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Tema: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/1971

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  1. #1
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/1971

    Aprovechando que este Domingo se celebra el Día de los Mártires de la Tradición, y teniendo en cuenta que dentro de 2 años se cumplirá el 125º aniversario en que se viene conmemorando esta Fiesta ininterrumpidamente, he creído que podría ser oportuno reunir en este hilo los artículos que, con motivo del 75º aniversario de la Fiesta, se publicaron en el diario El Pensamiento Navarro, en torno al día 10 de Marzo de 1971.

    Todo ello sin perjuicio de que puedan traerse, en próximas ocasiones (D. m.), nuevas recopilaciones de artículos de otros años, de los cuales está llena la rica bibliografía legitimista.

  2. #2
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 9 de Marzo de 1971, página 3.



    Los Mártires de la Tradición y el progresismo

    Por Manuel Ribera


    Otra vez la fecha augusta del 10 de marzo nos enfrenta con la institución que el Rey Carlos VII designó para recordar a los Mártires de la Tradición. Fecha que está enlazada con el aniversario de Carlos V, el primero de la Dinastía carlista que se batió contra el liberalismo. Pero toda la historia del tradicionalismo, por encima de pequeñeces y personalismos, es una “lucha gigantesca sostenida contra la revolución por la verdadera España durante nuestro siglo”, como dijo Don Carlos en su carta al Marqués de Cerralbo, en 5 de noviembre de 1895. Y cada año debe renovarse el sentido del 10 de marzo. No como nostálgicos, convertidos en estatuas de sal, con la cabeza vuelta hacia el pasado, desconectados del presente y del futuro. Carlos VII pensaba en la juventud, en la perennidad de España. “Estímulo y ejemplo a los jóvenes” y para que “mantengan vivo en ellos el fuego sagrado del amor a Dios, a la Patria y al Rey”, eran los objetivos que nuestro Rey marcaba para siempre en esta sagrada conmemoración.


    ¿EXISTE EL INTEGRISMO?

    El carlismo es esencial porque cuida de la esencia de España. Como es perenne e interminable la lucha revolucionaria contra los ideales sagrados encarnados en Dios, la Patria y el Rey, nuestro trilema glorioso y sintetizador de la mejor teología, historia y sentir del pueblo español. Pero hoy la revolución tiene un nombre y un contenido específicos. Hoy la revolución anticristiana y antinacional se llama simplemente el progresismo. Me sé de sobras que cuando se habla de progresismo, gente corta y simplona lo contrapone al “integrismo”. Hablando con rigor teológico e histórico, el “integrismo” que muchos se figuran, no existe. Lo que existe es el progresismo. Para fines dialécticos se ha creado este fantasma del “integrismo”, porque es más fácil decir que se ataca al “integrismo” a decir que se ataca a la fe, la moral y el dogma cristiano. Pero, ciertamente, en el magisterio eclesiástico de los Papas, nadie nos podrá mostrar una encíclica condenando el “integrismo”. Como se puede presentar el “Syllabus” de Pío IX, la “Pascendi” de San Pío X, la “Humani generis” de Pío XII, y la expresa condenación de Pablo VI al progresismo nombrándole como tal. Quizá podrán existir personas que tengan formas antipáticas en la defensa de la fe, cristianos que recorten la integridad de la fe que debe proyectarse a la vida social a un “integrismo” concretado sólo a la piedad y a la fe, con evidentes secuencias angelistas. Pero estas deformaciones o visiones incompletas de la fe católica no pueden compararse a la malignidad sustancial y totalitaria que tiene el progresismo.


    ¿QUÉ ES EL PROGRESISMO?

    El progresismo es “una contaminación doctrinal de algunos medios cristianos por ese fenómeno capital de nuestro tiempo, que es el comunismo”, como lo define Bruno de Solages. O cae en el progresismo “todo hombre que, impedido por unas razones personales de dar al partido comunista una adhesión oficial y total, no queda por ello menos persuadido de la excelencia intrínseca y de la victoria inevitable del comunismo, y que, en consecuencia, se preocupa de hacer coincidir sus actitudes económicas, políticas y sociales con las de la URSS y de los partidos comunistas nacionales”, como decía Joseph Folliet. Pío XII, en 1954, denunciaba el gravísimo error de “pretender que se reconozca como verdad histórica el carácter colectivista del comunismo en el sentido de que también él corresponde a la voluntad de Dios”. Y en este progresismo, que ha tenido diferentes versiones, ya en el terreno teológico, ya en el apostólico, ya en lo político-social, se encuentra el enemigo peor de la Iglesia, del pueblo cristiano, del apostolado católico, de la tradición, y de la sociedad interpretada según el derecho cristiano con sus funciones de subsidiaridad y reconocimiento de los fueros de las regiones.


    PABLO VI LO DEFINIÓ

    Pablo VI, de una manera exhaustiva y definitiva, marginó del lenguaje católico y de la propia Iglesia a todo el progresismo. En su mensaje a los milaneses en 15 de agosto de 1963 afirmó rotundamente:

    “La fe de San Ambrosio, la herencia de San Carlos, el esfuerzo apostólico de los últimos arzobispos, aparece comprometido no tanto por el uso natural del tiempo, sino también por algún cambio radical e irresistible que sustituye a la concepción de vida de nuestro pueblo una otra concepción que sólo se puede definir con el término ambiguo de progresista. Ella no es más ni cristiana ni católica”.

    Evidentemente, según las palabras pontificias, el progresismo no es cristiano ni católico. Luego un carlista, un tradicionalista, jamás podrá pactar con el progresismo. Es de una ignorancia inconcebible o de una malicia luciferina admitir en el seno del carlismo el progresismo, ya manso, ya avanzado. Y parangonarlo con lo que se ha llamado “integrismo”, que no existe más que en la imaginación y la dialéctica del marxismo para entablar la lucha de clases dentro del seno de la Iglesia.


