ejércitos regulares por el sostenimiento de los derechos de su Rey, no querían, naturalmente, conceder ese título a aquellas cuadrillas de la Mancha”.
Más ecuánime a la hora de juzgar a Palillos nos parece la opinión de Alfonso Bullón de Mendoza quien en su “La Primera Guerra Carlista”, pág. 448, desmonta la extendida opinión que Palillos eran meros bandidos: “En opinión de Asensio Rubio [María Manuela Asensio Rubio, “El carlismo en la provincia de Ciudad Real 1833-1876”, Diputación Provincial de Ciudad Real, 1987], el carlismo en La Mancha cuenta con el apoyo de un sector mayoritario de la población en el cual encontramos a miembros del poder civil (jueces y alcaldes), al clero secular y regular, que se levanta desde un primer momento tomando parte en las partidas y una amplia base popular integrada por las clases sociales menos favorecidas, destacando la presencia de <<campesinos, carpinteros, herreros, arrieros, carreteros, sastres; y con gran frecuencia también bandoleros y asaltadores, de entre los cuales adquirieron gran notoriedad en la época los llamados "Orejita" o los hermanos "Palillos">>. Sin embargo, y aún prescindiendo de la consideración de bandoleros que se da a algunos de los principales jefes carlistas, tomada sin duda de la historiografía liberal, pero evidentemente falsa en el sentido de que ésta no había sido su forma usual de vida durante la década anterior a 1833, la obra carece de una base documental que acredite debidamente estas hipótesis, o la conclusión final según la cual la guerra en la Mancha es la respuesta dada por los grupos sociales más bajos y deprimidos, apoyados por algunos sectores privilegiados, contra un orden social que los marginaba y empobrecía”.
(6) Flinter estuvo destinado en Puerto Rico donde pudo observar como la forma de esclavitud de personas de raza negra en la América española era, a su juicio, la más acertada -en las colonias británicas y francesas se habían dado pasos para humanizar su situación-, y aunque se autodeclara "contrario a la esclavitud" en su escrito, aboga por una perpetuación de la forma aplicada por España, dilatando en el tiempo lo máximo posible la emancipación de los negros. "Yo me hubiera abstenido de publicar parte alguna de mis trabajos y opiniones, á no haber sido por la espantosa tendencia de los últimos reglamentos promulgados en las islas inglesas y francesas de la India Occidental para mejorar la condición de la población de esclavos. El número de vidas y la cuantiosa propiedad que se han sacrificado en Jamaica á causa de estas leyes formadas en mi humilde juicio con demasiada precipitación, y decretadas intempestivamente, la consternación y desaliento de los habitantes blancos, y la peligrosa situación en que han sido puestas todas las colonias de la India Occidental por estas destempladas medidas [...] Las suaves leyes por que son gobernados en esta isla, y los efectos que el humano tratamiento causa en la conducta moral de los esclavos africanos, son objeto de una particular atención [...] Los habitantes blancos que tengan la dicha de escapar de la venganza de los negros, tendrán razón para maldecir la luz de aquella ciencia que guió al inmortal Colón por la jamás hollada espalda de un océano desconocido al descubrimiento del mundo occidental.
Los que abogan por la inmediata é impropia emancipación de los esclavos, sin prepararlos primero para ese cambio por medio de una educación proporcionada y de prudentes y lentos progresos que los vayan sacando de la vida salvaje hácia el trato social, no han leído o no se acuerdan de la historia reciente de Santo Domingo". Jorge D. Flinter. "Exámen del estado actual de los esclavos de la isla de Puerto Rico bajo el gobierno español: En que se manifiesta la impolítica y peligro de la premura emancipación de los esclavos de la India Occidental, con algunas observaciones sobre la ruinosa tendencia de una reforma imprudente y de los principios revolucionarios hácia la prosperidad de las Naciones y Colonias. Nueva York, 1832.
