Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.
El Rey Carlos VII y la Fiesta del 10 de Marzo
El Duque de Madrid dirigió a la Prensa carlista el siguiente documento autógrafo, con motivo del primer año de la fiesta de los Mártires de la Tradición, que fue publicado el 10 de marzo de 1896:
“Que la conmemoración de nuestros Mártires no se limite a satisfacer una necesidad del corazón y una deuda de gratitud.
Sirvan las sagradas memorias de los que en nuestros tiempos han sucumbido luchando heroicamente, primero contra el capitán del siglo (Napoleón), y después por los fueros de Dios, del Rey y la Patria, para mantener el verdadero amor a España en los que hoy pelean y mueren en Cuba bajo la bandera que simboliza uno de nuestros ideales. Y su recuerdo infunda en todos nosotros, los que aspiramos a continuar su obra, la fe y la resolución de proseguirla hasta el fin, ofreciéndonos como ellos, cuando el caso se presente, a la muerte, lo mismo si hemos de arrostrarla en los campos de batalla, que en las tristezas de la miseria o del ostracismo.– CARLOS.
Palacio Loredán, 28 enero 1896”.
En el hermoso documento institucional de una fiesta nacional en honor de los Mártires de nuestra Bandera, la gran figura católica y española que fue el Rey Carlos VII, decía a su Jefe Delegado, señor Marqués de Cerralbo, cosas tan sentidas como éstas, expresión fiel de lo que sentía su noble corazón:
“¡Cuántas veces encerrado en mi despacho, en las largas horas de mi largo destierro, fijos los ojos en el Estandarte de Carlos V, rodeado de otras 50 Banderas, tintas en sangre nobilísima, que representan el heroísmo de un gran pueblo, evoco la memoria de los que han caído como buenos, combatiendo por Dios, la Patria y el Rey!
Los Ollo y los Ulíbarri, los Francesch y los Andéchaga, los Lozano, los Egaña y los Balanzategui, nos han legado una herencia de gloria que contribuirá, en parte no pequeña, al triunfo definitivo que con su martirio prepararon.
Y al fin, cada uno de esos héroes ha dejado en la historia una página en que resplandece su nombre. En cambio, ¡cuántos centenares de valerosos soldados, no menos heroicos, he visto caer junto a mí, segados por las balas, besando mi mano, como si en ella quisieran dejarme con su último aliento su último saludo a la patria! ¡A cuántos he estrechado sobre mi corazón en su agonía! ¡Cuántos rostros marciales de hijos del pueblo, apagándose en la muerte con sublime estoicismo cristiano, llevo indeleblemente grabados en lo más hondo de mi pecho, sin que pueda poner un nombre sobre aquellas varoniles figuras!
Todos morían al grito de ¡Viva la Religión!, ¡Viva España! y ¡Viva el Rey!”.
Así era Don Carlos de Borbón para los suyos: para su gran familia de leales. ¡Bendita sea su memoria en el recuerdo y en nuestras oraciones!
FCO. LÓPEZ-SANZ
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