    LA REVOLUCIÓN SIEMPRE INTENTÓ DENIGRAR AL CARLISMO

    Claro que a los carlistas fieles a la doctrina que desde Carlos V ha mantenido siempre la Dinastía Legítima y los pensadores de la tradición, se les apellidará para denigrarlos como integristas dramatizantes y energúmenos. También a nuestros antepasados, que luchaban por la libertad cristiana y los fueros, los centralistas, los listos que se enriquecieron con la desamortización, los bien hallados con los poderes constituidos aupados por la masonería y lo más podrido de Europa, les estigmatizaban llamándoles absolutistas, ultramontanos, cerriles y otros adjetivos y eructos propios de la fauna liberal. Pero todos sabemos que no ha existido otro absolutismo ni otros enemigos de la libertad cristiana que los poderes liberales, ya conservadores, ya tecnócratas, ya claramente marxistas, aspirantes al dominio mundial y al rasero de las legítimas libertades en aras de la europeización y otras martingalas tiránicas y antinaturales.


    “NO IMPORTA”

    Los Mártires de la Tradición, el pueblo carlista, por definición y fidelidad a tanta sangre y sufrimientos vertidos, a estas horas nos alertan contra el peligro progresista que tantos estragos ha hecho y hace en la Iglesia de Dios y también en nuestras filas. Nada ni nadie nos puede desaminar en esta lucha en que nos encontramos solos, sin medios materiales, mientras el capitalismo sinárquico y el marxismo mundial quieren estrangular nuestra fe y lealtad. No importa. El carlismo nunca se ha apoyado en los poderes del dinero, de la fuerza y de la propaganda. Y en una fecha como el 10 de marzo hay que recordarlo. El carlismo ha sido y es pueblo. “De esos, de los desheredados de la fortuna; de los que carecieron de un pedazo de pan que llevarse a la boca y de un brazo amigo en que apoyarse; de los que después de atravesado este valle de lágrimas haciendo bien, como su Divino Maestro, no encontraron, quizá, ni un pedazo de tierra en que descansaran sus cuerpos en esta bendita y amada tierra española, por cuya libertad peleaban; de esos, de los pobres y los humildes, es principalmente la fiesta del 10 de marzo”, decía el Conde de Doña Marina. Que sean progresistas los falsos teólogos, los apóstatas, los que se venden al mejor postor, los perjuros a testamentos augustos, los protervos que engañan a multitudes, los que están conectados con las altas finanzas y hombres fuertes de la masonería, aunque con piel de oveja, a veces, lo disimulen con palabras desfiguradas del Concilio Vaticano II y lemas carlistas.


    LO MÁXIMO QUE PUEDE LLEGAR ES EL MARTIRIO

    Pero los que saben que el carlismo es primordialmente vocación a vivir la fe católica en privado y en público, en lo familiar y en lo social, en lo filosófico y en lo político, en lo nacional y en el derecho foral, en las relaciones con la Santa Sede y en política internacional, a la intemperie y resistiendo vientos y borrascas de todos los meridianos, debemos mantener el tesoro de nuestra doctrina, pase lo que pase. Lo máximo que puede llegar es el martirio. Mella nos decía, en 25 de julio de 1908, en Zumárraga:

    “Si Dios lo premia todo, ¿cómo ha de olvidar a este pueblo carlista que le ofrece el ánfora hermosa de sus trabajos por Él, ánfora llena de sus lágrimas, de su sangre, que tres generaciones han derramado, y que la levanta como un cáliz purísimo ante Dios, diciendo: ¡Señor!, en los días funestos en que todos te escarnecían, en que tenías sed y nadie aplicaba a tu boca ni una gota de consuelo, el partido carlista te proclamó, te dio su sangre y su vida y te fue fiel hasta el martirio?”.

    Los Mártires de la Tradición nos emplazan a seguir su combate contra el mismo enemigo que combatieron, que hoy es exactamente el progresismo. Nadie lo puede avalar dentro del carlismo. El solo hecho de querer aceptarlo como un ingrediente más, ya significa el divorcio total con sus ideales. Por esto el 10 de marzo es día de decisiones. La evocación de los Mártires de la Tradición, o sea, la fidelidad al carlismo, significa apartarse totalmente de quien quiera mezclar carlismo y progresismo. El progresismo es el peor anticarlismo dentro del carlismo. Éste es el mensaje de sangre y de luz que en esta fecha sacrosanta nos gritan nuestros Mártires. Y a ellos no los podemos traicionar.

  3. #3
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 1 (Editorial).



    Mártires de la Tradición


    MÁRTIRES, porque lucharon y murieron sin ninguna mira de interés particular. No tan sólo por una Dinastía sino también y primordialmente por el Ideal. Sin su abnegado sacrificio las esencias católicas y tradicionales de las Españas, tiempo ha hubiesen perecido ante el asalto de la Revolución triunfante en Europa. Si todavía no somos esta Europa descristianizada, amoral, envilecida por la corrupción de costumbres y el desmoronamiento de la familia, a la que algunos pretenden “integrarnos”, a ellos, a los Mártires de la Tradición lo debemos.

    MÁRTIRES nuestros Reyes, cuyos restos, por Abanderados de la Santa Causa, cubren todavía tierras extrañas mientras otros usurpan el lugar a ellos debido en El Escorial.

    MÁRTIR el Rey Santo, Carlos María Isidro, a quien por defender, con la misma entereza que frente a Napoleón en Bayona, sus legítimos derechos frente a la usurpación, y con ellos la Religión y la Patria, sigue denominándosele en textos legales no derogados con el infame apelativo de “Ex Infante”.