Jorge (George) Flinter nació en Irlanda, comenzando su carrera militar sirviendo en el Ejército británico. Prestó destacados servicios a Fernando VII en la lucha contra los independentistas americanos, pasando a servir al Ejército español con el grado de teniente coronel. Participó en la 1ª de las Guerras Carlistas a favor de la pequeña Isabel. Capturado por Cabrera, éste se niega a fusilarlo por considerarlo un valiente. Una vez fugado, es ascendido a brigadier en 1836. Flinter fue acusado de robar y saquear en Toledo, cargos a los que prestó atención el ministro conde de Ofalia. Acabó este personaje con su vida, cortándose él mismo el cuello con una navaja de afeitar.
Datos extraídos de "Irlandeses en la Historia de España, de Francia, de las Dos Sicilias, de Austria, de Rusia", de Eusebio Ballester y Sastre. "Revista Hidalguía" nº 223, correspondiente a noviembre-diciembre de 1990. Instituto Salazar y Castro. Madrid, 1990. Págs. 883-884.
(7) "Este niño llamado Francisco Martín, hijo de un carlista, fué preso en represalias, y comprendido en el sorteo le tocó el número fatál. Todos se interesaron por él en el pueblo de Fuente el Fresno, é inútilmente, y el 4 de julio de 1840, fué conducido ál suplicio, llevándole de la mano un soldado de los que formaban el piquete para fusilarlo. Triscaba como inocente corderillo la tierna criatura creyendo le llevaban á jugar ó á paseo y decía:
-Me compraréis unas naranjas y tostones, y no me haréis pupa, ¿no soldaitos? ¿ni á mi padre ni madre tampoco?...
Lloraba el militar que le conducía, los que formaban el cuadro no podían contener la emoción y el piquete que había de hacer la descarga temblaba á la vista de tan inocente é inhumano sacrificio. Afectados todos, y sin quererse desprender el niño de su lado, que á todos hablaba y con todos quería jugar, enternecido el mismo jefe, echó a rodar una naranja y tostones, corrió aquel angel á coger el cebo de su muerte y le hicieron una descarga cayendo á tierra á impulso de las balas que traspasaron su vientre, saliendo de aquellas cruentas heridas parte de las tripas y entrañas. Los espectadores horrorizados las vieron sostener con sus inocentes manos al niño que exclamó:
-No matar, no hacerme pupa... y se dirigía hacia los soldados que obedeciendo los nuevos mandatos amenazantes del jefe que dirigía el piquete, volvieron á descargar temblando las mortíferas armas, y al fin le remataron". A. Pirala. "Historia de la Guerra Civil". Tomo 3, pág. 290.
(8) Pío Baroja. “La Nave de los Locos”. Ed. Caro Raggio. Madrid, 1980. Págs. 283-285.
(9) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 1, pág. 206
(10) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 2, pág. 150
(11) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 2, págs. 150-151
(12) D. R. Sánchez. "Historia de Don Carlos y los principales sucesos de la Guerra Civil de España. Imp. de Tomás Aguado y Compañía. Madrid, 1844. Tomo I. Pág. 313.
(13) Javier de Burgos. "Anales del Reinado de Isabel II. Obra postuma". Est. Tipográfico de Mellado. Madrid, 1851. Tomo IV. Pág. 99.
(14) "Eco del Comercio", 11 de septiembre de 1837.
(15) Barón Guillermo Von Rahden. "Andanzas de un veterano de la Guerra de España (1833-1840)". Prólogo, traducción y notas José María Azcona y Díaz de Rada. Institución Príncipe de Viana. Diputación Foral de Navarra. Pamplona, 1965. Pág. 159.
(16) Alfonso Bullón de Mendoza. “La Primera Guerra Carlista”. Ed. Actas, Madrid, 1992, pág.313
(17) A. Bullón de Mendoza. “La Primera Guerra Carlista”, pág. 315
(18) Román Oyarzun. "Historia del Carlismo". Ed. facsímil. Editorial Maxtor. Valladolid, 2008. Pág. 111.