    MÁRTIRES, los heroicos caudillos –Zumalacárregui, Rada, Francesch, Galcerán…–, cuyos nombres y gestas asombran la Historia.

    MÁRTIRES, tantos y tantos oscuros Voluntarios, cuya entrega y heroísmo sólo conoce el Señor Dios de los Ejércitos en cuyas filas combatieron.

    MÁRTIRES, quienes antes de doblegarse servilmente a la Dinastía usurpadora, optaron por el amargo, si bien digno, pan del destierro.

    MÁRTIRES, las madres que, sangrando el corazón, pero sin una sola lágrima, ofrendaron con santo orgullo los hijos de sus entrañas para Soldados de la Causa. Mártires, las esposas, las novias, que sacrificaron su amor de mujer a un Amor más alto.

    MÁRTIRES, quienes sufrieron persecución material en cárceles, checas y destierros. Mártires, quienes sufren la persecución todavía más dolorosa, más amarga, más trágica, del olvido, la incomprensión, la calumnia de la historia, toda ella escrita con escandalosa parcialidad por los vencedores.

    MÁRTIRES, quienes habiendo arriesgado vida y hacienda en defensa de los derechos de la Iglesia, conculcados y desconocidos por la Revolución liberal tantas veces condenada en las Encíclicas pontificias, recibieron de la discutible diplomacia vaticana la injuria de ser concedida la Rosa de Oro a la representante de la Dinastía usurpadora, dócil instrumento de la Revolución, sin que por ello variaran su actitud de filial veneración y obediencia, hoy diríase “indiscriminada”, al Vicario de Cristo.

    MÁRTIRES, en fin, quienes se ven humillados, despreciados y hasta insultados y escarnecidos por no pocos que nada serían ni nada tendrían –dignidades, jerarquía, patrimonio– sin su heroico y desinteresado sacrificio. Porque sin las Guerras carlistas del siglo pasado y el Alzamiento del 18 de julio, derrota también para el Carlismo –¿dónde están los círculos, periódicos, y organizaciones que por toda la geografía patria mantenía contra todo y frente a todos durante la II República?–, no habría en España sacerdotes ni obispos, ni habría Ejército ni Instituciones patrias, ni Bandera roja y gualda, ni habría España siquiera, porque de ella sólo quedaría el cadáver profanado por el rojo sudario de la hoz y el martillo.

    Porque nada material buscaron, un premio material y humano a su generosidad hubiese sido indigno. Y como sería injusto que ningún premio recibiera su sacrificio, piadosamente creemos que Dios, para quien no hay héroes anónimos, les habrá resarcido con medida buena, apretada y sobreabundante, con la máxima recompensa deseable, que es Él mismo, de la derrota material, de la incomprensión, del olvido, de la ingratitud incluso de aquéllos que más les deben.

    Y Dios, que con su dedo omnipotente conduce recta la Historia hacia la implantación del Reino de Cristo, a pesar de los renglones torcidos con que los hombres pretenden desviarla de su ineludible destino, hará que el sacrificio de los Mártires de la Tradición no resulte estéril. Sólo así se explica el misterio, histórica y humanamente incomprensible, de la pervivencia, durante siglo y medio, del siempre derrotado pero jamás vencido Carlismo.

    Por más que no lo entiendan los que más obligación tienen de entenderlo, todavía quedamos quienes así lo creemos y sentimos: para nosotros, el ejemplo de nuestros Mártires es exigencia de emulación irrecusable.

  4. #4
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.



    TESTIGOS DE LA TRADICIÓN

    Por Francisco Puy


    El martirio es un concepto que repele al hombre “europeo” de las tolerancias y las transigencias. ¿Por qué será que tiene un tan fuerte atractivo para el hombre hispánico? El hombre “moderno” tiembla ante la mera idea del martirio. No lo puede remediar, palidece, se desencaja, huye despavorido. Ya la sola idea de la muerte le encoge. Pero si encima es muerte cruenta, violenta, sacrificial, entonces su miedo es pavor y su temor es terror. Nosotros no somos así. No es que nos agrade la perspectiva de hacer o ser hecho mártires. Pero la repulsión ante la sangre inocente no es en nosotros enervante, sino estimulante catalizador. Tremenda condición la de este hombre hispano, hecho a golpe de martirios.


    ACUSACIONES DE MARTIRIO

    Esto es un hecho. El noventa por ciento de la leyenda negra antiespañola se basa en acusaciones de martirio. Ellos, los europeos, nos acusan de ser martirizadores, con nuestras cruzadas, nuestras inquisiciones, nuestras guerras civiles… Recientemente hemos visto temblar el orbe porque, a consecuencia de un proceso, podían surgir cuatro “mártires” (?) en España, mientras se pensaba tranquilamente en otros mártires mucho más reales, en los cinco continentes…

    Bien. Dejémoslos a ellos con sus prejuicios. Pero defendamos “nuestro auténtico sentido del martirio”. Porque –y esto es más grave– también este formidable recurso racial está siendo objeto de una campaña de confusión entre nosotros. ¿No habéis visto cómo se nos intenta hacer populares, ídolos, como si fueran auténticos mártires, a esos Guevaras, Torres, Kings, Kennedys, etc., de nuevo cuño? Quienes conocen este extraordinario rasgo de nuestro talante, quieren suprimírnoslo por confusión. Dios no lo permita.

    Entre nosotros, mártir auténtico sólo es el que padece muerte (o casi) por amor de Jesucristo y en defensa de su religión santa, católica, apostólica y romana. El que es capaz de hacer eso mismo por otra causa, será un héroe, a lo más, si la causa es objetivamente buena desde un punto de vista meramente humano y natural; y, en otro caso, será pura víctima de un acaso, o de un infortunio, o de su personal demencia. Y nada más.


    POR ESO TIENE MÁRTIRES EL CARLISMO

    Por eso tiene mártires el Carlismo, que es la tradición política de las Españas Católicas, mientras que no los tienen los miembros de otros grupos políticos. Por eso es el carlismo algo eterno: porque tiene auténticos mártires. Esto es, como dice la propia raíz griega del vocablo castellano, “testigos” de la fe de Cristo, “testimonios” de que la vida y todo lo que ella contiene sólo se puede ofrecer por Dios, el símbolo primero y la razón de ser de todo el ideario carlista.

    Por eso, en esta fiesta de nuestros mártires, que nos pone el ceño sombrío y el alma tensa de emociones, acordémonos de los que han muerto por confesar a Cristo Rey, y no les hagamos la imperdonable ofensa de mezclarlos o confundirlos con los que han mantenido su hombría de un modo cuerdo o loco, pero por cosas que para nosotros cristianos no pueden tener sentido. Y que la sangre que derramaron generosamente y por millares en cuatro guerras de religión después de 1800, y en tantas otras con anterioridad, nos lave de las traiciones cometidas por otros infelices que salvaron la vida a costa del honor.

    Porque mártir de la tradición es el testigo fiel de la tradición católica de las Españas: lo contrario del testigo de la herejía y el ateísmo; lo contrario de falso testigo, que es el traidor a la lealtad.

  5. #5
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.



    El Rey Carlos VII y la Fiesta del 10 de Marzo


    El Duque de Madrid dirigió a la Prensa carlista el siguiente documento autógrafo, con motivo del primer año de la fiesta de los Mártires de la Tradición, que fue publicado el 10 de marzo de 1896:

    “Que la conmemoración de nuestros Mártires no se limite a satisfacer una necesidad del corazón y una deuda de gratitud.

    Sirvan las sagradas memorias de los que en nuestros tiempos han sucumbido luchando heroicamente, primero contra el capitán del siglo (Napoleón), y después por los fueros de Dios, del Rey y la Patria, para mantener el verdadero amor a España en los que hoy pelean y mueren en Cuba bajo la bandera que simboliza uno de nuestros ideales. Y su recuerdo infunda en todos nosotros, los que aspiramos a continuar su obra, la fe y la resolución de proseguirla hasta el fin, ofreciéndonos como ellos, cuando el caso se presente, a la muerte, lo mismo si hemos de arrostrarla en los campos de batalla, que en las tristezas de la miseria o del ostracismo.– CARLOS.


    Palacio Loredán, 28 enero 1896”.

    En el hermoso documento institucional de una fiesta nacional en honor de los Mártires de nuestra Bandera, la gran figura católica y española que fue el Rey Carlos VII, decía a su Jefe Delegado, señor Marqués de Cerralbo, cosas tan sentidas como éstas, expresión fiel de lo que sentía su noble corazón:

    “¡Cuántas veces encerrado en mi despacho, en las largas horas de mi largo destierro, fijos los ojos en el Estandarte de Carlos V, rodeado de otras 50 Banderas, tintas en sangre nobilísima, que representan el heroísmo de un gran pueblo, evoco la memoria de los que han caído como buenos, combatiendo por Dios, la Patria y el Rey!

    Los Ollo y los Ulíbarri, los Francesch y los Andéchaga, los Lozano, los Egaña y los Balanzategui, nos han legado una herencia de gloria que contribuirá, en parte no pequeña, al triunfo definitivo que con su martirio prepararon.

    Y al fin, cada uno de esos héroes ha dejado en la historia una página en que resplandece su nombre. En cambio, ¡cuántos centenares de valerosos soldados, no menos heroicos, he visto caer junto a mí, segados por las balas, besando mi mano, como si en ella quisieran dejarme con su último aliento su último saludo a la patria! ¡A cuántos he estrechado sobre mi corazón en su agonía! ¡Cuántos rostros marciales de hijos del pueblo, apagándose en la muerte con sublime estoicismo cristiano, llevo indeleblemente grabados en lo más hondo de mi pecho, sin que pueda poner un nombre sobre aquellas varoniles figuras!

    Todos morían al grito de ¡Viva la Religión!, ¡Viva España! y ¡Viva el Rey!”.

    Así era Don Carlos de Borbón para los suyos: para su gran familia de leales. ¡Bendita sea su memoria en el recuerdo y en nuestras oraciones!



    FCO. LÓPEZ-SANZ

  6. #6
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 3.



    «MÁRTIRES» Y «CAÍDOS»

    Por Pablo Gaztelu


    Entre tantas cosas como anualmente escribe el pueblo carlista en torno a la Fiesta de los Mártires de la Tradición, no se ha comentado nada, o muy poco, el matiz que diferencia los vocablos “mártires” y “caídos”, que han coexistido a partir de la aparición del último en los días de la Cruzada de 1936.

    Merece la pena, aunque no sea más que apuntar el tema, porque ese matiz nace y se apoya no solamente en ciertos gustos estéticos implicados en la coyuntura internacional de entonces, sino también en torno a una concepción religiosa. Ahora que los vientos desacralizadores, laicistas y liberales han llegado hasta algún punto del Carlismo, su enemigo secular, parece especialmente oportuno resaltar el sentido religioso de la palabra “mártires”, como un dato más que confirme la piedad esencial de la Comunión Tradicionalista.


    LAS PERSECUCIONES DEL CARLISMO

    Cuando los Carlistas han luchado con las armas y han sufrido persecuciones, lo han hecho, al menos hasta la década de los años sesenta, por una concepción política sacralizada, por una civilización cristocéntrica, por la alianza del Trono y el Altar. De tal manera que, con variaciones individuales según el fuero interno inescrutable de cada uno, siempre había un componente religioso variable en la conducta que les acarreaba los sufrimientos; consecuentemente, tenían éstos una parte de martirio en el más estricto sentido de la palabra.