(19) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, págs. 109-110
(20) A. Bullón de Mendoza. “La Primera Guerra Carlista”, pág. 335
(21) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil. Tomo 3, pág. 111
(22) "Historia General de España, la compuesta, enmendada y añadida por el Padre Mariana, con la continuación de Minana completada con todos los sucesos que comprenden el escrito clásico sobre el Reinado de Carlos III, por el conde de Floridablanca, la historia de su levantamiento, guerra y revolución, por el conde de Toreno, y la contemporánea hasta nuestros días por Eduardo Chao". Biblioteca Ilustrada de Gaspar y Roig. imprenta y librería de Gaspar y Roig, editores. Madrid, 1853. Tomo III. Pág. 412.
(23) "Eco del Comercio", 4 de septiembre de 1838.
(24) A. Bullón de Mendoza apunta que este nombramiento se debió a los celos despertados en Espartero ante los éxitos cosechados por Narváez en La Mancha.
(25) En febrero de 1836 Nogueras había dado la orden de fusilamiento de la madre de Cabrera, Dña. María Griñó, que se consumó el día 16 de febrero, en Tortosa.
(26) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág.118
(27) Narváez llevó consigo a su ejército, haciéndolo desfilar frente al Palacio Real de Madrid el 10 de octubre, y siendo recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando por la formación y organización del cuerpo de reserva y la pacificación de la Mancha.
(28) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág. 187
(29) A. Bullón de Mendoza. “La primera Guerra Carlista”, pág. 384
(30) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3. Pág. 115
(31) Creemos no es demasiado arriesgada la hipótesis que el estandarte aquí publicado fuera cogido por los liberales en esta acción, ya que un mes después, el 16 de enero de 1839 fue remitida a la Real Basílica de Atocha como destacado trofeo de guerra.
(32) Como figura en su catalogación, el estandarte fue remitido a la Real Basílica de Atocha por el capitán general de Castilla la Nueva con fecha de 16 de enero de 1839.
(33) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág.116.
(34) Pascual Madoz. "Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones en Ultramar". Imp. D. José Rojas. Madrid, 1848. Tomo XI. Pág. 11.
(35) "Panorama Español, Crónica contemporánea. Obra pintoresca", por "una reunión de amigos Colaboradores". Imprenta del Panorama Español. Madrid, 1845. Tomo IV Pág. 145.
(36) “Breve reseña que el Ayuntamiento de la Muy Noble, Leal y Antigua Villa de Orgaz hace de las víctimas inmoladas por la facción Palillos el día 25 de Febrero del año 1839”.- Toledo. Imprenta Escuela Tipográfica y Encuadernación Colegio de María Cristina. 1906
(37) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág. 265
(38) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág. 290
(39) "El Labriego", en su nº 37, correspondiente al 15 de agosto de 1840, publica en su página 261 la noticia: "Se asegura que el jeneral (sic) don Trinidad Balboa ha desaparecido de Madrid donde parece había órden de prenderle á consecuencia de la causa formada por el tribunal de guerra y marina, sobre su mando en la Mancha. A estas horas se le supone ya en Gibraltar".
El periódico político "El Labriego" fue fundado en 1840, dirigido por D. José García de Villalta e impreso en Madrid por Francisco de P. Mellado.
(40) Tal y como ya había ocurrido antes con María Griño, madre del general Cabrera y la posterior represalia de éste sentenciando a la pena capital a otras cuatro señoras en los tristemente recordados fusilamientos de Valderrobles.
(41) Máximo García Ruiz. "Diario de un médico, con los hechos más notables ocurridos durante la última guerra civil en las provincias de Toledo y Ciudad Real”, Madrid, Imp. T. Aguado, 1847, 2 volúmenes.