    Pero el año 1936, siglo y medio de liberalismo doméstico, más la apostasía de las demás naciones, impidieron que el Alzamiento pudiera mantener exclusivamente, en incontaminada soledad, ese sentido sagrado esencial del Carlismo. Otras fuerzas políticas, admirables por su patriotismo, produjeron por su desinterés por lo religioso –nunca hostilidad–, una apertura, una desacralización parcial, una secularización, que treinta años después estamos padeciendo. Esta relajación en el rigor religioso, esta neutralidad espiritual, permitió complementar el esfuerzo carlista con masas de españoles que jugaron un papel tan decisivo como el nuestro. Apenas era aplicable a su sacrificio el término religioso de “mártires”, ni tenía para ellos especial atractivo. La palabra “caídos” resolvió la situación con eficacia política visible.


    UNA PASTROAL DEL CARDENAL SEGURA

    Pero en cuanto se extrapolaba de lo político a lo religioso, el término “caídos” perdía precisión y claridad. Ya muchos años antes de que se pensara en el enterramiento conjunto de rojos y nacionales en el Valle “de los Caídos”, el Cardenal Segura olfateaba ciertas imprecisiones que le llevaron a puntualizar en una Pastoral famosa (2-IV-40):

    “Una cosa es el culto católico, y otra, esencialmente diversa, son los actos y homenajes de carácter cívico.

    (…)

    Son actos y homenajes de carácter cívico, entre otros: las Cruces llamadas de los Caídos, evocaciones de los muertos, desfiles militares o civiles ante dichas Cruces, discursos profanos, ofrecimientos de coronas de flores, saludos y gritos reglamentarios.

    (…)

    Dichos actos y homenajes, que antes que en España se practicaron en otras naciones, donde tuvieron su origen, pueden libremente, bajo su responsabilidad, ser organizados por las autoridades civiles: mas siempre cuidando que no sufra en ellos menoscabo la doctrina católica

    (…)

    Todos los que mueren en pecado mortal, donde quiera y como quiera que mueran, van al Infierno para ser en él eternamente atormentados. Los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho sus pecados, van al Purgatorio para ser allí purificados con terribles tormentos. Al Cielo… sólo van los justos ya plenamente purificados.

    La Iglesia, única que puede prescribir oraciones, y a cuya aprobación deben someterse las verdaderas oraciones que se hayan de hacer en público, no usa la palabra “caídos” en su Liturgia. La Iglesia, cuando ora por los muertos, ora tan sólo por los “fieles difuntos”. No pueden estar unidos después de la muerte los que no han estado unidos en vida por la misma fe en Jesucristo

    (…)

    Es necesario distinguir perfectamente lo que por su naturaleza es un acto cívico o político, de lo que es acto estrictamente religioso”.

    Muchas más cosas se pueden decir de este tema de costumbrismo político contemporáneo; queden para otras ocasiones. De momento, vemos en él un exponente inequívoco más del carácter religioso del Carlismo, que ahora algunos se empeñan en disimular.

  7. #7
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 6.



    DE MI COLECCIÓN DE RECUERDOS CARLISTAS

    Por Alberto Inchausti


    Tengo en mi colección de recuerdos carlistas de la postguerra, numerosas tarjetas de invitación con el programa de actos a celebrar el día de los Mártires de la Tradición, en distintos años y lugares. He participado siempre en ellos, hasta que la invasión progresista llegó a nuestras filas. Conservo, pues, además, recuerdos vividos.


    MISA, BANQUETE Y MANIFIESTO

    Tres puntos principales comprenderá habitualmente tal conmemoración: una misa, un banquete y algún manifiesto o escrito político de tono menor. Los tres tenían una frontera reducida y difícil con el contexto político nacional. La misa propiamente dicha, no; pero sí la salida de la misma, porque ya en la calle, fuera del templo, los asistentes nos poníamos las boinas rojas y cantábamos el Himno “Oriamendi”, que, a pesar de estar reconocido en la legislación entonces vigente como uno de los oficiales, suscitaba fricciones y dificultades que, una vez iniciadas, crecían rápidamente en espiral, hasta que lo cortaba la fuerza pública.

    El banquete, más bien simple yantar, porque el tesoro de la Tradición tuvo siempre sus arcas vacías, tenía también su pimienta política en los brindis, y en un cierto nerviosismo en función de lo que hubiera sucedido en la salida de la misa; pero todo atemperado por los saludables efectos de la comida y de la cordialidad que la acompaña cuando se comparte con buenos amigos.

    Los escritos políticos que se repartían profusamente a la salida de la misa, y sigilosamente de mano en mano de los “enterados” desde unos días antes, nos parecen hoy inocentes “contrastes de pareceres”, pero entonces, no; de la circunstancia de estar hechos en imprentas modestas desconocidas del gran público, brotaba un halo de fantasía que les envolvía con picardía.

    Día llegará en que se publiquen con honor destacado algunos nombres de los que participaron con más sacrificio en aquellas jornadas, que ya, con apenas perspectivas, se van dibujando como una cadena transmisora de los más puros ideales del Alzamiento hasta esta época europeizante y postconciliar, en la que constituyen un reducto inexpugnable del que habrá nuevamente de partir el fiel ajuste a nuestros mejores días del siglo XX.


    UNA GRAN LECCIÓN

    Estas líneas generales, tan someramente apuntadas, se interrumpen en el recuerdo y en la hoja anunciadora de la conmemoración en Madrid, el año de 1946, que termina diciendo:

    “La Comunión Tradicionalista de Madrid se propone tener una misa, en el lugar y hora que aparte se indican, congregando a todos nuestros amigos dentro del mayor orden y evitando, en lo que esté de su parte, cualquier incidente; por lo cual, en atención a la gravedad del momento presente, no habrá ese día manifestación, repartos, ni cualquier otro hecho público, fuera del acto religioso”.

    ¿Cuál era esa “gravedad del momento presente” que impulsaba a los arriscados carlistas a esa autolimitación voluntaria? Era que, seis días antes, el día 4 de ese mismo mes de marzo de 1946, París, Londres y Washington dirigieron una nota conjunta al pueblo español, espoleándole a derrocar el régimen nacido de la Cruzada para volver a la República democrática. Entonces, y por eso, el Carlismo suspendió hasta la menor actividad que pudiera parecer fisura en la unidad de los españoles ante la Patria en peligro. Gran lección, infinitamente superior a cualquier otra que se hubiera querido dar, a la brava, en aquellas circunstancias.

  8. #8
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 6.



    UN «CARLISMO» MODERNO QUE HA RENEGADO DE DIOS

    Pablo Torres Jacoiste


    Una vez más la Comunión Tradicionalista, secundada por nuestro querido periódico EL PENSAMIENTO NAVARRO, se dispone a conmemorar la fiesta de los Mártires de la Tradición.

    Hace más de sesenta años que la instituyó nuestro inolvidable Rey Carlos VII, fiel defensor de la Dinastía Católica y Tradicional, y hasta hoy el Señor me ha permitido acudir a los funerales sin interrupción. Siempre se han celebrado con gran solemnidad y fervor religioso.

    No puedo olvidar la grandeza con que se celebraban y la emoción que nos embargaba a aquéllos que, antes de la guerra, se realizaban en la iglesia de San Saturnino. Allí no acudía representación oficial, pero qué gloria daba ver a aquellos caballeros de la Legitimidad, a aquellas autoridades nuestras, viejos veteranos venerables de quienes aprendimos tanta lealtad y tanta claridad de doctrina. ¡Qué difícil me resulta describir la dignidad y señorío que daban al presbiterio!

    Seguro que ya no queda un solo veterano. Pocos vamos quedando ya de aquéllos que de sus labios aprendimos nuestra noble historia guerrera, la generosidad de entrega y heroísmo. Pero sí los suficientes para advertir a nuestros jóvenes que el progresismo está corrompiendo nuestro ideario.

    Un carlismo moderno, podrá renunciar a Dios, podrá convertirse en partido político, y, si se quiere, pactará con quienes ostenten ideologías diferentes y contrarias. Pero ese Carlismo nunca será el sucesor de aquella Monarquía Católica, Tradicional, enemiga por sus principios de toda unión con la Revolución, tal como nos enseñó el gran Rey Carlos VII, ni de aquel carlismo histórico que, con tanto heroísmo, salió a luchar por su Dios y por su Rey.

    Después de la guerra, la fiesta creció en importancia. Muchos eran los muertos, los mártires, que, en la Cruzada, habían entregado su vida por Dios y por España, al grito de Viva Cristo Rey. Era un deber.

    Porque no son los hombres, sino Dios, quienes rigen la historia, miro con esperanza el futuro del carlismo. No me baso en el momento presente, que tanto dolor nos está produciendo. Tengo mi fe puesta en que nunca fueron estériles la sangre de los mártires. Ellos permitirán que nuestra historia se prolongue para bien de España y del mundo.

    Recemos confiados. Oraciones y gloria eterna para quienes nos señalaron la ruta a seguir al sacrificar sus vidas por Dios, por la Patria y por el Rey.

  9. #9
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 6.



    LOS MÁRTIRES, ¿CULPABLES?

    Por J. Oribe


    Al instituir Su Majestad el Rey Carlos VII la fiesta de los Mártires de la Tradición, quiso que de una manera especial se recordara aquel día, no tan sólo a los que por su heroísmo, y los puestos que ocupaban, habían pasado sus nombres a la historia, sino también a tantos y tantos que, con los mismos o más méritos que aquéllos, y habiendo muerto con el mismo grito en los labios y el corazón de “viva la Religión, viva España, viva el Rey”, sus nombres habían quedado en el olvido de los hombres.

    Para aquéllos que hoy nos hablan de “ponernos al día”, pero que no se atreven, aún, a dejar el nombre de carlistas, confesando su verdadera filiación socialista, el conmemorar esta fiesta les tiene que parecer, si son lógicos, una cosa “superada”.

    En este mundo materializado, que nos ha tocado vivir, para justificar nuestras claudicaciones, se ha llegado a sugerir que los Mártires que dieron sus vidas, cumpliendo así con el precepto divino de que hay que servir antes a Dios que a los hombres, fueron tan culpables, por su intolerancia e intransigencia, como los martirizadores por su crueldad. ¿Qué no se dirá de aquéllos que, si en primer lugar morían por Dios, también lo hacían por su Patria y por su Rey?

    Pero no nos dejemos engañar. Yo no sé si en los designios de Dios estará el pedirnos que derramemos la sangre por su Nombre, pero lo que sí nos exige es el martirio incruento del desprecio, del odio, el aislamiento y la persecución, a la que el mundo nos someterá si tratamos, en nuestros puestos, de ser de verdad sus discípulos.

    “El pueblo español no ha nacido ayer, viene de antigua estirpe, y, como todas las razas nobles, necesita mirar atrás recibiendo inspiraciones y ejemplos de los que le formaron” (Carlos VII).

    Nuestros antepasados morían por Dios, porque sabían que desterrado Él de la sociedad, ésta caería en el más espantoso materialismo.

    Morían por su Patria, que eran sus libertades concretas, porque sabían que la libertad de la Revolución es la mayor de las tiranías.

    Morían por su Rey, porque sabían lo que era la Legitimidad, y, por lo tanto, lo que ella significa y lo que a ella se le exige: ser los primeros servidores de Dios y de la Patria.

    Sabían que el morir en Cristo, es nacer a una vida feliz y eterna.