(42) A. Bullón de Mendoza. “La Primera Guerra Carlista”, pág.336
(43) Se firmó el convenio de Vergara el 31 de agosto de 1839
(44) A. Pirala “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3, pág. 291
(45) En contraposición al bando publicado el 25 de agosto en el que prometía duras penas para los carlistas y los que los apoyasen.
(46) A. Pirala. “Historia de la Guerra Civil”. Tomo 3. Pág. 292
(47) Manuel González Simancas. "Banderas y Estandartes del Museo de Inválidos. Su Historia y Descripción". Sucesores de Rivadeneyra. Madrid, 1909. Pág. 146.
Desapareció del Museo de Inválidos de Atocha, sin saberse cómo, entre los años 1839 -cuando ingresa- y 1843 -el inventario realizado en ese último año ya no lo menciona-. Reapareció en el Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona abierto en 1940, para pasar a formar parte de la colección Baleztena al cierre de éste en 1965.
El “Semanario Pintoresco Español”, en su número de 21 de abril de 1839, da noticia de la reciente creación por del “Museo de Banderas” en Atocha: “El antiguo y venerable templo de Nuestra Señora de Atocha dignamente restaurado y enriquecido con sus preciosos altares y hermosos cuadros, se halla de nuevo restituido al culto, y en su principal trono está ya colocada la celebrada Imagen, objeto de veneración del pueblo madrileño. Campean gallardamente dispuestas en los machones de la fábrica las gloriosas banderas, trofeos de las antiguas glorias nacionales; el pendón inmortal de don Juan de Austria, los de las órdenes mIlitares, los de los tercios flamencos, y los tenidos en otro tiempo en la superficie de los mares. Allí como estímulo de gloria y de virtud, como tributo de reconocimiento al Dios de los ejércitos, reposan aquellas brillantes páginas de nuestra historia nacional, custodiadas por los que con su propia sangre escribieron en ellas algunas líneas más; y allí, en la casa del Altísimo, un pueblo entero presta el homenaje de su adoración al que dispone las victorias y premia los altos hechos de valor y patriotismo”.
Basílica de Ntra. Sra. de Atocha, Madrid (foto realizada en el S. XIX)
(48) Debido a que en su acta de ingreso en Atocha, fechada el 16 de enero de 1839, se describe como "Estandarte dedicado á la Virgen de los Dolores", es obvio que en el espacio central que está rodeado por la leyenda “A D. CARLOS V. DEFENSOR DE LA RELIJION Y LA LEJITIMIDAD” -donde se observa un cerco producido por puntadas de aguja que mide 27 x 19 cm.-, iba cosida al paño una imagen de la Virgen de los Dolores. Lo que desconocemos es su iconografía exacta, ya que a la Dolorosa se le ha representado de múltiples maneras, y el tipo de soporte empleado.
(49) Lleva el estandarte prendido en su tela una etiqueta del desaparecido Museo de Recuerdos Históricos de Pamplona –donde estuvo expuesto en la denominada “Sala de la Legitimidad” (Dolores Baleztena, “Museo Histórico de Pamplona”, pág. 16)- con el texto manuscrito “Bandera de Carlos V. <<Defensa de la Religión y de la Legitimidad>>. 1834”, lo cual nos conduce irremediablemente a la conclusión que en ese Museo no supieron catalogarlo correctamente, no vinculándolo con la Partida de Palillos.
Fue este vexilo estudiado por vez primera por Luis Sorando, quien cotejando el estandarte y sus características con el libro-catálogo "Banderas y Estandartes del Museo de Inválidos. Su Historia y Descripción" (1909), descubrió que se trataba del estandarte de la Partida de Palillos, y así fue publicado en el catálogo editado con motivo de la exposición comisariada por Alfonso Bullón de Mendoza, "Las Guerras Carlistas", celebrada en el madrileño Museo de la Ciudad (mayo-junio de 2004).
Publicado por carlismoenlared en 02:27 0 comentarios
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