    Sabían que, si bien tenían que luchar y morir por tan santos ideales, no por ello podían odiar a sus enemigos, sino que tenían que amarlos.

    Porque sabían todo esto, y lo sabían bien, se daban estas escenas, que son para nosotros una meditación y una lección:


    * * *


    Las sombras de la muerte se cernían sobre el genio de Somorrostro.

    Y habla Ollo:

    – Señor: ¡No volveré a ver más ese sol que se oculta, pero salí para morir, y es natural que muera! Sólo una pena me llevo de este mundo: no haber conocido a mi blanca Reina Margarita.


    * * *


    Es el caudillo del Centro, Miguel Lozano, quien, camino del suplicio, toma un lápiz y escribe a su Rey:

    – Señor, si mi sangre vale algo, y Su Majestad quiere pagármela, pídole me permita fijarle precio: que no se derrame por ella ni una sola gota de la de mis enemigos. Muero satisfecho y recompensado con la seguridad de que mi Rey recogerá la postrera súplica de este fiel soldado.


    * * *


    Estamos ahora en el hospital de Durango:

    – Señor –clama el moribundo Vizcaíno–. Déjeme besar la mano, postrera ilusión.

    El Rey se arrodilla al pie de la cama del soldado y deposita en su frente un beso dilatado; en esta actitud, doblemente augusta, el voluntario nace para la Gloria.

    –Recemos –murmura el Señor de Vizcaya a los no menos emocionados y silenciosos testigos–, pero no lloremos. Las lágrimas son pecado cuando festejan en el Cielo la subida de un mártir…

    »Padre nuestro que estás en los Cielos…».


    * * *


    Y como éstos, tantos y tantos murieron, con espíritu tranquilo, fijas sus mentes en Dios, inundados sus corazones en el amor a los Fueros, y rendidas sus voluntades a la Majestad Real Legítima.

  10. #10
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 7.



    YO CONOCÍ A LOS ÚLTIMOS

    Por Rafael Gambra


    Yo conocí a los últimos. (¿Los últimos de la Historia, o los últimos hasta ahora? Dios lo sabe).

    Era el día en que cumplí dieciséis años, y el cuarto desde el Alzamiento Nacional. Tres semanas antes habíamos salido del Madrid del Frente Popular para dirigirnos a nuestra casa en la montaña de Navarra. Allá habían quedado, la víspera de nuestro viaje, las iglesias de San Ignacio y de San Luis en llamas sacrílegas, la última a cincuenta pasos del Ministerio de la Gobernación; allá las milicias, puño en alto, sedientas de sangre y de pillaje; allá los guardias de asalto, dispuestos a asesinar en el primero y más famoso de los “paseos”…


    PROLONGACIÓN DE LOS SANFERMINES

    De pronto, aquel día, vi por primera vez una compañía carlista, fusil y manta en bandolera, boina exhumada de viejos arcones. Venían a prevenir una posible resistencia al alzamiento por parte de los carabineros de frontera. Llegaban alegres y como de fiesta. Gritaban viva Dios, viva España, abajo la República, viva el Rey. Se ha dicho que el Alzamiento en Navarra –y toda la gran historia de las Brigadas de Navarra– fue como una inmensa prolongación de los “sanfermines” que acababan de terminar. Un viejo militar, con quien coincidí hace algunos años en el tren, me decía: “los navarros llevaron a la guerra la alegría y la fe religiosa; la seguridad, además, en la victoria; y, tal vez, la ayuda de Dios”.

    Recuerdo aquél como uno de los días estelares de mi vida. Me incorporé a ellos feliz, como viviendo un sueño legendario. Les ayudé, ante el Ayuntamiento, a hacer una hoguera con la franja morada de la bandera republicana, con el retrato de Azaña que presidía la Sala de Sesiones, y con una alegoría de la República que sustituía en la escuela al Santo Cristo. Con la otra parte de la bandera reconstruimos la bandera de España, y la hicimos ondear, redimida, en el balcón de la Casa Municipal. Una fotografía de D. Alfonso Carlos, que recorté del Almanaque Tradicionalista, ocupó durante unos días el hueco presidencial que dejó el retrato de Azaña.

    ¿Cuántos de aquellos muchachos de tierra de Estella, de la Cuenca o de la Ribera, supervivirían a los tres años de cruel guerra que entonces comenzaban? Cuando un año después me incorporé al frente, encontré a alguno de ellos, y él me habló de tantos de sus compañeros que quedaron en las peñas de Lemona o en Brunete…

    Recuerdo aquel himno ingenuo, resucitado de viejos tiempos, y tan popular en aquellos días:

    No llores, madre, no llores
    porque a la guerra tus hijos van,
    ¡Qué importa que el cuerpo muera,
    si al fin el alma triunfará
    en la eternidad!

    A las armas, voluntarios;
    a las armas a luchar por nuestra fe.
    Moriremos defendiendo la bandera
    de Dios, Fueros, Patria y Rey.


    AMBIENTE DE AYER

    Aquel espíritu inundó todos los frentes, y creó el ambiente de la retaguardia nacional. Recuerdo, tiempo después, en la Academia de Alféreces Provisionales de Granada, una de las canciones a cuyo son marchábamos al campo de maniobras:

    Cantará mi sangre
    en la noche clara
    que he muerto en campaña
    por Dios y Patria.

    Era un tiempo en que muchachos adolescentes, casi niños, se escapaban de sus casas para incorporarse al frente, y huían de los frentes estabilizados para enrolarse en los tercios o unidades más combativos y peligrosos. (¡Tercios de Lácar y Montejurra, siete y más veces renovados por la muerte!).

    (Hoy, en análogas familias, muchachos de parecida edad huyen de sus hogares para incorporarse al mundo hippy de las drogas, o a la “contestación” maoísta. No son mejores ni peores que aquéllos; la naturaleza humana no cambia: es el ambiente moral que los nutre y sostiene lo que ha cambiado. Aquel ambiente era hijo del catolicismo, del carlismo y de una vida familiar todavía arraigada. Éste se ha configurado por el socialismo, por la pseudo-fe progresista, y por el abandonismo de los más responsables).


    LOS NIÑOS DE ABÁRZUZA

    Aquella explosión de fe y de heroísmo respondía, sin duda, a una onda muy lejana. Sus raíces eran profundas en la tierra y en los corazones. Recuerdo cómo un venerable sacerdote, que murió no hace muchos años en la Casa Sacerdotal de Pamplona, me relataba el asalto de Estella por la columna del Marqués del Duero, al final de la segunda Guerra Carlista. Él lo había vivido de niño, creo que en Abárzuza. Ese asalto era, para el Gobierno de Madrid, el fin de la guerra. La expedición se preparó con todo lujo de efectivos, y se confió al más famoso de sus generales, el General Concha. La moral de la tropa era la de realizar un simple paseo militar. Proclamado Alfonso XII, y acosados los carlistas, Estella sólo podría rendirse. Pero, contra toda previsión, tras una aniquiladora preparación artillera, las oleadas de atacantes se vieron rechazadas a la bayoneta en las mismas trincheras carlistas. Los intentos se sucedían con gran mortandad y ningún éxito. El Marqués del Duero no podía ordenar la retirada porque se jugaba todo su prestigio y el de su ejército. ¡La más potente columna nunca organizada contra un puñado de hambrientos, faltos de munición! Un tiro que alcanzó mortalmente al ilustre militar resolvió la situación. Mucho se dijo de que el tiro había partido de las propias líneas liberales, con el fin de proporcionar a la columna el único pretexto válido para retirarse a Madrid, diezmada y sin cumplir su objetivo.

    Cuando los soldados carlistas salieron de las trincheras, se asombraron de cómo los niños de aquellos pueblos –uno de ellos había sido aquel anciano sacerdote– se abrazaban a sus piernas como tomándolos por sus propios padres. En realidad es que, tras horas de angustia, para aquellos niños volvían “los suyos” –toda una vida y una esperanza casi perdidas–, y ellos lo sentían ya en su sangre.

    Ya no volverían a reaparecer aquellos hombres, arma al hombro y plegaria en los labios, hasta ese julio de 1936, en momentos también de supremo dramatismo, como heraldos de una fe que nunca pereció ante el ataque exterior, ni perecerá tampoco ante el ataque interior de la perfidia o de la contaminación ambiental.

  11. #11
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    Re: Los Mártires de la Tradición: número especial de «El Pensamiento Navarro», 10/03/

    Fuente: El Pensamiento Navarro, 10 de Marzo de 1971, página 7.



    A MI ABUELO LO ASESINARON POR CARLISTA


    ¿Qué podría decir un joven de veinticinco años, en este 10 de Marzo, festividad de los Mártires de la Tradición?

    Dejadme recordar. Un paso atrás en esta mi corta vida.

    Colegio de religiosos, Instituto, profesores, clases de Historia de España, textos “aprobados por el Ministerio de Educación Nacional”.

    Universitario, Facultad… catedráticos. Diarios, revistas, televisión… películas… Perdonad, pero me parece que por aquí no va la cosa. Los Mártires de la Tradición no asoman por ninguna parte.

    Un momento. Me parece que voy cogiendo el hilo de mi otra vida. Ahora sí podré deciros algo.

    Tenía diez años. Mi abuela me enseñó un recordatorio, y dentro de él dos fotos. Una de un señor mayor, y la otra de un joven. Unas aspas rojas, y decía debajo: “fusilados por los comunistas el 23 de noviembre de 1936. Dios, Patria, Rey”. Mi abuela me dijo:

    – Éste es tu abuelo, y éste es tu tío, y murieron al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.

    – ¿Por qué lo mataron?

    – Por carlistas. Tu abuelo le compró a José María una pistola para defender las iglesias en tiempo de la República. Tu tío, cuando era del A.E.T…

    Me entregó el recordatorio con toda solemnidad.

    Ahora, al cabo de quince años, más consciente de la realidad política española, me doy perfecta cuenta que la propiedad recibida, SANGRE DE MÁRTIRES POR ESPAÑA, ha sufrido muchos intentos de expropiación forzosa. Aquí no valen recursos administrativos. Esta propiedad, cuya única depositaria es el CARLISMO, legitima toda legalidad, y, por la misma razón, será ilegítimo, por muy legal que sea, todo aquello que atente contra el ESPÍRITU DE LOS MÁRTIRES. Y que no me vengan ahora con sandeces y con intenciones engañosas; el “por qué” y el “por quién” lucharon y derramaron su sangre nuestros Mártires Carlistas, verdadera legitimidad, está lo suficientemente claro, a pesar de los “conscientemente olvidadizos”. Y, entiéndase bien, olvidar solamente lo puede hacer el que “vio” o “vivió” o “participó”; y la consciencia, se entiende política, no se puede pedir con igual exigencia a un campesino que a un “catedrático” (es un ejemplo).

    Terminaré en seguida. Antes, voy a pedir una cosa: LIBERTAD.

    Libertad para que mis futuros hijos “puedan” ser carlistas. Libertad para que ellos aprendan carlismo sin “coacciones educativas” escolares y universitarias. Libertad para los del “bando de los Mártires”. Con el cuento de los “dos bandos”, muchos carlistas lloran la comunistización de sus hijos, y yo no tengo ganas de llorar.

    El título de carlista, y el título de ser descendiente directo de mártires, me parecen ser suficientes requisitos para pedir lo “poquito” que he pedido. ¿Les parece mucho pedir?



    José M. Artola Gastaca

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